Xochiquetzal
Xochiquetzal
Xochiquetzal
XOCHIQUETZAL
ESTIJDIO DE MITOLOGÍA NAHUATL
9
l'amor rhe muove il sale e l'altre stelle, 7
7"el amor que el sol mueve y las estrellas", trad. de Bartolomé Mitre.
bRitual de lús Bacabes, p. 44 del ms.
9Historia de Tlaxcala, I, 19; cf. chicuuauhtopan en Ruiz de Al arcón,
VI, 32.
1 0 Apud Robclo, Diccionario de mitología uahoa, p. 63 4.
11 Cód. Borb., pp. 171 , 174.
10
punto a los dos maestros; ia también en Ruiz de Alarcón
encontramos esa identidad: mi hermana mayor, nohuel-
tiuh Tonacacihuatl Xochiquetzal. 13
El carácter de diosa lunar de Xochiquétzal está amplia-
mente puesto de relieve en el Códice Borgia, donde algu-
na vez se le iguala con Tlazoltéotl. 14 La naturaleza
lunar de ésta ha quedado allí mismo de antemano eviden-
ciada, 15 y vemos cómo Tlazoltéotl cambia ocasionalmente
su habitual yacametztli (adorno nasal en forma de luna)
por el yacapapálotl (id. en forma de mariposa) peculiar
de Xochiquétzal. 16 De ahí resulta explicable que alguna
17
fuente atribuya a Tlazoltéotl el papel que en Ruiz de
Alarcón representa Xochiquétzal en el mito de Yappan,
de que hablaré luego.
El yacapapálotl o teocuitlayacapapálotl (mariposa de
oro) 18 es distintivo de Xochiquétzal, por cuanto que elfa
misma aparece alguna vez representada como mariposa, 19
perteneciente entonces al séquito del sol, pues tanto pája-
ros como mariposas formaban el cortejo de este astro;
siendo el sol, Huitzilopochtli, dios de la guerra, no es
extraño que el disfraz solar de Xochiquétzal fuera usado
como parte del atavío de los guerreros aztecas; me refiero
al Xochiquetzalpapálotl, insignia de que nos hablan los
Informantes de Sahagún 20 como de una de aquellas que
12 Cf. Seler, Com. Cód. Borg., I, 66; 11, 152, 156, 159, 176,
13 11, 16.
14
Com. Cód. Borg, 11, 30, 54 sq., 65 sq., 171.
15
Láms. 1 O, 16, 5 5; comentario II, 98.
16
Ib., II, 179 sq., sobre el yacapapálotl, ib. I, 89, 206; II, 54, 176.
17 Boturini apud Robelo.
18
Q. v . apud Scler, " Die Tierbildcr der mcxikanischen und der Maya
Handschriften", G. A., IV, 717.
19
Cf. id., "Achzehnte Tagung des Internationalen Amerikanistenkon-
grcsses", G. A., V, 164.
2
º F. C. VIII, 34.
11
llevaban en campaña los señores; la alternancia yacametz-
tli/ yacapapálotl es, entonces, manifestación diversa de la
diosa, ya como lunar o como solar, que he mencionado.
Sabido es que el símbolo de los dioses lunares es el cone-
jo, a partir del mito de la creación del sol y de la luna en
Teotihuac;m; 21 el conejo, por otra parte, fue la creatura
que se embriagó al roer el maguey, lo cual, observado por
Mayáhuel, dio ocasión al descubrimiento del pulque; en
virtud de esto, los dioses del pulque son dioses lunares y
llevan el yacametz tli 22 como lo lleva Tlazoltéotl. De ahí
una relación innegable entre Xochiquétzal y los cuatro-
cientos conejos del séquito de Mayáhuel. 23 Si Xochiquétzal
lleva en ocasiones como parte de su atavío el tezcacuitlapilli
o ayotapálcatl, es decir una concha de tortuga por atrás,24
encontramos también a Mayáhuel, en la lámina 9 del
Códice Laud, sentada sobre dicha concha de tortuga.
En cuanto a los númenes solares, la relación entre
Xochiquétzal y ellos es estrechísima; Piltzintecuhtli, que
en tal carácter es representado corno pelirr-0jo, en el
Códice Vaticano, 2 :; es amante de Xochiquétzal; esposo,
dice Nicholson, p ero no p arece que hablando de los dioses
estos distingos tengan mucha trascendencia.
Por lo que hace a Huitzilopochtli, amén de lo arriba
expresado sobre Xochiquétzal-mariposa, baste recordar
que el baile de los pájaros, que volveremos a mencionar,
y que se hacía cada año en la veintena de Teotleco o
Pachtontli, en honor de Xochiquétzal, tenía lugar precisa-
mente en torno al altar principal del templo de Huitzilo-
pochtli; dícese que esos pájaros, es decir niños así
21 Jb., VII, 7.
22 Seler, Com. Cód. Bor:., II, 1 U .
23 lb., I, 36.
2 ~ lb., I, 206.
12
disfrazados, bailaban de un lado a otro chupando el rocío
de las flores, 26 precisamente lo que hace el colibrí, pája-
ro de Huitzilopochtli.
Por aquí vemos la conexión de la diosa con uno de los
cuatro rumbos del universo, el mediodía; arriba se habló
de ella como deidad cósmica cuyo poder, por tanto,
apunta en todas direcciones; y lo hace, en efecto, al norte,
por su relación con Tezcatlipoca; al oriente, por los nexos
que la unen a Quetzalcóatl; al poniente, rumbo de las
mujeres, cihuatlampa, por ser ella la encarnación misma
de la femineidad, y presidir la venida de las jóvenes
cihttateteo; al inframundo, por venir de allá sus flores,
según veremos adelante; al cielo, en fin, por tener allá,
como queda dicho, su morada.
Para que en esa región del cielo se moviera el sol, los dioses
han tenido que sacrificarse en Teotihuacan; en la versión
de los Informantes de Sahagún, con una reticencia que
habrá de repetirse en otros casos, el nombre de Xochi-
quétzal no suena para nada; según ese texto, todos los
dioses murieron: muchintin teteu omicque; 27 en alguna
otra versión del mito, como la de la Historia de los reinos
de Colhuacan y de México, que publicó Walter Lehmann
( 1960), se reduce a cuatro el número de deidades que a
ese fin se sacrifican, y se dan sus nombres: Tezcatlipoca,
Huitzilopochtli, Xochiquétzal y Tlazoltéotl; 28 con ello
se mueve el sol, mientras que en los Informantes el sacri-
ficio de todos los dioses es inútil, y es el sacrificador
Ehécatl, el viento, es decir Quetzalcóatl, quien con su soplo
tiene que empujarlo; obviamente se ha buscado aquí una
desmedida exaltación de Quetzalcóatl, a:l tiempo que se
13
deprime deliberadamente a Xólotl, de quien luego hablaré.
Xochiquétzal es, pues, uno de los cuatro movedores del
quinto sol.
Por último, dado el carácter de Xochiquétzal de numen
protector del trato carnal, de que me ocupo en seguida,
se la puede ciertamente relacionar con las enfermedades
que se dan en ese contexto, y por ende con Nanahuatzin,
el buboso, dios también solar según el mito de T eotihu:t-
can que hemos mencionado; por ello aparece la diosa al
lado de N anahua tzin en alguna escena 29 de los códices.
Xochiquétzal, nos dice Durán, ªº "era abogada de los
pintores y de las labranderas y tejedoras de labores, de
los plateros, entalladores", etcétera. Sahagún, comentando
la trecena Ce océlotl, 1-Tigre, del tonalpohualli, al refe-
rirse al día Chicome xóchitl, consagrado a nuestra diosa,
nos dice que "los pintores honraban este signo . . . y
también las mujeres labranderas" ;31 con respecto, pues, a
pintores y labranderas, el acuerdo entre los dos grandes
autores es perfecto, pero Sahagún añade "que cualquier
mujer labrandera que quebrantaba el ayuno le acaecía y
merecía que fuese mala mujer pública, y más decían, que
las mujeres labranderas eran casi todas malas de su cuerpo,
por razón que hubieron el origen de labrar de la diosa
Xochiquétzal, la cual las engañaba, y esta diosa también
les daba sarna y bubas incurables".
La diosa madre joven lo es, entonces, fundamental-
mente en cuanto que la maternidad, salvo casos de ;¡gencia
divina, dimana del concúbito, y es este último el ámbito
más señalado de patronato de Xochiquétzal. Paso y Tron-
coso nos dice que se la suponía "abogada especial de las
14
embarazadas, tal vez por presidir el acto carnal". 32 Seler
también observa una conexión entre Xochiquétzal y las
relaciones ilícitas, y llega a llamarla diosa del pecado,
de las soldaderas (maqui) , si así puede llamarse a las de
entonces, 8 ~ y de las rameras (ahuianime), todo ello con
base, se supone, en el códice que comenta.$~
Pienso, por mi parte, que tal base de Seler para dichas
conclusiones es bastante endeble. Si Xochiquétzal, como
dice Paso y Troncoso, preside el acto carnal, es muy razo-
nable asociarla con el preñado. Arriba vimos cómo Ruiz de
Alarcón la equiparab a con Venus, que tiene dicha atribu-
ción y es, en efecto, invocada como madre, v.g., por
Lucrecio en el inicio de su poema. Pero nadie diría para
definir a Venus, que era la patrona de las ramer as, sino
del trat o carnal, de lo erótico en sus diversos contextos.
Si en el epigrama XXXVIII de Calímaco vemos, por
ejemplo, la devoción que alguna cortesana puede tenerle, 35
el himno de Safo nos coloca frente a sentimientos que
podríamos decir inocentes.
Este tipo de situación algo ambigua creo que ocurre en
el caso de Xochiquét zal. En ningún lugar de los códices
podemos decir que se trata decidida, inequívocamente, de
ramería. Tampoco, dígase lo que se quiera, en los pasajes
citados del padre Sahagún o de sus informantes, si se los
analiza con cuidado: es p recisamente la falta de devoción
por p arte de la tejedora, intla aca tlamachchiuhqui inez:i-
hualiz qui.tlacoaya, es decir, la falta de la debida devoción
a Xochiquétzal, ~6 la que hace despeñarse en esa forma a
ciertas tejedoras, de donde se extiende la fama al gremio
15
en general, y todo ello, nótese bien, prudentemente prece-
dido de un mitoa, quílmach ( cuéntase, dizque) ; trátase,
pues, de una mera generalización y conseja vulgar, no se
asegura nada.
