Inge William - Picnic
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Inge William - Picnic
WILLIAM INGE
PICNIC
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ACTO PRIMERO
La acción tiene lugar en los porches y jardines de dos casitas situadas muy juntas una de
la otra en una pequeña población de Kansas. La casa de la derecha pertenece a la SEÑORA FLORA
OWENS, viuda de unos cuarenta años de edad, que vive con dos hijas jóvenes, MAGDE y MILLIE.
El espectador solo ve parte de la casa. Desde los escalones y la puerta de entrada hasta la puerta
trasera se extiende un porche alrededor de la parte visible de la casa. La de la izquierda está
habitada por la SEÑORA HELEN POTTS, otra viuda, aunque de más edad, que vive con su inválida
y anciana madre. Solamente se ve la parte trasera de la casa, con unos escalones que dan acceso a
la puerta. Un poco más allá hay una leñera, unida a la casa por el tejado. El espacio entre la le -
ñera y la casa forma un angosto pasadizo, que conduce al resto de la propiedad de la SEÑORA
POTTS. El jardín existente entre las dos casas es utilizado indistintamente por ambas familias
para descansar y recibir a las visitas. Ambas construcciones son humildes moradas, sin otra
pretensión que la de procurar confortable cobijo a sus ocupantes. No siempre sus respectivas
dueñas pueden permitirse el lujo de pintarlas, pero trabajan sin descanso para conservarlas
limpias y aseadas, cuidando el jardín, atendiendo con esmero a los macizos de flores, poniendo
fundas de colores a los muebles que se ven en el porche. A espaldas de ambas casas hay una cerca
de madera, con una puerta que se abre en la acera y da acceso al jardín que se extiende entre los
dos edificios. Más allá de la valla, en la lejanía, se divisa el panorama de una pequeña y típica
población del Medio Oeste, incluyendo un elevador de grano, una estación de ferrocarril, un gran
silo y la torre de una iglesia, bendecido todo desde arriba por un cielo de candido azul.
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señora.
SEÑORA POTTS.—¿Y qué importa? Todos sufrimos alguna desdicha en una u otra
ocasión.
HAL.—Es que a mí me parece, señora, que yo aprovecho casi todas las ocasiones.
(Ríen los dos. La SEÑORA POTTS le guía por el pasadizo y ambos salen. Inmediatamente entra en
escena, por la puerta de la cocina, a la derecha, MILLIE OWENS. Es una jovencita de dieciséis años,
delgada y con nervio, bulliciosa y agresiva, pero simpática, cuando uno se da cuenta de que solo
está tratando de ocultar su básica timidez. Tiene la secreta costumbre de salir después del
desayuno para saborear un cigarrillo donde no pueda verla su madre. Está encendiéndolo en el
preciso momento en que BOMBER, el vendedor de periódicos, aparece en la puerta trasera y arroja
ruidosamente un periódico contra la casa. Esto da a MILLIE ocasión para meterse con él.)
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MILLIE.—(Le persigue blandiendo los puños.) ¡Te mataré, vil bastardo! ¡Te mataré!
MADGE.—Hola, Bomber.
MILLIE.—¡Miren al jactancioso!
BOMBER.—Ya te he visto dar vueltas por ahí en su Cadillac, como si fueses una
duquesa. ¿Por qué seréis tan estiradas todas las chicas bonitas?
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MADGE.—(Saltando furiosa.) ¡Yo no soy estirada! ¡Retira eso ahora mismo, Bomber
Gutzel!
HAL.—¿Qué importa eso? Soy más grandullón que tú. (BOMBER contempla a HAL, se
siente empequeñecido y se marcha.)
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cesto de costura en una mano y un vestido muy sencillo en el brazo opuesto. Es mujer de corta
estatura y bastante impaciente, que ha trabajado mucho durante diez años o más para servir a sus
hijas de padre y madre al mismo tiempo. Ha de percibirse que, bajo una cierta dureza de carácter,
laten un profundo amor y una constante preocupación por las muchachas. Mira a HAL con
recelo.)
HAL.—Como usted diga, señora. Está en su casa. (Se encoge de hombros y hace mutis
con paso reposado.)
MADGE.—No veo que tenga que ser un mendigo por el solo hecho de que la
señora Potts le haya dado de desayunar.
FLO.—Hablaré con ella respecto a esa manera suya de admitir al primero que
llega.
FLO.—(A MADGE.)Dile que se espera que la concurrencia sea muy numerosa esta
noche en el parque, y que no estaría de más que utilizase la influencia de su padre en el
Ayuntamiento para reservar una mesa. ¡Ah!, y dile que esté junto al río, cerca de un
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hornillo portátil.
FLO.—Alanes de esos hombres a quienes no les importa que la mujer sea un poco
mandona. (Un tren silba a lo lejos. MADGE se queda escuchando.)
MADGE.—Siempre que oigo a ese tren acercarse a la ciudad siento una especie de
excitación... aquí. (Se oprime el estómago.)
MILLIE.—Siempre que lo oigo yo me digo que algún día lo tomaré para ir a Nueva
York.
MADGE.—¡Pchs!...
FLO.—¿Qué hicisteis?
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FLO.—(Realizando un visible esfuerzo.) Madge, ¿te hace Alan el amor alguna vez?
FLO.—¿Dejas que te bese? Después de todo, habéis estado saliendo juntos todo el
verano.
MADGE.—(Turbada.) ¡Mamá!
MADGE.—Pues... sí.
MADGE.—No.
MADGE.—Sí.
MADGE.—¿Qué esperas de mí? ¿Que me muera cada vez que Alan me abraza?
FLO.—No, no tienes que morirte. (Entrega a MADGE el vestido que ha estado cosiendo.)
Toma. Sostén el vestido delante de ti. (Continuando el tema anterior.) Sería magnífico que
te casases con Alan. Vivirías rodeada de comodidades el resto de tus días, con cuentas
corrientes en todos los comercios, automóviles y viajes. Serías invitada por todas sus
amistades a las reuniones en sus casas y al club del campo.
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MADGE.—(Haciendo una confesión.) Mamá, no me encuentro a gusto entre esa
gente.
MADGE.—Lo sé, mamá; pero todos los amigos de Alan hablan de universidades y
de viajes a Europa. Me siento desplazada.
MADGE.—¿Que me dé prisa?
MADGE.—(Aparte.) Comprendo.
FLO.—Ysolo porque una vez, "una vez", fue joven y bonita. Si entonces no
hubiese aprovechado la oportunidad, de nada le habría valido su belleza. (Entrega el
vestido a MADGE.)
MADGE.—(Sosteniendo
el vestido delante de ella, mientras su madre observa el largo.) No
tengo más que dieciocho años.
MILLIE.—No quiero que Alan le pida a ninguno de esos locos que me acompañe a
ninguna parte.
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MADGE.—A caballo regalado no se le mira el diente.
MILLIE.—¡Cállate!
FLO.—Madge, eso ha sido injusto. Esta noche habrá baile en el pabellón. Millie
también debe tener su pareja.
MADGE.—Si desea una pareja, ¿por qué no se viste como es debido y se conduce
decentemente?
FLO.—Niñas, no os peleéis.
MADGE.—¡Eso no es verdad!
MADGE.—(Cada una de las muchachas sabe cuál es el punto flaco de la otra.) ¡Eres un
coco!
