Barcelo, Elia - Consecuencias Naturales (30306) (r1.5)

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La Tierra acaba de entrar en contacto con Xhroll, una especie humanoide al

borde de la extinción.
Los Xhroll son casi estériles, los humanos de una fertilidad inaudita. Las
consecuencias de este contacto serán incalculables para las dos especies.
Consecuencias naturales es una extensa metáfora que, narrada en tono
ligero, nos transporta entre malentendidos por un paisaje de roles sexuales,
clichés lingüísticos, mentiras, verdades, machos y hembras, humanos y
extraterrestres, en un texto divertido y ameno que nos hace mirarnos en un
espejo invertido para reírnos de lo que vemos.
Elia Barceló

Consecuencias naturales
ePub r1.5
Titivillus 03.11.2021
Elia Barceló, 1994
Ilustraciones: Rafael Estrada
Retoque de cubierta: fenikz

Editor digital: Titivillus


ePub base r2.1
Esta novela y yo debemos mucho a los miles de horas de conversación y de
vida que, a lo largo de los años, he compartido con personas de mi círculo
íntimo. Conversaciones sobre hombres y mujeres, seres humanos.
Experiencias vitales de comportamientos, de sentimientos, de ejemplo, de
opinión.
 
Quiero expresar mi agradecimiento y mi amor a todas ellas. (Me re ero a
personas, claro, de ahí el femenino).
 
Carmen Conchita Elia Carmina Concha Anni Luise Mirjam Nina Martina
Carmen Pilar Camilla Lara Ana Eduard Hermann Klaus Ian Michael José
Luis Francesco Bernardo Antonio Quico.
—¿VAN A ATERRIZAR? ¿VAN A aterrizar aquí? —la voz de Diego
oscilaba entre la maravillada sorpresa y la más profunda incredulidad,
sazonadas ambas con la sal de la excitación y la pimienta de la inquietud.
Igor, el tercer o cial de comunicaciones, asintió con la cabeza dejando
que su rostro expresara con la tensión de sus músculos la misma gama de
emociones que las palabras de Diego.
—Parece que tienen un pequeño problema en el aislamiento de la
bodega o el equivalente Xhroll del compartimento de carga; nada grave,
pero como somos la estación más cercana y como, o cialmente, estamos en
buenas relaciones…
—Pero prácticamente nadie ha entrado nunca en contacto directo con
ellos.
—Pues tendremos el honor de estar entre los primeros. El comandante
ya ha dado su consentimiento.
—¿Son todo hombres?
Los cinco o ciales reunidos en la sala de comunicaciones soltaron la
carcajada. Nico era sencillamente incorregible. Era un magní co mecánico
y, según se decía, su corazón, caso de existir, pertenecía por entero a sus
máquinas, de preferencia los minúsculos robots encargados de reparar desde
el exterior el casco de naves y estaciones. Pero lo que también había quedado
su cientemente demostrado a fuerza de permisos era que las mujeres
ocupaban el segundo lugar, aunque probablemente no en su corazón sino
dos o tres palmos más abajo.
—Vamos, vamos, colegas. Es una pregunta seria. ¿Hay alguna mujer?
Hace siglos que no vemos carne fresca.
—En esta estación hay setenta y tres miembros femeninos, Nico —
contestó Hal suavemente.
—Sí, ya. Y doscientos catorce tíos. Y además, yo no hablo de miembros
femeninos sino de mujeres.
—De carne fresca —parodió Diego.
—Como te oiga la coronela Ortega se te ha caído el pelo, macho. —Igor
había tenido un par de enfrentamientos con Diana Ortega por omitir en el
texto de un comunicado a la tripulación las terminaciones femeninas
reglamentarias en los adjetivos.
—Bueno, ¿las hay o no?
Igor le tendió una hoja de impresora:
—Aquí tienes la lista completa de los o ciales de la Harrkh. Los cinco
últimos son los que visitarán nuestras instalaciones y estarán en contacto con
nosotros. Si a ti te dice algo…
Nico se apoderó ansiosamente del papel mientras Hal y Diego miraban
por encima de su hombro.
La impresora había escrito cincuenta líneas de lo que parecía una
combinación arbitraria de letras, en su mayoría consonantes.
—Esto no hay Dios que lo entienda.
—A eso me refería.
—Esto es una tomadura de pelo. No es posible que se llamen así.
—Es sólo una aproximación fonética en nuestro bene cio, Nico. —Hal
era lingüista y primer o cial de comunicaciones.
—Pues qué bien. Y entonces, ¿cómo nos vamos a enterar de si vienen
mujeres?
—Esperando a que el comandante nos los y las presente. Cuando
terminen de quitarse los trajes, lo más probable es que quede claro quién es
qué. Suponiendo que tengan mujeres, por supuesto.
Nico hizo una mueca de exasperación:
—Pues claro que tienen mujeres. ¿Es que no veis los noticiarios? ¡Y qué
mujeres! Si están la mitad de buenas que la tía que estableció el primer
contacto…
—Pero a lo mejor no van a bordo de naves de carga. Dicen que tienen
poca población.
—Si son tan parecidos a nosotros como se dice, no tendrán más cojones
que llevar mujeres. Por lo de la igualdad de derechos.
—Bueno, colegas, yo voy a arreglarme un poco. —Nico se pasó la mano
por la barbilla, reglamentariamente afeitada, y se puso en pie—. Hay que
causar buena impresión a las señoras, especialmente cuando son
extraterrestres.
—Oye, Nico —Diego tenía una expresión francamente aprensiva—. No
pensarás tirarte a una Xhroll, ¿verdad?
Nico exhibió una sonrisa lobuna, un despliegue casi ofensivo de dientes
perfectamente blancos.
—Sólo con su consentimiento, lo juro. Hay que dejar alto el pabellón de
la patria.
Las reacciones fueron desde las clásicas risotadas con acompañamiento
de palmadas en el hombro hasta la expresión horrorizada de Diego pasando
por la mirada de preocupación de Hal que, a pesar de todo, seguía unida a
una sonrisa.
—¿Y si son monstruos disfrazados?
Nico se echó a reir:
—Tú has visto demasiado cine clásico, Dieguito.
—¿Y si la dejas preñada?
Con un esfuerzo por dominar la sonrisa que se le escapaba por los lados
del bigote, cortado, según las ordenanzas, a la altura de las comisuras de los
labios, Nico empezó a contar con los dedos:
—Primero, no creo que, a pesar de parecemos, seamos tan compatibles;
segundo, ninguna mujer que yo haya conocido nunca es fértil por naturaleza
si no toma los fármacos apropiados; tercero, lo mismo le hago un favor. ¿No
decíais que tienen poca población?
Y con eso, Nico efectuó su salida triunfal entre las risas de los
compañeros.
