Pedagogía Tecnicista
Pedagogía Tecnicista
Pedagogía Tecnicista
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FICHA DE CÁTEDRA
Dicho esto, anunciamos que en esta segunda parte de la ficha de cátedra sobre las
pedagogías fundacionales, les presentaremos a la Pedagogía Tecnicista.
Pedagogía Tecnicista
La pedagogía tecnicista es una perspectiva sobre la educación que propone una racionalidad
economicista para analizar y conceptualizar la educación y proyectar e intervenir en los
procesos educativos. También se conoce este enfoque como “pedagogía por objetivos”
(Gimeno Sacristán, 1992). La educación desde esta racionalidad es considerada un servicio
e inversión antes que un bien y derecho social, y su análisis se realiza en términos del
cálculo de costo sobre beneficio, estimando cuantitativamente la tasa de retorno como
parámetro de rentabilidad.1
Esta tendencia pedagógica surge a fines del siglo XIX y principios del siglo XX en Estados
Unidos, al calor del auge del establecimiento del modelo taylorista de producción fabril
para el crecimiento económico del país norteamericano. En la primera mitad del siglo XX,
gracias al perfeccionamiento de los procesos de producción, este país se erige como
potencia económica mundial a partir de su desempeño en la segunda Guerra Mundial,
principalmente, como economía proveedora de materiales bélicos (vestimenta militar,
armamentos, elementos de oficinas militares, municiones, etc.) en grandes volúmenes
(Hobsbawm, 1999: 52-56).
Los “Principios de la Administración Científica” que propone Frederick Taylor (1911) se
basan en el análisis pormenorizado de cada una de las partes del proceso de trabajo de un
obrero fabril, para determinar científicamente la manera más óptima y eficiente de
ejecución, en términos de costo-beneficio, eliminando obstáculos como “tiempos muertos”
de la tarea, lentitud y pereza del obrero, interferencias subjetivas o emocionales, etc. Este
modelo significó, en su ejecución, aumento en el control sobre las etapas del proceso de la
producción en serie y crecimiento exponencial del volumen de la misma. El promotor de la
organización científica del trabajo nos dice:
“El principal propósito de la administración debiera consistir en asegurar el máximo
de prosperidad al empleador, unido al máximo de prosperidad para cada empleado
[…] el máximo de prosperidad para cada empleado significa no sólo salarios más
altos […] sino también el desarrollo de cada hombre a su estado de máxima
eficiencia, de manera que pueda efectuar, en la forma más eficiente posible, el trabajo
más apropiado a su capacidad natural” (Taylor, 1969: 19)
Algunas modificaciones que se plasmaron en los procesos productivos significaron el
pasaje de una organización del trabajo por piezas a una organización por “tareas”, en las
que el obrero u operario realizaba solo una pequeña parte del proceso. Así se logró la
optimización del rendimiento del empleado ya que puede realizar mayor cantidad de tareas
en menos tiempo (lo que significa menos costo de inversión). El sujeto-obrero pasó de ser
el creador o artesano en su trabajo a ser una “parte” del engranaje (cinta de montaje) que
puede ser intercambiado por otro obrero, sin que el proceso se modifique. La confianza está
depositada en la perfectibilidad de la maquinaria de trabajo y no le cabe al operario de la
misma modificar, reflexionar o intervenir en el proceso, más que para ejecutar su tarea.
