La Ciencia
La Ciencia
La Ciencia
LA CIENCIA
La ciencia es un importantísimo elemento de la cultura espiritual, la forma superior de los conocimientos humanos; es
un sistema de conocimientos en desarrollo, los cuales se obtienen mediante los correspondientes métodos
cognoscitivos5 y se reflejan en conceptos6 exactos, cuya veracidad se comprueba y demuestra a través de la práctica
social. La ciencia es un sistema de conceptos acerca de los fenómenos y leyes 7 del mundo externo o de la actividad
espiritual de los individuos, que permite prever y transformar la realidad en beneficio de la sociedad; una forma de
actividad humana históricamente establecida, una “producción espiritual”, cuyo contenido y resultado es la reunión de
hechos orientados en un determinado sentido, de hipótesis y teorías elaboradas y de las leyes que constituyen su
fundamento, así como de procedimientos y métodos de investigación.
El concepto de ciencia se aplica tanto para denominar el proceso de elaboración de los conocimientos científicos como
todo el sistema de conocimientos, comprobados por la práctica, que constituyen una verdad objetiva, y también para
señalar distintas esferas de conocimientos científicos, diferentes ciencias. La ciencia moderna es un conjunto
extraordinariamente subdividido de ramas científicas diversas.
Con ayuda de la ciencia, la humanidad ejerce dominio sobre las fuerzas de la naturaleza, desarrolla la producción de
bienes materiales y transforma las relaciones sociales.
El vocablo ciencia equivale literalmente a conocimiento. Los conocimientos significan la posesión de datos confirmados
acerca de los fenómenos materiales y espirituales y su acertada reflexión en la conciencia humana. El saber es contrario
a la ignorancia, es decir, a la falta de una información comprobada acerca de algo. Nuestra razón se mueve del
desconocimiento al saber, del conocimiento superficial al conocimiento profundo y multilateral.
Los conocimientos pueden ser de diferentes clases: cotidianos, precientíficos y científicos, empíricos y teóricos.
Los conocimientos elementales son propios de los animales, que poseen una información cierta sobre determinadas
propiedades de las cosas y sobre sus relaciones más simples, lo cual constituye la condición necesaria para que se
orienten adecuadamente en el mundo que les rodea. Conocimientos elementales y cotidianos los poseen los niños en
su tierna infancia. Cada individuo adquiere en el transcurso de su vida numerosos datos empíricos sobre el mundo
exterior y sobre sí mismo. Los hombres primitivos poseían ya no pocos conocimientos en forma de datos útiles,
costumbres, experiencias empíricas, recetas de fabricación, etc., que se transmitían de generación en generación;
sabían hacer muchas cosas, y su habilidad estaba basada en los conocimientos que poseían. Los conocimientos tanto
cotidianos como precientíficos y científicos se apoyan en la práctica. Todas las clases de conocimientos son el reflejo
de las cosas.
Los conocimientos científicos, sin embargo, se diferencian notablemente de los cotidianos y precientíficos. Los
conocimientos cotidianos, empíricos, se limitan, por regla general, a la constancia de los hechos y a su descripción. Por
ejemplo, los marinos sabían perfectamente cómo usar las palancas, y lo mismo les sucedía a los comerciantes con las
balanzas, mucho antes de que Arquímedes descubriese la ley de la palanca. Pero esta ley hizo posible el invento de
nuevos mecanismos, lo que a ningún práctico le hubiera venido a la imaginación. Los conocimientos científicos
presuponen no sólo la constancia y descripción de los hechos, sino su explicación e interpretación dentro del conjunto
del sistema general de conceptos de determinada ciencia. El conocimiento cotidiano se limita a hacer constar, y eso sólo
superficialmente, cómo se desarrolla tal o cual acontecimiento. El conocimiento científico, en cambio, no responde
5
Cognoscitivo (del latín cognoscere = conocer) referente al conocimiento. Métodos cognoscitivos métodos de conocimiento
6
Concepto: es la síntesis mental de las características esenciales de un objeto o un proceso o grupo de procesos.
7
Las leyes objetivas constituyen las formas generales de las relaciones de cambio y representan las conexiones internas y necesarias en que se
produce la variación de los procesos y de sus propiedades.
únicamente a la pregunta de cómo, sino también de por qué se realiza precisamente de ese modo. La esencia del
conocimiento científico consiste en la auténtica generalización de los hechos, en que tras lo casual descubre lo
necesario, lo que se halla respaldado por leyes; tras lo singular, lo general8 y sobre esta base, se lleva a cabo la previsión
de diferentes fenómenos, objetos y acontecimientos; la coronación de la labor científica es la predicción, que nos
descubre los horizontes de los fenómenos acontecimientos históricos futuros, es el signo revelador de que el
pensamiento científico supeditó las fuerzas de la naturaleza y las que mueven la vida social a la realización de las tareas
que la humanidad se plantea. Todo el progreso del conocimiento científico está relacionado con el crecimiento de las
fuerzas y del horizonte de la predicción científica. Por su parte, la previsión permite controlar y dirigir los procesos. El
conocimiento científico ofrece la perspectiva no sólo de prever el futuro, sino de formarlo conscientemente. El sentido
vital de cualquier ciencia puede caracterizarse de la siguiente forma: saber para prever, prever para actuar.
Un rasgo esencial del conocimiento científico es su sistema, es decir, la agrupación de los conocimientos, ordenada
según determinados principios teóricos. Un conjunto de conocimientos dispersos, que no se hallen unidos según un
sistema que guarde conexión, no llegará a constituir una ciencia. El fundamento de los conocimientos científicos rauca
en una serie de premisas iniciales, en unas leyes determinadas que permiten agrupar los correspondientes
conocimientos en su sistema único. Los conocimientos se transforman en científicos cuando la acumulación de hechos,
realizada de acuerdo con una orientación determinada, y su descripción alcanzan tal nivel, que pueden ser incluidos en
un sistema de conceptos y formar parte de una teoría. Ya en la antigüedad, la filosofía y la lógica alcanzaron carácter
científico. Los pueblos remotos habían logrado acumular no pocos conocimientos sobre las relaciones cuantitativas de
las cosas. Basándose en ellos construyeron grandes obras, palacios, pirámides, etc. Pero estos conocimientos
matemáticos elementales no tuvieron durante un largo tiempo más que un carácter precientífico: no habían llegado a
formar un sistema cohesionado sobre la base de principios y leyes generales. Fue en los trabajos de Euclides donde los
conocimientos matemáticos comenzaron a adquirir por primera vez una forma científica. Euclides les dio carácter
sistemático y demostrativo. Prácticamente, la química es tan antigua como la humanidad. Pero los datos elementales
de carácter práctico acerca de los procesos químicos aún no constituían una ciencia. Solamente en el siglo XVII, a partir
de los trabajos de Boyle, la química comenzó a transformarse en ciencia.
Cada ciencia tiene su etapa de formación. Pero el criterio que rige la creación de cualquier ciencia es común: determinar
la materia a investigar, elaborar los conceptos correspondientes a la materia en cuestión, establecer la ley fundamental
inherente a dicha materia y descubrir el principio o crear las teorías que permitan explicar gran número de casos.
Por ejemplo, la mecánica constituyó una ciencia cuando se establecieron las leyes de la inercia y de la conservación de
la cantidad de movimiento y se elaboraron los correspondientes conceptos (Galileo, Descartes, Newton). La creación
de la economía política se remonta a los fisiócratas. Adam Smith, David Ricardo y otros descubrieron después las
primeras leyes económicas, pero sólo más tarde se transformó la economía política en verdadera ciencia. Los
conocimientos sociológicos se convirtieron en ciencia cuando se descubrieron las fuerzas motrices del proceso histórico
y las leyes objetivas de desarrollo de la sociedad.
En la historia de su desarrollo, el conocimiento alcanzó carácter científico a medida que fue descubriendo leyes y
adquiriendo fuerza previsora.
Los conocimientos científicos se diferencian radicalmente de la fe, es decir, de la ciega creencia en la veracidad de lo
que en principio no se puede comprobar en la práctica ni demostrar lógicamente. Sin embargo, hay que diferenciar la fe
de la convicción basada en conocimientos, sobre todo científicos. La convicción puede estar fundamentada
científicamente; en cambio, la fe ciega, en los milagros y en lo sobrenatural, la fe como prejuicio, como creencia en los
signos favorables o desfavorables y en los sueños, no admite demostración alguna; solamente puede ser inculcada. En
oposición a la fe, los conocimientos científicos son un reflejo veraz de la realidad, capaz de ser fundamentado a través
de la práctica, y lógicamente demostrado. La conexión lógica en el sistema de los conocimientos científicos se adopta
como condición necesaria, que se desprende de los hechos o de unas verdades previamente establecidas. Por eso, el
resultado argumentado de la cognición científica se manifiesta como algo de carácter general y adquiere fuerza
convincente para las personas que poseen la necesaria cultura mental.
8
Casualidad, necesidad, singular universal. Véase Leyes y categorías de la dialéctica. Guatemala: Departamento de Publicaciones, Facultad de
CC.EE. Colección Textos Filosóficos No. 7, 1977.
El conocimiento científico del mundo se diferencia esencialmente de la conciencia estética. Aunque la ciencia y el arte
reflejan la realidad, en la primera, el reflejo tiene lugar en forma de conceptos y categorías 9 mientras que en el arte se
lleva a cabo a través de la imagen artística. El conocimiento científico persigue la máxima exactitud, excluyendo todo lo
individual, todo lo que el investigador haya podido aportar por cuenta propia: la ciencia es una forma social, de carácter
general, de desarrollo del saber. Toda la historia de la ciencia confirma el hecho de que cualquier subjetivismo ha sido
eliminado siempre, del modo más implacable, de la senda de los conocimientos científicos, conservando únicamente lo
supraindividual, lo objetivo. Las obras artísticas son únicas en su género, mientras que los resultados de las
investigaciones científicas son generales. La ciencia es un producto del desarrollo histórico general en su resumen
abstracto. En cambio, el arte admite la invención, la introducción por el propio artista de algo que en esa forma precisa
no existe, no existió y probablemente no existirá en la realidad. En la ciencia, por el contrario, lo fundamental consiste
en eliminar todo lo singular e individual, todo lo que no se puede repetir, y conservar lo general en forma de conceptos
y categorías. En el mundo, la forma de lo general es la ley. Por eso, el conocimiento científico es el conocimiento de las
leyes del mundo.
En la composición de la ciencia hay que distinguir: los datos acumulados a lo largo de su desarrollo, que son producto
de las observaciones y los experimentos; los resultados de la generalización de dichos datos, expresados en las
correspondientes teorías, leyes y principios; las conjeturas e hipótesis científicas basadas en los hechos, los cuales
necesitan de posterior comprobación experimental, y la interpretación teórica, es decir, filosófica, de los principios y
leyes descubiertos por la ciencia, y de los aspectos del conocimiento científico, tanto los metodológicos como los que
reflejan la concepción del mundo. Todas estas facetas y aspectos de la ciencia coexisten en estrecha relación.
Una condición necesaria en la investigación científica es establecer el hecho o los hechos. La constancia del hecho
permite fijar un aspecto o un fenómeno determinado del objetivo que se estudia. Los hechos científicos son el resultado
de una observación verídica, de un experimento, etc. Su manifestación tiene lugar en forma de observación directa del
objetivo en cuestión, de la indicación de los aparatos, una fotografía, el acta de los experimentos, cuadros, esquemas,
apuntes, documentos procedentes de archivos, testimonios comprobados de testigos, etc.
La fuerza de la ciencia radica en que se apoya en hechos. Pero los hechos solos aún no constituyen la ciencia, lo mismo
que los materiales de construcción aún no son el edificio. Los hechos pasan a formar parte de la trama de la ciencia tan
solo después de haber sido seleccionados, clasificados, generalizados y explicados: La tarea del conocimiento científico
consiste en descubrir las causas de la aparición de determinados hechos, aclarar su importancia esencial y establecer
nexos regulares entre los mismo.
Para el progreso del conocimiento científico es muy importante establecer nuevos hechos. Su interpretación da lugar a
la construcción de una teoría, eslabón fundamental de cualquier ciencia. El desarrollo de la ciencia está ligado al
descubrimiento de nuevas leyes de la realidad. El poder del hombre sobre el mundo que le rodea lo mide la profundidad
y amplitud con que conoce sus leyes. Muy próximos a las leyes se hallan los principios que son hechos experimentales
generalizados (por ejemplo, el principio de la acción mínima, el de la constancia de la velocidad de la luz, etc.)
Cualquier teoría por desarrollada que esté, es una reproducción incompleta y grosera del objeto. El conocimiento
científico se mueve en permanente contradicción entre la inagotable riqueza de propiedades y relaciones que tiene el
objeto y la tendencia por parte del sujeto a reproducirlas lo más íntegramente posible en el sistema de conocimientos
científicos. Cualquier teoría científica tiene carácter limitado; por eso en cualquier período concreto se hacen necesarios
los conocimientos en forma de suposiciones, de hipótesis. Las hipótesis comprobadas y confirmadas por la práctica se
transforman en teorías.
Un componente importante del conocimiento científico es la interpretación filosófica de los datos de que dispone la
ciencia, interpretación que constituye tanto su base metodológica como concepcional. El investigador ve los hechos que
estudia y los generaliza, partiendo siempre de posiciones filosóficas determinadas. Ya la propia selección de los hechos,
sobre todo en las ciencias sociales, es una cuestión profundamente metodológica, cuya acertada resolución exige, gran
preparación teórica y amplia cultura filosófica. El desarrollo de la ciencia necesita no sólo saber interpretar teóricamente
9 Las categorías de una ciencia son los conceptos que tienen mayor extensión dentro de ella, porque abarcan por completo su dominio.
los hechos, sino también analizar el propio proceso de su obtención y darse cuenta de los procedimientos generales a
seguir para buscar lo nuevo. El estudio de semejantes problemas tiene carácter filosófico.
La ciencia es un complejo fenómeno social, que incluye numerosas facetas y está relacionado con otros numerosos
fenómenos de la vida social. La aparición de la ciencia y su desarrollo constituye una parte integrante de la historia
univera1 de la humanidad. Si la ciencia no puede surgir ni desarrollarse al margen de la sociedad, tampoco ésta, en una
fase elevada de su desenvolvimiento, puede existir sin la ciencia. El sentido histórico de la aparición y desarrollo de la
ciencia consiste en dar satisfacción a las necesidades que plantea la vida social. En la elección de la materia que ha de
ser investigada científicamente, en la orientación que ha de seguir la ciencia en su desarrollo y los temas que ha de
tratar, en el carácter que ha de tener la utilización de sus logros influyen notablemente numerosos hechos sociales: las
necesidades de la producción de bienes materiales, la práctica político-social, la estructura económica de la sociedad,
el carácter reinante de la concepción del mundo, las distintas formas de conciencia social, él nivel de desarrollo de la
producción, la técnica, la cultura espiritual, la instrucción y también la lógica interna del propio conocimiento científico.
Entre todos estos factores, las necesidades de la producción de bienes materiales y la lucha de clases son decisivas;
ellas plantean a la ciencia determinados problemas cognoscitivos; la producción aparece como el consumidor más
importante de los resultados del conocimiento científico de la naturaleza y el suministrador de los medios científicos —
aparatos e instrumentos— sin cuya ayuda es prácticamente imposible realizar la investigación, por ejemplo, del
microcosmos y de otras muchas esferas de la realidad. El éxito de la creación científica depende no sólo del talento, la
agudeza y la fantasía del investigador, sino también de los aparatos necesarios. Es precisamente el desarrollo de la
técnica lo que ha proporcionado a la ciencia medios potentísimos de experimentación, de investigación lógica, como
son el sincrocilotón, las naves cósmicas y las máquinas lógicas. 10 La práctica social es la esfera de aplicación dé los
conocimientos, y en este sentido constituye el objetivo del conocimiento. La práctica sirve de criterio a la veracidad de
los resultados del conocimiento científico. De hecho, en cualquier esfera de la ciencia, la orientación práctica representa
el estímulo fundamental y determinante de la investigación. Toda la historia del conocimiento científico, muestra que,
después de que un descubrimiento ha sido utilizado en la práctica, se inicia un desarrollo intenso en la correspondiente
esfera del saber científico: el desenvolvimiento de la técnica revoluciona la ciencia.
En las investigaciones científicas existen, como si dijéramos, diferentes pisos: unos responden a las necesidades más
perentorias y más directas de la práctica; otros, en cambio, están calculados con vista a perspectivas más o menos
lejanas. Podrían ser considerados como los pisos superiores de la investigación científica, y tratan de descubrir las
amplias posibilidades que ofrece la práctica en el futuro e introducir cambios radicales en la práctica existente.
El practicismo estrecho es perjudicial para la ciencia, sobre todo para sus capítulos teóricos, ya que limita el pensamiento
científico a la estrecha vía del movimiento, reduciéndolo a los aspectos del objeto que se estudia, únicamente
importantes para las formas transitorias de la práctica, lo que hace que se empobrezca el contenido de la teoría. Por el
contrario, cuando el pensamiento científico no se siente obstaculizado por estos marcos, es capaz de descubrir en el
objeto propiedades y relaciones que ofrecen en perspectiva la posibilidad de utilizarlo en la práctica de un modo más
plurifacético. El separar la teoría de la práctica y la vida da a la primera un carácter abstracto, lo que en resumen la priva
de su importancia científica y social, haciéndola perderse en los laberintos de la escolástica.