Dos horas más tarde todos los o ciales de la Victoria, la estación
espacial terrestre más alejada del planeta madre, se encontraban en el Salón
de Actos en uniforme de gala esperando entre cuchicheos y risas reprimidas
la entrada de la delegación de extraterrestres. El comandante Kaminsky, un
lituano de ascendencia polaca que parecía hecho de alambre de espino,
comprobaba disimuladamente cada veinte segundos su traductor portátil y,
en un tic aún más difícil de controlar, se estiraba el borde inferior de la
guerrera.
Era la primera vez que iba a encontrarse cara a cara con unos seres de
otro mundo y, aunque sabía que de aspecto eran casi absolutamente
humanos, la idea le intranquilizaba considerablemente. Por otro lado no
tenía ninguna con anza en que aquel aparato que el primer o cial de
comunicaciones le había colgado de la cintura funcionara realmente.
Kaminsky sabía, como cualquier ciudadano bien informado, que dos años
atrás la Pallas Atenea había establecido el primer contacto con el pueblo
Xhroll y un pequeño equipo de lingüistas de ambos mundos había trabajado
durante un tiempo en la creación de una lengua que permitiera la
comunicación a nivel básico. Lo sabía pero, ahora que estaba a punto de
probarlo por sí mismo, su con anza en los lingüistas no estaba precisamente
en su punto álgido.
Obedeciendo a una señal acústica, los hombres y mujeres de la Victoria
adoptaron la posición de rmes mientras sonaban los primeros compases del
himno mundial terrestre y la delegación de los Xhroll hacía su entrada por el
pasillo central, precedidos por el capellán católico en quien había recaído la
delicada misión de maestro de ceremonias, según la opinión más
generalizada para que el pobre hombre pudiera contarle a su obispo al
término de sus cinco años de destino que en una ocasión tuvo algo que
hacer.
Nico, que había conseguido ocupar un puesto perfecto, junto al pasillo
en el tercio delantero de la sala, se esforzaba por observar con el rabillo del
ojo a los Xhroll que avanzaban hacia el estrado y, conforme subía de tono el
ligero murmullo producido por varias decenas de respiraciones asombradas,
subía su excitación. Si había una mujer, una única mujer, sería suya. Ya ni
siquiera le importaba lo fea que pudiera ser. Lo importante era que él sería
el primer humano en…
La vista de los Xhroll le cortó el aliento y todos los procesos mentales.
Eran… Eran… Hermosos. Perfectos. Tan perfectos que, por un
instante, sólo por un instante, ni estuvo seguro, ni le importó si eran machos
o hembras. Eran todos diferentes en color de piel y de cabellos, iban
sencillamente vestidos con un mono negro sin distintivos ni adornos y sus
cuerpos eran tan similares que sólo cuando subieron al estrado junto al
comandante y se giraron de frente a la o cialidad del Victoria, tuvo Nico la
seguridad de que la segunda por la izquierda era una mujer. El tamaño de
sus pechos, aunque no excesivo, no dejaba lugar a dudas. Los otros
miembros de la tripulación eran hombres. Por lo demás las diferencias eran
mínimas: todos parecían jóvenes, fuertes y ágiles, todos los músculos de sus
rostros estaban en reposo como si fueran muñecos de cera; la forma y el
color de los ojos, el corte de pelo, el color de la piel hacían muy fácil su
identi cación pero era una impresión engañosa porque, aparte de esos
detalles, eran prácticamente intercambiables.
El comandante comenzó su discurso mientras los ojos de los Xhroll
vagaban por la sala sin que un solo movimiento facial denotara sus
reacciones.
—Honorables huéspedes del planeta Xhroll. Todas y todos nosotras y
nosotros, ciudadanas y ciudadanos del planeta Tierra, nos sentimos
inmensamente honradas, honrados y orgullosas, orgullosos por el raro
privilegio que nos ha sido concedido al poder contar con vuestra presencia
aquí. Esperamos que os sintáis como en vuestra propia casa y nos
comprometemos solemnemente a hacer todo lo que esté en nuestra mano
para que podáis continuar sin peligro vuestro viaje y para que las relaciones
de amistad entre nuestras dos especies se forti quen y prosperen en el
futuro.
»En nombre de las ciudadanas y ciudadanos del planeta Tierra os doy la
más cordial bienvenida a nuestra estación espacial Victoria.
Los ojos de Nico, que no se habían apartado un instante del rostro de la
mujer Xhroll durante el discurso del comandante Kaminsky, se vieron al n
descubiertos. La mirada de la extraterrestre, en su sistemático barrido de la
sala, estableció contacto ocular con él y lo mantuvo durante unos segundos.
Entonces él, en contra de todas las reglas, le regaló esa esplendorosa sonrisa
que tantas resistencias femeninas había conseguido vencer.
Los ojos de ella, que ya habían comenzado a apartarse para seguir su
recorrido, regresaron y Nico creyó descubrir en su rostro impasible un
principio de reacción que, sin embargo, no pudo precisar.
Luego los asistentes empezaron a aplaudir al comandante y el contacto
se rompió.
Uno de los Xhroll, el de piel oscura, dio un paso al frente y el pequeño
traductor, conectado al sistema de megafonía de la sala, hizo llegar sus
palabras a los o ciales.
—Mundo Tierra, Xhroll os agradece. No tenemos interés en contactos
futuros pero vuestra ayuda era necesaria ahora. También ayudaremos cuando
vosotros necesitéis.
El mensaje fue tan corto y tan brusco el nal que, por un momento,
todos se quedaron sin saber qué hacer. Cuando, tras unos segundos de
silencio, el capellán comenzó a aplaudir y fue inmediatamente secundado
por el comandante, todos los asistentes comenzaron a hacer palmas, silbar y
rugir con tanto fervor que a ellos mismos empezó a parecerles ridículo y la
ovación se cortó casi de golpe.
Rompieron las y fueron dirigiéndose a las largas mesas que, arrimadas
contra la pared, hacían las veces de bar. Nico, que sabía que durante la
primera hora los extraterrestres serían monopolizados por los altos o ciales
y no tenía ningún temor de que otro consiguiera antes lo que él se había
propuesto, fue a servirse una copa de vino sintético y, al hacerlo, se encontró
frente a frente con Diana Ortega, que había alargado la mano hacia la
misma jarra.
—Gente de pocas palabras, ¿eh, mi coronela?
—Pocas y bastantes groseras, teniente.
—¿No quiere usted ir a que se la y los presenten? ¿Ni siquiera a la
mujer?
La coronela dio un largo trago de su vaso de plástico.
—Ni se ha inmutado cuando ese hijo de su padre ha hablado en
masculino genérico.
—Bueno, mi coronela, a lo mejor ellas y ellos son diferentes. Hace un
par de siglos a las y los terrestres tampoco les importaba en qué genérico se
les dirigiera la palabra.
Ortega soltó un bu do:
—Sigo sin verle la gracia. Y usted, ¿no quiere que le presenten a la
mujer?