1
“Rentabilidad de la Educación” en Informe de la CEPAL titulado “Educación, eficiencia y equidad: una
difícil convivencia (1992)
Los principios centrales de esta organización son: división jerárquica del trabajo y de las
responsabilidades (el científico piensa y crea la maquinaria y el proceso, el capataz o
supervisor controla la correcta ejecución de la tarea, el operario ejecuta la tarea),
cooperación entre dirección y obreros, estandarización del trabajo, distribución de
recompensas o incentivos, control permanente de los procesos y su calidad. La formación
del obrero se reduce a un entrenamiento en áreas específicas. (Taylor, 1969)
Los principios del taylorismo –pensados para la optimización de la producción fabril-
cobran relevancia en el plano educativo ya que el modelo de éxito industrial que impulsa es
tomado como esquema-patrón para pensar la organización y desarrollo del currículo
escolar, en el marco del movimiento utilitarista en educación en Estados Unidos2 (Gimeno
Sacristán, 1992: 15, Palamidessi y Gvirtz, 2006: 56-60). Es decir, se asumen desde el
campo educativo los parámetros de eficiencia, eficacia y rentabilidad material que
emanan del modelo científico de producción para pensar el currículo escolar como un
sistema de producción de sujetos calificados, poniendo a la educación y a los sistemas
escolares al servicio de las demandas y necesidades del sector económico de la sociedad.
Para ello se tiene a disposición un sistema científico que es, según sus autores, neutro,
racional, eficiente y “a prueba de profesores”3 (Liston y Zeichner, 1990; Apple 1990,
2012; Pérez Gómez; 1994, Gimeno Sacristán, 1992, Giroux, 1990).
José Gimeno Sacristán (1992) nos propone un esquema de comparación entre la fábrica y la
escuela, que plantea por ejemplo que –en esta traslación que se hace del modelo eficientista
a la enseñanza- elx niñx/alumnx sin modelar es semejante a la materia prima que ingresa a
la fábrica, y que va a sufrir transformaciones en función de objetivos específicamente
seleccionados; el producto que se pretende elaborar en la fábrica –cuyas características las
establece el mercado- se compara con el modelo de sujetx adultx y calificado que el sistema
escolar produce, en función a las demandas del mundo productivo; así como en la fábrica
intervienen operarixs y maquinarias para transformar la materia prima, en la escuela lo
2
En un contexto de crecimiento de las industrias capitalistas y ante las demandas de obreros calificados para
satisfacer las necesidades de la producción fabril, se pone en evidencia la obsolescencia del sistema educativo
tradicional para formar a esos sujetos que se han de insertar en el campo de la producción. Es decir, la escuela
–que es sostenida económicamente por la sociedad- debe devolver a ella beneficios en términos materiales,
debe serle “útil” (Gimeno Sacristán, 1992: 14-15)
3
Apple, M (1987), “La estructura del currículum y la lógica del control técnico: resultados de la
readaptación” en Educación y Poder, pp 162.
hacen lxs docentes y medios educativos para transformar alx alumnx; en la fábrica lxs
investigadorxs y expertxs estudian científicamente el proceso y las variables que
intervienen, y para la educación lo hacen lxs especialistas que elaboran el currículo de
manera prescriptiva y como patrón de acción; el énfasis se coloca en los objetivos
(presentados en términos de modificación de la conducta y en base a indicadores
observables y medibles), en la planificación pormenorizada para la concreción de esos
objetivos, y en la evaluación de los resultados (de los productos y no de los procesos).
Desde este enfoque la enseñanza se define como una cuidadosa secuenciación de
operaciones que garantiza que elx profesxr “hará lo que se le indique” (Liston y Zeichner,
1990; Gimeno Sacristán, 1992); en la fábrica se somete el producto a normas de calidad
(los buenos salen al mercado y los defectuosos se reutilizan si es rentable, o se desechan).
En la escuela se somete al alumno a la evaluación estandarizada: los exitosos son
apreciados por la sociedad y los que no superan la norma de calidad se recuperan –si hay
tiempo y recursos- (Gimeno Sacristán, 1992: 19-21). Los indicadores de éxito escolar que
determinan la calidad educativa son, por
ejemplo: el tiempo necesario para cubrir una
unidad de contenidos, el porcentaje de éxito
en la escolarización, el número de alumnos
que superan un nivel escolar determinado, etc.
(Spauldin, citado por Callahan, en Gimeno
Sacristán, 1992: 15-16).