Consideremos un caso de nuestro ambiente católico:
Sebastián de Aparicio es entre nosotros patrono de los
choferes; algunos de ellos, por desgracia, acarrean matute
o cocaína; ¿podríamos decir por ello que el beato es patro-
no de contrabandistas o narcotraficantes? Sería decidida-
mente absurdo aunque, en cuanto choferes, tales indivi-
duos podrían siempre alegar dicho patronato, repito, sólo
en cuanto choferes, no por lo que hace a la comisión del
ilícito con que se asocia, en su caso particular, el volante.
Pues bien, en tal paralogismo incurre, al tratar de
Xochiquétzal, el doctor Seler. Aparentemente, como para
los extranjeros en general los antiguos mexicanos eran
pueblos primitivos, N aturvolker, no es necesario, al tratar
de ellos, hacer estas distinciones ni aplicar elementales
principios del raciocinio. Y lo chistoso del caso es que, no
dando Seler en los últimos cinco lugares citados fuente
alguna para su aserto, éste sin embargo pasa por axioma
en estudios posteriores, donde el solo hecho de venir de
Seler ya constituye más que suficiente autoridad.
16
II
NOMBRE DE LA DEIDAD
17
Curiosamente, el autor de este códice relaciona tal fabula
con la derivación, es decir con la etimología del nombre
mismo de Xochiquétzal, de modo que el oyente náh1utl
culto posiblemente asociaba sin más el nombt·c de la diosa,
su primer elemento al menos, con el mencionado mito.
Recordemos que también entre los mayas la palabra
nicté, flor, se relaciona con el erotismo en contextos eso-
téricos. nB En cuanto al murciélago, aparece desde luego
en alguna ocasión en los códices al lado de Xochiquétzal;
sorprendentemente, en tal punto no se acuerda Seler del
mito del origen de las flores que acabamos de exponer. 39
Nótese de paso que a través de dicha fábula se relaciona
la diosa con el reino de los muertos, con el Mictlan, donde
precisamente brotan las flores perfumadas.
Pero además de las flores en general, hay una que per-
tenece particularmente a Xochiquétzal; el izquixóchitl
(Bourreira huanita), misma que vemos aparecer en el ritual
de Tezcatlipoca durante la veintena de Tóxcatl; 40 es esta
flor, de grato y penetrante aroma, 41 con la que Xochi-
quétzal normalmente se engalana. 42
Tenemos un poema del siglo x1v, de Tlalt~catzin de
Quauhchinanco, en la región de Puebla, en el que se dice
a un:1 cortesana cacahuaizquixóchill en vez de izquixóchitl
simplemente, hecho que no debe desorientarnos ni hJCer-
nos pensar en una subespecie, de alguna manera distinta
de la flor que nos ocupa; es exactamente la misma, y en
las traducciones leemos: "preciosa flor de maíz tostado" 4~
p. 3 3.
18
o · bien "preciosa flor perfumada"; 44 el diferente nombre
puede explicarse de dos modos; vemos que ambos intér-
pretes han traducido el primer elemento, cacáhuatl, como
preciosa, y es correctísimo, sobre todo si se toma est:i
palabra en sentido estrictamente etimológico, es decir en
cu,mto derivada de precio, puesto que Tlaltecatzin se dirige
a una mujer que lo t iene; recuérdese que cacáhuatl, el
cacao, funcionaba como dinero en aquellas sociedades; la
segunda explicación sería tornando el cacao ya no en cuanto
moneda, sino en cuanto comestible; en este caso todo
izquixóc.hitl podría decirse cacahnaizquixóchitl, pues el
Códice Florentino nos enseña 45 que esta flor, por lo aro-
mática, se mezclaba con el cacao para hacer el chocolate;
aparentemente Tlaltecatzin está jugando con ambos sen-
tidos del vocablo; precio, por la venalidad de la mujer
a quien se dirige, y bebida, porque, en efecto, líneas ade-
lante dice que "el floreciente cacao ya tiene espuma". No
hay que hacer grandes inferencias con respecto a la diosa
a partir de estos juegos de ingenio.
En el canto del Atamalqualiztli, donde se habla de Pil-
tzintecuhtli, Quetzalcóatl y Xochiquétzal, como en el
himno de esta última, que veremos en seguida, se dice
en el verso 2 5 : t onacaxóchitl in yeizquixóchitl, es decir,
la flor de nuestra carne es el esquisúchil. Garibay, curiosa-
mente, a pesar de h mención de Xochiquétzal unas líneas
abajo, no relaciona la flor con la diosa, 46 y prefiere hablar-
nos -del maíz. ¡Como si sólo en eso hubieran pensado los
indios!
A través de esta misma flor, el esquisúchil, es como puede
establecerse la relación, algo remota y dudosa, entre los
44 A. M. Garibay, Poesía náh11atl, I, p. 17.
45 Ubi mpra, n. 41; cf. en época muy posterior, Vecancurt, T eatro mexi-
cano, I, p . 40.
4 6 V cinte himnos, p. 16 5.
19
comerciantes y Xochiquétzal, que parece encontrarse unos
versos abajo:
47 lb., p . 170.
20
pretende para ello basarse en el canto del Atamalc.·ualiztli,
que llama ella "el poema a Xochiquétz:11". 48
Garibay había escrito en su comentario: "Xochiquétzal
no es rectora de los traficantes ni tiene directa conexión
con ellos", 49 y está, sin duda, en lo correcto; mal entiende
los textos la arqueóloga francesa cuando dice que "los
pochtecas hacían voto de pobreza". 50 ¿Cuándo los comer-
ciantes hicieron otro que el de medrar sobre la ajena?
No acierta, entonces, la Séjourné al ver protectora y
votos que no hay; Garibay no acierta al rebajar a la diosa
al nivel de sus devotas ínfimas; tiene razón, en todo
caso, la figurilla: la relación no es directa, y el pochteca/
oztomeca, al llevar así a la deidad, es un teoma11ia (theo-
phóros), portador de un dios, es decir, que lleva su culto
dondequiera que va, culto basado, entonces, en la conexión
del esquisúchil, flor de Xochiquétza:l, con el cacao de que
se sirve, como de moneda, en sus tratos el comerciante.
Sí queda, por otra parte, la posibilidad, interpretando el
lenguaje de este verso en sentido algo rebuscado, de darle
una intención erótica bastante de acuerdo con el contexto,
que tiene decididamente ese carácter. En tal caso, la que
carga, más bien que llevar ( cf. pilmama, la que carga
niños; tlamama, tameme, cargador), es Xochiquétzal,
como querría Seler y rec·onoce Garibay que puede enten-
derse; carga, entonces, al oztomeca, in venereis, en el sen..:
tido de estar él encima de ella, y desde luego el nombre
de oztomeca no habría de tomarse necesariamente en la
aéepción común de mercader que, repitó, no sabemos lo
haya sido Quetzalcóatl, sino ·que r5ztotl, cueva, significaría
otro tipo de cavidad, sentido que, por ejemplo, encon-
48 ECN, I, 5 5 .
49 V. nota 46.
,,o lb.
21
tramos en el uso esotérico de la palabra Chicomóztoc para
designar el interior de nuestro cuerpo; las siete cuevas,
en este tipo de lenguaje, el de los brujos cuyos hechizos
nos conserva el padre Ruiz de Alarcón, 51 designan los
siete orificios del cuerpo: fosas nasales, pabellones del oído,
boca, y los conductos rectal y urinario; mécatl n o sería
entonces tampoco una terminación de gentilicio, sino
que tendría, tomado como nombre por sí, el significado que
aún persiste en el español de México cuando se habla vul-
garmente de la reata. La referencia a la relación carnal
no podía ser más explícita, y el texto, con la ambigüedad
que Garibay observa, deliberada, sin duda, nos da pie para
estas diversas interpretaciones.
La última de las cuales sería entender, todavía con Seler,
que el sujeto de la oración es Xochiquétzal; seguirlo tam-
bién en tomar el verbo quimama en la acepción de regir, 52
pero interpretar óztotl una vez más en el sentido de las
fuentes alarconianas que he mencionado, de cavidad somá-
tica, y mécatl no en su acepción primaria, sino en otra
que tiene de querida, manceba o aniiga, como decían
entonces; el tema, pues, de Xochiquétzal en cuanto rec-
tora de las relaciones sexuales, lícitas o ilícitas. Quédese
el lector con la que mejor le pareciere de estas cuatro
interpretaciones de un verso del oscuro canto del Atanial-
cualiztli.
Por lo que hace a las flores de Xochiquétzal, a estas
verdaderas fleurs du mal, basta y sobra con lo dicho; sólo
cabría añadir, sin duda, una indicación del izquixóchitl
como planta medicinal; según el Códice Matritense :;3 ser-
vía contra la enfermedad llamada nanáhuatl, que viene
22
traduciéndose desde hace tiempo, supongo correctamente,
como sífilis; es curioso que el Códice Florentino, versión
según parece definitiva de los Informantes, omita este dato,
que tomo de Alfredo López Austin; 54 ello se compagina
perfectamente en todo caso, con el carácter de la diosa
y su relación con el numen solar Nanahuatzin, ya cono-
cido nuestro, que lleva precisamente el nombre de est;,i.
enfermedad.
Con respecto al segundo elemento del nombre de la
diosa, el quetzalli o pluma rica, no se necesita ser muy
lince para relacionarlo con los pájaros, y más hecha la
mención que consta arriba de la ceremonia en torno al
altar de Huitzilopochtli; tampoco me parece que sea ir
dernasiado lejos, conocido plenamente a través de lo que
queda expuesto el carácter de nuestra diosa, decir que en
este caso cabe interpretar el pájaro como símbolo fálico;
no son privativas de los griegos aquellas imágenes de falos
alados que encontramos pintados sobre la cerámica o fun-
didos en amuletos de bronce. 53
En el inventario anatómico cuya versión omite Sahagún
en el capítulo XXVII del libro X, consta que tótotl,
pájaro, era nombre que ya se usaba entonces en dicho
sentido, 56 y se sigue usando la palabra española en tal
acepción hasta la fecha en estas tierras.
54 ECN, 8, p. 106.
55 V. Gaston Vorberg, Ars erotica veterum, 1968, láms. 92, 94, 104, 108.
56 F. C., X, p. 123.
23
III
ATAVÍOS DE XOCHIQUÉTZAL
57 Dudn, " R itos", XVI, 6; Selcr, Com. Cód. Borg., II, 229 .
58 VIII, 34 .
59 D urán, ib.
s0 crnn. Cód. Borg., l:ím. 17 .
61 l b., lám. 59.
H2 lb., Lím. 64; cf. comentarios, II, 184.