Coronela y teniente se llevaban bastante bien a pesar de la distancia
jerárquica y la fama de conquistador de Nico. Según él precisamente por
eso, según ella porque el bufón tenía una tradición innegable en toda
comunidad cerrada.
—Pues sí, mi coronela, eso pretendo. Es un deber de honor,
compréndalo.
Ortega echó hacia atrás la cabeza y soltó una carcajada que sonó como el
rugido de un león.
—Es usted un hijo de chulo, Andrade. Inténtelo, inténtelo. A ver si de
una vez encuentra la horma de su zapato. Aunque lo dudo; una mujer que
no se inmuta por ese trato… En n, no quiero molestar. Ya me contará.
La coronela se perdió entre la gente y Nico empezó a dirigirse dando
codazos y empujones hacia la mesa del fondo en torno a la cual los
extraterrestres se destacaban nítidamente por su extraordinaria altura y su
vestimenta negra. Sus voces, pasadas por el traductor, eran suaves,
agradables y misteriosamente impersonales, pese a lo cual le resultaban muy
excitantes.
Todavía estaba Nico dándole vueltas a cuál de sus muchas estrategias de
acercamiento debía emplear cuando, sin poner nada de su parte, la mujer se
desgajó del grupo y avanzó unos pasos hasta colocarse frente a él.
—¿Me estás buscando a mí? —oyó preguntar a la mujer.
Sintió la boca seca de un momento al otro; él se la había imaginado más
tímida y su intuición no solía fallarle.
—Sólo a ti —contestó mirándola a los ojos, quince centímetros más
arriba de los suyos, ignorando el hecho de que fuera ella quien hubiera
comenzado la conversación.
—Eres el único terrestre que me atrae. Los otros no son claros.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Nico, intrigado.
—O no saben lo que quieren o lo saben pero no lo expresan. Vuestras
relaciones deben de ser agotadoras.
—¿Porque uno o una nunca sabe lo que de verdad piensa o quiere el otro
o la otra?
—Exacto.
—Bueno, no creas, tenemos nuestras convenciones. Uno o una siempre
lo sabe más o menos. O lo adivina y se equivoca, claro.
—Me parece de una complejidad super ua.
—Es cuestión de costumbre.
—¿Cuál es tu motivación para entrar en contacto conmigo?
Si Nico hubiera sido capaz de ruborizarse, lo habría hecho en ese mismo
instante.
—Pues yo quería… esto… quería tener una relación sexual contigo, si es
posible y si estás de acuerdo.
La Xhroll se llevó una mano al oído donde estaba insertado el traductor
como asegurándose de su buen funcionamiento.
«Ya está», pensó Nico. «Ya me he pasado. Ahora la tía se ofende y resulta
que acabo de crear un incidente diplomático intergaláctico».
—Mi traductor me comunica que has usado un tiempo pretérito.
¿Quiere eso decir que era tu primera intención y ya no te interesa?
Nico sacudió la cabeza, perplejo. ¡Qué asquerosamente literales eran!
—Sí, sí. Claro que aún me interesa. ¿Y a ti?
—También a mí, pero tengo que consultarlo. Puedes hacer tu consulta
mientras yo hago la mía. Nos encontraremos en la puerta dentro de cinco
minutos.
Le dio la espalda y se alejó en dirección al grupo de Xhrolls dejando a
Nico clavado en el sitio. Cinco minutos. En cinco minutos tenía que hablar
con Kaminsky y encontrarse con ella. Era imposible que le diera tiempo.
Además, ¿por qué diablos tenía que consultar nada con Kaminsky? No
estaba de servicio y en su tiempo libre podía hacer lo que le diera la gana; si
se tratara de una mujer humana resultaría ridículo pensar en pedirle permiso
a su comandante para acostarse con ella, así que, ¿por qué tenía que hacerlo
sólo porque era Xhroll? Lo más probable era que Kaminsky se pusiera
pálido de furia, que era su reacción natural ante cualquier cosa que lo sacara
de su rutina habitual, y que lo mandara encerrar hasta que se hubieran ido
los visitantes. Mientras que si no se enteraba hasta después, podría
castigarlo por lo sucedido, por supuesto, o por enfrentarlo a un hecho
consumado, pero no podría impedirle nada.
Una vez tomada su decisión, se dirigió hacia la puerta con la garganta
contraída y un peso en el estómago aunque, con la costumbre de los años, ni
su forma de andar ni la sonrisa que enmascaraba su rostro hubieran revelado
a nadie la inquietud que sentía. No es que se estuviera arrepintiendo ya de lo
acordado con la Xhroll. En absoluto. Eso le iba a convertir en el hombre
más famoso de la Flota y su fama tomaría proporciones de leyenda; por ese
lado estaba seguro. Su inquietud procedía del hecho de que, de repente,
recordando la corta conversación que habían mantenido, la expresión de
hielo que la mujer tenía en toda circunstancia, como si fuera incapaz de
mover los músculos faciales más que para hablar, se había dado cuenta de
que no le excitaba. Era guapa, alta, joven, bien proporcionada, tenía una
hermosa melena rubia y unos ojos verdes como de cristal pero era un
témpano de hielo, por lo menos en público. Y si en privado no cambiaban
las cosas, iba a tener que echar mano de toda su fantasía para poder cumplir
lo que se había propuesto. Por primera vez en sus treinta y cinco años, el
fantasma de la impotencia temporal pasó por su mente, pero no fue más que
un pensamiento fugaz que enseguida desechó. No le iba a pasar. Era
absolutamente imposible. Se iba a tirar a esa Xhroll aunque fuera lo último
que hiciera en su vida.
Igor y Diego se encontraban junto a la puerta con un vaso en la mano
cuando él llegó.
—No me digas que te has dado por vencido y te retiras a llorar tu
derrota —bromeó Igor.
—A lo mejor es que le ha entrado sentido común —la expresión de
sorna de Diego contradecía sus palabras.
Nico sintió cómo las bromas de sus amigos volvían a infundirle todo el
valor que había perdido por unos momentos. Echó un vistazo a su reloj y a
la sala antes de contestar:
—Estas Xhroll, aparte de estar buenísimas, son de una puntualidad que
asusta.
Efectivamente, la mujer se dirigía en línea recta hacia ellos entre grupos
de hombres y mujeres que se apartaban a su paso.
—Todo arreglado —dijo al llegar.
Él la tomó delicadamente del codo, lo que le valió la primera expresión
que había visto en su rostro, algo que interpretó como sorpresa aunque
hubiera podido ser cualquier otra cosa, y, con un guiño a sus compañeros,
abandonó el salón.
Cuando Igor y Diego consiguieron reponerse de su sorpresa se dieron
cuenta de que prácticamente la totalidad de los o ciales que llenaban la sala
tenía la vista clavada en la puerta por la que Nico y la mujer habían
desaparecido. Los cuatro Xhroll, junto al comandante, escrutaban los rostros
que los rodeaban con algo que parecía inquietud aunque sus cuerpos seguían
relajados.