Franklin Bobbit es uno de los referentes más destacados de esta teoría educativa. En su
propuesta sobre la organización curricular subyace como base de sustentación teórica la
psicología conductista, la ingeniería del comportamiento, la cibernética y el modelo de la
organización científica del trabajo de Taylor. En un contexto histórico estadounidense en el
que las fuerzas económicas, políticas y culturales intentan moldear los objetivos y formatos
de la educación de masas de acuerdo con la visión materialista y tecnocrática del progreso,
este autor plantea una respuesta conservadora ante los interrogantes sobre cuáles deben ser
los objetivos de la educación escolarizada: formar al trabajador especializado que la
industria demanda, enseñando las habilidades básicas y las competencias que requiere
el mundo del trabajo. Respecto a cuáles deben ser las fuentes principales de conocimiento
a ser enseñado, establece que serán las disciplinas científicas y los saberes profesionales del
mundo ocupacional adulto. En el centro de la enseñanza deben colocarse los saberes
objetivos del conocimiento organizado y no las percepciones y las experiencias subjetivas
de niños y jóvenes. En términos sociales el fin último de la educación debe ser, según
Bobbit, adaptar a los niños y jóvenes a la sociedad tal como ella existe, según parámetros
de eficiencia, es decir, prepararlos para adecuarse y responder a las exigencias del mundo
de la economía y colaborar para que este sea cada vez más productivo. (Tadeu da Silva,
1999: 9; Gvirtz y Palamidessi, 2006: 56-57).
Otro de los autores representativos del enfoque tecnicista, cuyos aportes destacan también
en el área de las teorías del curriculum, es Ralph Tyler, quien continúa con los postulados
de Bobbit pero intentando superar la visión del curriculum como simplemente un texto que
detalla fines, temas y objetivos (Palamidessi y Gvirtz: 57). El autor propone un modelo
basado en el análisis de 4 interrogantes básicos: “1) ¿qué fines desea alcanzar la escuela?;
2) de todas las experiencias que pueden brindarse ¿cuáles ofrecen mayores probabilidades
de alcanzar esos fines?; 3) ¿cómo se pueden alcanzar de manera eficaz esas experiencias? Y
4) ¿Cómo podemos comprobar que se han alcanzado los objetivos propuestos?” (Tyler,
1986:2). A partir de esos puntos, Tyler propone un procedimiento integrado para el diseño
del currículum (y la acción de los educadores/as). Este modelo consiste en seguir los
siguientes pasos: estudiar las fuentes desde las que emanan los fines de la educación: el
sujeto de la educación, la vida exterior a la escuela, el contenido de las asignaturas o
disciplinas científicas; luego a partir de esta selección de fines, se deben elegir
minuciosamente los objetivos y las experiencias concretas que deberán desarrollarse para
para llevarlos a cabo. Por último se asigna un lugar importante a la evaluación del proceso
y la comprobación del alcance de los objetivos. Entonces el diseño del curriculum no
incluiría solo la lista de temas y objetivos de la enseñanza, sino que también resulta un
esquema para programar la acción de los/as educadores/as, cuyas decisiones quedarían
subordinadas a las metas fijadas en términos de objetivos (específicos, evaluables,
conductuales). Elx maestrx o profesxr cumple la función de desarrolladxr o aplicadxr fiel
y efectivo de lo que lxs planificadorxs diseñaron. El proceso educativo se vuelve objetivo y
operacional y se enlazan los fines de la educación con las demandas y necesidades de
los sectores preponderantes de la sociedad que –en el contexto en el que se desarrollan
estas ideas- provienen del sector de la economía.
Si tomamos como clave de análisis la relación entre la sociedad y la educación, y las
funciones sociales de la escuela que se desprenden de esa relación, podemos comentar los
aportes que nos trae Saviani (1983) quien coloca al Tecnicismo en el grupo de pedagogías
que están lejos de problematizar las complejas relaciones de poder y dominación que se
generan entre los sistemas de producción capitalistas y la escuela. Por el contrario,
sostienen la definición de la sociedad como organismo integrado, armonioso, en el que cada
sujetx ocupa un lugar y cumple una función (una especie de destino), solapando o
invisibilizando las relaciones de explotación, la desigualdad, la injusticia social, etc. Desde
esta concepción, los problemas sociales –como los mencionados antes- son consecuencia
del deficiente desempeño del individuo: falta de dedicación, poca inteligencia, poco apoyo
de su entorno, etc. Y la educación aquí aparece como la panacea que resuelve los
problemas que afectan al individuo. La educación es así “igualadora” (Saviani: 1983). Con
más educación se resolverán los problemas de la desigualdad social, según la interpretación
que hacen estas perspectivas que él denomina “no críticas” y en cuyo ámbito también
coloca a la Pedagogía Tradicional y a la Escuela Nueva.
