Directorio Franciscano1
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Directorio Franciscano1
Espiritualidad franciscana
Pensaba concluir este trabajo con una investigación sobre los relatos de las experiencias
religiosas de Francisco transmitidos por la Leyenda de los tres compañeros y por la Leyenda de
Perusa; por desgracia me ha sido imposible llevar a cabo este proyecto inicial, dada la cantidad de
material existente y el poco espacio disponible. De todos modos, tengo el propósito de continuar
estudiando la mística de san Francisco en las fuentes biográficas.
En tal estudio deberán incluirse, ante todo, los llamados «informes» de la Leyenda de los
tres compañeros y de la Leyenda de Perusa; en efecto, según un número cada vez mayor de
investigadores, dichos informes transmiten relatos provenientes de los compañeros del Fundador
de la Orden y -como he sostenido yo mismo en varios estudios-[2] lo hacen de manera
literariamente más sencilla que los testimonios materialmente concordantes (al menos en parte) de
la Vida segunda de Celano, a la vez que no parecen estar influenciados por esquemas
interpretativos teológico-espirituales, como el de la vida angélica de la Vida primera de Celano o
el de Francisco, otro Cristo de la Leyenda Mayor. Por otra parte, la Leyenda de Perusa refleja, en
algunos detalles esparcidos inintencionadamente (por ejemplo, al hablar de las enfermedades de
Francisco), que tales relatos provienen de testigos oculares merecedores de crédito.
1. La obra de Daniel Howard Sinclair Nicholson (1803-?)[3] resulta difícil de valorar por el
hecho mismo de que, cosa muy curiosa, la investigación franciscana la ha pasado totalmente por
alto. Así, en ninguna de las revistas franciscanas que conozco aparece comentario alguno sobre
ella. Nicholson procura exponer la mística del Pobrecillo a la luz de las fuentes hagiográficas
primitivas y con la ayuda de los conceptos de la teología mística. No es posible ni preciso
reproducir aquí las ideas directrices de esta voluminosa obra. En ella se alternan capítulos con
elementos de psicología, filosofía y teología (especialmente de historia de la mística), e
interpretaciones prolijas y un tanto esotéricas sobre san Francisco. En los nueve capítulos que
tratan exclusivamente sobre él, aparecen en algunos lugares observaciones valiosas, pero
Nicholson cede frecuentemente a la tentación de revestir al Poverello con ideas tomadas de
místicos posteriores. Expone la piedad de Francisco de forma un tanto simple, por ejemplo, cuando
debate los tres votos religiosos, sin prestar suficiente atención al momento experiencial. La
expresión: «El sacramentalismo de la mente y del espíritu» (pp. 357-378), acuñada quizás por el
autor, y con la que indica la capacidad que tenía Francisco de expresar simbólicamente en el
ámbito corporal sus experiencias íntimas, sigue teniendo validez en nuestros días.
2. El P. Leo Bracaloni (1885-1975) emprendió en 1929 la tarea de articular los informes
biográficos contenidos en 1 Cel, 2 Cel y LM, utilizando para ello el esquema bonaventuriano de
«las tres vías» (purgativa, iluminativa y unitiva).[4] Coordinar acontecimientos tan complejos en
torno a cada uno de estos tres grados, no podía lograrse sin caer en arbitrariedades. El principio de
las tres vías le parece a Bracaloni útil hasta para resolver problemas cronológicos (p. 461).
Además, no puede pasarse por alto la existencia en las fuentes biográficas de una interpretación
teológica previa, cuando hasta la misma elección de las palabras empleadas por los biógrafos la
está delatando. Por otra parte, sorprende que un expositor de temas franciscanos tan benemérito
renuncie al uso de los Escritos.
3. María Pía Freschi (1881-1947) -famosa en la Italia de la preguerra por sus biografías y
novelas- escribe su libro,[5] apenas citado hoy en día, para un público amplio, pero bien formado,
y lo hace con una finalidad predominantemente espiritual (pp. X-XI). Tras una exposición
cronológica de la juventud y conversión de Francisco (pp. 1-85), estudia, primero, las
características de su espiritualidad (entre otras, su sentido estético y su amor: pp. 87-266), y, luego,
las experiencias místicas de los últimos años de su vida (pp. 267-392). La crítica destaca tanto sus
loables intenciones y su atractiva presentación literaria, como las deficiencias de su precisión
terminológica y de su profundidad doctrinal.
5. Preparado desde hace largo tiempo con un intenso estudio de los primitivos escritos
franciscanos, Kurt Ruh[7] se propone «captar en las fuentes» (p. 240) la corriente original de la
mística franciscana, que brota en el siglo XIII y configura en parte el medievo religioso. Teniendo
en cuenta la finalidad de nuestro tema, me limito a indicar sólo y brevemente lo que este
importante estudio expone sobre la mística del Fundador de la Orden. «Lo específicamente
característico» de la experiencia de Francisco consiste en que no fue «una mística expresada con
palabras, sino una mística vivida», importante desde el punto de vista histórico por la imagen que
«el mundo contemporáneo y posterior» a Francisco se ha formado de éste (p. 241). «Al principio
de este camino están las bodas místicas con Dama Pobreza; al final, la crucifixión mística en el
monte Alverna. El camino mismo, que abarca estos dos focos, consiste en la imitación de
Cristo (imitatio Christi) y su meta es la identificación con Cristo (conformitas Christi)» (242). La
identificación franciscana con Cristo es «fruto del seguimiento evangélico» y se caracteriza porque
«no necesita de un espacio especial, el conventual, sino que más bien se lleva a cabo en las
ciudades y caminos de este mundo» (pp. 243-244).
El total desprendimiento ante el obispo Guido II, consecuencia de la escucha del evangelio,
conduce al connubium spirituale, a los desposorios con Dama Pobreza, aunque no se cite, como en
el caso de san Bernardo, el Cantar de los cantares. «En estos desposorios Francisco sigue
manteniéndose en la via Christi, en el camino de Cristo» (p. 245), que le muestra el camino del
seguimiento de la cruz -sin olvidar el anhelo de martirio- y que terminará llevándole a la unio
mystica passionalis, a la estigmatización. En el Poverello se realizó de «manera incomparable y
asombrosa» «la piedad de una época», una piedad muy próxima a la vita mystica que desde las
cruzadas y sobre todo en la teología de los cistercienses «hizo de Cristo hombre su centro, y de la
vida de Cristo el objeto de toda reflexión y meditación espiritual, de toda práctica religiosa» (p.