Entonces de algún lugar del fondo del salón surgió un silbido y unas
palmas y pronto todos se encontraron aplaudiendo y dándose golpes
amistosos entre risas y chistes.
Los Xhroll no llegaron a tanto pero en sus cuatro rostros impasibles
apareció una sonrisa, fugaz pero inconfundible.
Sólo había dos personas perfectamente serias en la reunión: el
comandante Kaminsky y el capellán católico.
Nunca le habían parecido tan largos los corredores que llevaban del
salón al cubículo que, como o cial, le correspondía y que solía llamar
orgullosamente «mi piso». Si hubieran estado en la Tierra, la estrategia
habría sido evidente: una copa, una buena cena con luz de velas y música
suave, un paseo en biplano sobre las montañas, aterrizaje directo en la
terraza de su edi cio, un baño en la piscina caliente a la luz de la luna, una
copa de champán frente al fuego… una estrategia convencional, sí, pero
efectiva. Mientras que en la Victoria… ¿qué podía uno ofrecerle a una
extraterrestre en la Victoria? Cinco metros cuadrados y un camastro
abatible.
Pensó que quizá debía haber hablado con Kaminsky para pedirle que le
prestara sus habitaciones; se decía que el comandante, a pesar de su aspecto
ascético, tenía una cama doble con edredón de plumas. Podía haber
argumentado que no era por él mismo sino por la exótica visitante. Claro
que Kaminsky podía haber respondido que, puestos a ello, un macho
humano era un macho humano y él mismo podía mostrar a la mujer Xhroll
cómo se hacen las cosas en la Tierra.
Se imaginó a Kaminsky quitándose los calzoncillos largos y estuvo a
punto de soltar la carcajada.
Tendría que pasarse sin velas, sin sedas y sin edredón de plumas. Lo
único que tenía era un cuerpo de primera calidad y la Xhroll tendría que
contentarse con eso. Al n y al cabo tampoco parecían una especie muy
dada al romanticismo. Seguro que eso tampoco lo encontraban lo bastante
«claro».
Metió la chapa en la ranura y la puerta se abrió y volvió a cerrarse tras
ellos.
Ella se quitó el traductor del cinturón y lo colocó en la mesita mientras
se aseguraba de que el auricular seguía en su oreja izquierda. Él volvió a
ofrecerle su espléndida sonrisa porque, de momento, no sabía qué hacer ni
qué decir.
—¿Aquí os quitáis la ropa para copular? —preguntó ella con la mano en
el cierre de su mono negro.
—Sí, claro —era increíble lo directa que era la tía—. ¿En tu mundo no?
—Sí. Pero hay otros pueblos que no lo hacen.
Otros pueblos. Había dicho otros pueblos. Luego los Xhroll tenían
contacto con otras especies no humanas y no sólo contacto sino, al parecer,
también relaciones sexuales.
Por eso se lo tomaba la tía con tanta naturalidad, porque para ella no era
la primera vez. A saber cuántos extraterrestres más o menos monstruosos se
la habrían tirado ya. No es que él esperara que fuese virgen, claro, pero se
había imaginado que sería la primera vez para los dos y así resultaba que el
que era prácticamente virgen era él. Y esa era una idea que no le gustaba
nada. Si había un terreno donde no tenía costumbre de pasar por tonto, era
precisamente éste. Igual la tía hacía una muesca en el cinturón cada vez que
se tiraba a un alienígena. El pensamiento le arrancó una sonrisa torcida: era
justo lo que él había hecho durante los últimos veinte años de su vida y lo
que pensaba hacer en cuanto ella abandonara su piso al toque de las seis.
«No seas machista», se dijo. «Si tú lo haces ¿por qué ella no?».
La Xhroll se había quitado el mono y lo estaba plegando
cuidadosamente en el suelo. No llevaba ningún tipo de ropa interior y su
piel era blanca y lisa, de un tono mar leño. Cuando volvió a ponerse en pie
y se giró hacia él se dio cuenta de que no tenía vello en ningún lugar del
cuerpo y su sexo estaba tan expuesto que más que obsceno resultaba clínico.
Los pezones y la vulva eran exactamente del mismo color que el resto de la
piel y eso le daba un aspecto de maniquí de escaparate del siglo XX.
Nico tragó saliva y empezó a quitarse la ropa mientras ella lo observaba
impasible, los brazos relajados junto al cuerpo.
Él siempre se había sentido orgulloso de sus músculos prominentes, de
su piel morena, de su pecho velludo sobre el que lanzaba menudos guiños el
oro de una na cadena. Y sin embargo ahora, bajo aquella mirada de hielo,
se encontraba estúpido, como si su cuerpo fuera una atracción de feria.
Tardó unos segundos en decidirse a quitarse los shorts que ocultaban apenas
una erección incipiente. ¿Y si los hombres de su planeta no eran así? ¿Y si
ella nunca había visto un pene? ¿Y si, mucho peor, estaba acostumbrada a
penes mayores, el doble o el triple del suyo?
Se esforzó por desechar ideas que le llevarían irremisiblemente a una
pérdida de tensión sexual y, antes de que sucediera, se quitó rápidamente los
calzoncillos y, en un uido movimiento conseguido a través de años de
práctica, liberó sus piernas.
Ella seguía mirándolo con esa expresión que de hecho era una ausencia
de expresión.
Nico maldijo en su interior. Se sentía ridículo, absurdo y pasivo, casi
como si estuviera esperando a que tomase ella la iniciativa, como si de
pronto no se viera capaz de hacer lo que había decidido.
Sin pensarlo más, dio un paso hacia ella, rodeó con un brazo su cintura y
la atrajo hacia su cuerpo. La mujer estaba cálida y su piel era suave. Nico dio
un suspiro de alivio. En algún lugar de su subconsciente había esperado y
temido encontrarse con una piel fría y reptilesca. La abrazó más
estrechamente y, poniéndose casi de puntillas, empezó a besar su cuello y su
oreja ngiendo una pasión que estaba muy lejos de sentir por el momento.
Pero sabía que si continuaba forzando la respiración y dejándose llevar por
el tacto de la piel, antes o después el deseo sería auténtico; era cuestión de
tiempo y de interés.
Las manos de ella empezaron a explorar su espalda, literalmente,
músculo por músculo desde la nuca hasta la parte alta de los muslos, como si
estuviera haciendo un inventario de existencias, como una masajista
tratando de hacerse una idea del estado general de un paciente.
Nico empezó a fantasear deliberadamente, intentando olvidarse de la
exploración convirtiéndola en algo deseable y excitante. Buscó sus labios que
siguieron cerrados un buen rato antes de que por n se diera cuenta de lo
que el hombre esperaba de ella. Entonces abrió la boca de golpe y Nico tuvo
la vertiginosa sensación de que, lo que momentos antes era un castillo que
había que tomar, se había convertido en un pozo sin fondo que lo tragaría.