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FLO.—(Consternada.) ¡Vamos, niñas!
FLO.—¡Niñas! ¡Qué dirán los vecinos! (MILLIE ha agarrado a MADGE del pelo y da
fuertes tirones. FLO se interpone entre ambas.)
FLO.—¡Pobre Millie!
MADGE.—(Irritada por la injusticia.) ¡No hago más que oír: "¡Pobre Millie!", y la
pobre Millie ha obtenido una beca para cuatro cursos en el colegio universitario!
FLO.—Una muchacha como Millie necesita tener confianza en otras cosas. (Estas
palabras tienen la virtud de sosegar a MADGE. Hay un silencio.)
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MADGE.—Yo quería mucho a papá.
MADGE.—¿Y tú?
FLO.—(Tras una larga pausa, después de meditar.) A algunas mujeres las humilla
amar a un hombre.
MADGE.—¿Por qué?
FLO.—¡Qué pregunta!
FLO.—Bueno...; las cosas bonitas..., como las flores y las puestas de sol y los
rubíes..., y también las chicas guapas..., son como carteleras que nos dicen que la vida es
buena.
FLO.—¡Madge!
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MADGE.—No me importa si soy egoísta. No sirve de nada ser solamente bonita.
¡No sirve para nada!
HAL.—(Llega corriendo del pasadizo.) Señora, ¿no le molestaría que encienda una
hoguera?
HAL.—La señora simpática ha dicho que hace mucho calor hoy y que tal vez a
usted no le gustase.
FLO.—Siéntese, Rosemary.
ROSEMARY.—Lo había olvidado. Tal vez reciba carta de aquel caballero que conocí
con ocasión de la excursión que organizó el instituto la pasada primavera. (Ríe con
obscena picardía.) Desde entonces no ha cesado de proponerme que nos casemos. Es un
buen muchacho, y muy divertido; pero en cuanto se ponen serios no quiero saber nada
de los hombres.
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FLO.—Ustedes las maestras gozan de gran independencia. (MILLIE sale de la cocina,
leyendo un libro.)
FLO.—¿Y Howard?
FLO.—Helen Potts está haciendo quemar sus hojas. Huele bien, ¿verdad?
FLO.—¡Nadar es diferente!
FLO.—(Mirando hacia donde se supone está trabajando HAL.) ¡Miren cómo se pavonea!
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excelente para el maquillaje.
FLO.—He leído un artículo en "The Reader's Digest" sobre una mujer que se
envenenó la piel por usar esas cremas faciales.
MADGE.—Si fueses menos arisca con la gente, quizá la gente te haría un favor de
cuando en cuando.
MILLIE.—¡No!
FLO.—No creo.
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FLO.—(Confidencialmente,a ROSEMARY.) ¡Pobre Helen! Me ha dicho que algunas
noches tiene que levantarse "tres" veces para llevar a su madre al cuarto de baño.
FLO.—Lo
es. Helen y el joven Potts se fugaron para casarse. La madre de Helen la
cogió aquel mismo día e hizo anular el matrimonio.
FLO.—A veces creo que conserva el nombre del muchacho únicamente para
desafiar a la vieja. (Se oye acercarse el coche de ALAN. Se detiene, y luego se percibe el ruido de
la portezuela del vehículo al cerrarse de golpe.)
MILLIE.—(Dejando el libro que tiene en la mano.) ¡Hola, Alan! (Se pone en pie de un
salto y corre hacia la casa.) ¡Voy a ponerme el vestido!
FLO.—(A MILLIE, voceando.) Mira a ver si Madge está presentable. (Entra ALAN, por
la izquierda.) ¡Buenos días, Alan!
SEÑORA POTTS.—(Volviendo desde el pasadizo.) ¿Han visto qué joven tan apuesto
tengo trabajando en mi casa?
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FLO.—¡Colegios universitarios... y mendiga un desayuno!
ALAN.—Desde luego.
FLO.—Alan, ¿por qué no sube a ver a Madge? Llame desde el pie de la escalera.
SEÑORA POTTS.—Bizcochos.
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FLO.—¿Y se ha molestado por él hasta este punto?
SEÑORA POTTS.—¡Tenía tanta hambre! Le he dado huevos con jamón y todo el café
que ha sido capaz de beber. Luego, vio un trozo de pastel de cerezas en la nevera y tam-
bién lo quiso...
FLO.—Siéntese, Helen.
FLO.—(Hace señas a ROSEMARY para que se calle e indica a MADGE y ALAN.) ¡Los
novios! ¡Miren ustedes! ¡Los novios! (A MADGE.) ¿Cómo te sienta, Madge? (Ríe de su in-
consciente broma.) Me refiero al vestido, claro.
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FLO.—¿Es un libro sucio?
MILLIE.—¡Eso no es así!
MILLIE.—(Obstinadamente.) ¡No!
ALAN.—Señora Owens, no desearía inmiscuirme en estas cosas; pero ese libro está
en la lista de lecturas de la universidad. Para el curso de literatura moderna.
FLO.—(Llena de confusión.) ¡Oh Dios mío! ¿Qué ha de creer una? (Pero el criterio de
ALAN en tales cuestiones parece ser concluyente y decisivo.)
FLO.—¡Helen!
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FLO.—(Cogiendo del brazo a la SEÑORA POTTS.) ¡No vaya, Helen! Su madre es ya
muy vieja. De todos modos, no tardaría mucho en morir.
ALAN.—(Mirando en dirección a donde se encuentra HAL.) ¿Quién dijo que era ese
individuo? (Nadie oye la pregunta de ALAN.)
FLO.—¡Es usted el colmo! Ven, Madge; vamos a terminar ese vestido. (FLO y
MADGE entran en la casa. ROSEMARY consulta su reloj y también entra en la casa.)
ALAN.—¡Hal Carter!
ALAN.—(Salta sobre la espalda de HAL, enlaza la cintura de este con las piernas y se
cuelga de su cuello con una mano, como si tripulase alguna máquina imaginaria.) ¿En marcha?
(Le retuerce la nariz a HAL, como si fuese un dispositivo de puesta en marcha. HAL imita las
intermitentes explosiones de un motor y corre por el escenario con ALAN a cuestas, el cual se
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bambolea como si estuviese domando un potro salvaje. Los dos ríen a carcajadas.) \ Eh,
hermano! ¿Quién parpadea, guiña y trapisonda? (ALAN se deja caer al suelo, y ambos
amigos siguen riendo estrepitosamente, recordando sus alegres tiempos estudiantiles.)
ALAN.—¿Qué quiere decir "¡Ah, eso!"? ¿No te presté los cien dólares con ese
objeto?
HAL.—(Se ve que hubiera preferido que no se suscitase semejante cuestión.) Pues que las
cosas no salieron bien.
ALAN.—¿Sí?
ALAN.—¿Tus dientes?
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HAL.—Sí. Allí tienes que tener cierta clase de dientes, o no sirves. No me
preguntes la razón. Aquella muñeca dijo que tendrían que sacarme todos los dientes y
ponerme otros nuevos, y, claro, yo...