25
cuando en cuando lleva en la car a los colores de Mayá-
huel, amarillo y azul. 63
O stenta bajo la nariz el yacapapálotl, y con menos fre-
cuencia el yacanietztli; sobre su pecho suele colgar un
04
enorme medallón, el teoc-uitlacomalli, comal de oro.
La falda puede ser t otalmente roja, o blanca con grecas
rojas, o azul oscuro con el dibujo negro de los cuadrados
y círculos que se mencionaron en el primer ejemplo de
su pintura facial; también puede rematar por abajo con
una franja de cuchillos de obsi.diana dibujados uno junto
a otro en posición vertical; en tal caso se designaba a
la diosa bajo la advocación de Itzcueye, la de la falda de
obsidiana; 65 este dibujo hace referencia a la relación de la
diosa con Tezcatlipoca, uno de cuyos nombres es Itztli,
obsidiana; 66 detrás de la falda lleva ajustado a veces el
ayotapálcatl de Mayáhuel, ya mencionado arriba. En fin,
sandalias blancas rematadas por una correa roja que le cii'í.e
el tobilio. 67
También está a veces completamente desnuda, 68 y
entonces puede reconocérsela por el yelmo de ave, por el
01nequetzalli, o bien por dos mechones por delante de la
cabeza, que en tal caso lo sustituyen, aunque también
puede llevar alguna vez, aun vestida, dichos mechones en
lugar de sus cuernos de pluma.
Alguno de los elementos de su atuendo parece que
requiere especial atención; con respecto, por ejemplo, al
omequetzalli o a los dos mechones, se dice que representan
26
a dos gemelos; Xochiquétzal, según tradición que men-
ciona Seler, 6 pero cuyas fuentes no proporciona, habría
1)
27
caso más que un juicio muy personal de Fray Diego, fun-
dado bien que mal en los hechos que relata.
Es verdad también que el mito ha llegado a Durán en
un estado notablemente confuso; para él Topiltzin es la
misma persona que Huémac, y los que meten a Xochi-
quétzal en la morada de aquél son Quetzalcóatl y Tez-
catlipoca, "los cuales eran brujos y hechiceros que se
volvían con las figuras que querían". Desfigurada cuanto
se quiera la tradición que así llega a Durán, su mensaje
fundamental parece ser, para nuestro objeto, la inter-
vención de Xochiquétzal en la ruina de Tula; de un modo
u otro est.á puesta en relación con Quetzalcóa ti, como
exitosa tentadora aparentemente.
En este sentido creo puede también interpretarse la
famosa leyenda de la reina Xóchitl y el descubrimiento
del pulque; suficientemente refutado por Orozco y Berra,
tal cuento no parece sino versión folklórica, narrativa,
de una fecha dada del tonalpohualli, que no era, desde
luego, asunto del vulgo, sino de sabios: in tonalpoubquc
in tlaniatinime; 74 tal fecha sería Chicunahui tochtli,
9-Conejo: el número de Quetzalcóatl 75 asociado con eI sig-
no de la embriaguez, conjunción que ocasiona la ruina de
Tula, y a la cual fecha se llega partiendo de Ce Xóchitl,
1-Flor, trecena presidida por Xochiquétzal; 76 el nombre
de la supuesta reina está, entonces, tomado del signo xóchitl
con que se inicia la trecena.
Ni parece demasiado perspicaz Seler al observar la lámina
16 del Códice Borgia, en que Xochiquétzal tiene levan -
tado en las palmas a un individuo desnudo, y en el suelo
se ven objetos de penitencia; la aguja de hueso, el cuchillo
28
de pedernal, la cuerda que se pasaba por las heridas que
el penitente se abría; según Seler esta serie de objetos "sig-
nifica que todo lo que representa esta diosa --el placer,
la diversión, el amor, el comercio carnal y el pecado-
trae como inevitable consecuencia el autosacrificio". n
Algo podría haber de esto, y lo veremos al hablar de
los tiempos sacros, pero, en general, parece demasiado
moralizante dicha exégesis de Seler, y creo proviene del
olvido de la fábula de la tentación de Quetzalcóatl y
similares; en mi opinión se trata aquí también de la ten-
tadora triunfante apartando al asceta de sus piadosos
ejercicios.
Pienso, asimismo, que si Garibay, al verter en nuestra
lengua el himno IX dedicado a Xochiquétzal, hubiera
tenido p resente la leyenda conservada por Durán ( a quien
por cierto editó), no hubiera escrito de ningún modo:
"Tlamacazehccaton es un difícil complejo. . . La razón
de llamarlo sacerdote del viento se escapa a mi conoci-
miento." 7 B No me parece en verdad nada oscuro; inten-
taré traducir y explicar esos versos 4-1 O que ocasionan el
anterior comentario de Garibay:
29
exhorta a que goce del tiempo que le queda de la divina
compañía, pues Xochiquétzal no tardará en seguir el
llamado del amante y volar al cielo, íopan, lo que está
79
encima de nosotros, aquí, desde luego, la región del sol.
La t raducción de Garibay dice:
30
de ciervo, según quedó expresado en su lugar. La explica-
ción de este fenómeno, que tampoco deberemos buscar
en Seler, es, a lo que creo, calendárica; la trecena Ce
niázatl, 1-Ciervo del tonalpohualli tiene por patronos pre-
cisamente a Tezcatlipoca y a Quetzakóatl, los contrarios
que se unen -en el cuerpo de Xochiquétzal. 82
Esta simbología estaba tan profundamente arraigada en
el pensamiento religioso indígen a, que a partir de ella
se establece una relación permanente entre Xochiquétzal
y el venado, considerado ya no como signo que encabeza
una trecena calendárica, sino físicamente, como animal
en el bosque; de ahí que en los conjuros de los caza-
dores se llame a este gracioso bruto tlamacazqui Chicome
Xóchitl, sacerdote 7-Flor, es a saber, identidad del modelo
de un tocado de la diosa con el nombre calendárico de
la misma, 83 perteneciente éste a la trecena Ce océlotl,
1-Tigre. 84
En fin, el omequetzalli aparece representado por dos
serpientes, según la significación que he sugerido, en el
Códice Vindobonense, lámina 3 y 28, como tocado de
las diosas Matlactli cuetzpalin, l O-Lagartija, y Matlactli
once cóatl, 11-Serpiente, ambos a dos nombres calendáricos
referentes a Xochiquétzal según Seler mismo reconoce, 85
pues que se llega a tales fechas a partir de Ce quauhtli,
1-Águila, trecena presidida por nuestra diosa. 86
No quiero dejar de mencionar, para despedirme de este
tema de los gemelos, la lámina 58 del Códice Borgia;
vemos en ella a Xochiquétzal sentada frente a un sacer-
dote; cada uno de ellos sostiene a un gemelo, y éstos a su
31
vez se enfrentan en una actitud que hace recordar a
Seler dos gallos de pelea; 87 paréceme tiene razón el s:ibio
alemán, y que, una vez más, los gemelos, en cuanto se
relacionan con Xochiquétzal, son originalmente los riva-
les, no se sabría si transitoria o finalmente hermanados
en la sensualidad infinita de la diosa.
32
IV
EL MITO DE YAPPAN
33
pero otras fuentes nos permiten ir más lejos: el alacrán
simboliza la victoria de la sensualidad de Xochiquétzal
sobre la ascesis, independientemente de la hora, que bien
podría ser, claro, la noche,
34
V
EL JUEGO DE PELOTA
35
sino al lado de Xochiquétzal la joven y bella diosa del
amor y de la luna". Claro que la amante de Piltzintecuhtli
y madre adoptiva de N anahuatzin, por decir algo, es diosa
solar.
Paso y Troncoso relaciona el juego de pelota con el brote
de las fuentes, sin mencionar aquella en que aquí se basa;
es un pasaje de Tezozómoc que comenta Seler en su último
lugar citado; en la lámina del Borbónico la imagen del
tlachtli aparece a la derecha de un individuo decapitado;
la decapitación es, entre otras, una de las formas que
reviste la castración en el plano onírico, 95 y acabamos de
ver el precedente sexual que constituye, para nuestro caso,
el mito de Yappan. Por otra parte, todavía a la derecha
del tlachtli, aparece una pareja en cópula, de pie tras una
sábana, como la que vemos también en la tercera parte
del Códice Mendocino; tenemos, entonces, al tlachtli al
lado de elementos que parecen imponerle un significado
de ningún modo tan Ínocente como el que le asigna Paso y
Troncoso.
Seler, por su lado, menciona a otro propósito otro lugar
de Tezozómoc donde se cuenta que, cuando el jugador de
pelota lograba hacerla pasar por el anillo de piedra, excla-
maba la gente: ca huel huey tetlaxinqui, es un gran adúl-
tero; 96 algo parecido nos cuenta Fray Toribio de Moto-
linía; 07 relaciónese este comentario con el patronato de
Xochiquétzal sobre el trato carnal y las cosas quedan claras:
nuestra 'lámina del Borbónico querrá decir, ex adiunctis,
que Xochiquétzal -~oncede a quien bien le parece, ya la
función sexual (tlachtli), ya su carencia (hombre desca-
bezado), porque ella es patrona de este aspecto de la vida
(pareja en cópula tras la manta).
95 V. Freud, Interpretación de los sueños, VI, E, preliminares.
96 Com. Cód. Borg., I, 214.
97 Memoriales, ed. de Luis García Pimentel, México, 1903, p. 338.
36
VI
DIOSA MADRE
37
el segundo elemento, quetzalli, lo entiende necesariament e
en combinación ( difrasismo) con cózcatl, collar, como
aparece en efecto, aplicado al hijo, v.g., en Huehuetlatolli
de Fray Andrés de Olmos 100 o en el de Fray Juan Bautis-
ta; 101 desde un punto de vista meramente léxico, ni xóchitl
ni quetzalli, aislados o pareados, aluden a la maternidaJ ;
insisto, por tanto, en el sentido fundamentalmente sexual
del nombre de la diosa.
Aun podría decirse que en contexto onírico 102 los hijos
o niños en general representan los órganos de la reproduc-
ción; se me podrá decir que ninguno de los códices aquí
alegados es un temicámatl (libro de sueños), género de que
no nos quedan ejemplares, 103 pero recuérdese, para apreciar
la pertinencia aquí del aserto freudiano, que la voz fej;il/i
designa las partes sexuales femeninas, 104 mientras que con
el sufijo reverencial, tepiltzin, quiere decir hijo, especial-
mente hidalgo. 105 La carnalidad de Xochiquétzal sigue sien-
do su nota fundamental, enfóquesela o no como madre.
