Tarea CATEQUISTA

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CATEQUISTA, El

NDC

SUMARIO: I. Tipo de catequista que hoy necesita la Iglesia: 1.


Catequistas con una fe profunda; 2. Catequistas firmes en su identidad
cristiana; 3. Catequistas con fina sensibilidad misionera; 4. Catequistas
con honda preocupación social. II. El ministerio de la catequesis y sus
agentes: 1. Diversidad de ministerios en la Iglesia; 2. Características del
ministerio de la catequesis; 3. Un ministerio que se ejerce colegialmente;
4. Presbíteros, religiosos y laicos en el ministerio catequético; 5. Los
laicos que asumen este ministerio. III. La tarea del catequista: 1.
Identificación del catequista con el carácter propio de la catequesis; 2.
Una tarea de fundamentación y de formación integral; 3. Cómo realiza el
catequista su tarea. IV. La pastoral de catequistas. Dimensiones más
importantes.

1. Tipo de catequista que hoy necesita la Iglesia

No es fácil delinear la figura del catequista que hoy necesita la Iglesia. Su


tarea, si bien es fundamentalmente la misma a lo largo de la historia de
la Iglesia, cobra acentos peculiares según las diversas coyunturas
históricas y culturales. La función del catequista y la manera de realizar
su misión, en efecto, no son exactamente las mismas en un país de
misión, con su cultura propia, y con unos destinatarios cristianos, que en
una Iglesia de antigua cristiandad, con una cultura en rápida evolución y
con unos destinatarios ya bautizados, aunque muchas veces alejados de
la fe.

Por otra parte, el tipo de catequista que hoy necesita la Iglesia hay que
determinarlo, particularmente, en función del horizonte cultural de un
siglo que termina y de otro que se abre; horizonte que está reclamando
una nueva evangelización. Como afirma el Directorio general para la
catequesis, se necesitan catequistas que sepan actuar en el marco
religioso cultural de esta nueva evangelización de los bautizados. Hay
que tener, por eso, muy en cuenta las necesidades evangelizadoras de
este momento histórico, con sus valores, sus desafíos y sus sombras.
Para responder a este momento se requieren catequistas dotados de
una fe profunda, de una clara identidad cristiana y eclesial, de una fina
preocupación misionera y de una honda sensibilidad social (cf DGC 237;
cf IC 44).

1. CATEQUISTAS CON UNA FE PROFUNDA. Vivimos hoy en día en un


modelo cultural dominado por el consumo, por la búsqueda de
satisfacciones inmediatas. Este modelo, entre otras cosas, nos polariza
por el disfrute de lo presente. Las perspectivas a largo plazo y la
esperanza de un más allá no agobian tanto al hombre. Por eso se
constata que los hombres y mujeres de hoy van perdiendo la capacidad
de preguntarse con hondura por el sentido profundo de la vida.
Fácilmente nos convertimos, entonces, en seres superficiales, sin
profundidad, viviendo de manera insignificante e intrascendente. La
pregunta sobre Dios y sobre el más allá queda cada vez más lejana y,
como dijo con acierto el teólogo Paul Tillich, «esta dimensión
trascendente se va convirtiendo en una dimensión perdida».

En este contexto, la Iglesia necesita catequistas imbuidos de un hondo


sentido religioso, con una experiencia madura de fe y un fuerte sentido
de Dios. Dado que «la misión primordial de la Iglesia es anunciar a Dios
y ser testimonio de él ante el mundo» (DGC 23), el catequista ha de ser
capaz de dar testimonio de su fe en Dios y de responder a la inquietud
más honda del corazón humano, muchas veces no consciente: la sed de
absoluto anida en él. Sólo un catequista así devolverá al ser humano el
hondo sentido de la vida y le hará gustar el camino de la verdadera
felicidad.