HAL.—(Mirando a todas partes para cerciorarse de que nadie le oirá.) Sí. Mira: me
dirigía a Tejas, pidiendo a los automovilistas que me llevasen de cuando en cuando, con
objeto de trabajar en una gran empresa petrolífera. Iba ya por Phoeniz cuando dos
muñecas llegan en un enorme convertible amarillo. Una de ellas da un frenazo y me
dice: "¡Sube, amiguito!" Y subí. Seymour, era imponente. Llevaban un verdadero
cargamento de "martinis" en aquel coche...
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HAL.—¿Dónde podría lavarme?
ALAN.—¿Eran bonitas?
ALAN.—Desde luego.
HAL.—Por eso, cuando estacionaron el coche delante de aquel parador, dije: "Muy
bien, niñas; si hay que pagar por el viaje, esta es la forma más fácil que conozco." (Se
encoge de hombros.) Pero, chico, debieron de creer que era un superhombre.
HAL.—Pues claro.
ALAN.—¡Caramba!
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HAL.—Pues que terminé perdiendo la noción de las cosas. Cuando me desperté,
las damas habían volado y mis doscientos dólares también... Se lo conté a la Policía, y no
quisieron creerme...; dijeron que mi historia era pura imaginación. ¿Qué te parece?
ALAN.—(Meditando.) ¡Hum!
ALAN.—¿Sí?
HAL.—Bueno; eso es lo que pasó. ¿Qué quieres que haga un pobre bastardo como
yo, Seymour?
ALAN.—¿Yo?
HAL.—¡Sí! Un gran héroe, pero solo entre los postes de la meta. Tú fuiste el único
que me trataste como a un ser humano.
HAL.—Todos aquellos bastardos no hacían más que observarme para ver qué
tenedor usaba.
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ALAN.—¿Qué ocurrió?
HAL.—La vieja ni siquiera se presentó con la pasta para el funeral. Tuvieron que
enterrarle en Pouper's Row.
ALAN.—(Bastante deprimido por el relato de HAL.) Cuesta trabajo creer que la gente
pueda hacer cosas así, Hal.
HAL.—Bueno; no permitas que mis historias ennegrezcan tus gafas color de rosa.
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ALAN.—Esa impresión la tiene mucha gente, Hal.
HAL.—Este es un país libre, y yo tengo tantos derechos como cualquiera. ¿Por qué
no puedo abrirme camino?
ALAN.—No te preocupes, Hal. Te ayudaré todo lo que pueda. (La SEÑORA POTTS
sale por la puerta posterior de la casa de la SEÑORA OWENS.) Sinclair está contratando más
obreros, ¿no es así, señora Potts?
ALAN.—Si quieres ser presidente de una compañía, Hal, creo que tendrás que
trabajar mucho y esperar con paciencia.
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comprarlas.
FLO.—No; pero podríamos morirnos los demás. (Se oyen las voces de IRMA
KRONKITE y CHRISTINE SCHOENWALDER, que vienen en busca de ROSEMARY. Consideran muy
juvenil llamar a esta desde lejos.)
IRMA.—¡Rosemary Sydney!
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de conocerla, Christine. Bien venida, Irma.
MADGE.—Sí.
IRMA.—¡Eh, echa el freno! No fue nada serio. Era un buen muchacho; eso es todo.
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Acordamos que el que obtuviese la nota más baja en el examen final tendría que llevar al
otro al Stork Club... ¡y perdí yo! (Las maestras hacen mutis, riendo a carcajadas, mientras FLO
y la SEÑORA POTTS las siguen con la mirada.)
SEÑORA POTTS.—(En voz baja.) Flo, ¿por qué no invitamos a este muchacho al
"picnic"? Podría ser la pareja de Millie?
HAL.—¿Una excursión?
SEÑORA POTTS.—Sí.
MADGE.—Ya nos conocemos. Bueno; quiero decir que ya nos hemos visto.
HAL.—No comprendo.
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MILLIE.—Fue designada reina de Neewollah. Neewollah es Halloween al revés.
SEÑORA POTTS.—(Interviniendo
en la conversación.) Todos los años se celebra en
Memorial Hall una solemne ceremonia de coronación, con toda clase de canciones y
danzas artísticas.
HAL.—(Impresionado.) ¿Sí?
HAL.—¿No?
MILLIE.—¡Pues claro! Madge guisa, cose y hace todas las cosas que hacen las
mujeres. (Los dos echan a correr. MILLIE se lanza a través de la puerta del jardín, y HAL escala la
valla para adelantarse a ella.)
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FLO.—(Preocupada.) Alan...
ALAN.—Dígame.
ALAN.—Por una beca conseguida a través del fútbol. Hal tuvo una actuación
espectacular en un pequeño instituto de Arkansas.
ALAN.—Se les supone; pero a los clubs universitarios les agrada contar entre sus
miembros a los grandes atletas... por la notoriedad que les da. Y Hal podría haber sido
internacional...
FLO.—¿Bebe?
ALAN.—Un poco. (Esforzándose por quitar importancia a la cosa.) Señora Owens, Hal
me respeta mucho. Yo me ocuparé de que se porte bien.
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FLO.—Puede ser. Vamos, Helen. (Dirigiéndose a la SEÑORA POTTS en el momento en
que ambas entran en la casa por la puerta posterior.) ¡Oh querida!, ¿por qué no serán más
sencillas todas las cosas?
MADGE.—Lo supongo.
ALAN.—Mi padre te aprecia mucho, Madge. Estoy seguro de ello. (Pero ni el propio
ALAN da la impresión de estar convencido de la veracidad de lo que afirma.)
MADGE.—No lo creo.
ALAN.—Pues es cierto. ¡Son todas tan afectadas! Si querías salir con ellas, tenías
que avisarlas con un mes de antelación.
MADGE.—¿Sí?
MADGE.—(Conmovida.) Alan...
HAL.—(Entra en escena con cierto aire apologético. Está preocupado por algo y trata de
atraer la atención de ALAN.) ¡Eh, Seymour!...
ALAN.—(Enojado.) ¿Qué ocurre, Hal? ¿Es que no puedes sufrir que otro bese a una
chica bonita?
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HAL.—¿Qué diablos dices, Seymour?
HAL.—Yo no. Cuando era chico, estaba demasiado ocupado jugando a los dados
o robando botellas de leche.
HAL.—Está bien. Pero, si meto la pata, tendrás que hacer la vista gorda. (Hace
mutis, corriendo. ALAN ríe, y después vuelve al lado de MADGE.)
MADGE.—Muy bien.
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MADGE.—Está bien, Alan.
ALAN.—¿Por qué? No me importa que seas una realidad o no. Eres la muchacha
más bonita que jamás he conocido.
MADGE.—Pues así y todo, soy una realidad. (Cuando ALAN empieza a besarla, se oye
la bocina de un automóvil.)
MADGE.—Ya voy, mamá. (En el momento en que va a entrar en casa suena el silbato de
un tren en la lejanía. MADGE lo oye y se queda inmóvil, escuchando.)
TELÓN
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ACTO SEGUNDO
El mismo día, muy avanzada la tarde. El sol desciende hacia el ocaso, impregnando la
atmósfera de un radiante resplandor anaranjado.
MILLIE.—¡No lo dejes ahora, Ernie! (No oye la respuesta de ERNIE.) ¿Eh? (MADGE
entra, procedente de la cocina. MILLIE se dirige a ella.) Ernie está esperando al resto de la
banda para practicar. Van a tocar esta noche en el parque.