Aunque surge y se desarrolla bajo la influencia de las necesidades materiales de la sociedad, la creación científica tiene,
sin embargo, un carácter relativamente independiente y una lógica interna en su movimiento.
La historia de la ciencia revela que, con frecuencia, la aparición de ideas fructíferas en alguna de las ramas del saber
sirvió de impulso al desarrollo creador de otras esferas de la ciencia. El movimiento teórico del pensamiento se
manifiesta, a fin de cuentas como finalidad de la actividad práctica, encarnándose y materializándose en la producción.
La ciencia no sólo sigue a la práctica, sino que sé anticipa a ella. Numerosos descubrimientos han sido realizados
independientemente de las exigencias de la práctica, y sólo posteriormente han servido de fuente a una nueva práctica:
ejemplo de ello es el descubrimiento de los Rayos X.
10
“Cerebros electrónicos”.
En el desarrollo de la ciencia desempeñan un papel nada despreciable los estímulos materiales que influyen en sus
creadores; sin embargo, es mucho mayor la importancia de los estímulos morales, de las fuerzas motrices de carácter
ideal: facilitar la labor de las personas, instruirlas, transformar las relaciones sociales en beneficio del pueblo, deleitarse
en el proceso creador, etc. La conciencia de la responsabilidad ante la sociedad y el deseo de prestar sus servicios en
aras de los intereses de la humanidad han servido de impulso a la labor de científicos notables. Las fuerzas motrices de
carácter ideal no constituyen un fenómeno inicial, sino derivado: tiene fundamento objetivo y reflejan las exigencias
reales de la sociedad. Cada científico es hijo de su época, y son las necesidades de la misma las que, en definitiva,
determinan el carácter de su trabajo. La humanidad se plantea únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien
miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando
las condiciones materiales para su realización.
Las exigencias de la producción de bienes materiales influyen en el desarrollo de la ciencia a través del prisma del
régimen económico de cada sociedad concreta. Y hay que tener en cuenta que en el transcurso de la historia la
dependencia que existe entre el desarrollo de la ciencia y las relaciones sociales aumenta más y más. El control de la
sociedad y el Estado en la ciencia es cada vez mayor.
La ciencia experimenta la influencia de la sociedad, pero por su parte también desempeña un papel extraordinario en el
progreso social, ya que influye en el desarrollo de los procedimientos y métodos de la producción material y en las
condiciones de vida de las personas. A medida que la técnica hace uso de los descubrimientos científicos se
revolucionan las fuerzas productivas. La ciencia influye no sólo indirecta, sino también directamente en toda la vida
espiritual de la sociedad. Eleva la cultura intelectual y revoluciona las mentes de los hombres. Los grandes
descubrimientos científicos y los inventos técnicos, íntimamente ligados a ellos, influyen de manera ingente en los
destinos de toda la historia de la humanidad.
En los diferentes períodos de la historia, el papel de la ciencia no es igual. Los conocimientos que las personas adquirían
en el trabajo, en la producción y en el hogar comenzaron a tener carácter científico ya en la sociedad esclavista. Pero
entonces los elementos del saber científico influían muy débilmente en la producción; esta última la realizaban
fundamentalmente los esclavos con ayuda de instrumentos manuales y sobre la base de conocimientos y hábitos
empíricos, elaborados a lo largo de siglos. Con el feudalismo no variaron mucho los instrumentos que empleaba la
producción. al servicio entonces de la economía natural. El progreso técnico era muy débil y estaba basado
principalmente en la maestría individual y la experiencia de los artesanos.
El papel de la ciencia en el desarrollo de la producción fue en aumento a medida que ésta se amplió y se socializó. El
capitalismo, nacido en el seno de la sociedad feudal, planteó por vez primera tales problemas prácticos que sólo podían
ser resueltos desde un punto de vista científico: la producción alcanzó tal envergadura, que se hizo necesario el empleo
de la mecánica, las matemáticas, etc. La ciencia se fue convirtiendo cada vez más en el contenido espiritual dé las
fuerzas productivas, viéndose plasmados sus éxitos en las innovaciones técnicas.
Los pensadores más preeminentes de aquel entonces comenzaron a sentir con toda agudeza la necesidad de introducir
los principios científicos en la producción, e hicieron llamamientos hacia la creación de una ciencia, con ayuda de la cual
“. . .conociendo la fuerza y la acción del fuego, el agua, el aire, las estrellas, el firmamento y todos los demás cuerpos
que nos rodean, con la misma claridad con que conocemos las diferentes ocupaciones de nuestros artesanos,
podríamos utilizarlas de igual modo en toda clase de aplicaciones, convirtiéndonos con ello en dueños y señores de la
naturaleza”.11 Toda la marcha ulterior de la historia constituye en este sentido un riguroso y cada vez más profundo
proceso de “cientificación” de la producción, un proceso de transformación de la ciencia de la naturaleza en una fuerza
productiva directa.
Este proceso se lleva a cabo a través de muchos caminos, y ante todo mediante la creación de los fundamentos teóricos
para construir instrumentos y máquinas cada vez más perfectos: el desarrollo de los instrumentos de trabajo, es el
exponente del grado en que los conocimientos sociales en general —la ciencia— se han transformado en más fuerza
productiva directa. Actualmente este proceso se refleja en el automatismo de la producción, en la sustitución parcial de
la labor del cerebro humano por mecanismos cibernéticos. Al ampliar la esfera del trabajo socializado, la ciencia permite
obtener con menos gasto de trabajo vivo mayores resultados en la producción de bienes materiales.
La ciencia de la naturaleza se transforma en fuerza productiva a través de la búsqueda y la utilización de nuevas fuentes
de energía y la creación de materiales artificiales, perfeccionando el transporte y reduciendo la duración del traslado del
personal y las mercancías, disminuyendo el tiempo que se emplea en transmitir la información, aumentando el
rendimiento de la agricultura y la productividad de la ganadería, conservando la salud de las personas en calidad de
principal fuerza productiva y elevando su nivel cultural y técnico.
La solución eficaz del problema de combinar la ciencia de la naturaleza con la producción, depende del carácter del
régimen social. La finalidad social de la ciencia consiste en facilitar la vida y el trabajo de las personas, elevar el poder
de la sociedad sobre las fuerzas de la naturaleza y facilitar el perfeccionamiento de las relaciones sociales. Gracias a
sus descubrimientos, la ciencia actual ha hecho mucho por aliviar la vida y la actividad de los individuos. Los inventos y
descubrimientos científicos han logrado elevar la productividad del trabajo y aumentar la masa de mercancías. Pero los
tesoros de la ciencia moderna no han dado la felicidad a todos los hombres, no les han protegido de las necesidades y
la miseria. La introducción de las máquinas automáticas da lugar a la intensificación del trabajo, al desempleo y a la
disminución del salario.
La ciencia es una potente arma de dos filos que según en qué manos se encuentre puede llevar la felicidad y el bienestar
a las personas o acarrearles la ruina. Así, el desarrollo unilateral de las ciencias naturales y la técnica han dado lugar a
que la humanidad se vea amenazada por la guerra termonuclear. Eminentes naturalistas piensan alarmados en las
consecuencias de sus descubrimientos científicos. Los hombres de ciencia conocen la utilidad que ésta ha aportado a
la humanidad; saben también a dónde podría llegar si la paz reinase en el mundo. No quieren que algún día sean
pronunciadas las siguientes palabras: “La ciencia nos ha llevado al desastre, a consecuencia de las bombas, atómicas
y de hidrógeno”. “Los científicos saben que la ciencia no puede ser culpable, lo son únicamente los individuos que hacen
mal uso de sus éxitos.12
A la ciencia se le plantean tareas: verdaderamente grandiosas: descubrir las posibilidades de regular las reacciones
termonucleares con vistas al empleo pacífico de las fuentes de energía nuclear, influir sobre el clima, vencer las
enfermedades y asegurar al hombre la longevidad, dirigir y regular los procesos vitales de los organismos, crear en
abundancia materiales artificiales con propiedades preestablecidas, conquistar el espacio cósmico, alcanzar las
inconmensurables extensiones del universo, etc.
Son en primer lugar, las ciencias económicas; las llamadas a prestar su ayuda en la utilización más racional de las
reservas materiales y humanas, en la elección de los procedimientos más progresivos para desarrollar la producción y
en el perfeccionamiento de la organización del trabajo.
La ciencia tiende a construir reproducciones conceptuales de las estructuras de los hechos, o sea, teorías actuales, pero
también la mitología ofrece modelos del mundo, para entenderlo y para dominarlo mejor. ¿Por qué vamos a preferir las
teorías científicas a las especulaciones míticas? La primera tentación invita a contestar: porque las teorías científicas son
reconstrucciones verdaderas de la realidad, pero un vistazo a las infinitas convulsiones de la ciencia, en las cuales la
mayoría de las teorías aparecen inficionadas por alguno que otro error y sólo unas (pocas) aparecen como verdaderas,
aunque nunca definitivamente, debe convencernos de que la investigación científica no consigue la verdad completa.
¿Qué derecho tenemos entonces a creer que la ciencia sale mejor librada que la mitología? ¿Debemos llegar a la
conclusión de que la mitología y la ciencia suministran imágenes de la realidad diferentes, pero igualmente legítimas?
Es evidente que no: la ciencia no pretende ser verdadera en sentido absoluto, ni por tanto final e incorregible como en
cambio hace la mitología. Lo que afirma la ciencia es:
12
F. Joliot-Curic, Cinco años de lucha por la paz.
1) Que es más verdadera que cualquier modelo no-científico del mundo;
4) Que es capaz de corregir sus propias deficiencias, o sea, de construir representaciones parciales dé las estructuras
del mundo que sean cada vez más adecuadas. No hay ninguna especulación extracientífica que sea tan modesta y que,
sin embargo, dé tanto de sí.
Lo que permite a la ciencia alcanzar su objetivo —la construcción de reconstrucciones parciales y cada vez más
verdaderas de la realidad— es su método. En cambio, las especulaciones no-científicas acerca de la realidad:
1) No suelen plantear cuestiones propias y limpiamente formuladas, sino más bien problemas que: ya contienen
presupuestos falsos e insostenibles, tales como “cómo y cuándo se creó el universo?”;
2) No proponen hipótesis ni procedimientos fundamentados y contrastables, sino que ofrecen tesis sin fundamento
y generalmente incontrastables, así como medios incontrolables para averiguar su verdad (por ejemplo, la revelación);
3) No trazan contrastaciones objetivas de sus tesis y de sus supuestas fuentes de conocimiento sino que apelan a
alguna autoridad;
4) Consiguientemente, no tienen ocasión alguna de contrastar sus conjeturas y procedimiento con resultados
empíricos frescos, y se contentan con hallar ilustraciones de sus concepciones para meros fines de persuasión, más
que. por buscar realmente contrastación, como muestra la facilidad con que esas concepciones eliminan toda evidencia
negativa;
5) No suscitan nuevos problemas, pues todo su interés es más bien terminar con la investigación, suministrando,
listo para llevar, un conjunto de respuestas a toda cuestión posible o permitida.
El proceso de reconstrucción del mundo mediante ideas y de contrastación de toda reconstrucción parcial es un proceso
infinito, a pesar de la infundada, pero frecuente esperanza de que la teoría definitiva esté a punto de presentarse. La
investigación descubre constantemente lagunas en sus mapas del mundo, por tanto, la ciencia no puede proponerse un
objetivo definido, algo así como la construcción de una cosmología completa y sin fallas. El objetivo de la ciencia es más
bien el perfeccionamiento continuo de sus principales productos (las teorías) y medios (las técnicas), así como la sujeción
de territorios cada vez mayores a su poder.
¿Tiene límites esta expansión del objeto de la ciencia? Esto es: ¿hay problemas de conocimiento que no puedan ser
trasladados con el método y según el objetivo de la ciencia?
En primer lugar, podemos esperar que todo problema de conocimiento resultará ser parcialmente resoluble o irresoluble
con los medios (métodos especiales), los datos de que dispone la ciencia en cada momento determinado.
En segundo lugar, no se ha hallado nunca un método más poderoso que el de la ciencia, y, todo esfuerzo en tal sentido
que se haya visto coronado por el éxito, ha resultado ser un perfeccionamiento del método científico; en particular, los
intentos de captar la realidad directamente, sin elaboración alguna (o sea, por percepción directa, por simpatía o por
pura especulación), han fracasado sin excepción y, por si eso fuera poco, la ciencia puede explicar por qué tenían que
fracasar necesariamente, a saber: porque muchos, la mayoría de los hechos, tienen que ser objeto de hipótesis, no de
intuición directa.
En tercer lugar, el método científico y las técnicas especiales que lo complementan no son nada concluso: han ido
evolucionando a partir de precedentes más rudimentarios y tendrán que perfeccionarse si queremos obtener resultados
mejores.
En cuarto lugar, como lo peculiar a la ciencia no es un objeto determinado (o conjunto de problemas determinado), sino
más bien un planteamiento preciso (un método y un objetivo), cualquier cosa se convierte en tema científico, en objeto
de la investigación científica, en cuanto se trata con el método de la ciencia y para alcanzar el objetivo de ésta.
En conclusión; por limitado que pueda ser el resultado del planteamiento científico, no conocemos que tenga limitaciones
intrínsecas y además, esas limitaciones no pueden estimarse correctamente sino desde dentro de la ciencia misma:
puede colocarse bajo el dominio de la ciencia toda la naturaleza y toda la cultura, incluida la ciencia misma. Sin duda
hay temas que hasta el momento no han sido abordados científicamente —por ejemplo, el amor, ya sea porque nadie
ha notado aún su existencia, ya sea porque no han atraído la curiosidad de los investigadores, y por último, porque
circunstancias externas como el prejuicio —por ejemplo, la idea de que ciertas experiencias humanas no pueden ser
objeto de planteamiento científico, sino que tienen que mantenerse siempre en la esfera privada— han impedido su
consideración científica. Tales ideas y prejuicios tienen en su favor no sólo el peso de la tradición, sino también una
errónea concepción de la ciencia, la mayor parte de las veces su incorrecta identificación con la física. Estos prejuicios
son algunos de los últimos bastiones del obscurantismo; se están hundiendo ciertamente con rapidez: empezamos a
tener estudios científicos de la experiencia estética y hasta de las sutiles manipulaciones de que es objeto la mente del
hombre por medio de anacrónicas ideologías como es precisamente, la que se opone al estudio científico del objeto
hombre.
Desde el Renacimiento, el centro de la cultura ha ido pasando cada vez más visiblemente desde la religión, el arte y las
humanidades clásicas hacia la ciencia, la formal y la factual, la pura y la aplicada. Y no se trata sólo de que los resultados
intelectuales de la ciencia (y sus aplicaciones pan fines buenos y malos) hayan sido reconocidos hasta por los menos
formados culturalmente: hay un cambio aún más importante y agradable, que consiste en la difusión de una actitud
científica respecto de los problemas del conocimiento y respecto de problemas cuya adecuada solución requiera algún
conocimiento, aunque en sí mismos no sean problemas teoréticos. Esto no quiere decir: que la ciencia está absorbiendo
gradualmente toda la experiencia humana y que vayamos a terminar por amar y odiar científicamente, igual que
podemos ya curar y matar científicamente. No: salvo la investigación científica misma, las experiencias humanas no son
científicas, ni siquiera cuando se benefician del conocimiento científico; lo que puede y debe ser científico es el estudio
de toda esa experiencia, que en sí no lo es.
Podemos esperar de una amplia difusión de la actitud científica (pero no de una divulgación de algunos meros resultados
de la investigación) cambios importantes de: concepción y comportamiento individual y colectivo. La adopción universal
de una actitud científica puede hacemos mas sabios: nos haría más cautos, sin duda, en la recepción: de información,
: en la admisión de creencias y en la formulación de previsiones; nos haría más exigentes en la contrastación de nuestras
opiniones, y más tolerantes: con las de otros; nos haría más dispuestos a inquirir libremente acerca de nuevas
posibilidades, y a eliminar mitos consagrados que sólo son mitos; robustecería nuestra confianza en la razón contrastada
por la experiencia; nos estimularía a planear y controlar mejor la acción, a seleccionar nuestros fines, a buscar normas
de conducta coherentes con esos: fines y con el disponible, en vez de dominadas por el hábito y por la autoridad; daría
más vida al amor de la verdad, a la disposición a reconocer el propio error, a buscar la perfección y a comprender la
imperfección inevitable; nos daría una visión del mundo eternamente joven, basada en teorías contrastadas, en vez de
estarlo en la tradición, que rehuye tenazmente todo contraste con los hechos; y nos animaría a sostener una visión
realista de la vida humana, una visión equilibrada.
