Política Internacional Wilhelmy
Política Internacional Wilhelmy
Política Internacional Wilhelmy
Manfred Wilhelmy
Hacia el siglo X, el mundo cristiano continuó siendo una unidad. La religión y la Iglesia le dieron esa
comunicación física y espiritual que hizo de unidades diferentes una comunidad en algunos sentidos
mucho más “internacional” que el mundo unificado de nuestros días.
“Estados” han existido siempre. Pero en el sentido que comúnmente damos a la palabra, esta
realidad empieza a configurarse hacia los siglos XV y XVI, y conformaría la base del sistema
internacional europeo. Lentamente, en el transcurso de la Edad Media, comienzan a configurarse
unidades políticas mayores, teniendo un idioma común en casi todos los casos, una unidad territorial
aproximadamente coherente, una filosofía política que destacaba el carácter trascendental del poder
político y una dinastía que le iba dando forma y permanencia en medio de vicisitudes.
Podemos decir que la evolución siguió tres estadíos. En primer lugar, el estado patrimonial, que se
origina a partir de la fragmentación medieval. En seguida ese patrimonio adquiere una unidad
territorial que no puede cambiar sin afectar al menos su entorno internacional. Este paso decisivo es
el que puede llamarse “estado territorial”, y que transcurre aproximadamente entre los siglos XIV
y XVII.
Por último, triunfa en Europa el “estado nacional”, que incluye una “conciencia nacional”, en
otras palabras, presupone una participación social y política más amplia y una legitimación secular
del poder político. Hay varios mecanismos importantes de la configuración de los estados. Ellos
supusieron la formación de una burocracia permanente; la progresiva capacitación del poder real de
“centralizar”; la atribución impositiva; y la constitución de los ejércitos permanentes.
Estos fenómenos definen los contenidos del Estado moderno. Éste se constituye en uno de los actores
del sistema internacional de Estados europeos a partir del siglo XVI; a partir de fines de este siglo ya
se puede hablar de un “concierto de Estados”.
Entre mediados del siglo XVI y mediados del XVII se desarrolló la era de las guerras de religión,
como secuela de la Reforma y la Contrarreforma. Paralelamente se desarrolló el principio de la
“razón de Estado”. En la práctica ello significó que las guerras de religión se entrelazaron con
conflictos dinásticos, económicos y geopolíticos.
España sería la gran potencia del siglo XVI. Francia sería el gran actor internacional entre los siglos
XVII y XVIII, hasta el Congreso de Viena inclusive. Fue la primera potencia europea y la que en este
período más buscó la hegemonía continental. Desde mediados del siglo XVII fue eje de algunas de
las diversas alianzas en torno de las que periódicamente se articulaba el sistema internacional
europeo.
Inglaterra constituye un actor singular en la historia del concierto europeo, autor destacado hasta el
final de la Segunda Guerra Mundial, aunque su período de oro se sitúe en la primera mitad del siglo
XIX. No buscó la hegemonía, pero fue consecuente en impedir la de otras potencias. Su base
económica consistió en el desarrollo del comercio, en la colonización de América del Norte y, a
partir del siglo XVIII, pasó de una política comercial a una de asentamientos territoriales en el
Extremo Oriente.
Austria constituía la última de las grandes potencias clásicas europeas. Su eclipse sería gradual, y
mantuvo un apoyo político al catolicismo de manera más o menos ventajosa. Su poder, salvo el del
territorio propiamente austríaco, de la dinastía de los Habsburgo, era fragmentado y obedecía a
intereses contradictorios. De todas maneras hasta el Congreso de Viena (1814-1815), y todavía
después, mantendría un status de potencia europea mediana.
Los Países Bajos lograrían conquistar su independencia de España entre el siglo XVI y el XVII. Su
poder financiero y su extensión marítima hicieron de lo que sería Holanda una potencia de primer
rango en la Europa del siglo XVII. Pero las guerras de Luis XIV primero, y la rivalidad inglesa
después, pusieron límites a ese poder. La importancia financiera de Holanda tiene una profunda
influencia en el desarrollo económico de la Europa de los siglos XVII y XVIII.
El Siglo de las Luces tuvo sus sombras. Fue un período en el cual abundaron las guerras, pero
limitadas. La guerra fue un instrumento de la política internacional, al que se recurría
constantemente. Los centros de decisión se concentraban en las manos del círculo estrecho de la
jefatura del Estado, el “déspota ilustrado”, aunque muchas veces no fuera ni déspota ni ilustrado.
