Gari Bay

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Sendas de Garibay:

Ensayo

Memoria, espíritu
y astucia
Ricardo Venegas

Colección Mester de Junglaría


Sendas de Garibay:
Ensayo

Memoria, espíritu
y astucia
Ricardo Venegas

Colección Mester de Junglaría


Primera edición: 2010

© DR 2010 Ricardo Venegas

© DR 2010 Colección Mester de Junglaría

© DR 2010 Eternos Malabares


Fovissste Cantarranas, E-7-101,

Cuernavaca, Morelos. CP 62440.

Director: Ricardo Venegas

Directora editorial: Tania Jasso

Dibujo de portada: Carlos Campos Campos

Fotografías en interiores: Cortesía de la familia Garibay,


aparecen en Obras reunidas de Ricardo Garibay: Coed.
Océano, Conaculta y Gobierno del Estado de Hidalgo.

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación puede reproducirse


sin el permiso expreso de los editores.
Coedición del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Editorial Eternos
Malabares, el H. Ayuntamiento de Cuernavaca, el Consejo Estatal para la Cultu-
ra y las Artes de Hidalgo y el Gobierno del Estado de Hidalgo.

Impreso y hecho en México.


Este volumen fue escrito con la beca del Centro Mexicano de Escritores

(2004-2005), el autor agradece a los maestros Alí Chumacero(In

memoriam) y Carlos Montemayor (In memoriam) el apoyo y asesoría

para concretarlo.
Nunca más podré ser como fui hace diez años, al principio de mi pasión,

ni como fui hace cuatro, al fin de ella. No se volverá jamás a sentir lo que

se sintió una vez, ni a pensar como se pensó, ni a amar u odiar como se

hizo, no es posible andar camino andado.

Ricardo Garibay
Antesala de autor

Conocí a Ricardo Garibay cuando el Canal 13 de Imevisión (ahora TV


Azteca) transmitía su programa “Calidoscopio”, a mediados de la década
de los ochenta. Áspero y agresivo, llamaba la atención de cualquiera.
Hablaba de literatura y de los temas ordinarios que rodean a un escritor:
desde la obra de Marguerite Yourcenar hasta la biografía de Yukio
Mishima. Ofrecía a su público temas que sugerían una variedad inagota-
ble, justamente un calidoscopio. Se veía confiado en sus ideas y sus
aseveraciones eran furibundas. Algunas veces apareció con invitados
nerviosos y tartamudeantes, a los que ridiculizaba con su arrebatada
manera de cuestionar. Ellos lo miraban desconcertados. Lo toleraban
porque, además, estaban “al aire”.
Su manera de imponerse me interesó y hubo expresiones que
resonaron largo tiempo en mi memoria: “¡Ya!, ¡leñe!”, gritos con los que
acentuaba un discurso irascible. Lo recuerdo en el centro de esa panta-
lla con el rostro que traducía enfados y desencantos, sus ademanes
pretendían remarcar la contundencia de sus juicios. Con actitud irreve-
rente sostenía que le pagaban para avivar conciencias anestesiadas por
la televisión comercial, debido al lamentable desinterés por la lectura y
a la falta de un sistema educativo que garantizara ese despertar.
Mi primer encuentro con Garibay –en persona- fue durante una
charla que ofreció sobre El Cantar de los Cantares. Mientras lo escucha-
ba consideré la posibilidad de abordarlo en el pasillo de la sala pero,
titubeante, esperé.
Al final vencí temores, me acerqué y le dije: “Maestro, un gusto
conocerlo”. Le hablé de algunos libros suyos y asintió: “Vaya a visitarme,
lo espero”. A partir de entonces sostuve varias conversaciones con él en
la privada León Salinas, al norte de Cuernavaca.
La visita a una casa que en su exterior mostraba una placa que
decía “Garibay” fue signada por “la lección del maestro”. “Pase”, me
dijo, mientras hojeaba un libro. Me senté y esperé a que terminara.
Siempre he dudado de que verdaderamente estuviera leyendo; parecía
muy interesado en difundir que todo el tiempo lo ocupaba, afanosa-
mente, en la lectura; ése era Ricardo Garibay, un escritor que disfrutaba
representando su papel.

5
Luego de haberme observado eligió un texto y me indicó: “Lea en
voz alta”. Comencé a leer con cierta velocidad y me amonestó: “¡Pare,
pare!, no sabe usted leer”. Tomó el libro y leyó una página completa con
voz suave, decantada. Al terminar respiró hondamente, se quedó callado
y sonrió. Acordamos que lo visitaría los viernes hasta que terminara un
ensayo sobre su obra. A principios de 1996 comenzamos y acabé mi traba-
jo, pero las entrevistas continuaron hasta un año antes de su muerte.
Durante esas conversaciones me obsequió varias novelas. La pri-
mera de ellas fue Beber un cáliz (1962), una dolorosa procesión de aconte-
cimientos en los que Garibay convierte en escritura el sufrimiento por la
pérdida de su padre. Luego vino La casa que arde de noche (1971), obra
que reproduce el habla de un burdel ubicado en el norte del país
(Tamaulipas). Más tarde Gamuza (1988), una novela corta o un cuento
muy largo, y Triste domingo (1991), historia de un triángulo amoroso.
Del conjunto de entrevistas que sostuvimos, hubo una que re-
cuerdo con aprecio. Al investigar lo que la crítica decía sobre su obra, lo
cuestioné en seco: “¿Se considera un escritor costumbrista por los te-
mas que ha abordado?” Con severidad y disgusto en el rostro, contestó:
“Lo invito a que nunca más use ese tipo de palabras para definir
una manera de hacer literatura. Ésas son cosas de los profeso-
res, ellos explican la literatura y son los únicos que no la en-
tienden. Quién sabe qué sea eso de ser escritor costumbrista;
si abre usted un libro, un buen libro, una buena novela, fatal-
mente es costumbrista porque todos los hombres tienen cos-
tumbres; y si usted los va a describir, tiene que describir sus
costumbres a fuerza. No sé a qué se refieran estos necios cuan-
do hablan de literatura “costumbrista”. Se toma un personaje,
se le sigue la huella y se va contando lo que hace, ¿esto es
costumbrismo? Si usted quiere, sí, pero es lo que menos im-
porta. Obviamente, si usted lee una obra de Balzac, es costum-
brista. Y ahí conoce lo que sucedió en Francia en ese tiempo
mejor que en las obras de historia; ¿es costumbrista, eso lo
define?, sí. En la verdadera literatura, detrás de lo que se llama
costumbrismo está el peso específico del arte, del profundo
conocimiento de la vida; y la vida es un conjunto de costum-
bres, nada más. Si usted de repente hace un acto insensato,
usted está rompiendo las costumbres, se está haciendo ver como
6
un loco. Hay que actuar como actúan los demás, conforme a
costumbres. Que no tiene talento y lo que escribe es un mero
registro de hábitos, como si fuera un periodista, entonces diga-
mos que es ‘costumbrista’; realmente son frases que ayudan a
no entender lo que es la literatura”.
Así se expresaba don Ricardo en defensa del oficio de escritor.

Desde el origen

Considerado de Tulancingo, Hidalgo, Ricardo Garibay Ortega vio la luz el


18 de enero de 1923. Alí Chumacero ha precisado que en realidad nació
en Autlán de la Grana, Jalisco, y fue llevado a Tulancingo desde sus
primeros días, el mismo Garibay, sostiene Chumacero, le confió esto en
amena conversación. Sin embargo, no es aventurada la hipótesis de
que la enemistad con Juan José Arreola (oriundo de Zapotlán, Jalisco)
determinara su desestimación por el lugar de origen, pues él mismo
decía: “A donde yo vaya siempre irá Arreola buscando superarme”. La
duda se extinguió cuando el antropólogo Ricardo María Garibay –hijo
del narrador- afirmó contundente, ante este cuestionamiento, que las
raíces de los Garibay, efectivamente, son de Autlán de la Grana, aunque
la rama se extendió a Tulancingo, Hidalgo, en donde formó un tronco de
sólida descendencia, lo cual confirma que Ricardo Garibay, efectiva-
mente, nació en Tulancingo.
Al mudarse a temprana edad a la ciudad de México, la infancia del
escritor transcurre en un ambiente familiar modesto y de afición a los
libros. En San Pedro de Los Pinos, el escritor se veía a sí mismo predes-
tinado a la literatura (desde la niñez se sintió marcado por una visión de
ángeles toscos y bellos que lo enfermó una semana) y su madre asegu-
raba que algún día ganaría el Nobel.
Su padre era un hombre melancólico, sombrío, iracundo y frustra-
do al que nunca le alcanzaba el dinero: la literatura da “para sufrir y para
morirse de hambre”, decía, invitando a su hijo a estudiar leyes, que
consideraba una carrera fructífera. Leía poemas en voz alta y aconsejaba
tener “cuidado con los versos”.
Más que leer, cantaba; y lo hacía lamentosamente, de modo que
7
todo sonaba como elegía, y el poema era el poema que él estaba
leyendo, no el que escribiera Nervo o Núñez de Arce o Campoamor
o Lope o Gutiérrez Nájera o Zorrilla de San Martín; pero su voz tan
grave y dura se suavizaba, se enarenaba, se llenaba de matices,
retumbaba en el comedor igual que un órgano de iglesia, y su
ritmo era parejo y sostenido, y su entrega a los versos era de alma,
y su dicción era perfecta, y el poema acababa siendo el íntimo
anhelo del poeta. Lloró muchas veces, y miraba con preocupa-
ción, como una plaga más, mi andar en la luna literaria.1
En aquella casa la poesía habitaba como en un mausoleo. El pro-
genitor miraba al hijo con el desencanto de quien sabe que sólo podría
heredar a su descendencia una pesada carga de miserias.
Desde niño, Garibay encontró en las palabras un oficio que lo
llevaría a escribir más de cuarenta y cinco libros de diversos géneros:
novela, cuento, ensayo, teatro, guión de cine, crónica y reportaje. Usa-
ba el ingenio verbal al vender candelas para la lumbre, escribía cartas
para el tendero por diez centavos o ganaba concursos de radio repitien-
do trabalenguas a gran velocidad.
La precaria situación económica de la familia determinó que
Garibay ayudara a su madre en los quehaceres domésticos mientras sus
hermanos asistían a la primaria matutina. El escritor fue colocado en la
Nicolás Bravo Vespertina 22-11, a la cual calificó de “campo de concen-
tración” cuando se percató de que era un sitio de “probados trogloditas”.
Se trataba de una escuela a la que asistían los hijos de panaderos, tala-
barteros y plomeros, entre otros. Por rencillas con sus compañeros (que
desembocaban en insultos y golpes), antes de terminar la primaria fue
necesario cambiarlo al turno matutino. Era un lugar hostil para un niño
con sensibilidad de artista.
Comenzó la educación secundaria en 1937, en lo que antes fue un
convento carmelita: dos edificios acondicionados por militares para fi-
nes educativos. Esto le despertó un sentimiento de culpabilidad, ¿qué
iba a aprender en un lugar “robado” a la Iglesia? En este periodo comen-
zaba a cuestionar su fe católica, asunto de conciencia que le ocuparía
toda la vida.
En 1940 ingresó a la preparatoria y conoció al maestro Erasmo Cas-
tellanos Quinto, quien le inculcó el hábito de la lectura y a quien reco-
1
Ricardo Garibay, Fiera Infancia y otros años, CONACULTA, Col. Lecturas Mexicanas, México, 1991 p. 33
8
noció como una influencia en su vocación de escritor. De Castellanos
Quinto aprendió a “poner la arrogancia frente a los demás y la humildad
frente al oficio”.
La naturaleza violenta del estudiante le impuso una coraza e
incursionó en el pugilismo como sparring, actividad por la que cobraría
trescientos cincuenta pesos. En esta ocasión utilizó las manos no para
escribir, sino para boxear:
Aprendí a boxear, obsesión que traía desde la secundaria, acaso
por el terror y cobardía que me creara la enorme sombra de mi
padre, y resultó que era yo de veras apto y que tenía el don de oro,
el ponch, el pegue de nocáut de un solo golpe. Por un lado me
sentía feliz y por el otro más inseguro y acobardado que antes.
¿Alguien entiende?2
Con la obsesión por el deporte de los puños, años más tarde y
desde la perspectiva del escritor, escribiría el volumen Las glorias del
gran Púas (1978) y el guión de la película que abordan la vida del pugilis-
ta Rubén Olivares, quien denunció a Garibay públicamente por no ha-
ber recibido pago alguno tras haber participado en la elaboración de su
propia biografía. Olivares tomó revancha y escribió su versión
autobiográfica que tituló Del infierno a la gloria (1985) con la intención
de aclarar lo sucedido:
Los principios de Garibay son muy buenos, pero sus finales son
garrafales. Con el libro se hinchó de billete, hizo el guión de mi
película y nomás me transó. Lo que escribió es puro cuento.3
Al comenzar el año de 1942, el narrador parecía haber aceptado la
sugerencia de su padre sobre la carrera de leyes y se inscribió en la
Facultad de Jurisprudencia de la UNAM en donde, durante cinco años,
escuchaba el pase de lista y se retiraba, sólo para regresar a presentar
los exámenes correspondientes. No terminó la licenciatura debido a
que no cumplió con dos créditos: Derecho Mercantil I y II.
Ese mismo año participó en un concurso de cuento organizado por
la Revista Nosotros y obtuvo el primer lugar, ganó veinticinco pesos y la
publicación del texto. Entre 1944 y 1947 fue actor de Teatro Experimen-
tal del INBA, bajo la dirección de José Aceves.
2
Ricardo Garibay, Cómo se gana la vida, Joaquín Mortiz, México, 1992, p. 70
3
Roberto Ponce, Rubén el “Púas” Olivares acerca de Garibay: “Ya no le guardo rencor”, entrevista a Rubén Olivares, Proceso, Núm.
1175, México, DF, 9 de mayo de 1999, p. 52
9
Llegó a El Colegio de México en 1947 con el respaldo de Alfonso
Reyes para estudiar a los místicos españoles, labor que abandonó para
trabajar como inspector de cabarets, mercados, bules y restaurantes de
la Dirección de Precios del Distrito Federal.
Trabajó en distintas publicaciones: en 1945 fue subdirector de la
revista Firmamento, de la que sólo se editaron seis números; también
fue subdirector editorial del Instituto Politécnico Nacional; publicó en
Suma Bibliográfica (1948), México en la Cultura (1949-51), Estaciones
(1956), Revista Mexicana de Literatura (1956), en el suplemento del dia-
rio Ovaciones (1962-63), La Cultura en México (1962-67), la Revista de la
Universidad (1954-69), El Cuento (1970-71), Revista de Revistas (1974);
escribe para Excélsior (1966-76) y en el suplemento Diorama de la Cultu-
ra del mismo diario (1970-75), cuyas entregas dan cuerpo al volumen de
memorias Cómo se gana la vida (que en 1973 obtuvo una mención ho-
norífica en el Centro Nacional de Periodismo).
Apareció su primer libro en 1962: Beber un cáliz, novela que
narra la agonía de su padre en el lecho de muerte; sobre ésta José Emilio
Pacheco escribió: “Significa para la prosa mexicana lo mismo que Algo
sobre la muerte del mayor Sabines para nuestra poesía”. Esta obra lo hizo
acreedor al Premio Mazatlán de Literatura en el mismo año.
Fue cofundador y articulista de Proceso desde 1976. Desde este
semanario, Garibay escribe al final de una de sus colaboraciones: “Se
solicita patrocinio o contrato para escribir fascinantes memorias de 1940”,
llamado al que respondió el editor Joaquín Díez-Canedo, quien lo con-
trató para escribir Cómo se gana la vida (1992), libro que prolongaría la
saga de los anteriores Cómo se pasa la vida (1975) y ¡Lo que ve el que
vive! (1976).
Veintiséis años transcurrieron para que Ricardo Garibay conclu-
yera Par de reyes (1983), novela que se originó de su guión de cine Los
hermanos del Hierro, historia de Reynaldo y Valente del Hierro, dos
hermanos diferentes uno del otro que una noche ven morir a su padre
en una trampa y crecen con la idea de vengarlo. Par de reyes es quizá el
ejemplo más claro de la habilidad de Garibay para llevar a la literatura el
habla popular. Es una novela que aborda el tema de la venganza y lo
sitúa entre los años veinte y cuarenta en las llanuras del Noreste de
México.

