Curso Basico Catequistas 2018 PDF
Curso Basico Catequistas 2018 PDF
Curso Basico Catequistas 2018 PDF
PARA
CATEQUISTAS
Llamados para hacer conocer, amar
y seguir a Cristo
[…]
https://youtu.be/EYiHEqSNqIE
https://youtu.be/FyUFo0DJGeo
https://youtu.be/qePSSCzmw48
PRIMERA PARTE
2. Vocación e identidad. En la Iglesia, el Espíritu Santo llama por su nombre a cada bautizado
a dar su aportación al advenimiento del Reino de Dios.
Sintetizando, el catequista en los territorios de misión está caracterizado por cuatro elementos
comunes y específicos:
3. Función.
• al mismo tiempo que anuncio explícito del mensaje cristiano y conducción de los
catecúmenos y de los hermanos y hermanas a los sacramentos hasta la madurez de fe en
Cristo,
• es también presencia y testimonio; comprende la promoción del ser humano; se
traduce en inculturación, se hace diálogo.
➢ Es oportuno, sin embargo, recordar una precisación. Así como a los otros fieles,
también al catequista se pueden confiar, según las normas canónicas, algunos cometidos
conexos al sagrado ministerio, que no requieren el carácter de la Ordenación. El
desempeño de tales funciones, en calidad de suplente, no hace del catequista un
pastor, en cuanto su legitimación deriva directamente de la delegación oficial dada por
los Pastores. Pero…. "El catequista no es un mero suplente del sacerdote, sino que
es, de derecho, un testigo de Cristo en la comunidad a la que pertenece".
4. Categorías y funciones. […] En el plan práctico, es útil tener presente que se puede hablar
de dos categorías de catequistas:
➢ los de tiempo pleno, que dedican toda su vida a este servicio, y, en cuanto tales, son
reconocidos oficialmente:
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➢ y los de tiempo parcial, que ofrecen una colaboración limitada, pero siempre preciosa.
La proporción entre estas dos categorías varía de zona a zona, aunque la línea de
tendencia muestra que los catequistas de tiempo parcial son mucho más numerosos.
- Los catequistas que tienen la función específica de la catequesis, a los que se confían en
general estas actividades:
- Los Catequistas que cooperan en las distintas formas de apostolado con los ministros
ordenados en cordial y estrecha obediencia. Sus tareas son múltiples:
o Así, existen los maestros de religión en las escuelas, encargados de enseñar la religión
a los estudiantes bautizados y la primera evangelización a los no cristianos.
o Hay también Catequistas dominicales encargados de enseñar la religión en escuelas
organizadas por las parroquias y enlazadas con la liturgia festiva, especialmente donde
el Estado no permite tal enseñanza en las escuelas propias.
o Hay otro aspecto que no debemos desestimar. Los catequistas pertenecen a diversas
categorías de personas, y es por tanto claro que el impacto de su actividad varía según
el ambiente y las culturas en las que operan. Así, por ejemplo, el hombre casado
parece ser más indicado para desempeñar la tarea de animador de la comunidad,
especialmente donde la cultura lo considera todavía como el jefe natural de la sociedad;
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a la mujer se la juzga, en general, más idónea para la educación de los niños y para la
promoción cristiana del ambiente femenino; a los adultos se les considera más maduros
y estables, sobre todo si son casados, con la posibilidad, además, de testimoniar
coherentemente el valor cristiano del matrimonio; los jóvenes, en cambio, son los
preferidos para los contactos con los jóvenes y para iniciativas que exigen más
disponibilidad y tiempo libre.
En fin, es oportuno tener presente que, al lado de los catequistas laicos, opera en la catequesis
un gran número de religiosos y religiosas. […] en virtud de su estrecha colaboración con los
sacerdotes, tienen con frecuencia una parte activa a nivel de dirección.
- Teniendo en cuenta el nuevo impulso dado a la misión ad gentes, el futuro del catequista
en las Iglesias jóvenes se caracterizará, ciertamente, por el celo misionero. El catequista, por lo
tanto, se deberá calificar cada vez más como apóstol laico de frontera. En el futuro deberá
seguir distinguiéndose, como en el pasado, por su eficacia insustituible en la actividad
misionera ad gentes.
En este contexto, será necesario impulsar especialmente a los catequistas que tienen un
marcado espíritu misionero[…] Están surgiendo otros tipos de catequistas, que hay que
tener en cuenta porque deberán responder a retos ya en parte actuales, como la urbanización, la
creciente escolaridad con particular referencia al ámbito universitario y, más en general, a los
jóvenes, y también las migraciones con el fenómeno de los refugiados, el avance de la
secularización, los cambios políticos, la cultura de masa favorecida por los mass-media, etc.
https://youtu.be/z60fS_Or5Ds
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Cuando el catequista está casado, la vida matrimonial forma parte de su espiritualidad. Como
afirma justamente el Papa: “Los catequistas casados tienen la obligación de testimoniar con
coherencia el valor cristiano del matrimonio, viviendo el sacramento en plena fidelidad y
educando con responsabilidad a sus hijos". Esta espiritualidad correspondiente al matrimonio
puede tener un impacto favorable y característico en la misma actividad del catequista, y este
tratará de asociar a la esposa y a los hijos en su servicio, de manera que toda la familia llegue a
ser una célula de irradiación apostólica.