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MILLIE.—Gracias. (Pausa.) Madge, ¿cómo hablas tú a los chicos?
MADGE.—(Con el pensamiento en otra parte.) Creo que esta noche me pintaré las
uñas de los pies y me pondré sandalias.
MADGE.—¿De veras?
MADGE.—Todos los chicos que ves te parece que tienen algo terrible.
MILLIE.—Alan nos llevó al Hi Ho, y allí había una pandilla de chicas, en la caseta
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del fondo, Juanita Badger y sus amigas. (Al oír este nombre, MADGE emite un gruñido.) En
cuanto le vieron, empezaron a reírse, a hacer monadas y a decir toda suerte de tonterías.
Juanita Badger se me acercó y me dijo bajito: "Es la cosa más estupenda que he visto en
mi vida." ¿Lo es, Madge?
MADGE.—(Con cautela.) Desde luego, yo no diría que es "la cosa más estupenda
que he visto en mi vida".
FLO.—(Saliendo de la cocina.) Ahora es cuando digo que tengo dos hijas guapas de
verdad.
MILLIE.—Dices
que soy bonita solo porque eres mi madre. Las personas a quienes
amamos siempre nos parecen bellas, pero a quienes lo son de verdad todo el mundo las
ama.
FLO.—Ve a buscar a Helen Potts para que vea lo guapa que estás.
MILLIE.—(En una vehemente parodia de sí misma.) ¡He aquí a Millie Owens, la gran
belleza de todos los tiempos! ¡Preparaos para desmayaros en cuanto la veáis! (Trepa por
el lateral del porche de la SEÑORA POTTS y desaparece.)
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FLO.—(Sesienta en uno de los sillones del porche.) ¿Dónde tendría yo la cabeza para
dejar a Helen Potts que pidiese a ese vagabundo que acompañe a Millie durante la
excursión?
FLO.—Sí,a Hal o como se llame. Ha dejado todas las toallas del cuarto de baño
más negras que la pez. Y además ha dejado levantada la tapa.
FLO.—¡Madge! Me confundes... (Entran las tres maestras, por la derecha del primer
término. Vienen bastante cansadas de su fiesta. En contraste con su alegre mutis del acto
primero, su actual estado de ánimo resulta lúgubre, como si hubiesen esperado algo más de su
vuelta a casa y esa esperanza hubiera resultado fallida.)
IRMA.—No mucho. Cada una de nosotras hemos tenido que pagarnos la comida.
Luego, hemos estado jugando al "bridge" toda la tarde. (Confidencialmente, a ROSEMARY.)
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Me aburre jugar al "bridge".
CHRISTINE.—A mí me dieron una chuleta de cerdo que casi todo era gordo. ¿Y a
vosotras?
ROSEMARY.—¡Naturalmente!
IRMA.—¡Muy bien hecho! (Hay una pausa.) Creo que ya va siendo hora de que
alguien se fije en mi vestido nuevo, ¿no?
IRMA.—¿Recuerdas
aquel vestido de crespón, con espalda de satén, que usé el año
pasado? ROSEMARY.—¡No me digas!
IRMA.—(Este elogio parece aplacar un tanto a IRMA, cuyo rostro resplandece. Pero se
produce un silencio embarazoso, durante el cuál a nadie se le ocurre añadir nada.) Bueno...; ya
es hora de que nos marchemos, Christine. Rosemary tiene una cita. (A ROSEMARY.)
Vendremos a buscarte por la mañana. No te retires muy tarde. (Se dirige al fondo de la
escena y espera a CHRISTINE junto a la puerta del jardín.)
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que te conozco de toda la vida, a pesar de haber sido esta la primera vez que nos hemos
visto.
FLO.—(Incrédula.)
¿Madge? (La conversación es interrumpida por la excitada aparición
de la SEÑORA POTTS, que llega de su casa. En pos de ella viene MILLIE, que trae otro pastel.)
SEÑORA POTTS.—¡Es un milagro! ¡Eso es, un verdadero milagro! Jamás creí que
Millie pudiera ser tan bonita... Es como una película que vi una vez de Betty Grable..., ¿o
era Lana Turner? Bueno, el caso es que hacía de secretaria de un importante hombre de
negocios. Llevaba gafas, se aplastaba el cabello y los hombres no le hacían el menor
caso. Un buen día se quitó las gafas, y el jefe se quiso casar en seguida con ella... Ahora,
todos los muchachos van a enamorarse de Millie.
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SEÑORA POTTS.—¿Cómo es eso, Flo?
MILLIE.—Hal.
ROSEMARY.—¿Quién?
FLO.—El joven que ha estado trabajando en casa de Helen ha resultado ser amigo
de Alan.
SEÑORA POTTS.—Una vieja como yo, si desea recibir las atenciones de los jóvenes
en una excursión, todo lo que puede hacer es cocer un pastel...
SEÑORA POTTS.—Me siento un poco excitada, Fio. Creo que nosotras organizamos
excursiones para que nos sirvan de pretexto... para que ocurra algo interesante en
nuestras vidas.
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un nombre delgadito y de corta estatura, que se acerca rápidamente a la edad media. Comerciante
de pueblo, tiene en los labios una permanente sonrisa de salutación que, la mayor parte de las
veces, es bastante sincera.)
FLO.—Hola, Howard.
ROSEMARY.—(Su tono debe dar a entender claramente que no es mujer que se someta a
ningún hombre.) Me parece que podías haberte dejado puesta la chaqueta.
MADGE.—Hola, Howard.
FLO.—Cuando los negocios son buenos, las cosas marchan bien para todo el
mundo.
FLO.—A las cinco y media. Me lo has preguntado una docena de veces. (Se oye el
ruido de unos automóviles que se aproximan, y FLO mira a lo lejos, fuera de la escena, por la
derecha.) ¡Alan ha traído los dos coches! (MILLIE entra corriendo en la casa.)
SEÑORA POTTS.—(A FLO.) Algún día la veremos a usted paseando en ese gran
Cadillac...
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FLO.—Siéntese un momento, Alan.
ALAN.—He traído los dos coches. He pensado que Hal y Millie pueden llevar las
cestas en el Ford. Hal lo está estacionando ahora. (A MADGE, que está sentada en la baran-
dilla del porche de la SEÑORA POTTS.) ¡Hola, preciosa!
MADGE.—¡Hola, Alan!
FLO.—¿Es un conductor prudente, Alan? (Esta pregunta queda sin respuesta. HAL
llega corriendo, tirándose, molesto, de las hombreras de la chaqueta, y gritando con voz que en
tiempos pasados atronó los aposentos de la Universidad.)
HAL.—¡Eh,
Seymour! Mira, soy un chicarrón. Soy mucho más corpulento que tú.
No puedo usar tu chaqueta.
ALAN.—Pues quítatela.
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HAL.—(Expansivamente, como si hiciese un anuncio de interés público.) Esta damita se
apiadó de mí cuando prácticamente estaba muñéndome de hambre. Tuve un tropiezo
mientras viajaba. Dos tipos me despojaron hasta del último céntimo.
HAL.—(Con innecesaria seriedad.) Siento el más profundo respeto por las maestras,
señora. Es un trabajo durísimo y no muy bien pagado. (ROSEMARY no sabe si esto es un
cumplido o no.)