10
Condujo en 1985 el programa televisivo Calidoscopio: Temas de
Garibay y posteriormente otro en Hidalgo producido por el arquitecto
Luis Corrales Vivar: Diálogos Hidalguenses, y otro similar en Morelos:
Charlas con Ricardo Garibay.
En 1994, el narrador fue inscrito en la nómina del Sistema Nacio-
nal de Creadores Artísticos (SNCA), en calidad de creador emérito. Cabe
hacer mención de que con anterioridad el CONACULTA le propuso el
estímulo en la categoría de “creador artístico”, apoyo que rechazó por
considerarlo insuficiente.
Ricardo Garibay Ortega falleció el 4 de mayo de 1999 (en 2009 se
cumplió una década de su desaparición física: tributo, homenaje y mo-
tivo suficiente para escribir el presente volumen). Nunca dejó de leer y
escribir y conversó con jóvenes escritores, a quienes, casi siempre, su-
gería leer diariamente una página en voz alta. Víctima del cáncer, luchó
durante varios años contra la enfermedad, convencido de que se escri-
be “para seguir viviendo”.
La infancia del escritor como detonante de su personalidad, las
memorias que escribió como forma de recuperación de la infancia y la
figura paterna como centro de atención de aquella época son cruciales
en la obra del narrador. Los oficios por los que un hombre atraviesa para
sobrevivir y la búsqueda espiritual como una forma de redimir la “cul-
pa”, son temas abordados en estas páginas que buscan una fotografía
aproximada a la figura del novelista.
Me apoyo en las propias palabras del escritor y en la lectura de
su obra. El objetivo es dotar al lector de una diversidad de fuentes para
facilitarle información, lo cual no significa que el punto de vista del
escritor tenga que converger con lo enunciado sobre su obra. La voz viva
del escritor, por otra parte, proporciona una riqueza vital de primera
mano, me refiero a la autobiografía que el mismo Garibay desdobla en
sus palabras, lo cual revela con claridad la noción que tuvo de su propia
literatura, tan útil para el conocimiento de ésta. Basta decir, con las
reservas de la experiencia que, al igual que Miguel de Unamuno, asegu-
raba ser objeto de elogios por hablar tal como escribía.

11
La mordedura de Dios

La “culpa”: producto de la transgresión de la observancia católica, apa-


rece en la obra de Ricardo Garibay como cuestión moral más que como
conflicto religioso.
La fe es un tema recurrente en la obra del hidalguense. Vicente
Leñero asegura que prometía desarrollarse a partir de Beber un cáliz o
Par de Reyes, novelas donde la divinidad emerge como una necesidad
de cobijo y redención.

Católico angustiado y ferviente en 1965 –reza como loco avemarías


mientras muere su padre-, el tema de la fe prometía desarrollarse
en las obras futuras de Garibay. Sin embargo, desapareció muy pron-
to, al menos como ingrediente tangible. El propio Garibay lo hizo a
un lado, junto con sus creencias. Lo segó, como si fuera cizaña.4

En 1966 Garibay vuelve de un viaje a Cuba y siente que ha perdido


la fe, las creencias que le fueron inculcadas en la infancia (rezaba desde
los cinco años el rosario de quince misterios, arrodillado, como quien
salda una penitencia) fueron desechadas por un estilo de vida que con-
sideró convencional y cómodo, de “robusto pecador”, lejos del hombre
que, entre mil, prefiere el amor de Dios al del mundo.
Santo Tomás dijo: “el pecado de la carne brutaliza y empobre-
ce”. Esta frase, que le pareció a Ricardo Garibay “de mucho gozo litera-
rio”, se ajusta a sus motivos espirituales.
Así como –en algunos casos- misticismo es inexplicable sin ero-
tismo, para nuestro siglo la redención parece haber asumido la forma
del “pecado”, la transgresión divina donde el escritor se reconoce hu-
mano (recordemos que en la Edad Media se comparaba al clímax con la
estancia en el Paraíso: buscar el cuerpo para encontrar espíritu).
Pecado y perdición son dos connotaciones morales del sexo que
aún subsisten. Nos lo recuerda un bestiario de siglos en la memoria del
ojo humano: lagartos que muerden la carne mortal de los hombres,
dragones arrastrando a niños hacia los avernos, el hombre matando un
demonio, llamas arrojadas a los santos, la manzana ofertada a la inge-
nuidad femenina, Adán avergonzado de su desnudez ante Jehová...
4
Vicente Leñero, “Prólogo” a Obras reunidas de Ricardo Garibay, Memorias dos, CONACULTA, Océano, FOECAH, México, 2001, p.15
12
En una larga entrevista que sostuvo con Javier Sicilia y Patricia
Gutiérrez-Otero para la revista Ixtus en 1997, en la que el punto de
partida fue la espiritualidad, ocurrió algo insólito: al hablar sobre la
nostalgia que sentía por no haber cumplido con el dogmatismo cristia-
no, el hombre de recio carácter lloró ante sus entrevistadores, se de-
rrumbó el intelecto, la soberbia y la jactancia del gran escritor. El senti-
miento hacia Dios estaba ahí, latente, en un hombre de 74 años que no
había olvidado que deseó alguna vez amar a su creador. La certeza de lo
que no puede verse se mantuvo intacta.

¡Me han hecho nacer esta pasión que estoy demostrando! ¡Esta
dolorosa inquietud por el misterio! No quiero decir la frase, pero
en fin: esta dolorosa inquietud por Dios. Esta especie de nostalgia
de Dios.5

En Fiera infancia relata que a los trece años se preparaba para la


comunión de Semana Santa. Al abrir su libro delante del confesionario
observó que un rayo descendía de una linterna hacia las páginas del
volumen. Desde ese momento hasta los diecisiete años se cuestionó si
lo que había visto era cierto.
Es probable que la deuda espiritual que asumió de manera in-
consciente lo remitiera al estudio de un gran poema: El Cantar de los
Cantares. En diversos programas televisivos y de radio, habló con vehe-
mencia del significado del texto, incluso dedicó un sector de su obra al
estudio del mismo. Conciliación del alma con su creador, un canto del
pueblo de Israel para Jehová o la unión de los amantes, son interpreta-
ciones que sobre el texto atribuido a Salomón coexisten. Pero fue la
última la que le interesó.
Dice Fray Luis de León al explicar El Cantar de los Cantares que el
alma está en el aliento, y por eso entre los amantes se acostumbra el
beso, para recobrar el alma de la boca del amado.6
Garibay retomó la descripción de la mujer amada que se hace en el
poema bíblico, lenguaje que urdió un libro: El joven aquel (l997), en don-
de sus intereses iniciales con la poesía son evidentes en la madurez.
5
Patricia Gutiérrez Otero, Javier Sicilia, “La dolorosa inquietud de Dios, conversación con Ricardo Garibay”, Ixtus, núm. 22,
Cuernavac, Morelos, México, 1997, p. 21.
6
Martín Solares, “Yo soy quien soy y no represento a nadie”, entrevista. La Jornada semanal, México, 6 de febrero de 1994, p. 28.
13
Es blanca y rubia, señalada entre miles y diez miles.
Su cabeza brilla amarilla al sol, graciosamente.
Sus cabellos caen en gruesas ondas a
los lados de su cara, hasta los hombros.
Sus mejillas se ven de mucha suavidad
y tersura; se ven cálidas y frescas y fragantes,
impregnadas de calor, rosadamente pálidas,
inundadas de florales brisas.7

En sus últimos meses el narrador aseguraba haber encontrado


el amor al final del camino. La experiencia amorosa en Ricardo Garibay
fue más importante que cualquiera de sus proyectos vitales, como él
mismo lo constata al llegar a una conclusión:

No supe hasta febrero de 1940, que no había dejado de verla ni


un momento.8

El encuentro amoroso es una luz intermitente en El joven aquel.


Reflexiona y reaviva su contacto con la mujer a la distancia de los años,
con la voz de hombre maduro en busca de las respuestas del viaje recorri-
do. Sabía que no hay retorno del camino andado y le bastó recordar a las
mujeres que lo amaron para seguir viviendo. La prosa de Garibay se ilumi-
na con la cadencia de la Sulamita del Cantar evocada en El joven aquel; los
achaques de la senectud, el cáncer, las úlceras, la diabetes y la depresión
se apoderan del escritor que busca en la historia de amor lo que Dios no le
dio. Es precisamente con El joven aquel donde el autor descubre la nece-
sidad de reconocerse a sí mismo; los ojos del presente miran al pasado,
un hombre de setenta y cinco años dialoga con el joven que fue, al igual
que Jorge Luis Borges en El otro, cuento que a Garibay le pareció fallido,
pues la conversación entre el Borges anciano y el Borges inmaduro gira en
7
Ricardo Garibay, El joven aquel, Océano, México, 1997 p. 27
8
Ibid. p. 10
14
torno de autores y corrientes literarias, mientras que El joven aquel es
una inmersión en el mundo interior de sus personajes, la extrema juven-
tud y la vejez despliegan la evolución del que ha vivido.
Caso distinto es la aparición de textos como Atentos recados de
navidad, incluido en Oficio de leer, donde el autor despliega su conoci-
miento del Evangelio y va de la poesía mística a los pasajes bíblicos que
otorgan una enseñanza religiosa. La pasión por la amada y la experien-
cia espiritual parecen dos extremos inconciliables desde esta perspec-
tiva, aún cuando el amor sea el común denominador. Vicente Leñero
asegura que el asunto de la fe está oculto en la obra del hidalguense, lo
cual es cuestionable si tomamos en cuenta la gran cantidad de artículos
sobre santos que publicó como colaborador del semanario Proceso. En
todo caso, es uno de los aspectos más visibles en su obra.