https://youtu.be/O6Ey0jpZxYs
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https://youtu.be/dyEQbQ8VA9I
https://youtu.be/oEP4OdLcgV8
Se trata, pues, de una espiritualidad arraigada en la Palabra viva, con dimensión Trinitaria,
como la salvación y la misión universal. Eso implica una actitud interior coherente, que
consiste en participar en el amor del Padre, que quiere que todos los hombres lleguen a
conocer la verdad y se salven (cf. 1Tim 2,4); en realizar la comunión con Cristo, compartir sus
mismos sentimientos (cf. Flp 2,5), y vivir, como Pablo, la experiencia de su continua presencia
alentadora: "No tengas miedo (...) porque yo estoy contigo" (Hch 18,9-10); en dejarse plasmar
por el Espíritu y transformarse en testigos valientes de Cristo y anunciadores luminosos de la
Palabra.
https://youtu.be/g6eazh_tbWY
https://youtu.be/kLpwxGvq03U
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https://youtu.be/KpJEzwb-V0o
https://youtu.be/wIBOBBvd25w
https://youtu.be/l_yHGPaokKw
❖ Esta Iglesia, como Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo, exige del catequista
un sentido profundo de pertenencia y de responsabilidad por ser miembro vivo y activo
de ella;
❖ como sacramento universal de salvación, ella le pide que se empeñe en vivir su
misterio y gracia multiforme para enriquecerse con ellos y llegar a ser signo visible en
la comunidad de los hermanos.
❖ El servicio del catequista no es nunca un acto individual o aislado, sino siempre
profundamente eclesial.
❖ La apertura a la Iglesia se manifiesta en el amor filial a ella, en la consagración a su
servicio y en la capacidad de sufrir por su causa.
❖ Se manifiesta especialmente en la adhesión y obediencia al Romano Pontífice, centro
de unidad y vínculo de comunión universal, y también al propio Obispo, padre y guía
de la Iglesia particular.
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• donde se realiza el plan salvífico que procede de la "fuente del amor" o caridad eterna
del Padre;
• donde históricamente el Verbo puso su morada para habitar con los hombres y
redimirlos (cf. Jn 1,14),
• donde ha sido derramado el Espíritu para santificar a los hijos y constituirlos como
Iglesia, para llegar hasta el Padre a través de Cristo, en un solo Espíritu (cf. Ef 2,18).
https://youtu.be/4vzGkSvPAA4
https://youtu.be/2X-ChpYL5i4
Lo que el catequista propone no ha de ser una ciencia meramente humana, ni tampoco la suma
de sus opiniones personales, sino el contenido de la fe de la Iglesia, única en todo el mundo,
que él ya vive, que ha experimentado y de la cual es testigo.
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https://youtu.be/m8ba2JfE23s
https://youtu.be/BO1_IdGemJc
El catequista deberá ser, pues, el sembrador de la alegría y de la esperanza pascual, que son
dones del Espíritu. En efecto "El don más precioso que la Iglesia puede ofrecer al mundo de
hoy, desorientado e inquieto, es el de formar cristianos firmes en lo esencial y humildemente
felices en su fe".
Además, el catequista ha de procurar mantener la convicción interior del pastor que "va
tras la oveja descarriada hasta que la encuentra" (Lc 15.4); o de la mujer que "busca con
cuidado la dracma perdida hasta que la encuentra" (Lc 15,8). Es una convicción que engendra
celo apostólico: "Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo
hago por el Evangelio" (1Co 9,22-23; cf. 2Co 12,15); "¡ay de mí si no predicara el
Evangelio!" (1Co 9,16).
Estos apremios interiores de San Pablo podrán ayudar al catequista a acrecentar en sí mismo el
celo como corresponde a su vocación especial, y también a su voluntad de responder a ella y le
impulsarán a colaborar activamente en el anuncio de Cristo y en la construcción y al
crecimiento de la comunidad eclesial.
El espíritu misionero requiere, en fin, que el Catequista imprima, en lo más íntimo de su ser, el
signo de la autenticidad; la cruz gloriosa. El Cristo que el catequista ha aprendido a conocer,
es el "crucificado" (cf 1Co 2,2); el que él anuncia es también el "Cristo crucificado, escándalo
para los judíos, necedad para los gentiles" (1Co 1,23), que el Padre ha resucitado de los
muertos al tercer día (cf Hch 10,40).
https://youtu.be/zYTMEg8-390
11. Servicio a la comunidad y atención a las distintas categorías. El servicio del Catequista
se ofrece a toda clase de personas, sea cual fuere la categoría a la que pertenecen: jóvenes y
adultos, hombres y mujeres, estudiantes y trabajadores, sanos y enfermos, católicos, hermanos
separados y no bautizados. Sin embargo, no es lo mismo ser catequista de catecúmenos que se
preparan a recibir el bautismo, o responsable de una aldea de cristianos con el cometido de
seguir las distintas actividades pastorales, o ser Catequista encargado de enseñar el catecismo
en las escuelas, o preparar a los sacramentos, o serlo en un barrio de ciudad o en la zona rural.