Esta misma comunidad cultural hizo de las guerras hechos más o menos limitados, a veces
caprichosamente iniciados, pero de los cuales la población civil estaba relativamente ausente.
Además, la misma idea del “equilibrio” y del “concierto europeo”, que impedía la hegemonía de un
Estado, tendía a imponer límites a la ferocidad propia de los encuentros bélicos. Con el siglo avanzó
también una naciente conciencia acerca de la deseabilidad de la paz y de la necesidad de desterrar a
la guerra como instrumento de “intercambio” entre las naciones.
El ideal nacional no se refiere únicamente a una soberanía del poder político, sino en general también
a una relativa unidad lingüística, cultural, étnica y a una conciencia de comunidad, de
“nacionalidad” común. Esta conciencia va unida a un sentimiento colectivo de identificación, a
veces muy agudo (nacionalismo).
El Congreso de Viena (1814-1815) ha tenido una importancia capital en la historia de las relaciones
internacionales. Se puede comparar perfectamente con Westfalia y con Utrecht.
En primer lugar, hay que destacar que tuvo un sesgo doctrinario, casi “ideológico”. Fue la paz de
las potencias victoriosas, pero además la paz de los “restauradores”, que la querían más que por la
paz misma, porque pretendían estabilizar el Antiguo Régimen frente al espectro revolucionario. De
ahí el acuerdo paralelo de la “Santa Alianza”, promovido por Rusia, Prusia y Austria.
Pero no todos los Estados estaban en la misma posición. Inglaterra, tanto por sus instituciones como,
sobre todo, por sus intereses, impidió el desarrollo más acabado de esta posibilidad. En realidad el
concierto bien luego volvería a sus tradiciones de “equilibrio”, sosteniendo Inglaterra una política
de “espléndido aislamiento” que le permitía, con aparente desdén por los asuntos continentales,
mantener una posición mediadora indispensable para un equilibrio multipolar. Además, los
vencedores de 1815 tuvieron la sabiduría de incluir a los vencidos, y bien pronto Francia (restaurada)
sería otra vez actor destacadísimo (aunque no ya la primera potencia) en los asuntos internacionales.
La revolución industrial se desarrollaría hacia 1775-1825. Su consecuencia más directa para las
relaciones internacionales fue otorgar a Europa una superioridad material inalcanzable para el resto
del mundo, lo que le permitiría incorporar a todo el globo al sistema internacional europeo en el
transcurso del siglo XIX. Lo que pasase en cualquier parte incidiría en el equilibrio del concierto
europeo.
Al interior de este último, la consecuencia más importante fue que comenzaría una nueva
estratificación de poder. Aquí estaría la fuente de debilidad rusa, el origen del poder impactante de
Alemania, la consagración por más de un siglo de la debilidad española, y la paulatina pérdida de
poder de Austria, Imperio Austro-Húngaro más tarde.
Uno de los méritos del Ordenamiento de Viena es que supo incluir el desarrollo de estos elementos
tan desestabilizadores. Durante un siglo no se desarrolló otra guerra general en el escenario europeo,
y se adoptó a los cambios a veces dramáticos, permitiendo solamente guerras limitadas y
“civilizadas”, dentro de lo que cabe. El siglo XIX correspondió a la cúspide de la vigencia del
sistema internacional correspondiente al concierto europeo.
Ninguno de los factores referidos a continuación podía significar la erosión irrevocable del concierto
europeo. Pero en su conjunto impregnarían la atmósfera de su tiempo y sentarían las bases para un
fin relativamente caótico (1914-1941) de este sistema internacional.
El nacionalismo, como llevaba a la fundación de nuevos Estados, a veces por la vía de deslegitimar a
algunos ya existentes (Turquía, el Imperio Austro-Húngaro), o a costa parcial de algunos Estados
(Francia), su expansión tendría consecuencias enormemente desestabilizadoras en el sistema
internacional. La fundación del Imperio Alemán constituyó una transformación decisiva del
equilibrio europeo. El Imperio se basó en una Prusia renovada, en una industrialización que haría de
Alemania la primera potencia de Europa.