248).
Ruh parece negar carácter místico a los Escritos (p. 252); sin embargo, subraya los puntos
nuevos destacados en las hagiografías franciscanas: además de la orientación de la vida de
Francisco a la vita mystica como conformitas Christi, como identificación con Cristo, indica
certeramente el «fuerte predominio del matiz afectivo» (p. 252).
7. De la colaboración del P. A. Rotzetter,[10] la parte que tiene una importancia especial
para nuestro tema es la tercera: «La experiencia fundamental» (pp. 123 y siguientes). A diferencia
de otras corrientes de la mística cristiana, la mística de Francisco no se desliga nunca de la
encarnación. «Su experiencia de Dios está vinculada a Jesús, a su encarnación, a su acción, a su
pasión, a su resurrección y a su ascensión al cielo» (pp. 125-126). Por eso el P. Rotzetter la califica
de «místico-sacramental» (p. 124). Además, «la mística de Francisco aparece vinculada a la
historia de la salvación y es consecuencia suya, es decir, está constantemente en relación con lo
perceptible, lo visible, la creación, la historia, Cristo, el sacramento, la Iglesia, etc.» (p. 124). «A
partir de la Admonición 1, el autor expone la experiencia mística del Pobrecillo. La "humildad de
Dios" es una idea clave a partir de la cual se entiende por qué Francisco coloca en el primer plano
la encarnación, la pasión, la cruz, y temas como el del Buen Pastor y el del lavatorio de los pies.
Jesucristo es el puente entre Dios y el hombre. Y sigue presente en la Palabra y en los sacramentos.
Los términos "Dios-Jesucristo-Palabra-Sacramento", por este orden, podrían parecer una
sistematización posterior, pero, de hecho, dicha serie concuerda plenamente con el orden de
precedencia presente en la vida y en los Escritos de Francisco».[11]
El haber sido el primero en consultar, como es lógico por otra parte, los Escritos para
describir la mística de Francisco, es un mérito innegable del P. Rotzetter. Su ensayo interpretativo
parece haber descrito los elementos esenciales, y lo ha logrado con análisis y formulaciones que
demuestran una intuición penetrante y un gran dominio del lenguaje. Con todo, el autor corre el
riesgo de proyectar, en este estudio, y también en otros, planteamientos modernos sobre la pantalla
de los textos medievales, forzando su sentido.
8. El libro sobre san Francisco del P. Isnard Wilhelm Frank[12] contiene amplias
exposiciones sobre la mística del Santo (pp. 46-100). Distingue dos formas históricas de mística
fundamentales: una, enemiga del mundo («acósmica»), fuertemente orientada, desde el punto de
vista teórico, a la unión con Dios mediante una huida del mundo conscientemente buscada y en la
que late la amenaza del gnosticismo (p. 47); y otra, la mística «mundana» ingenua («cósmica»),
«que vive desde la experiencia inmediata de la cercanía de Dios y de la seguridad en lo divino»
(pp. 48-49), y que fácilmente cae en el panteísmo o en una piedad romántica natural. «Desde el
punto de vista histórico-religioso, la postura mística de Francisco debe situarse en el punto medio
entre ambas posiciones» (p. 49). Como prueba de ello, el P. Frank describe al Poverello, en cuanto
orante, enraizado en la tradición de la oración repetitiva y litánica, practicada por los monjes y los
laicos piadosos desde el período carolingio y que en los siglos XI y XII tomó un matiz afectivo-
contemplativo. El Santo es autor de las oraciones que se le atribuyen en el sentido de que «tomó
oraciones previamente existentes y las repitió o transformó con sus propias palabras» (p. 53). El P.
Frank destaca correctamente «la familiaridad (de Francisco) con las Sagradas Escrituras, algo
extraordinario en un laico de su época» (p. 55). En cuanto al Cántico de las criaturas, subraya:
«Con su comprensión mística del cosmos, Francisco humanizó la naturaleza y renaturalizó al
hombre. Vivió por anticipado la reconciliación entre espíritu y naturaleza» (p. 63). En
el Cántico, «resumen de la piedad de Francisco» (p. 67), reflejó con palabras su santo mundo
interior (p. 65).
Un segundo punto esencial lo constituye la piedad eucarística franciscana, que no fue una
simple «demostración antiherética» contra los movimientos sacramentales de aquella época, sino
que fue simultáneamente una «unión de mística acósmica y cósmica». Para Francisco, el pan y el
vino, «la naturaleza inanimada», se convierten «en "custodia" de la divinidad», en «sacramento del
mundo» (p. 80). Al contrario que en el rigorismo acúltico y la extremista piedad anticósmica de los
cátaros, la piedad del Poverello está centrada principalmente en la vida de Jesús. «La Palabra de
Cristo en la Escritura y en el Sacramento» fue el «punto de referencia de su piedad mística». En su
seguimiento de Jesús, la palabra evangélica era para él la «imagen concreta» y el modelo que tenía
que imitar. «Por tanto, ese seguimiento no consistía en una copia externa del modo de vivir de
Jesús transmitido por los evangelios, sino en una identificación interna con él» (p. 88). Para el P.
Frank, la estigmatización es una «clave para comprender al místico Francisco»: «lo que se grabó
en su alma durante su prolongado trato con el Crucificado, halló su expresión corporal en los
estigmas» (p. 89). A este propósito, el autor habla frecuente y enfáticamente de «mística de Jesús».
La pasividad mística
4. Las experiencias místicas están siempre condicionadas por una determinada imagen de
Dios, imagen que depende, en definitiva, de los pasajes bíblicos que le han ido calando a uno en la
meditación. A la vista de los Escritos, resulta indudable que la piedad del Santo se nutrió no sólo
de los sinópticos, sino también, y mucho, de san Juan. Así lo manifiestan los casos relativamente
frecuentes en los que, siguiendo a 1 Jn 4,16b o bien 8b, describe a Dios como amor sustancial.