Esta situación, de hecho, sugiere que el catequista pueda conocer de antemano su destino, y
que se le introduzca a la categoría de personas a las que ha de servir. Para esto serán útiles las
sugerencias dadas al respecto por el Magisterio, especialmente en el Directorio Catequético
General, nn. 77-97 y en la Exhortación Apostólica Catechesi Tradendae, nn. 35-45.
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En el vasto campo apostólico, el catequista está llamado a prestar especial cuidado a los
enfermos y ancianos, por su fragilidad física y psíquica que exige especial solidaridad y
asistencia.
misma comunidad; trasmite a las mismas sus propios valores, asumiendo lo que hay de bueno
en ellas y renovándolas desde dentro".
Para participar positivamente en ese proceso, el catequista deberá atenerse a estas directivas
que favorecen en él una actitud clarividente y abierta; insertarse con toda seriedad en el plan
de pastoral aprobado por la autoridad competente de la Iglesia, sin aventurarse en
experiencias particulares que podrían desorientar a los demás fieles; y reavivar la esperanza
apostólica, convencido de que la fuerza del Evangelio es capaz de penetrar en cualquier
cultura, enriqueciéndola y fortaleciéndola desde dentro.
13. Promoción humana y opción por los pobres. Entre el anuncio del Evangelio y la
promoción humana hay una "estrecha conexión". Se trata, en efecto, de la única misión de la
Iglesia. "Con el mensaje evangélico la Iglesia ofrece una fuerza libertadora y promotora de
desarrollo, precisamente porque lleva a la conversión de corazón y de la mentalidad; ayuda a
reconocer la dignidad de cada persona; dispone a la solidaridad, al compromiso, al servicio
de los hermanos; inserta al hombre en el proyecto de Dios, que es la construcción del Reino de
paz y de justicia, a partir ya de esta vida. Es la perspectiva bíblica de los 'nuevos cielos y
nueva tierra' (cf. Is 65,17; 2Pe 3,13; Ap 21,1), es la que ha introducido en la historia el
estímulo y la meta para el progreso de la humanidad".
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Por lo que se refiere a la acción, cuando es necesario realizar iniciativas de ayuda, el catequista
deberá actuar siempre con la comunidad, en un programa de conjunto, bajo la guía de los
Pastores.
- Escucha del Espíritu, que sopla donde quiere (cf Jn 3,8), respetando lo que Él ha operado en
el hombre, para alcanzar la purificación interior, sin la cual el diálogo no reporta frutos de
salvación.
- La colaboración práctica con los organismos religiosos no cristianos para resolver los
grandes retos que se plantean a la humanidad, como la paz, la justicia, el desarrollo, etc...
Además, se requiere una actitud de aprecio y acogida a las personas. La caridad del Padre
común es la que debe unir a la familia de los hombres en toda obra de bien.
En la realización de un diálogo tan importante, no hay que dejar solo al catequista, este, a su
vez, se ha de mantener integrado en la comunidad. Toda iniciativa de diálogo inter-religioso se
debe llevar a cabo partiendo de los programas aprobados por el Obispo y cuando es preciso por
la Conferencia Episcopal o por la Santa Sede, y ningún catequista ha de actuar por su cuenta, ni
mucho menos contra las directivas comunes.
En fin, hay que tener fe en el diálogo, el camino para realizarlo es difícil e incomprendido. El
diálogo es a veces el único modo de dar testimonio de Cristo, y es siempre un camino hacia el
Reino que no dejará de dar sus frutos, aunque el tiempo y momento están reservados al Padre
(cf. Hch 1,8).
16. Atención a la difusión de las sectas. La proliferación de las sectas de origen cristiana y no
cristiana es, actualmente, un reto pastoral para la Iglesia en todo el mundo. En los territorios de
misión, representan un serio obstáculo para la predicación del Evangelio y para el desarrollo
ordenado de las Iglesias jóvenes, pues atacan a la integridad de la fe y a la solidez de la
comunión.
Existen zonas más vulnerables y personas más expuestas a su influencia. Lo que las sectas
pretenden ofrecer, les favorece aparentemente porque lo presentan como una respuesta
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Como es bien sabido, el Magisterio de la Iglesia ha alertado varias veces respecto a las sectas,
animando a que se considere su difusión actual como una ocasión para una "seria reflexión"
por parte de la Iglesia. Más que una campaña contra las sectas, en los territorios de misión se
debe dar un nuevo impulso a la "actividad misionera" propiamente dicha.
El catequista se presenta, hoy día, como uno de los agentes más aptos para superar
positivamente ese fenómeno. Con su tarea de anunciar la Palabra y de acompañar el
crecimiento en la vida cristiana, el catequista se encuentra en una situación ideal para ayudar a
las personas - tanto cristianos como no cristianos - a comprender cuáles son las verdaderas
respuestas a sus necesidades, sin recurrir a las pseudo-seguridades de las sectas. Además, como
laico puede actuar más capilarmente y hablar de modo más realista y comprensivo.
