Odisea
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IGA. ENTREVISTAS
_____El escritor Augusto Higa Oshiro revela en la siguiente entrevista que le costó asumir a
plenitud su condición de nisei y anuncia la publicación de una novela, cuyo protagonista es un hijo
de japoneses que al borde de la muerte comienza a exorcizar demonios raciales.
¿Qué leía?
La primera vez que fui a una librería fue para comprar Corazón, de Edmundo de Amicis, que según
(Alfredo) Bryce es un libro tenebroso (risas). Efectivamente, es un libro inadecuado para niños
porque hace llorar a raudales. Bryce dice que es un libro masoquista. Esa historia de los Apeninos a
los Andes la han sacado de ahí.
La historia de Marco.
Como había muchos inmigrantes italianos, hay historias de niños que van a buscar a sus madres.
Son bien deprimentes. Ese libro lo había leído mi hermano mayor en casa, y como a él le gustaba
leer en voz alta, todos nos sentábamos a escucharlo. Yo recordaba mucho esa historia. O sea,
primero es la lectura: Los tres mosqueteros, Julio Verne, las novelas de capa y espada. Y en esa
época, en los años cincuenta, había una editorial argentina, las Ediciones Tor, que eran sumamente
baratas, digamos el equivalente a lo que hoy sería un sol. Tenía desde grandes títulos hasta novelas
muy populares. Entonces yo podía comprar.
¿Qué compraba?
Todo lo de (Alejandro) Dumas, Julio Verne, Crimen y castigo, Guerra y paz de León Tolstoi...
¿Cuentos?
No, poesía. Pero esas poesías rimadas, poesías de amor a la madre, a la patria.
¿Algún libro marcó su vocación literaria?
No. Primero fue el hecho de escuchar cuentos, eso influyó bastante. Yo era muy niño –6, 7 años– y
me gustaba que me contaran cuentos de la calle, de aparecidos, marimachas, fantasmas, duendes.
¿Qué barrio?
Estoy hablando de Huancavelica, el mercado La Aurora, Malambito, Tayacaja, Angaraes (Centro de
Lima). Básicamente me movía en esos ámbitos, y ahí se escuchaban historias de la Lima colonial,
historias de callejones, de aparecidos. Entonces yo me voy nutriendo de todo eso y en algún
momento empiezan las lecturas. Pero básicamente (el inicio de mi vocación literaria) se debe a mi
incapacidad de insertarme y a mi poco gregarismo, a pesar de que tenía buenos amigos y estaba en
la collera. Y a los 14, 15 años, justamente cuando empiezo a escribir, es que yo rompo con todo, me
aparto del barrio. Entonces empecé a vivir solitariamente y a escribir.
¿Qué estudió?
Estudié Literatura en San Marcos. Yo ingresé en el año 65.
La mayoría de sus personajes son desarraigados, solitarios, no encajan en ninguna parte, ¿por
qué?
Debe de ser, digamos, una expresión de mi otro yo. Es allí donde cada vez me voy dando más
cuenta de mi propia condición existencial de marginal. En ese entonces todavía no tenía una noción
conformada de lo que es el mundo, después eso se fue transformando y ahora ya he logrado
dominarlo. Es a partir de ese esquema, en esos cuentos, donde empiezo a tratar el mundo de los
nisei, de los japoneses.
En los cuentos que he podido leer los protagonistas son marginales, pero no son nisei.
Porque ahí todavía estoy trabajando con personajes peruanos, criollos. Cuando entendí que el
enfoque debía ser a partir de personajes nisei, he cambiado completamente.
¿Por qué esos personajes no eran nisei?
Yo me daba cuenta de que la concepción que tenía del nisei en aquella época era más o menos
doméstica. O sea no se había universalizado. En mis reflexiones de los años ochenta me doy cuenta
de que el nisei forma parte de la nacionalidad peruana. Y como descendientes de japoneses, nuestra
mejor manera de contribuir a este país, es respetando nuestra personalidad nisei.
Pero hasta que llegó a esa conclusión, en esa etapa previa, ¿cómo se sentía?
Si tú analizas Que te coma el tigre y parte de La casa de Albaceleste, e incluso Final del porvenir, el
narrador lo único que hace es mirar. Es un narrador ambiguo que simplemente mira, era esa
contradicción que todavía no podía superar. Es un narrador oculto, tácito y habla siempre en plural.
Entonces yo he evolucionado para llegar a una primera persona, asumiendo ya mi condición nisei.
Y el título (de mi nuevo libro) es La iluminación de Kazuo Nakamatsu. Punto. Es un personaje
nisei, peruano como todos, pero desarraigado. A eso yo he evolucionado.
Se tiende a asociar a los nikkei con la prosperidad económica, pero en realidad siempre han
estado más vinculados al mundo popular, ¿no?
Por ejemplo, (Nicolás) Matayoshi es más andino. Y (José) Watanabe es costeño pero campesino,
provinciano. Lo mismo que Luis Abelardo Takahashi Núñez. ¿Quién no ha bailado con
Sacachispas? Ha captado la esencia de lo popular. Y yo no sé pues qué habrá de japonés (en ellos),
pero tampoco me interesa preguntar, porque ahí ingresas a un plano metafísico que es irresoluble. Si
tú te preguntas qué cosa tienen de japonés, ¿qué vas a decir? Nada, porque finalmente lo japonés es
una abstracción. Por eso a mí el viaje a Japón me sirvió de mucho. Cuando llegué a Japón me
encontré con una inmensidad de posibilidades, inimaginables. La personalidad nisei, tal cual la
vemos acá, no existe en Japón.
Entonces en Japón...
Allí me di cuenta de que soy más peruano y más latinoamericano de lo que hubiera imaginado. Y
eso está en Japón no da dos oportunidades, en la parte final sobre todo. El personaje ha fracasado en
Japón y tiene que regresar. Está parado frente a una ventana y de pronto pasa una mariposa, él estira
la mano y la mariposa se le escapa. Es como si la felicidad se le hubiese escapado, y dice: “Japón no
me iba a dar dos oportunidades”. En mi experiencia, lo de Japón era un viaje sin retorno; no por
gusto habían pasado cien años (de la inmigración japonesa al Perú). Uno agradece, sabe que
procede de allí, que de alguna manera está vinculado (a Japón), pero es otro país, otro contexto. Yo
jamás me iba a asimilar a ese mundo. Ese libro es una versión no optimista de la realidad, pero sin
ser negativo. Uno se encuentra con una realidad muy complicada. Surgir en Japón es toda una
odisea.