Descontroladamente se separó, jadeante, de su boca abierta y para cubrir su
confusión la arrastró hacia la cama tratando de convertir su arrebato de
miedo en un frenesí de deseo. Ella se dejaba hacer con esos ojos cristalinos
constantemente abiertos y al acecho.
—¿No puedes cerrar los ojos? —preguntó.
—Por supuesto. ¿Para qué?
—Los humanos pensamos que así se potencian las sensaciones.
—Puedo intentarlo.
La Xhroll cerró los ojos y Nico se sintió algo mejor mientras se
concentraba en sus pechos, lamiendo insistentemente sus pezones tratando,
sin ningún éxito, de ponerlos erectos.
—¿Te gusta así? —preguntó al cabo de un rato.
—Sí —dijo ella, sin abrir los ojos—. Es agradable.
«¡Maldita sea!», pensó Nico. «Agradable. La hija de su madre lo
encuentra agradable. Ni un suspiro, ni un jadeo, ni un mal espasmo
muscular. Igual podía estar visitando una planta recicladora de basuras. Sólo
faltaría que hubiera dicho “interesante”».
Decidió saltarse todos los pasos intermedios. Al n y al cabo, aquella tía
no era humana. Lo que a una mujer le parecía una preparación
imprescindible podía ser para ella un estúpido juego infantil sin ningún
sentido. Quizá un poco de fuerza bruta la sacara de aquella serenidad que lo
estaba volviendo loco.
Le separó las piernas violentamente y se dispuso a penetrarla.
Se arrepintió de inmediato.
Una mirada a su vulva blanca y abierta le recordó que nunca había
tomado a una mujer sin tocarla primero. Podía ser una superstición pero
estaba demasiado arraigada para desecharla sin más, de modo que,
dominando un principio de repugnancia, metió la mano entre las piernas de
la Xhroll y estuvo a punto de retirarla, asustado. La mujer segregaba una
especie de sustancia viscosa que debía ser el equivalente del ujo humano
pero que tenía un olor agrio, casi como un vómito, y se pegaba a sus dedos
con una insistencia desacostumbrada. ¿Y si por dentro también era
diferente? ¿Y si todos esos cuentos de la vagina dentada tenían, después de
todo, algún fundamento? Los humanos no sabían prácticamente nada de los
Xhroll. ¿Y si…?
—Quiero advertirte de que no estoy tomando ninguna medida
anticonceptiva —le informó ella repentinamente, en el mismo tono de voz
en que se dan los mensajes en los espaciopuertos.
Aunque el aviso lo había dejado perplejo, trató de sobreponerse:
—¿Quieres que me encargue yo?
—Sólo quiero que lo sepas.
—Bien. Espera un momento.
Saltó de la cama intentando decidir qué hacer a continuación. Era casi la
primera vez que le sucedía una cosa así. Prácticamente todas las mujeres
humanas eran voluntariamente estériles hasta que decidían invertir la
situación y tomaban los fármacos que les devolvían la fertilidad.
Antiguamente existían unas fundas de goma que se ajustaban al pene y
evitaban la entrada del semen masculino en el útero de la mujer, pero estaba
seguro de que en toda la Victoria no había uno solo de esos inventos
antediluvianos, aquello era una estación espacial, no un museo.
Y entonces, ¿qué? ¿Confesar que no había previsto la eventualidad y
terminar la noche durmiendo como hermanos? No. Eso sería demasiado
estúpido.
Abrió el único cajón de que disponía y empezó a revolver entre su
contenido sabiendo que allí no encontraría nada que pareciera ni
remotamente un anticonceptivo. Podía llamar a la enfermería y preguntar si
ellos tenían algo pero eso haría demasiado daño a su reputación. Tendría
que buscar otra cosa.
De pronto encontró algo que podría servir.
Sacó la aspirina de su funda, se giró hacia la mujer para que viera bien lo
que estaba haciendo y se la tragó en seco. Volvió a sonreirle a la Xhroll, bajó
la intensidad de la luz y se dispuso a acabar lo que había empezado.
Sentados frente a los ventanales de la Sala Olimpia, una de las tres áreas
de recreo con vista exterior, Igor, Hal y Diego contemplaban los
preparativos de despegue de la nave Xhroll esperando con impaciencia a que
se les reuniera Nico y les diera un informe completo de la noche anterior.
Todos ellos estaban en diurno y tenían cuarenta minutos antes de
presentarse en sus respectivos puestos pero todos estaban dispuestos a
arriesgar lo que fuera por llegar tarde si así conseguían ser los primeros en
enterarse de lo que había pasado en el cubículo de Nico y en el despacho del
comandante donde se encontraba en esos momentos.
Los técnicos de aislamientos de la Victoria habían resuelto el problema
de la Harrkh mucho más deprisa de lo que todos esperaban porque, según
se decía, había sido solamente cuestión de modi car algunos repuestos
terrestres para que se ajustaran a los requerimientos de la nave alienígena.
La razón de que ellos carecieran de las piezas necesarias para su propio
mantenimiento no había quedado clara para nadie pero corría el viejo chiste
del Rolls Royce que no cobra facturas por reparaciones porque, o cialmente,
un Rolls jamás se avería. Otro de los chistes en boga era que los Xhroll
debían tener sangre japonesa: cuando algo se estropea la respuesta es el
sepuku/harakiri en masa. Pero la sangre debía de estar contaminada de
herencia latina que les había llevado a recurrir a la chapuza para salvar la
piel, o más exactamente, para salvar la carga, con lo cual la sangre escocesa
entraba también en consideración.
Los tres o ciales se habían pasado casi toda la noche despiertos,
recorriendo las diferentes áreas de recreo, mezclándose con distintos
corrillos, haciendo chistes y discutiendo posibilidades cada vez más absurdas
según iba subiendo el nivel de alcohol y de cansancio, hasta acabar en la
puerta del cubículo de Nico esperando ser los primeros en felicitar al
campeón, o en «recoger solemnemente sus pedazos», en frase de Diego. Sin
embargo Kaminsky se les había adelantado.
Apenas se había abierto la puerta para dejar salir a la Xhroll, tan fría y
tan fresca como diez horas antes, y a Nico, agotado y sonriente, se había
presentado el coronel Aichinger con una escolta para conducirlos a los dos a
presencia del comandante. No les había dado tiempo más que a un rápido
cruce de miradas y a un par de gestos que todos comprendían: «Sala
Olimpia. Te esperamos».
Y allí estaban, tomándose sin ganas el sucecafé mirando
alternativamente a la puerta por la que tenía que aparecer Nico cuando
Kaminsky terminara con él y a la ventana por la que se veía la nave que se
llevaría a la mujer Xhroll.