• conocer bien el contenido y especialmente las cuestiones que las sectas explotan para
combatir la fe y a la Iglesia, y así hacer comprender a la gente la inconsistencia de la
exposición religiosa de las sectas;
• cuidar la instrucción y el fervor de vida de las comunidades cristianas para detener la
corrosión;
• intensificar el anuncio y la catequesis para prevenir la difusión de las sectas.
• El catequista, por consiguiente, ha de empeñarse en realizar una obra silenciosa,
perseverante y positiva con las personas, para iluminarlas, protegerlas y, eventualmente,
liberarlas de la influencia de las sectas.
No hay que olvidar que muchas sectas son intolerantes y proselitistas y, en general, se
muestran agresivas hacia el catolicismo. No es posible pensar en un diálogo constructivo con
la mayor parte de ellas, si bien hay que partir del
respeto y comprensión que merecen las
personas. Esta constatación exige que la obra de
la Iglesia sea compacta para no dar espacio a
confusiones; y también ecuménica, porque la
expansión de las sectas representa, asimismo,
una amenaza para las otras denominaciones
cristianas. Por lo que se refiere a la acción, el
catequista deberá actuar dentro del programa
pastoral común aprobado por los Pastores
competentes.
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SEGUNDA PARTE
IV - ELECCION PRUDENTE
No se olvide, además, que el aprecio que manifiestan los fieles por esa función es directamente
proporcionada al modo con que los Pastores tratan a sus catequistas, valorizan sus
atribuciones y respetan su responsabilidad. Un catequista realizado, responsable y dinámico,
que actúa con entusiasmo y alegría en el ejercicio de su tarea, apreciado y justamente
remunerado, es el mejor promotor de su propia vocación.
18. Criterios de selección. Para escoger un candidato como catequista, es preciso saber qué
criterios son "esenciales" y cuáles no. En la práctica, es indispensable que en todas las Iglesias
se establezca una lista de criterios de selección, para que los encargados de escoger a los
candidatos tengan puntos de referencia. La elaboración de esa lista, con criterios suficientes,
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precisos, realistas y controlables, corresponde a la autoridad local, única capaz de valorar las
exigencias del servicio y la posibilidad de responder a ellas.
También en este punto conviene tener en cuenta las siguientes indicaciones generales, con el
fin de lograr un comportamiento homogéneo en todas las zonas de misión, respetando las
necesarias e inevitables diferencias.
- Algunos criterios se refieren a la persona del catequista: por principio absoluto previo, como
se acepte
Estas indicaciones generales deben especificarse concretamente in loco, sin omitir ninguno de
los campos indicados, precisándolos y completándolos, en base a lo que requiere y permite
cada situación.
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V - CAMINO DE FORMACION
19. Necesidad de una formación adecuada. Para que las comunidades eclesiales puedan
contar con catequistas suficientes e idóneos, además de una elección atenta, es indispensable
proporcionar una preparación de calidad.
Es útil señalar que los documentos del Magisterio requieren para el catequista en una
formación global y especifica.
▪ Global, es decir, que abarque todas las dimensiones de su personalidad, sin descuidar
ninguna.
▪ Específica, es decir ordenada al servicio peculiar que ha de llevar a cabo:
20. Unidad y armonía en la personalidad del catequista. Para realizar su vocación, los
catequistas - como todo fiel laico - "han de ser formados para vivir aquella unidad con la que
está marcado su mismo ser de miembros de la Iglesia y de ciudadanos de la sociedad
humana". No pueden existir niveles paralelos y diferentes en la vida del catequista:
➢ equilibro psico-físico,
➢ buena salud,
➢ responsabilidad,
➢ honradez,
➢ dinamismo;
➢ ética profesional y familiar;
➢ espíritu de sacrificio, de fortaleza, de perseverancia, etc.
Estas cualidades humanas, educadas con una sana pedagogía, forman una personalidad madura
y completa, ideal para un catequista.
La vida espiritual del catequista se centra en una profunda comunión de fe y amor con la
persona de Jesús que lo ha llamado y lo envía.
La manera más adecuada para alcanzar ese alto grado de madurez interior es una intensa
vida sacramental y de oración.
De las experiencias más significativas y realistas se destaca un ideal de vida de oración que
la CEP propone al menos para los catequistas que guían una comunidad, o que trabajan con
dedicación plena, o colaboran estrechamente con el sacerdote, especialmente para los llamados
Cuerpos directivos:
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- Liturgia vivida en sus distintas dimensiones, para crecer como persona y para ayudar la
comunidad.
https://youtu.be/JLqdiGDHSdY
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- Rezo de una parte de la Liturgia de las Horas especialmente de Laudes y de Vísperas, para
unirse a la alabanza que la Iglesia ofrece al Padre "desde que sale el sol hasta el ocaso" (Sal
113,3).
Todo catequista, en fin, debe estar convencido de que la comunidad cristiana es también
un lugar apropiado para cultivar la vida interior. Mientras guía y anima la oración de los
hermanos, el catequista recibe de ellos, al mismo tiempo, un estímulo y un ejemplo para
mantener el fervor y crecer como apóstol.
aceptados, de manera que todos los candidatos estén preparados para seguir un curso de cultura
religiosa superior; sin la cual además de experimentar un sentimiento de inferioridad respecto
a otros que han estudiado, resultan efectivamente menos aptos para afrontar ciertos ambientes y
para resolver nuevas problemáticas.