[14] El primer texto, desde el punto de vista cronológico, en que aparece esta fórmula favorita es el
de 1CtaF II,19. En esta carta Francisco se dirige, junto con sus frailes, a los penitentes
espiritualmente próximos a él. Con tono suplicante les ruega que «acojan benignamente con amor
divino las sobredichas odoríferas palabras de nuestro Señor Jesucristo», es decir, las actitudes
evangélicas básicas que ha resumido en su carta con el término genérico de «penitencia»; este
ruego lo dirige «en la caridad que es Dios», alegando como motivo el amor infinito que constituye
la esencia de Dios y con el que Éste se comunica a los hombres.
Esta perífrasis sobre el amor como la más profunda esencia de Dios, inserta en un contexto
de advertencias a quienes no hacen penitencia y de promesas a quienes viven en penitencia,
pudiera parecer poco provechosa para comprender la vida mística. Pero debe tenerse en cuenta a la
vez el relato de 2 Cel 196 sobre la especial devoción de Francisco a la expresión «amor de Dios».
No podía oír la expresión «amor de Dios» sin conmoverse hondamente. «En efecto, al oír
mencionar el amor de Dios, de súbito se excitaba, se impresionaba, se inflamaba, como si la voz
que sonaba fuera tocara como un plectro la cuerda íntima del corazón». Estamos ante un texto que
posee todos los rasgos de credibilidad interna. Y difícilmente podía expresar el carácter de
experiencia mística con más nitidez que con este triple verbo progresivo y ascendente: se excitaba,
se impresionaba, se inflamaba, y con la comparación de la cuerda que resuena, imagen de la
interioridad más íntima de la persona tocada por el amor de Dios, al igual que con la comparación
de la armonía de una música de cuerda para sugerir la «degustación» suprasensible del deleite
místico.
Teniendo como fondo este relato de Tomás de Celano, resulta mucho más claro el
fragmento de 1 R 22,25-26. Un conjunto de razones, que no es del caso exponer en este momento,
permiten afirmar que probablemente la fecha y el contexto vital en los que se escribió este capítulo
se vinculan con la renuncia de Francisco al ministerio de General de la Orden (año 1220). Con una
admonición de características cuasi-testamentarias, Francisco previene a sus hermanos para que no
pierdan o aparten del Señor «la mente y el corazón» y para que no se enreden en intereses terrenos.
Y, «en la santa caridad que es Dios», ruega a todos los hermanos que remuevan todos los
obstáculos, como por ejemplo las preocupaciones y temores, que puedan impedirles el contacto
con Dios, de modo que se hallen en las mejores condiciones para «servir, amar, honrar y adorar al
Señor Dios, y háganlo con limpio corazón y mente pura, que es lo que Él busca por encima de
todo» (1 R 22,26). En este breve fragmento se hacen patentes las claves básicas de la piedad que
Francisco vivió y que con tanto celo depositó en el corazón de sus hermanos. En línea con la
tradición secular, considera el amor a Dios, el servicio a Dios y la oración, en los que siempre
destaca fuertemente la importancia del acto latréutico, como la meta y el objetivo de la vida de los
hermanos. También es tradicional el requisito de una purificación interior previa a cualquier
progreso en el camino del encuentro con Dios. En cambio, el vincular la apertura interior a Dios
con la pobreza parece que es algo peculiar de Francisco: para mantener el corazón y la mente
inquebrantablemente orientados hacia Dios, hay que estar interiormente desvinculados de todas las
cosas y preocupaciones terrenas. Incluso el simple trabajo diario remunerado en especie (cf. Test
20) u otras formas de trabajo manual propias de la manera de vivir de las primeras fraternidades de
la Orden, y hasta las mismas actividades caritativas, pueden interponerse como un obstáculo entre
Dios y el hermano; y así ocurre cuando éste se deja «acaparar» por su propia actividad.
La faceta de la imagen divina que al parecer más contempló Francisco, dada su preferencia
por el «amor de Dios», fue sobre todo el atributo de la bondad divina. En seis lugares de
los Escritos repite, como si fuera un estribillo, que Dios es «todo bien, sumo bien, bien total, que
eres el solo bueno» (AlHor 11). A estos pasajes hay que añadir otros cuatro o seis en los que
nuestro Místico indica que todos los bienes son propiedad de Dios o que Él es quien hace todo
bien.[15] El primer contacto históricamente reconocible con el enunciado de este atributo tuvo
lugar en el episodio de la «suerte bíblica» narrado por TC 28-29, cuando Francisco, en 1208, junto
con Bernardo de Quintavalle y Pedro Cattani, abrió al azar un misal. En aquella ocasión encontró,
entre otras, la perícopa del joven rico (Mt 19,16-30,17): «¿Por qué me llamas bueno? Uno solo es
el Bueno». En otro momento, que no podemos determinar históricamente, debió de sobresalir con
fuerza todavía mayor en su conciencia el texto paralelo de Lucas: «Nadie es bueno sino solo Dios»
(Lc 18,19). Es probable que el Santo conociera, por su participación en el rezo del Oficio de las
Horas (concretamente en las lecturas de los santos padres), la «Agathonimia», que se remonta
sobre todo al Pseudo Dionisio Areopagita (De div. nom., cap. IV, en PG 3, 693-708) y a san
Agustín, y que tanto influyó en la reforma monacal del siglo XII.
Incluso desde el simple punto de vista de la psicología del lenguaje, llama la atención cómo
en el texto predominan los verbos y adjetivos pertenecientes al ámbito de la sensibilidad, como
desear, querer, agradar, deleitar, Dios el bien, suave, dulce, etc. De este testimonio se infiere
igualmente que las expresiones tomadas del ámbito de la sensibilidad se refieren sobre todo a la
comprensión de Dios como bien. Al igual que otros místicos, Francisco se siente incapaz de poder
expresar cabalmente sus experiencias íntimas. Por eso ensalza la bondad y la santidad de Dios con
una larga letanía de sinónimos, en la que incluso repite adjetivos calificativos dentro de una misma
frase. Declina el atributo de la bondad de Dios en todas las formas posibles: Dios es el solo bueno,
pues sólo a Él puede atribuírsele legítimamente esta propiedad; es el infinita y verdaderamente
bueno, pues posee en plenitud y en raíz todas las formas de bondad creada; es la fuente de la que
mana y a la que vuelven todos los otros bienes. Dios, que se vuelca sobre el hombre con un amor
sin límites, no es contemplado aquí como objeto de reflexión teológica, sino de degustación
afectiva. La frecuente repetición en los Escritos de esta retahíla o de esta representación
fundamentalmente idéntica, induce automáticamente a pensar en un tipo de oración repetitiva,
parecido a la oración litánica o a la oración del corazón, practicadas desde los primeros tiempos del
cristianismo. Con todo, y esto es una diferencia apreciable, debe resaltarse el teocentrismo de la
oración de alabanza de Francisco.