La culpa

En la literatura de Garibay es casi impensable hablar de las mujeres sin


un nexo con la divinidad; “es el lado secreto de la luna”, aseguraba.
Creyente sin credo, su estilo de vida le costó una tremenda carga:

Ya tenía cinco hijos y seguía traicionando la fe y la ortodoxia y


cumpliendo con los sacramentos; acaso menos con la comunión,
porque me importaba mucho y le tenía mucho miedo. Es decir, no
me acercaba a comulgar por miedo, acaso por humildad. ¡Cuando
eres un hijo de puta cómo vas a comulgar, canalla!9

Pareciera que a Garibay las relaciones amorosas fuera del ma-


trimonio, por considerarlas “pecaminosas” moralmente, lo conducen a
la búsqueda de la religión, de un Dios del que supo mucho (estudió con
seriedad a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa de Ávila durante varios
años), pero no creyó en él ni pensó jamás en convertirse en devoto; de
ahí la nostalgia, el vacío existencial del hombre moderno que asume
con franqueza una manera de vivir.
No soy un triunfador mundano, de ninguna manera, pero he ama-
9
Patricia Gutiérrez Otero, Javier Sicilia, “La dolorosa inquietud de Dios, conversación con Ricardo Garibay”, p. 17.
15
do bien, a fondo, con el pecado que esto supone. Opté por eso.
Dije: “Basta, estoy aquí [en la Iglesia] golpeándome el pecho y
hoy mismo, en la tarde, tengo que ver a fulana que no es mi mujer
y que no cambiaría por nada! ¡Basta!” Estoy hablando con una
brutal sinceridad. No es divertido para mí. No es un halago. Y no
hay la más leve sombra de jactancia en lo que estoy diciendo, al
contrario, me siento un pequeño montón de mierda. Pero así ha
sido. Ni modo.10

En Feria de letras, libro variopinto, Ricardo Garibay encuentra la


ocasión de fraguar una alianza entre lo que considera profano y lo sagra-
do. Tal es el motivo del texto sobre el poeta judío Yehudá Haleví, quien
amaba con vehemencia la belleza femenina y el vino, y sin embargo su
poesía se convirtió en la liturgia de su pueblo.

Era un portentoso pecador y era capaz de unciones extremas en


la contemplación religiosa, en la adoración a su creador. 11

Al describir la vida contradictoria del bardo, Garibay se instala


en la “vía de expiación” descubierta por Martha Robles: pecaba y expia-
ba al escribir su obra. Al igual que Haleví, Garibay era apasionado al
abordar el tema religioso, aunque sintiera un gran distanciamiento ha-
cia el dogmatismo cristiano; mordido por la culpa y por el Dios que había
conocido en la infancia, se entregaba a escribir páginas enteras, donde
saldaba cuentas pendientes, como Javier Sicilia lo describe:

Vitalista, amputado de un pensamiento metafísico, pero roído


existencialmente por Dios, vivía tenso entre el deseo, la mujer
y Dios.12
En los amantes, el deslumbramiento ocurre a través de la mira-
da, incluso el “amor a última vista” del que hablaba Walter Benjamin. En
un hombre puede haber fe sin necesariamente comprobar su certeza a
través de la razón. Entre estos caminos está el de la comunión católica,

10
Ibid. p. 18.
11
Ricardo Garibay, Feria de letras, Nueva imagen, Col. Plaza mayor, México, 1998 p. 20.
12
Javier Sicilia, “Prólogo” a Entrevistas con Ricardo Garibay, Instituto de Cultura de Morelos/ Universidad Autónoma del Estado de
Morelos, 2000, México, p. 11.
16
donde el amor se consuma al devorar el cuerpo de Cristo: el amado se
convierte en quien lo engulle.

Desde este ángulo la unión entre un hombre y una mujer es


imposible. Sería necesario devorar literalmente al ser amado. Quizá por
ello Garibay insistió tanto en la grandeza del soneto de Francisco de
Quevedo y Villegas: Amor constante, más allá de la muerte, cuando
citaba algunos versos del poema: “alma a quien todo un dios prisión ha
sido (...) polvo serán mas polvo enamorado”, como una forma de impri-
mir huella, defender el vestigio del amor consumado, toda la vida en un
poema; cuerpo y espíritu contienden por el reino del alma en la prosa
de Garibay; el anhelo de un hombre por llegar a Dios y su deseo de amar
desde la carne, evidencian el gran conflicto espiritual –y universal- de
quien pretendió dejar en sus lectores “una manera de eternidad”.

17
Astucias del oficio

Inspector de cabarets en el Departamento del Distrito Federal, vende-


dor de candelas para la lumbre, boxeador amateur (supo que tenía la
“onza de oro”, pero no llegó a más en el gimnasio), guionista cinemato-
gráfico, Ricardo Garibay desempeñó diversos oficios para ganarse el
sustento.
El peso de los días y la experiencia acumulada se dan cita en
páginas donde se cuenta una historia de altibajos. Aparecen del mismo
modo delincuentes y afamados personajes: María Félix, Juan Rulfo,
Gustavo Díaz Ordaz...

Como Vasconcelos, quien también renegó de sus contemporá-


neos, Ricardo Garibay osciló entre el intelectualismo y su antí-
poda, el culto a la vitalidad y la devoción por la palabra. En él se
impuso el celo literario y la reverencia por el estilo, creyó en los
poderes del idioma. 13

El libro también parece obedecer la encomienda de describir la


formación de una personalidad a través de su cronología vital: la gesta-
ción de una manera de ver el mundo donde la voz rígida del narrador
dibuja su periferia creando una representación literaria nítida.

Todo eso se combina, se yuxtapone, se dinamiza para formar no


sólo un estilo personal, sino toda una poética; es decir, un conjun-
to de procedimientos formales vertebrados en torno de una vi-
sión particular del mundo.14
Hay un marcado interés por recordar y exponer las maneras a
través de las cuales un hombre subsiste a pesar de las dificultades.
Sobresalen temas como la supervivencia diaria en diversos estratos so-
ciales, la cultura popular, el habla transcrita con fidelidad de orfebre, la
muerte y la violencia en las calles y en los mercados, la simpatía por el
infortunio y la melancolía por sitios y personas que ya no están, todos
ellos motivos caros a este áspero y detallado itinerario que despliega
13 Carlos Monsiváis, “Garibay, literatura vital”, Excélsior. México, 28 de marzo de 2000, p.3
14 Cadena, Agustín y Miriam Mabel Martínez, Diáspora Hidalgo: una narrativa en exilio, México, SEPH, CECAH, Gobierno del Estado de Hidalgo,
1998, p. 17

18
en su literatura lo que Martha Robles ha identificado como “realismo
iracundo.”15 Realismo por extraer de la cotidianidad los elementos pre-
dominantes de su escritura: iracundo por el conocido impulso del narra-
dor reflejado en su personalidad y en gran parte de las páginas que
escribió.
Su personaje cobra matices biográficos al hablar de una convic-
ción: asumió ser un escritor por naturaleza, nato, concebido para el
dominio de la palabra. En Cómo se gana la vida se reconoce el caminar
del novelista: las circunstancias que moldean el temperamento de quien
se elige a sí mismo para edificar su obra:

Yo soy tan personaje para mi literatura como un personaje que


escojo. Uno se hace a sí mismo un personaje para poder trabajar.
Además, todo lo que he escrito es autobiográfico y en ninguna
parte estoy. Hay quien me acusa de haber hecho de mi persona
un personaje y para escribir esto es igual que cuando se piensa
en personajes de una novela. Uno oye las voces de los persona-
jes y la propia voz, digamos, sin identificarla como la voz propia,
sino como la voz de un personaje que está siendo tratado. Uno
transita de la persona que es, al personaje en que se convierte
cuando se trata de autobiografía.16

Garibay utiliza el recuerdo con pericia. Realismo crudo, sin ma-


quillajes. El escritor es un ser que “no elige su oficio, pero lo goza y lo
padece”.17 En este volumen el humor es condimento esencial que amor-
tigua desventuras; el autor deja abierta la posibilidad de transmitir una
enseñanza de lo vivido. Los quehaceres desempeñados son testimo-
nios con matices tragicómicos, algunos al borde de la exageración y
otros deliberadamente excedidos, tanto, que parecen las memorias de
quien obsesivamente construye un personaje de sí mismo, para conju-
rar la imagen del novelista frustrado que en vida no llegó a la fama ni al
reconocimiento de sus contemporáneos, no así en su literatura, la cual
ha sido revalorada después de su muerte. En este sentido, la visión de
Garibay es una manera de descomponer y desarticular el mundo, es
inconfundible. Christoper Domínguez abunda sobre ello y remarca su
vitalidad:
15 Martha Robles, “Letras del pasado inmediato”, La sombra fugitiva, Tomo II. México, UNAM, 1986, p.267
16 María Helena González, entrevista: “Ricardo Garibay: ¿se traiciona la amistad cuando se convierte al amigo en personaje literario?”,
suplemento El Búho, Excélsior. México, 9 de agosto de 1998, p.6
17 Omar Galindo, “El escritor: hombre de mala fe”, entrevista con Ricardo Garibay, Perfil, núm. 2, México, DF, enero de 1984, p. 45.
19
El realismo de Garibay cumple con creces con las obligaciones
estéticas que se impone: sus personajes son ficción lo mismo
que realidad.18

La alameda de Tacubaya, los viveros de Coyoacán y el parque


Miraflores “que nació con San Pedro de los Pinos”19, Chapultepec, la
Alameda Central y el Jardín Colonia son algunos sitios rememorados
con nostalgia: ya no pasan viejecitas gritando “mugrosos cochinos
prevaricadores del pecado de la carne, asquerosos...”20 Quedan la año-
ranza y un sentimiento de afición al fracaso, el pesimismo que apunta al
ajuste que realizó en su primer libro autobiográfico (Fiera infancia).
Esta continuidad de los oficios forjaría su interés por la literatura, culti-
vado ya desde la infancia por conducto de su padre.
Al relatar las vicisitudes de los múltiples trabajos que antece-
dieron su vocación por las letras, Garibay parece haber sido el persona-
je que él mismo creó para el cine: El Milusos (1981), cinta de Roberto G.
Rivera. La película exhibe la historia de un indígena que llega a la ciudad
de México con la intención de mejorar su calidad de vida. En su travesía
por la metrópoli, el Milusos realiza tareas de todo tipo: tragafuegos,
lavabaños, vendedor de rosas y “chalán” de quien le ofrezca un salario.
Se trata de una bitácora donde la vivencia es materia literaria. El
entusiasmo del hidalguense distaba mucho de la saga suicida de su
familia, en la cual, como él mismo lo decía, hubo una tradición ininte-
rrumpida de renuncia a la vida por mano propia.

Tuvo once hermanos, y cinco fueron suicidas y lo persiguieron


hasta el 8 de junio de 1862. Rezó por ellos cincuenta años. 21

El niño Ricardo comenzó a trabajar en la San Pedro de los Pinos


de 1930 como vendedor de candelas para la lumbre. La caja costaba seis
centavos, de los cuales obtenía uno. Su padre, que pretendía hacer un
gran negocio empleando a sus hijos en la promoción del novedoso pro-
ducto que ya se usaba en Europa, estaba cansado: ganaba un peso con
cincuenta centavos diariamente como cobrador del mercado de
18 Christoper Domínguez Michael, “Triste domingo de Ricardo Garibay’”, revista Vuelta, México, diciembre de 1991, p. 46
19 Ricardo Garibay, Cómo se gana la vida, Joaquín Mortiz, México, 1992, p. 10
20 Ibid. p. 13
21 Ricardo Garibay, Fiera infancia y otros años, p. 33
20
Tacubaya; esa cantidad debía alcanzar para sostener a una familia nu-
merosa (cuatro hijos, la esposa y tres hermanos). La imagen de pobreza
y escasez quedaría en la memoria del narrador como signo de orgullo:

Ahí es donde hay que sentirse el absoluto. Después la vida se


encargará de hacerle ver a uno que es apenas más que nadie.
Pero a esa edad hay que sentir que se es el grande por excelen-
cia, para poder arrancar, para poder soportar las soledades y las
carencias, que son muy grandes.22

Como redactor de cartas también adquirió práctica. Don Ángel,


un vecino celoso de su esposa que peleaba con cualquiera, le dictaba
reclamaciones que reiniciaba constantemente al dudar del tono de sus
palabras. Llegó a ganar diez centavos por cada escrito. Aunque no era
autor de lo que escribía, a temprana edad ya cobraba por el uso de su
pluma.
A los trece años, Garibay parecía de nueve o diez. Esta aparien-
cia le permitió entrar a los concursos infantiles de trabalenguas de la
XEW, donde lo consideraban “niño prodigio” por superar con mucho a
los “babiecas” con menos años. Su habilidad para articular las intrinca-
das peripecias verbales era tal que los locutores quedaban atónitos
ante la veloz reproducción de juegos de palabras. La malicia del adoles-
cente para adelantarse a sus adversarios era ostensible.
En 1940, después de ingresar a la preparatoria, solicitó una beca,
que le fue concedida por la revista Hoy, dirigida por Pagés Llergo. Con
quince pesos mensuales le alcanzaba para un paquete de cigarrillos, los
pasajes de todo el mes y hasta para llevar a su amada Aurelia a tomar
una naranjada.
La fortuna, acompañada del arte literario, lo perseguía. Cuando
en 1942 participó en un concurso de cuentos organizado por la Revista
Nosotros, obtuvo el primer premio que consistió en la publicación del
texto y veinticinco pesos. Este trabajo fue apreciado posteriormente
por estudiantes universitarios e incluido para su análisis en diversos
trabajos de tesis. Al recibir el dinero del premio de manos de Mauricio
Ocampo Ramírez, periodista tabasqueño, éste dijo:
22 Martín Solares, entrevista: “Yo soy quien soy y no represento a nadie”, suplemento La Jornada Semanal, La Jornada. México, 6 de
febrero de 1994, p. 24
21
Premio al joven rubio Garibay, que adopta con frecuencia poses
de genio y le cae sumamente mal a la gente sencilla.23