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Por lo que se refiere a los contenidos, sigue siendo actual y válido el cuadro completo de
formación teológico-doctrinal, antropológica y metodológica, tal como se presenta en el
Directorio Catequístico General publicado por la Congregación para el Clero en 1971. En lo
que concierne a los territorios de misión, sin embargo, es necesario hacer algunas precisaciones
y añadir unas observaciones que este Dicasterio ya había expresado, en parte, in ocasión de la
Asamblea Plenaria de 1970, y que ahora asume y desarrolla en base a la Encíclica Redemptoris
Missio:
➢ la Teología Trinitaria,
➢ la Cristología
➢ y la Eclesiología,
- También la Misiología
ha de enseñarse a los
catequistas, al menos en sus elementos basilares, para
garantizarles este aspecto esencial de su vocación.
- Según las necesidades locales, habrá que incluir o dar mayor relieve a algunos temas de
estudio; por ejemplo,
➢ la doctrina,
➢ las creencias de los ritos principales de las otras religiones
➢ o las variantes teológicas de las Iglesias y de las comunidades eclesiales no católicas
presentes en la región.
- Merecen especial atención algunos temas que dan a la preparación intelectual del
catequista un mayor arraigo y actualización, como:
- Por lo que se refiere a la preparación metodológica, hay que tener presente que, en las
misiones, muchos catequistas trabajan también en distintos campos de la pastoral, y que casi
todos están en contacto con seguidores de otras religiones. Por eso hay que iniciarlos no sólo en
la enseñanza de la catequesis, sino también en todas aquellas actividades que forman parte del
primer anuncio y de la vida de una comunidad eclesial. [Kerygma]
- Será importante. asimismo, presentar a los catequistas contenidos relacionados con las
nuevas situaciones que van surgiendo en el contexto de su vida. En los programas de
estudio se deberán incluir también - partiendo de la realidad actual y de las previsiones para el
futuro - materias que ayuden a afrontar fenómenos como la urbanización, la secularización,
la industrialización, las migraciones, los cambios socio-políticos, etc.
- Hay que insistir en que la formación teológica tiene que ser global y no sectorial. Los
catequistas, en efecto, deben llegar a una comprensión unitaria de la fe que favorezca
precisamente la unidad y la armonía de su personalidad, y también de su servicio apostólico.
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- Actualmente hay que aprovechar la especial importancia que reviste, para la preparación
doctrinal de los catequistas el Catecismo de la Iglesia Católica. Este contiene, en efecto, una
síntesis orgánica de la Revelación y de la perenne fe católica, tal como la Iglesia la propone a sí
misma y a la comunidad de los hombres de nuestro tiempo. Como afirma S.S. Juan Pablo II, en
la Constitución Apostólica Fidei depositum, el Catecismo contiene "cosas nuevas y viejas" (cf.
Mt 13,52), pues la fe es siempre la misma y al mismo tiempo es fuente de luces siempre
nuevas. El servicio que el Catecismo quiere ofrecer es atinente y actual para cada catequista. La
misma Constitución Apostólica afirma que el Catecismo se ofrece a los Pastores y a los fieles
para que se sirvan de él en el cumplimiento, dentro y fuera de la comunidad eclesial, de "su
misión de anunciar la fe y de llamar a la vida evangélica". Y se ofrece también "a todo
hombre que os pida cuentas de la esperanza que hay en vosotros (cf. 1Pt 3,15) y que desea
conocer lo que la Iglesia católica cree". Sin duda alguna los catequistas encontrarán en el
nuevo Catecismo una fuente de inspiración y una mina de conocimientos para su misión
específica.
https://youtu.be/CUO8DuebL2Q
- A estas indicaciones hay que añadir una exhortación a procurar los medios necesarios para la
formación intelectual de los catequistas. Entre éstos están, en primer lugar, las escuelas de
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catequesis: y se revelan también muy eficaces los cursos breves promovidos en las diócesis o
en las parroquias, la instrucción individual impartida por un sacerdote o un catequista experto;
además, la utilización de material didáctico. Es bueno que se dé importancia, en la formación
intelectual, a metodologías variadas y sencillas como las lecciones escolares, el trabajo en
grupo, el análisis de casos prácticos, las investigaciones y el estudio individual.
Todo catequista deberá empeñarse al máximo en el estudio para llegar a ser como una
lámpara que ilumina el camino de los hermanos (cf. Mt 5, 14-16). Para ello, debe ser
Los aspectos principales en los que se debe educar a los candidatos son: el espíritu de
responsabilidad pastoral y la leadership; la generosidad en el servicio; el dinamismo y la
creatividad; la comunión eclesial y la obediencia a los Pastores.
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Este tipo de formación requiere instrucciones doctrinales explicando los principales campos
apostólicos en los que un catequista puede actuar, de manera que conozca bien las necesidades
y el modo de responder a ellas. Es necesario, asimismo, que se expliquen las características de
los destinatarios: niños, adolescentes, jóvenes o adultos; estudiantes o trabajadores, bautizados
o no; miembros de pequeñas comunidades o de movimientos; sanos o enfermos, ricos o pobres,
etc., y las distintas maneras de dirigirse a ellos.