2. CATEQUISTAS FIRMES EN SU IDENTIDAD CRISTIANA. La Iglesia


necesita hoy catequistas que, junto a una fe profunda, se mantengan
firmes en su identidad cristiana y eclesial. Vivimos, en efecto, en un
mundo marcado por el pluralismo de formas de pensar, de criterios
morales, de estilos de vida diferentes. La uniformidad cultural de antaño
ha pasado.

Esta situación exige de la Iglesia un nuevo modo de presencia, no fácil


de conseguir. Para muchos ciudadanos de una sociedad democrática los
criterios de la Iglesia ya no son el último referente en el que inspirarse.
En este contexto, los cristianos han de acostumbrarse a vivir como una
comunidad concreta y bien definida, en medio de grupos humanos que
tienen otros valores y otra forma de concebir la vida. En muchos sitios,
incluso, la concepción cristiana de la vida es juzgada como cosa
trasnochada y del pasado.

En medio de tal pluralismo ideológico y axiológico, la Iglesia necesita


catequistas que se sientan firmes en sus convicciones cristianas, y que
sean capaces de educar a los niños, jóvenes y adultos para que sepan
confesar su fe y dar razón de su esperanza, por estar anclados en las
verdades esenciales de la fe, en convicciones serias y en los valores
evangélicos fundamentales. Hoy se pide a los catequistas, ante todo, que
sepan educar testigos en medio de un mundo donde el relativismo ético
ha ganado terreno.

2. CATEQUISTAS CON FINA SENSIBILIDAD MISIONERA. La Iglesia


necesita hoy, igualmente, catequistas preocupados por la conversión al
Señor de muchos bautizados actuales. En los países de antigua tradición
cristiana, y a veces también en las Iglesias más jóvenes, «grupos enteros
de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe e incluso no se
reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia
alejada de Cristo y de su evangelio» (RMi 33). Bastantes de estas
personas, sin embargo, siguen cultivando expresiones de religiosidad
popular, con su efervescencia social, y momentos de emoción intensa de
experiencia de lo sagrado.

Esta situación responde a un contexto sociorreligioso que requiere una


nueva evangelización. En ella, para lograr la recuperación de la fe
perdida u olvidada, es necesario, pero no basta, el testimonio cristiano;
hace falta también el anuncio de una palabra que interprete este
testimonio y llame a las puertas del corazón de los religiosamente
indiferentes. «En esta nueva situación... el anuncio misionero y la
catequesis, sobre todo de jóvenes y adultos, constituyen una clara
prioridad» (DGC 26).

Para realizar esta nueva evangelización, la Iglesia necesita catequistas


con una mirada de fe sobre nuestro mundo, para detectar las señales de
la acción del Espíritu y leerlas como llamadas de salvación; catequistas
que crean en los increyentes e indiferentes, sabedores de que,
trabajados por el Espíritu, pueden ser recuperados para la fe viva;
catequistas capaces de ponerse en diálogo afectivo y lleno de
humanidad con las personas ante las que irradiar la luminosidad y
bondad de ese Alguien presente en medio de ellas; catequistas de
esperanza, paciencia y alegría interior, como frutos del Espíritu que los
habita; catequistas, en fin, comprometidos con lo humano, como
expresión de la condescendencia divina, anunciadores de la salvación en
medio de unos hermanos alejados de la fe.

4. CATEQUISTAS CON HONDA PREOCUPACIÓN SOCIAL. Junto a ese


oscurecimiento del sentido de Dios en nuestra sociedad y a un cierto
relativismo ético, el momento cultural que vivimos ha quedado a merced
de un neoliberalismo económico que todo lo invade. La antigua tensión
de las sociedades entre colectivismo y liberalismo ha pasado. Una clara
constatación se abre camino: hoy somos víctimas de estructuras
económicas deshumanizadoras, con profundas contradicciones internas
y mecanismos económicos y financieros rígidos y ciegos (cf SRS 16). El
resultado es un inmenso sufrimiento en muchos hermanos nuestros y en
muchas naciones, un paro masivo que no termina de remontar, el retorno
de muchos a la pobreza, aun en medio de las sociedades más
avanzadas, y un deterioro social generalizado.