Para terminar: el planteamiento científico no tiene limitaciones intrínsecas conocidas; se encuentra en un proceso de
rápida expansión y está consiguiendo en medida reciente imágenes parciales del mundo externo y del mundo interno al
hombre, las cuales son cada vez más verdaderas, y ello por no hablar de las herramientas que está suministrando para
el dominio de dicho mundo. (Si alguien sostuviera que el planteamiento científico tiene limitaciones intrínsecas, le
pediríamos que fundamentan su afirmación. ¿Cómo? Llevando a cabo él mismo una investigación científica acerca de
ese problema). En virtud de su poder espiritual y de sus frutos materiales, la ciencia ha llegado a ocupar el centro de la
cultura moderna. Pero seria insensato olvidar que en paralelismo con la cultura superior, subsiste una cultura popular y
que la pseudo ciencia ocupa en la cultura urbana popular contemporánea una posición análoga a la que ocupa la ciencia
en la cultura superior. Resultará instructivo y entretenido echar un vistazo a todo eso que a menudo se pasa de
contrabando bajo la etiqueto de ciencia, aunque carece del método y del objetivo de la ciencia. Pasaremos ahora a ese
tema, la ciencia popular.
El conocimiento ordinario puede desarrollarse en alguna de las tres direcciones siguientes: (1) Conocimiento técnico:
es el conocimiento especializado pero no-científico, que caracteriza las artes y las habilidades profesionales. (2)
Protociencia o ciencia embrionaria, que puede ejemplificarse por el trabajo cuidadoso, pero sin objeto teorético, de
observación y experimentación (3) Pseudociencia: un cuerpo de creencias y prácticas cuyos cultivadores desean,
ingenua o maliciosamente, dar como ciencia aunque no comparte con ésta ni el planteamiento, ni las técnicas, ni el
cuerpo de conocimiento. Pseudociencias aún influyentes son por ejemplo, la de los zahoríes, y la investigación
espiritista.
No carece la ciencia de relaciones con el conocimiento técnico, la protociencia y la pseudociencia. En primer lugar, la
ciencia utiliza las habilidades artesanas, las cuales a su vez, se enriquecen frecuentemente gracias al conocimiento
científico. En segundo lugar, la ciencia utiliza unos de los datos en bruto conseguidos por la protociencia aunque muchos
de ellos son inútiles por irrelevantes. En tercer lugar, a veces una ciencia ha nacido de una pseudociencia, y en
ocasiones una teoría científica ha cristalizado en dogma hasta el punto de dejar de corregirse a sí misma y convertirse
en una pseudociencia. Dicho breve y esquemáticamente, pueden considerarse las siguientes líneas de comunicación
entre la ciencia y esas vecinas suyas:
¿Qué es lo malo de la pseudociencia? No sólo ni precisamente el que sea básicamente falsa (puesto que todas nuestras
teorías factuales son, a lo sumo, parcialmente verdaderas). Lo malo de la pseudociencia es en primer lugar, que se
niega a fundamentar sus doctrinas y que no puede además hacerlo porque rompe totalmente con nuestra herencia
científica (cosa que por cierto, no ocurre en las revoluciones científicas, todas las cuales son parciales, puesto que toda
nueva idea tiene que estimarse por medio de otras que no se ponen en discusión en el contexto dado). En segundo
lugar, que la pseudociencia se niega a someter a contraste sus doctrinas mediante la experimentación propiamente
dicha; además la pseudociencia es en gran parte incontrastable, porque tiende a interpretar todos los datos de modo
que sus tesis queden confirmadas ocurra lo que ocurra; el pseudo científico, igual que el pescador, exagera sus presas
y oculta o disculpa todos los fracasos. En tercer lugar, que la pseudociencia carece de mecanismo auto corrector: no
puede aprender nada ni de una nueva información empírica (pues se la traga sin digerirla), ni de nuevos descubrimientos
científicos (pues los desprecia), ni de la crítica científica (pues la rechaza con indignación). La pseudociencia no puede
progresar porque se las arregla para interpretar cada fracaso como una confirmación, y cada crítica como si fuera un
ataque. Las diferencias de opinión entre sus sectarios, cuando tales diferencias se producen, dan lugar a la
fragmentación de la secta, y no a su progreso. En cuarto lugar, el objetivo primario de la pseudociencia no es establecer,
contrastar y corregir sistemas de hipótesis (teorías) que reproduzcan la realidad, sino influir en las cosas y en los seres
humanos: como la magia y como la tecnología, la pseudociencia tiene un objetivo primariamente práctico, no cognitivo,
pero a diferencia de la magia, se presenta ella misma como ciencia y a diferencia de la tecnología, no goza del
fundamento que da a ésta la ciencia.
Si ni la argumentación ni la experiencia pueden resquebrajar una doctrina, entonces esa doctrina es un dogma, no una
ciencia. Las teorías científicas, lejos de ser perfectas, son o bien fracasos que se olvidan, o bien construcciones
perfectibles, y por tanto corregidas en el curso del tiempo.
Eso puede completar nuestra esquemática exposición de las creencias que quieren ser tomadas como ciencias. Por
varias razones son de desear análisis más detallados de la pseudociencia. En primer lugar, para ayudar a las ciencias
jóvenes —especialmente a la psicología, la antropología y la sociología— a eliminar creencias pseudo científicas. En
segundo lugar, para ayudar a la gente a tomar una actitud crítica en lugar de la credulidad aún corriente. En tercer lugar,
porque la pseudociencia es un buen terreno de prueba, en particular, para los criterios: que caracterizan a la ciencia
distinguiéndola de la no-ciencia.
Por lo demás, la pseudociencia ofrece muy poca cosa a la ciencia contemporánea. Puede valer la pena poner a prueba
alguna de sus conjeturas no contrastadas, si es que son contrastables; algunas de ellas pueden después de todo, tener
algún elemento de verdad, y hasta el establecer que son falsas significará cierta adquisición de conocimiento.
Pero el problema más importante planteado a la ciencia por la pseudociencia es el siguiente: ¿cuáles son los
mecanismos psíquicos y sociales que han permitido sobrevivir hasta la edad atómica a supersticiones arcaicas, como
la fe en la profecía y la fe en que los sueños dicen la verdad oculta? ¿Por qué no se desvanecen las supersticiones y
sus exuberantes desarrollos, las pseudo ciencias, en cuanto se demuestra la falsedad de su lógica, de su metodología
demasiado ingenua o maliciosa, y de sus tesis, incompatibles con los mejores datos y las mejores teorías de que dispone
la ciencia?
Hace trescientos años se desconocía la existencia de los microorganismos. El enorme e inabarcable reino de los
microbios, bacilos e infusorios era ignorado por el hombre. Miles de millones de las mas diversos seres vivos, invisibles
a simple vista, vivían por doquier causando daño o beneficio al hombre.
Han transcurrido poco más de cien años desde que se descubrió el planeta Neptuno. No sólo los simples mortales, sino
hasta los astrónomos desconocían su existencia. Año tras año, siglo tras siglo giró Neptuno en su órbita inmensa sin
que nadie supiera de su existencia. Es posible que dentro de uno o dos decenios, el hombre emprenda el camino hacia
el lejano planeta, para conocer más de cerca que tanto tiempo se oculto de nosotros.
Nuestros contemporáneos mayores de cincuenta años recuerdan los tiempos en que “no había” todavía electrones,
protones ni neutrones, ni todo el intrincado y diverso mundo de las diminutas partículas físicas que integran los átomos,
componentes de todas las cosas existentes. En la actualidad, cada día conocemos algo nuevo acerca del micro mundo,
mientras que para nuestros abuelos y bisabuelos, incluso para los mas instruidos, ese micro mundo no existió.
Pero en los hechos existían, pues los electrones y otras partículas elementales existen en realidad, independientemente
de que alguien conozca o no su existencia. Existían inclusive antes de que hubiera físicos y ciencias, antes de que
hubiese hombres en la tierra. Lo mismo giraba Neptuno en su órbita, doscientos, mil, un millón de años atrás, es decir,
mucho antes de que lo descubriese el telescopio de los astrónomos, y microorganismos “vivían su propia vida”, como si
tal cosa, muchos siglos antes de que apareciesen en las lentes de los microscopios.
Las cosas existen independientemente de que se las conozca o no. Existen de modo objetivo, de por si, al margen del
conocimiento, fuera de la conciencia. Ser, no significa ser conocido o ser objeto de conocimiento. Los objetos existentes
se descubren unos antes, otros después, y solo entonces pasan a ser objetos conocidos. Pero, pueden existir al margen
del conocimiento, incluso mucho antes de que se les conozca.
El hombre conoce en la actualidad inconmensurablemente mas de lo que era accesible a la conciencia humana hace
mil, cien mil años. El mundo de los objetos y fenómenos conocidos se amplió y profundizó reiteradamente. Ante el
hombre aparecieron mundos nuevos, ignorados hasta entonces; el cósmico, el microbiológico, el microfísico. Pero todos
existían con anterioridad. Su existencia precedió al conocimiento de ellos. La experiencia histórica del hombre, nos
permite afirmar, que aún queda mucho que conocer.
Estamos convencidos de que la ciencia tiene por delante un largo y brillante camino de descubrimiento, de que nuestros
descendiente conocerán muchísimas cosas que nosotros no sabemos, al igual que a nuestro conocimiento se revelaron
cosas desconocidas para nuestros predecesores. Pero lo que aún no conocemos, lo que deberá ser descubierto por
nuestros descendientes, existe ya en el presente, está ya en el mundo, tiene existencia, como la tenían los americanos,
desconocidos por los europeos, o Neptuno, del que nadie tuviera noción.
Tanto los objetos aislados como el universo en su conjunto, existen fuera de la conciencia independientemente de que
sean o no conocidos. Su existencia no ha menester si presupone su conocimiento. Por el contrario, el conocimiento exige
imprescindiblemente la existencia tanto del objeto como del sujeto desconocimiento. Mientras existieron los átomos, los
planetas, los continentes, sin que existieran los seres conocedores, no hubo conocimiento. Sólo cuando la tierra, tras un
desarrollo de millones de años, aparecieron seres dotados de pensamiento, surgió y se fue desenvolviendo
paulatinamente el conocimiento. Los objetos existentes se fueron convirtiendo, uno tras otro, en objetos más o menos
conocidos, que se reflejan en la conciencia humana.
La conciencia, el conocimiento, es una cualidad que poseen solo los seres vivos altamente desarrollados: los hombres.
La aparición del hombre fue la de un ser dotado de pensamiento, capaz de conocer entre objetos incapaces de hacerlo,
solo existentes. Sin embargo, fuera de esos objetos; sin tierra, sin aire, sin seres vegetales y animales, sin ese cúmulo
de cosas no pensantes pero con existencia real, no hubiese podido surgir la materia pensante, conocedora del mundo
que lo rodea y de si misma, es decir, no existiría el hombre.
El hombre vive en un mundo material. Está ligado por millares de vínculos al ambiente que lo rodea, al enorme cúmulo
de objetos. No es un espectador, y todo cuanto acontece en derredor de él está lejos de ser un mero espectáculo. Los
hombres viven porque existe dicho mundo, viven en la más estrecha e indisoluble interacción e interdependencia con el
medio. Los hombres somos carne de la carne de ese mundo material, e inconcebibles e inexistentes fuera de él. La
relación del hombre con el mundo no se limita a conocerlo. Actuamos en él, trabajamos, hallándonos en dependencia
permanente respecto del medio y sufriendo su acción incesante. Para conocer el mundo hay que estar en él, adaptarse
a sus condiciones, a sus leyes, modificarlo según las necesidades. El propio conocimiento que tenemos del mundo, es
parte integrante de nuestra adaptación a él. Observamos los objetos que nos rodean, tratamos de comprenderlos, de
conocer sus cualidades para utilizarlas o adaptarlas a nuestras necesidades.
El conocimiento de la realidad circundante es una exigencia de la vida misma. Todas las teorías que explican el mundo
surgieron de las necesidades prácticas de los hombres que lo habitan. Las relaciones entre el hombre y el mundo
exterior se basan en la actividad práctica. No podemos existir sin tener en cuenta el mundo que nos circunda. El nos
obliga a que lo tengamos en cuenta, a que lo “reconozcamos”, a que adecuemos a él nuestras acciones. Nadie que
tenga sentido común, negará la existencia del mundo material fuera de nosotros e independientemente de nuestra
voluntad. Desde el nacimiento hasta la muerte, no podemos dar un paso, ni un suspiro, si no es de conformidad con la
realidad material. Esta demuestra constantemente y de por si su existencia, su independencia de nuestro deseo y de
nuestra conciencia, y castiga con dureza, a quien desdeña sus leyes.
La práctica humana (y nuestra vida es una relación práctica y activa con el mundo), confirma irrefutablemente esta
primera verdad, que constituye la base de todas las demás y de todo el conocimiento científico, que es el conocimiento
de la naturaleza, del mundo material y objetivo que existe al margen e independientemente de nosotros, y que nos dicta
sus leyes. ¿Podemos dudar acaso de que pertenezcamos al mundo real y físico, y de que existe independientemente
de que alguien tenga o no conciencia de ello? Podemos, pero sólo en tanto que reflexionamos, olvidándonos de que
para reflexionar, hay que vivir en el propio mundo cuya existencia ponemos en duda. Pero no podemos dudar de esta
verdad inquebrantable cuando comenzamos a actuar y entramos en relación práctica con la realidad. Y esta relación es
la que tenemos necesariamente, desde el primero, hasta el último de nuestra existencia.
Hemos mencionado la verdad. ¡Pero qué es la verdad? No se puede responder a este antiquísimo interrogante si no
partimos del hecho de que fuera e nuestro conocimiento se extiende un mundo inmenso, que existe de por sí y de
acuerdo con sus leyes. Llamamos verdaderos a todos los conceptos, ideas y teorías que corresponden a la realidad,
que reflejan las cosas tal cual son. Todo lo que produce en nuestra consciencia la naturaleza tal cual es fuera de nuestra
conciencia, es verdad, conocimiento verdadero. La primera misión de toda la ciencia es llegar a la verdad, es decir, al
conocimiento de los objetos como son, sin aditamento alguno, sin deformaciones, sin el menor embellecimiento.
Entendemos por verdad el conocimiento objetivo, es decir, las ideas y teorías que corresponden al propio objeto, a lo
que se conoce, hacia lo que se dirige el pensamiento conocedor, las ideas y las teorías que proporcionan un reflejo
objetivo, la imagen de la propia realidad.
En contraposición a las ideas verdaderas, las falsas proporcionan una imagen deformada de las cosas, no las
representan tal como son. Las ideas falsas pueden ser resultado del desconocimiento, o de errores basados en un
conocimiento imperfecto, consecuencia de prejuicios y de ideas preconcebidas, pueden ser también producto del
engaño y de la equivocación. El camino de la verdad pasa por la superación de todas las limitaciones y errores del
conocimiento, a través de la adquisición de nociones nuevas, más completas y perfectas. Si la verdad radica en la
conformidad con las ideas con los objetos, en el fiel reflejo del mundo exterior por la conciencia, surge la siguiente
pregunta: ¿es capaz nuestra conciencia, la razón humana, del conocimiento objetivo? ¿Es accesible para nosotros la
verdad objetiva, o nuestra razón es por naturaleza incapaz de semejante conocimiento? ¿No nos equivocaremos,
tomando imágenes falsas ilusorias por verdades? ¿Cómo determinar la verdad? ¿Qué nos puede servir de criterio de
la verdad? ¿Cuáles son los límites del conocimiento?, en caso de que exista un limitante para la verdad accesible?
El mundo se refleja en la razón que conoce. Pero hay distintas formas de reflejo. Los espejos curvos deforman lo que
reflejan y hasta la imagen más perfecta del espejo, no coincide con el objeto reflejado. Si observamos una página de
este libro frente al espejo, veremos una imagen invertida. Si miramos la muestra, veremos que la mano derecha se
convierte en izquierda. No podemos percibir al tacto, la mano reflejada en el espejo ya que pierde su densidad, su
dureza, su aspereza; tampoco tiene reverso. No se puede hablar de plena coincidencia del objeto con su imagen
reflejada en el espejo, ni siquiera en un buen espejo. Y no obstante, los objetos se reflejan en él, de manera más o
menos parecida, más o menos exacta. Por la imagen podemos juzgar, en cierta medida, acerca del objeto reflejado,
conocerlo, tener cierta idea acerca de su naturaleza.
¿Qué diferencia hay entre la imagen que se obtiene en la conciencia y la del espejo? En primer lugar, el proceso de
conocimiento es incomparablemente más complejo, y asimilarlo al de la imagen del espejo es una simplificación
extrema. Nuestro conocimiento refleja el mundo de manera distinta a como lo hace el espejo, y de acuerdo con leyes
que difieren completamente de las que regulan los simples fenómenos ópticos.
Comencemos por decir que el espejo no ve nada, somos nosotros quienes vemos la imagen reflejada. En el espejo la
imagen no deja huella; en la conciencia si. La imagen reflejada en el espejo por centésima vez no se diferencia en nada
de la primera. El reflejo en la conciencia acumula experiencia. Reconocemos el objeto que vemos por segunda vez, y
al observarlo, notamos muchos elementos que no habíamos advertido la vez primera. Las imágenes acumuladas en la
experiencia y conservadas en la memoria, constituyen una base sólida para el conocimiento ulterior. El reflejo en la
conciencia adquiere historia, consecuencia, sucesión; se enriquece. Las percepciones de unos sentidos complementan
las de los otros, se contrastan entre si. Compartimos nuestras experiencias con otras personas; los conocimientos del
mundo circundante, se acumulan y transmiten de generación en generación. Nos apoyamos en los conocimientos
adquiridos por personas que se desconocen entre sí, de diferentes países, acumulados a lo largo de los siglos. Conservar
las percepciones sensoriales en la memoria, nos permite compararlas y confrontarlas. La razón las somete al análisis,
a la comprobación, a la selección a la evaluación; las sintetiza.
