3 Sofistas Mio
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Según J. Touchard, en su Historia de las ideas políticas, las grandes ideas de la Atenas
democrática son: la democracia (igualdad política, igualdad social y gobierno del pueblo), la
libertad (libertad personal —respecto a toda sujeción a otras personas o grupos— mediante la
ley, pero sujeción a la ley) y la ley. La ley—único soberano permanente, puesto que las
magistraturas son dispersas, efímeras e incluso se sortean— central la mayor parte de las
discusiones.
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preparación idónea para el ateniense que pretendía triunfar en política? Un político
necesitaba, indudablemente, ser un buen orador para manejar a la masa. Necesitaba,
además, poseer ciertas ideas acerca de la ley, acerca de lo justo y lo conveniente, acerca
de la administración y el Estado. Este era precisamente el tipo de entrenamiento que
proporcionaban las enseñanzas de los sofistas.
2. CARACTERÍSTICAS DE LOS «SOFISTAS»
En el hervidero de ideas y polémicas que era Atenas, aparecen los sofistas, todos ellos
extranjeros, enormemente cultos y conocedores —a través de sus numerosos viajes— de
las diversas formas de pensar y vivir de los demás griegos. Aportan nuevas ideas, que
serán acogidas con entusiasmo por los jóvenes y encontrarán la oposición de los que
mantienen la visión más tradicional. Su influencia será grande, y se aprecia incluso en
autores como Eurípides, Heródoto y Tucídides. La reacción está representada por
Sófocles —fiel a la religiosidad popular— o Aristófanes. Este ultimo resulta un caso
extraño, puesto que siendo acérrimo defensor de la tradición y enemigo de las nuevas
ideas, no tiene inconveniente de burlarse de la religión en sus comedias. En Las nubes se
burla con indudable gracia de los sofistas, situando a Sócrates —equivocadamente,
quizá— como uno de ellos.
La palabra «sofista» (sophistés) fue, al principio, un sinónimo de «sabio» (sophos), y
Heródoto, por ejemplo, la emplea para referirse a Solón y a Pitágoras. Sólo más tarde
adquirirla el sentido peyorativo de hábil engañador (ya en los diálogos de Platón).
Se denomina «sofistas» a un conjunto de pensadores griegos que florecen en la segunda
mitad del siglo V a. de C. Los sofistas tuvieron presente las nuevas necesidades
planteadas por la democracia de Atenas, su filosofía se centró en el hombre. Pero su
filosofía no fue especulativa, sino práctica. Se dedicaron a lo que hoy día llamamos
filosofía de la cultura (política, religión, lingüística, sociología...) y a la moral.
Los sofistas eran extranjeros en Atenas («metecos»), por lo que no podían intervenir
directamente en la política de la ciudad.
Suelen destacarse dos rasgos sobresalientes:
• Su actividad fue muy grande. En primer lugar, fueron educadores de la juventud,
creando un modelo renovado de enseñanza, más amplia y más al día, enseñaban
un conjunto de disciplinas humanísticas (retórica, política, derecho moral, etc.) y
daban especial importancia a la oratoria y la erística, enseñando a convencer en la
Asamblea publica y ganar pleitos en los tribunales (donde todavía no habla
abogados y cada uno debla defenderse por si mismo).
• Son los primeros profesionales de la enseñanza (organizan cursos completos y
cobran sumas considerables por enseñar).
Estos dos rasgos —carácter humanístico de sus enseñanzas e institucionalización de la
enseñanza misma— muestran claramente que los sofistas tenían un proyecto bien
definido de educación, que venía a romper con la enseñanza tradicional, inadecuada para
las exigencias de la época. Ellos formaban a la mayoría de los políticos atenienses.
3. LA FILOSOFÍA DE LOS «SOFISTAS»
En realidad, los sofistas no formaron «escuela», ni defendieron una doctrina común. Se
pueden encontrar, sin embargo, algunas coincidencias.
Fueron grandes oradores: sus notables discursos —Aristófanes se llegó a quejar de que
los atenienses preferían escucharles a acudir al teatro— fueron el medio empleado para
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difundir sus ideas entre los adultos, Por fin, también fueron escritores, pero sus obras se
han perdido y no nos quedan sino algunos escasos fragmentos.