En este contexto, en el que los valores humanos más hondos tienden a


oscurecerse, la Iglesia necesita unos catequistas dotados de un hondo
sentido social, capaces de formar unos cristianos que sepan inocular el
fermento dinamizador del evangelio en medio de una problemática
socioeconómica que crea insolidaridad.

La obra evangelizadora de la Iglesia, en este vasto campo de la relación


entre los pueblos y entre las diferentes capas sociales, tiene una tarea
irrenunciable: manifestar la dignidad inviolable de toda persona humana.
«En cierto sentido es la tarea central y unificante del servicio que la
Iglesia, y en ella los fieles laicos, están llamados a prestar a la familia
humana» (DGC 19).

II. El ministerio de la catequesis y sus agentes

El Espíritu, que conduce a la Iglesia en su misión, suscita continuamente


vocaciones para la evangelización y la catequesis que hoy necesita la
Iglesia. A unos llama al ministerio sacerdotal, una de cuyas funciones es,
precisamente, la educación de la fe. A otros llama a la vida consagrada
para realizar, desde esa vocación, tareas evangelizadoras muy variadas.
Muchos de ellos son llamados a trabajar en la catequesis. Muchos laicos,
en fin, se ven solicitados «a una cooperación más inmediata con el
apostolado de la jerarquía, como aquellos hombres y mujeres que
ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización, trabajando mucho en el
Señor» (LG 33). A algunos de ellos la Iglesia les encomienda la tarea
concreta de catequizar. Todos estos agentes están al servicio del
«ministerio de la catequesis» (CT 13), que es un ministerio fundamental
en toda Iglesia particular.

1. DIVERSIDAD DE MINISTERIOS EN LA IGLESIA. Sabido es que hay


en la Iglesia una gran diversidad de ministerios en la unidad de la misión.
El Nuevo Testamento describe, en efecto, diversas formas según las
cuales el cristiano ejerce su responsabilidad eclesial: «Así, el Espíritu a
uno le concede hablar con sabiduría; a otro, por el mismo Espíritu, hablar
con conocimiento profundo; el mismo Espíritu a uno le concede el don de
la fe; a otro el poder de curar a los enfermos; a otro el don de hacer
milagros; a otro el decir profecías; a otro el saber distinguir entre los
espíritus falsos y el Espíritu verdadero; a otro hablar lenguas extrañas, y
a otros saber interpretarlas. Todo esto lo lleva a cabo el único y mismo
Espíritu, repartiendo a cada uno sus dones como quiere» (lCor 12,8-11).
Los catequistas, en concreto, reciben el carisma de educar en la fe a
otros, realizando ellos también su tarea, movidos por el Espíritu.

2. CARACTERÍSTICAS DEL MINISTERIO DE LA CATEQUESIS. «En el


conjunto de ministerios y servicios, con los que la Iglesia particular
realiza su misión evangelizadora, ocupa un lugar destacado el ministerio
de la catequesis» (DGC 219).

Este ministerio catequético está configurado por estas características: 1)


Es un servicio único, realizado de modo conjunto por sacerdotes,
religiosos y laicos, en comunión con el obispo; 2) Es un servicio oficial,
que se realiza en nombre de la Iglesia. No es una acción que pueda
realizarse a título privado o por pura iniciativa personal; 3) Tiene un
carácter propio, que se distingue de otros ministerios también
fundamentales (anuncio misionero, ministerio litúrgico, enseñanza de la
teología, ministerio de la caridad...). Los agentes de la catequesis no se
confunden con los otros agentes pastorales, ya que su acción se
circunscribe a un modo particular de educar en la fe.

3. UN MINISTERIO QUE SE EJERCE COLEGIALMENTE. Es muy


importante subrayar que el ministerio de la catequesis en la Iglesia no es
algo meramente individual. El servicio de la catequesis, en una Iglesia
determinada, es uno solo y se realiza por medio de muchos agentes, de
modo corporativo, cada uno con su vocación eclesial, cada uno con su
carisma. Como afirma Catechesi tradendae, se trata de «una
responsabilidad diferenciada pero común» (CT 16).