Ahora se forma una nación demográficamente fuerte, la primera potencia industrial del continente
hacia fines de siglo, segura de sí misma (tal vez excesivamente), que se configuró a partir de una
erosión (relativa) de poder de los vecinos, sobre todo de Francia. Otro escenario importante lo
constituyó la Europa Oriental y la región de los Balcanes. La agonía del Imperio Turco crearía un
eventual vacío de poder, por el que rivalizarían Rusia y Austria-Hungría principalmente. Esta
“cuestión oriental” constituiría una fuente de indeterminables conflictos y sería la chispa que llevaría
a la confrontación de 1914.
Al mismo tiempo, existían factores profundos que afectarían enormemente al sistema internacional:
el imperialismo en primer lugar. Hacia 1870-1900, Francia e Inglaterra ocupan tanto las zonas no
estatales del globo como algunas sociedades antiguas que no pueden resistir la intrusión de Estados
europeos. Alemania e Italia sólo recogieron despojos. En todo caso, este empuje europeo termina por
ocupar el globo e incorporarlo a un sistema internacional global.
Las disputas coloniales dejaron un rasgo extremadamente conflictivo en los actores del sistema
internacional, y contribuyeron a cargar la atmósfera internacional con un aire de enfrentamiento
irreversible. La época del imperialismo ejercería un atractivo irresistible sobre las masas incorporadas
a la vida política. La carrera por las colonias se revistió de un carácter emocional que limitó la acción
más racional de muchos aparatos diplomáticos.
En Japón, la intrusión europea provoca una reacción inmediata de modernización de parte de sus
élites tradicionales. Japón desarrollaría una política con la ambición de crear un imperio como el de
algunas potencias europeas y ser aceptado como par por aquellas.
La guerra fue “mundial”. No sólo porque Europa involucraba al mundo, sino también porque el
mundo se unificó en un sistema de emociones único. En este sentido existe un claro proceso de
ideologización de la guerra, en cuanto que su nueva legitimidad está representada por doctrinas
supranacionales, que le darían gran fuerza a un grupo de actores, los Aliados. Por otra parte, la
Revolución Rusa ayuda a ideologizar el conflicto, gracias a su nueva interpretación de la guerra
internacional como guerra civil internacional. Bajo el liderazgo del presidente Wilson, Estados
Unidos rompe su aislamiento y penetra en la política mundial dispuesto a participar en la
configuración del futuro sistema internacional.
La Paz de París (1919) constituyó la serie de tratados que los vencedores de la guerra firmaron con
cada uno de los vencidos. Pero es más conocido por uno de esos tratados, el de Versalles, concluido
entre Alemania y los Estados vencedores. El “Orden de Versalles” corresponde a la situación
internacional europea y se refiere al predominio de los vencedores en Europa, Francia e Inglaterra en
primerísimo lugar, y a sus visiones divergentes acerca del sentido de ese “orden” que más bien
terminó siendo un desorden y un naufragio casi sin paralelo en la historia.
Versalles no estuvo en la tradición del concierto europeo, en cuanto no consultaba la inclusión más o
menos fluida del vencido en el sistema de los vencedores, como lo fue el Congreso de Viena.
Versalles impuso no pocas arbitrariedades y algunos abusos territoriales, políticos, reparaciones
económicas difíciles de obligar a cumplir.
De este modo el sistema internacional se articuló en dos sectores. En los Estados del statu quo,
Francia e Inglaterra sobre todo, y los Estados revisionistas, Alemania y la ahora Unión Soviética,
sumamente des-potencializados.
El dato clave que permite entender el vacío de poder en el sistema internacional lo constituye la
política internacional de los EEUU. EEUU regresa a una actitud aislacionista y no intervendrá en la
política europea. Una gran potencia no puede definir sus intereses de manera estrecha, y aislarse de
las fuentes de conflicto del sistema internacional. El aislacionismo norteamericano no fue más que un
espejismo que cubrió un intervencionismo estrecho de miras, hasta que en Pearl Harbor el sistema
internacional se le presentó en su forma más brutal, como una guerra de la que no podía sustraerse.
La aparición de la Unión Soviética (aunque este nombre sólo lo recibe de manera oficial en 1922) es
el otro gran acontecimiento de ese año. En la medida en que Moscú llevó a cabo una política
exterior, lo hizo en cuanto Estado “revisionista”, como perdedor de la guerra. En ese sentido, tanto
por motivos políticos (pérdidas territoriales) como por razones doctrinarias (lucha
“antiimperialista”) define como enemigo número uno al “imperialismo anglo-francés”, o sea, el
orden de Versalles. Fruto de ello son los Tratados de Rapallo y de Berlín con Alemania, que
reanudaron las relaciones entre ambos Estados, y que acompañaron al proceso de activa interrelación
económica entre los dos países.