HAL.—(A HOWARD, con suma seriedad.) Caballero, iremos tan pronto como
tengamos una fecha libre. (Ve a MILLIE.) ¡Eh, pequeña! (Ejecuta una complicada imitación de
la zambullida del cisne y va a parar junto a la muchacha, en el porche.) Hoy te has puesto un
poco más morenita, ¿eh? (Volviendo a los demás.) Tenían que haber visto ustedes a Millie
esta mañana. Ejecutó un espléndido salto de carpa desde el trampolín alto.
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FLO.—No. Ese vestido te lo he hecho para cuando vayas al baile este otoño. (La
atención vuelve a centrarse en HAL, y MADGE continúa sentada, inadvertida, observándole.)
HAL.—Supongo que debería disculparme por mi aspecto. Pero el caso es que esos
tipos, de quienes les hablé antes, también se llevaron todas mis ropas.
SEÑORA POTTS.—Sí, Fio. He contratado los servicios de una niñera. (Ríen todos.)
HAL.—Me dijo: "Hijo mío, el hombre necesita en su casa un par de botas, porque
tiene que dar muchos puntapiés."
y te cubre de improperios.
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(HAL sonríe y explica orgullosamente.) Es un pequeño poema que compuso él
mismo. Me dijo: "Hijo, habrá ocasiones en que lo único de que podrás sentirte orgulloso
será el hecho de que eres un hombre. Lleva esas botas para que la gente te oiga llegar, y
manten los puños cerrados cuando llegues allí para que vean que no bromeas." (Ríe.) Mi
viejo era un hombre lapidario.
HAL.—¡Hola!
HOWARD.—¡Ah!
ALAN.—(Sabiendo que es preferible dejar que HAL siga hablando.) Disculpa, Hal.
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eso sí lo he aprendido bien. Y, desde luego, estoy muy agradecido a Alan y a su... (Re-
flexiona un instante y utiliza la palabra "padre" en lugar de la de "viejo".) padre por darme
esta oportunidad.
HOWARD.—Esta es una buena ciudad para los negocios. Cualquier joven puede
llegar lejos.
ALAN.—No podrá.
SEÑORA POTTS.—Y en la iglesia baptista hay una clase de Biblia para los jóvenes.
(HAL ha estado dando vueltas a estos planes para su futuro. Ahora tranquiliza a todos.)
HAL.—¡Oh!, desde luego, ingresaré en esos clubs, iré a la iglesia y haré todas esas
cosas.
MILLIE.—Si viese cómo se acicala Madge... Utiliza unas seis clases de crema facial
y se empolva de pies a cabeza, y luego se frota con perfume debajo de las orejas para dar
sensación de misterio. Emplea su buena media hora en pintarse los labios. No estará
lista antes de varias horas.
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el hielo y meter las cestas en el coche. (La SEÑORA POTTS hace mutis en la casa.)
ALAN.—(A HAL, al marcharse.) Cuida tus modales, Hal. (ALAN y FLO inician el
mutis.)
MILLIE.—(No sabiendo qué hacer a solas con HAL, corre hacia su madre.) ¡Mamá!
MILLIE.—Yo
quiero mucho a la señora Potts. Cuando vaya al cielo, me gustaría
que todo el mundo fuese como ella.
MILLIE.—Bueno, lo intentaré.
HAL.—Una vez trabajé de modelo. (Adopta una "pose".) ¿Qué te parece? (MILLIE
mueve la cabeza.) ¿Y esta otra? (Se sienta en un tocón, adoptando otra "pose".) ¿Está bien así?
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HOWARD.—Preciosa, ¿verdad?
HAL.—(Impresionado.) ¿Quieres decir que has leído "todo" un libro en una sola
tarde?
MILLIE.—No tiene mucha trama. Es lo que una siente cuando lo lee..., una especie
de calor por dentro... y tristeza y regocijo..., todo al mismo tiempo.
HAL.—Ya..., desde luego. (Al cabo de un momento.) Me gustaría tener más tiempo
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para leer libros. (Orgullosamente.) Eso es lo que voy a hacer en cuanto ordene definitiva-
mente mi vida. Leeré los mejores libros... y escucharé la mejor música. Un hombre se
debe eso a sí mismo. (MILLIE continúa dibujando.) Yo solía salir con una chica que leía
libros. Ingresó en el Club del Libro del Mes, y la tenían todo el tiempo leyendo libros...
Apenas acababa de leer uno, cuando ya le habían mandado otro.
MILLIE.—Claro que sí. (Con timidez.) También escribo poesías. He escrito poemas
que no se los he enseñado a nadie.
HOWARD.—(Regresa con una botella en la mano.) Joven, ¿le gustaría echar un trago
de esto?
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HOWARD.—¿Quién va a vernos, cariño? Todo el mundo se ha ido de excursión al
parque.
ROSEMARY.—(Se echa un buen trago al coleto y pone cara de circunstancias.) ¡Uf! ¡Un
poco de agua!
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HOWARD.—Millie, chiquilla, me gustaría ofrecerte un trago, pero supongo que tu
madre pondría el grito en el cielo.
MILLIE.—¡Ojos que no ven, corazón que no siente! (Tiende la mano hacia la botella.)
HAL.—(Apoderándose de ella antes.) No, pequeña. ¡Deja eso! (Echa otro trago.)
HAL.—(Con una especie de respetuoso temor.) Es una de esas chicas que se hacen
respetar de los hombres.
HOWARD.—Mire cómo se pinta sus lindos labios. Me parece que, cuando Dios ha
hecho una muchacha tan bonita como ella, lo habrá hecho con algún objeto, y ya es hora
de que esa chica descubra cuál es ese objeto. (Se le ocurre una idea) Mire, hijo: si sufre
mucho, yo conozco un par de chicas en el hotel...
ROSEMARY.—(Mirando recelosa a los dos hombres.) ¿De que están ustedes hablando?
ROSEMARY.—Me extraña.
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entrada? (Se corren los visillos de la ventana de MADGE.)
ROSEMARY.—¡Bah! Cuando yo era más joven era tan bonita como ella.
HOWARD.—Cariño, yo no sé bailar.
ROSEMARY.—Por mí, adelante. (HOWARD se vuelve hacia HAL, y, riendo, los dos
hombres se ponen a bailar juntos, realizando HAL una versión personalísima de la dama recatada.
A ROSEMARY la irrita la pantomima.) ¡Basta!
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MILLIE.—Bueno..., pero nunca he bailado con chicos. Y siempre he llevado a mi
pareja.
HAL.—No tienes más que relajar los músculos y seguir los pasos que yo dé. Ven a
probar. (Bailan los dos, pero MILLIE es presa de un paralizador sentimiento de inseguridad que se
refleja en su manera de bailar. HOWARD, danzando con ROSEMARY, se divierte como puede.)
ROSEMARY.—La orquesta está tocando. Hay que bailar con alguien, ¿no? (Los dos
reanudan un inseguro balanceo.)
ROSEMARY.—(Bailando.)
¡Señor, cómo me gusta bailar! En la escuela, los chicos me
llamaban la "Loca de la Danza". Casi todas las noches iba al baile.