Esto quiere decir que el sujeto activo de las grandes acciones


evangelizadoras es la Iglesia particular. Es ella la que anuncia, la que
catequiza, la que bautiza, la que celebra la eucaristía... Los agentes de la
catequesis sirven (se ponen al servicio) a ese ministerio y actúan en
nombre de la Iglesia. Las implicaciones teológicas, espirituales y
pastorales de esta eclesialidad de la catequesis son grandes (cf DGC
21).

El hecho de que el ministerio catequético sea único, pero realizado de


manera diferenciada, afecta mucho a la naturaleza de la catequesis, ya
que esta transmite la fe apoyándose en la palabra y el testimonio de toda
la comunidad cristiana. Es la conjunción de la palabra y el testimonio
sacerdotal, religioso y laical la que presenta el rostro completo de la
realidad eclesial a la que los catecúmenos y los catequizandos se
adhieren. «Si faltase alguna de estas formas de presencia, la catequesis
perdería parte de su riqueza y significación» (DGC 219).

4. PRESBÍTEROS, RELIGIOSOS Y LAICOS EN EL MINISTERIO


CATEQUÉTICO. En este cuerpo colectivo, que sirve al ministerio de la
catequesis, los presbíteros, los religiosos y los laicos tienen cada uno,
por tanto, su puesto propio: 1) Los presbíteros reciben la misión de
catequizar. Al recibir el ministerio sacerdotal mediante el sacramento del
orden, se les confiere, entre otras cosas, el ministerio de la Palabra, por
el que han de realizar a un tiempo la misión de anunciar el evangelio a
los no creyentes y la misión de educar en la fe a los creyentes. «Tratan,
por ello, de que los fieles de la comunidad se formen adecuadamente y
alcancen la madurez cristiana» (DGC 224). 2) Los religiosos, al ser
llamados al servicio catequético, ofrecen una aportación peculiar
valiosísima, la que deriva de su condición específica de personas
consagradas a Dios mediante la profesión de los consejos evangélicos.
La radicalidad de su entrega es signo viviente de una Iglesia llamada a
vivir los valores de las bienaventuranzas. Es más, los diversos carismas
fundacionales «enriquecen una tarea común con unos acentos propios,
muchas veces de gran hondura religiosa, social y pedagógica» (DGC
229). 3)Los laicos colaboran en el servicio catequético desde su
condición peculiar: «el carácter secular es propio de los laicos» (LG 31).
Lo característico de su aportación consiste, en efecto, en que viven
plenamente insertos en las tareas seculares: vida familiar, profesional,
sindical, política, cultural; es decir, viven la misma forma de vida que
aquellos a quienes catequizan. De este modo, «los propios catecúmenos
y catequizandos pueden encontrar en ellos un modelo cristiano cercano
en el que proyectar su futuro como creyentes» (DGC 230).

5. Los LAICOS QUE ASUMEN ESTE MINISTERIO. «La vocación del


laico para la catequesis brota del sacramento del bautismo y es
robustecida por el sacramento de la confirmación, gracias a los cuales
participa de la misión sacerdotal, profética y real de Cristo» (DGC 231).

Esta es la vocación común al apostolado. Todos los creyentes tienen, en


efecto, el deber de confesar su fe con la palabra y el testimonio. Pero
además de esta vocación común, algunos laicos se sienten interiormente
llamados por Dios para asumir la tarea de transmitir a otros la fe de una
manera más orgánica. Es una vocación específica para asumir el servicio
oficial de la catequesis. La Iglesia discierne esta llamada divina y confiere
a los que considera aptos la misión de catequizar.

Los documentos de la Iglesia distinguen dos tipos de catequistas: los


catequistas a tiempo pleno y los catequistas a tiempo parcial (DGC 233;
cf AG 17). Es decir, se dan entre los catequistas grados diversos de
dedicación.