—A ver si se ha enamorado de ella —comentó Diego en su mejor voz
de cenizo.
Le contestaron las carcajadas de sus compañeros y la palmada de Nico
en su hombro.
—Menos romanticismos, Dieguito. Los, bueno, y las Xhroll, no son
nada románticos, te lo digo yo.
Todos se pusieron de pie y volvieron a sentarse inmediatamente después
de que Nico se dejara caer en un sillón de espaldas a la ventana.
—¿Qué quería Kaminsky? —preguntó Hal.
—Chico, ¡cómo eres! Tengo un montón de cosas interesantes que
contar, quince minutos para contarlo todo, y a ti sólo te preocupa lo que
quería el Gran Jefe. En n… Quería, en la base, lo mismo que vosotros
pero se ha contentado con ver que los dos seguimos vivos y que no hay
quejas por parte de la Xhroll.
—¿Y por tu parte?
—Al parecer no le preocupa si yo he quedado satisfecho.
—Pero ¿qué?
—¿Qué qué? ¿Si he quedado satisfecho? —esbozó una sonrisa traviesa y
soñadora destinada a incrementar la tensión de la espera—. Pues sí, señores.
La verdad es que sí.
—¡Venga, hombre! ¡Cuenta!
Nico se arrellanó en el sillón, cruzó las manos detrás de la nuca y siguió
sonriendo, sin hablar.
—¡Venga, vamonos! —dijo Igor poniéndose de pie—. Don Juan no está
comunicativo.
—¡Joder, tíos, no os lo toméis así! Es que no sé por dónde empezar… Si
me preguntarais sería más fácil.
Igor volvió a sentarse.
Mientras tanto se había ido acercando un grupo de gente que trataba de
pasar desapercibida pero estaba pendiente de cada palabra de Nico.
—A ver —empezó Hal—, ¿qué tal está de cuerpo?
—Ya lo habéis visto. Estupenda.
—Sí, ya, pero ¿es normal?
—No tiene tentáculos, ni antenas, ni nada raro si os referís a esas cosas.
Eso sí, es toda blanca.
—¿Toda? —varias voces se mezclaron en la pregunta.
Nico asintió con la cabeza mientras tomaba un trago del café de Diego:
—Cada milímetro. No tiene nada que sea de otro color.
—¿Activa o pasiva? —se interesó Igor.
—Pues al principio más bien pasiva. ¡Qué digo «más bien»! Pasiva como
un trozo de mármol. Pero luego… luego se fue animando y casi me come.
Disfrazó el comentario con una de sus sonrisas para que nadie pudiera
darse cuenta de las imágenes que acababa de ofrecerle su cerebro: la Xhroll
montada encima de él saltando como un jinete sobre un caballo salvaje
mientras él luchaba con todas sus fuerzas para liberarse de su cuerpo que se
le pegaba de una manera antinatural, la Xhroll con la cabeza metida entre
sus piernas chupándolo de un modo brutal, doloroso, en una presa que se
veía incapaz de deshacer, la Xhroll lanzando por toda su piel sucesiones de
choques eléctricos que le quitaban la respiración y le forzaban a gritar de
dolor y de rabia. Cerró el grifo de los recuerdos y pidió a Diego que le
trajera otro café.
—Y, oye, ¿la tía se…? —Igor se dio cuenta de que en el grupo de
oyentes había varios miembros femeninos y reformuló la pregunta en el
mismo instante en que empezaban a alzarse algunas cejas—. ¿Conseguísteis
llegar al orgasmo?
Nico puso cara de ofendido con toda la teatralidad de que era capaz:
—Por supuesto.
—¿Cuántas veces? —preguntó una voz anónima.
—No sé, la verdad. Después de la quinta perdí la cuenta.
Otra vez los recuerdos a orando sobre el momento de triunfo de la Sala
Olimpia. Aquella sensación quemante en el bajo vientre, como un reguero
de pólvora encendida, como un ácido que corroía su cuerpo por dentro. Una
vez, dos veces, era verdad que no recordaba cuántas. Aquel dolor que lo
había dejado ciego durante unos instantes, aullando de miedo. Y ella con los
ojos abiertos, jos con delirante intensidad en su rostro des gurado por el
dolor, pálida como un muerto, respirando lenta, pesadamente, como si
bebiera su pánico.
Llegó el café y se lo tomó de un trago, quemándose la lengua.
En ese momento sonó el acorde del turno de las seis y todos empezaron
a ponerse en pie de mala gana.
—¿Vamos? —preguntó Diego que trabajaba a sólo tres corredores del
taller de robótica miniaturizada.
Nico sacudió la cabeza:
—Tengo que ir a la enfermería. Ordenes de Kaminsky. Los Xhroll están
limpios en cuanto a cosas que puedan contagiarse por el aire pero, al parecer,
nadie había previsto que hubiera un contacto tan estrecho.
Igor, Hal, Diego y Nico se dirigieron juntos a la puerta y recorrieron el
primer corredor entre gente que iba tomando distintas desviaciones. Al
llegar al punto en que sus caminos se separaban, obedeciendo a un impulso
repentino, Nico los reunió en un rincón y, después de asegurarse de que
nadie podía oírlo, les contó lo de la aspirina. De alguna manera eso le hizo
sentirse mejor, como vengado en parte de todo lo que le había sucedido y
jamás se vería capaz de confesar.
—Ni una palabra a nadie, ¿eh? Si se enteran los de arriba me cuelgan de
los pulgares.
Agitó los pulgares que acababa de nombrar, se los metió en el cinturón y,
silbando desa nadamente, echó a andar hacia la enfermería.
EL COMANDANTE KAMINSKY RECIBIÓ AL capitán médico en lo
que él llamaba su gabinete, una especie de híbrido de sala de estar y
despacho informal, contiguo a su dormitorio. Kaminsky, sin llegar a sonreir,
cosa que hubiera intranquilizado excesivamente al médico, permitió que sus
labios se curvaran unos milímetros al verlo entrar.
—Póngase cómodo capitán. Acabo de recibir magní cas noticias y he
decidido que podemos permitirnos un jerez para celebrarlas. —Se dirigió a
un armarito y regresó con una botella y dos copas de cristal—. He recibido
el último mensaje de la Harrkh antes de entrar en el salto que los llevará a
casa. La bodega ha aguantado y están seguros de que soportará el salto. Los
o ciales que nos visitaron se encuentran en perfecto estado de salud y nos
vuelven a dar las gracias. —Sirvió jerez en las dos copas, le tendió una al
capitán y se acomodó frente a él con la suya.