La soberbia y la pose de gran escritor ya se habían apoderado del


novelista desde sus primeros años, así lo constató su renuncia como
dependiente de la Librería México, ubicada entre Palma y Donceles:

Una mañana llegué con traje nuevo y advertí cuánto viejo polvo
espeso guardan los libros, y dije: a la mierda. Salí sin adiós siquie-
ra, y regresé como amigo, prudente tiempo después.24

Si claudicó a un empleo caprichosamente, de otros fue despedido por


ser considerado inepto. Como corrector de pruebas sólo duró mes y
medio; después de haber sido recomendado con una tarjeta de Agustín
Yáñez, la pereza y el desinterés rindieron frutos. “Corregía” las pruebas
y aumentaba las erratas. Como actor de radio el orgullo lo doblegó:
ganaba cuatro pesos en cada programa y nunca alcanzaba para pagarle.
Con lo que había reunido en varias semanas invitó a comer a sus amigos
Fausto Vega y Rubén Bonifaz, quienes, por cierto, comieron a más no
poder y se burlaron de sus actuaciones. También la mujer que recorda-
ría hasta el final de sus días (y a la que buscó incluso antes de su muerte)
le hizo ver una realidad:
Un lunes me dijo Andrea en Mascarones:
-Ayer te oí en un papel de niño, por radio; no tenía qué hacer. Una
cosa de D‘annunzio, chistosa de tan truculenta. Parecías un niño
de veras.
Me sobrecogió una vergüenza tan sólida que desde el jueves si-
guiente ya no me presenté a ensayar ni a cobrar el resto de lo que
me debían25
Acomplejado por la crítica, Garibay pone al descubierto, desde
sus primeros años, la intolerancia y nula resistencia (que le caracteriza-
rían) ante los comentarios del exterior.
En el 42, cuando se abrió la primera feria del libro en los declives
23 Ricardo Garibay, Cómo se gana la vida, Op. cit., p. 44
24 Ibid pp. 73, 74
25 Ibid., p. 76
22
del monumento a la Revolución de la Ciudad de México, al solicitar
empleo de redactor del periódico que publicaba las actividades cultura-
les, tuvo oportunidad de trabajar como columnista, ¿qué escribiría un
principiante acerca de libros y cultura? Copiaba íntegramente el texto
de un periodista al que conocía y admiraba: sorteaba los inconvenien-
tes de su juventud con audacia.
Como empadronador el resultado era similar: contestaba los cues-
tionarios personalmente inventando nombres, firmas, fechas y lugares
para cumplir su obligación diaria. Con franqueza, Cómo se gana la vida
describe los pormenores vivenciales de un pícaro.
Un rasgo del pícaro es la burla que hace, dolorosamente, desde su
condición -siempre en el sótano- en contra de la sociedad que lo rodea
y lo pisa; la burla que entraña -probablemente- el fraude, la estafa a esa
sociedad, pues el pícaro acaba siendo víctima de su víctima: la sociedad.

En la vida de todo escritor -acaso de modo natural- hallaremos


considerables porciones de picaresca, porque si no es así estare-
mos ante escritores que forman parte, antes de la vejez, de toda
suerte de respetables academias.26

Las múltiples ocupaciones que decantaron el oficio de escribir


en Garibay, dan la impresión de funcionar como filtros. Cada vez que el
escritor fracasa en una empresa se refugia en el mayor de sus deberes:
la escritura, como quien busca un lugar entre los otros y ante sí mismo.
Esta ambición invariablemente se acompaña de las aventuras del joven
que asiste a la Facultad de Jurisprudencia; los amoríos y los trabajos van
de la mano.
Hay una constante que es la historia de amor, ahí donde en verdad
uno fracasa y crece y acaba valiendo algo.27
A nadie extraña que a Garibay lo hayan distinguido su afición
(que bien podría ser obsesión) por las mujeres y su categórico machis-
mo, siempre negado por él; ambos temas, claro está, podrían ser mate-
rial para una generosa cantidad de cuartillas en otro capítulo.
Las múltiples facetas del escritor, en su afán por ganarse la vida, lo
condujeron a sospechar que el hombre vive varios destinos, atisbo caro

26 Ibid, p. 75
27 Ibid, p. 70
23
en la madurez del narrador que aseguró: “esto se sabe sólo después de
los cincuenta años”.
Como lector, ejercicio que nunca abandonó, se asumió capaz de
entretejer a diversos autores. “La experiencia literaria” de Reyes, es un
tema recurrente en el creador de La casa que arde de noche. Durante su
tiempo de profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM,
convencido de que toda lectura desemboca en una reflexión necesaria,
comenzó la escritura de los títulos en los cuales aborda sus experiencias
con la lectura:

Encontré en algunos escritores este ejercicio: no poder hacer una


lectura sin estarla refiriendo a otra u otras que ya se habían teni-
do, dije “esto puede ser atractivo”. Así formé un libro: Paraderos
literarios; luego armé otro, Oficio de leer, y luego Feria de letras,
que al principio parecía disperso.28

George Simenon, Edgar Wallace, Agatha Christie, Álvaro Cunqueiro


y Gustave Flaubert, por citar algunos, son autores gratos a esta valora-
ción literaria. Al crear cada lector su propia tradición, el narrador avala
que nada de lo que se lee cae en el vacío, al estilo de un lector modelo,
el cual edifica por sí mismo el universo de su conocimiento.
Cobijado por sus lecturas, se propuso establecer un diálogo sucesi-
vo con éstas y las entrelazó:

Si leo a Melville lo puedo emparentar de inmediato con Gutiérrez


Nájera, a Gutiérrez Nájera con Borges, a Borges con… qué sé yo…
De esto se hace el modesto universo de un escritor, y sin eso el
escritor no es nada ni nadie, hay ejemplos, inclusive insignes, de
escritores aquejados de profunda ignorancia, los hay.29

La opinión de Garibay sobre su obra es significativa. ¿En qué se


convertiría ésta con el paso del tiempo? Al hablar sobre ello aceptó que
no todo lo emprendido llega a la cumbre de “verdadera literatura”:

Uno escribe todo con el afán de conseguir, a través de cada ren-


glón, una obra maestra. Ése es el afán. En algunas obras donde
pone especial intensidad o interés o tiempo, uno siente que ha

28 Entrevistas con Ricardo Garibay, Op. cit., p. 38.


29 Ibid., p. 39
24
logrado eso: la obra maestra o la obra ineludible literariamente
hablando (...) Muchos escritores contemplan la vida como una
medianía y la reproducen excelentemente, otros la contemplan
como una cima, como una montaña colosal, el caso es Tolstoi (¡y lo
consiguen!), qué sé yo, valles y cumbres, hay eso en toda obra un
poco extensa.30

Astucias literarias era el título propuesto para una recopilación


que Garibay había hecho de artículos breves publicados entre 1992 y
1993. Desafortunadamente, el título apareció antes en una reedición de
Emilio Uranga y Garibay tuvo que sustituirlo por Paraderos literarios,
que son, según describe: “Lugares rústicos donde el caminante se de-
tiene para tomar un poco de sombra y frescura y ‘un vaso de bon vino’,
buenos para el repaso y la reflexión”. Un escritor frente a sus lecturas y
sus diálogos: la astucia “en su mejor especie”, como quien afirma su
existencia a través de su propia tradición. Después de Paraderos litera-
rios Garibay escribió sobre su experiencia literaria los volúmenes Oficio
de leer y Feria de letras.
El escritor no había olvidado que pertenecía a un grupo que pre-
tendía llegar a la sabiduría con avidez. Se proponían leer un libro diaria-
mente y debatir constantemente.

Se les conoce como el grupo Fuego Nuevo: ahí están Fausto Vega,
Jorge Hernández Campos, Rubén Bonifaz Nuño, por mencionar
los más prominentes. No se trata de una generación, el mismo
Garibay lo reconoce, si no de una especie de cofradía que se deci-
dió a principios de los cuarenta a elaborar un sello de identidad:
una revista que se bautizaría con el mismo nombre del grupo. 31

Sin embargo, Garibay tenía otros planes y siguió el consejo de Alfon-


so Reyes: ser un escritor “verdadero” evitando a sus contemporáneos.
En Cómo se gana la vida la narración amena de episodios chuscos
consigue la simpatía del lector, quien tarde o temprano deberá decidir
el ángulo de su lectura: ficción o testimonio de un libro de peripecias.
En sus propias palabras, el narrador expone su leit motiv cuando asegura
escribir ya por convicción, encomienda o placer:

30 Ibid., pp. 54,55


31 Miguel Ángel Quemain, Reverso de la palabra, Memoria del Tlacuilo, México, 1996, p.193
25
por una de tres razones: para divertir al lector, y un poco a mí
mismo; como impúdico alarde de sintaxis y de síntesis o antología
de la ya larga existencia; y –y acaso esta sea la razón más principal-
porque me entusiasma la creación de ese personaje sacado de la
persona que fui en el pasado irrecuperable, lo que me enfrenta a
este dilema: qué es más cierto: el que se era verdaderamente, o
el que se es en la literatura que uno mismo hace. 32

Verdad o literatura, el joven aspirante a escritor se renta para posar


de la cintura para arriba y también como sparring de un boxeador profe-
sional; esta segunda vocación encontró en Garibay un adepto que, por su
carácter, hizo filiación inmediata. El miedo que disfrutaba inspirar entre
los escritores por su experiencia en el ring fue otro de sus oficios. Gozoso
de intimidar a sus colegas con sus fanfarronerías, se jactaba de poseer la
“onza de oro”, el golpe del knock out de boxeadores como Kid Azteca o el
Mulo Gutiérrez. Es menester aclarar que como púgil Ricardo Garibay nun-
ca rebasó el nivel de un aficionado, aunque apabullara a muchos por los
conocimientos que acumuló como espectador.

y ya se sabe que en el boxeo gana el que es vivo y no el mortífero


matalote 33

El ambiente bohemio donde se reúnen boxeadores letales para


los “cabronazos” y estudiantes de leyes, cantinas de la ciudad de Méxi-
co de los años 40, son atmósferas peculiares de esta literatura. Martha
Robles entendió este realismo como una serie de “brutales oposicio-
nes que se manifiestan en espíritus irritados a causa de un sentimiento
de íntima deficiencia.”34
Esta “deficiencia” bien puede ser el sentimiento de inferioridad
de quien teme ser visto de cuerpo entero por los demás, descubierto
en su intimidad. Las afinidades del autor con el mundo de los desposeí-
dos son notables. Éste prefiere las muchedumbres de cantinas, donde
la frustración se apodera de borrachos y soñadores de barriada, antes
que los parnasos y olimpos de los escritores, línea constante en su obra.
Cómo se gana la vida es un volumen condimentado con entreme-
ses de variada textura. No entraña únicamente los oficios de quien cre-
32 Ricardo Garibay, Cómo se gana la vida, Op. cit. 173
33 Ibid. p. 79
34 Martha Robles, Espiral de voces, Ricardo Garibay: Una vía de expiación. Universidad Nacional Autónoma de México/Difusión
Cultural UNAM, México, 1993, p. 207
26
ció entre pillerías y trabajos de muchacho descarriado, también resalta
cuadros esenciales de aquellos años: las criadas vistas desde una azotea
de la calle Abraham González, el paso de los arrieros, burros con bolsas
de pulque, las fiestas de actores homosexuales que celebraban una
puesta en escena, el olor de los mercados y los bules donde ocurrían
pleitos cotidianamente.

la buscó bajo las faldas y encajó el brazo como si quisiera partirla


en dos, y la jitomatera aullaba revolcándose y enmarañándose
como quien se espanta alacranes de la entrepierna.35

Después de haber declinado a la beca de El Colegio de México,


obtenida por el favor de Alfonso Reyes y donde tuvo la guía de Raimundo
Lida para estudiar a los místicos españoles, Garibay entendió con Juan
de Mairena que la literatura es “lo que pasa en la calle”. Este eslabón,
que empareja la literatura del escritor con sus labores, deja al descu-
bierto las huellas de cada faena: quehaceres forjadores de una manera
de crear. Entre cabarets y bules aprendió de William Faulkner sobre el
mejor lugar para escribir: un centro nocturno que le permitiría vivir de
noche y vencer la blancura de la página a la luz del día.
Al desempeñarse como Inspector de la Secretaría de Agricultura,
continuó siendo testigo de la impunidad en el manejo del dinero. Su
contacto con la burocracia fue un entrenamiento necesario para las re-
laciones de amistad que más tarde sostuvo con algunos presidentes de
México.
Sumergido en la corrupción de la Dirección de Precios del Distrito
Federal y con el puesto de Inspector de Cabarets, alternó este trabajo con
el proyecto de la revista Política, en la cual fue nombrado Subdirector.
Desafortunadamente la publicación no se vendía y los 15 mil ejemplares
del tiraje regresaban “íntegros” a las bodegas. En Política publicó un ensa-
yo sobre Al filo del agua de Agustín Yáñez, texto que Yáñez leyó en los
claustros de la Universidad y le agradeció personalmente con un “arrieros
somos”. Años después, cuando la necesidad económica fue apremiante,
Garibay solicitó la beca del Centro Mexicano de Escritores, misma que le
fue concedida por intervención de Yáñez ante Arnaiz y Freg.