Muchos catequistas, en efecto, sólo pueden dedicar a la catequesis un


corto espacio de tiempo (una sesión semanal, por ejemplo) y lo hacen
durante un período limitado de su vida (tres o cuatro años). Se trata de
una aportación muy valiosa. La mayor parte de los catequistas
colaboran, normalmente, de esta manera.

Pero, junto a ellos, es necesario avanzar hacia una forma de


colaboración más intensa y estable. Por colaboración intensa puede
entenderse, por ejemplo, el equivalente a una media jornada laboral. Por
colaboración estable hay que entender un compromiso suficientemente
dilatado en el tiempo (de diez a quince años, por ejemplo).

El nuevo Directorio da mucha importancia a este compromiso más


intenso y estable: «la importancia del ministerio de la catequesis
aconseja que en la diócesis exista, ordinariamente, un cierto número de
religiosos y laicos estables y generosamente dedicados a la catequesis,
reconocidos públicamente por la Iglesia y que, en comunión con los
sacerdotes y el obispo, contribuyan a dar a este servicio diocesano la
configuración eclesial que le es propia» (DGC 231).

Esta aportación del Directorio es riquísima y tiene un gran alcance.


Apunta a una institucionalización del compromiso religioso y laical para el
servicio de la catequesis, de acuerdo a las prescripciones del Código de
Derecho canónico: «Los laicos que sean considerados idóneos tienen
capacidad de ser llamados por los sagrados Pastores para aquellos
oficios eclesiales (officia) y encargos (munera) que puedan cumplir según
las prescripciones del derecho» (CIC 228).

Las ventajas de institucionalizar el servicio o encargo de ser catequista


en nuestras Iglesias particulares son grandes. Es la mejor forma de
oficializar el reconocimiento de la comunidad cristiana al catequista,
seglar o religioso. Otra ventaja clara —y no la más pequeña— es que,
mientras el presbítero, normalmente, y en virtud de su ministerio pastoral,
debe atender un amplio abanico de tareas eclesiales, esos catequistas
estables ejercen esta tarea eclesial dedicándose sólo a ella. También es
importante que las diócesis sostengan económicamente a estos
catequistas, aunque no hagan de ello una profesión.

No es necesario ni conveniente que esta nueva figura, la del catequista


estable, irrumpa artificialmente en nuestra escena pastoral, sino sólo en
la medida en que las necesidades catequizadoras de una diócesis lo
reclamen. Pero qué duda cabe que muchas diócesis pueden ir
dotándose de estos cuadros de religiosos y seglares que, en unión de
algunos presbíteros más directamente responsabilizados de la
catequesis, van a visibilizar el ministerio de la catequesis en una Iglesia
particular.

III. La tarea del catequista

1. IDENTIFICACIÓN DEL CATEQUISTA CON EL CARÁCTER PROPIO


DE LA CATEQUESIS. Un aspecto esencial que configura la identidad del
catequista en la Iglesia es su identificación con el carácter propio de la
catequesis. En la medida en que el catequista descubra y realice lo que
es peculiar y específico de la tarea catequética en el conjunto de la
evangelización, su identidad como catequista se irá consolidando.

Ser catequista, en efecto, es distinto de ser misionero del primer anuncio


entre los no creyentes. Tampoco hay que confundirlo con el animador
permanente de una comunidad cristiana. Ser catequista no es lo mismo
que ser profesor de religión en un colegio o dirigente de un grupo
apostólico. La tarea del catequista en la Iglesia tiene su propia
especificidad (cf IC 44).

¿Cuál es, entonces, el carácter propio de la tarea que realiza el


catequista? 1) «La auténtica catequesis es siempre una iniciación
ordenada y sistemática a la revelación que Dios mismo ha hecho al
hombre en Jesucristo, revelación conservada en la memoria profunda de
la Iglesia y en las Sagradas Escrituras, y comunicada conjuntamente,
mediante una traditio viva y activa, de generación en generación (CT 22,
recogido en DGC 66). 2) Dentro del proceso evangelizador, «el momento
de la catequesis es el que corresponde al período en que se estructura la
conversión a Jesucristo, dando una fundamentación a esa primera
adhesión» (DGC 63).