25. Celo misionero. La dimensión misionera está estrictamente vinculada a la identidad misma
del catequista y caracteriza todas sus actividades apostólicas. Por eso se le debe cuidar con
esmero en la formación, procurando asegurar a cada catequista una buena iniciación teórica y
práctica que le capacite, como cristiano laico, a recorrer las etapas progresivas que son propias
de la actividad misionera, a saber:
- Anunciar con franqueza (cf. Hch 4,23; 28,31) la verdad acerca de Dios y de que él envió
para la salvación de todos, a nuestro Señor Jesucristo (cf. 2Ts 1,9-10), de manera que los no
cristianos, a los que el Espíritu Santo abra el corazón (cf. Hch 16,14), puedan creer y
convertirse libremente.
- Encontrar a los adeptos de otras religiones sin prejuicios, y en diálogo franco y abierto.
- Bajo la guía de los Pastores y en colaboración con los demás fieles, cumplir las tareas que,
según el plan pastoral, conducen a la maduración de la Iglesia particular. Estos servicios
corresponden a necesidades de cada Iglesia, y caracterizan al catequista en los territorios de
misión. Por consiguiente, la actividad de formación deberá ayudar al catequista a afinar su
sensibilidad misionera, y capacitarlo a descubrir y a aprovechar todas las situaciones
favorables al primer anuncio.
- Recordando el pensamiento ya citado de Juan Pablo II, cuando los catequistas se forman bien
en el espíritu misionero se hacen animadores misioneros de su propia comunidad eclesial e
impulsan fuertemente la evangelización de los no cristianos, prontos a que sus Pastores los
envíen fuera de la propia Iglesia o país. Los Pastores, conscientes de su propia responsabilidad,
traten de valorar al máximo esa legión insustituible de apóstoles y ayúdenles a acrecentar cada
día más su celo misionero.
26. Actitud eclesial. El hecho de que la Iglesia sea misionera por su misma naturaleza y
haya sido llamada y destinada a evangelizar a todos los hombres, comporta una doble
convicción: en primer lugar, que la actividad apostólica no es un acto individual y aislado; y
que se ha de llevar a cabo en comunión eclesial, a partir de la Iglesia particular con su Obispo.
Estas constataciones de Pablo VI con relación a los evangelizadores pueden aplicarse con todo
derecho a los catequistas, cuya tarea es una realidad eminentemente eclesial y, por tanto,
comunitaria. El catequista, en efecto, es enviado por los Pastores y actúa gracias a la misión
recibida de la Iglesia y en nombre de ella. Su acción, de la que él no es dueño sino humilde
siervo, tiene, en el orden de la gracia, vínculos institucionales con la acción de toda la Iglesia.
Las actitudes principales que se deben tener en cuenta para educar convenientemente a un
catequista a esa dimensión comunitaria son:
- La actitud de obediencia apostólica a los Pastores, en espíritu de fe, como Jesús que "se
despojó de sí mismo tomando condición de siervo (...), obedeciendo hasta la muerte" (Flp 2,7-
8; cf. Hb 5,8; Rm 5,19). A esta obediencia apostólica debe acompañar una actitud de
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En este contexto de la obediencia apostólica, se hace cada vez más oportuno el mandato o
misión canónica, como se acostumbra en muchas Iglesias, en el que se destaca el vínculo que
existe entre la misión de Cristo y de la Iglesia, con la del catequista.
El catequista debe saber sufrir por la Iglesia, afrontando la fatiga que comporta el apostolado
realizado en común y aceptando las imperfecciones de los miembros de la Iglesia, a imitación
de Cristo que amó a su Iglesia hasta darse por ella (cf. Ef 5,25).
La educación al sentido comunitario debe ser objeto de atención especial, desde el comienzo de
la formación, mediante experiencias preparadas, realizadas y revisadas en grupo por los
candidatos.
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Los catequistas deben estar convencidos, ante todo, de que su primer educador es Nuestro
Señor Jesucristo, que forma a través del Espíritu Santo (cf Jn 16,12-15). Esto exige en ellos
un espíritu de fe y una actitud de oración y de recogimiento para dar espacio a la pedagogía
divina. La educación de apóstoles es pues, principalmente un arte que se expresa en el ámbito
sobrenatural.
Los formadores, es decir, los delegados por la Iglesia para ayudar a los catequistas a realizar el
programa de educación son como "compañeros de viaje" cuyo servicio cualificado es muy
valioso. Son, ante todo, los responsables de los centros para catequistas y también los que se
encargan de la formación básica y permanente de los candidatos fuera de los centros. Es
importante que se escojan educadores idóneos que, además de destacarse por sentido de Iglesia
y por vida cristiana, posean una preparación específica para esa tarea y tengan una experiencia
personal por haber desempeñado, ellos también, el servicio de la catequesis. Es bueno que los
formadores constituyan un equipo o grupo compuesto posiblemente de sacerdotes, religiosos y
laicos, tanto hombres como mujeres escogidos sobre todo entre catequistas experimentados.