Y, lo más importante: nuestra conciencia, a diferencia del espejo, sufre la acción de los objetos reflejados; los propios
hombres actúan sobre ellos; la experiencia se adquiere en el proceso de nuestra interacción con los objetos, en nuestra
actividad práctica, en la vida. Enfrentándonos con los objetos, coadyuvando a su influencia o contrarrestándola,
adquirimos experiencia y conocimientos acerca de ellos. Nos contraponemos al mundo como fuerza activa. No solo
ocurre que los objetos nos cambian, sino que, ante todo, nosotros cambiamos, transformándonos, rehacemos el mundo
que nos rodea. Por el hecho de que un objeto se refleja en el espejo no cambian ni uno ni otro. En la actividad humana
cambian los hombres y el medio. La seguridad, la autenticidad y la objetividad de nuestro conocimiento, se comprueban
y perfeccionan en el proceso de comunicación con los objetos. La verdad de nuestro conocimiento se somete a prueba
en la práctica, que confirma y justifica nuestras esperanzas o las rechaza por no corresponder a la realidad.
La práctica es una relación particular entre los hombres y el mundo, una relación objetiva. Mientras nos limitamos al
conocimiento de las cosas y las reflejamos en la conciencia, éstas no cambian. Cuando actuamos, se operan cambios
reales y objetivos. Por ello, la práctica nos sirve de criterio objetivo, que determina si se corresponden nuestros
conceptos con las cosas mismas, si los conocimientos, en que nos basamos para actuar, son verdaderos. El gran escritor
Máximo Gorka dijo en cierta ocasión de otro escritor: “Conoce la realidad como si la hubiese hecho él mismo”. El
conocimiento comprobado por el hecho, por la práctica, es el más seguro. Sería imposible vivir en el mundo circundante,
si nuestros conocimientos acerca del mismo fueran falsos, ilusorios. Y nosotros no sólo nos adaptamos a la naturaleza,
nos ajustamos a ella, adivinamos sus acciones, proveemos el curso de los acontecimientos, sino que podemos también
adaptar la naturaleza a nuestras necesidades, hacer que trabaje para nosotros. Toda la historia de la sociedad humana,
que va adquiriendo un dominio creciente sobre las fuerzas de la naturaleza y las va sometiendo a sus intereses,
demuestra la objetividad del conocimiento, su capacidad de reflejar las leyes de la naturaleza. Así se resuelve el
problema del criterio objetivo de la verdad; la práctica histórico-social es el criterio, la medida de la objetividad de nuestro
conocimiento.
La práctica demuestra de modo incontrovertible la posibilidad de conocimiento verdadero, el dominio del ser por el
conocimiento. Tal dominio es un hecho evidente. No se debe dudar de la posibilidad de aquello que existe en la realidad.
Si existen en el mundo los peces, es indudable la posibilidad de vida en el agua. Si existen las aves, es ridículo hacer
disquisiciones acerca de la posibilidad de existencia de seres vivos capaces de volar. Y si tenemos ante nosotros, un
cúmulo de objetos ya conocidos, es absurdo dudar de la posibilidad de conocimiento, de nuestra capacidad de conocer
el mundo. Por cuanto la ciencia demuestra en la práctica, la objetividad de nuestro conocimiento, no hay motivo para
dudar de la posibilidad del conocimiento objetivo. Nada demuestra de manera tan convincente e incontestable, la
realidad de la posibilidad, como su realización. La práctica correcta y eficaz, basada en la teoría, es el mejor aval de la
misma.
Es posible cometer gruesos errores, al plantear el problema de la relación entre la verdad y la práctica. Algunos fueron
establecidos y, difundidos por los filósofos norteamericanos representantes del pragmatismo o instrumentalismo. La
verdad –afirman- es lo que se justifica en la práctica (“pragmatismo” proviene del griego pragma, práctica), lo que permite
el logro del fin propuesto, las ideas verdaderas no son otra cosa que las ideas útiles, fructíferas, instrumentos (de aquí
la denominación de “instrumentalismo”) que hallan su justificación en la práctica. Esta actitud no tiene nada en común
con el concepto científico de la práctica como criterio de verdad, que hemos expuesto.
Nuestro concepto de la verdad, se basa en la concordancia de las ideas con la realidad objetiva, la verdad refleja lo que
existe y tal como existe. La verdad es objetiva. Domina la verdad quien conoce la verdad. Ocultar la verdad, inducir al
error, sembrar ilusiones, puede ser ventajoso y útil para alguien, puede contribuir al logro de determinados fines, pero
con ello lo falso no se vuelve verdadero. Los éxitos logrados mediante el engaño o el error tampoco convierten lo falso
en verdad. No es verdadero lo que corresponde a los intereses de alguien, sino lo que corresponde a la realidad. En
primer caso la “verdad” se subordina a los deseos subjetivos y halla su justificación en el pragmatismo. En el segundo,
el concepto científico de la verdad se basa en su correspondencia con el curso objetivo de las cosas, y sirve para
confirmar la utilidad de la verdad.
Cuando hablamos de la práctica como criterio de la verdad, nos referimos a la verdad objetiva, a la concordancia entre
las ideas y las cosas reales que reflejan: la marcha de las cosas corresponde a nuestros conceptos (práctica), cuando
los propios conceptos corresponden al curso de las cosas (teoría).
Reconocer que el mundo es cognoscible no significa afirmar que la verdad objetiva llegue de golpe, ya acabada. Por el
contrario, rechazamos esa actitud ingenua ante el conocimiento. La verdad no es innata y no cae del cielo. Las verdades
se adquieren, se logran, se conquistan; requieren del hombre: actividad, tensión, trabajo. La verdad objetiva se logra a
través de innumerables búsquedas y de la superación de dificultades. Cuando afirmamos que la verdad objetiva es
accesible al hombre, que se pueden conocer las cosas en si no queremos decir que poseamos ya, un conocimiento
exhaustivo y perfecto de todo lo existente. Lo cognoscible y lo conocido no son lo mismo. La ciencia no es un depósito
de conocimientos acabados; es, ante todo, un proceso cuyo sentido estriba en la adquisición de nuevos conocimientos
y en el perfeccionamiento de los adquiridos con anterioridad. Al investigar la estructura atómica de la materia los
hombres de ciencia no se conformaron con la comprensión del átomo, como partícula elemental e indivisible, pasaron
a la etapa siguiente, mas elevada, que los llevó a conocer la complejísima interacción de las partículas distintas que lo
componen. Tras confirmar que la tierra es uno de los múltiples (cerca de 120,000 millones) cuerpos celestes de nuestro
sistema solar (galaxia), los científicos, no conformes con los conocimientos logrados, continuaron sus búsquedas y
descubrieron que nuestra galaxia no es más que una de los cientos de millones de galaxias de los sistemas estelares,
que integran la meta galaxia. La cognoscibilidad del universo está demostrada por lo mucho ya conocido, por el gran
número de verdades objetivas descubiertas. Los conocimientos adquiridos, a su vez, constituyen el camino para el
desarrollo ulterior del conocimiento. Lo alcanzado nos impulsa hacia nuevos descubrimientos y nos da la seguridad de
éxitos y logros aún mayores en el campo del conocimiento científico.
El conocimiento es un proceso histórico, el paso de lo desconocido a lo conocido, del saber limitado, aproximado e
imperfecto al saber omnímodo, profundo y preciso. Este proceso es ilimitado; no hay barreras para la adquisición de
conocimientos, no existen fenómenos en principio inaccesibles. Los conocimientos adquiridos por el hombre en cada
etapa de su desarrollo espiritual, son ilimitados. Tampoco los conocimientos asimilados por la sociedad, es una etapa
histórica determinada, son exhaustivos ni absolutos. Pero en el proceso histórico de la sociedad, el volumen y el nivel
de los conocimientos crecen constantemente, y este crecimiento no conoce límites. En una palabra, lo conocido es
limitado, lo accesible al conocimiento, ilimitado. La correlación entre lo ya conocido y lo no conocido todavía, cambia
constantemente en el curso de la historia. Cada conquista nueva abre el acceso a las subsiguientes. Cada nuevo paso
en el desarrollo de la ciencia, nos persuade de que las perspectivas del conocimiento son ilimitadas y de que todo lo
existente es susceptible de ser conocido.
Cuando en nuestra época a mediados del siglo XX, contemplamos el universo conocido, experimentamos un doble
sentimiento. Cuanto avanzamos en relación a la generación precedente y que ingenuos y limitados se nos aparecen los
conocimientos de los hombres de los siglos pasados. Cuando hemos descubierto y comprendido. Como se ensancho
la esfera de lo conocido. Ante la ciencia se ha abierto todo un mundo de fenómenos microfísicas, a manera de un nuevo
continente físico. Nuestros conceptos concernientes al espacio cósmico, se incrementaron infinidad de veces un cúmulo
de lugares antes ignotos, se muestra a la mirada de los astrónomos contemporáneos. Ante los microbiólogos aparece
el reino de los virus y, ante los químicos se extiende el anchuroso camino de la creación de sustancia antes inexistentes.
Y todo ello, en pocos decenios.
Al mismo tiempo, el hombre jamás vio con tanta claridad como ahora, cuánto queda aún por conocer, cuantas lagunas
existen todavía, cuan ilimitadas son las perspectivas de lo cognoscible, aún no conocidas. Cuán poco hemos penetrado
en la profundidad de la corteza terrestre: no más de 7 kilómetros, mientras que el radio de la tierra es de 6,000 kilómetros.
Ni un soso habitante de la tierra estuvo en ninguno de los planetas del cosmos. No sabemos aún sintetizar la molécula
viva, partiendo de sustancias químicas no vivas. Se alzan ante nosotros perspectivas ilimitadas para el desarrollo de los
conocimientos científicos. La envergadura colosal de todos estos problemas y posibilidades no nos aplasta ni nos asusta:
por el contrario, nos impulsa y estimula. Escuchar una mirada retrospectiva, contemplar el camino recorrido, lo logrado,
lo conocido, nos permite mirar con seguridad el futuro, donde tanto le queda aún por conocer y asimilar, a la razón
humana, para convertir lo oculto, lo desconocido, lo incomprensible, en descubierto, conocido y logrado.
El hombre emprendió el camino del conocimiento contando sólo con cinco órganos sensoriales sumamente limitados e
imperfectos. Luego se multiplicaron y perfeccionaron sus posibilidades. En ayuda de los sentidos y para extender los
límites de su experiencia, creó una compleja y diversa técnica, todo un sistema de órganos artificiales de percepción.
Balanzas, relojes, termómetros, telescopios, microscopios, espectroscopios, instalaciones de radar y miles de otros
instrumentos, hicieron accesibles esferas de la existencia que antes no lo eran; enriquecieron, profundizaron y
actualizaron nuestra experiencia. Mundos antes invisibles aparecieron en el campo visual del hombre y fueron
susceptibles de estudio. Al mismo tiempo, se perfeccionó la razón; la lógica y la matemática hicieron que nuestro
pensamiento fuese más flexible, preciso, sutil; capaz de captar los más finos matices y sensaciones, de analizar,
sintetizar y prever el curso de los acontecimientos. De generación en generación se transmite el saber, los medios y
hábitos de conocimiento. Los descubrimientos de los sabios, se convierten en patrimonio, no solo de sus
contemporáneos, sino también de las generaciones futuras. Lo descubierto y conocido una vez, en virtud de la sucesión
histórica, se conserva para la posteridad.
Nuestros conceptos, ideas, teorías que descubren la esencia de las cosas y las leyes de su existencia, no solo se
acumulan y recopilan sino que también se modifican y transforman. La experiencia y la reflexión posteriores descubren
la inexactitud, la parcialidad y el error de algunos conceptos, y requieren su revisión. Lo que pareciera verdadero, puede
resultar sólo parcialmente cierto incluso falso. Los conocimientos profundizados proyectan nueva luz sobre las viejas
teorías, que son sometidas a comprobación y confrontadas en cada nueva etapa del desarrollo científico. Unas se
abandonan por no haberse justificado, por no corresponden a los nuevos hechos descubiertos, otras obtienen nueva
confirmación y se afianzan como verdades objetivas. La verdad se pule, se depura de “escorias”, se comprueba una y
otra vez su autenticidad, en el curso de la historia. Se opera un incesante proceso de perfeccionamiento de la ciencia,
cuyas vías son: las nuevas experiencias, las nuevas reflexiones y, en particular, la continua comprobación en la práctica.
No hay límites para la posibilidad de conocimiento, excepto los históricos. No se trata solo de que en cada época, se
alcanza un grado determinado, fijo, en el camino infinito del conocimiento humano. El problema estriba, en que la ciencia
no tuvo posibilidades ilimitadas en todas las etapas del desarrollo social, lo dificultaba el régimen político imperante. En
las diferentes formaciones económicas sociales que se han desarrollado en el transcurso de la historia, la ciencia en
algunas oportunidades ha tenido vinculación con diferentes sectores. Pero en otras etapas de la historia, la ciencia se
ha convertido en algo extraño y lejano para los hombres y solo ha sido quehacer de algunos privilegiados, es decir
aquellos que pudieron dedicar parte de su vida a la investigación científica, a pesar de que los efectos del trabajo
científico se manifiestan de manera directa en toda la humanidad. Es natural que en esas condiciones, solo pudiesen
participar activamente en la elaboración de conocimientos, en el descubrimiento de nuevas verdades, unos pocos
elegidos. Imaginemos cómo se hubiese acelerado el ritmo e incrementado la envergadura del desarrollo científico, si los
conocimientos hubiesen sido accesibles al pueblo, si en lugar de unas decenas, expedita la creación científica.
¿Cuántos con grandes dotes naturales, vegetaron y continúan vegetando en la ignorancia?
Los períodos históricos en los cuales las diferentes formas económicas sociales no permitían la difusión del
conocimiento, limitaba consecuentemente el que los hombres en general tuvieran acceso a la ciencia. Esta claro que se
registran en períodos determinados un progreso del conocimiento científico y un gran avance en la investigación y
teorización. La ciencia, está claro, es el patrimonio de millones de hombres en la medida de que su desarrollo depende
el desarrollo y bienestar de la humanidad.
Pero está claro que no solo se trata del acceso que los hombres deben de tener a la ciencia y a sus beneficios, sino que
además determinados regímenes ponen trabas y dificultades para la difusión y descubrimiento de la verdad. Quienes
basan su dominio y su poder en la falsedad y el engaño, son enemigos de la verdad, no la consienten, la temen. El freno
al desarrollo del conocimiento no fue, por lo tanto, la impotencia de la razón humana ni la incognoscibilidad de las cosas;
ni el bajo nivel alcanzado por la cultura, sino la restricción consciente y premeditada, por parte de las clases dominantes,
y, con frecuencia, el ocultamiento de la verdad, la difusión de ideas y teorías falsas en aras de sus intereses. He ahí por
qué el afán de verdad, propio de las personas avanzadas, motiva la lucha por la abolición de los obstáculos sociales,
por la transformación de la sociedad, por la instauración de un régimen libre de quienes están interesados en la
ignorancia y la oscuridad de quienes temen a la verdad como los murciélagos al sol.
El conocimiento es fuerza; esto lo comprendió la humanidad, hace mucho tiempo. “El hombre nace dos veces –dice un
viejo proverbio oriental-: la primera, cuando viene al mundo, la segunda, cuando conoce la verdad”. Quienes dificultad
la difusión de los conocimientos científicos, inciden que el pueblo llegue a tener este manantial de fuerza. Todos
comprenden en que consiste la superioridad del vidente sobre el ciego. Es fácil advertir la ventaja que tiene el que ve
las cosas a la luz verdadera, el que conoce mas sobre quien carece de dicha posibilidad. El conocimiento científico
surge de la experiencia vital, de la práctica social, y amplia incalculablemente nuestros horizontes; permite penetrar en
la profundidad de las cosas inaccesibles al ojo no preparado, descubrir su esencia, comprender las leyes del desarrollo
de la naturaleza y la de la sociedad para que nuestra práctica sea aún mas fecunda. El conocimiento científico no solo
amplía los límites accesibles a la comprensión, sino que corrige también los conceptos empobrecidos, basados en la
experiencia superficial de la vida cotidiana. Gracias a la ciencia, pasamos del conocimiento superficial de las cosas a su
comprensión más profunda. Tras de las cosas, tal como nos parecen, aparecen las cosas en sí.
“Para mi –dijo en cierta ocasión el gran escritor norteamericano Ernest Hemingway- lo más sólido es el conocimiento”.
‘Cómo se manifiesta la fuerza que proporciona el conocimiento? Nosotros vivimos en la naturaleza y en la sociedad, que
existen y se desarrollan de acuerdo con sus leyes. Nuestros éxitos y nuestros logros dependen del grado de dominio
sobre las fuerzas de la naturaleza y del desarrollo social, poniéndolas al servicio de nuestras necesidades y afanes.