Presencia y acción del Dios uno y trino en el hombre
La idea de que el hombre es fiel retrato de Dios, tomada de Gén 1,26, aparece de dos
formas diferentes en los Escritos de Francisco. En el himno de alabanza por la historia de la
salvación, con que concluyó hacia 1221 la Regla no bulada (1 R 23,1), Francisco -empleando la
primera persona del plural, con la que abarca muy significativamente a todos los hermanos
menores- da gracias al «omnipotente, santísimo, altísimo» Dios Padre, «pues por tu santa voluntad,
y por medio de tu único Hijo con el Espíritu Santo, creaste todas las cosas espirituales y corporales,
y a nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, nos colocaste en el paraíso (cf. Gén 1,26; 2,15)». En
esta concisa ojeada retrospectiva a la historia de los orígenes del hombre se destaca con fuerza la
estructura trinitaria del acto creador y -tal vez en un rechazo consciente del dualismo cátaro- el
hecho de que todo el mundo sensible es criatura de Dios.[17] En cambio, no se aplica la tríada
agustiniana -entendimiento, memoria y voluntad- a las tres divinas personas, prototipo del hombre
creado, como solía hacer la teología del siglo XII.[18]
Uno de los puntos espirituales culminantes de los Escritos lo constituye, sin ninguna duda,
el comentario a Mt 12,50 de las dos redacciones de la Carta a todos los fieles (1CtaF I,1-13; 2CtaF
48-56). En él confluyen motivos como el de la relación con Dios Padre, el del simbolismo nupcial
y el de una inefable mística crística. Vale la pena advertir que en la primera redacción,
relativamente temprana, se encuentran ya todas las frases básicas. En Mt 12,50, Jesús concluye su
exposición sobre quiénes son sus verdaderos parientes afirmando: «... todo el que cumpla la
voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre». Probablemente
Francisco había escuchado en el oficio de santa Felícitas el comentario de Gregorio Magno a este
pasaje evangélico (Hom III, 2, en PL 76, 1.086). A diferencia de la visión del bautismo
desarrollada por la teología oriental, especialmente desde Orígenes, y que resaltaba el nacimiento
místico-eclesiológico de Dios, del Logos, en dicho sacramento, los padres latinos y los escritores
eclesiásticos de la alta edad media subrayan sobre todo la dimensión parenética y moral. Con la
llegada de la mística cisterciense y a través del Speculum virginum, la idea del nacimiento de
Cristo en el cristiano toma un colorido navideño-mariano y un sello individual-afectivo.[21]
En 1CtaF I,1-5, Francisco llama dichosos a los hombres y mujeres «que hacen frutos dignos
de penitencia», es decir, a los hombres y mujeres que aman a Dios con una intensidad y totalidad
sin reservas, y al prójimo como a sí mismos, que aborrecen el pecado y sus consecuencias, y que
reciben el cuerpo y la sangre de Cristo. Son dichosos y benditos, sigue diciendo, «porque se posará
sobre ellos el espíritu del Señor (cf. Is 11,2) y hará en ellos habitación y morada (cf. Jn 14,23); y
son hijos del Padre celestial (cf. Mt 5,45), cuyas obras realizan; y son esposos, hermanos y madres
de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). Somos esposos cuando el alma fiel se une, por el
Espíritu Santo, a nuestro Señor Jesucristo. Le somos hermanos cuando cumplimos la voluntad del
Padre, que está en los cielos (Mt 12,50). Madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro
cuerpo (cf. 1 Cor 6,20) por el amor divino y por una conciencia pura y sincera, y lo damos a luz
por las obras santas, que deben ser luz para el ejemplo de otros (cf. Mt 5,16)» (1CtaF I,6-10).
En esta exposición meditativa, el Santo comenta paso a paso la comparación del texto de
Mateo. En cuanto a la relación con Dios Padre, reproduce sin variaciones la respuesta de Jesús a
los discípulos: el cristiano mantiene una relación filial con Dios Padre en la medida en que está
dispuesto a cumplir su voluntad. El hecho de que Francisco escriba en la primera mitad del siglo
XIII explica, por otra parte, el que no mencione expresamente el nacimiento bautismal y la
filiación sobrenatural. En el paso siguiente, al referirse al simbolismo nupcial, el Poverello rebasa
la comparación del texto evangélico. Los creyentes cristianos, que acreditan su condición de tales
haciendo frutos dignos de penitencia evangélica, se unen nupcialmente a Jesucristo por la acción
del Espíritu Santo, que ha hecho en ellos morada permanente. Francisco, probablemente uno de los
primeros escritores eclesiásticos[22] que llama a María «Esposa del Espíritu Santo» (OfP, Ant 2),
en su Forma de vida para santa Clara, escrito dirigido a las Damas Pobres y cuya composición se
remonta a los primeros años de estancia de las clarisas en San Damián, afirma refiriéndose a éstas:
«Ya que... os habéis desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir según la perfección del santo
Evangelio...» (FVCl 1). Gracias a los textos bíblicos y litúrgicos, el Pobrecillo conocía bien el
simbolismo esponsal como expresión de la unión interior especial con el Espíritu Santo. Sin
embargo, en sus Escritos no aparecen citas, ni siquiera implícitas, del Cantar de los cantares. Muy
característicamente el amor esponsal a que aluden 1 y 2 CtaF se refiere a Cristo, mientras que al
«Espíritu del Señor» sólo se le atribuye una función causal en la realización de ese vínculo
esponsal.
Así pues, quien quiera ser verdadero hermano de Cristo debe cumplir sus deberes filiales
para con Dios Padre. El fundamento por el que el cristiano es hermano de Cristo se basa, aunque
Francisco no lo mencione explícitamente, en el hecho de ser hijo de Dios por la gracia. Sí expone,
en cambio, el Santo con más detalles la maternidad mística, que se realiza también en la intimidad
de la persona («en el corazón») y que debe repercutir igualmente en el ámbito corporal. El cristiano
concibe a Cristo en su alma y en su cuerpo, de modo parecido al de la mujer que va a ser madre,
por el amor de Dios que ha sido derramado en su corazón (cf. Rom 5,5). En la conciencia
purificada de todo egoísmo e íntegramente orientada hacia Dios, crece ese fruto misterioso hasta
llegar a convertirse en una actividad que se transforma en luz y signo para otros hombres, en cuyos
corazones se producirá a su vez idéntica concepción y alumbramiento.