Lo más peculiar de la catequesis es, por tanto, la realización de esta


función iniciadora, fundamentadora, del ministerio de la Palabra. Pero es
tal su riqueza interna, que colabora también en la función misionera y en
la función de educación permanente de la fe de ese ministerio.

En efecto, en la situación de nueva evangelización, muy extendida en


toda la Iglesia, la tarea del catequista deberá atender a la necesidad de
conversión que tienen muchos bautizados que acceden a la catequesis
(cf CT 19). Es la tarea que corresponde al precatecumenado o a la
precatequesis y se realiza por medio de una catequesis kerigmática, que
es la propuesta de la buena nueva con vistas a una opción de vida sólida
de fe (cf DGC 62).

La catequesis ejerce también, junto a la homilía, la función de educar


permanentemente la fe. Hoy día, una educación básica de la fe no basta;
hay que continuar alimentándola continuamente. La catequesis dispone
de formas apropiadas para hacerlo, fundamentalmente por medio de la
llamada catequesis ocasional.

Tres son, por tanto, las formas básicas de catequesis: catequesis


kerigmática, catequesis de iniciación y catequesis ocasional. Su función
más propia y peculiar es la de iniciación, es decir, la que tiene por objeto
fundamentar la fe.

2. UNA TAREA DE FUNDAMENTACIÓN Y DE FORMACIÓN INTEGRAL.


Por ser la catequesis una iniciación a la vida cristiana, el catequista se
caracteriza por desarrollar un proceso de fundamentación básica de la fe,
ya sea con niños, con jóvenes o con adultos. Dicho en otras palabras, la
tarea propia del catequista consiste en poner los fundamentos de la fe en
todo aquel que se ha visto cautivado por el evangelio. El Espíritu se vale
del catequista para cimentar la vida cristiana del convertido.

El catequista es, por tanto, un formador de base que facilita la educación


de los fundamentos de la fe. Se trata de una tarea paciente, sorda,
humilde, tenaz... No tiene la espectacularidad del conferenciante brillante
o la del profesor erudito, pero sí la gratificación de saberse formador
integral de cristianos. Su talante es el de ser un educador de personas,
un formador de testigos del Reino. No trata de impactar comunicando las
últimas adquisiciones de la ciencia teológica: a otros les corresponderá
esa tarea. El catequista se centra, más bien, en la transmisión de
aquellas certezas sencillas pero sólidas de la fe, en la educación de los
valores evangélicos más fundamentales.

Esta formación básica y fundamental es, sin embargo, integral, y está,


por tanto, «abierta a todas las esferas de la vida cristiana» (CT 21). Ha
de enseñar a conocer la fe, a vivirla, a celebrarla y a anunciarla. El
catequista, en consecuencia, no es un especialista en un determinado
aspecto del cristianismo, sino un iniciador en todas las dimensiones o
aspectos de la fe. Es como un maestro básico de la fe que proporciona la
primera educación integral, la más elemental, pero seguramente la más
duradera.

Sólo cuando esta base está bien asegurada entra en juego la educación
permanente, a través de formas muy variadas. «En diversas regiones es
llamada también catequesis permanente» (DGC 51; cf IC 21). Pero en su
sentido más propio, la catequesis, como dice CT 21, «es siempre
iniciación».

Aquí reside toda la grandeza del catequista. Otros agentes educativos


vendrán después a construir sobre su labor. El se limita a poner los
fundamentos de nuestro edificio espiritual. Pero todo el mundo sabe que
la solidez de una casa depende de la calidad de sus cimientos.