Mas, para hacerlo, hay que estudiar sus leyes, conocer las fuerzas que las impulsan, descubrir los mecanismos que
dirigen su desarrollo. El dominio de las fuerzas de la naturaleza y de la historia, la capacidad de dirigirlas, necesita
conocer profunda y científicamente, las leyes que las rigen. La posibilidad de previsión científica, permite prever la
marcha de los acontecimientos, actuar sobre ellos y dirigirlos. El conocimiento del universo conduce a su dominio: el
hombre que conoce no vive entre objetos ajenos enigmáticos y misteriosos; sabe acerca de las particularidades y las
leyes que rigen las fuerzas y fenómenos que lo circundan, sabe lo que puede esperar de ellos y como se puede influir
sobre ellos. Para actuar de modo consecuente sobre el mundo, hay que comprenderlo. Para transformar el mundo, hay
que desentrañarlo.
Un solo camino, permite adquirir y acrecentar los conocimientos: la asimilación y el desarrollo de los progresos
científicos. No hay otro. No existen otras fuentes ni otros medios de conocer el universo. La ampliación de nuestros
conocimientos. No podemos esperar del medio que nos rodea, ni de nosotros mismos, la ampliación de nuestro saber,
sino de los descubrimientos que efectúan, las diversas ramas de la ciencia. De allí dimana todo lo nuevo que conocemos,
todo lo que enriqueció y enriquece constantemente nuestro conocimiento de las cosas existentes.
De las llamadas Sagradas Escrituras, los hombres del siglo XX no han podido saber nada que no supieran los del XV,
o X. Lo que contienen (independientemente de que sea verdadero o falso), no se incrementa, no se renueva, no se
desarrolla. Si sustentáramos nuestros conocimientos en los libros religiosos, permaneceríamos en el mismo nivel en
que se hallaron nuestros antepasados. Y si los hombres hubiésemos confiando en los conocimientos que proporciona
la religión, no hubiésemos avanzado ni un solo pasó en el conocimiento de la naturaleza. La fe religiosa se basa en la
creencia de que Dios creó el mundo.
Lo expuesto en las “sagradas escrituras” es presentado como inaccesible e inquebrantable. Con eso se frena el
desarrollo del conocimiento, ya que este exige una renovación y un perfeccionamiento constante. Y lo nuevo que
nosotros supimos y sabemos, no se debe a la rutinaria y estancada religión; lo conseguimos gracias a la búsqueda y
descubrimientos incansables de los investigadores. La historia del conocimiento muestra que si bien nos queda todavía
mucho por conocer, el único camino para hacerlo es el que hemos seguido hasta ahora: la ciencia. Ella nos ha mostrado
lo que ya sabemos y lo que nos hace falta. No hay nada inaccesible al conocimiento científico, cuyo camino es distinto
al de la revelación divina, las profecías o los sueños fatídicos; o sea el no científico.
Las convicciones y creencias no fundadas en los conocimientos científicos, y que los contradicen, son nocivas no solo
porque no corresponden a la realidad, e inducen a error, sino también porque adormecen el pensamiento, extinguen la
sed de saber, y el interés por el mundo circundante. Si el hombre se convence de que ignora o no comprende algo, ello
le induce a desear, buscar y adquirir los conocimientos. Si queda preso del error y la superstición, no surgirá el deseo
de conocer la verdad y jamás la conocerá.
Pero todos los logros de la ciencia son logros del hombre. Nadie nos dio los conocimientos, ni surgieron de la nada.
Todo cuanto hemos logrado y lo que logremos en el futuro, lo debemos y de deberemos a nuestras manos y a nuestro
intelecto; es y será el resultado del tenaz e insistente escuerzo secular, del colosal trabajo físico e intelectual de muchas
generaciones humanas.
Nunca aparecieron con tanto relieve, la fuerza y la potencia que proporcionan los conocimientos como en nuestra época.
Jamás se vio tan claro el enorme papel que desempeña la ciencia en la vida del hombre. La ciencia ha conquistado tal
lugar en nuestra vida, que se ha hecho imposible negarla o rechazarla como hicieran en el pasado, los enemigos del
progreso.
La industria, la construcción, el transporte, la agricultura, la sanidad e incluso la vida cotidiana están lejos de ser todas
las esferas en las que se aplican, en gran escala, los adelantos de la ciencia moderna. Vivimos en una época de
revolución técnica. El descubrimiento de la energía atómica, el dominio del espacio cósmico, el automatismo en la
producción, la cibernética, que construye máquinas capaces de realizar ciertas operaciones mentales, la obtención de
los mas diversos materiales artificiales, que reemplazan a las materias primas naturales y que las superan en muchos
sentidos; todo ello abre una nueva era de progreso técnico, que permite mejorar notoriamente las condiciones de trabajo
y de vida de los hombres.
Apoyándose en los adelantos de la ciencia moderna, el hombre puede obrar prodigios, ante los cuales palidecerán los
“milagros” inventados por los autores de los mitos religiosos. Los progresos científicos y técnicos se adelantan ahora a
la fantasía. Si apareciese hoy entre nosotros un hombre de los siglos pasados, ¿no creería hallarse en el país de las
maravillas? Y estos son los primeros pasos, el comienzo de la realización de las gigantescas posibilidades que se abren
ante la humanidad. Es difícil imaginar los prodigios que obrará el hombre, cuando todos los pueblos del mundo rompan
sus cadenas de miseria y esclavitud, y arrojen de si los prejuicios y supersticiones.
Vivimos en una época muy compleja, conmovida por agudas contradicciones. Se operan acontecimientos grandiosos.
El tiempo, que aceleró su carrera, aporta mucho de nuevo, de extraordinario. No se puede participar consciente y
activamente de los procesos históricos, ni es posible orientarse en el entrelazamiento contradictorio de los
acontecimientos si no se poseen los conocimientos teóricos, ni se domina la forma científica del pensamiento.
En la época actual no es posible dominar la totalidad de los conocimientos alcanzados por la ciencia moderna. Su
volumen es tal, que incluso los científicos especialistas sólo dominan a la perfección determinados campos del saber.
Pero se puede y se debe poseer un concepto científico del universo, que permita dominar el método, tener una actitud
científica en el conocimiento del universo y de la vida, y plantear correctamente los problemas que surgen ante el
hombre.
La mutua relación entre los hombres, consecuencia del desarrollo de las comunicaciones y de los diversos medios de
transmisión, incrementó en alto grado el contacto y la interdependencia de las diferentes regiones del mundo. Ningún
pueblo puede vivir al margen de lo que acontece en el orbe. El destino de los hombres está vinculado, por miles de hilos,
a lo que sucede en todas partes. Jamás fue tan fuerte la interdependencia de los hombres, como en la actualidad.
El hombre es impotente ante el impetuoso alud de enormes cambios que experimenta el mundo, si no está pertrechado
de conocimientos que le permitan comprender las leyes que los rigen, y ver lo principal, lo esencial y decisivo, en el
abigarrado cúmulo de fenómenos. La diferencia entre el hombre dotado de un concepto científico del universo y el
hombre carente de él. Es la misma que la existente entre el palo que flota a la deriva y el navegante que sabe adonde
se dirige y tiene en cuenta el movimiento de las olas y la dirección del viento.
Para actuar con seguridad, nuestro concepto del universo debe ser científico, debe basarse en el nivel de conocimientos
alcanzados por la ciencia.
El concepto científico aborda el universo, la naturaleza y la sociedad, todo cuanto acontece en derredor de nuestro y en
nosotros mismos, basándose plenamente en los principios, las deducciones y los métodos del conocimiento científico y
sin dejar a la supervivencia de concepciones anticientíficas o a las supersticiones. El verdadero concepto científico
alumbra el camino hacia un camino mejor, dispersa la oscuridad de la ignorancia, muestra las cosas tal y como son la
realidad, pone al descubierto la verdad y arranca las falsas caretas. Al mismo tiempo, enseña como cambiar el mundo,
como mejorarlo, para que la vida humana sea feliz y gozosa.
Antes de poder entender la ciencia tal como la conocemos ahora –como una institución social con su propia tradición y
sus propios métodos características-, es necesario examinar, antes que nada, sus orígenes. Ahora bien, el estudio de
los orígenes de la ciencia presenta un doble problema. El primero consiste en la dificultad –inherente a todos los estudios
sobre el origen de algo- de que cuando nos remontamos hasta llegar a los periodos críticos en los cuales se hicieron las
innovaciones básicas, se hace más arduo el descubrimiento de lo que realmente ha ocurrido. Solo que, en el caso de la
ciencia, se presenta otra dificultad adicional, debido a que la ciencia no aparece en un principio en una forma reconocible,
sino que se fue distinguiendo gradualmente de los aspectos mas generalizados de la vida cultural de esas épocas. Así,
es necesario buscar sus fuentes ocultas en las historia de las artes y de las instituciones humanas.
Debido a que el carácter esencial de la ciencia lo constituye su interés en las manipulaciones y transformaciones
efectivas de la materia, la corriente científica principal proviene de las técnicas prácticas del hombre primitivo; la ciencia
mostrada e imitada, y no aprendida de memoria. La expresión de la ciencia, sin embargo, es inicialmente verbal y luego
escrita; por consiguiente, las ideas y las teorías de la ciencia son extraídas de la vida social y provienen, a su vez, de la
magia, la religión y la filosofía.
La influencia de la cultura de las épocas antiguas afecta a nuestra cultura actual a través de una cadena ininterrumpida
de tradición, de la cual sólo la parte más reciente es una tradición escrita. Nuestra elaborada civilización mecánica y
científica ha surgido por entero de la técnica material y de las instituciones sociales del pasado remoto, en otras palabras,
de los oficios y costumbres de nuestros antepasados. El descubrimiento de estos oficios y costumbres constituye la
tarea de los historiadores y de sus colegas –los arqueólogos, los antropólogos y los filólogos. Ellos trabajan con los
registros materiales y escritos del pasado y por medio del análisis de las costumbres y lenguajes actuales de los pueblos
primitivos y de los civilizados.
Ahora bien, en esos períodos primitivos los hechos son conocidos de modo fragmentario e imperfecto y son difíciles de
reunir. En su mayor parte, únicamente son accesibles a los expertos en campos especializados, que ordinariamente se
han ocupado de establecer las secuencias correctas y las interacciones de las culturas, y rara vez se han interesado en
los problemas que presenta la indagación de los orígenes y las influencias de las ciencias. Debido a que yo no soy
historiador ni erudito, sino un científico activo, las reconstrucciones que hago tienen la limitación de ser provisionales y
abiertamente susceptibles de crítica. Pero, es justamente de esta crítica y de las investigaciones a que la conduzca, de
donde se podrá llegar a establecer un cuadro coherente y razonable.
Desde luego, hubiera sido posible dejar completamente a un lado la exposición de los períodos primitivos. Aún así se
podría escribir una explicación perfectamente inteligible de una ciencia moderna y, tal vez, de la ciencia medieval. Pero
semejante explicación resultaría engañosa. Mucho de lo que se tendría que aceptar como cierto, presentándolo como
evidente por si mismo o como arbitrario, es efectivamente resultado de los factores específicamente científicos y sociales
operante en la antigüedad. Por ejemplo, el gran debate acerca de la revolución de las esferas celestes, que señala el
principio de la ciencia moderna, es ininteligible sin el conocimiento del origen mítico cosmológico de dichas esferas, que
se remonta por lo menos hasta las primeras etapas de la cultura mesopotámica.
En esta segunda parte trataremos de dar, en forma esquemática, una explicación de la creación y la diferenciación de
la ciencia, en relación con los primeros desarrollos de las sociedades humanas. El gran período histórico tratado aquí
comprende dos grandes etapas, divididas por la invención crucial de la agricultura. La primera etapa comprende la Edad
Paleolítica entera, cuya base es la recolección de alimentos y la caza. La segunda etapa incluye los períodos de la
agricultura primitiva (Edad Neolítica); de la primera cultura urbana fluvial en Egipto, Mesopotámia, la India y la China
(Edad de Bronce); y las primeras ciudades independientes basadas en los oficios y el comercio (Edad de Hierro),
comprendiendo las civilizaciones clásicas de Grecia y Roma. Para los propósitos de este libro es conveniente separar
este último período, en parte porque nos es mucho mejor conocido por las fuentes escritas de que disponemos, pero
más todavía porque su tradición se ha incorporado directamente a la ciencia moderna. De acuerdo con esto, la segunda
parte se encuentra dividida en tres capítulos: capítulo segundo, la Edad Paleolítica; capítulo tercero, Edad Neolítica y
edad de Bronce; y capítulo cuarto; Edad de Hierro y Cultura Clásica.
En cada uno de éstos períodos los hombres han hecho contribuciones a las técnicas y a las ideas que constituyen la
base necesaria de la ciencia. En la Edad Paleolítica se produjeron las principales maneras de manipular y conformar los
materiales, incluyendo el uso del fuego, el conocimiento práctico de la existencia y los hábitos de animales y plantas
en la naturaleza salvaje. Lo mismo que las invenciones sociales fundamentales del parentesco, el lenguaje, los ritos, la
música y la pintura. La cultura urbana de la Edad Neolítica trajo consigo, junto con la agricultura, el tejido y la cerámica,
las invenciones sociales del simbolismo pictórico y de la religión organizada. La Edad de Bronce agregó los metales, la
arquitectura, la rueda y otros artefactos mecánicos; también produjo algo de mayor importancia aún: la decisiva
invención social de la ciudad misma. –la civis de la civilización, la polis de la política. La ciudad fue la que hizo posible
los progresos técnicos y, con ellos, todo un conjunto de invenciones intelectuales, económicas y políticas –los números,
la escritura, el comercio- dentro del dominio de la evolución del nuevo sistema de clases y de gobierno organizado.
Entonces empezó a surgir una ciencia consciente y las disciplinas distinguibles de la astronomía, la medicina y la química
adquirieron sus primeras tradiciones.
La Edad de Hierro no produjo una transformación notable en la técnica material, no obstante que agregó el vidrio y
mejoró las herramientas y las máquinas. Su principal contribución consistió en extender y propagar la civilización, con
el empleo del nuevo metal económico –el hierro-; sin embargo, las invenciones sociales del alfabeto, el dinero, la política
y la filosofía prepararon el terreno para el rápido desarrollo y extensión de las técnicas y la ciencia. Fue en este período
cuando los griegos reunieron la experiencia técnica de los antiguos imperios y la desenvolvieron en la primera ciencia
enteramente racional, que tiene una conexión directa e ineludible con nuestra propia ciencia. Sin embargo, el período
clásico fue también una época de guerras y conflictos sociales, de esclavitud y opresión. Su expresión final, el Imperio
Romano, aportó poco a la ciencia y mucho a las obras públicas y al derecho. A causa de sus contradicciones inherentes,
sobrevivió gradualmente su decadencia política e intelectual y, con su derrumbe, la ciencia de antigüedad clásica quedó
eclipsada; pero, otras ramas paralelas siguieron floreciendo en Persia, la India y la China, y prepararon el camino para
un nuevo avance.
Las ciencias naturales –el sistema de ciencias de la naturaleza- constituye una de las tres ramas esenciales del saber
humano; son la base teórica de la industria y la agricultura, la técnica y la medicina; el fundamento científico de la
filosofía del materialismo, de la interpretación dialéctica de la naturaleza. El conocimiento de la naturaleza es resultado
de la actividad teórica y productiva del hombre. Las ciencias naturales tienen un doble objetivo: 1) descubrir la esencia
de los fenómenos de la naturaleza, conocer sus leyes y prever sobre su base los nuevos fenómenos, y 2) señalar las
posibilidades de aplicar en la práctica las leyes sobre la naturaleza, que han sido conocidas.
La ciencia nace al calor de las necesidades de la práctica social y, principalmente, de la producción material. Son objeto
de observación y de síntesis científica; ante todo, los fenómenos de la naturaleza relacionados de un modo o de otro
con la vida material de la sociedad, con la producción. La práctica de la producción ha impulsado al hombre al
conocimiento de las causas de los fenómenos tales como los cambios del día y la noche, las estaciones del año, las
variaciones del tiempo, el desbordamiento de los ríos. Las necesidades prácticas movieron al hombre a la necesidad de
conocer las causas de las enfermedades de los hombres y los animales, a estudiar las cualidades provechosas y novias
de los vegetales, las características y las costumbres de los animales, a conocer las propiedades mecánicas, físicas y
químicas de los cuerpos, de los minerales, etc.
En un principio, los conocimientos del hombre eran muy limitados, se aferraban a la memoria de las gentes y se
transmitían en tradición oral a lo largo de los siglos. Estos conocimientos se reducían, fundamentalmente, a la
experiencia productiva del hombre. Pero, al desarrollarse la sociedad, con la división del trabajo y la diversificación de
las actividades humanas, con la aparición de las clases y del Estado, se ensancharon los conocimientos del hombre
acerca del mundo circundante. La memoria del hombre individual no podía retener todos los conocimientos y surgió la
necesidad de registrar por escrito las observaciones y generalizaciones de lo observado. Surgió así el arte de la
escritura.
La escritura no fue, como no lo fue tampoco el lenguaje articulado, la invención de un solo hombre. Fue como medio de
intercambio de pensamientos y vehículo de acumulación de conocimientos, el resultado de los esfuerzos de muchos
hombres. Sin embargo, durante mucho tiempo, el arte de la escritura, en su forma mas desarrolladas, se mantuvo al
igual que la ciencia, como monopolio de un círculo reducido de personas en los medios de las clases dominantes: los
sacerdotes, el clero, los funcionarios y los intelectuales.