SEÑORA POTTS.—(Sale
de la cocina y se sienta a mirar a los bailarines. También se
asoman FLO y ALAN, que se quedan en el umbral, observando la escena.) ¡Yo no puedo per-
manecer en la cocina habiendo baile!
HAL.—(Interrumpe
la danza para dar las oportunas instrucciones.) Ahora fíjate bien,
pequeña: tienes que recordar que yo soy el hombre y tú tienes que seguir los pasos que
yo dé.
ROSEMARY.—(Reviviendo
sus días juveniles, como en un sueño.) Una noche fui a un
gran baile. Era el día de San Valentín. ¡Bailé tanto, que me desmayé! Fue entonces
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cuando empezaron a llamarme la "Loca de la Danza".
HAL.—Con soltura, ¿ves? Un poco de aquí... y otro poco de allí. (HAL hace
chasquear los dedos, en ágil y sensible respuesta al ritmo.)
MILLIE.—¡Cómo me gustaría hacer eso! (La música adquiere un ritmo más lento y
sensual. HAL y MILLIE dejan de bailar y escuchan.)
MADGE.—Gracias, Howard.
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ROSEMARY.—(Arrancando a HOWARD de brazos de MADGE.) Creí que no sabías
bailar... (MADGE baja al jardín y observa a HAL y MILLIE.)
HAL.—(Se vuelve y ve bailar a MADGE.) ¡Eh! (A cierta distancia uno del otro, haciendo
chasquear los dedos al ritmo de la música, los cuerpos de HAL y MADGE responden a la cadencia
sin tocarse. Luego, se acercan lentamente, bailando, y HAL la toma en sus brazos. La danza tiene
algo de rito primitivo, destinado a unir a los dos jóvenes. Los demás contemplan la escena con
silenciosa solemnidad.)
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ellas.
ROSEMARY.—Esta noche hemos aprobado una nueva ley. Todos los hombres que
se encuentran aquí tienen que enseñarnos las piernas.
ROSEMARY.—Pues ahora le toca bailar conmigo. (A HAL.) Puede que sea una
maestra solterona, pero puedo llevarle el paso. ¡Aupa, "cowboy"! (Un tanto embriagada,
estimulada por la prestancia física de HAL, ROSEMARY prescinde de todo convencionalismo y
abraza estrechamente al joven, pegando su mejilla a la de él e incrustando las caderas en el cuerpo
de su raptada pareja. Se percibe claramente que HAL está lleno de confusión y repugnancia.)
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HAL.—(Raras veces se ha sentido tan incómodo.) Señora, me parece que ya no tengo
ganas de bailar.
HAL.—Señora...
HAL.—Yo..., yo... (Se desprende violentamente de los brazos de ROSEMARY; pero la mano
de esta, todavía aferrada a su camisa, arranca una tira de la camisa al separarse de ella el joven.
HOWARD interviene.)
ROSEMARY.—(Con voz sepulcral.) ¿Jóvenes? ¿Qué quieres decir con eso de que son
"jóvenes"?
SEÑORA POTTS.—¡Millie!
MILLIE.—Quiero morirme. (Todos los ojos se han vuelto ahora hacia MILLIE, mientras la
muchacha corre a la puerta de la cocina.)
MADGE.—¡Millie!
HAL.—Serenidad, pequeña.
MADGE.—(Ofendida.) ¡Millie!
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MILLIE.—(Sollozando.) Madge es la guapa..., Madge es la guapa. (MILLIE se precipita
hacia la puerta de la cocina, seguida de la SEÑORA POTTS.)
HOWARD.—Mira, cariño...
ROSEMARY.—(A HAL, acusadora y desafiante.) Millie era su pareja. Usted tenía que
haber cuidado de ella. Pero estaba demasiado ocupado haciendo carantoñas a Madge.
HOWARD.—Cariño...
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ROSEMARY.—(Enfrentándose con HAL, acercándose más y más a él a medida que va
lanzándole sus acusaciones.) ¡Conque millonario aristocrático!, ¿eh? Usted no reconocería a
un millonario aristocrático aunque le escupiese en la cara. Presumiendo de padre..., y
apostaría cualquier cosa a que no fue mejor que usted... ( HAL está como paralizado.
HOWARD sigue intentando razonar con FLO.)
ROSEMARY.—(Muy cerca de HAL.) Usted cree que por el solo hecho de ser hombre
puede llegar aquí y llevarse lo que le guste. Usted cree que por el simple hecho de ser
joven puede apartar violentamente a los demás sin la menor consideración. Usted cree
que solamente porque es fuerte puede mostrarnos sus músculos y nadie se percatará del
lastimoso espécimen que es usted. Pero no será joven eternamente. ¿Ha pensado alguna
vez en eso? ¿Qué será entonces de usted? Terminará sus días en el arroyo, y le estará
bien empleado, porque es del arroyo de donde viene y al arroyo pertenece. (Ha pegado su
rostro al de HAL, y le está literalmente escupiendo las últimas palabras antes que HOWARD, al
fin, se apodere de ella, casi como para protegerla de sí misma y, sujetándole los brazos, se la lleve
de allí.)
HOWARD.—Ha sido culpa mía, señora Owens. Toda la culpa ha sido mía. (ALAN
sale al porche, acompañando a una MILLIE completamente serena.)
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continúa callado.)
FLO.—Ve a cambiarte en seguida. ¿Lo oyes? Luego irás con Rosemary y Howard.
(MADGE entra corriendo en la casa.)
ALAN.—Señora Bevans, diga a Madge que la veré allí. Hal, las cestas están en el
Ford. En marcha. (HAL no se mueve. ALAN sale precipitadamente.)
FLO.—Millie, querida, ¿te encuentras mejor? (FLO y MILLIE hacen mutis por el paseo,
a la derecha.)
SEÑORA POTTS.—(A HAL.) Joven, usted puede seguirnos para no extraviarse. (La
SEÑORA POTTS sale en pos de los otros. Se oye partir al Cadillac. HAL permanece sentado en el
extremo del porche, silencioso y abatido. HOWARD y ROSEMARY están en el jardín, junto a la casa
de la SEÑORA POTTS.)
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MADGE.—Baila usted maravillosamente...
HAL.—(Sigue sin levantar la cabeza, con el rostro entre las manos.) Ya.
HAL.—Mire, jovencita: en este momento estoy de muy mal humor. (Se levanta
bruscamente y se aparta de ella, con las manos hundidas en los bolsillos. No se encuentra a gusto
a su lado, pues está temblando de ira por el insulto recibido.)
MADGE.—No debe hacer caso de la señorita Sydney. ( HAL guarda silencio.) Mujeres
así me hacen odiar a todo el sexo femenino.
HAL.—Escuche, jovencita: voy a sincerarme con usted. Cuando tenía catorce años
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pasé un año en un reformatorio. ¿Qué le parece eso?
MADGE.—¿De verdad?
HAL.—¡Pues claro!
HAL.—Porque robé una motocicleta. ¡Sí! La robé. La robé porque deseaba montar
en aquel maldito trasto para irme muy de prisa y muy lejos, a donde nadie pudiera
alcanzarme.
MADGE.—Creo que... casi todos los muchachos sienten alguna vez ese deseo.
HAL.—Bueno...; esa es la historia de Hal Carter, pero nadie ha hecho todavía una
película de ella.