De todas maneras, hasta 1934 la URSS no consideraría necesario constituirse en un actor legítimo del
sistema internacional. En este sentido su política internacional tiene una cierta correspondencia con el
aislacionismo norteamericano.
Desde los años ’80 en la India se formó un movimiento nacionalista e independentista, y desde
comienzos de siglo se formó un movimiento en China que buscaba romper la hegemonía occidental.
La Primera Guerra Mundial acelera e intensifica este proceso. Por una parte, la guerra debilita la
capacidad europea de emplear recursos en el dominio e influencia de las regiones colonizadas. Por la
otra, como la guerra se ideologizó desde un primer instante, no se podía combatir por la
autodeterminación nacional para Polonia y Bélgica, y denegarla a China o a la India.
La India se convierte en un dominio conflictivo para Inglaterra y China se vuelve inmanejable para
las potencias europeas, ya a partir de 1911. Japón, y caso aparte, aumenta su ambición imperial en la
región asiática, y aumenta también su confrontación diplomática con Estados Unidos. La debilidad
franco-británica en la región es aprovechada por Tokio para desarrollar una política activa y
expansionista que obedece a una tendencia iniciada con la renovación del Japón tradicional hacia
mediados del siglo XIX.
La Gran Depresión, que se inició en 1929, origina una crisis política que se prolongó de 1930 a 1933,
y que finalmente culminó en el acceso al poder de un partido político comprometido con una
alteración radical del orden internacional. El nacionalismo alemán se trata de un sistema político
salido del ambiente revolucionario y contrarrevolucionario de la Europa de la primera posguerra.
Introducción
La distinción entre actor y sistema es de carácter analítico, ya que en la realidad ambos aspectos
operan en forma conjunta e inseparable. Una pluralidad de actores tiende a configurar un sistema y
éste es inconcebible en ausencia de actores. Se trata, por tanto, de considerar en una fase del análisis
los miembros, unidades o actores, y en otra el conjunto y sus interacciones.
Se ha entendido por balance del poder un principio de acción política, una máxima de
comportamiento diplomático. La desigualdad entre las coaliciones debe ser moderada: una fuerte
asimetría terminaría con el sistema, permitiendo a un Estado o coalición imponer su voluntad sobre
los demás actores en forma indefinida. La potencia de cuya política depende la mantención o
alteración del balance sería el Estado “balanceador”. Es un sistema que comprende tanto
situaciones de equilibrio como de moderado desequilibrio, con tal de que se trate de un mecanismo
que genere contrapesos político-estratégicos a las pretensiones de uno o varios Estados de alcanzar
una posición de preponderancia sobre los demás. Características del balance del poder:
1. Número de miembros. El sistema requiere por lo menos tres miembros. Sin embargo, se
estima generalmente que un número de cinco o más actores puede hacer viable el balance.
Las potencias menores tendrán una participación marginal en el balance central. Muchas
veces interactúan en diversos balances locales o subregionales, que formarán subsistemas
dentro del sistema central.
2. Poder nacional. La distribución de atributos de poder no debe ser demasiado desigual. En la
medida en que uno de los Estados sea tan poderoso que por sí solo pueda enfrentarse a todos
los demás, no puede darse un balance, y en cambio tiende a surgir un sistema hegemónico.
Por otra parte, ningún miembro del sistema ha de ser tan débil que sea indiferente a su
pertenencia a una u otra coalición.
3. Alineamientos. Se caracteriza por la flexibilidad de alineamiento. La flexibilidad de
alineamiento supone que las alianzas son entendimientos esencialmente transitorios que
deben acomodarse a las circunstancias cambiantes de las relaciones de poder y de los
objetivos políticos de los actores.
4. Preponderancia. El balance del poder funciona en la medida en que los actores no busquen
alcanzar una posición de tal predominio que pudiera llevar a un control unilateral de las
políticas de los demás miembros.
5. Identidad de los actores. Los actores centrales no tratan de excluirse mutuamente del
sistema, pero aceptan eventualmente la eliminación y creación de actores secundarios. En las
guerras entre actores centrales, el objetivo no es la rendición incondicional y el término o
eliminación del adversario. La guerra limitada tiene una función esencialmente política en el
sistema.
Los Estados se consideran mutuamente rivales, pero no enemigos mortales. Todo Estado es para
cualquier otro un posible aliado, por lo que el enemigo es perdonado.