Respecto a la pedagogía tecnicista en particular, el autor plantea que “a partir del
presupuesto de neutralidad científica e inspirada en los principios de racionalidad,
eficiencia y productividad, esa pedagogía propone el reordenamiento del proceso
educativo de manera de tornarlo objetivo y operacional. De modo semejante a lo que
ocurrió con el trabajo fabril, se pretende la objetivación del trabajo pedagógico” (Saviani,
1983:5). Las dimensiones subjetivas del proceso son consideradas interferencias que
podrían poner en peligro su equilibrio, por lo que deben ser eliminadas. Lxs sujetxs que
participan en la situación educativa –tanto educadorxs como alumnxs- ocupan un lugar
secundario y pasivo: deben adaptarse al proceso diseñado por elx expertx o ingenierx de la
educación; proceso que está centrado en el establecimiento de objetivos específicos
operacionales, la aplicación de las técnicas y medios de enseñanza más adecuados y la
comprobación sistemática del aprendizaje de lxs alumnxs en términos de cambios de
conducta observables, mediante la evaluación.
Respecto a la función que esta perspectiva le asigna alx educadxr, es la de técnicx, “experto
en hacer”. Desde la perspectiva crítica de Giroux (1990), en el tecnicismo el docente ve
debilitada y devaluada su labor profesional ya que cumple una función aparentemente
neutra, aplicacionista, y debe participar de procesos de reforma educativa en los que no ha
tenido incidencia alguna (Giroux, 1990;). Se da según el autor “la tendencia a reducir a los
profesores a la categoría de técnicos especializados dentro de la burocracia escolar, con
la consiguiente función de gestionar y cumplimentar programas curriculares en lugar de
desarrollar o asimilar críticamente los currículos para ajustarse a preocupaciones
pedagógicas específicas.” (Giroux 1990:172). Respecto a los programas de formación de
lxs docentes, dentro de esta lógica instrumental, el énfasis se coloca en el dominio de áreas
de asignatura y de métodos de enseñanza.
“[…] la formación de los profesores esconde una metáfora de “producción”, una
visión de la enseñanza como una “ciencia aplicada” y una visión del profesor
como, ante todo, un “ejecutor” de las leyes y principios del aprendizaje efectivo.
[…] lo que tienen que dominar es de un alcance limitado (por ejemplo, un cuerpo
de conocimientos de contenido profesional y las habilidades de enseñanza) y está
plenamente determinado de antemano por otros, a menudo basándose en la
investigación sobre la efectividad de los enseñantes. El futuro profesor es
contemplado ante todo como un receptor pasivo de este conocimiento profesional
y apenas interviene en la determinación de la sustancia y orientación de su
programa de preparación”. (Zeichner, citado en Giroux, 1990: 173)
Lo que se neutraliza en la formación en esta pedagogía gestionaria (Giroux 1990) es la
dimensión reflexiva, crítica, ética - política y pedagógica de las cuestiones educativas,
tornándola un asunto técnico y políticamente aséptico.
Resignificación de la racionalidad economicista en educación en Latinoamérica: los
años 1960 - 1980.
En el periodo que va de 1960 a 1980 aproximadamente, se da lo
que Nassif ha denominado un “cambio de frentes” signado, entre
otros aspectos, por la creciente actitud crítica que involucra
intensamente a la sociedad y la educación en América Latina y
por la polarización de posiciones respecto a la interpretación de
las grandes desigualdades y conflictos sociales que surgen en la
región. Lo que sucede en nuestro territorio participa de un movimiento más amplio que se
está dando en este periodo en casi todo el mundo4, pero que adquiere localmente rasgos
singulares.