«¡Oh, cuán glorioso es tener en el cielo un padre santo y grande! ¡Oh, cuán santo es tener
un tal esposo, preclaro,[23] hermoso y admirable! ¡Oh, cuán santo y cuán amado es tener un tal
hermano y un tal hijo, agradable, humilde, pacífico, dulce, amable y más que todas las cosas
deseable, nuestro Señor Jesucristo! Él que dio su vida por sus ovejas (cf. Jn 10,15) y oró así al
Padre: "Padre santo..."» (1CtaF I,11-14).
A la luz del Oficio de la Pasión, cuyos datos sobre los sufrimientos de Cristo coinciden con
los contenidos en el resto de los Escritos del Santo, aparece clara una característica de su visión
interior de la pasión espiritual de Jesús: en medio de su tristeza, frustración y estremecimiento ante
los dolores que se le acercan, Cristo se entrega confiadamente y sin reservas a la voluntad del
Padre. El tratamiento de Dios como Padre (varias veces repetido, por ejemplo: «Santo Padre mío» -
«Tú eres mi Padre santísimo», OfP 1,5; 2,11, y que Francisco inserta en los versículos sálmicos
que él engarza de memoria), en lugar de decir simplemente «Dios» o «Señor», es como un foco
que condensa el sentido más profundo de estos salmos de meditación. La expresión «Padre santo
(santísimo)» expresa simultáneamente una distancia reverente, una entrega llena de confianza y
una total disponibilidad para obedecer.
En cambio, el Poverello no se pierde ni una sola vez en descripciones realistas del suplicio
de la cruz o de escenas concretas, sino que las supera -incluso en los salmos para nona y vísperas
del Viernes Santo: OfP 6 y 7- a la luz del júbilo pascual. Ni una sola vez se observa en la
celebración del momento histórico de la muerte de Cristo en la cruz por parte de Francisco un
pasiocentrismo unilateral. Lo que él contempla no es en modo alguno una mera pasión
dolorosa sino una pasión dichosa (beata Passio). A la com-pasión interior con el Varón de
dolores, se une siempre una alegría ilimitada por la victoria salvífica de Cristo. La visión conjunta
de los sufrimientos, resurrección, ascensión y segunda venida de Cristo al final de los tiempos, es
un dato característico del Oficio de la Pasión. Con razón señala el P. Thadée Matura en un notable
trabajo que confirma y prosigue resultados obtenidos por el autor de este estudio: «Estos Salmos
(es decir, el OfP), comprendidos en la línea de la experiencia litúrgica de la Iglesia, ponen en
entredicho una imagen subjetiva de la devoción a la Pasión que erróneamente se atribuye a
Francisco y a su espiritualidad desde la Edad Media».[25]
Siguiendo un orden lógico, en este momento debería estudiar con detalle el tema del
seguimiento de Cristo, pero eso es imposible en una breve ojeada de conjunto como la presente.
Los Escritos revelan, ante todo, una importante influencia de la idea de «caminar-tras-las-huellas-
de-Cristo», idea que sus mismas fuentes bíblicas (1 Pe 2,21) vinculan estrechamente con la pasión
de Cristo.[26] Diversos autores de estudios sobre este tema coinciden en señalar el gran número de
lugares de los Escritos en los que Francisco se refiere al Cristo del evangelio como modelo y como
norma. De hecho, aplica el carácter ejemplar de la vida y pasión de Jesús a una larga serie de
situaciones -sentimientos internos y normas de comportamiento exterior-, sobre todo
pertenecientes al ámbito de las virtudes de la obediencia y de la pobreza.[27] Según el P. Giovanni
Iammarrone, el principal punto de vista del seguimiento evangélico de Francisco es, no obstante la
amplitud de los motivos concretos y cambiantes, el Cristo pobre y humilde, y esto «en el sentido de
que se deja guiar especialmente por los ejemplos de pobreza y de humildad de Cristo, y también en
el sentido de que se acerca a Cristo (y a Dios) desde la pobreza y la humildad...».[28] La
extraordinaria vitalidad de la idea de seguimiento y su aplicación incluso a detalles poco
importantes, es no sólo una muestra de su centralidad sino también de su carácter vivencial. Con la
entrega de un enamorado, la sencillez de un niño y el espíritu creador de un artista, el Pobrecillo
procura reproducir en su propia vida los sentimientos y la actuación de Cristo. Con todo, en ningún
lugar de los Escritos aparece la palabra conformitas-conformari.
Para comprender la lógica de las ideas expuestas en la Adm 1, hemos de tener presentes las
expresiones del Santo sobre la recepción de la eucaristía. Tras acentuar la necesidad de la
comunión para la salvación (cf. Jn 6,54), prosigue: «Así, pues, es el espíritu del Señor, que habita
en sus fieles, el que recibe el santísimo cuerpo y sangre del Señor» (v. 12). El Espíritu Santo, que
derrama el amor de Dios en los corazones de los hombres (cf. Rom 5,5), crea las condiciones
necesarias para no recibir indignamente las especies eucarísticas y librarse así del juicio final (v.
13). El asignar al Espíritu Santo la recepción de la eucaristía, algo teológicamente discutible, se
explica quizás por la acentuación teocéntrica con que Francisco contempla la participación de Dios
en cualquier actividad humana (véase, más arriba, II, 2). Por otra parte, Francisco vivió ese
predominio del amor divino en su espiritualidad, más como una capacitación, que es don y regalo,
para poder actuar, que como un «ejercicio» o una práctica.[32] Este pasaje es un reflejo
indiscutible y peculiar de la atmósfera de la pasividad mística.