No son pensadores sistemáticos, ni buscan principios universales para operar a partir de
ellos de modo deductivo (al modo, por ejemplo, de Parménides). Proceden más bien de
modo inductivo, acumulando datos e informaciones, de los que derivan conclusiones de
carácter práctico. Lo propio del sofista es el saber universal (polimathía). Cada sofista es
«una enciclopedia» (una similitud más con la Ilustración del siglo XVIII); pero no una
enciclopedia escrita, sino oral.
Como consecuencia de sus numerosos viajes, defendieron el ideal del panhelenismo: la
unidad de todos los griegos —representada por su común lengua—, que debla obligar a
mantener la paz y solventar las diferencias por medios distintos de la guerra.
3.1. El origen y naturaleza de la leyes
3.1.1. Pensamiento anterior a los sofistas
El término griego «nomos» significa la ley, el conjunto de normas políticas e instituciones
establecidas que acata y por las cuales se rige una comunidad humana. Toda comunidad
humana posee unas leyes, unas instituciones, y es perfectamente comprensible que los
hombres se pregunten por su origen y naturaleza.
En la época anterior se consideraba las «leyes no escritas» como de origen divino
(tesmoi), frente a las leyes humanas, escritas, con fecha y firma (nómoi).
La primera respuesta a la cuestión del origen y naturaleza de las leyes, la había
proporcionado el pensamiento mítico-religioso al afirmar que las leyes e instituciones
proceden de los dioses.
La segunda respuesta viene de la filosofía, la cual abandona las explicaciones míticas de
la naturaleza, sustituyéndola por una explicación racional. Héráclito abandonó la
explicación mítica sobre el origen del nomos, ya no vincula el nomos a la intervención
particular de alguna divinidad que fundara tal ciudad en un pasado remoto, sino que lo
vincula al orden del universo: el orden del Estado es parte de un orden más amplio, el
orden del universo, y tanto aquél como éste se rigen, en último término/por una única ley
o logos.
3.1.2. Pensamiento sofista
El tercer gran momento del pensamiento político-moral en Grecia (tras el mito, tras la
racionalización de Heráclito) lo constituye la sofística. La filosofía se halla siempre
radicada en un marco social, en un conjunto de experiencias de carácter socio-político. En
tiempo de los sofistas, la experiencia socio-política de los griegos se había ensanchado
definitivamente gracias a tres factores de considerable importancia: en primer lugar, el
contacto continuado con otros pueblos y culturas, que permitió constatar que las leyes y
costumbres son muy distintas en las distintas comunidades humanas; en segundo lugar,
la fundación de colonias por todo el Mediterráneo, que en cada asentamiento colonizador
permitía redactar una nueva constitución; por último, su propia experiencia de cambios
sucesivos de constitución. Estas experiencias llevaron a los sofistas a abandonar la teoría
de Heráclito del nomos vinculado al orden del universo, promoviendo en ellos la
convicción de que las leyes, las instituciones, son el resultado de un acuerdo o decisión
humana («convención»): son así, pero nada impide que sean o puedan ser de otro modo.
Los sofistas afirma, pues, que las leyes son convencionales. Entre las doctrinas político-
morales de los sofistas figura como la más característica e importante su afirmación de
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que tanto las instituciones políticas como las normas e ideas morales vigentes son
convencionales. Por tanto, fruto de sus numerosos viajes habían llegado a la conclusión
de que no hay dos pueblos que tengan las mismas leyes ni las mismas costumbres, así,
ante los valores sociales y morales muestran una postura relativista.
3.1.3. Convencionalismo legal
Los sofistas considerarán las leyes (nómoi) como puramente convencionales y carentes
de valor absoluto (cada pueblo tiene leyes y usos diversos), contraponiéndolas al carácter
universal y permanente de la naturaleza (physis). La ley es considerada como una
creación convencional, arbitraria y provisional. Por ello se dice que las leyes son
«convencionales»; el término «convencional» significa que es algo establecido por un
acuerdo y que, por tanto, nada impide que pueda ser de otro modo, si se estima
conveniente.
El término griego «nomos» vino así a significar el conjunto de leyes y normas convencionales por
oposición al término «physis» que expresa lo natural, las leyes y normas ajenas a todo acuerdo o
convención y que tienen su origen en la propia naturaleza humana.
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b) Sofistas de segunda generación
A la muerte de Pericles, las discusiones acerca de la ley y el derecho se intensificaron
notablemente.
Algunos sofistas de segunda generación defendieron la doctrina del derecho natural del
más fuerte.