Así, la formación resultará más completa y encarnada. Los candidatos han de tener confianza
en sus formadores y considerarlos guías indispensables que la Iglesia les ofrece amorosamente
para que puedan llegar a un alto grado de madurez.
28. Formación básica. El proceso de formación que antecede al comienzo del ministerio
catequético no es igual en todas las Iglesias, ya que la organización y las posibilidades son
diferentes, y varía, asimismo, según se imparta en un centro o fuera de él.
Hay que insistir en que todos los catequistas reciban una formación inicial mínima suficiente,
sin la cual no podrían ejercer convenientemente su misión. Con este fin indicamos algunos
criterios y directivas que contribuirán a promover y a guiar las distintas opciones de la
actividad formativa:
- Formación continua y gradual: es preciso ayudar a los candidatos a alcanzar todos los
objetivos de la formación, de manera progresiva y gradual, respetando los ritmos de
crecimiento de cada uno y las necesarias diferencias de las distintas etapas. No se debe
pretender tener catequistas completos desde el principio, pero ayúdeseles a mejorar sin
interrupciones ni desequilibrios.
- Proyecto de vida: una pedagogía eficaz ayuda al individuo a construir un plan de vida que
establezca los objetivos y los medios para alcanzarlos, de manera realista. A todo catequista se
debe dar, desde el principio, una formación que le capacite para fijarse un plan ordenado,
cuidando, ante todo, la identidad y el estilo de vida, y también las cualidades necesarias
para el apostolado.
https://youtu.be/jfacOd3Ahkc
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Estas indicaciones se tienen presentes donde existe una buena estructura para la formación
básica. Sin embargo, pueden servir de estímulo y orientación para los Pastores y para los
mismos candidatos también en la fase inicial. Hay que evitar, absolutamente, toda
improvisación en la preparación de los catequistas, o dejarla a su exclusiva iniciativa.
Este empeño concierne tanto a los dirigentes como a los catequistas, y abarca todas las
dimensiones de su formación:
• humana,
• espiritual,
• doctrinal
• y apostólica.
30. Medios y estructuras de la formación. Entre los medios de formación, se destacan los
centros o escuelas para catequistas. Es significativo que los documentos de la Iglesia, desde el
Ad Gentes hasta la Redemptoris Missio, insistan en la importancia de "favorecer la creación y
el incremento de las escuelas (o centros) para catequistas que, aprobados por las
Conferencias Episcopales, otorguen títulos oficialmente reconocidos por éstas últimas".
Cuando se hace referencia a los centros para catequistas, se habla de realidades muy diferentes:
desde organismos desarrollados, que pueden albergar por largo tiempo a los candidatos con un
programa de formación orgánico, hasta estructuras esenciales para pequeños grupos o cursos
breves, o incluso sólo para encuentros de un día.
• Existen elementos comunes a estos centros, como el programa de formación que hace
del centro un lugar de crecimiento en la fe; la posibilidad de residir en él; la enseñanza
escolar alternada con experiencias pastorales y, sobre todo, la presencia de un grupo de
formadores.
• Existen también elementos propios que distinguen a unos centros de otros. Entre éstos:
el nivel mínimo que se requiere de preparación escolar, proporcionado al nivel
nacional; las condiciones para aceptar a los candidatos; la duración del curso y de la
residencia; las características de los candidatos mismos: sólo hombres o sólo mujeres, o
ambos; jóvenes o adultos; casados, solteros o parejas; distintas sensibilidades y énfasis
en los contenidos y métodos de formación, que se adaptan a la realidad local; formación
específica, o no, para las esposas de los catequistas; entrega o no, de un diploma.
Es importante que exista una cierta conexión entre los centros, sobre todo a nivel nacional, bajo
la responsabilidad de la Conferencia Episcopal. Esa conexión se favorece con encuentros
regulares entre todos los formadores de los distintos centros y por el intercambio de material
didáctico. De este modo, se procura la unidad de la formación y se potencian los centros con el
enriquecimiento participado de la experiencia de los demás.
La importancia de los centros no se limita a la actividad formativa que se refiere a las personas.
Pueden llegar a ser verdaderos núcleos de reflexión sobre temas importantes de carácter
apostólico como: los contenidos de la catequesis, la inculturación, el diálogo interreligioso, los
métodos pastorales, etc.… y servir de apoyo a los Pastores en sus responsabilidades.
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TERCERA PARTE
Los presupuestos de las diócesis y de las parroquias, por tanto, deberán destinar a esta obra
una cuota proporcionada de los ingresos, siguiendo el criterio de dar la prioridad a los gastos de
la formación. También los fieles deberán hacerse cargo del mantenimiento de los
catequistas, sobre todo cuando se trata del animador de su comunidad local. La calidad de las
personas, en particular las que están comprometidas en el apostolado directo, tienen la
precedencia respecto a las estructuras. No se destinen pues a otros fines ni se reduzcan los
presupuestos destinados a los catequistas.
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Esta línea de acción es más realista cuando se trata de comunidades eclesiales que tienen ya un
cierto grado de desarrollo. Es necesario ciertamente educar a los fieles a que consideren la
vocación del catequista como una misión, más que como un empleo de vida. Además, será
preciso reexaminar la organización y la distribución de los catequistas.