La relación del Santo con la naturaleza,[34] relación calificada como extraordinaria por casi
todos los autores, tal vez tenga un punto de conexión bíblica en el texto de 1 Pe 2,13a: «Sed
sumisos a toda criatura humana por Dios». En cualquier caso, esta cita aparece en el Saludo a las
virtudes, creación poética en la que Francisco amplía dicha sumisión humana al mundo de los
animales. Por desgracia carecemos de indicios que permitan determinar cuándo compuso Francisco
este breve escrito. En la primera parte (vv. 1-3), saluda a tres pares de virtudes, a las que
personifica con el título de «hermana»; así, por ejemplo, en el v. 3: «¡Señora santa caridad, el
Señor te salve con tu hermana la santa obediencia!». Acto seguido indica la íntima ligazón
existente entre todas las virtudes, y su oposición irreconciliable con los vicios (vv. 5-8). En la parte
conclusiva (vv. 9-18), Francisco señala cómo cada una de las virtudes incluidas en los tres pares de
virtudes hermanas confunde a los vicios y pecados, pero, de manera sorprendente, se detiene a
hablar por extenso de la obediencia: «La santa obediencia confunde a todos los quereres corporales
y carnales; y mantiene mortificado su cuerpo para obedecer al espíritu y para obedecer a su
hermano, y lo sujeta y somete a todos los hombres que hay en el mundo; y no sólo a los hombres,
sino aun a todas las bestias y fieras, para que, en cuanto el Señor se lo permita desde lo alto,
puedan hacer de él lo que quieran (cf. Jn 19,11b)» (vv. 14-18).
El conocimiento de los salmos de la creación, sobre todo los salmos 8, 19, 29, 104 y 148,
fue sin duda un factor que influyó favorablemente en su contemplación de la naturaleza.
[36] Aparte de haber frecuentado de niño la escuela parroquial de San Jorge, en Asís, donde se
inició, según la costumbre de la época, en los rudimentos de la lectura y de la escritura mediante el
aprendizaje memorístico del salterio,[37] no hay duda de que Francisco y sus compañeros desde
bastante pronto, si bien no podemos precisar la fecha exacta, recitaron diariamente el oficio divino
(cf. 1 R 3,1-10). Sus llamamientos a determinadas categorías de criaturas, o a todas las criaturas en
general, a alabar a Dios son un reflejo de este rezo regular de los salmos y un eco de su permanente
contacto con la naturaleza; por ejemplo, en la Exhortación a la alabanza de Dios: «Criaturas
todas, bendecid al Señor - Alabadlo, cielo y tierra - Ríos todos, alabad al Señor - Todo espíritu
alabe al Señor - Todas las aves del cielo, alabad al Señor» (vv. 11, 5, 6, 9, 12). En las Alabanzas
que se han de decir en todas las horas, especialmente en sus versículos 5-8, resuenan estos
mismos temas, cuya profundidad espiritual y existencial debió de ir descubriendo el orante a lo
largo de su convivencia directa y prolongada con la naturaleza. Un soplo de inconcebible alegría y
gratitud por la belleza y multiplicidad de lo creado penetra la Oración conclusiva de las AlHor,
donde la emoción desemboca en una acumulación de sinónimos: «Omnipotente, santísimo,
altísimo y sumo Dios, todo bien, sumo bien, bien total, que eres el solo bueno, a ti te tributemos
toda alabanza, toda gloria, toda gracia, todo honor, toda bendición y te restituyamos todos los
bienes (cf. Ap 4,9.11). Hágase. Hágase. Amén» (v. 11).
Ningún escrito de Francisco ha sido objeto de tantos estudios particulares como el Cántico
del hermano Sol.[38] Los 33 versos rítmicos que constituyen esta densa y famosa prosa rimada,
redactada en italiano antiguo y según el modelo de los salmos, están sujetos al riesgo de una
enorme cantidad de interpretaciones; por otra parte, este poema, compuesto en un momento bien
concreto de la vida de Francisco, corre también el peligro de que lo conviertan de algún modo en
algo absoluto o de que le apliquen complejas teorías (de psicología profunda, filosóficas o
teológicas) que no encuentran justificación en el texto ni en el nivel cultural del Santo. Para el
objetivo de este estudio considero que, antes que nada, es imprescindible aclarar, basándonos en
los relatos de los compañeros, cuál fue el origen del Cántico y con qué intención lo compuso su
autor.
En primer lugar, recordemos las líneas básicas de LP 83, donde se relatan las circunstancias
inmediatas de la composición de las estrofas 1-9 (y de la 14, con la que se cierra en Cánt). A
requerimiento del cardenal Hugolino y del ministro general fray Elías, Francisco tenía el proyecto
de someterse en la primavera de 1225, en Rieti, al tratamiento de un médico especialista en ojos.
Pero antes quiso despedirse de las Damas Pobres de San Damián. Hallándose en este monasterio
sufrió una recaída de su enfermedad de ojos -según la versión prácticamente indiscutida, Francisco
había contraído el tracoma (conjuntivitis tracomatosa) durante su estadía en Egipto en 1219-1220-.
Esta recaída fue tan grave que tuvo que permanecer durante más de un mes en una celdilla de
esteras completamente oscurecida (para protegerle de la luz que sus ojos no podían soportar),
habilitada en la casa de los hermanos menores que atendían permanentemente a las clarisas. Los
persistentes y terribles dolores, agravados con las molestias ocasionadas por una plaga de ratones,
le impedían dormir y no le dejaban orar, hasta el punto de que sintió la tentación del desaliento. En
tal situación, el Señor, a quien Francisco invocó insistentemente en su necesidad, le prometió con
lenguaje alegórico: «Pues bien, hermano..., regocíjate y alégrate en medio de tus enfermedades y
tribulaciones, pues por lo demás has de sentirte tan en paz como si estuvieras ya en mi reino» (LP
83d). A la mañana siguiente Francisco manifestó a sus compañeros que tenía obligación de «dar
rendidas gracias al Padre, a su Hijo único nuestro Señor Jesucristo y al Espíritu Santo» por el don
de aquella «gracia y bendición». «'Por eso, quiero componer para su gloria, para consuelo nuestro
y edificación del prójimo una nueva alabanza del Señor por sus criaturas. Cada día ellas satisfacen
nuestras necesidades; sin ellas no podemos vivir, y, sin embargo, por ellas el género humano
ofende mucho al Creador. Cada día somos ingratos a tantos dones y no loamos como debiéramos a
nuestro Creador y al Dispensador de todos estos bienes'. Se sentó, se concentró un momento y
empezó a decir: 'Altísimo, omnipotente, buen Señor...'» (LP 83e-f).