3. CÓMO REALIZA EL CATEQUISTA SU TAREA. Para realizar esta


tarea, el catequista debe inspirarse en el propio Jesús, formador de sus
discípulos. Los evangelios lo presentan anunciando, ciertamente, la
buena noticia a las muchedumbres, pero dedicando igualmente a los
discípulos una formación especial, una educación más honda. Esta
preparación de los discípulos fue una verdadera catequesis.

Jesús educa a sus discípulos de una forma nueva, distinta a la que


utilizaban los maestros de su época. Y es, precisamente, esa nueva
manera de educar la que ha de inspirar al catequista en su tarea.

Lo más importante es saber catequizar desde una hondura religiosa.


Cuando Jesús educaba, siempre se producía el mismo fenómeno: las
personas se acercaban a Dios. Esta forma de hacer catequesis sólo es
posible mediante un cierto desbordamiento de la propia vivencia religiosa
del catequista hacia el catecúmeno.

Jesús tenía una preocupación misionera constante. Su contacto con las


gentes buscaba siempre la conversión. Nunca se contentó con cuidar
sólo a las ovejas del redil. Su obsesión era siempre la oveja que estaba
fuera. Igualmente, la palabra del catequista, imitador de Jesús, será
siempre una palabra misionera, de interés por los que viven al margen de
la fe.

Otra característica de la manera de educar de Jesús es que su mensaje


nunca era aséptico, sino interpelador. Catequizar es siempre invitar a
definirse, a optar, a comprometerse. Jesús sabía dirigirse a aquella zona
de las personas, el corazón, de donde brotan las decisiones, las tomas
de postura, los compromisos más existenciales.

El catequista, siguiendo a Jesús, ha de saber presentar el evangelio en


relación con la vida diaria, con las experiencias humanas más hondas,
con los interrogantes más acuciantes del hombre. Recuérdese, por
ejemplo, el diálogo de Jesús con la samaritana y su verdadera sed. En la
conversación con ella, vemos cómo Jesús supo captar la fibra más
sensible de aquella mujer, aquello que realmente le estaba afectando
más.

Junto a su hondura religiosa, Jesús hablaba desde una sensibilidad


especial hacia los más pobres. Incluso en sus conversaciones con los
ricos, la referencia a los que más sufrían era constante. Es muy
importante, por eso, que el catequista deje transparentar esa misma
sensibilidad, fruto de una opción preferencial por los más pobres. La
problemática de los que más sufren ha de estar constantemente
presente en la boca de todo catequista.

Es fundamental, finalmente, que la palabra del catequista esté


respaldada por el testimonio de su vida. Jesús así lo hacía: «Aunque no
me creáis a mí, creed en las obras». Sin ese respaldo testimonial, la
palabra del catequista sonará a hueca, será una palabra abstracta.

IV. La pastoral de catequistas. Dimensiones más importantes

Dentro de la organización de la acción catequética en una Iglesia


particular, la pastoral de catequistas tiene una importancia peculiar. De
entre todos los elementos interesantes de la catequesis, los agentes, es
decir, los catequistas, son lo más importante. Por muy buenos
instrumentos de catequización que se utilicen (catecismos, materiales,
medios...), por muy bien organizada que esté la catequesis, si no se
cuenta con buenos catequistas, bien preparados, la acción catequizadora
no será eficaz.

Dentro de la catequética, sin embargo, el concepto de pastoral de


catequistas (con esta u otra formulación afín) ha sido poco elaborado,
seguramente porque en la realidad pastoral el interés se ha polarizado,
sobre todo, en la formación de los mismos (aspecto, sin duda, vital y
decisivo), pero se descuidan otras dimensiones muy importantes de la
necesaria atención a los catequistas en una Iglesia concreta. El número
elevado de los mismos —en España se calculan unos 270.000— puede
estar planteando importantes problemas pastorales para la
evangelización (cf DGC 33).