—¿Sabe? —continuó—. Estas últimas semanas, desde esa maldita visita
he estado temiendo que surgiera algún incidente, no me pregunte de qué
tipo porque ni yo mismo lo sé; algo que nos pusiera en una posición
incómoda. No sé, una pelea entre o ciales, una epidemia de gripe que
resultara ser mortal para ellos, qué sé yo… Exceso de literatura,
probablemente. El caso es que incluso esa locura del teniente Andrade ha
resultado sin consecuencias. Quizá hasta sirva para reforzar nuestras
relaciones que, como usted sabe, no han sido demasiado cordiales hasta
ahora.
Kaminsky bajó la vista del techo en vista de que el capitán no parecía
dispuesto a hacer ni un mínimo comentario de cortesía y sólo entonces se
dio cuenta de que el médico jefe de la Victoria tenía un problema y debía ser
un problema de envergadura porque todo el mundo sabía que al
comandante no se le podía molestar con tonterías.
—¿Ocurre algo, Roland?
El capitán puso la copa sobre la mesa que los separaba y se pasó las dos
manos por el escaso pelo que aún conservaba.
—Ocurre algo, señor. El problema es que no sé qué.
—No me estará usted hablando de una epidemia, ¿verdad? —Kaminsky
había abandonado su postura relajada y volvía a parecer un muñeco de
alambre.
—No, señor. Por fortuna no se trata de eso. De momento el único
afectado parece ser el teniente Andrade, lo que no es extraño dadas las
circunstancias.
—¿Un virus extraterrestre? ¿Lo que yo temía, pero entre los nuestros?
—No tengo ni idea. Le he hecho todos los exámenes a mi alcance, que
en la base son todos los que están al alcance de nuestra tecnología y tengo
que confesar que no sé lo que le pasa.
—¿Habrá que repatriarlo?
—No lo sé. No puedo predecir el desarrollo de la enfermedad y no
tengo manera de saber si sobreviviría al viaje.
—¿Tan mal está?
Mathieu Roland volvió a pasarse la mano por el pelo, indeciso:
—No. No está muy mal. Son pequeñas molestias pero constantes.
Vómitos frecuentes, calambres de estómago, debilidad general, vértigos, un
principio de depresión, sensibilidad a la luz. Muchos pequeños síntomas
que no dan un cuadro claro.
—¿Y qué sugiere?
—Yo había pensado que quizá podríamos consultar con el o cial médico
de la Harrkh. Si es una enfermedad Xhroll, ellos serían los más indicados
para tratarla.
Los labios de Kaminsky se tensaron en una sola línea.
—Sólo es una sugerencia, por supuesto. Pero si van a entrar en el salto,
la decisión tendría que ser…
—Rápida, ya lo sé.
—Disculpe, comandante.
Kaminsky se puso en pie.
—Le informaré cuando haya tomado una decisión. Mientras tanto,
supongo que habrá ordenado una cuarentena respecto a Andrade.
—Por supuesto, señor. Tanto él como sus amigos más íntimos se
encuentran aislados. En el caso de los miembros femeninos es algo más
difícil, señor. Ya conoce usted las… costumbres del teniente.
El rostro de Kaminsky se había convertido en una cruda máscara de
piedra:
—Que haga una lista completa de sus contactos con el personal
femenino en estas últimas semanas. Completa. Independientemente de
rango, estado civil y ocupación. No es momento de andarse con
caballerosidades.
—A sus órdenes, mi comandante.
Cuando hubo salido el capitán Roland, Kaminsky dio un soberbio
puñetazo a su escritorio y se encerró en el baño a pensar, sentado en el
inodoro, si debía ponerse en contacto con la Harrkh.
En una pequeña habitación de cuatro camas en la enfermería, Igor, Hal
y Diego jugaban desganadamente a los dados. Llevaban cinco días
encerrados en observación y, aunque por el momento no habían aparecido
síntomas en ninguno de los tres, el capitán médico les había informado de
que deberían permanecer allí de dos a tres semanas más hasta que se pudiera
diagnosticar con seguridad la enfermedad de Nico.
Los dos primeros días habían sido terrorí cos porque cada mínima
molestia se interpretaba enseguida como una manifestación de la extraña
enfermedad alienígena. A Diego le había salido un grano en la barbilla a las
pocas horas de hallarse en cuarentena y, durante unos minutos, sus dos
compañeros habían permanecido contra la pared, todo lo lejos que les
permitían los pocos metros cuadrados de la habitación, apretando como
locos el botón de llamada y mirando a Diego como si estuviera a punto de
transformarse en un monstruo de película antigua. Luego, una vez que el
equipo médico los hubo tranquilizado debidamente respecto al grano, las
relaciones fueron volviendo a su curso y, después de cinco días, su principal
problema no era ya el miedo sino el más absoluto aburrimiento.
—¿Vosotros habéis visto una película de mediados del  XX que se llama
Alien? —preguntó Diego mientras Hal hacía el recuento de puntos.
—¿Cine plano? No sé cómo eres capaz de tragarte esos rollos, Diego.
¿De qué va?
—De unos humanos de una nave de carga que bajan a explorar un
planeta desconocido y a uno de ellos le salta una especie de pulpo a la cara y
se le queda pegado al casco.
—¡Joder! —murmuró Igor.
—Y luego lo suben a la nave, lo ponen en cuarentena y creen que se va a
morir pero de repente se le cae el bicho de la cara y resulta que el tío se
recupera y está muerto de hambre y cuando está a medias de comer
hablando con los compañeros, de repente empieza a echar sangre por la
boca y a tener calambres y entonces le sale una especie de serpiente del
estómago y lo revienta.
—¡Joder, Diego! ¡Hay que ver qué mal gusto tienes! —dijo Hal
frotándose el estómago.
—Es que no puedo evitar darle vueltas a esa película. ¿Y si lo que le pasa
a Nico es una cosa así? ¿Y si la Xhroll le puso un huevo dentro y ahora le va
a salir un monstruo?
Igor se levantó de la mesa con cara de pocos amigos:
—Si sigues hablando de ese tipo de cosas, te rompo la cara y pido que
me aislen. No sé vosotros, pero yo ya tengo bastante con la situación como
es sin tener que pensar además en esas guarrerías.
En ese mismo momento se abrió la puerta y todos consultaron
automáticamente el reloj. Ni era hora de comer ni de ningún tipo de
pruebas aunque nunca podía saberse si a alguien del equipo se le había
ocurrido otra nueva que aún no les habían hecho. Sin saber cómo, se
encontraron con la espalda pegada a la pared y las manos húmedas.
El capitán Roland entró en la habitación sin traje aislante:
—Muchachos, podéis recoger vuestras cosas. Acabamos de suspender la
cuarentena.
—¿Se sabe ya lo que tiene Nico, capitán?
—Eso creemos. Y, no os preocupéis, no es contagioso. Podéis volver a
hacer vida normal.
—¿Nos puede decir lo que le pasa?
Roland miró al techo, como buscando orientación en un mapa invisible
y desvió la vista a la puntera de sus zapatos:
—No tengo autorización para ello, lo siento. Tendréis que preguntarle a
él.