35 Ricardo Garibay, Cómo se gana la vida, Op. cit. 116


27
-Una de las becas es para Garibay.
-¿Por qué? De acuerdo, pero, ¿por qué?
-Arrieros somos. Escribió la mejor crítica de cuantas se hicieron
sobre Al filo del agua. Digamos que, además, por eso. 36
Distintivo de Garibay fue el énfasis que hizo en la valoración de su
propio trabajo, como si hubiera dudado de la crítica para concederle un
lugar en las letras mexicanas. Y con toda razón pensaba así, pues sus
continuas diferencias con el medio literario en México se reflejaron en
lo poco que cosechó con una obra de más de 45 libros publicados: el
Premio Mazatlán en 1962 por Beber un cáliz, el Premio Nacional de Pe-
riodismo en 1987, el Premio al Mejor Libro Extranjero Publicado en Fran-
cia en 1975 por La casa que arde de noche y el Premio Nacional de Narra-
tiva Colima para Obra Publicada en 1989 por su novela Taíb.
A decir de Carlos Montemayor, quizá no fueron numerosos los
premios que obtuvo, pero le fueron concedidos reconocimientos im-
portantes con los cuales, sin duda, el autor no pasó desapercibido en el
escenario literario de entonces ni en el actual.
En sus andanzas de oficina conoció a su esposa Minerva Velasco;
la vio y quedó prendado de aquella joven serena. Para ganar su volun-
tad compró “un perro corrientísimo, de un mes de edad” en una cantina
y regresó a verla.
Salí borracho y recién peinado con el perro en los brazos.
Entré en la oficina. Eran las cinco y media. Con medida serie-
dad puse el perro en el escritorio y dije:
-Es un regalo. Perro de raza.
El perro hipaba terriblemente y se ladeaba por el vicio de la
bebida, no se tenía derecho.
Ella sonrió, y yo salí cuidando cada paso. Un mes más tarde
me casé. 37
Con la familia a cuestas, cinco hijos (Mónica, María, Minerva, Ri-
cardo María y Matías) y una esposa, el escritor ejerció de abogado postu-
lante y no ganó en año y medio ni trescientos pesos, tampoco pudo

36 Ibid. p. 126
37 Ibid. p. 147
28
embargar ni concluir ningún asunto por su cuenta.
A distancia esa etapa resulta francamente cómica. No sabía
nada de nada del oficio, y con la urgencia del hambre me
entregué a los ejecutivos mercantiles.38

Al parecer no hubo empleo en el que echara raíces, salvo la escritu-


ra, donde era su propio jefe. Los domingos en la plaza de toros, nombrado
inspector por Andrés Henestrosa, dejaba pasar “manaditas de jóvenes”
que ofrecían 50 pesos, con ello completaba su salario de 10 pesos.

me tocaban veinte, y treinta para el jefe de puerta, y se colaban


dos o tres manaditas y se salvaba la semana 39

El pícaro asoma frecuentemente como personaje solitario, aisla-


do, incomprendido. Hay en él una secreta y visible frustración que lo
conduce a la componenda, pues el escritor “nunca venció la ambición
juvenil de poseer la totalidad del mundo.”40 Guardó para sí un senti-
miento de despojo que lo acompañó siempre:

Lo que les dan a otros me lo quitan a mí.41

El poeta Rubén Bonifaz reconoce en Garibay a un hombre injusta-


mente ignorado debido a su carácter.

Durante mucho tiempo trataron de considerarlo como si no fuera


nadie. ¿Por qué? Por su manera de ser. Por su gana de estar continua-
mente en violencia contra el mundo. Simplemente, si podían pre-
miar a otro en vez de a él, lo premiaban. Era una manera de no hacerle
caso. No había nada expreso contra él, más que el silencio.42

El sentimiento de naufragio ya estaba arraigado en Garibay. Era cons-


ciente de la atmósfera que había creado su manera de ser y no salía de casa,
incluso dejó de publicar diez años, quizá por el temor a ser criticado.

mientras más difíciles se ponían las cosas afuera, menos daba yo


la batalla y más me sumía en el amado fracaso.43
38 Ibid. p. 151
39 Ibid. p. 155
40 Iris Limón, testimonio de Rubén Bonifaz Nuño sobre Ricardo Garibay, Signos vitales de Ricardo Garibay, Editorial Colibrí/
Secretaría de Cultura de Puebla, México, 2000, p.44.
41 Idem.
42 Ibid.p. 45
43 Ricardo Garibay, Cómo se gana la vida, p. 172
29
Así como el ejercicio de las memorias significó para Garibay una
recuperación del pasado, arrebatar e imponerse con su temperamento
fue una manera de tomar lo que consideraba suyo, o sea, lo que el
mundo le había negado. Por todos lados y de todas maneras, las expe-
riencias vívidas de Cómo se gana la vida exhiben su repertorio polícro-
mo de apuestas por sobrevivir, siempre acompañado de algún libro, a
imagen y semejanza de su maestro Erasmo Castellanos Quinto.
En la Escuela Internacional Bolívar 55 el cuentista impartió clases
de Geografía Política, Matemáticas, Zoología y de lo que fuera, siempre
leyendo a sus alumnos la poesía de San Juan de la Cruz. Esta rebeldía
dejaba entrever su necesidad de abordar lo que en verdad le interesa-
ba: la literatura. Lo mismo sucedió con los sermones que daba en la
colonia Río Blanco por encargo del padre Velázquez (donde leía los poe-
mas del místico en vez de predicar el catecismo), por los cuales cobraba
diez pesos al día. La noche oscura de De la Cruz fue la íntima compañía
del ermitaño que se negaba a aceptar el entorno tal como era.
Cuando comenzó a publicar en Diorama de la Cultura de Excélsior
en 1970, Ricardo Garibay sintió que empezaba a vivir de su trabajo; des-
pués se acercó a El Universal, a Ovaciones y a La Prensa. Llegó a publicar
hasta cinco artículos en un domingo; el vario taller literario lo disciplinó
conduciéndolo a macerar cada palabra en un texto, a “describir las nu-
bes o el gotear de una llave de agua”. 44
Al obtener la beca del Centro Mexicano de Escritores de mil
quinientos pesos mensuales en 1952, el flamante becario (quien en la
adolescencia ya había conseguido una en la Secretaría de Educación
Pública de quince pesos al mes) se compró una bicicleta y un perro
después de haberse cambiado de domicilio.
Asistía a las reuniones semanales para comentar los avances de
los becarios. Esta etapa de formación escritural se caracterizó por la
crítica rigurosa. El brillo de sus contemporáneos era incuestionable y le
afectó al grado de que, durante diez años, Ricardo Garibay dejó de pu-
blicar (mas no de escribir).
Tenía que vivir como escritor y como tal perteneció a la genera-
ción de Alí Chumacero, Luisa Josefina Hernández, Miguel Guardia, Juan
José Arreola y Juan Rulfo. A los dos últimos no titubeó al ningunearlos y
criticarlos hasta el cansancio por envidia y porque ambos creaban con-
44 Ibid. p.171
30
sensos por la calidad de su obra. En Cómo se gana la vida el autor confie-
sa, a propósito de Arreola:

Era la suya una postura noble y honesta, que no entendí; me que-


dé con mi furia por decir la verdad. Arreola metido en los trajines
del pueblo me parecía ingenuamente malabarista. Es posible que
yo estuviera equivocado. Lo digo porque reconozco que antes
que nada me escocía su brillantez, y el consenso instantáneo que
desataba y que a mí, por naturaleza, se me vedaba. 45

El mismo trato recibió Juan Rulfo, quien con la publicación de El


llano en llamas impactó a la crítica y a los lectores. La actitud cerril de
Garibay hacia sus contemporáneos fue una manera de reclamo, de re-
vancha y resentimiento.
Rulfo me sacaba de quicio. Su aparente mansedumbre, su casi
entera incapacidad intelectual, su lentitud de buzo, su genio
publicista. Era el rey. Los gringos lo adoraban. Esto era lo que más
me hacía desconfiar, la condición de mexican curios o de buen
salvaje a los ojos de esos necios. Sólo de Rulfo se hablaba como
de un grande indiscutible. 46
Como jefe de prensa de la Secretaría de Educación Pública (SEP)
en la administración de Ruiz Cortines en 1953, empleó a varios amigos
suyos dedicados al pugilismo. Su explosivo temperamento salió a flote.
Se decía de él en el departamento de Prensa: “El licenciado Garibay es a
toda madre, pero como jefe enojado no lo aguanta ni su tiznada madre”.
Hallaba papelitos pegados en la puerta de mi privado. Pero no
había queja hacia arriba, porque me emborrachaba con mis em-
pleados, hacía bulla y rincones con las secretarias hermosas, re-
partía los embutes y premios varios que se me ocurrieron sobre la
marcha, y Prensa de la SEP se hacía ver activa, impecable. 47
El narrador incursionó en el cine en 1955 escribiendo una canti-
dad considerable de guiones: La sonrisa de la Virgen, dirigida por Ro-
berto Rodríguez (1957), La cucaracha (1958), Cuando viva Villa es la
45 Ibid. p. 177
46 Ibid. p. 178
47 Ibid, p. 194
31
muerte (1958), Pancho Villa y la Valentina (1958), de Ismael Rodríguez,
entre otros. Resulta contradictorio que después de haber trabajado trein-
ta y tres años en el gremio cinematográfico, a sabiendas del gran nego-
cio que para algunos representa, Garibay se decepcionara y por ello
renunciara al “usufructo” de los productores y de lo poco que quedaba
de sus guiones cuando las cintas se editaban, por lo que decidió seguir
con la literatura.
Por lo pronto puedo decir que el cine es el lugar más innoble para
ganarse, como escritor, la vida. La paga escuece, sabe a hiel, y se
recibe invariablemente a la salida del túnel de las humillaciones.
Se abomina ese dinero canalla, testimonio o garantía de que uno
es un quídam, un sujeto accidental o innecesario. Además, es paga
que exige reiterada gratitud y cuidadoso ocultamiento del des-
precio por el que la cumple. En ningún otro empleo he estado más
en el aire, con más inseguridad ni con más minusvalía; en ningún
otro he dependido más de la dura voluntad de un zafio. La estupi-
dez en el medio cinematográfico es profesional, es omnímoda.48
A dos y medio meses de la matanza de Tlatelolco en 1968, Ricardo
Garibay entabló una relación cordial con el entonces presidente Gusta-
vo Díaz Ordaz. Al comienzo del sexenio conoció a Norberto Aguirre
Palancares, quien entonces era jefe del Departamento Agrario y viajaba
por toda la República. Ta Ta Aguirre, como le llamaban, invitaba a varios
intelectuales a sus giras y Garibay era uno de ellos. Como editorialista
de Excélsior, el narrador redactaba sendos manifiestos contra el régi-
men opresor, al grado de haber sido necesario que Aguirre Palancares
lo llevara secretamente para conocer en persona a Díaz Ordaz. La entre-
vista no duró más de cuatro minutos, pero bastaron para salvarle la vida
al escritor. Cesaron las críticas. A partir de ese momento era recibido
continuamente en Los Pinos para escuchar los desahogos del Presiden-
te, quien despotricaba contra su equipo de trabajo. Garibay fue cuestio-
nado por el medio intelectual por su actitud acrítica y por el evidente
trato con el gobierno de Díaz Ordaz. Quizá las carencias materiales de la
infancia hayan influido en su desmedida ambición. En una llamada tele-
fónica, registrada en Cómo se gana la vida, Carlos Monsiváis le dijo
sobre un texto dedicado al régimen:
-Mira, pones a Díaz Ordaz como el único, el sobresaliente, el dig-

48 Ibid, p. 211
32
no de toda gratitud. Es el hombre que injuria y humilla a sus secre-
tarios de Estado, que desacredita a los funcionarios que él mismo
ha nombrado, que execra a los estudiantes y abomina de la juven-
tud de su país, y tú aceptas su ayuda y te consideras afortunado
por tenerla. 49

En vano intentó recomponer lo que sus lectores ya habían leído


con desilusión. También fueron inútiles los esfuerzos que hizo por legi-
timar su dependencia de la burocracia, pues a todas luces era evidente
la influencia de la ayuda económica recibida.