El arte de la escritura, una vez conocido, se convirtió en poderoso medio de acumulación de conocimientos, que pudieron
así transmitirse de generación en generación y de unos pueblos a otros. Al principio el registro por escrito de diversas
clases de noticias y observaciones era algo desordenado, incoherente y, no pocas veces, contradictorio. Quienes sabían
escribir registraban las noticias de las campañas, guerras, las victorias y las derrotas, la vida, los usos y costumbres de
otros pueblos, la fauna y la flora de diversos lugares, etc. Y se recogían, asimismo las observaciones relacionadas con
la base sobre que descansa la vida de la sociedad: la producción (la época del desbordamiento de los ríos, el comienzo
de las faenas del campo, el tiempo en que maduraban los frutos, etc.). Mas tarde, los apuntes fueron ordenándose y
sistematizándose; los conocimientos acumulados permitieron establecer nexos entre ellos, descubrir la
interdependencia entre los fenómenos y sus leyes. Surgieron así, los primeros rudimentos de la ciencia.
La astronomía surgió de la necesidad práctica de conocer las leyes que rigen el cambio de las estaciones del año y de
la necesidad de orientarse para viajar en la noche. En el antiguo Egipto y en Babilonia, donde la agricultura se hallaba
íntimamente vinculada a las inundaciones de los ríos, los conocimientos astronómicos eran indispensables para poder
calcular los períodos en que se producían las inundaciones de los ríos que se desbordaban.
El desarrollo de la astronomía exigía el de la matemática, como base obligada de ella. Generalmente, los astrónomos
antiguos eran al mismo tiempo destacados matemáticos. La necesidad de medir los campos hizo nacer la geometría.
La construcción de grandes edificios y las complicadas obras hidrotecnias (canales, presas, diques, etc.), así como las
necesidades de la navegación y de las artes de la guerra, hicieron surgir la mecánica, la que, a su vez, impulso el
desarrollo ulterior de la matemática.
La necesidad vital de la lucha contra las enfermedades de los hombres y de los animales hizo que aparecieran la
medicina y la veterinaria; y ello contribuyó, a su vez, al nacimiento y desarrollo de la botánica, la zoología, la anatomía
y la filosofía.
Por regla general, las ciencias naturales daban respuesta a los problemas planteados por la producción y generalizaban
las enseñanzas de la práctica. Mucho antes de la que formulase el principio de que el frotamiento se convertía en el
calor, el hombre había aprendido a producir el fuego frotando dos palos. Antes de que se descubriera la ley de la
transformación de la energía, ya se realizaba prácticamente esta operación (en la máquina de vapor). Lo que no debe
interpretarse en el sentido de que la ciencia solo pueda generalizar pasivamente las experiencias previamente
conseguidas en el campo de la producción. Nada de eso: la ciencia, apoyándose en las síntesis teóricas de las
enseñanzas de la práctica, lleva a cabo descubrimientos que impulsan y revolucionan la propia producción.
Tal ha ocurrido, por ejemplo, con el descubrimiento de la leyes del vapor y la invención de la máquina de vapor, con el
descubrimiento de las leyes de la electricidad, el de la energía atómica, con el descubrimiento por Michurin de las leyes
sobre la plasmación artificial de las formas de los organismos, con el de la leyes del fomento de la fecundidad del suelo,
llevado a cabo por los sabios rusos Dokuchaev, Kostychev y Prianishnikov, etc.
La influencia de la producción, de las necesidades económicas, sobre el desarrollo de la ciencia no siempre es directa,
inmediata, sino que adopta a veces, formas indirectas. Pero de un modo o de otro, las necesidades de la vida material
de la sociedad determinan siempre y dondequiera el desarrollo de la ciencia, aunque los mismos hombres de ciencia
no se den, a veces, cuenta de ello.
Algunos historiadores afirman que no es la ciencia la que depende de la producción social, sino que por el contrario, el
estado y el desarrollo de la producción dependen del desarrollo de la ciencia. Según ellos, la ciencia es el fruto de las
puras cavilaciones y especulaciones del investigador recogido en la soledad de su laboratorio o de su cuarto de estudio,
al margen de la vida y de sus necesidades. Pero el mejor mentís a esta concepción idealista lo de la producción, las
necesidades técnicas, han ejercido sobre la aparición y el desarrollo de las ciencias mayor influencia que decenas de
universidades, La moderna gran industria seria inconcebible sin la mecánica, la física y la química modernas, pero, a su
vez, el vertiginoso desarrollo de estas ciencias ha sido determinado, cabalmente, por las necesidades de la gran
industria, basada en las conquistas de las ciencias naturales. La física y la química modernas no podrían concebirse sin
la grandiosa técnica de nuestro tiempo, la cual puesta en manos de los físicos y los químicos, da como resultado la gran
industria.
La historia de todos los grandes descubrimientos científicos demuestra que la fuerza motriz en el nacimiento y el
desarrollo de la ciencia ha sido la práctica social, las necesidades del desarrollo y de las fuerzas productivas, las
necesidades del desarrollo económico, la lucha de clases.
Los mayores éxitos logrados en el desarrollo de las ciencias naturales en los siglos XVII y XVIII correspondieron al
campo de la mecánica, de la astronomía y de la ciencia matemática, relacionada con ellas. Estas ramas del conocimiento
científico eran las más directamente vinculadas con las apremiantes necesidades de la creciente industria y con el
desarrollo de la vida material de la naciente sociedad capitalista.
A diferencia de todos los modos de producción anteriores, basados en una técnica rutinaria, el modo de producción
capitalista se basa en la técnica a base de máquinas, inseparable de la aplicación de la ciencia a la producción. Y son
precisamente las necesidades del desarrollo de la producción, de la técnica maquinista, las que determinan y explican,
fundamentalmente, el impetuoso desarrollo de las ciencias naturales.
El primer período de desarrollo de las ciencias naturales la época del capitalismo, a partir del siglo XVI, trajo consigo
grandiosos descubrimientos en el campo de las matemáticas, de la mecánica y de la astronomía, pero en lo tocante al
estudio de los fenómenos orgánicos no rebasó los límites de las etapas iniciales del conocimiento. Todavía no fueron
investigados, entonces, ni las formas orgánicas en su sucesión histórica (paleontología), ni los cambios históricos de las
condiciones geológicas del desarrollo de los organismos (geología). Los naturalistas seguían enfocando la naturaleza
desde el punto de vista metafísico. Para un estudio más profundo y certero de las formas de la vida orgánica, no bastaban
“los dos fundamentos primarios, la máquina y la ciencia de la forma estructural orgánica principal, de la célula”.
Desde mediados del siglo XVIII, y sobre todo a partir del XIX, los grandes descubrimientos científicos fueron abriendo
una brecha tras otra en la concepción metafísica de la naturaleza; la teoría de Kant Leplace sobre los orígenes naturales
del sistema solar; la doctrina sobre el desarrollo histórico del planeta y la teoría paleontológica sobre la sucesión
coherente de los cambios operados en las formas orgánicas de la tierra; la aparición de la química orgánica y la creación
artificial de organismos, que vinieron a demostrar la posibilidad de aplicar las leyes químicas en el campo de la
naturaleza viva, el descubrimiento de la teoría mecánica del calor y de la ley de la transformación de la energía; el de la
estructura celular de los organismos; los descubrimientos de Lamarck, Darwin, Michurin, Timiriazey y Pavlov, al igual
que muchos otros, llevados a cabo en el campo de las ciencias naturales, vinieron a poner de manifiesto la unidad de
la naturaleza y los nexos internos existentes entre todas sus formas, en un desarrollo histórico ininterrumpido.
La teoría del desarrollo no podría haber triunfado en la ciencia bajo las condiciones del feudalismo, en que la producción
se mantenía en una relativa inercia, en que toda la vida social discurría con una gran lentitud y en que prevalecía una
ideología religiosa extraordinariamente conservadora. El capitalismo destruyó las relaciones feudales, revolucionó la
producción y aceleró con ello el curso de la vida social. La revolución operada en el modo de producción trajo consigo
las revoluciones políticas burguesas. Y todo ello imprimió un poderoso impulso a los grandes progresos logrados en el
campo de las ciencias naturales.
La ciencia en la sociedad burguesa, es una prisionera y una servidora del capital, un instrumento de la explotación. Bajo
el capitalismo, el trabajo y la ciencia se hallan en una relación antagónica: el desarrollo de la ciencia, como el de las
fuerzas productivas, conduce en esa sociedad al empobrecimiento de los trabajadores.
La avidez de las máximas ganancias, la competencia y las exigencias planteadas por las guerras imperialistas obligan
a los capitalistas a desarrollar la técnica y la ciencia. Pero esta misma ambición de la ganancia máxima empuja a los
capitalistas, por otra parte, a limitar el desarrollo de la ciencia y de la técnica, cuando los nuevos inventos ponen en
peligro la obtención de dicha ganancia. Los monopolios capitalistas someten por entero a sus intereses y a sus fines las
actividades de la investigación científica. Bajo las condiciones del capitalismo, los laboratorios e institutos de
investigación científica se crean con sujeción al mismo principio que cualquier empresa capitalista; son sencillamente,
empresas capitalistas de un tipo especial y dotado de un equipo complicado. Cientos y miles de sabios e ingenieros
trabajan en ellas bajo las órdenes y el control de los monopolios capitalistas.
El desarrollo de la ciencia, y principalmente el de la física, el de la química y de las demás ciencias aplicadas que guardan
una relación directa con el desarrollo de la técnica, no se interrumpe, como es natural, en la época de la descomposición
del capitalismo, pero cobra, al llegar a este período, un carácter unilateral y deforme. Se descubren nuevas fuentes de
materias primas y energías, nuevos materiales y sucedáneos: la energía atómica, la bencina sintética, los materiales
plásticos, etc. <pero, bajo las condiciones del imperialismo, todas estas conquistas no sirven más que para reforzar la
explotación y la miseria de las masas, para crear nuevos y mas perfeccionados artefactos de matanza y destrucción.
Hemos visto mas arriba que la ciencia surge al calor de las necesidades de la práctica, que se desarrolla en íntima
relación con las necesidades de los avances de la técnica, con las exigencias de la producción. Las ciencias naturales
sirven a las necesidades de la producción. El conjunto de los conocimientos científicos, contrastados y confirmados con
la práctica, nos ofrecen la verdad objetiva. Estos conocimientos verdaderos, científicos, van acumulándose de
generación en generación, de una a otra época, de una a otra formación social. No se destruyen al ser sustituida una
base económica por otra, sino que se conservan, se multiplican y siguen desarrollándose.
Los teoremas de Euclides, la ley de la gravitación universal, la ley de la conservación de la materia, la ley de la
conservación y transformación de la energía, etc., son verdades objetivas, que no dependen del hombre ni de la
humanidad. Las leyes de las ciencias naturales y técnicas pueden servir a diferentes modos de producción.
Ahora bien, la ciencia no consiste solamente en la formulación de leyes, teoremas y axiomas, sino también en su
interpretación y generalización filosófica, teórica. Y, en este terreno, se despliega en la ciencia una enconada lucha de
opiniones.
La historia de la ciencia es la historia de la lucha entre el conocimiento y la fe, entre la ciencia y la religión, entre el
materialismo y el idealismo; la historia de la lucha entre las tendencias retardatarias, reaccionarias, conservadoras.
Lucha que, en la sociedad de clases, es un reflejo de la lucha de clases.
En el tiempo de Darwin, se liberaba la lucha entre los darwinistas y sus adversarios. En nuestro tiempo, la física, la
química y la biología, y no digamos las ciencias sociales, son la palestra en que se mantiene una enconada lucha entre
tendencias antagónicas, la lucha entre el pensamiento científico avanzado y las tendencias que pugnan por tirar de la
ciencia hacia atrás, preconizando teorías idealistas y metafísicas, radicalmente enemigas de la ciencia.
Pero, al lado de esto, existe y es también común, una diferencia esencial entre las ciencias naturales y las sociales. Por
si mismo objeto de investigación, la mayoría de las ciencias sociales, en especial la economía política, la sociología, la
teoría del Estado y del derecho, afectan a los intereses de las clases explotadoras, y esto hace que provoquen las más
bajas pasiones, que desencadenen “las furias del interés privado”.
Las ciencias sociales, a las que se denomina también ciencias humanas, son el conjunto de cuantas se ocupan del
hombre y de la sociedad, las cuales se diferencian de las ciencias de la naturaleza (ciencias naturales) también por la
aplicación práctica de sus leyes. Entre las ciencias humanas se destacan las ciencias del pensamiento. Las ciencias
sociales constituyen el sistema de todas las esferas de los conocimientos sobre la sociedad, sobre las leyes de su
aparición y desarrollo; sobre su estructura, los diversos elementos de la misma y las diferentes facetas de la vida social;
sobre la existencia y la conciencia sociales y su interacción sobre el hombre, su formación, actividad, desarrollo y estado;
sobre las comunidades humanas: clases, naciones, grupos y las relaciones entre ellos, y sobre la cultura material
espiritual.
Como la cultura es la premisa para la aparición y existencia de la sociedad, existen ciencias que se hallan en la influencia
de las ciencias sociales y las ciencias naturales (antropología, geografía, medicina, etc.) La filosofía, en calidad de
ciencia que se ocupa de las leyes más generales del desarrollo de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento constituyen
una rama especial. Existen ciencias sociales que estudian aspectos, procesos y fenómenos aislados de la sociedad: la
economía, la política, el derecho, el Estado, la lengua, la literatura, etc., las cuales abarcan todas las manifestaciones
de la vida social. Sin embargo, la simple acumulación de las ciencias sociales no es suficiente para proporcionar una
idea de la sociedad como un sistema conjuntado. Por eso, a la par que las ciencias que estudian las esferas, fenómenos
y procesos sociales, existe la ciencia que investiga el desarrollo de la sociedad en su integridad. Como método general
de las ciencias sociales y método de transformación de la sociedad, figura el materialismo histórico.
La unidad de las cosas del mundo determina la unidad, en cuanto a objetivos y metodología, en el conocimiento de la
naturaleza y de la sociedad, la unidad de principio entre las estructuras lógicas de las ciencias naturales y sociales.
Pero, junto a esta unidad, en el conocimiento de los fenómenos sociales existen particularidades específicas, que están
condicionadas por el carácter de la sociedad como una formación especial –social- que es. Por eso, es inadmisible,
tanto enfrentar y establecer una barrera entre los problemas relacionados con las ciencias naturales y el conocimiento
histórico social, como identificarlos sustituyendo las cuestiones a tratar por la sociología por los fenómenos de la
naturaleza y limitando su método a los de las ciencias naturales. La sociedad es una continuación de la naturaleza, y
por eso las ciencias sociales constituyen el análisis de sus premisas naturales.
La sociedad constituye, ante todo, un objeto de estudio mucho mas complicado que las ciencias naturales.
El rasgo específico del conocimiento de la sociedad se debe a que los propios hombres forjan su historia y son al mismo
tiempo, actores y autores de su drama histórico mundial. El carácter variable de la sociedad también influye en su
conocimiento, ya que los procesos que se someten a análisis se convierten con gran rapidez en historia, cuyo estudio
se halla bajo la influencia del presente. La teoría del pasado se interpreta indefectiblemente a la luz de lo actual. El
conocimiento de la sociedad es “esencialmente relativo, en cuanto se limita a la comprensión de la coherencia y las
consecuencias de ciertas formas de sociedad y Estado existentes solo en un tiempo determinado y para pueblos dados
y perecederos por naturaleza. El que en este terreno quiera salir a la caza de verdades definitivas de última instancia,
de verdades autenticas y absolutamente inmutables, conseguirá poco botín como no sean trivialidades y lugares
comunes de lo mas grosero”. En las ciencias sociales existe el peligro del relativismo absoluto, peligro que se refleja,
por ejemplo, en las teorías burguesas del presentismo. La teoría científica rechaza semejante relativismo: no obstante,
la necesidad de desarrollo que experimentan las teorías sociales es indudable, esto se halla relacionado tanto con el
desenvolvimiento del propio objeto como con los cambios que se producen en la comprensión de su esencia. En este
sentido, todas las ciencias sociales son históricas, ya que investigan “las condiciones vitales de los hombres, las
instituciones sociales, las formas jurídicas y estatales con su sobre estructura ideal de la filosofía, religión, arte, etc., en
su sucesión histórica y en su resultado actual”.
En el conocimiento de los fenómenos sociales, existen en cada época límites históricamente condicionados, los cuales
se hallan determinados por el desarrollo de las condiciones materiales de vida de la sociedad. Pero como las ciencias
sociales estudian la esfera de las relaciones económicas, políticas e ideológicas de los hombres, se hallan íntimamente
ligadas a los intereses de la clase. Las ciencias sociales apoyan o rechazan determinado régimen social, lo cual
determina la actitud que respecto a ellas manifiestan las clases dominantes, que se benefician de los organismos
sociales existentes. En una sociedad con contradicciones antagónicas de clase no puede existir una ciencia social
“imparcial”. Las relaciones de clase y las posiciones que con respecto a ellas adoptan los pensadores de cada época,
determinan en grado sumo el desarrollo del conocimiento de la sociedad. Al mismo tiempo conviene distinguir entre la
posición honrada que puede adoptar determinado teórico y la apología sin trabas del régimen existente. Por ejemplo, al
mismo tiempo que se debe señalar la honradez científica del ideólogo de la burguesía industrial, Ricardo, debe
condenarse a Malthus, cuyas conclusiones “…sobre los problemas científicos están fabricadas –con miras- a las clases
dominantes, en general, y especialmente hacia los elementos reaccionarios de estas clases; y eso significa que Malthus
falsifica la ciencia por complacer los intereses de dichas clases”.