Una adecuada pastoral de catequistas ha de cuidar, ante todo, el


problema de la vocación de los catequistas. La experiencia dice que los
criterios de adhesión de un candidato para ser catequista son, muchas
veces, improvisados y poco rigurosos. La misma promoción de
vocaciones para la catequesis se suele realizar con vistas a atender a
necesidades urgentes e inmediatas más que, con perspectivas de más
largo plazo, para ir configurando una catequesis que sea realmente
renovadora de la Iglesia.

También es importante —dentro de una pastoral de catequistas— la


atención personal al catequista, como miembro cualificado de la
comunidad cristiana. Los presbíteros tienen aquí un importante papel a
realizar. A veces se ha definido la misión de estos en la catequesis como
la de un catequista de catequistas.

La distribución de los catequistas plantea, asimismo, importantes


cuestiones. En aquellos ámbitos de catequización —por ejemplo la
catequesis de adultos— donde los catequistas son más escasos, la
promoción adecuada de la catequesis, a nivel de una Iglesia particular,
exige una distribución más homogénea y mayores dosis de generosidad
apostólica en los agentes.

Una cuestión vital para una acción evangelizadora eficaz es la de la


coordinación de los agentes de pastoral. Cuando sobre unos mismos
destinatarios inciden diversas acciones pastorales —por ejemplo sobre la
juventud esa coordinación es algo insoslayable. Profesores de religión,
animadores de movimientos apostólicos, responsables de comunidades
eclesiales de base, catequistas... este conjunto de agentes ha de trabajar
de modo coordinado. Una adecuada pastoral de catequistas ha de saber
vincularlos a esos otros agentes para plantear la educación en la fe de
modo conjunto.

La promoción de dirigentes es muy importante en todo colectivo humano


numeroso. En nuestro contexto eclesial español, la figura del animador
del grupo de catequistas aparece como algo fundamental. Promover
estos dirigentes y proporcionales una formación específica es cometido
de una adecuada pastoral de catequistas. La promoción de dirigentes a
un nivel más amplio, de zona o de diócesis, es también muy importante.

El reconocimiento de los catequistas por parte de la comunidad cristiana


es algo que debe procurarse con todo cuidado. Muchas veces el grupo
de catequistas es una pieza aislada, desconocida para la comunidad. Si
aquellos actúan en nombre de esta, la comunidad debe conocerlos,
apoyarlos y valorarlos.

En medio de este conjunto de acciones interesantes de una pastoral de


catequistas, qué duda cabe que la formación de los mismos constituye el
aspecto más importante y realmente decisivo para toda la obra
catequizadora. Esta formación ha de referirse tanto al ser como al saber
y al saber hacer del catequista, tratando que madure como persona y
como creyente, que adquiera el conocimiento necesario del mensaje
cristiano y la manera más adecuada para su comunicación.

BIBL.: AA.VV., El sacerdote y la catequesis, Edice, Madrid 1992; AA.VV., Formar catequistas en
los años ochenta, CCS, Madrid 1984; BOROBIO D., Ministerios laicales, Atenas, Madrid 19862;
FOSSION A., La spiritualité du catechiste aujourd'hui, Dieu toujours recommencé, Lumen
vitae, Bruselas 1997; GATTI G., Ser catequista hoy, Sal Terrae, Santander 1981; HASTINGS A.,
El ministerio del catequista, Seminarios 56, v. 21; INSTITUTO SUPERIOR DE CIENCIAS
CATEQUÉTICAS SAN Pío X, Los educadores de la fe en el momento actual, San Pío X, Madrid
1978; SECRETARIADO DE LA COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL, Los ministerios laicales
como cauce de corresponsabilidad en la pastoral de la Iglesia local, Madrid 1988;
SECRETARIADO DIOCESANO DE CATEQUESIS DE MADRID, Manual para el catequista de
adultos, San Pablo, Madrid 1983; SORAVITO L., Catequista, en GEVAERT J. (dir), Diccionario
de catequética, CCS, Madrid 1987; WYLER A., El educador al servicio de la fe, Sígueme,
Salamanca 1985.

Ricardo LázaroRecalde
y Vicente M°. Pedrosa Arés

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