Este triple objetivo del Cántico -alabanza de Dios, consuelo del alma y edificación del
prójimo- reaparece con palabras casi idénticas en los relatos paralelos (LP 66 y 84). Con igual
unanimidad indican los compañeros cuál es el fundamento de la alabanza: Laudes Domini de eius
creaturis, es decir, Alabanzas del Señor por/a causa de sus criaturas (LP 88e). Los mismos
compañeros atribuyen el extraordinario amor del Santo hacia todas las criaturas a que, según
manifestaba él mismo, toda criatura dice y proclama: «Dios me creó para ti, ¡oh, hombre!» (LP
88d). Me parece, por tanto, que estos relatos expresan, con un lenguaje insospechadamente sencillo
y directo, una relación causal entre la alabanza y las criaturas, tal como Francisco las entiende. Esta
comprobación arroja luz sobre el significado de la preposición per, siete veces repetida en
el Cántico (por ejemplo: Laudato si, mi signore, per sora luna e le stelle…; v. 5), y que ha sido un
tema discutido desde hace muchos decenios. En otros documentos contemporáneos redactados en
italiano antiguo, el significado de la preposición per oscila entre el valor causal y el instrumental.
No voy a citar ahora las opiniones divergentes de los distintos autores que han estudiado este tema,
pues me desviaría de la finalidad de mi artículo.[39] De cualquier modo, el hecho de que las
investigaciones más recientes se inclinen por el valor causal del per[40] apoya la credibilidad de
los relatos de los compañeros. Este valor causal es diferente del valor instrumental del cun
(Laudato sie, mi signore, cun tucte le tue creature…; v. 3), preposición que indica una
circunstancia modal de acompañamiento. Estas reflexiones llevan a un primer resultado
importante: en el Cántico, Francisco no se dirige directamente a las criaturas, para invitarlas a
alabar a Dios, sino que alaba a Dios, sirviéndole la belleza y la utilidad de las criaturas como de
una razón para amplificar su alabanza divina. Así resplandece a la vez el carácter eminentemente
religioso del Cántico, que, mucho más que una composición lírica, es una oración hímnica
compuesta siguiendo el modelo de los salmos de la creación.
En su edición crítica, K. Esser da al Cántico el título de Canticum fratris Solis vel Laudes
creaturarum. De hecho, los compañeros relatan: «A estas alabanzas del Señor... les puso el título
de Cántico del hermano Sol, porque él es la más bella de todas las criaturas y la que más puede
asemejarse a Dios» (LP 83h). La denominación Cántico del hermano Sol es sin duda una
sinécdoque: el poeta siente predilección por la luz y encabeza su cántico citando a su criatura
preferida, el sol, en nombre y representación de todas las criaturas. Solía decir Francisco: «Por la
mañana, a la salida del sol, todo hombre debería alabar a Dios que lo creó, pues durante el día
nuestros ojos se iluminan con su luz; por la tarde, cuando anochece, todo hombre debería loar a
Dios por esa otra criatura, nuestro hermano el fuego, pues por él son iluminados nuestros ojos de
noche»(LP 83i). El hecho de que Francisco sufriera a causa del tracoma una dolorosa fotofobia, y
las opacidades en la conjuntiva y en la córnea le produjeran una incesante pérdida de su capacidad
visual, explica por qué resalta expresamente en el Cántico su añoranza de la luz, a la que
propendía por su misma índole natural. El relato de los compañeros que acabamos de citar, lo
mismo que las estrofas del sol y del fuego, no contienen ninguna insinuación que permita atribuirle
al sol un significado simbólico que lo refiera a Cristo.[41] Una vez más salta a la vista la
coincidencia existente entre los testimonios biográficos y el texto del Cántico. El cantor alaba al
Creador junto con todas las criaturas, especialmente con messor lo fratre sole que, por su radiante
belleza, da te, altissimo, porta significatione (vv. 3-4). A quien se alude, por tanto, con el símbolo
de la luz es a Dios altísimo, al que va dirigido el canto de alabanza desde su primera estrofa.
No hace falta un análisis muy profundo para percibir el «punto de sutura» existente entre
las dos partes del Cántico. Si la primera es básicamente cosmológica, la segunda es antropológica
y escatológica. Aunque no haya una ruptura de sentido propiamente dicha, no pueden pasar
desapercibidas las diferencias de atmósfera, estilo y estructura poética de ambas partes. Estas
observaciones respaldarían la credibilidad de la afirmación de los compañeros, quienes sostienen
que las estrofas sobre la paciencia y la paz las compuso Francisco más tarde (1225), cuando
reconcilió al obispo Guido de Asís y al Podestà, fuertemente enemistados (LP 84). Las estrofas
sobre la muerte las habría añadido cuando, durante su última enfermedad, uno de los hermanos le
anunció la proximidad de su fallecimiento (LP 7).