Los progresos en el desarrollo del pensamiento humano acerca de la sociedad tienen lugar, sobre todo, en las épocas
revolucionarias, cuando madura la crisis de las relaciones existentes y se fortalecen lo suficiente los elementos de las
nuevas relaciones sociales y las posiciones de las nuevas clases sociales, que promueven también a sus representantes
teóricos.
El carácter específico del conocimiento de los fenómenos sociales consiste además en que el resultado del desarrollo
histórico adquiere ante los ojos de numerosas personas la consistencia de los fenómenos naturales y las únicas formas
posibles de la vida social. “La reflexión acerca de las formas de la vida humana, incluyendo por tanto el análisis científico
de esta, sigue en general un cambio opuesto al curso real de las cosas. Comienza post festum y arranca, por tanto, de
los resultados preestablecidos del proceso histórico”. En este sentido, para el conocimiento de la sociedad es de
extraordinaria importancia la madurez del objeto a investigar, ya que únicamente sus formas desarrolladas pueden
constituir la premisa necesaria de un conocimiento verdaderamente científico. La ausencia de semejante premisa, los
intentos de crear teorías sociales que no se basen en una realidad desarrollada han constituido y constituyen la causa
fundamental de que vean la luz ideales irrealizables, sistemas ideológicamente falsos y estructuras utópicas. La
aparición de una verdadera ciencia de la sociedad resulta posible únicamente en determinado estadio de desarrollo de
la sociedad y de su conocimiento. Al mismo tiempo, hay que subrayar que el carácter específico del conocimiento de los
fenómenos sociales no significa en modo alguno que los conocimientos acerca de la sociedad en el plano lógico y
metodológico sean también específicos.
7.- NOCIONES FUNDAMENTALES DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO
Eli de Gortari
Los movimientos, cambios y transformaciones a que se encuentran sujetos los procesos existentes están regulados por
ciertas relaciones invariantes, a las que denominamos leyes objetivas. Las leyes objetivas son las formas generales en
que se producen las transformaciones de los procesos, de sus propiedades y de sus interacciones. Las leyes exhiben,
entonces, la irregularidad de las variaciones, que es lo único constante que se conoce en el universo. Dichas leyes son
objetivas porque gobiernan el comportamiento de los procesos, independientemente de nuestra voluntad y de nuestra
conciencia. Además, como todo lo existente, las leyes objetivas son susceptibles de ser descubiertas y determinadas
por medio de la investigación científica. Incluso, podemos decir que la historia de la ciencia y de la técnica es, en cierto
modo, la historia del descubrimiento de esas leyes y de su utilización. En todo caso, es imposible explicar el
comportamiento de los procesos, y menos todavía predecirlo, si no se conocen las leyes que regulan dicho
comportamiento.
Cuando se consigue descubrir una ley objetiva, se expresa en la forma de una ley científica. Por lo tanto, la ley científica
es una reconstrucción racional que refleja a la ley objetiva. Entonces, aún cuando su determinación se mejore con el
avance del conocimiento. La ley científica sólo puede representar a la ley objetiva de un modo cada vez más aproximado,
pero sin llegar a coincidir nunca con ella. En todo caso, la ley científica representa a la ley objetiva, de una manera
análoga al modo como el concepto representa a una clase de procesos objetivos. Una vez establecida, la ley científica
enuncia una relación necesaria que se cumple en diversas condiciones y cuyos efectos se manifiestan en la producción
de acciones determinadas en los procesos. En cada caso, los efectos de una ley dependen específicamente de las
condiciones concretas en que se encuentren los procesos. Inclusive, esos efectos pueden ser opuestos; como sucede,
por ejemplo, con la ley de la inercia que, por ponerse a cualquier cambio de movimiento, producen el efecto de que un
cuerpo se resista a empezar a moverse, cuando está en reposo relativo y, también, produce el efecto de que un cuerpo
se resista a detenerse, cuando se encuentra en movimiento. Entonces, aunque nunca es posible cambiar las leyes
objetivas, ni tampoco se puede sustraer proceso alguno a su cumplimiento inexorable, no obstante, si es enteramente
factible modificar las condiciones y obtener así otros efectos diferentes. De esa manera es como el hombre ha logrado
transformar los efectos del cumplimiento de las leyes, alterando convenientemente las condiciones en que se encuentran
los procesos afectados. Ese es uno de los conocimientos fundamentales adquiridos por la humanidad desde el comienzo
de la actividad científica; y en tal conocimiento se apoyan el desarrollo tecnológico y la experimentación.
Las leyes no determinan el comportamiento de los procesos, sino que lo regulan en condiciones determinadas. Esto es,
que la ley no anticipa lo que le ocurrirá singularmente a un cierto proceso, sino lo que le sucederá cuando se cumplan
tales y cuales condiciones. En ese sentido, las leyes desempeñan la función de predecir lo desconocido –los cambios
que se producirán- con base en lo conocido –o sea las condiciones que se han determinado-. Así, la ley explica los
procesos conocidos y predice el comportamiento de otros procesos de la misma clase. Como consecuencia, la
generalización de una relación necesaria, expresada en la ley, constituye una predicción universal. Por otra parte, las
leyes científicas sirven como instrumentos de las investigaciones ulteriores y, en tanto que cumplen con esa función, se
constituyen en partes integrantes del método científico. Algunas leyes científicas expresan de una manera simple ciertos
hechos objetivos que nos son familiares. Otras leyes se refieren a procesos menos aparentes y mas complejos, que
incluyen relaciones complicadas y conceptos mas refinados. Hay muchas leyes que se expresan mejor por medio de su
formulación matemática; sin que tal formulación tenga que ser necesariamente cuantitativa o métrica. La formulación
abstracta más elemental de una ley científica es la que se hace al establecer una función matemática con dos variables,
admitiendo que entre esas dos magnitudes, que varía de manera correspondiente, existe siempre la misma relación.
Lo más importante es que las leyes científicas explican el comportamiento de los procesos, cuando se conocen las
condiciones de su cumplimiento y, a la vez, predicen el comportamiento futuro de cualquier proceso de la misma clase,
tanto en esas mismas condiciones como en otras diferentes. De esa manera, las leyes científicas sirven para responder
a las principales interrogaciones de la ciencia; sobre el qué, el dónde, el cuándo, el cómo y el porqué de los procesos
existentes. O sea, dicho en otras palabras, acerca de las formas de su existencia, del lugar en que se encuentran, del
momento en que ocurren, de los modos y manera de su comportamiento, y de las causas y razones por las cuales se
producen. Como se puede advertir, las leyes representan constricciones en el comportamiento de los procesos. Sin tales
constricciones, el universo sería completamente caótico, es decir, que no sería un cosmos o todo ordenado. La
organización de los procesos, sus simetrías, sus interacciones, sus movimientos, junto con las regularidades de su
comportamiento y otras muchas modalidades de su existencia, imponen un gran número de constricciones a los
procesos. Cada ley científica es, entonces, la expresión determinada de una constricción. Así, por ejemplo, la ley de
Newton sobre el movimiento planetario establece que, entre todas las posiciones y velocidades posibles, solamente un
pequeño grupo es el que se cumple en la realidad. En ese sentido, la ley excluye muchas posiciones y velocidades de
las plantas, prediciendo que nunca se producirán. Por consiguiente, el cumplimiento de una ley viene a ser,
simultáneamente, una predicción negativa. Solo que, la misma constricción inexorable impuesta por la ley científica,
aunada al conocimiento de las condiciones específicas –que son igualmente restrictivas-, es lo que permite predecir
acontecimientos futuros. En rigor, la posibilidad misma de hacer cualquier predicción implica, ineludiblemente, la
existencia de algunas restricciones conocidas.
Algunas leyes expresan una relación causal, en virtud de lo cual ciertos acontecimientos se producen necesariamente
como efectos, por ser justamente las consecuencias de otros acontecimientos determinaos como causas. Otras leyes
son funcionales, porque solamente determinan la coexistencia necesaria de ciertos acontecimientos, conforme a una
relación determinada. Y hay otras leyes que se refieren a relaciones estadísticas, las cuales permiten predecir los
acontecimientos con una probabilidad determinada. Así, por ejemplo, el hecho de que un líquido fluya de un nivel
superior a otro inferior, debido a la energía de gravitación, es algo necesario que obedece a una relación causal, como
lo es la establecida por la ley de la conservación de la energía. En cambio, la segunda ley del movimiento de Newton
expresa una relación funcional; la aceleración de un cuerpo es directamente proporcional a la fuerza ejercida sobre
dicho cuerpo e inversamente proporcional a su masa inercial. Como es fácil advertir, no se indica que la fuerza anteceda
o suceda a la aceleración y, por ende, no se le puede considerar ni como causa ni tampoco como efecto, sino
simplemente como coexistente con la aceleración. Pro otra parte, el hecho de que el calor fluya de un cuerpo mas
caliente a otro mas frío, debido a la energía térmica, es algo probable que obedece a una ley estadística. En ese caso,
la ley representa la síntesis de las observaciones que se han hecho sobre un número de ocurrencias del acontecimiento
en cuestión. Sin embargo, aunque es muy grande la probabilidad de que suceda lo antes dicho, también podría llegar a
ocurrir que el calor fluyera del cuerpo frío al cuerpo caliente, sin que se violase por ello la ley de la conservación de la
energía.
Las leyes que gobiernan a la naturaleza se encuentran vinculadas mutuamente, tal como se advierte claramente a través
de las influencias recíprocas que se ejercen entre unas y oras. En rigor, no existen leyes aisladas, sino sistemas de leyes
que rigen los diversos niveles de la naturaleza. Y, debido a que dichos niveles coexisten, también existen
simultáneamente los diversos sistemas de leyes que les corresponden. Más aún, existen leyes que pertenecen a varios
sistemas a la vez, como sucede con la ley de la conservación y de la transformación de la masa y la energía. En esas
condiciones cualquiera de los procesos que observamos en nuestra vida cotidiana se encuentran regidos por el sistema
de leyes de la física clásica. Pero, al mismo tiempo, en los niveles internos de ese mismo proceso, coexisten otros
sistemas de leyes como son las termodinámicas, las atómicas y las nucleares. Cada uno de esos sistemas tiene su
propia esfera de acción y, a la vez, hay una interacción de todos ellos, que se manifiestan de muchas maneras. Por otro
lado, ese mismo proceso que observamos en nuestra vida diaria. Está sometido exteriormente a diversas interacciones
con otros procesos y, también, participa de las acciones correspondientes al nivel astronómico de la naturaleza, aún
cuando sea solamente como un elemento ínfimo.
En la sociedad, al igual que en la naturaleza, existen leyes que gobiernan los diversos procesos y su desenvolvimiento.
Algunas de esas leyes corresponden al desarrollo social en su conjunto y en todas sus etapas. En cambio, hay otras
leyes que rigen únicamente indeterminados sistemas sociales y que carecen de vigencia en los otros. Por consiguiente,
tales leyes sociales específicas tienen la misma duración histórica que el régimen al cual pertenecen y caducan junto
con éste. De manera, cuando surge una forma más avanzada de organización social, se empieza a restringir
rápidamente el cumplimiento de las leyes del antiguo régimen, hasta que la nueva organización acaba por desplazar
por completo a la vieja y hacer desaparecer sus leyes específicas. Por lo tanto, como el desarrollo de la sociedad siempre
es obra de la acción humana, resulta que las leyes sociales peculiares de un régimen determinado se transforman como
consecuencia de la actividad colectiva.
Por lo anterior, tenemos que entre las leyes de la naturaleza y las leyes de la sociedad existen coincidencias y diferencias
importantes. En ambos dominios de la existencia, las leyes generales son permanentes y su cumplimiento es inflexible;
aun cuando sus efectos se pueden hacer variar, cambiando las condiciones en que se cumplen. En la naturaleza los
diversos niveles de la existencia coexisten y no pueden hacer desaparecer, ni tampoco las leyes específicas que los
gobiernan. De acuerdo con los conocimientos comprobados, hay un solo nivel de la existencia que surgió después de
los otros, que es el nivel biológico; y, también, se ha establecido la conjetura de que la vida podría llegar a desaparecer,
sin perjuicio de que se mantuviera la existencia de los otros niveles (químico, termodinámico, atómico, nuclear, etc.). En
cambio, se ha comprobado históricamente la desaparición de algunas formas de organización social y se puede
considerar que todas ellas terminarán por desaparecer. Entonces al desaparecer un régimen social, junto con éste
desaparecen sus leyes específicas. Por consiguiente, transformando el régimen social se puede poner fin a la existencia
de ciertas leyes, con el necesario surgimiento de otras leyes nuevas. Sin embargo, nunca se debe olvidar que, en tanto
siga existiendo un régimen social, subsistirán las leyes respectivas y, por ende, su cumplimiento seguirá siendo
inexorable.
La ley es una explicación que ofrece una perspectiva de conjunto y desde un nivel elevado, para las investigaciones
ulteriores. Como es sabido, la ley explica tanto los procesos de los cuales fue extraída, como los procesos de la misma
clase, aunque no se conozcan ni se hayan producido. La ley es una interpretación y una explicación de los resultados
experimentales, en donde la razón ha introducido la continuidad, la precisión y generalización. En todo caso, la ley es
siempre aproximada, porque el científico interpola en los datos ignorando las inflexiones y los máximos y mínimos que
ocurren a veces en el intervalo entre dos datos) y extrapola mas allá de lo abarcado por los datos (transponiendo los
límites de lo experimentado). Por otra parte, la investigación determina después cada vez mejor los límites de aplicación
de las leyes. Cuando una ley queda comprobada de manera innegable, se adquiere un conocimiento cierto que ninguna
especulación posterior puede destruir, ni deteriorar, ni siquiera menoscabar. Si no sucediera así, sería imposible la
actividad científica. Lo único que puede ocurrir es que se descubra la necesidad de formular otra ley, para explicar los
procesos de una clase más general. En ese caso, dicha explicación tiene que ser única, tanto para el comportamiento
de los procesos anteriores como el de los nuevos y, al mismo tiempo, se ponen de manifiesto los límites del cumplimiento
de la ley anterior. Por lo tanto, la nueva ley tendrá que adoptar necesariamente la forma particular de la ley anterior y
confundirse con ella, cuando se aplique el dominio de su cumplimiento específico. El procedimiento de aproximaciones
sucesivas, entendido de esa manera, es el que permite avanzar a la ciencia. Así, las estructuras construidas
objetivamente no son derribadas por los progresos logrados, sino que más bien quedan integradas en estructuras más
amplias.
Una teoría científica está constituida por un conjunto de leyes ordenadas sistemáticamente, que permite explicar el
comportamiento de los procesos de sus características. En consecuencia, la teoría es el sistema de leyes que explica
los conocimientos correspondientes a una ciencia o una de sus ramas. Por ejemplo, las tres leyes del movimiento y la
ley de la gravitación universal, establecidas por Newton, constituyen fundamentalmente la teoría de la mecánica clásica,
la cual permite explicar la dinámica de los movimientos de todos los cuerpos terrestres y celestes. Una teoría es
científicamente válida, cuando explica los conocimientos de los otros procesos pertenecientes al mismo dominio, aún
cuando todavía no hayan sido experimentados. Lo que es más, cuando se impone la necesidad de formular una teoría
de mayor amplitud que la establecida hasta entonces, por haberse descubierto hechos que no pueden se explicados,
resulta indispensable que la nueva teoría, además de explicar los hechos conocidos (entre los cuales se encuentran
incluidos los que impusieron la necesidad de hacer una nueva interpretación explicativa), también permita la predicción
o anticipación racional de otros hechos y haga posible su verificación experimental.
La estructura de una teoría científica cumple con las siguientes condiciones características:
1. Es una imagen racional formada para explicar el comportamiento de los procesos existentes en un dominio
determinado
2. Se basa en las regularidades observadas y comprobadas en el comportamiento de los procesos de ese demonio;
3. Entre todas las teorías posibles, la existencia objetiva acaba por imponer una sola y de un modo inequívoco; y
eso puede ocurrir aún antes de que se recorra el sendero lógico conducente a la demostración de dicha teoría;
4. La única condición suficiente para mantener la validez de una teoría, es su comprobación experimental.
5. Es necesario que todos los elementos incluidos en una teoría o implicados por ella, permitan el reconocimiento
de los procesos objetivos correspondientes, éstos ocurran en el experimento o en el desarrollo racional.
6. Es indispensable que tanto el punto de partida de la teoría, como la estimación de sus resultados, solamente
impliquen experimentos posibles.
7. De toda teoría establecida se infieren consecuencias lógicamente necesarias, cuya validez dependerá de los
resultados experimentales correspondientes.
8. La consistencia de una teoría significa, en último extremo, que las consecuencias lógicas inferidas de ella no están
en desacuerdo con las experiencias correspondientes.
9. Las consecuencias inferidas de una teoría, por necesidad lógica terminan por constituirse en las imágenes
racionales de las consecuencias objetivamente necesarias del correspondiente comportamiento de los procesos
existentes.