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HAL.—(Con humilde apreciación.) Niña...
TELÓN
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ACTO TERCERO
ESCENA PRIMERA
Es después de medianoche. En un cielo intensa y sombríamente azul brilla una luna llena,
grande e hinchada, que arroja una pálida luz sobre la escena.
ROSEMARY.—¿Eh?
ROSEMARY.—¿Eh?
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HOWARD.—No digas tonterías, cariño.
ROSEMARY.—No puedes marcharte sin mí. No; después de lo ocurrido esta noche.
Eso no es ninguna tontería.
ROSEMARY.—Llévame contigo.
HOWARD.—(Escandalizado.) ¡Cariño!
ROSEMARY.—Sí que lo soy. Esta noche soy yo misma, más que nunca. Llévame
contigo, Howard. De lo contrario, no sé qué haré conmigo. Lo digo en serio.
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HOWARD.—No te entiendo. Cuando empezamos a salir juntos eras la chica más
distraída que he conocido, siempre con la risa en los labios.
ROSEMARY.—(Le retiene, sujetándole del brazo.) Ven aquí, Howard. Yo tampoco soy
una pollita. Quizá tenga algún año más de los que crees. Yo también he formado mis
hábitos. Pero los puedo alterar. Pueden alterarse. No es bueno vivir así, en habitaciones
alquiladas, reuniéndose todas las noches a cenar con un puñado de solteronas, para vol-
ver luego sola a casa.
ROSEMARY.—En la mía hay demasiadas. Todos los años me digo que ese será el
último, que algo sucederá. Y nunca sucede nada..., excepto que cada vez me vuelvo un
poco más loca.
HOWARD.—(Desesperanzado.) Y bien...
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ROSEMARY.—Un pozo es un agujero en el suelo, Howard. Ten cuidado, no vayas a
caerte en él.
ROSEMARY.—(Le coge del brazo y le mira fijamente a los ojos.) Tienes que casarte
conmigo, Howard.
ROSEMARY.—Pues hazlo.
HOWARD.—Es que...
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HOWARD.—No me casaré con una mujer que dice: "Tienes que casarte conmigo,
Howard." No, no me casaré. (Guarda silencio. ROSEMARY vierte patéticas lágrimas. Poco a
poco, HOWARD reconsidera la cuestión.) Si una mujer quiere que me case con ella..., lo
menos que puede decir es "por favor".
ROSEMARY.—(Desesperada.) ¡Oh Dios mío! Por favor, Howard, cásate conmigo. Por
favor... (Cae de rodillas.) Por favor..., por favor...
ROSEMARY.—¿Palabra?
ROSEMARY.—¡Oh Dios mío! Por favor, cásate conmigo, Howard. Por favor.
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momentos. Entra MADGE corriendo, por la derecha, con el rostro oculto entre las manos, sollo-
zando. HAL la sigue de cerca. La alcanza en el momento en que MADGE llega a la puerta, y la
sujeta por la muñeca. Ella se le resiste, furiosa.)
MADGE.—Déjame.
HAL.—Por favor, nena. Si pensase que por mi culpa eres desdichada, yo...
preferiría morir.
HAL.—Algunas veces hago cosas muy impulsivas. (MADGE hace intención de entrar
en la casa.) ¿Te veré mañana?
MADGE.—No sé.
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HAL.—Podría verte entonces. ¿Qué te parece? Podría venir a buscarte y...
MADGE.—Y yo también.
HAL.—¡Te lo suplico!
MADGE.—¿Prometes no sujetarme?
MADGE.—Está bien (Se acerca lentamente a él, le toma el rostro entre las manos y le
besa. El beso se prolonga. Las manos de HAL empiezan a moverse nerviosamente, hasta que, por
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último, enlazan a la joven. Su mutua pasión se reaviva. Luego MADGE lanza un grito ahogado, se
desprende de los brazos de HAL y corre hacia la casa sollozando.) No, no. Lo prometiste. No
quiero verte más. Antes prefiero morir. (Atraviesa corriendo la puerta principal, dejando a
HAL presa de profundo desprecio a sí mismo. Se golpea los puños uno contra otro, patea el suelo
con los tacones de sus botas y se marcha, maldiciendo la hora en que vino al mundo.)
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ESCENA SEGUNDA
MILLIE.—No.
MILLIE.—No.
FLO.—¡Santo Dios! Anoche no pude sacarle dos palabras: tal era su llanto. Ahora
se ha encerrado con llave en su habitación.
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FLO.—¡Yo sé dónde debería estar! ¡Debería estar en la cárcel! ¡Y allí irá a parar si
vuelve a aparecer por aquí!
ROSEMARY.—(Nerviosa
e insegura.) Dijo que a lo mejor venía esta mañana. Señora
Owens, estoy guardando en el ático mi ropa de verano. ¿Podría venir alguien a
ayudarme?
CHRISTINE.—Opino que una maestra debe presentarse bien vestida el primer día
de clase, para dar a los estudiantes una impresión favorable desde el primer momento.
MILLIE.—Hola.
MILLIE.—Suba si quiere.
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CHRISTINE.—(A MILLIE.) Anoche no vimos a Madge en la excursión.
MILLIE.—¡Cállate, idiota!
BOMBER.—Mi hermano los ha visto debajo del puente. Alan Seymour los estuvo
buscando por toda la ciudad. Tu hermana siempre se ha dado muchos aires, pero yo
sabía que le gustaban los chicos. (Ve acercarse a ALAN más allá de la casa de la SEÑORA
OWENS, y se aleja rápidamente.)
MILLIE.—Algún día mataré realmente a ese vil bastardo. (Se vuelve y ve a ALAN.)
ALAN.—Esperaré.
MILLIE.—(Se sienta en el tocón y se dirige a ALAN con mucha timidez.) Yo... quiero
decirte que siempre he estado encariñada contigo. ¿No lo sabías?
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MILLIE.—(Se percibe claramente su soledad.) No espero que puedas hacer nada, pero
quería decírtelo. (Llega HOWARD, que atraviesa apresuradamente la puerta del jardín, muy
trastornado. Se dirige a MILLIE.)
MILLIE.—Será mejor que le dé una voz desde el pie de la escalera. ( HOWARD está a
punto de penetrar en la casa, pero retrocede al oír las siguientes palabras de MILLIE.) Están todas
arriba.
MADGE.—Hola, Alan.
ALAN.—Madge, sea lo que fuere lo que haya sucedido..., no ha sido culpa tuya.
Conozco a Hal cuando ha bebido. Pero ya he hecho que se ocupen de él. No volverá a
molestarte.
MADGE.—¿Sí?
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ALAN.—En la Universidad me pasaba la mitad de la vida sacándole de líos. Sabía
que no había tenido mucha suerte y me daba pena. Y ya ves cómo me lo agradece.
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cuando se ha convencido de que no le verá nadie, corre a meterse en el cobertizo.)