Refiriéndose a la lámina 42 del Códice Vaticano, comen-
ta Seler que aparece allí dando a luz una bdla de plumas, 106
y vuelve a interpretar el quetzalli solo como si estuviera
combinado con cózcatl; al hecho de tener la diosa las piernas
abiertas en el trance de parto, denomina este doctor mama-
zouhtí cac, lo cual no puede aceptarse, pues tal forma se
deriva del verbo mazoa, con reduplicación, y éste, a su vez,
de maitl, mano, y zoa, desplegar, extender, y úsase por lo
38
comun, para ref enrse,
· ·
por eJemp 1o, a ensto
• en 1a cruz; 101
creo la palabra indicada para el tema en cuestión es 1neme-
zouhtícac, de meztli, muslo, con reduplicación, perdida la
tz en la primera sílaba por regla general, como en chachan
de chantli, casa; huehuetzca de huetzca, reírse; 108 la segun-
da, por ocurrir sibilante ante sibilante; lClO abrir los bra7.os,
desde luego, no hace mucho al caso en un parto.
Ahora bien, el hecho de ser una bola de plumas lo que da
a luz la diosa, parecería postular ( dentro, desde luego, del
plano simbólico en que nos movemos) un progenitor em-
plumado, y de inmediato se piensa en Quetzalcóatl. Encon-
tramos en Seler la expresión referente a dicha deidad,
coxoliyo hueytépul, 110 cuyo origen ahí no nos revela, y que
para él es una especie de abanico; creo yerra aquí también
el sabio alemán; dichas palabras están tomadas de los Infor-
mantes de Sahagún m y quieren decir gran miembro de
(plumas de) faisán; la palabra tepulli no tiene otra acep-
ción, y Seler lo sabe, 112 pero a veces le impide cierto extraño
escrúpulo llamar a las cosas por sus nombres; por lo que
hace al que nos ocupa, por ejemplo, en su estudio sobre los
tarascos, 113 é'l, que va dando las etimologías de cada lugar
tocado en ese curioso itinerario que traza el Lienzo de
Xucutácato, al pasar por Tepullan, entre Huacana y Chu-
rumuco ( j caminos de Michoacán ! ) , no nos dice sino que
es" un hombre que no conocemos por otras fuentes". Ello es
cierto, tratándose de nombres de lugar, y algún héroe o
santo habrá desplazado el obsceno topónimo, cuya etimo-
39
logía callan tanto Seler como Nicolás León, si bien este
último sí puede haberla ignorado, a pesar de que, preciosa
ayuda para el intérprete, en la parte correspondiente del
lienzo, un glifo poco perceptible por su pequeñez ponía en
claro la cosa, con la figura de un chile con un rostro hu-
mano que de él emerge.
Todo esto, desde luego, no viene ilustrado en el estudio
de Seler, y ya resulta difícil apreciarlo en el original mismo
del lienzo, muy necesitado de una buena restauración, que
habrá de hacerse basándose en fotografías de fines del siglo
pasado. Su presencia allí, en todo caso, demuestra que el
chile era ya un vocablo sustituto de tepolli en el náhuatl de
entonces, pues dicha lengua hablaban los que pintaron aquel
famoso lienzo.
Perdóneseme la digresión, que me he permitido sólo para
ejemplificar ocasionales escrúpulos del doctor Seler o de las
publicaciones en que aparecían sus estudios. Volviendo al
coxoliyo hueytépul de Quetzalcóatl, el pasaje de los Infor-
mantes en que aparece se refiere a elementos del atuendo de
este dios, enviados como regalo por Moctezuma a Hernán
Cortés; podría pensarse que este tipo de adorno, si así
puede llamarse, era semejante a lo que vemos entre las
piernas de ciertos p antalones, como los que mandaban a
Tenochtitlan, en calidad de tributo, por ejemplo, los pue-
blos de T epetlacalco y T equemecan según el Códice Men-
docino; 114 ot ros pantalones había 115 sin tal adorno. Tome
nota todo aquel que aun crea el cuento de viejas de que tos
indios andaban en cueros todo el tiempo, sin más de pañete
y ayate cuando bien les iba. A veces este apéndice del pan-
talón es del mismo color, otras es diferente, ni podríamos
decir si es parte cosida a la prenda, o si más bien ésta ten-
40
dría una abertura por donde saldría la punta labrada del
máxtlatl, que, tratándose del de Quetzalcóatl, habrá tenido
labores de plumas de faisán, y simbolizado lo que, dada su
colocación y su nombre, indicaba aquel curioso adorno.
Aun cabría otra posibilidad de aclarar la extraña expre-
sión que comentamos; la imagen de Quetzalcóatl a que se
refiere el pasaje de Seler, "sostiene bajo el brazo izquierdo
un objeto raro cuya parte principal esd pintada de color
rojo; la porción inferior... la rodean tres hileras super-
puestas de plumas blancas, por encim:t 116 ·d e las cuales se
ve un disco o una esfera de oro. No sé en absoluto cómo
interpretar este objeto".
Es de notar que aquí aparece el dios disfrazado de faisán
( coxolitli), lo que precisamente origina el comentario de
Seler. El objeto raro tiene definitivamente forma fálica; la
que Seler llama parte principal es alargada y, podemos supo-
ner, cilíndrica; los colores son (¿mera coincidencia? tal
vez) el rojo y el blanco que observarnos en la falda de
Xochiquétzal en la lámina 44 del mismo códice, más el oro
del teocuitlacomalli de la diosa.
Por si cupiera alguna duda sobre el sentido general de la
imagen, el signo calendárico que la afecta es cuetzpalin,
lagartija, de que nos ha dicho en otra parte Seler que signi-
fica "la lujuria o el estímulo de la lujuria, el instinto sexual",
y que "en los dibujos en que los signos de los días están
puestos en relación con las diferentes partes del cuerpo
humano, el signo cuet.zpalin corresponde al pene". 117 Esta-
mos, en suma, ante un caso extremo en que la imagen
examinada ostenta un falo, el signo calendárico que la
afecta significa un falo, el texto aducido como explicación
menciona un falo, y el doctor Seler nos habla de un abanico.
41
Podría ahora ocurrir la pregunta de si es Quetzalcóatl
originalmente un numen fálico. Posiblemente lo es; recuér-
dese que en el manuscrito de la Leyenda de los Soles, es esa
región precisamente la que se sangra el dios para vivificar
los huesos preciosos. us Por otra parte, observaba hace ya
veinte años Roberto Moreno de los Arcos, con base en una
antiquísima versión del mito de la creación del sol, conser-
vada por Fray Andrés de Olmos, que "Xólotl es el hermano
gemelo de Quetzalcóatl, un poco con el carácter de com -
plemento de este último. En realidad son un mismo dios"; 119
"Xólotl como figura central del mito . .. es anterior al en-
cumbramiento de Quetzalcóatl en el panteón náhuatl. Para
los creadores de ese mito antiguo, es Xólotl una deidad de
gran importancia, que ocupa el lugar que posteriormente
fue de su gemelo." 120
Estoy plenamente de acuerdo, y en este caso sí creo que
Xólotl, sin lugar a dudas, es deidad fálica, puesto que su
nombre mismo es uno de los que, como sinónimo de tepulli,
se usaban en el náhuatl clásico para designar el falo, según
el inventario anatómico del Códice Florentino. 121
De las másculas plumas de Quetzalcóatl desciende, en
fin, la bola de pluma que vemos pare Xochiquétzal, y
entonces sí, aclaradas las cosas, podríamos decir con Seler
que la pluma es el hijo; y hablamos de descenso porque,
en efecto, ese niño, concebido en cierto modo por la mente
náhuad, en virtud de la pluma, como ave, baja del cielo
donde ha sido creado, 122 del chicunauhnepaniuhcan, espe-
cíficamente, los nueve travesaños que, además de llevar el
42
número mag1co de Quetzalcóatl, son, para el caso, los
nueve meses de la preñez.
Vemos, por último, lindamente dibujada a Xochiquét-
zal amamantando en la serie de diosas nutricias de'l Códice
Borgia, 123 y parece digno de observarse que, así como en
el parto de que apenas hablaba hay una sola bola de pluma,
así en este caso es uno solo el lactante, lo que no apoya la
supuesta tradición de Xochiquétzal paridora de gemelos.
43
VII
45
de aquella en quien se verificaba la mala fama circulante
sobre el gremio, cuya venalidad se expresa crudamente
(monanamaca motzitzinnaniaca). Jzo
46
que, siendo un a de las cinco fechas en que descendían a
la tierra las cihuateteo, nos dice el informante que est a
vez zan xoxocoyo, zan teíccahuan in an ean temoia, es
decir, sólo bajaban las jóvenes, las menores de esas difun-
t as ; las demás, las ya entradas en años, ten ían a su dispo-
sición p ara bajar acá las otras cuatro fechas, espaciadas
cincuenta y dos días entre sí, o sea cuatro trecenas y que
caían en Ce 1názatl, 1-Ciervo ; Ce quiáhuitl, 1-Lluvia; Ce
ozo,natli, 1-Mono y Ce calli, 1-Casa, en que no hay nin-
guna restricción de edad.
T ambién nos cuentan los Informantes de Sahagún 1 34
que en esta ocasión t odos los niños y jóvenes de ambos
sexos, desde la cuna hasta la edad de casarse, se frotaban
el cuerpo, sobre todo las articulaciones, con ceniza; de
no h acerlo, contraerían cojera más adelante; queda arriba
registrado, cuando se habló del atuendo de Xochiquétzal,
el nom bre de Ixnextli ( cara cenicienta), una de sus advo-
caciones, que está evidentemente relacionada con esta
ceremonia.
Podría objetarse la diferente región del cuerpo en que
hallamos aplicada la ceniza; si es en la fa z, tratándose de
la diosa, en el caso de n iños y jóvenes es principalmente
en las coyunturas: hombros, r odillas y t obillos. No parece,
sin embargo, difícil de explicar este f enómeno; donde
vemos a la diosa vestida, las puntas del quechquéniitl le
cubren los hombros; la falda, las rodillas, y rodean los
tobillos las rojas correas de sus sandalias; donde la hallamos
desnuda, es en relación m ás o menos p róxima con el acto
carnal, en que la ceniza constituiría, por obvias razones,
un estorbo. Tenemos, enton ces, un d esplazamiento del
símbolo, como en alguna ocasión vemos el diseño de la
pintura facial en la falda de la diosa.