10. El dominio de una teoría se amplia con la diversificación de los experimentos y con la exactitud de las mediciones,
llegando a comprender así muchos procesos no conocidos en el momento en que se estableció originalmente la
teoría.
11. Aún cuando se hayan postulado varias teorías para tratar de explicar el comportamiento de los procesos de un
cierto dominio, se prefiere aquella teoría que establezca la explicación más simple, en tanto que siga
representando todos los resultados experimentales obtenidos.
12. De una teoría se va desprendiendo un cierto número de hipótesis parciales, siempre el mas corto posible; tales
hipótesis permiten la corrección experimental de la teoría, no obstante que el resultado de la prueba lleva a la
refutación de alguna de esas hipótesis y a su consecuente sustitución;
13. La introducción de hipótesis exclusivas para cada nuevo comportamiento descubierto, conduce a la desaparición
de la teoría;
14. Cuando se presenta la necesidad de introducir una nueva hipótesis fundamental en una teoría, ha llegado el
momento de limitar el dominio de dicha teoría y de establecer, en su lugar, una nueva teoría con validez universal
para todos los procesos entonces conocidos;
15. El desarrollo histórico de las teorías, junto con la sucesiva introducción de teorías cada vez mas amplias, que
incluyen a las interiores como casos particulares, expresa la continuidad de los procesos existentes y permite la
conexión sistémica y la analogía entre todas ellas y, por lo tanto, entre todos los dominios del universo.
Cuando una teoría se encuentra suficientemente desarrollada, hasta el punto de que se le pueda considerar completa,
es susceptible de ser formulada rigurosamente, quedando expresada como un sistema formalizado. En esas pruebas
de Goedel y de Cohen, resulta que de una teoría se desprenden tres consecuencias importantes. En primer lugar, las
leyes conocidas que forman parte de la teoría, se pueden inferir de ésta en la forma de teoremas (proposiciones
susceptibles de demostración) o de empiremas (proposiciones susceptibles de verificación experimental). En segundo
lugar, la teoría explica las leyes que la constituyen, agregando algo mas que no está contenido en las leyes consideradas
por separado, porque únicamente resulta del sistema en conjunto. En tercer lugar, la teoría predice y explica por
anticipado otras leyes nuevas, cuya existencia no se sospechaba antes de que la teoría quedara formulada
sistemáticamente. La mayoría de las leyes son descubiertas como resultado de experimentos y su formulación sigue la
secuela señalada antes. Pero, también se pueden anticipar otras relaciones invariantes en el comportamiento de los
procesos –y, por ende, otras leyes- partiendo de las leyes conocidas, siempre de acuerdo con el contexto de la teoría
bien determinada, formulada estrictamente y con sus postulados esclarecidos. Solo que, naturalmente, lo que se formula
entonces es una hipótesis, que requiere ser pasada por la prueba del experimento, antes de poderla incorporar al sistema
de la teoría respectiva.
Los principios científicos expresan aquellas regularidades en el comportamiento de los procesos que se cumplen en
varios niveles, de la existencia o, inclusive, en el universo entero. En otras palabras, los principios son las leyes comunes
a diversas disciplinas científicas. Por consiguientes, los principios forman parte integrante de varias teorías científicas
y, algunos de ellos, de todas a la vez. Así, por ejemplo, la ley de conservación de la cantidad de movimiento se cumple
en todos los niveles de la existencia estudiados por la física, abarcando desde las galaxias hasta las partículas
elementales; y por ende, dicha ley es un principio que forma parte integrante de las teorías correspondientes a esos
niveles. Otras ilustraciones las tenemos en el principio de la conservación de la carga eléctrica, el principio de la
conservación y la transformación de la energía y la masa, la ley del valor (que es un principio para todos los regímenes
en que existe producción mercantil) y el principio de la correspondencia entre las relaciones de producción y las fuerzas
productivas (que se cumple en todas las formas de organización social).
Los principios científicos son constituyentes básicos de las teorías respectivas, al igual que las otras leyes específicas
de cada una de ella. Cuando se consigue poner de manifiesto el modo particular en que se cumple la regulación
expresada por un principio científico en un proceso concreto, entonces es posible obtener mayor información acerca de
ese mismo proceso o, por lo menos, es posible predecir con una aproximación muy grande algunas de sus propiedades
que todavía no sean conocidas experimentalmente. Los principios científicos también permiten diseñar la forma de las
leyes nuevas que hagan falta en una teoría y sirven para predecirlas específicamente, hasta, en aquellos casos en que
los datos experimentales no sean suficientes para intentarlo de otra manera. En ciertas circunstancias, los principios
científicos llegan a servir para predecir igualmente la estructura de las nuevas teorías, cuando se impone la necesidad
de establecerlas.
En la realización de la actividad científica se parte de varios supuestos primordiales. Tales supuestos tienen, al comienzo
de cada investigación, el carácter de postulados, es decir, de aseveraciones admitidas sin prueba. Pero después, en el
curso de cada investigación, dichos postulados se comprueban una y otra vez, sin excepción alguna. Entre los
postulados de que se parte para emprender cualquiera investigación, tenemos los tres siguientes:
Además de los postulados primordiales del conocimiento científico, existen otros postulados de menor generalidad, cuyo
cumplimiento se extiende a un grupo de ciencias, como ocurre, por ejemplo, con los postulados de las ciencias naturales.
Igualmente, cada ciencia posee sus propios postulados específicos y, más todavía, cada rama científica tiene sus
postulados peculiares. Así por ejemplo, son bien conocidos los postulados de la geometría.
En cada investigación concreta se parte de un conjunto de postulados que está formado por los postulados de la
disciplina en particular, los del grupo de ciencias a que pertenece y los postulados generales del conocimiento científico.
Al comenzar una investigación, dichos postulados son considerados estrictamente como hipótesis por verificar, junto
con aquellas hipótesis que expresamente se trate de comprobar experimentalmente o de demostrar racionalmente. En
esas condiciones, al terminar la investigación, además de los resultados que se obtengan sobre el propósito concreto,
también se consigue una verificación específica del conjunto de postulados tomado como punto de partida. Como
consecuencia de esa verificación, los postulados se convierten en explicaciones comprobadas para ese caso específico
y, por esa misma razón, se transforman en fundamentos de la investigación efectuada. De esa manera, los postulados
se van tomando en fundamentos de las investigaciones en que resultan comprobados. Sin embargo, en cada nueva
investigación por realizar, a pesar de las verificaciones recibidas en los casos anteriores, los postulados recobran su
carácter de hipótesis primordiales y, como tales, tienen que ser sometidos nuevamente a prueba. Así, los postulados se
encuentran sujetos a un proceso continuo y reiterado de verificación, a través del cual adquieren, cada vez mas y con
mayor amplitud, el carácter de fundamentos del conocimiento. Por lo tanto, los postulados tienen el rango de
fundamentos comprobados con respecto a los conocimientos ya adquiridos y, simultáneamente, mantienen su rango de
supuestos primordiales en lo que se refiere a las nuevas investigaciones que se inician.
La selección y la formulación de los postulados de la ciencia no se pueden hacer arbitrariamente. Por lo contrario,
siempre es indispensable verificar primero una cierta relación está implicada efectivamente en todos los conocimientos
adquiridos en una disciplina, en un grupo de ciencias o en todas en conjunto, antes de poder considerar a dicha relación
como fundamento de sus conocimientos y, por consiguiente, como postulado de las investigaciones posteriores. Otra
cosa muy importante es que los conceptos que figuran en los postulados son, indefectiblemente, las categorías
correspondientes al dominio científico en cuestión. Entonces, la confirmación de que los conceptos relaciones en una
proposición son categorías de la disciplina considerada, constituye una contraprueba de que tal proposición es un
postulado. En todos los casos, los fundamentos de cada disciplina han tenido que se descubiertos en los conocimientos
mismos, a través de una laboriosa investigación lógica y mediante su comprobación ineludible en la experiencia. Tal es
el procedimiento objetivo que se sigue para llegar a la determinación de los fundamentos de una ciencia, que luego son
empleados instrumentalmente como postulados de la misma.
El juicio es la formulación del pensamiento en la cual se establece una relación determinante entre dos o más conceptos.
La relación que se formula en un juicio puede haber sido obtenida como resultado de un experimento o como
consecuencia de un razonamiento. Por lo tanto, en cada juicio se expone la determinación de un conocimiento logrado
o de una hipótesis por verificar. El juicio se formula para precisar, ampliar o profundizar la determinación de las
propiedades, aspectos o conexiones de un proceso o de un grupo de conexiones, cuyas características se encuentran
expresadas en forma de conceptos. Entonces en el juicio se establece la relación que dicho concepto tiene, o es posible
que tenga, con otro concepto, para avanzar en su determinación. El concepto que recibe la determinación es
denominado sujeto del juicio, en tanto que el concepto utilizado para determinarlo recibe el nombre de predicado. Por
ejemplo, en el juicio; “Todos los peces tienen aletas” el concepto “pez” es el sujeto el concepto “animal que tiene aletas”
es el predicado. De esa manera, el concepto “pez” queda determinado por el concepto “animal de tiene aletas”. Sin
embargo, una reflexión mas profunda nos lleva a descubrir que el concepto “animal que tiene aletas” también recibe
cierta determinación del concepto “pez”. En consecuencia, resulta que el predicado de un juicio es determinado por el
sujeto. En algunos casos, esa determinación mutua entre el sujeto y el predicado es bastante ostensible. Por ejemplo,
en el juicio “Toda ecuación de primer grado con dos incógnitas representa una recta y, a la vez, toda recta representa
una ecuación de primer grado con dos incógnitas, se advierte claramente cómo es que los dos conceptos, “Ecuación de
primer grado con dos incógnitas” y “recta”, se determinan recíprocamente en la misma medida. Pero, en la mayoría de
los casos, sucede que la determinación correspondiente del predicado por parte del sujeto. Con todo, en sentido estricto,
el juicio es una relación funcional entre dos términos que son, a la vez, determinantes y determinados, uno con respecto
al otro. Por consiguiente, cada uno de los términos del juicio es simultáneamente sujeto y predicado.
El juicio se expresa lógicamente por medio de una proposición ya sea utilizando las palabras del lenguaje ordinario,
empleando símbolos matemáticos o por medio de diagramas. En todo caso, cada juicio se puede enunciar por medio
de varias proposiciones diferentes, ya sean lingüísticas, simbólicas o gráficas. Y las varias proposiciones que expresan
un mismo juicio, son equivalentes desde el punto de vista lógico. En su expresión verbal, los juicios pueden enunciarse
como proposiciones categóricas, disyuntivas o condicionales. Las proposiciones categóricas son aquellas en donde la
relación entre los términos se expresa mediante una afirmación o una negación. Así, por ejemplo, son proposiciones
categóricas. “Toda mercancía tiene valor de uso” y, también, “Ningún reptil actual es volátil”. En las proposiciones
disyuntivas, la relación entre los términos del juicio se expresa por medio de las dos o tres alternativas que tiene. Por
ejemplo, los mismos juicios anteriores se pueden enunciar como proposiciones disyuntivas, de la siguiente manera: “Los
objetos que tenemos a nuestro alcance son mercancías con valor de uso, o tienen valor de uso sin ser mercancías, o
bien, no tienen valor de uso ni son mercancías”, y, análogamente, en el segundo caso: “Los animales actuales son
reptiles que no vuelan, o son volátiles sin ser reptiles, bien, no son volátiles ni tampoco reptiles”. Por su parte, las
proposiciones condicionales expresan la relación del juicio de tal manera que uno de los términos enuncia la condición
y se denomina antecedente, en tanto que el otro término se encuentra condicionado y recibe el nombre de consecuente.
Entonces, los juicios que venimos utilizando como ejemplos, se expresan como proposiciones condicionales del modo
que sigue: “Si uno de los objetos que nos rodea es mercancía, entonces tiene valor de uso” y, en el otro caso: ”Si un
animal actual es reptil, entonces no es volátil”.
Para facilitar la comprensión y el manejo de las formulaciones del juicio, podemos representarlas igualmente por medio
de diagramas. Un diagrama es una figura, generalmente plana, de la cual nos servimos para representar por medio de
dibujos imágenes racionales, resolver problemas y figurar de una manera gráfica el comportamiento de los procesos.
Los diagramas que utilizamos para representar los juicios, son figuras cuyas relaciones espaciales tienen la misma
estructura lógica de la proposición correspondiente. Por lo tanto, entre el diagrama lógico de un juicio y cualquiera otra
de sus expresiones verbales o simbólicas, existe la misma relación de equivalencia que se tiene ante la representación
gráfica de una línea y su ecuación algebraica correspondiente. En otras palabras, el diagrama de un juicio es
simplemente otro modo de representar la misma estructura lógica del propio juicio. Y, por supuesto, utilizando los
diagramas podemos ejecutar operaciones entre los juicios, inclusive inferencias y demostraciones.
En todas las disciplinas científicas se emplean términos especiales para expresar ciertos conceptos con brevedad y
precisión. El conjunto de dichos términos constituye el vocabulario técnico de la disciplina en cuestión; y, cuando ese
vocabulario se inserta en el lenguaje ordinario, se forma el lenguaje técnico de la misma disciplina. Muchas veces, esos
términos técnicos son representados de manera más simple todavía, por medio de símbolos. En algunas disciplinas
también se emplean otros símbolos para indicar las relaciones entre los términos y las operaciones que se pueden
ejecutar con ellos. De esa manera es como la matemática, por ejemplo, ha creado un lenguaje simbólico completo para
todas y cada una de sus ramas. El manejo de ese lenguaje simbólico permite ejecutar las operaciones que se pueden
ejecutar las operaciones matemáticas con mucha mayor exactitud y sencillez. Pero la matemática no es la única
disciplina en la que se ha establecido un lenguaje simbólico. También en la lógica ha sido factible crear un lenguaje
análogo, que permite expresar concisamente sus formas y operaciones más simples. La lógica simbólica es
sencillamente la lógica expresada en un lenguaje simbólico. Dicho lenguaje es enteramente equivalente a las
expresiones verbales o gráficas de las notables ventajas para la ejecución de las operaciones de análisis lógico y de
inferencias deductivas. La lógica simbólica, sin embargo, todavía se encuentra muy lejos de comprender a la lógica
entera y, por ende, en modo alguno constituye un equivalente de la lógica general.
Como es fácil advertir, a lo largo de nuestra exposición hemos utilizado un gran número de proposiciones, como son,
por ejemplo: “La ciencia es la explicación objetiva y racional del universo”; “La comunicación es la transmisión de
información”; “El método es el camino que conduce al conocimiento”; “La técnica se refiere siempre a una acción e
incluye, necesariamente, la experiencia previa”; “En cinemática se hace abstracción de las fuerzas que producen los
cambios de movimiento”; “Los conceptos son imágenes o símbolos de los procesos existentes”; “Algunas leyes expresan
una relación causal”; y “El juicio se expresa lógicamente por medio de una proposición, ya sea utilizando las palabras
del lenguaje ordinario, empleando símbolos matemáticos o por medio de diagramas”.
En la actividad científica, las proposiciones son empleadas constantemente y desempeñan funciones muy diversas. De
esas funciones, ya nos hemos referido explícitamente aquí a la definición, la ley, la teoría, el principio, el postulado y el
fundamento. En cada uno de esos casos, las proposiciones desempeñan funciones bien definidas. En la inferencia, las
proposiciones tienen otras funciones importantes. Como se sabe, el razonamiento discursivo es una operación mediante
la cual, partiendo de una o varias proposiciones, se deriva la validez, la posibilidad o la falsedad de otra proposición.
Cuando esa operación se realiza rigurosamente y la proposición resultante se desprende con necesidad lógica de las
proposiciones antecedentes, entonces el razonamiento es una inferencia. Pues bien, las proposiciones en que se basa
la inferencia desempeñan la función de premisas y la proposición resultante cumple la función de ser la conclusión.
Otras dos funciones importantes de la proposición son las de asumir el papel de teorema y
el empirema, no son proposiciones primitivas, sino derivadas o derivables de otras
proposiciones del sistema, o de una o varias operaciones experimentales. En particular, un
teorema es una proposición que se obtiene directamente, con apoyo en otros teoremas
previamente demostrados. La demostración formal de cada teorema tiene que
establecerse mediante una secuencia finita de inferencias, en donde cada una de ellas
tiene como premisas a los postulados y las definiciones, o bien, a otros teoremas ya
demostrados. En consecuencia, todo teorema perteneciente a una disciplina se ha de
poder derivar, lógicamente, del grupo de postulados del sistema respectivo. De esa
manera, el teorema es fundamentalmente una proposición demostrable. Por su parte, el
empirema es una proposición obtenida como resultado de la experimentación y que es
susceptible de ser integrada al sistema de la disciplina de que se trate, siguiendo
procedimientos análogos a los empleados en el caso de los teoremas. En efecto, en el
caso de una ciencia experimental, como la física por ejemplo, lo que se hace es establecer
la interpretación o representación del sistema teórico en un modelo objetivo concreto, ya
que en tales condiciones es posible investigar si los empiremas son válidos, en relación
con los procesos reales a los cuales se refieren. En muchos casos, el empirema se
obtiene primero, en calidad de hipótesis, como consecuencia de una serie de
razonamientos; y, después, tiene que ser sometido a la prueba experimental. En todo
caso, el empirema es fundamentalmente una proposición verificable en el experimento.