Desde el campo de la educación la corriente pedagógica crítica fue pregnando y orientando
la discusión y el desarrollo de la investigación hacia otras direcciones, y enlazando estas
nuevas tendencias con las viejas, y con algunas “nuevas envejecidas”. Esto configuró un
cuerpo histórico que se ha considerado típico de la época en el desarrollo pedagógico de la
región (Nassif, 1984:53).
Estos nuevos frentes antes señalados tienen que ver, desde una concepción totalizadora, con
dos perspectivas que se polarizaron respecto a las ideas de desarrollo o cambio y sus
correlaciones pedagógicas. Como lo señala Nassif:
“Pedagógicamente hablando, no es lo mismo montar la teoría y la práctica educativa
sobre la ideas del ´subdesarrollo` –como la expresión de un estadio superable en una
línea recta en cuyo extremo se encuentra el ´desarrollo`- que trabajar con la noción
de ´dependencia` en tanto manifestación histórica concreta del subdesarrollo de los
países ´periféricos`” (Nassif, 1984:54)
4
Se menciona algunos de los hechos más salientes de este periodo, en plena Guerra Fría: Revolución Cubana
(1959), movimientos de protesta de comunidades negras, feministas, anti bélicos, Mayo Francés, proceso de
descolonización de países de África, movimientos revolucionarios de liberación en América Latina,
consolidación de la corriente de la Teología de la Liberación, etc..
Aquí el modelo de desarrollo dominante es el de los países hegemónicos (modelo industrial
capitalista, moderno, tecnológico, eficiente en la administración de sus recursos, etc.), y el
de subdesarrollo aparece como una carencia en relación al modelo exógeno. En esta
segunda categoría se ubican –según el criterio de los primeros- los países del llamado
“tercer mundo”, entre los que se cuenta los que integran Latinoamérica.
Entonces el impacto de la corriente pedagógica tecnicista -o pedagogía de la dependencia o
pedagogía desarrollista, (Nassif, 1984)- en nuestra región y provenientes del primer
mundo, se dio en combinación con estas concepciones del progreso social y económico
enlazadas con las ideas sobre el desarrollo, orientado hacia el modelo de vida capitalista.
Estas concepciones no son producto de decisiones soberanas y autónomas de las naciones
latinoamericanas, ni tienen que ver con sus idiosincrasias y su matriz histórica, sino que
fueron ingresando en las políticas de Estado y en el consenso social a partir de un trabajo
sistemático por parte de –principalmente- Estados Unidos, orientado a imponer en el “tercer
mundo” un modelo económico, político, social y cultural cuyos beneficios son
principalmente aprovechados por ellos mismos (Nassif,1984; Puiggrós, 2015; Gentili,
1996, Torres, 2001)
De este modo lo señala Puiggrós:
“Los norteamericanos consideraron su éxito en el progreso capitalista como un
indicador de la capacidad innata de evolución y le otorgaron a los obstáculos un
carácter circunstancial. Pero adjudicaron a los pueblos atrasados la carencia de
condiciones morales, culturales y raciales para conseguir, por sí mismos, el pasaje
del estado de subdesarrollo hacia sociedades modernas, tecnocratizadas y
democráticas. Esta teoría fue asumida en las décadas de los 50-60 […] por los
organismos internacionales […]” (Puiggrós, 2015: 103)
Uno de los hechos históricos que refleja estos postulados –y facilita la penetración de la
racionalidad tecnicista en educación-, es la firma del acuerdo denominado “Alianza para el
Progreso” (ALPRO, Punta del Este, 1962), a la que adhieren los países de América Latina y
el Caribe, excepto Cuba5, cuyo proceso revolucionario consolidado se erige como uno de
los principales enemigos del modelo6.