Andando el 69 y luego el 70, aprendí a estimar a Díaz Ordaz (...)


Me entregó un sobre sellado y firmado. En el coche lo abrí. Eran
diez mil pesos. Abrí las ventanillas y aspiré el aire de diciembre.
Desde ese momento cambió mi vida. Se aquietó el ritmo
cardiaco. Pude entregarme enteramente a leer y escribir.50

El fraseo de Cómo se gana la vida pone al descubierto su oficio


de “aviador” en el gobierno. En el periodo de Díaz Ordaz aprendió lo
necesario para colocarse de nueva cuenta en un lugar privilegiado. En el
sexenio de Ruiz Cortines conoció a Luis Echeverría Álvarez, entonces
Oficial Mayor. A éste le prepararon una trampa sus enemigos para
emborracharlo y hacerle perder el prestigio. Garibay se enteró y le dijo
a Echeverría lo que tramaban en su contra. Al subir al poder, el Presiden-
te agradeció al escritor sus servicios y le dio oportunidad de “ser testigo
de los actos de gobierno”. El doble juego del escritor era evidente: por
un lado era amigo de Echeverría y por el otro criticaba su gobierno. Con
el cierre del periódico Excélsior se coartaban los caminos de la libertad
de prensa, entonces el equipo editorial del desaparecido diario fundó
el semanario Proceso, cuyo primer número, pese a los obstáculos que el
gobierno impuso, se publicó en noviembre de 1976.
En 1975 apareció un artículo firmado por Garibay en el que dibu-
jaba el perfil del próximo Presidente. La viñeta entusiasmó a Echeverría,
quien le pidió, a través del subsecretario Fausto Zapata, que escribiera
sobre el asunto como “un favor que nunca se olvida.” Sólo Garibay y
Julio Scherer sabían quién iba a ser el candidato del viejo PRI. La emo-
ción pasó de largo cuando habló por teléfono con José López Portillo,
quien ya se escuchaba arrogante y autoritario aún sin haber llegado al
49 Ibid, p. 280
50 Ibid. p. 275
33
cargo, por ello no tuvo trato con él, porque se olvidó de quienes lo
llevaron al poder. José Agustín describe atinadamente al político en su
Tragicomedia mexicana II:

Se veía como un intelectual y escritor muy superior a todos los


existentes, por supuesto mil veces mejor y más importante que
Arreola, Rulfo, Fuentes, ya no se diga que Revueltas, y por eso
la literatura nacional nunca le interesó gran cosa.51

El hidalguense no acostumbraba perdonar y en la primera opor-


tunidad que tuvo le hizo saber lo conveniente a López Portillo sobre su
vocación de escritor. Rafael Baledón le encargó un veredicto de
Quetzalcóatl, una novela histórica que filmarían si valía la pena. El Presi-
dente pidió ser tratado como cualquier autor y Garibay atacó cuando le
dijeron “hazme un dictamen a fondo, tú que te sientes tan chile, a ver si
es cierto. ¡O filmamos la novela, tú dices!”

Hice un dictamen honesto, letal. Y lo firmé, siquiera esa gloria. Y


en parte por eso no se filmó ese plumero. Y creo que lo supo el
Presidente, que olvidó un favor muy grande que yo le había he-
cho, cuando era precandidato y juró que no lo olvidaría. Acaso
haya sido por lo de su obra literaria.52

Los oficios de Ricardo Garibay conforman el “ itinerario


tragicómico” de quien anheló vivir de la literatura. Entre la honradez y
la corrupción (que él mismo reprobaba) se encuentran los motivos de
un pícaro afanado en conseguir el sostén con impaciencia. Excusaba su
manera de ganarse la vida con la seguridad de que protegía al escritor y
a los suyos. Hombre contradictorio para quien todo lo que hizo estuvo
bien hecho, se hizo amigo del conocido policía de tránsito Arturo Durazo
Moreno. Víctor Roura cuenta una anécdota memorable, a propósito del
“repertorio mítico” del escritor que sólo algunos conocen:

Se dice, por ejemplo, que una vez, después de mucho batallar fue
hasta Carlos Hank González, siendo éste regente de la ciudad en
el periodo de José López Portillo (1976-1982), para hablarle de sus
penurias económicas y de cómo, un escritor de su talla (porque
Garibay se decía el mejor escritor de México, y en ello sin duda le
51 José Agustín, Tragicomedia mexicana II, Edit. Planeta, S. A., México, 1992, p. 119
52 Ricardo Garibay, Cómo se gana la vida, p. 208
34
asistía algo de razón) tenía que andar a pie para entregar sus artí-
culos periodísticos. La leyenda cuenta que Hank González le rega-
ló un coche. Pero Garibay regresó, días después, para decirle al
regente que cómo era posible que la esposa del señor escritor,
que era él, tenía que ir al mandado a pie mientras en la casa espe-
raban la santa hora de los apetitos, y dice la leyenda que Hank
González, solícito, también le regaló un coche a la esposa del gran
escritor. 53

Digna de gratitud es la sinceridad con la que Garibay describe sus


esfuerzos por ganarse la vida al anteponer sus intereses literarios a
cualquier faena. La astucia del adolescente es el retrato más logrado del
escritor maduro que en sus últimos años aseguraba, al fin, saber escri-
bir. Diálogo con el lector, Cómo se gana la vida es testimonio perdurable
de aventuras en quien recorre los caminos de un narrador mexicano
que hasta hace poco hemos comenzado a descubrir.

53 Víctor Roura, “Ricardo Garibay (1923-1999)”, El financiero, México, 5 de mayo de 1999, p. 55


35
La infancia más fiera

El género literario de la memoria, de perfiles cambiantes y poco defini-


dos, es abordado por Ricardo Garibay en amenos relatos. Sobre sus re-
cuerdos, el autor precisa:

He borrado las fechas, por ver si así los tres años de trabajo
consiguen unidad e intemporalidad. He alterado apenas el or-
den de las semanas de entonces, por agrupar temas e hilvanar
secuencias con datos, ocurrencias o sucedidos que en su mo-
mento se dieron dispersos y no de una sola vez.54

Fiera infancia fue escrito en ocho meses y se publicó por prime-


ra vez en 1982; en su segunda edición (1991) se tiraron diez mil ejempla-
res, que vieron pasar diez años antes de agotarse. En la cuarta de forros
del libro, probablemente escrita por el autor, se lee: “Las memorias son
un género escasamente frecuentado por los escritores mexicanos”, pa-
labras que parecieran ignorar el trabajo autobiográfico de escritores
como José Juan Tablada, Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos, Agustín
Yáñez y Juan José Arreola, entre otros.
Asegura Garibay en Cómo se gana la vida que después de haber
leído La autobiografía de George May, libro de investigador para investiga-
dores, se dio cuenta de que era un libro innecesario para el escritor que
escribe su autobiografía y menciona los móviles de ésta descritos por May:

la exaltación del propio autor, querer dejar testimonio del tiempo


vivido, medirse con el tiempo –aboliéndolo-, o hallar sentido
de la existencia, que de suyo parece no tenerlo. 55

Más adelante, Garibay asegura no haber tenido ninguno de los impul-


sos aludidos por May, ¿qué motivó entonces la escritura de sus memorias?
El primer tomo fue la infancia fiera, la infancia tropezosa, la
necesidad de abrirse en canal para perdonarse todo aquello del
principio de los tiempos.56

54 Ricardo Garibay, Cómo se pasa la vida, Obras reunidas, Memorias uno, Conaculta, Océano, FOECAH, México, 2001, p.45.
55 Ricardo Garibay, Cómo se gana la vida, Op. cit. pp. 172, 173
56 Ibid. p. 173
36
Aunque sólo escribió dos libros (Fiera infancia y Cómo se gana
la vida, 1992) con la intención de realizar un balance retrospectivo de su
vida, en la edición de sus Obras reunidas fueron incluidos otros volú-
menes en este género: Cómo se pasa la vida (crónicas, cuentos y algu-
nos ensayos escritos como diario, 1975), ¡Lo que ve el que vive! (1976) y
De vida en vida (1999), sin que cumplan estrictamente con las caracterís-
ticas de los primeros. Los dos últimos títulos se encuentran
emparentados más con la crónica y con dibujos de personajes políticos
que con las memorias. Se trata, pues, de diversos periodos que trazan la
imagen autobiográfica de Garibay. En los títulos de estos libros encon-
tramos raíces literarias y vivenciales. Cómo se pasa la vida es una alu-
sión directa a las Coplas de don Jorge Manrique por la muerte de su
padre. El origen del título ¡Lo que ve el que vive! es anecdótico. Mencio-
na Garibay, a manera de nota introductoria:

Atahualpa Yupanqui cuenta que había un paisano que nunca


había salido de la estancia y era ya hombre macizo. Y un día
habría fiesta en el pueblo de al lado, y el estanciero le dijo:
mira, ve a la fiesta, decídete, habrá canto y guitarreo y habrá
mujeres, conoce el mundo, vívelo antes de morirte, vas y vie-
nes en dos jornadas. Y fue el paisano y regresó a los dos días y
trabajaba como ausente o alucinado y dejaba a medias la labor.
Y qué –le dijo el estanciero-, cuenta. Ay patrón –dijo el paisano,
incrédulo todavía- ¡lo que ve el que vive!57

Las fuentes del narrador evidencian que el habla popular y la


tradición oral ocupan un lugar privilegiado en su obra. Para Josefina
Estrada, existen claves para incursionar en el trabajo de Ricardo Garibay,
y a partir de las dos obras mencionadas explica la necesidad de un preám-
bulo antes de abordar cualquiera de sus libros:

Fiera infancia y Cómo se gana la vida son fundamentales para


entender la obra de Garibay. Tanto es así, que yo sugeriría que
se empezara por leer estos títulos para abordar el trabajo del
escritor (...) En ellos se congrega la genial simbiosis de tersura y
fuerza narrativa. El autor ya viene de regreso de sus juegos

57 Ricardo Garibay, ¡Lo que ve el que vive!, Obras reunidas, Memorias uno, CONACULTA, Océano, FOECAH, México, 2001, p. 45.
37
58
pirotécnicos con el lenguaje.

Esta madurez literaria se vincula con una búsqueda que rebasa


los territorios de lo inmediato: la prosa autobiográfica del escritor se
encuentra invadida de referencias a la infancia, etapa fundacional don-
de las percepciones se afinan y se abre el horizonte. Este periodo en la
vida del narrador influirá posteriormente en su literatura, en los diver-
sos oficios a los que tuvo que adaptarse por necesidad y en la frustra-
ción como síntoma constante del empecinado hombre que deseó ser
“un gran escritor”.
Es menester subrayar que antes de emprender sus memorias,
Garibay se enfrentó a una temporada de silencio, mas no de sequía. En
1955 apareció Instantáneas de la muerte y de la espera y no regresó a sus
lectores hasta 1965 con la publicación de su novela Beber un cáliz.

Se me amontonaban las páginas, y no había manera de publicar


ninguna, ni siquiera imaginarla en letra de imprenta.59

Enfrentar la escritura introspectiva significó para Garibay lo que


un dicho popular ha interpretado como “piedra angular del crecimien-
to”: reavivó el dolor. Fiera infancia y otros años nos deja ver su impre-
sión acerca del padre, quien trabajaba como recaudador, frustrado y
colérico porque el salario no cubría sus necesidades.

Sus manos son de hierro y baja a cachetearme y a patearme, a


tirarme de los cabellos, a hacerme bailar y defecar a cinturonazos,
a vociferar sus órdenes y burlas a boca de jarro hasta bañarme en su
recio aliento, que era como viento de agujas rojizo en mi nuca... 60

El trato con su padre era rígido, distante, temeroso, al grado de


haber guardado una imagen aberrante de aquella figura:
Está quitándose el ancho cinturón negro, de pesada hebilla. Vuel-
ta al aire. ¿De dónde me está agarrando, levantando, haciendo
volar? ¿Cómo no me azotó contra el suelo? (…) Se me incrusta la
hebilla en las nalgas, en el coxis, en la cintura, en las piernas,

58 Josefina Estrada, “Prólogo” a Obras reunidas de Ricardo Garibay, Memorias uno, CONACULTA, Océano, FOECAH, México, 2001, p. 27
59 Ricardo Garibay, Cómo se gana la vida, Op. cit. p.171
60 Ricardo Garibay, Fiera Infancia y otros años, CONACULTA, Col. Lecturas Mexicanas, México, 1991. pp. 41, 42
38
quemaduras, quemaduras, y me estoy cagando, me estoy miando,
mis alaridos son estridentísimos, ensordezco…61
Es posible que el maltrato recibido de su padre y la violencia que
vivió desde la escuela primaria hayan sido decisivos en la personalidad
del novelista, reflejo, seguramente, de la antagónica relación que sos-
tuvo con casi todos sus contemporáneos.
Las secuelas de esos golpes que el niño Ricardo recibió de su
padre en un clima de violencia familiar, emergieron en el resentimien-
to que había acumulado en cada tunda que le fue propinada y en el
miedo de perder la vida en manos de su progenitor, al grado de desear
la muerte del mismo, incluso, a costa de su alma. Tan terrible era la
angustia de vivir así, que se vio obligado a pactar con el mal:

En 1993, en una entrevista que le hago para el suplemento Sá-


bado, Garibay me confía que tuvo que hacer una alianza para no
ser aniquilado: pactó con el demonio para matar a sus padres a
cambio de su alma. Tan terrible compromiso llevaría al escritor a
largos años de psicoanálisis. Abraham Fortes, su analista, le des-
cubre que esa fantasía es la raíz de su neurosis porque ese pacto
con el mal le da poder. Ante este diagnóstico, Garibay razona:
“Entendí todo. Todo. Fue un instante, tendría 63 años, y entendí
qué había pasado. A partir de ahí comenzó la salud. Los fantas-
mas me dejaron, por fin, en paz. No tendría que pagar nada. No
tenía ya que lastimarme por nada. No tenía que odiar a nadie.
No tenía que matar a nadie”.62

Al desvanecerse los fantasmas y convencido del alivio que re-


presentó conjurar el pasado a través de las palabras, Garibay comenzó
el que sería su proyecto autobiográfico: Fiera infancia, donde el nove-
lista aparece en distintos escenarios: al salir de Tulancingo, Hidalgo, en
brazos de su madre rumbo a Meztitlán, y de allí muy pronto a la ciudad
de México, donde transcurriría la mayor parte de su vida, el niño rubio,
frágil, de ojos verdes, cobarde, chismoso y llorón, advertía el rechazo en
casi todas las personas que lo rodeaban. La única que lo toleraba era su
madre. Eran cuatro hermanos, el mayor, dos hermanas y en medio de
ambas el futuro escritor.