La siguiente perícopa de los compañeros, que hablan como testigos presenciales, puede
ayudarnos a comprender mejor el título de hermano: «No nos debe asombrar que el fuego y las
demás criaturas se mostraran algunas veces atentas con él. Pues, como pudimos comprobarlo
nosotros que estuvimos con él, con tan gran sentimiento de caridad (affectione caritatis) las amaba
y veneraba y de tal manera gozaba con ellas y con tanto cariño (pietate) y simpatía las quería, que
se turbaba cuando alguien no las trataba con delicadeza (non honeste). Les hablaba con gran
alegría interior y exterior, como si ellas tuvieran conocimiento de Dios, como si entendieran y
hablaran. Con frecuencia, en esos coloquios quedaba arrebatado en la contemplación de Dios» (LP
86i). De forma parecida se expresa otro relato cualificado de los compañeros (LP 88). Ambos
textos vinculan directamente la composición del Cántico con experiencias de místico consuelo («a
causa de los muchos consuelos que había recibido y recibía en las criaturas de Dios» LP 88e). En
otro lugar refieren los compañeros que, tras componer el Cántico, Francisco quedó inundado de
tanta dulzura espiritual («se llenó de tanta dulzura y consuelo»), que quiso que los hermanos lo
utilizaran en su predicación (cf. LP 83f-g). Los compañeros estaban convencidos de que el amor de
Francisco a la naturaleza, en general, y el Cántico del hermano Sol, en particular, eran un fruto
singular de su experiencia mística. Entre otros intentos contemporáneos de explicar teológicamente
la mística de la naturaleza de san Francisco, mencionemos expresamente el de 1 Cel 81. Citando a
Rom 8,21, Tomás de Celano indica que el Pobrecillo había llegado anticipadamente «a la gloriosa
libertad de los hijos de Dios». Buenaventura, por su parte, utiliza el concepto trascendente
de pietas, y califica la relación de Francisco con las criaturas como una forma de «piedad» que,
«por la reconciliación universal con cada una de las criaturas, lo retornaba al estado de inocencia»
(LM 8,1a).[46]
Por último nos queda por ver con mayor profundidad la mística de la naturaleza del
Poverello a la luz de los resultados logrados hasta ahora. Esta mística no es ninguna forma de
panteísmo, ni se reduce a un mero sentimiento estético de la naturaleza. La idea franciscana de la
«fraternidad universal» -que se verificó por primera vez en Francisco, al menos si la tomamos
según esta expresión ya acuñada-, se basa sobre todo en su profunda y firme fe en la creación: Dios
no sólo creó -a la vez que a los hombres y junto con ellos- el firmamento, los seres inanimados y
los seres vivos, sino que continúa presente y actuante en todos ellos. Por eso, las criaturas
participan, en cierto modo, de la filiación divina y, en Cristo nuestro hermano (2CtaF 52 y 56), son
hermanos y hermanas del hombre. Al igual que sus contemporáneos, Francisco sabe, además, que
las criaturas tienen la tarea de ser «signo indicador del Dios espiritual-personal».[47] A este
carácter único y personal de la relación de nuestro Poeta umbro con la naturaleza contribuyeron
también sus disposiciones personales extremadamente sensibles, la poesía de los trovadores
provenzales y el conocimiento de las parábolas de Jesús transmitidas por los evangelios sinópticos
(véase, por ejemplo, la repercusión de la parábola de la semilla en 1 R 22,9-18). Con todo, estos
factores no bastan para explicar esa «ditirámbica relación, expresada con la palabra hermano-
hermana», de Francisco con las criaturas, ni su conciencia de «co-filiación» divina con las mismas.
[48]
Hemos de indicar que aligeramos algunas notas de referencias bibliográficas y que, cuando
nos es posible, ponemos las traducciones al español.]
Cf. Obras de S. Buenaventura, vol. IV, Madrid, BAC 28, 1963, 2ª ed., pp. 102-140.
[6] The Mysticism of St. Francis of Assisi. His Sacramental View of the Visible World ,
en The Ecclesiastical Review (desde 1944: The American E. R.) 87 (1932) 225-237.- Las
objeciones del P. Rémi, en Étud Fran 46 (1934) 223-225, contra la interpretación del P. Cuthbert
se fundamentan en una teoría mística preconcebida, por lo que no dan en el blanco.
[11] L. Lehmann, en la reseña que hace del libro en Coll Fran 53 (1983) 133.- Después de
la reelaboración de este estudio, que presenté en el Simposio de Engelberg, apareció la obra de L.
Lehmann, Tiefe und Weite, Werl/Westf. 1984 [cf. Sel Fran n. 38 (1984) 327-328], en la que se
hace una interpretación profunda de todas las oraciones contenidas en los Escritos y donde aparece
con frecuencia el tema de la mística; cf. sobre todo las pp. 279-324, que tratan del Cántico.
[14] Cf. A. Blasucci, «In caritate quae Deus est». Dio-Amore negli scritti di S. Francesco
d'Assisi, en Laurentianum 23 (1982) 404-413, esp. 405-406; y también A. Rotzetter, «Aus Liebe
zur Liebe». Zu einem Wort des hl. Franziskus von Assisi, en Wiss Weis 44 (1981) 154-167.
[15] Cf. L. Iriarte, Dios el Bien, fuente de todo bien, según S. Francisco, en Sel Fran n. 34
(1983) 41-62, esp. 46-47.
[16] Un profundo comentario a este capítulo y literatura sobre el mismo puede verse en L.
Lehmann, «Gratias agimus tibi». Structure and Context of Chapter XXIII of the Regula non
bullata, en Laurentianum 23 (1982) 312-375, esp. 365-367.
[21] Esta línea evolutiva hasta Eckhart puede verse en H. Rahner, Die Gottesgeburt, en Zs.
f. Kath. Theol. 59 (1935) 333-418; o en Idem, Symbole der Kirche, Salzburgo 1964, pp. 11-87;
véanse algunas rectificaciones y añadidos de A. Solignac, en DSAM XI, París 1982, 24-34; cf.
también M. Bernards, Speculum virginum... Colonia-Graz 1955, pp. 189-192. Respecto a la
mística de los cistercienses, cf. especialmente: Tract. de interiori domo X, 17, en PL 184, 516s, y,
sobre todo, XXXIX, 80s, en PL 184, en particular, 548, donde encuentro pensamientos en parte
paralelos a los de la visión franciscana.
[25] T. Matura, «Mi Pater sancte». Dios como Padre en los escritos de Francisco, en Sel
Fran n. 39 (1984) 371-405, 383.
[26] Cf. O. van Asseldonk, Las Cartas de san Pedro en los Escritos de san Francisco,
en Sel Fran n. 25-26 (1980) 111-120, esp. 112-114.
[30] Cf. A. L. Mayer, Die Liturgie und der Geist der Gotik, en E. Von Severus (ed.), Die
Liturgie in der europäischen Geistesgeschichte, Darmstadt 1971, pp. 68-97, esp. 94.
[38] Para una orientación sobre el tema puede verse: F. Bajetto, Treinta años de estudios
(1941-73) sobre el Cántico del Hermano Sol. Bibliografía razonada, en Sel Fran n. 13-14 (1976)
173-220; S. Ruggeri, Materiali per uno studio sul «Cantico di Frate Sole», en Accademie e
Biblioteche d'Italia 43 (1975) 60-102.
[39] Cf. G. Sabatelli, Temas y problemas del Cántico del Hermano Sol, en Sel Fran n. 13-
14 (1976) 31-48, esp. 39-41; también E.-W. Platzeck, Das Sonnenlied des hl. Franziskus von
Assisi, Munich 1957, pp. 79-80, nota 56; y especialmente, F. Bajetto, Treinta años de estudios, pp.
217-218.
[40] Cf. G. Pozzi, Dittico per S. Francesco, en Versants (Revue Suisse des Littératures
Romanes; Lausana) n. 1 (1981) 9-26, esp. 25, nota 17.