Calícles (430–405 a.C) y Trasímaco (459–399 a.C), utilizan el niño y el animal como
ejemplos de lo que es la naturaleza humana prescindiendo de los elementos culturales
adquiridos. De estos dos modelos deducen que sólo hay dos normas naturales de
comportamiento: la búsqueda del placer (el niño llora cuando siente dolor y sonríe feliz
cuando experimenta placer) y el dominio del más fuerte (entre los animales, el macho más
fuerte domina a los demás). Según Calicles, por ejemplo, la ley ha sido dada por los
débiles; pero la naturaleza —tanto entre los animales como entre los hombres— hace que
los fuertes dominen sobre los débiles: esto es lo justo. Según Trasímaco, la justicia
consiste en «el beneficio del más fuerte».
Otros, por el contrario, defendieron el derecho natural del débil.
Licofrón (320–280 a.C), declaró la igualdad natural de todos los hombres, considerando
la aristocracia de nacimiento como algo injustificable.
Alcidamante (s. IV a.C), afirmó que «la naturaleza no ha hecho a nadie esclavo», y hay
indicios de que se inició —quizá alentado por Aspasia, la mujer de Pericles— un
movimiento de emancipación cultural y política de la mujer (del que serían indicio las
comedias de Aristófanes Lisístrata y La asamblea de las mujeres).
Finalmente, hay que citar a Critias (460–403 a.C), discípulo de Sócrates y pariente de
Platón, aunque no fue sofista profesional. Tirano nato y enemigo acérrimo de la
democracia, llevó a la práctica la doctrina del más fuerte. Por otro lado, expuso una teoría
acerca del origen de la religión como «invento de un hombre astuto y prudente» para
someter a los hombres a las leyes por medio del temor.
Las reflexiones sobre la naturaleza de las normas morales de los sofistas inauguran el eterno
debate acerca de las normas morales, acerca de la ley natural (physis) y la ley positiva (nomos).
Hasta los estoicos no se hablará claramente de la contraposición entre ley como creación
convencional de los hombre y ley natural con un fundamento en una naturaleza universal.
Además, la discusión incluirá no sólo la ley civil, sino también la ley moral, y, por otro lado, el
concepto de naturaleza (humana) que se utiliza no está aún bien determinado.
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3.2.1. Protágoras de Abdera
Protágoras (481–401 a.C), era natural de Abdera (patria también de Demócrito). Viajó con
frecuencia a Atenas, donde gozó de la confianza de Pericles. Su fama fue muy grande en
esta ciudad, pero tuvo que escapar a Sicilia al ser acusado de ateísmo y blasfemia.
a) Agnosticismo sobre los dioses
En su libro Acerca de los dioses afirmaba que «no es posible saber si existen, ni cuál es
su forma ni su naturaleza, porque hay muchos obstáculos para esta investigación: la
oscuridad del problema y la brevedad de la vida». Postura, pues, agnóstica, y no atea.
Pero Protágoras criticaba, además, los usos y ritos religiosos, y ello debió de ser
considerado como peligroso.
b) Relativismo
La doctrina más conocida de Protágoras es la siguiente:
«El hombre es la medida de todas las cosas; de las que son, en cuanto que son, y
de las que no son, en cuanto que no son».
La significación de este fragmento ha sido ampliamente discutida (ya desde Platón en su
diálogo Protágoras). Lo más probable es que Protágoras defendiera un relativismo de las
cualidades sensibles y de los valores. Téngase en cuenta que los primeros filósofos
consideraban que cualidades como frío, calor, húmedo y seco eran «cosas» (chrémata), y
que lo más seguro es que Protágoras entendiese aquí «hombre» en sentido colectivo.
Así, pues, Protágoras defendió, sin duda, un relativismo cultural. Cada pueblo posee
costumbres y leyes diversas, y considera que son las mejores. La ley es, por tanto, no
algo basado en la naturaleza, sino «invención» de los legisladores. La ley (nómos) existe,
pues, por convención, no por naturaleza, y es siempre modificable.
Pero la consecuencia que extrae Protágoras de esta doctrina no es que cualquiera puede
contravenir la ley, sino todo lo contrario: puesto que cualquier otra ley sería también
convencional, lo mejor es mantener —en la medida de lo posible— las leyes que ya se
poseen. En el famoso «mito de Prometeo» que aparece en el diálogo de Platón dedicado
a este sofista, defiende Protágoras el valor de la cultura como aquello que diferencia al
hombre del animal: sólo gracias a ella puede el hombre subsistir, siendo como es un
animal desvalido. Pero además necesita el sentido de la justicia y la virtud política (sin las
cuales la estabilidad de la ciudad sería imposible).