134 IV, p . 111.
47
También aquí, creo, podemos decir que nos hallamos
ante una laguna en el texto definitivo de los Informantes;
en las Advertencias a los confesores, obra del franciscano
Fr. Juan Baptista, 135 leemos que, con la ceniza mencio-
nada, la visitante de la recién parida "fregaba todas las
coyunturas de sus niños y las sienes". Según esto, sí se
aplicaba la ceniza también en el rostro. Y el dato ven-
dría, de acuerdo con lo que nos dice Fray Juan, del libro
II del Vocabulario trilingüe de Sahagún; en alguna etapa,
entonces, de la actividad de éste, el dato estuvo incluido,
para desaparecer más tarde. 136
La serie de informes, pues, que nos ofrece la relación
de esta trecena Ce quauhtli, concuerda perfectamente con
la presidencia de Xochiquétzal sobre ella, y si el Floren-
tino omite su nombre, 137 nos resarcen los códices de esta
falta en las fuentes del fr:.mciscano.
Por lo que hace al año civil, el mes en que se celebraba
a Xochiquétzal era el de Pachtontli; llamado también Teoll
eco ( llegó el dios) ; este último nombre se refería a la
venida de Huitzilopochtli, manifestada por la impresión
de su piececito en una pella de masa.
Conjuntamente con él, en su propio altar y por los
mismos sacerdotes del dios del sol era celebrada Xochi-
quétzal; y que ello así ocurría, aunque de nuevo lo h ayan
callado los Informantes de Sahagún, nos lo hacen saber
el Códice Borbónico y el padre Durán, que nos da muy
amplios pormenores. El sentido de la fiesta, nos dice el
dominico "era el despedimiento de las rosas, que era dar
a entender que ya venían los hielos". rns
135
Apud Garibay, Teogonía, México, 1965, p. 144.
136
Es un caso análogo al mencionado en la nota 54, supra.
i:31 Borgia, l:ím. 62; Borbónico, lám. 19.
1 :,s "Ritos", XVI, 1.
48
La causa del nombre Pachtontli confiesa Durán no
saberla; 139 t rátase de un diminutivo de pachtli, heno, y
no parece haber más que decir; sin embargo, pachtli debe
haber tenido otras acepciones; la semejanza de una bola
de heno con una cabellera en desorden podría explicar
el adjetivo pacha, peludo, de donde a su vez nuestro mexi-
canismo j,achón; la derivación, ent onces, aun d ent ro del
náhuatl, postula una acepción cabello p:ira la palabra
pachtli, lo cual está perfectamente de acuerdo con la
dedicación de un m es de este nombre a Xochiquétzal.
Existe una leyenda en que la primera mujer es creada
por los dioses de los cabellos de Xochiquétzal ; 110 tal
j;achtli sería, por tanto, nada menos que el origen de la
femineidad sobre la tierra; sólo sin pensar en nada de esto
se puede decir, como Durán, que tales fiestas "fueron
siempre fundadas en niñerías y burlerí as". 111
Hay por ahí otra palabra en los diccionarios que podría
relacionarse con esta fiesta; Sahagún nos dice que al fin:11
del día viejos y viejas se embriagaban, con una afluencia
de pulque de que se comentaba, con cierto humor, que
lavaban los pies de los dioses que habían venido : qui11iicxi-
parn in oecoque T eteo. 142 Rémi Simeón registra la palabra
j,achtécatl, derivado desde luego, como él mismo anota,
de pachtli, y cuyo significado es el de "sacerdote que
servía de beber a los cantores en los templos"; relacionar
esto con el heno sería difícil, pero no lo es relacionarlo
con una fiesta en que la bebida era un acto ritual, y
cabría recordar aquí la conexión de Xochiquétzal con
Mayáhuel y sus cuatrocientos conejos, así como el hecho
de que en la fiesta siguiente, Huey Pachtli, en que s~
130 lb., 11.
140 Historia de los m exicanos por sus pinturas, apuá Veinte himnos, 110.
HI Ubi su pra.
142 F. C., II, 119.
49
terminaba de celebrar a Xochiquétzal, 143 también, entre
otras deidades, se honraba precisamente a Mayáhuel y se
volvía a beber abundantemente. 144
Volviendo al ritual de Xochiquétzal en Pachtontli, es
de notar el sacrificio, que menciona Durán, de una mujer,
a cuyo cadáver se desprendía luego la piel, que se revestía
un sacerdote; 143 este ritual, típico de Xipe Tótec, es com-
partido por diosas madres, como T oci 146 y Tlazoltéotl,
a quien vemos vestida de la piel de su víctima en el
Borbónico. 141
No recordamos, en cambio, a Xochiquétzal con tal
atuendo en ninguna otra fuente, pero el dato concuerda
con el hecho de que en algún remoto lugar se adorara
a Xochiquétzal bajo el nombre de Ehuacueye, "señora que
tiene faldellín de cuero"; 148 téngase en cuenta que éhuatl
es cuero sin curtir (a diferencia de cuetlaxtli), y que,
no usándose tal en el vestuario, un sentido ritual de la
palabra prácticamente se impone.
Aun otro dato que acerca más a Tlazoltéotl y Xochi-
quétzal es el que, según Durán, es a esta última a quien
se confiesan los pecados, y ello sólo por el número de
hojas del zacatapayolli, que han de ser tantos como ellos,
y no verbalmente ni en especie, 149 m.ientras que para
Sahagún rno la confesión se hace a Tlazoltéotl y sí es
auricular. Podríamos suponer que algunos de los Infor-
mantes trataban de establecer más semejanzas entre la
vieja religión n ativa y la cristiana de las que realmente
50
había, y por otra parte desviaban su atención de la
joven diosa.
Coinciden Durán y Sahagún en mencionar las danzas
que se hacían en esta festividad por ejecutantes disfra-
zados de diversos animales. 151 Sahagún llega a mencionar
específicamente la danza del murciélago, y ni aun así
percibe la relación de esta fiesta con Xochiquétzal; viene
luego la danza de los pájaros que he m encionado al prin-
cipio de este estudio; Fray Bernardino escribe que "se
emplumaban todos los niños, hasta los que estaban en la
cuna . . . sólo los varones" (mihuicuicuiloa muchintin in
pipiltotonti, in mane! cozolco onoc, zan yehuantin in
oquichtin). Durán añade que ese día comían "todo el
pan pintado de diversas pinturas; unos como muñecas,
otros como pinceles, otros como rositas o como pajaritos,
sin poder comer otra cosa, de precepto". 152 Simbología
transparente; de la de las flores huelga hablar; la de los
pájaros queda ya mencionada; los pinceles son el instru-
mento de un arte de que, nos lo han dicho ambos frailes,
es patrona Xochiquétzal; en cuanto a las muñecas, parece
tratarse de un doble sentido de la palabra en m exicano,
nénctl, muñeca, pero en su otra acepción, pudenda mulie-
bria, una muestra más del carácter inequívoco de carnal
femineidad de nuestra diosa.
Surge, al terminar el capítulo relativo a las fiestas de
Xochiquétzal, la inevitable pregunta sobre si su culto
tenía igual observancia y solemnidad en las diversas regio-
n es en que florecía la cultura náhuatl; si reparamos en la
omisión de su nombre en el relato de Sahagún de los meses
Teotleco y Tepeílhuitl (alias Pachtontli y Huey Pachtli,
respectivamente), podremos tener la impresión de que en
51
el área en que trabajó el franciscano (mexica y acolhua)
la devoción a esta diosa sería menor que en otras partes;
pero ocurre entonces que el Códice Borbónico y los tra-
bajos de Dudn provienen precisamente de ambas regiones,
en el orden mencionado; de ahí que hablemos de omi-
siones, que podrían ser deliberadas, de parte de los Infor-
mantes de Sahagún; el Códice Borgia es asignado normal-
mente a la región meridional de Puebla, y en la parte
relativa al calendario mágico ( el civil no está tratado en
dicha fuente) concuerda con el Borbónico por lo que
hace a la materia de nuestro estudio; hasta ahí, entonc~s,
parecería haber uniformidad.
Trata miento aparte merece acaso la región tlahuica-
cohuixca (Morelos y Guerrero). Hace casi treinta año.s
escribía Samuel Martí que Xochiquétzal era "diosa de
origen tlahuica"; 1" 3 como desgraciadamente no mencio-
naba la base documental en que fundaría su afirmación,
no me atrevo a opinar sobre ella; sin embargo, en sí
misma me parece probable; pienso en otra hipótesis según
la cual Q uetzalcóatl, el sacerdote de Tula, habría nacido
en la región tlahuica, concretamente en Michatlauhco, a
un lado de Amatlán, y esto sí estaría basado en la Histoyre
du Mechique; l 5 4 ¿por qué no habría de arrancar el culto
de la joven diosa de la patria del héroe cultural que
sucumbe en Tula, irremediablemente, a su hechizo ? Allá
mejor que en ningún otro lado se reconocería por ta-1
experiencia el avasallador, incontrastable poder de Xochi-
quétzal; y no estoy aquí creando una hipótesis, sino rela-
cionando dos ya existentes.
Este origen de Xochiquétzal en el mediodía del territorio
de h abla náhuatl también está perfectamente de acuerdo
52
con el hecho, difícil de explicar de otro modo, de que
nuestra diosa, cuya enorme importancia declaran a voces
los documentos que hasta aquí hemos visto, careciera de
un templo y un sacerdocio. Cabe pensar que la deidad
suriana por excelencia, Huitzilopochtli, absorbe, como
vemos en el padre Durán, las acciones rituales en honor
de la diosa de aquel rumbo, Xochiquétzal; caso, de otra
manera, tanto más extraño cuanto que las mismas cihua-
teteo, tan relacionadas con ella, tenían sus capiH.itas,
cihuateojJan, por todas las encrucijadas de la ciudad.
También creo cabe aquí recordar que el verbo eco,
venir, llegar, según Carochi, "úsase en la tierra calien te", 155
el verbo, es decir, de que se compone el nombre del mes
dedicado a Huitzilopochtli y Xochiquétzal; y que de la
multicitada flor de la diosa, el izquixóchitl, nos informa el
franciscano Vetancurt que "se da en tierras calientes", 1 " 6
y encuentro, por otra parte, mencionada a la diosa con
mayor frecuencia en los textos que Ruiz de Alarcón reco-
gió por aquellas tierras, que en los provenientes de otros
lugares del ámbito nahuatlaca; he dicho an tes que el
carácter juvenil de la diosa madre está allá particular-
mente acentuado; todos estos datos me inclinan ciertamente
a aceptar la probabilidad del origen tlahuica de este culto,
de una tendencia marcada aquí y allá, que parece decir-
nos: ¡fuera cabecitas blancas!, o en todo caso, ¡abajo las
cabecitas blancas!, y arriba, en la luna, en el sol, sobre
los n ueve travesaños del cielo, la mujer de nuestra carne
(tonacacíhuatl), la maternidad perennemente juvenil, cÓ. 0 -
mica, de Xochiquétzal.