La concepción que subyace e impulsa esta estrategia política, económica, social y cultural
es la del retraso, rezago o sub-desarrollo de los países latinoamericanos y los factores
principales del mismo serían la carencia de capital, de tecnología y de educación, elementos
5
Ernesto “Che” Guevara, que asiste como representante de Cuba a la reunión de países en Punta del Este,
pronuncia un discurso en el que argumenta las razones por las que su país no firmará el acuerdo. A este
pronunciamiento se lo conoce como “Las profecías del Che”, puede verse en
http://www.lr21.com.uy/mundo/18600-la-alianza-para-el-progreso-y-las-profecias-del-che o en
https://www.youtube.com/watch?v=V-BqJ-ObQ5I
6
El tema del lugar que ocupa Cuba como motivo principal en la configuración de políticas estratégicas por
parte de EEUU para aplacar el avance del comunismo revolucionario en América Latina, está ampliamente
documentado por investigadores de diversas áreas científicas.
que en los países desarrollados se manifiestan como “cualidades intrínsecas” (Puiggrós,
2015: 104-105).7.
Los principales programas de la ALPRO8 se orientan en líneas generales a inyectar grandes
cantidades de recursos económicos a los sistemas sociales y políticos de los países
retrasados para que puedan desarrollar reformas modernizantes, diseñadas por los países
del Primer Mundo. Además de los préstamos monetarios se cuenta con la asistencia técnica
necesaria para la implementación de las medidas. Este desarrollo capitalista (dependiente,
expansionista) debe ser dirigido por un bloque político ideológico (todos los países de
América) y hegemonizado por Estados Unidos (Puiggrós, 2015: 111). Asimismo se debe
luchar contra todo movimiento o bloque alternativo que atente contra los intereses de los
países de la región, según se plantea en el proyecto.9 El principal obstáculo de esta
modernización es el comunismo.
La reforma económico-social que se impulsa desde ALPRO se asienta en la formación
técnica, social e ideológica de los Recursos Humanos, sin los cuales no puede llevarse a
cabo la misma. Se apunta entonces a generar en la población un consenso respecto a la
importancia de colaborar con el proceso de reforma. Para ello la educación, la escuela y
los/as maestros/as tendrán asignado un rol importante, así como los medios de
comunicación. “[…] la instrucción de carácter general y la formación de talentos,
constituye la inversión a más largo plazo que puede hacerse con vistas al porvenir de
cualquier Nación” (Dean Rusk, en Eisenhower, 1962, citado por Puiggrós, 2015:111).10
7
Esta Alianza se propone en un contexto latinoamericano de grave inestabilidad social producto del deterioro
económico que se arrastra de la década anterior, y tiene como antecedente la Operación Panamericana
impulsada por Brasil. Los Organismos Internacionales que se asocian a este pacto se transforman en los
vehículos y prescriptores de la implementación de las reformas que la Alianza propone. Algunos de ellos son:
Organización de los Estados Americanos (OEA), Consejo Interamericano Económico y Social (CIES), Banco
Interamericano de Desarrollo (BID), Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), Fondo
Monetario Internacional (FMI), Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), Comisión
Económica para América Latina (CEPAL), etc.(Puiggrós, 2015: 110).
8
Algunos de los más salientes programas de la ALPRO fueron: Alimentos para la Paz, Operación Niños;
Voluntarios para la Paz; Banco de Exportación e Importación (Puiggrós, 2015: 110-111),
9
Algunos de los ejes centrales de esta propuesta son por ejemplo la construcción de una “buena conducción
del gobierno” que redunda en la gestión administrativa eficiente de los recursos del Estado. Esta gestión será
orientada por los organismos internacionales de préstamo; asimismo es fundamental para el programa la
integración económica latinoamericana, conducida por los dirigentes del modelo que –ya está comprobado- es
exitoso. Cabe mencionar que en la práctica las medidas de apertura de las economías y la flexibilización de
las condiciones del intercambio económico internacional que se recomiendan para Latinoamérica, se
contraponen con las medidas proteccionistas de los mercados que efectivamente implementan los países –
modelo.