61 Ibid., p. 37
62 Josefina Estrada, “Prólogo” a Obras reunidas de Ricardo Garibay, Op. cit., p. 27
39
La ira latente aparece con el alba por las mañanas: tempranas
peleas de niños en la calle, a la salida de la escuela, beodos asesinados
en pulquerías; en esta atmósfera creció el narrador:

Corrimos al túnel, que por supuesto era negro como boca de


lobo, y nos disimulamos en su enredijo. Habíamos hecho varios
arsenales por si se diera el caso de matar a un inspector. Soñába-
mos con que se diera. Esperábamos y esperábamos. El miedo,
el calor y la oscuridad eran endemoniados. ¿Estás ahí? ¿Tienes
tus piedras? ¡Aquí lo agarro en plena cara! ¡Un putazo en plena
cara!63

Si Fiera infancia relata con crudeza la vida del autor en sus pri-
meros años, Cómo se gana la vida narra la búsqueda de un oficio para
aprender a vivir. Es posible hablar de una percepción de la infancia en
Garibay si partimos de sus palabras:

Creo que ningún niño es feliz, que ninguno lo ha sido en la


historia del mundo, porque no es posible que exista la felicidad
donde todo es prohibición, donde todo es carencia, donde todo
es impotencia (...) No hay nada más ambicioso, más cruel, más
egoísta, más sensible, más incapaz que un niño pequeño.64

Las puertas del cielo y del infierno parecen abrirse al evocar la


infancia del iracundo novelista. El sentido del tiempo vuelve a su esta-
do primigenio. Los recuerdos pueden convertirse en una suerte de con-
juro por el cual es posible resucitar a un hombre para confrontarlo,
saldar las cuentas pendientes para encontrar la paz.
La figura paterna muestra su función específica: crear un des-
equilibrio constante entre el mundo externo del niño y su desasosiego
interior por depender de los adultos.
Espectros de alguna ensoñación, los niños alegres que juegan
en la calle son intermitentes; la historia del narrador no es la de una
niñez donde la felicidad se prodiga: los juegos infantiles y los cantos
denotan la frescura de aquellos años que siempre se ven interrumpidos

63 Ricardo Garibay, Fiera infancia y otros años, Op. cit., p. 73


64 Omar Galindo, El escritor: hombre de mala fe, entrevista a Ricardo Garibay, Perfil, Núm. 2, México, DF, enero de 1984, p. 14
40
por la amargura de los mayores:

¡Mira, mira, ésta es gigante, ésta es una rata gigante! Llegué calado hasta
los huesos, me mandaron sin cenar a la cama, ¿qué me importaba?, me
dormí en triunfo, mecido por euforias calientes. 65

Los tiempos se conjugan de forma simultánea, la impotencia


del niño de no poder salir a jugar, de estar en casa rezando. La angustia
por cumplir el oficio religioso del rezo vespertino desaparece en el
juego y en la alegría del caos infantil.
En contraposición con la quietud y el silencio sugerido por las
velas y el color negro de la casa, en el espacio del recogimiento, y la
aventura generada por el ruido de los juegos infantiles, se funda el tono
de aquellas esperanzas cada vez más disminuidas.
El hilo que guía al autor es la infancia; sin embargo, la figura del
padre es el motivo esencial que promueve el ejercicio autobiográfico
iniciado en 1962 con la aparición de la novela Beber un cáliz, obra en la
que Garibay presencia la agonía de su padre y escribe junto a él con el
dolor de verlo en su lecho de muerte. La autoridad paterna se erige en
estas memorias, donde el resentimiento aflora constantemente:

La venganza tenía color de orín. Verlo languidecer en su enorme


cama de latón era cobrar los réditos de tantos rugidos y golpazos.
Una secreta y calurosa risa, un sol caliente adentro, me llevaban
hasta el umbral de la recámara, me hacían calcular gozoso el
largo número de días que le llevaría recuperarse.66

El padre es evocado con ira, el paradigma formulado alrededor


de esta figura es la dureza. Este ejercicio autobiográfico implica una
conciencia del dolor.
La infancia está en la intemperie, en las calles de San Pedro de
los Pinos del México de los años treinta. El afán es recobrar la plenitud
vivida. Sumergirse en el ayer conlleva desentrañarlo. Para recuperar el
pasado es necesario adentrarse en él, llevar a cabo una búsqueda cons-
ciente, un acto creativo donde interviene la voluntad. Garibay busca
resolver su presente de hombre maduro en la infancia: perderse para
reencontrarse.

65 Ricardo Garibay, Fiera infancia y otros años, Op. cit., p. 12


66 Ibid., p. 33
41
La búsqueda, en el sentido estricto de la palabra, es un proceso
de “reeditar” el pasado, quitar el velo del olvido, pero también asumir
al personaje que se era a través de la recreación, como bien podría
ejemplificarse en la escritura de una novela: la vida propia se convierte
en literatura.
En Fiera infancia y otros años se describen los procesos de la
memoria en busca de respuestas. Las remembranzas emergen ante el
narrador, con todo su poder y fascinación, por medio de la lectura y una
sesión de psicoanálisis:

Como ordena cualquier neurosis considerable, mi respuesta fue


una explosión de llanto. Y fue porque olvidé a Meztitlán.67

Fiera infancia divide los espacios en que los varones y las muje-
res se desplazan. Los primeros parecen seres endurecidos, hechos para
la adversidad, investidos con la armadura de la violencia; las segundas,
evocan la compasión y el calor humano de Meztitlán, lugar en el que
nació la madre del escritor.

Sólo pasando los años entendí por qué había sido tan feliz en
Meztitlán un mes entero (...) Es un reguero de blancores en el
fondo de un anfiteatro de montañas. Es un horno de subeibajas.
Vegetación tropical, tersa vega, luna grande, plaza polvosa,
convento franciscano del XVI, campana de purísimo sonido a
bronce y oro. Cada uno de los hijos debía ir en la infancia a
Meztitlán, poco menos que la tierra prometida.68

Reconocerse en la escritura implica la sucesión de tiempos;


el pasado se juzga para aclarar el presente y asimismo dilucidar el
futuro. Se busca, parafraseando a Garibay, “asentar la entidad que se
es”. No es invención, sino reconstrucción de hechos concretos de quien
realiza el balance de estos años. Quizá esta “recuperación del tiempo”
y el autoconocimiento derivado de la misma sean elementos por los
cuales los escritores mexicanos han apostado para prolongar la vigen-
cia de su obra.
Al construirse a sí mismo como personaje, el escritor se acerca
al género narrativo. Se apropia del ayer para describirse y reflexionar,
67 Ibid., p. 98
68 Ibid., p. 50
42
siempre a través de una lente que examina el papel de los actores pro-
yectados por su memoria; en la autobiografía, el recuerdo y la imagina-
ción conforman una suerte de unidad.
Como en el Ulises criollo (1936), de José Vasconcelos, donde se
rememora afectuosamente a la madre y la imaginación de los niños,
Ricardo Garibay compara el antes con el ahora, develando las vivencias
que formaron el temperamento del escritor.

Y ha de regresar, el que cuenta su vida, más de una vez al co-


mienzo. Se escribe en línea recta y de una sola cosa. Pobre línea
que avanza con submarina lentitud buscando abarcar, devorar
el horizonte del pasado, en la memoria inmenso.69

Similar al Agustín Yáñez de Flor de juegos antiguos (1942), los jue-


gos infantiles y las peripecias de los niños, así como las pesadillas causadas
por la figura del padre, acentúan el tono desde el cual el autor emprende su
recuento: la evocación de este periodo no siempre es alegre:

Ai viene su padre buscándolo, güero, váyase de aquí –dijo-.


Nunca corrí tanto. En lo que mi padre caminaba media cuadra,
yo di vuelta a la manzana. Cuando él llegó gritando mi nombre
yo estaba debajo de la higuera con los libros y los cuadernos.
Me miraba y remiraba. Yo contenía la respiración y le sacaba
punta a las pinturas, los pecadores ahora y en la hora de nuestra
muerte amén voy a confesar me arrepiento Dios mío que fui a la
pulquería a ver a un muerto, a Zenón y se estaba riendo, ¿te
fijaste?70

A pesar de que el autor negó el balance que significó la escritura


de sus memorias, “porque me entusiasma la creación de ese personaje
sacado de la persona que fui”, es innegable que Fiera infancia y Beber un
cáliz (el diario novelado de la muerte del padre) se encuentran íntima-
mente ligadas por la autoridad paterna y la oculta y a veces indiscutible
aversión hacia éste, sentimiento que sólo pudo apagar el oficio del
novelista, la escritura como válvula de escape:

A propósito, Garibay me dice en entrevista: “Y siempre me mal-

69 Ricardo Garibay, Fiera Infancia y otros años, Op. cit, p. 10


70 Ibid, p. 47
43
dije por no haber escrito todo el odio que le tenía. Siempre
supuse que Beber un cáliz era una falacia, donde hablaba falsa-
mente de amor, porque lo que yo tenía era odio y un miedo
enorme. Y ahora veo que hice bien. El odio era una pura enfer-
medad, una pura fantasía. Hubiera sido un libro abyecto y atroz.
¿Para qué? Mejor dejar ese testimonio de amor, que gracias a
esas posibilidades no perdí la razón nunca, no entré en la locu-
ra. Ese odio está reflejado un poco más en Fiera infancia... y
sufrí mucho al escribirlo. No exagero mi dolor: en la presenta-
ción de ese libro, me eché a llorar ante trescientas gentes; fue
imposible contener el llanto”.71

La incomprensión del padre deja entrever dos horizontes anta-


gónicos: la seriedad de los adultos y el lúdico universo infantil; el mal-
humorado recaudador de impuestos siempre empeñado en llevar di-
nero a la casa “para no morir de hambre” y el hijo asustado por las
reacciones de éste.

-¿Está tu papá, güerito?


-Sí está.
-Llámalo, ándale. Dile que aquí está el señor Porfirio.
¡Córrele!
-Que te habla el señor Porfirio, papá.
-¡Qué le dijo, qué le dijo, imbécil!
-Dije que...sí estás... que sí... le dije que sí.
Estábamos en la casa, solos él y yo. Lo vi tronarse los dedos de
las manos, oí sus terribles huesos estallando como cohetes. Lo
vi mesarse los cabellos, dar un taconazo y bajar hacia el zaguán.72

La rebeldía y el miedo sacuden el interior de un niño que suele obser-


var los senos de las lavanderas en el río, el mismo que después escribirá
las líneas ásperas sobre su padre para comprender y desenredar los
hilos de aquellos años.