Y éste es el mensaje que se impone en la religiosidad
indígena; la joven diosa tlahuica desplaza a la anciana
15 5 Arte, p. 465.
rn6 Teatro mexicano, p. 40.
53
de Colhuacan, blanco de las suspicacias de Sahagún. ¿Qué
pasó, pues, con Cihuacóatl, alias Tonantzin? Hagamos
un poco de memoria de ella, puesto que la siguen recor-
dando los indios aun el día de hoy, bien que omitido, en
esos sus recuerdos, el nombre de la vieja deidad.
Los Informantes nos la presentan como Cihuacóatl
tequani, mujer culebra, comedora de gente, o simplemente
fiera. 157 Durán nos explica: "pintaban a esta diosa con
la boca abierta y grande, porque siempre est aba ham-
brienta", 1 58 o t ambién por los gritos con que llenaba la
oscuridad de la noche: chocatinenca, tecoyoi,htinenca,
andaba llorando, aullando; l51l este llanto era característica
suya, y la mujer que se le inmolaba en su principal festi-
vidad, lloraba al bailar antes de su sacrificio: auh in iquac
mitotiaya huel mochoqniliaya. 160 Le estaba consagrado
uno de los meses, el de T ítitl, que traducen antiguas auto-
ridades como estiramiento; ninguna de las ceremonias que
se describen como parte del ritual explica este nombre;
acaso hiciera alusión a las arrugas de la anciana.
Llevaba la diosa adornada la cabeza y el escudo que
lucía en la mano, de plumas de águila; la cara pintada,
la mitad superior de rojo, la inferior de negro; la ropa
toda blanca.
Su flor era, por lo que leemos en Durán, 161 el cempoal-
xóchitl; con guirnaldas de esta flor se adornaban los
participantes en su carrera ritual, xochipaina, sobre cuyos
pormenores no hay completo acuerdo entre Fray Diego y
los Informantes. 162
157 F. C., I, 3.
1 58 "Ritos", XIII, 2 6.
159 F. C., I, c.
16º lb.,II, I 44.
161 "Ritos", XIII, I 8.
162 Durán, ib., 20.
54
El templo de Cihuacóatl, Tlillan calmécac 163 o simple-
mente Tlillan, 1 G4 lugar negro, era una pieza oscurísima,
con una sola puerta, y ésa tan baja, que sólo a gatas entra-
ban los sacerdotes. Curiosamente, casi cincuenta años des-
pués de la conquista, 165 el viejo adoratorio seguía en pie;
a tal punto había dejado de constituir esa vieja diosa
materia de preocupación para los españoles.
Se había llegado, según parece, el momento del tránsito
de Cihuacóad del ruidoso culto público a la musitada
superstición casera. Cuéntase que uno de los malos agüeros
de los últimos días de gobierno de Motecuhzoma Xoco-
yotzin consistió en la recurrente aparición de una mujer
que por la noche andaba gritando: nonopilhuantzitzin,
¿campa namechnobuiqttiliz?, 166 que el Códice Ramírez
traduce: "oh hijos míos, ¿adónde os llevaré?". 167 D esde
hace tiempo se ha identificado aquella aparición con la
Llorona.
Por su parte, en la Crónica Mexicana n os cuen t a Tezo-
1 68
zómoc que el angustiado señor azteca ordenaba en
aquella sazón a sus súbditos, "que tengan gran cuenta de
oír de n oche, si anda la mujer que llama el vulgo C ihua-
cóatl, y qué es lo que llora, si se lo pueden preguntar".
En mi opinión, los t extos de los Informantes y del
Códice Ramírez son la respuesta a la cuestión formulada
en Tezozómoc, con la única diferencia de que falta en
aquéllos el nombre que en éste hallamos expresado; trátase
de la misma circunstancia, del mismo prodigio y, me per-
mito deducir, de la misma persona.
55
Fuerza era, evidentemente, suprimir el nombre de Cihua-
cóatl al hablar de aquel llanto nocturno que, por siglos,
han seguido escuchando índicas orejas; referirse nominal-
mente a la diosa como a persona viva, hubiera costado al
pobre macegual, en la nueva sociedad de la colonia, una
tanda de azotes.
Pero en esos mismos años que ven eclipsarse a Cihua-
cóa tl, ya en la oscuridad del Tlillan, ya en la de la noche
embrujada de los campos de México, una su nieta asciende,
con paso seguro, la escalera de una nueva y peculiar
apoteosis.
56
VIII
57
Esto nos da idea del prest1g10 de aquel orador sagrado
toledano, poeta latino, provincial en 15 5 5 y 15 60, de los
frailes menores, y su comisario general de Indias en el 47
y el 61. 170 Pues bien, un año después de su primera elección
como provincial, en sermón de 8 de septiembre de 15 56,
fiesta de la Natividad de Nuestra Señora, pone varias obje-
ciones al culto a la imagen venerada en T epeyácac,
objeciones que no hacen demasiado al caso para nuestra
materia, fuera del hecho allí asentado, de que fue el indio
Marcos ( de Aquino) el autor de la pintura cuyo cu'1to se
ataca.
Súbdito del distinguido predicador era Fray Bernardino
de Sahagún. ¿Es posible que el sermón de Fray Francisco
hubiera podido afectar sus apreciaciones sobre el tema?
Acaso, en efecto, haya influido, como superior, Busta-
mante en Sahagún. Pero por otra parte, éste estaba ligado
a Santa Cruz de Tlatelolco desde veinte años antes, desde
aquel 6 de enero en que el virrey Mendoza inaugurara el
famoso colegio, 171 también entonces, como más erudito en
cosas de indios, pudo influir Sahagún en Bustamante.
Lo que es casi seguro es que, dada la notoriedad de la
tendencia de este último, que podía tomarse como oficial
de la orden en cierto modo, habida cuenta de su alta jerar-
quía, los indios que informaban a su súbdito Fray Bernar-
dino, habrán sido en extremo cautos en cuanto pudiera
tocar de cerca o de lejos tan delicado asunto.
Sahagún dice, en el prólogo general a su obra, que quien
le ordenó emprenderla fue Francisco Toral, 172 provincial
en 15 57, 173 pero al final del libro VI dice que el original
de éste fue recopilado treinta años atrás de la fecha en
170 Ed. J. G. Icazbalccta, 1875, p. 230, nota 5 5.
171 Mathes, Santa Cruz de Tlate!olco, p. 21.
172 Historia general, I, p. 28.
173 Garibay, ib., "Proemio general", p. 14.
58
que lo traduce, que es de 1577, lo que nos daría 1547 y no
1557. 174
Ante estos datos contradictorios, Garibay da la razón al
último lugar citado, y pone a Sahagún a trabajar en 1547,
por orden, entonces, de Motolinía, a la sazón provincial
(un m érito más para éste, que no lo necesita, pues los
tiene de sobra), con anticipación de diez años respecto a
"la fecha antes generalmente aceptada", como dice León
Portilla, 175 fecha esta última que prefiero, por parecerme
más fácil olvidara el padre un número, que el nombre de
la persona que le ordenó emprender el trabajo de su vida,
y ser lo común en cualquier escrito anotar, y por ende
retener, la fecha en que se lo concluye; raro, en cambio,
hacer constar cuándo se empieza una obra, y en conse-
cuencia, más fácil siempre para este dato el llegar a olvi-
darse.
Las lagunas en las deposiciones de los Informantes, que
he notado arriba repetidas veces, se explican sólo con una
fecha posterior al sermón de Bustamante para los tres pri-
meros libros de la Historia de Sahagún; supongo, entonces,
que en efecto se la encarga Toral un año -después de aquel
sermón, en 15 57.
Tenían los indios, pues, en Tepeyácac, la imagen pin-
tada por el indio Marcos, según dicho de Fray Francisco,
de que, provisionalmente al menos, no encuentro por qué
dudar; allí se había adora,do antes a Tonantzin, pero la
imagen nueva no correspondía a aquella vieja diosa madre,
sino a la versión joven de dicho tipo de deidad, Xochi-
quétzal, como lo sabían ellos y veré de probar en los
siguientes párrafos; si había de seguir el culto, era preciso
escatimar cuanto se pudiera los datos capaces de llevar a
59
una correcta identificación, y por tanto a la consecuente
supresión del mencionado culto.
Es así como los informantes omiten a Xochiquétzal en
la lista de las diosas principales del libro primero; en la
lista de las fiestas del año civil de'l libro segundo; en la lista
de hostiles. acciones contra Quetzalcóatl del libro tercero;
en cuanto al cuarto libro, en que se habla de astrología,
y ello sólo en un sentido algo forzado de la pahbra, ya no
era menester cuidarse tanto; de acuerdo con las ideas reli-
giosas que llevaban ya tiempo inculcando los frailes, este
libro caía, casi tan redondamente como el quinto, dentro
del campo de la superstición más bien que de la religión;
el mismo título de astrología judiciaria no invita, de suyo,
a pensar en los dioses; aun así hemos visto, en algún caso,
callarse inclusive aquí el nombre de nuestra deidad. Teda
esta información no se la ocultaron a Fray Diego D urán
los viejos a quien consultó, no porque necesariamente estu-
vieran mejor enterados que los Informantes de Sahagún,
sino por saberse que los dominicos no veían con suspicacia
el mencionado culto, mas, suponiéndolo decididamente
católico, se habían vuelto sus aguerridos fautores.
60
IX
ASPECTOS DE LA IMAGEN
61
177
tura lo derrocha el artista a lo largo y ancho de su cuadro,
con el disimulo necesario en su circunstancia. "La inno-
vación artística es el resultado del efecto que la desinte-
gración cultural le produce al individuo sensible", ha
dicho Robert Zingg, 178 y sensible Marcos de Aquino a la
desintegración cultural náhuatl, se da perfectamente
cuenta de que los españoles no permitirán de ahí en más
al indio venerar una página de códice. Para el observador
indígena no faltaban, pues, indicios, símbolos que le mani-
festaran a quién tenía enfrente en la hermosa pintura;
veámoslos, como sin duda los vio por aquellos días cual-
quier devoto pagano suficientemente imbuido en la
cultura religiosa de sus abuelos.