En resumen, el problema económico exige una solución a partir de la Iglesia local. Todas las
otras iniciativas son una buena contribución y han de potenciarse, pero la solución radical hay
que buscarla localmente, especialmente con una acertada administración, que respete las
prioridades apostólicas, y educando a la comunidad a dar la debida contribución económica.
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Los catequistas, en efecto, son apóstoles de primera línea: sin ellos "no se habrían
edificado Iglesias hoy día florecientes"; son, además, una de las componentes esenciales de la
comunidad, enraizados en ella por el Bautismo y la Confirmación y su vocación, con el
derecho y el deber de crecer en plenitud y de obrar con responsabilidad.
A los catequistas se puede aplicar, con toda verdad, la palabra del Señor: "Id y haced discípulos
a todas las naciones" (Mt 28,19), porque "ellos están dedicados por oficio al ministerio de la
palabra".
No hay que olvidar que el número de catequistas aumenta de continuo y que de su actual
dedicación dependerá la calidad de las futuras comunidades cristianas. En la sociedad moderna
existen situaciones que reclaman la presencia de los catequistas, porque son laicos que viven
las situaciones seculares y pueden iluminarlas con la luz del Evangelio, actuando en el interior
de la sociedad. Hoy, en el contexto de la teología del laicado, los catequistas ocupan
necesariamente un lugar destacado.
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Todas estas consideraciones hacen ver la urgencia de promover catequistas, tanto en número,
mediante una adecuada promoción vocacional como, sobre todo, en la calidad, mediante una
atenta y global programación de formación.
34. Responsabilidad primaria de los Obispos. Los Obispos como primeros "responsables de
la catequesis", son también los primeros responsables de los catequistas. El Magisterio
contemporáneo y la legislación renovada de la Iglesia insisten en esa responsabilidad originaria
de los Obispos, vinculada a su función de sucesores de los Apóstoles, en cuanto Colegio y
como Pastores de las Iglesias particulares.
- Procurar como objetivo la creación de cuadros en todas las diócesis y parroquias, es decir,
grupos de catequistas bien formados en los centros y con una experiencia adecuada que - como
se ha dicho ya - en colaboración con el Obispo y con los sacerdotes, puedan encargarse de la
formación y de la asistencia de otros catequistas voluntarios y se les puedan confiar puestos
claves para la realización de los programas catequéticos.
de estos campos preferenciales de intervención, el mejor modo en que los Obispos pueden, en
general, actuar su responsabilidad con los catequistas, es manifestándoles su amor paternal, e
interesándose constantemente por ellos mediante contactos personales.
35. Solicitud de parte de los presbíteros. Los Sacerdotes, y especialmente los párrocos, como
educadores en la fe y colaboradores inmediatos del Obispo, tienen un cometido inmediato e
insustituible en la promoción del catequista. Si como pastores, deben reconocer, promover y
coordinar los distintos carismas en el interior de la comunidad, de manera especial deberán
seguir a los catequistas que comparten su trabajo de anunciar la Buena Nueva. Han de
considerarlos y aceptarlos como personas responsables del ministerio que se les ha confiado y
no como meros ejecutores de programas preestablecidos. Promuevan su dinamismo y
creatividad y eduquen a las comunidades para que asuman su responsabilidad en la catequesis
y acojan a los catequistas, colaboren con ellos y los sostengan económicamente, teniendo en
cuenta si tienen a su cargo una familia.
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36. Atención por parte de los formadores. La preparación de los catequistas está confiada,
generalmente, a personas calificadas tanto en los centros como en las parroquias. Estos
formadores tienen una función de gran responsabilidad y dan una aportación preciosa a la
Iglesia. Sean pues conscientes de su vocación y del valor de su tarea.
Todas las diócesis deberán hacer lo posible por tener un grupo de formadores de catequistas,
compuesto en lo posible de sacerdotes, religiosos religiosas y laicos, que se puedan enviar a las
parroquias a preparar a los aspirantes, en comunidad e individualmente.
CONCLUSION
37. Una esperanza para la misión del tercero milenio. Las directivas contenidas en esta
Guía se proponen con la esperanza de que sean como un ideal para todos los catequistas.
No se puede concluir más eficazmente este documento que citando las vibrantes palabras que
el Papa Juan Pablo II dirigió a los catequistas de Angola durante su última visita apostólica:
"(...) Dad gracias al Señor por el don de vuestra vocación, con la que Cristo os ha llamado y
elegido de entre los otros hombres y mujeres, para ser instrumentos de su salvación.
Responded con generosidad a vuestra vocación y tendréis escrito vuestro nombre en el cielo
(cf. Lc 10,20)".
La CEP espera que, con la ayuda de Dios y de la Virgen María, esta Guía imprima nuevo
impulso a la renovación constante de los catequistas para que así, su generosa aportación
continúe siendo acertada y fructuosa también para la misión del Tercero Milenio.
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El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en el curso de la Audiencia concedida al que suscribe
Cardenal Prefecto, el 16 de Junio de 1992, ha aprobado la presente Guía para los Catequistas y
ha dispuesto su publicación.