10
Como ejemplo cabe citar dos fragmentos del documento de la Alianza para el Progreso:
“Señalar a los gobiernos y a los educadores la necesidad de que los centros de enseñanza contribuyan a
divulgar el proceso de desarrollo económico y social que va a inspirarse en la Alianza para el Progreso, y
dotar a esos centros de los medios indispensables.”
[…]
“Formular un llamamiento a la opinión pública del continente y muy en particular a los sindicatos,
organizaciones gremiales y asociaciones estudiantiles a fin de que se compenetren en las proyecciones
sociales de la Alianza para el Progreso y participen activamente en la divulgación de sus objetivos y ejercicios
de su programa.”
Modernizar la sociedad requiere modernizar la educación y de este modo
Latinoamérica entra en el proceso de desarrollo por la senda de la “tecnología
educativa” que permitiría modernizar tanto los sistemas como los procesos educativos. “Se
da prioridad a los medios por encima de las cuestiones de fondo de la educación que, al
plantearse lleva irremediablemente a su relación con las estructuras concretas, que
precisamente es el problema que los desarrollismos eluden” (Nassif, 1984: 57).
En Latinoamérica el proceso tecnicista se acentuó y profundizó -en su faz operacional,
sistemática y conservadora y en todos los componentes de la situación educativa- en el
transcurso de las dictaduras cívico militares que se desarrollaron en este período (Garatte
y Garcia Clúa, 2014; Silber, 2011), que fueron las estrategias más duras que gestionó el
Imperio para consolidar su proyecto de “desarrollo” y dominación de nuestra región.
11
Según Adriana Puiggrós, a pesar de que los neoliberales enfatizan los valores del mercado y los
neoconservadores los valores tradicionales, ambos responsabilizan a las escuelas de la mayor parte de los
problemas de la sociedad (Puiggrós, 2015: 118).
Se introduce así una política educativa de mercado, que en nuestro país se ve reflejado en la
reforma educativa que se encarna en la Ley Federal de Educación.12 Las medidas
reformistas que se desprenden de la Ley tuvieron nefastas consecuencias en la dimensión
pedagógica y de la calidad del sistema educativo y de la enseñanza (Ctera, 2004).
Asimismo se ve nuevamente acentuada la visión economicista de la educación que
impone el mercado, colocando al sujeto en formación en el lugar del recurso humano
que esa área necesita. Queda subordinado a ello cualquier otra dimensión humana que
pudiera ser objeto de desarrollo a través de la educación y se le asigna alx pedagogox y alx
docente un lugar particular en la gestión o administración del proceso pedagógico, en un
sentido técnico.
Se desprende de aquí que, al analizar este contexto político, económico y cultural13 es
preciso –para construir una mirada pedagógica desde una perspectiva histórica- revisitar,
reconstruir y re conceptualizar las líneas de continuidad que unen al neoliberalismo
educativo con el tecnicismo pedagógico, en relación a las concepciones sobre la educación,
la formación del hombre, las funciones sociales que se le asignan a la escuela pública, la
intervención en la práctica educativa y el rol que se le otorga a los/as educadores/as.
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Documentos:
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Capítulo I del libro del mismo nombre, editado por Ernesto Cohen, funcionario de la División de
Desarrollo Social, CEPAL, publicado en edición conjunta de CEPAL/OEA y Ediciones SUR, bajo
la Colección Estudios Sociales.
El programa de la Alianza para el Progreso (1961), Dirección General del Presupuesto, Biblioteca.
Ministerio de Hacienda y Crédito Público de Colombia.
Informe “Consecuencias de la implementación de la estructura “definida” por la Ley Federal de
Educación. Los pedazos del sistema o un sistema hecho pedazos” (2004) elaborado por la Secretaría
de Educación y Estadística del Instituto de Investigaciones Pedagógicas Marina Vilte de la
Confederación de Trabajadores de la Educación de la república argentina (CTERA-CTA).
Ley Federal de Educación N° 24.195.
Ley de Educación Nacional N° 26.206.