Me sentía tembloroso o enfermo de pura debilidad. Oía lejanas

71 Josefina Estrada, “Prólogo” a Obras reunidas de Ricardo Garibay, Memorias uno, CONACULTA, Océano, FOECAH, México, 2001, p. 28
72 Ricardo Garibay, Fiera infancia y otros años, Op. cit., p. 36
44
voces de los dos hombres. Cerré los ojos. Recuerdo con nitidez
cada segundo. Retumbó el portazo. Abrí los ojos. Venía hacia
mí. Estaba sobre mí.
-¡Venía a cobrarme ese cabrón! ¿Entiende? ¡Y no tengo el dine-
ro porque es para que usté trague! ¡Qué tiene que decir que
aquí estoy! ¡Qué tiene que meterse! 73
El oficio de Garibay como guionista seguramente influirá en la
percepción de sus memorias: fragmentos entrelazados, a manera de
eslabones o piezas de un rompecabezas, donde el patriarca es el eje
central. Ya en su madurez, el autor afirmaba sus impresiones:

Mi padre fue feliz en su juventud, hasta sus cuarenta y


pico de años; cuando se casó comenzó a ser infeliz. Él era
profundamente neurótico. Aquel carácter, aquella vio-
lencia, aquella rigidez tan grandes estaban en su manera
de ser, yo detestaba eso y él me detestaba a mí, ahí íba-
mos a la par. No perdoné su rigidez y me liberé de eso a
fuerza de rebeldía, nada más. No me alegra, no me enor-
gullece, pero así fue, no puedo cambiar las cosas. Así fue-
ron y así se cuentan, no hay que inventar. No creo haber
perdonado a mi padre (...) yo fui el que padeció su odio.
Soy tan inocente como culpable. 74

El pretérito cobra vigencia evocado en flashbacks, secuencias


que bien podrían ser vagones de un tren que viaja al territorio infantil.
El narrador descubre que vivir no tendrá sentido si no se arroja al preci-
picio de sus recuerdos.
Bioy Casares asegura que la edad adulta consiste en superar la
infancia: volver al instante primigenio donde el dolor y la alegría se
cruzan como espadas en duelo.

Y otra tarde yo le enseñé cosas; me dijo “¿por qué te persinas,


qué dices cuando tocan las campanas?” Le dije “es el ángelus,
rezo un avemaría, a estas horas vuelan los ángeles por encima del
mundo”. Alzó la cara, estaba tiznado como jamás lo estuvo, mira-
ba el cielo curvo e iba girando y dibujando poco a poco su sonrisa.

73 Ibid. p. 37
74 Iris Limón Saquedo, “Ricardo Garibay: ... ‘la vida no ha sido un regalo ‘”, suplemento Unomásuno, México, 8 de mayo de 1999, p. 2
45
Luego decía “este pinche Garibay está re loco, dice que ángeles,
que en el cielo dice, dice que volando ¡pinche Garibay!” Y me
daba mucha vergüenza. Me dijeron joto y que iba a la iglesia. 75

Al narrar su propia historia, el hidalguense interpreta y rehace


escenas de una cinta donde el pequeño rubio (más parecido a su ma-
dre) experimenta el rechazo de su padre:

Sí, era un niño bonito, rubio y de ojos verdes, por eso había que
demostrar todas las tardes que no era un puto y rajarse el alma.76

Con el carácter en los puños, el escritor quiso formar un modelo


a seguir distinto del de su padre biológico. Erasmo Castellanos Quinto,
maestro de preparatoria del que en 1940, se dijo, parecía tener más de
cien años de edad, se convierte en el guía que le inculca el hábito de la
lectura y la actitud de hombre culto: altivo ante los demás y humilde
ante el oficio. Era un profesor sombrío que llevaba consigo una bolsa de
ixtle, dentro de la cual protegía sus libros.
Las caminatas con el profesor que alimentaba perros callejeros
serían dibujo perdurable de la compasión y de la calidad humana que en
el hogar no hubo. La Ilíada, La Odisea, La divina comedia y El Quijote
fueron el comienzo del viaje introductorio al mundo de la literatura; la
enseñanza iba del conocimiento a la adopción de una pose:

¿Cómo describe Homero a Menelao cuando arenga frente a Troya


a las tropas y lo señala Príamo desde la muralla, y Helena infor-
ma de las excelencias de su marido a su fingido suegro y padre?
Repase el texto muchachito, repáselo y se dará cuenta. El hom-
bre es hombros. Es el menos culino de los sexos, el masculino, y
es todo hombros.77

El ejercicio autobiográfico en Garibay no es calculado. No hay


predominio de razonamiento en la escritura de un hombre para el que

75 Ricardo Garibay, Fiera infancia y otros años, Op. cit., p. 14


76 José Alberto Castro, Ricardo Garibay inventó la inquina contra sus contemporáneos, entrevista a Ricardo Garibay, Proceso, Núm.
1175, México, DF, 9 de mayo de 1999, p. 53
77 Ricardo Garibay, Fiera infancia y otros años, Op. cit., p. 62
46
la emoción es el origen del texto literario. El intelecto al servicio de la
pasión creadora compara el ayer con el ahora. En la memoria del oído
escuchamos a los niños de aquella infancia, el dolor y el miedo, pero
también la luz y la alegría de los juegos. El hombre maduro comenzaba
a respirar tranquilo después de confrontar sus recuerdos.
Alguna vez Garibay confesó a Rubén Bonifaz no haber tenido
ningún momento de felicidad en su vida. Su mayor esperanza fue la
continuidad del tiempo, ya en la adolescencia conoció la fascinación
por las mujeres; dejaba atrás al niño maltratado y temeroso para dar
rienda suelta al joven que trazaría el mapa de un escritor polémico sin
parangón en la literatura mexicana.
Un anhelo de Ricardo Garibay era ver su obra completa publica-
da, algo que no pudo celebrar. En 2001 se editaron los primeros cuatro
tomos de sus Obras reunidas. Memoria, novela, cuento y crónica apare-
cieron bajo el sello de la editorial Océano en coedición con el Fondo
Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo y el Consejo Nacional para
la Cultura y las Artes, loable proyecto que difunde la obra completa del
escritor. Gracias a ello, libros que antes eran inconseguibles, como ¡Lo
que ve el que vive!, se encuentran ahora al alcance de los lectores.
En una ficha curricular redactada para el ciclo “Narradores ante
el público” en julio de 1965, el escritor describe un periodo de su vida:

En 1948 me caso, reanudo los estudios de abogado, consigo


y pierdo empleos. Hasta 1955, mis hijos, subir y bajar, escri-
bir en suplementos dominicales, en revistas literarias, dar
conferencias, andar en mesas redondas sobre temas varios
–todos los temas-, beca del Centro Mexicano de Escritores,
jefe de prensa de la Secretaría de Educación. Años de activi-
dad febril, de muy sensibles cambios de fortuna y de exas-
perante y exasperado ensayo de mi oficio. En 1955 empecé
a sentirme dueño de algunos renglones.

La ambición del autor-personaje era clara: consumar en la escri-


tura el oficio de vivir para forjar una obra significativa. Cuando se lee a
Garibay, uno advierte la dificultad de hallar un sitio en su obra que no se
encuentre marcado por su vida.
47
Cómo se escribe la vida

La recuperación del tiempo pasado es primordial en las memorias de


Ricardo Garibay, también el ajuste de cuentas con la figura paterna en-
carnada en el resentimiento acumulado, ¿sin esa infancia hubiera sido
el mismo escritor? Regresar a los primeros años para aclarar el presente
es la misión del escritor. Describe las atmósferas de aquel mundo don-
de los niños carecen de voluntad propia y se someten a los adultos, la
tristeza es una constante a vencer. Escondido de su padre y rezando un
padre nuestro, en algún lugar de la higuera de San Pedro Los Pinos vivió
el niño Garibay esperando el cese de la furia de su progenitor. Quizá por
ello la espiritualidad representó, aunque nunca se concretara, una es-
peranza ante el temor de un niño. Quizá por ello el recuerdo de aquella
experiencia espiritual de la infancia, esa nostalgia de Dios que él mismo
describió, se convirtió en una posibilidad de creer en algo más allá de la
condición humana, del plano terrenal. Y aquí se sabe que el padre opri-
me y libera, razón por la que Garibay sostuvo un gran conflicto con su fe,
con la figura del padre espiritual. De ahí que la figura femenina emerja
como un bálsamo de redención (la figura materna que tanto lo prote-
gió), el amor que no encontró en Dios lo descubrió en las mujeres que
amó. No es gratuito subrayar la importancia del estudio de los místicos
españoles (Santa Teresa, Fray Luis, San Juan…), como tampoco la lectura
minuciosa de El Cantar de los Cantares. Los intereses del hidalguense
estaban fincados en la recuperación de aquella espiritualidad, en la
necesidad de asirse, aunque fuera mediante la razón, al dios de sus
padres.
A pesar del sufrimiento en la infancia hay momentos en los que
el escritor se jacta de aquél personaje que hubo de representar, lo cual
nos deja ver los extremos en los cuales transcurre la vida-obra del nove-
lista. Yendo del miedo a la soberbia, Garibay nos muestra los polos de su
infancia: el dolor no superado de un niño maltratado y el adulto resen-
tido con la infancia y con el padre que le asignó la vida.
Hablar del oficio de escribir es abordar la vida de quien, como
Garibay, se propuso, a la manera de Alfonso Reyes, trazar el mapa de “su
literatura”. El autor de Par de reyes se asumió personaje de su propia
ficción. Acompañado de frustraciones y prejuicios, los oficios represen-
48
tan una suerte de preparación vivencial que después llevará a la página
en blanco. La astucia del pícaro asoma en sus empeños: harto de proto-
colos, el autor propone que la vida misma es la mejor maestra, una
contradicción más -Octavio Paz asegura en El laberinto de la soledad que
el mexicano es contradictorio por naturaleza- en quien siempre acon-
sejó a los jóvenes estudiar una carrera y terminarla.

49
Bibliografía

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50
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guardo rencor”, entrevista a Rubén Olivares, Proceso, Núm. 1175, Méxi-
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ROURA, Víctor, “Ricardo Garibay (1923-1999)”, El financiero, México, 5 de
mayo de 1999.

51
Garibay y Genovés. Foto: cortesía de Santiago Genovés

52
Índice

I.- Antesala de autor ............................................................. 5

II.- La mordedura de Dios........................................................ 12

III.- Astucias del oficio............................................................ 18

IV.- La infancia más fiera......................................................... 36

V.- Cómo se escribe la vida……………………………………………………... 48

VI.- Bibliografía y hemerografía…..……………………………………....... 50


Sendas de Garibay: Memoria, espíritu y astucia de Ricardo Venegas
se terminó de imprimir en noviembre de 2010. La edición consta
de 1,000 ejemplares más sobrantes para reposición.
RicaRicardo Venegas nació en San Luis Potosí, SLP, en 1973, aunque siem-
pre ha vivido en Cuernavaca, Morelos. Estudió Letras Hispánicas en la
Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Posee estudios de la Maestría
en Literatura Mexicana por la Benemérita Universidad Autónoma de
Puebla, BUAP. Textos suyos han aparecido en las revistas Siempre!, Tie-
rra Adentro, Ulrika (Colombia), Agulha (Brasil), Siete culebras (Perú),
Literate World (Estados Unidos), La Pájara pinta (España), Blanco Móvil,
Periódico de poesía, Cantera Verde, Parva, Los Universitarios (UNAM),
Alforja, Carácter, Casa del tiempo (UAM), en los periódicos Crónica, El
Financiero, Excélsior (en los suplementos El Búho y Arena) y en La Jorna-
da Semanal, en el cual ha difundido el trabajo de reconocidos artistas
morelenses, del país y extranjeros. Ha sido Jefe de redacción y Coordi-
nador cultural del diario La Opinión de Morelos. Su trabajo ha sido in-
cluido, entre otras, en las antologías Poetas de Tierra Adentro II
(Conaculta, 1994), Palabras pendientes (poesía y narrativa joven de
Morelos, 1995), Catálogo de artistas de la Feria Universitaria del Arte de
la UNAM Otoño ´96, Poetas de Tierra Adentro III (Conaculta, 1997), Crea-
ción Joven, Del Siglo XX al Tercer Milenio (Conaculta, 1999), En el rigor del
vaso que la aclara (2001), compilación de Claudia Posadas con prólogo
de Julio Ortega, Árbol de variada luz, antología de Rogelio Guedea (Uni-
versidad de Colima), La luz que va dando nombre (Secretaría de Cultura
de Puebla, 2007); Acontraluz (Tierra Adentro, 2006), antología de ensa-
yo de Rogelio Guedea y Jaír Cortés. Es autor de los libros de poesía El
silencio está solo (Eternos Malabares, 1994), Destierros de la voz (La Hoja
Murmurante, 1995), Signos celestes (Fondo Editorial Tierra Adentro,
1995), Caravana del espejo (Instituto de Cultura de Morelos, 2000), La
sed del polvo (Eternos Malabares, 2007), Turba de sonidos (Premio Na-
cional de Poesía Efraín Huerta 2008, Ediciones La Rana, 2009) y Escribir
para seguir viviendo (Universidad Autónoma del Estado de Morelos,
2000), éste último de entrevistas con Ricardo Garibay. Ha sido becario
del Instituto de Cultura de Morelos (1997-1998), del Centro Mexicano
de Escritores (2003-2004) y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes
(2005-2006). Es director de la revista literaria Mala Vida, Mester de
Junglaría. (Beca Nacional “Edmundo Valadés” para la Edición de Revis-
tas Independientes 1996-1997, 1997-1998 y 2003-204). Dirige la editorial
Eternos Malabares. vivido en Cuernavaca, Morelos. Estudió Letras His-
pánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Posee estudios
de la Maestría en Literatura Mexicana por la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla, BUAP. Textos suyos han aparecido en las revistas
Siempre!, Tierra Adentro, Ulrika (Colombia), Agulha (Brasil), Siete cule-
bras (Perú), Literate World (Estados Unidos), La Pájara pinta (España),

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