Lo primero que salta a la vista es la juventud de la
Señora; Miguel Cabrera, el pintor, habla de "edad de
catorce a quince años"; 179 el poeta jesuita Andrés de la
Fuente escribe al respecto:
180
in medio tenerae corpus duodenne puellae
62
Desde luego, esto de la edad es algo muy vago como
para deducir nada de importancia; después de todo, es
rara la imagen de la Virgen María que nos la muestre de
plano vieja, aun en la donnición. Los datos verdadera-
mente reveladores, en cuanto a la identidad, son los siguien-
tes:
1. El color del rostro es de un moreno cenizo que se
relaciona con la advocación Ixnextli, cara cenicienta, que
se daba a Xochiquétzal; el mismo color hace pensar en los
cenizos, nenexquílitl, que según Motolinía 181 era comida
ritual en honor de Tezcatlipoca.
2. Las flores de la túnica no están ahí simplemente para
que la llamemos florida mater, como lindamente lo h acía
182
el padre A ndrés en su poema. Las flores pequeñas son,
específicamente, izquixóchitl, cuando menos según el Ni-
can mopohua; 183 Primo Feliciano Velázquez traduce
"diferentes flores"; no son diferentes, son las mismas, salvo
error del original, las que hemos visto en relación con
Xochiquétzal (y su divino amado Tezcatlipoca) repeti-
das veces en este escrito.
Unos curiosos objetos rematan, en el dibujo de la túnica,
las guías del izquixóchitl; no son, desde luego, la flor,
p ues superan con mucho en tamaño a ésta y difieren total-
m ente en la forma; no son la hoja, pues también vemos a
la última representada a lo largo de las guías, y no existe
entre ambos ningún parecido; examinadas atent amente
las imágenes que de flor y planta nos ofrecen los códices
Badiana 184 y Florentino, 1 85 y aun las subespecies tlaco-
izquixóchitl, tlapalizquixóchitl, quauhizquixóchitl) que
18 1 "Historia de los indios de Nueva España", p. 23.
l S2 Cf. Vctancurt, l. c. en la nota 156, sujmt.
183 Versículo (¿ ?) 157.
18 4 Fol. 39r.
185 XI, ilustración 68 5.
63
ocurren en la segunda de estas fuentes, concluimos que
nada semejante aparece en ellas.
Un examen atento de dichos objetos acaba por revelar-
nos la forma de un rostro humano, de rasgos si se quiere
grotescos (ironía acaso del artista y reto a todos los cona-
tos que se hagan de identificación con una planta real) ;
muéstrase la cara de frente, ojos y boca cerrados, nariz
prominente, abultados carrillos; y si los dos primeros ras-
gos me sugerían el silencio y la sombra del Mictlan, la
ayuda del ojo experto, penetrante, de Rubén Bonifaz
Nuiio, me descubre la semejanza del contorno del miste-
rioso objeto con el glifo de tépetl, mont,e; y aun me hace
notar él mismo que la nariz, puesta aquí tanto de relieve
por el artista, nos sugiere la palabra yácatl, nombre náhuatl
de ese órgano; estamos entonces ante el jeroglífico Tepe-
186
yácac, Jugar sagrado de adoración de la imagen; la flor
entonces y símbolo de la diosa, en aquel monte precisa-
mente en que, a través de la teofanía, florece ante nues-
tros ojos.
186 v. fig.
64
El número de dichas estrellas es de cuarenta y seis:
cicitlaltin 0111,j)Ohualtin on chiquaceteme; 187 sex et qua-
draginta micantia sidera; 188 Cabrera dice: "quarenta y
seis estrellas; veinte por el lado diestro y por el otro veinte
y quatro", 189 peculiar aritmética facilísima de corregir
contándolas: son veintiséis las del lado izquierdo.
Si empezamos por considerar el total del lado derecho,
tendremos que el día vigésimo del tonalpohua!li es precisa-
mente Chico,ne xóchítl, 7-Flor, es decir, el séptimo día de
la segunda trecena, cuya patrona es Xochiquétzal; día
en sí indiferente según Sahagún; 190 la posibilidad de me-
jorar el hado mediocre posponiendo la im posición del
nombre hasta el último día de la trecena, ha sido mencio-
nada arriba; es lo que sucede en el lado izquierdo del
man to; ahí tenemos segunda trecena, día decimo tercero,
de buen agüero entonces para los artistas, ya fueran
labranderas o pintores; número, por ende, de capital im -
portancia par a el que ejecutaba la imagen que analizamos.
Alguien podría objetar que lo que se cuenta son est re-
llas y no soles, noches por tanto y no días; pero puede
decirse que para la mentalidad indígena los trece números,
en sí mismos, son dioses celestes por una parte (por lo
mismo no solamente sol, sino estrellas ) y también días, m
y que cada día es un dios, o más bien un par de dioses,
el del número y el del nombre. 192
4. Consideremos ahora los r ayos del sol que rodean la
imagen. Desde el siglo XVIII estos rayos, y por otra parte
65
la luna representada bajo los pies, ocasionaron que 1a ima-
gen fuera identificada con la visión con que empieza el
capítulo XII del Apocalipsis: una mujer circundada de
sol y con la luna bajo sus pies; w 3 pero ahí acaba la seme-
janza, porque en el Apocalipsis la mujer está gritando,
atormentada por los dolores del parto (Krazei odínusa Kai
basanizomene tek.éin); acá no hay nada que sugiera el
parto y la divina señora guarda tranquilo silencio; en
aquella visión, una gran serpiente acecha para devorar
al hijo que nazca, y barre con su cola la tercera parte de
las estrellas del cielo; aquí no hay tales espantos, y las
estrellas están espaciadas uniformemente en el manto, sin
el hueco que h abría ocasionado el golpe y paso de la cola
del reptil.
Sol y luna no son entonces aquí, necesariamente, los
apocalípticos ; hemos dicho que a este sol desde su ama-
necer, por así decirlo, se le contaron los rayos; el Nican
m.opohua nos dice que son cien, exactamente cincuenta de
un lado y cincuenta del otro; para Cabrera son ciento
veintinueve, lo cual plantea un problema; aunque vimos
que Cabrera no contaba muy bien, es difícil equivocarse
por tan amplio margen y, fuera de que los directamente
encima de la cabeza de la divina señora están ya algo borro-
sos y no se dejan contar claramente, el número actual de
todos ellos sí llega a ciento veinte cuando menos.
El viejo narrador del Nican mopohua, por otra parte,
habla con t al seguridad, que vemos distribuye los resplan-
dores a ambos lados en exacta correspondencia; no pienso
que se haya equivocado al numerarlos, ni menos que faci-
litara su propia refutación, no necesitándose contarlos,
66
más que por un lado, cuando cualquiera de ellos tiene más
de cincuenta.
No hallo en sus obras cuántos rayos h abrán contado, si
lo hicieron, Becerra Tanco y D e la Fuente. Y ante dos
números discordantes, prefiero, antes que imputarle error
a cualquiera de ellos sin base suficiente, suponer que habrá
habido retoque, en algún momento, en esta parte, acaso
no juzgada tan esencial, de la pintura; a ello también m e
inclina el que en algún grabado viejo, en Becerra Tanco, 194
veo rayos supernumerarios p or debajo de la imagen del
angelillo, en una parte, pues, de la tilma, que ya no se
conserva, si existió alguna vez. Quedándome, pues, con la
versión más venerable por su antigüedad, y anterior en
todo caso al probable retoque, es decir la del Nican niojJO-
hua, aceptaré cien rayos.
Ahora bien, el día centésimo del tonalpohualli nos da el
día noveno de la octava trecena (13 X7+9 = 100), Ce
malinalli 1-Hierba, o sea precisamente la fecha Chicu-
nahui xóchitl, 9-Flor, natal, como hemos visto, de temi-
bles adúlteros y ladrones. El número nueve, también m e
permito recordar, es el número embrujado de Quetzal-
cóatl, numen tan relacionado con nuestra diosa.
Si el tonalpohualli tiene 260 días, la selección de dos,
entre tantos, que precisamente se relacionan con esta diosa,
es algo que parece muy difícilmente atribuible a la casua-
lidad.
5. H emos visto que Xochiquétzal es, entre otras cosas,
deidad lunar, y en virtud de ello, emparentada con los
dioses del pulque; hace sentido aquí la presencia de la
luna, pero es peculiar el hecho de que la luna aparezca
negra; a este r especto creo se debe tomar en cuenta que
194 Peliridad de M éxico, Jus, 1979, en preliminares no paginados, después
de los elogios y antes del prólogo.
67
el murciélago de Quetzalcóatl, el portador de las flores,
de que en su lugar hice mención, está relacionado estre-
chamente con la luna, es quien se va comiendo la parte
luminosa de ésta en el menguante, 195 versión "astronómi-
ca" del mito de la mordida en la natura de la diosa; el
color negro. del animal está sugerido aquí en el color del
astro roído por su diente.
Cabría recordar aún que el nombre Nahui técpatl,
4-Pedernal, es nombre de '1a luna y, desde luego, perte-
neciente a Xochiquétzal, 190 pues es fecha derivada de Ce
quauhtli, 1-Águila, que hemos visto es trecena consa-
grada a la diosa. De ahí que en algún monumento, como
la pintura mural del Fortín de las Caritas, en Cempoala,
veamos a un pedernal subrogarse al conejo de costum-
bre, m como sucede también en la lámina 18 del Códice
Borgia; el color negro de la luna es pues, por ambas razo-
nes, símbolo inequívoco de Xochiquétzal.
6. El angelillo que aparece bajo los pies de la imagen,
y que juzgaría cualquiera la cosa más innocua del mundo
es, en el contexto que estudiamos, uno de aquellos n iños
que se vestían de pájaros con plumas multicolores en la
fiesta de Xochiquétzal descrita por el padre Durán, de
que se hizo memoria.
7. De los cuales pájaros, pues andaban chupando el ro-
cío de las flores, hemos dicho que hacían señalada refe-
rencia al colibrí, pájaro de Huitzilopochtli; justo encima
del ángel hay un indicio que refuerza esta interpretación;
el himno a Huitzilopochtli, en efecto dice:
68
T etzahuitli ya mixtecatl,
ce in mocxi
69
oculto; el lado izquierdo y el pie de ese lado, o más exac-
tamente la sandalia que enfundaba ese pie, la que llamaban
sandalia de obsidiana, itzcactli, 201 denota la privanza, el
favor especial de la soberana hacia alguien; el pintor su-
giere así, delicadísimamente, que ella seguirá dispensando
favores a s1;1s devotos, pero que ~sa relación del devoto con
ella ha de mantenerse en secreto, disimulada lo mejor que
se pueda, si ha de hacerse tolerar.