3.2.2. Gorgias de Leontinos
Gorgias (483–375 a.C), natural de Leontinos (Sicilia), abandonó pronto la filosofía para
dedicarse fundamentalmente a la oratoria, lo cual sería característico de la sofistica
siciliana. Parece ser que Gorgias había sido discípulo del también siciliano Empédocles, y
quizá para defender a su maestro de los ataques del eléata Zenón escribió un tratado
Acerca de la naturaleza o del no-ente, en el que se afirma, en síntesis, lo siguiente:
“Primero, que nada existe; segundo, que si existiera algo, no podría ser conocido
por el hombre, y tercero, que si pudiera ser conocido, no podría ser comunicado ni
explicado a los demás”.
¿Nihilismo absoluto de Gorgias? Es muy posible que el sofista de Sicilia pretendiera más
bien retorcer y llevar al absurdo la filosofía de los eléatas. En efecto, Gorgias, con gran
ingenio, intenta demostrar la no coincidencia entre el ser, el pensar y la palabra,
destruyendo así el principio fundamental del eleatismo (la identidad entre el ser y el
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pensar). Una de las principales labores de Sócrates será restablecer la identidad entre ser
y pensar.
En cualquier caso, Gorgias renunció al conocimiento objetivo y dijo adiós a la filosofía,
consagrándose a la oratoria, en la que destacó extraordinariamente, al igual que maestro
y teórico de la misma.
Partiendo de un relativismo ético, Gorgias considerará que la seducción, la ilusión
provocada y el engaño están justificados en la oratoria y en el teatro: el orador y el actor
han de ser maestros de seducción.
3.3. La areté como éxito
La influencia de los sofistas, pues, debió de ser muy notable en Atenas. Pusieron en tela
de juicio la pólis en su forma tradicional, realizando una aguda labor critica e impulsando
nuevas ideas. Pero esas ideas —y los instrumentos que los sofistas ensenaban: la
oratoria y el arte de la discusión— se prestaban a todo tipo de manipulaciones por parte
de los espíritus más ambiciosos e individualistas de la época. No es de extrañar, pues,
que la figura del sofista aparezca revestida de una notable ambigüedad.
Los sofistas se presentaban como maestros que tenían como objetivo enseñar la virtud
(“areté”). Entendían la virtud (“areté”) como conseguir la eficacia en una actividad, tiene un
sentido práctico, es “algo que es bueno para algo”. Su objetivo era formar a sus discípulos
en aquellos conocimientos, en especial, oratoria y la erística, que les permitieran tener
éxito en el ejercicio público de sus derechos como ciudadanos (convencer en la Asamblea
publica, ganar pleitos en los tribunales —pues cada uno debla defenderse por si mismo—.
Como para los sofistas no existe una verdad, o si la hay no se puede conocer, se produce
una ruptura radical con la filosofía griega anterior: la desvinculación del lenguaje como
instrumento de conocimiento de la realidad. El texto de Gorgias («no hay ser; si lo
hubiera, no podría ser conocido; si fuera conocido, no podría ser comunicado su
conocimiento por medio del lenguaje») constituye un ataque a la identidad -establecida
por Parménides— entre ser y pensar. Pero si si se renuncia al lenguaje como expresión
manifestadora de lo real, el lenguaje termina por convertirse en un instrumento de
manipulación, es un arma para convencer e impresionar a las masas, en un medio eficaz
para imponerse a los demás, si se dominan las técnicas apropiadas.
«La palabra es un poderoso tirano, capaz de realizar las obras más divinas, a
pesar de ser el más pequeño e invisible de los cuerpos. En efecto, es capaz de
apaciguar el miedo y eliminar el dolor, de producir la alegría y excitar la
compasión» (Gorgias, Elogio de Helena, 8).
Referencias
Navarro Cordón, J.M; Calvo Martínez. (1988). “Hombre y sociedad en el pensamiento
griego: Sofistas”. Historia de la filosofía. Madrid: Ediciones Anaya, pp. 42-45.
Tejedor Campomanes, C. (1991). “La filosofía en Atenas I: Los sofistas”. Historia de la
filosofía en su marco cultural. Madrid: Ediciones SM, pp. 35-38.
Guthrie, W.K.C. (1985). Los filósofos griegos de tales a Aristóteles. México: F.C.E.