ROSEMARY.—(Durante lo anterior.) ¡Qué modesta es! Una chica tan guapa como
Madge puede navegar por la vida sin preocupaciones. (ALAN se aleja del grupo y va en pos
de MADGE. A su vez, FLO también se aparta de los demás y se dirige hacia MADGE. ROSEMARY
sigue a FLO.) Señora Owens, he dejado mi bolsa de agua caliente en el armario y los
rizadores están en el cuarto de baño. Pueden ustedes quedarse con ellos. He guardado el
resto de mis cosas en el ático. Howard y yo vendremos a buscarlas cuando nos hayamos
instalado. Cherryvale no está tan lejos de aquí. Podremos seguir siendo buenas amigas,
como hasta ahora. (HAL asoma cautelosamente la cabeza desde la puerta de la leñera y atrae la
atención de MADGE, que se sobresalta al verle.)
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ROSEMARY.—Irma, encárgate de decirle a Linda Sue que se ponga en contacto con
la señora Owens.
IRMA.—Así lo haré.
FLO.—Gracias, Rosemary.
HOWARD.—(Un poco desasosegado.) ¡Vamos, cariño! (ALAN coge ¡as maletas de manos
de HOWARD. A ALAN.) El hombre tiene que formar un hogar alguna vez.
ALAN.—Naturalmente.
ROSEMARY.—(A MADGE y ALAN.) Espero que sean tan felices como vamos a ser
Howard y yo. (Volviéndose a la SEÑORA POTTS.) Ha sido usted una amiga maravillosa,
señora Potts.
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MILLIE los siguen, todas lanzando puñados de arroz y dando voces.)
TODAS.—(Saliendo.)
¡Los Ozarks están preciosos en esta época del año! —¡Que
sean muy felices! —¡Vivan los novios! — ¡Se lleva una mujer maravillosa! —¡Se lleva un
hombre maravilloso!
HAL.—¡Nena!
HAL.—El
padre de Seymour me ha echado encima a los guardias. Me ha acusado
de haberle robado el coche. Tuve que dejar fuera de combate a uno de aquellos
bastardos y cruzar el río a nado para librarme de ellos. Si me echan el guante, voy a
pasarlo mal.
MADGE.—(Ve ahora las cosas de manera un poco diferente.) Has nacido para estar
siempre metido en atolladeros...
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HAL.—Nena, tenía que decirte adiós.
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has tomado?
HAL.—(Conteniendo a ALAN, sin querer luchar con él.) Escucha, muchacho: no quiero
pelear contigo. Eres el único amigo que he tenido en mi vida.
ALAN.—Ya no somos amigos. Y no te temo. (Se abalanza sobre HAL, pero este es muy
superior a él en fortaleza y agilidad, y le sujeta rápidamente los brazos a la espalda, derribándole
al suelo. IRMA y CHRISTINE contemplan excitadamente la escena desde la puerta del jardín. La
SEÑORA POTTS está sobrecogida de temor, ALAN lanza un grito de dolor.) ¡Suéltame, maldito
vagabundo! ¡Suéltame!
FLO.—(A HAL.) ¡Suéltele ahora mismo! (Pero ALAN ha de admitir su derrota. HAL le
suelta, y aquel se retira al escalón de la puerta posterior de la casa de la SEÑORA POTTS. Allí se
sienta, con las manos en el rostro, sufriendo la más profunda humillación. Se oye a lo lejos el
silbido de un tren. HAL corre al lado de MADGE.)
HAL.—No estés enfadada, nena, por favor. Estabas allí, a mi lado, tan bonita,
diciendo aquellas cosas tan dulces, que yo... Bueno, creí que también me querías, nena.
Lo creí.
FLO.—(Indignada.) ¡Madge!
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desde el fondo. FLO trata alternativamente de atender a ALAN y de desembarazarse de HAL.)
MADGE.—¿Qué?
HAL.—Pocas.
MADGE.—¿De veras?
HAL.—Y tú eres una mujer, cariño, lo sepas o no lo sepas. Eres una mujer viva y
verdadera. (Se oye en la distancia el estridor de la sirena de la Policía. FLO, la SEÑORA POTTS y
MILLIE se llenan de alarma.)
HAL.—¿Me..., me amas?
MADGE.—(Llenándosele los ojos de lágrimas.) ¿Y de qué sirve eso aunque así sea?
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HAL.—Yo soy un pobre bastardo, mi vida. Tengo que reclamar en este mundo las
cosas que son mías. Dame un beso de despedida. (La toma en sus brazos y la besa.) Vente
conmigo, cariño. Me dan una habitación en los bajos del hotel. Es un poco pequeña, pero
la compartiríamos hasta que encontrásemos algo mejor.
HAL.—(A MADGE.) Cuando oigas partir de aquí a ese tren, sabiendo que me voy
en él, tu pobre corazón estallará, porque tú me amas. ¡Sí, maldita sea! Me amas, me
amas, me amas. (Estampa un beso final en los labios de MADGE, y luego echa a correr para coger
el tren. MADGE se deja caer al suelo, sin fuerzas, cuando él la suelta. FLO acude rápidamente al
lado de su hija para consolarla.)
FLO.—Levántate, hija.
MADGE.—¡Oh mamá!
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amor que se siente? ¿Dónde se puede colocar?
FLO.—Alan, venga a cenar esta noche. Tendremos pastel de batata y todas las
cosas que tanto le gustan.
FLO.—¿Cómo?
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FLO.—(Reanudando el hilo de la vida.) Prepárate para ir a la escuela, Millie.
FLO.—(Despectivamente.) ¡Hum!
FLO.—Yo conservaré en mi casa las cosas tal y como están, gracias a Dios.
SEÑORA POTTS.—No, si hubiese en ella un hombre, Flo. Ese joven entró por la
puerta y de pronto todo fue diferente. Pasaba por las habitaciones, tan pequeñitas, como
si todavía estuviese en los grandes espacios abiertos, y hablaba con voz retumbante, que
hacía temblar al cielo raso. Todo lo que hacía me recordaba que había un hombre en la
casa, y eso me parecía bueno.
FLO.—(Excéptica.) ¿Sí?
SEÑORA POTTS.—Espera a ser un poco mayor antes de repetir eso, Millie, chiquilla.
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harán perder el sentido a la gente.
MILLIE.—(Victoriosamente.) Seré tan grande y tan famosa, que nunca tendré que
enamorarme.
MILLIE.—(Encendida de ira.) Si cree que puede irse tan tranquilo después de eso,
está loco. (Coge un palo para castigar al ofensor.)
FLO.—¡Millie! ¡Millie! Ya eres una chica mayorcita. (MILLIE lo piensa mejor, suelta el
palo e inicia el mutis.)
SEÑORA POTTS.—Pues claro que volverá, Fio. Regresará para Navidad y llevará a
la muchacha al baile del Club de Campo. Se casarán y vivirán felices el resto de sus días.
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FLO.—(Con ansiedad.) Escucha, Madge; Alan volverá para Navidad. Te llevará al
baile del Club de Campo. Te haré otro vestido nuevo y...
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SEÑORA POTTS.—¿Podría alguien haberla detenido a usted, Flo? (FLO lanza a la
SEÑORA POTTS una mirada de comprensión.)
FLO.—(Siguiendocon la mirada a su hija en la lejanía.) ¡Es tan joven! Hay tantas cosas
de las que me proponía hablarle y nunca encontré ocasión oportuna para ello...
SEÑORA POTTS.—Ten paciencia, mamá. (Empieza a subir los escalones del porche
posterior de su casa. FLO continúa en la puerta del jardín, con la mirada prendida en la lejanía.
Telón.)
FIN
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