Notemos por último, y es extraño que no hayan !'.epa-
rado en ello los comentaristas del himno, que es uno el pie
que Huitúlopochtli deja estampado sobre la bola de masa,
señal de su advenimiento que motiva el nombre de Teo-
tleco (llegó el dios) de ese mes de Pachtontli cuyos honores
comparten él y Xochiquétzal. 202
8. El verso que sigue en el himno a Huitzilopochtli
reza:
Pichahuaztecatl,
tlapo maya.
(Morador dd frío, tu ayate se abrió).
70
tica para referirse a cualquier teofanía; el abrirse la manta
de un dios es el correrse de un velo para que aquél se
manifieste; y entonces este verso es de todos modos para-
lelo con el pie cuya huella acaba de dejar el dios en la masa.
Erraríamos del todo si relacionáramos, siquiera remota-
mente, el despliegue de la manta con una exhibición de
tipo comercial ( Feilhalten) como hace Seler en el caso
205
de algunas representaciones semejantes en los códices, no,
el abrirse la manta del numen es el mostrarse tal cual es, el
abrirse de capa que decimos ahora.
Con esto nos estamos saliendo de la tela; este verso del
himno ya no fue incorporado a la pintura, sino a la narra-
ción de cómo, al abrirse el ayate, se muestra la preciosa
imagen. Dejada, pues, ésta, sólo nos queda examinar algu-
nos otros detalles de dicha narración.
9. Las cuatro apariciones son las cuatro fiestas de Xo-
chiquétzal en el tonalpohualli, y al mismo tiempo recuer-
dan las cuatro formas de manifestarse de la divina nodriza,
cuatro advocaciones, podríamos decir, de la diosa ama-
mantadora, según la vemos en las láminas 16 y 17 del
Códice Borgia: Tlazoltéotl, Mayáhuel, Xochiquétzal y
Chalchiuhtlicue; carácter nutricio sobre que aún insistiré
al término de este ensayo.
1 O. Por lo que hace al nombre del supuesto feliz viden-
te, no se trataría, por lo que llevamos visto, más que de
una respuesta, de tipo litánico, 206 al regocijado pregón
sacerdotal 207 que anunciaba el advenimiento de Huitzilo-
pochtli:
¡Téotl eco!
(Llegó el dios)
2º5 " D ie mexikanischen Bilderschriften", G. A ., I, 1 89 .
2 06 Cf. Veinte himnos, pp. 29, 40.
2<>7 Sahagún, II, 31, 6.
71
Responderían entonces los fieles, dirigiéndose a Xochi-
quétzal, cuya era también esta festividad:
¡lhuan tiyeco!
72
Ya Durán se quejaba de que los naturales retuvieran,
corno en la época pagana, fiesta de muertecitos y de muer-
tos grandes; 211 a pesar de tales protestas, a ciencia y
pacieti:cia de los curas de pueblo, los indios siguen distin-
guiendo muertos chiquitos y muertos adultos, 19 y 2 de
noviembre, respectivamente, como en el tiempo de Durán.
Ahora bien, de Huey miccaílhuitl, gran día de muertos,
a Pachtontli, fiesta de Xochiquétzal, hay cuarenta días;
desplazado dicho gran día al 2 de noviembre, y contando
siempre los cuarenta días para la celebración de Xochi-
quétzal, tenemos exactamente el día 12 de diciembre; es
perfectamente lógica, entonces, la asignación de tal día
para la nueva festividad.
Era vital para los indios mantener la relación de Xochi-
quétzal con el inframundo, pues el origen de las flores,
que tan importante papel juegan en el viejo como en el
nuevo culto, tiene que ver con el Mictlan, donde aquéllas
nacen del pedazo de carne que el murciélago de Quetzal-
cóatl arrancara a la diosa.
12. último tema a tratar en este estudio, el nombre
que se dio a la celeste señora en cuanto objeto del nuevo
culto, es decir, Guadalupe, ha sido materia desde hace
siglos de acres y larguísimas discusiones; sería ilusorio
esperar ponerles fin con una nueva hipótesis etimológica;
sin embargo, un sistema coherente de exégesis como el que
he intentado proponer, quedaría incompleto sin su corres-
pondiente interpretación del nombre guadalupano; vaya,
pues, ésta, sin ánimo alguno de imponerse ni desplazar las
otras, con la seguridad, eso sí, de tornar debidamente en
cuenta la doctrina gramatical más ampliamente recibid2,
y en su defecto fenómenos de lengua, clásica desde luego,
demostrables e inconcusos.
211 "Ritos", XII, 1-4.
73
Tomaré como base para mi etimología la forma breve
Gualu pe; alguien podría tenerla por síncopa de Guada-
lupe; en mi hipótesis, al contrario, Gualupe se habrá dado
primero, y luego se habrá procedido por epéntesis para
llegar a Guadalupe, a modo de igualar el nombre original
con una advocación de la Virgen María que ya tenía
devotos entre los españoles desde tiempo atrás en la penín-
sula; lo inverso no tendría, desde luego, ningún sentido,
es decir, mutilar sin razón alguna esta advocación previa-
mente en uso y correcta.
Encuentro en el poema latino del padre De la Fuente 212
la forma Gualupia que postula, por analogía, la española
Gualupe de que hablo, como el latín Guadalu pia viene de
Guadalupe. Los cambios fonéticos a partir del náhuatl son
sencillos; la G inicial no presenta problema, pues la suavi-
zación de la gutural fuerte original es común en estos ca-
sos, cf. Guatemala, Guatimuz, guamúchil; la fluctuación,
por otra parte, de la u y la o por un lado, la e y la i por
otro, está de manifiesto en viejas grafías como Tlatilulco
o Tetzcuco en lugar de las formas usuales.
La forma original náhuatl que propongo como base
para GualujJe GualuJJia es Cualopi, compuest o de cualoni,
comestible, y de pitli, muchacha, hermana mayor. Exami-
nemos gramaticalmente la viabilidad de semejante com-
puesto.
En composición, nos dice el padre Malina, el nombre
que funge como primer elemento pierde lo que perdería
si estuviera solo y se le antepusiera el posesivo, 213 aunque
los verbales en -oni de significación pasiva no reciben, nos
informa él mismo, el posesivo. 214 Carochi en cambio limita
74
esta última restrición a los verbales en -oni que significan
instrumento, sin mencionarla por lo que hace a los adje-
tivos verbales p asivos, que son los que aquí n os interesan; 215
y en todo caso, Carochi mismo nos dice: "el nombre que,
componiéndose con otro, precede, pierde siempre su f i-
nal"; 2 16 bástencs esto, y tomemos como final am isible la
sílaba -ni, pues que la sílaba -lo ha de conservarse por ser
el signo de la voz pasiva y llevar, entonces, la n ota esen-
cial a este tipo de adjetivos. Que esta sílaba -ni es la que se
pierde en los nombres que terminan con ella, resulta evi-
dente, por ejemplo, en palabras como Tzatzitépetl, cerro
del pregonero, donde pregonero es tzatzini; cochitz ápotl,
zapote dormilón, es decir el blanco, en que cochini es el
elemento que significa dormilón.
Henos pues aquí con cualo como primer elemento p ara
n uestro compuesto; pasemos al segundo, es decir, jJit!i;
parecería haber aquí un problema: en efecto, Olmos, al
hablarnos de los elementos de composición, sean cuantos
sean, nos dice categóricamente: "el postrero no perderá
nada." :! 1 7 Norma inobjetable la de este padre sapientísimo
si la referimos a nombres com unes, que supongo habrán
sido los que tuvo en mente al redactarla; mas por lo que
hace a nombres propios de persona (y con ese destino se
acuñaba Cualopi), la excepción es casi t an común como
la regla; veamos algún ejemplo:
75
Xochiquétzal (quetzelli), que de hecho algún :mtor,
notablemente Durán y Paso y Troncoso, usan completo,
Xochiquetzalli, mientras generalmente se apocopa.
76
Huc avida properate siti, nam florida mater
et sitit hauriri et 1nellis gerit ubera plena;
nocte dieque patet neque rnamnias denegat ulli, 218
77
libro VI del Códice Florentino: 221 1noquazque, 1noquati-
nenque, que se refieren a las relaciones de la pareja durante
e1 embarazo.
En cuanto a la palabra pitli, muchacha o hermana ma-
yor, se usaba también para dirigirse a la madre (cf. uso aná-
logo de icauhtli, hermano menor, aplicado al padre) ; lo
vemos, ya en unión con dicho nombre de madre en la ex-
presión in tinonantzin in tinopitzin, ya solo ( dos veces),
por ejemplo, en el Huehuetlatolli de Fray Juan Bautista. 2 2:!
Nombre, cierto, el más apropiado para expresar la mater-
nidad juvenil, atributo señalado de nuestra diosa.
Así las cosas, no se necesitaba de una imaginación calen-
turienta para suponer, digamos, que '1a diosa de los pin-
tores pudiera pintarse a sí misma; que la diosa que :mtaño
carecía de templo, pidiera uno, y desprendiéndose, de un
modo u otro, de una tradición plasmada maravillosamente
en la tela, las flores y eI invierno, cuatro apariciones, dos
nombres, una fecha, el despliegue de una manta, no era
menester un genio para hilvanar lo que hoy pasa por otra
tradición, y que en el fondo no es sino una y la misma,
es a saber la de Xochiquétzal, que pervive, siquiera oculta,
siempre vigoro~a .
221 Cap. XXVII, p. 1 56; cf. Thelma Sullivan apud ECN, 7, p. 80.
222 Pp. 21r, 22r.
78
LISTA DE ILUSTRACIONES
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-
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a.
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e
17
ABREVIATURAS
ACUÑA, René
1987 Relaciones geográficas del siglo XVI: Michoacán. Univer-
sidad N acional Autónoma de México, México.
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1977 Maravilla americana. Segunda edición facsimibr. Editorial
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CÓDICI:: BADIANO
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CÓDICE RAMÍREZ
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FREUD, Sigmund
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1958 Ritos, sacerdotes y atavíos de los dioses. Introducción, paleo-
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1962 D e rerum natura. Commentaire exegétique par Alfred Ernout
et Lean Robin. Les Belles Lettres, Paris.
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ÍNDICE
Xochiquétzal 7
I Carácter de Xochiquétzal 9
II Nombre <le la deidad 17
III Atavíos de Xochiquétzal 25
IV El mito de Yappan 33
V El juego de pelota 35
VI Diosa madre 37
VII Los tiempos sacros de Xochiquétzal 45
VIII Pervivencia del culto a Xochiquétzal 57
IX Aspectos de la imagen 61
Lista de ilustraciones 79
Abreviaturas 81
Bibliografía 83
91
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