Una diplomacia pura de equilibrio ignora, y debe ignorar, los sentimientos, y no tiene aminos ni
enemigos auténticos. En la medida en que el sistema se vuelve heterogéneo se pierde la moderación,
y eventualmente el sistema puede volverse revolucionario. Estructura y funcionamiento del sistema
bipolar:
1. Número de miembros. Los actores centrales son dos grandes potencias. Éstas constituyen los
“polos” alrededor de los cuales se encuentran otras potencias, formando dos alianzas
compactas o bloques. Morton Kaplan propone distinguir dos variantes de sistema bipolar: la
rígida, en que no habría actores fuera de los bloques, y la flexible, en que existiría la opción
de no alineamiento. No obstante, los no alineados no constituyen un “tercer polo”. Un
sistema bipolar se caracteriza por un grado tan alto de concentración del poder, que las
relaciones entre los bloques tienden intrínsecamente a ser tensas y conflictivas.
2. Poder nacional. Las bases de poder se encuentran fuertemente concentradas en los polos del
sistema. Sólo los polos del sistema tienen intereses político-estratégicos verdaderamente
globales. Las potencias subordinadas tienen intereses locales y en algunos casos regionales.
3. Alineamientos. Son rígidos. La hipótesis de realineamiento de un actor subordinado plantea
una amenaza a la seguridad del bloque. Las alianzas centrales se organizan como
combinaciones virtualmente permanentes.
4. Preponderancia. Cada bloque busca, al menos como objetivo de largo plazo, superar la
situación de bipolaridad. En último término, la eliminación del bloque rival y la consiguiente
transformación del sistema constituyen la única garantía de seguridad integral desde las
grandes potencias enfrentadas en conflicto bipolar. Tal objetivo, sin embargo, no se adopta
como meta inmediata en la medida en que prevalezca la disuasión mutua.
5. Identidad de los actores. En ausencia de disuasión, un conflicto bélico entre bloques tiende a
ser total. El realineamiento lleva a un cambio de identidad internacional, y no sólo a un
cambio de sus políticas que por cierto contrastarán radicalmente con las del pasado.
La práctica del balance en su variante moderada requiere la adhesión de todos los participantes a un
código de conducta diplomática congruente con las reglas del sistema.
La diplomacia
Son acuerdos entre dos o más Estados, destinados al logro de determinados objetivos mediante la
acción conjunta o coordinada de los mismos. La formación de alianzas y su eventual funcionamiento
dependen de consideraciones sobre los intereses de los Estados en determinadas coyunturas
internacionales.
Las alianzas que se fundan en determinadas características del sistema internacional son de
inspiración fundamentalmente pragmática. Otros factores de división entre algunos Estados, y de
alianza entre otros, son los ideológicos. Los factores económicos han generado los más diversos
esquemas de cooperación. Los elementos anteriores permiten entrar a distinguir múltiples tipos de
alianzas.
El uso de la fuerza
El uso de la fuerza por parte de los Estados en sus relaciones recíprocas es una alternativa central de
los gobiernos, aunque en la práctica no sea la regla general que el conflicto internacional se resuelva
en este terreno. La principal modalidad histórica de uso de la fuerza entre los Estados es la guerra.
Otras modalidades incluyen las demostraciones de fuerzas, las alertas, los bloqueos, sabotajes, tomas
de rehenes y asistencia a otras acciones terroristas, la ayuda a grupos o movimientos subversivos o
separatistas, etc.
Hasta el presente, la función central de las armas nucleares ha sido de disuasión. Entendemos por
disuasión aquella relación estratégica en virtud de la cual dos o más partes en conflicto se abstienen
de concretar entre sí eventuales propósitos estratégicos ofensivos, debido a que anticipan que los
costos de una acción de esta especie serían en todo caso superiores a cualquier beneficio que ella
pudiera reportarles.
Los sistemas internacionales, en la medida en que uno o varios actores esperen obtener beneficios
promoviendo la alteración del statu quo, están constantemente sujetos a presiones de cambio. Los
procesos de cambio en el sistema internacional se originan básicamente en el desigual desarrollo del
poder de los actores estatales y otros actores. El sistema internacional constantemente experimenta
desfasajes de diversa magnitud entre su estructura política (el conjunto de relaciones políticas
establecidas y en parte institucionalizadas) y las cambiantes realidades del poder.