—¿Podemos visitarlo?
—Eso tendréis que preguntárselo al doctor Marinetti.
Los tres se miraron, preocupados. Marinetti era un civil al que la Flota
había concedido el cargo de teniente para poderlo incorporar a la Victoria
como psiquiatra.
—¿Tan mal está?
—No puedo deciros nada.
Los amigos de Nico recogieron sus cosas y, cuando ya se disponían a
salir, Roland habló de nuevo:
—Andrade va a necesitar mucho apoyo moral a partir de ahora,
muchachos. Si sois amigos suyos de verdad, id a ver a Marinetti. Él os dirá
cómo debéis comportaros.
Aguardaron unos instantes más pero viendo que el capitán no pensaba
añadir nada, saludaron y salieron de la enfermería dándole vueltas mentales
a todas las posibles enfermedades que requerirían un tratamiento de ese
tipo: parálisis progresiva, algún tipo de cáncer que des gurara su rostro…
Nico, mientras tanto, tendido en la cama de una de las pocas
habitaciones individuales de la enfermería, sollozaba agarrado a la almohada
que recogía con la misma indiferencia sus lágrimas y sus puñetazos.
La antesala del despacho del doctor Marinetti estaba vacía. En una
estación espacial el personal es cuidadosamente escogido en cuanto a su
equilibrio mental y, caso de surgir algún problema, casi todo el mundo
pre ere dirigirse a un buen amigo o a una de las máquinas de terapia
psíquica en lugar de ir a contarle intimidades a un perfecto desconocido. Por
esa razón, se decía, tanto el capellán como el psiquiatra tenían
monopolizadas una de las diez máquinas de terapia. Cuestión de soledad y
de sentirse inútil.
Por eso también, probablemente, Marinetti estaba radiante cuando
entraron los tres o ciales en su despacho.
—Pasen, pasen, señores, por favor. Pónganse cómodos.
Acercaron unas sillas de plástico a la mesa del psiquiatra y esperaron que
éste se sentara para hacerlo también. Hal habló primero:
—El capitán Roland nos ha enviado a usted para que nos hable del
problema de Nico y nos diga qué podemos hacer para ayudarle.
Marinetti los miró detenidamente, uno a uno, como si tratara de evaluar
sus personalidades y su posible reacción ante la noticia que estaba a punto
de darles. Su análisis debió de resultar positivo porque dijo sin más
preámbulos:
—El teniente Andrade va a tener un bebé.
La perplejidad duró sólo unos segundos. Inmediatamente los tres
rompieron en carcajadas con acompañamiento de lágrimas y palmadas en
los muslos.
Marinetti los miraba sin comprender:
—Si ustedes lo encuentran gracioso…
—¡Pues vaya problema! Si usted piensa que el haber dejado preñada a la
Xhroll le va a quitar el sueño a Nico… —Diego se ahogaba de risa mientras
trataba de expresarse articuladamente.
—Nico es un hijo de puta, doctor —continuó Igor, tratando de
serenarse—. Perdone. Quiero decir que sus escrúpulos morales son más
bien… —Otra carcajada cortó en seco sus palabras.
Marinetti se aclaró la garganta antes de insistir:
—Perdonen. Quizá no me haya expresado bien.
Todos le miraron con lágrimas de risa aún en los ojos.
—No es la mujer extraterrestre la que está embarazada, señores. Es su
amigo. El teniente Andrade es el que lo está.
—¿Embarazado?
La voz de Diego, casi chillona, oscilando entre la risa y el llanto, les
provocó otro ataque que ahora, sin embargo, tenía una nueva cualidad.
—¿Lo sabe él? —preguntó Hal, muy bajito, como si temiera que Nico
pudiera oírles.
El psiquiatra asintió con la cabeza:
—Se lo he dicho yo mismo, hace unas horas.
Hubo un largo silencio.
—Y ¿cómo se lo ha tomado? —preguntó Igor.
Marinetti suspiró:
—Mal. Muy mal. Al principio me agredió, incluso. Pero es una reacción
natural, por supuesto. No quería creerlo. Luego se echó a llorar. Ahora está
encerrado en su habitación y no quiere ver a nadie de momento. Hay que
dejar que lo supere él solo; más tarde nos necesitará.
—Pero, vamos a ver, doctor. —Igor hablaba rápido y en voz muy baja,
como siempre que la tensión emocional era excesiva—. Primero, la cosa es
imposible: Nico no es una mujer. Segundo, caso de admitir lo imposible,
¿cómo pueden estar tan seguros? Tercero, Nico no tiene por qué soportar la
situación. Es de suponer que habrá algún medio para extirpar… lo que sea
que tiene dentro, ¿no? Una especie de aborto, digo.
Miró a sus compañeros como buscando apoyo para su razonamiento y
ambos asintieron con la cabeza mirando a su vez al psiquiatra.
—Voy a tratar de contestarle ordenadamente, Komarov. Primero, ya sé
que es imposible si se hubiera tratado de una relación entre humanos pero
como la mujer, si es que lo era, pertenece a una especie diferente, no nos
queda más remedio que rendirnos a la evidencia. Segundo, estamos tan
seguros porque hemos entrado en contacto con la Harrkh buscando una
solución a la aparente enfermedad de Andrade y, una vez que los Xhroll nos
pusieron en la pista correcta, nosotros mismos hemos podido comprobarlo.
Tercero, el equipo médico no puede extirpar ese feto porque, trataré de
simpli carlo, se trata de un ser que, al carecer de útero en el que anidar, se
construye una red que implica casi todos los órganos vitales del receptor
para construirse una existencia literalmente parasitaria. En el estadio de
desarrollo en que ahora se encuentra, habría que extirpar la mayor parte del
hígado del teniente, los dos riñones, la próstata, el bazo, más de la mitad del
estómago… ¿para qué seguir? Ustedes mismos se dan cuenta de que es
imposible.
Se produjo otro silencio.
—Pero… pero, doctor. Los Xhroll tienen que saber hacerlo, ¿no? Igual
que nuestros médicos saben cómo practicar un aborto.
—Eso es ya más difícil de contestar, Wilson. Sé que el comandante ha
mencionado la posibilidad de tratar del asunto con los Xhroll pero
médicamente es posible que tampoco ellos sepan cómo hacerlo cuando el
receptor del parásito es un cuerpo humano. Ellos tampoco tienen ninguna
experiencia con nosotros, ¿comprende? Además, si se tratara de una mujer
humana, quizá, sólo quizá, cabría la posibilidad de que el parásito se hubiera
implantado en el útero y extirpando el útero completo pudiéramos librarnos
del problema. Pero no es ese el caso.
—Doctor —la voz de Diego era inestable, como si estuviera de nuevo a
punto de llorar—. Antes nos ha dicho usted que Nico estaba esperando un
bebé.
Marinetti asintió lentamente.
—¿Por qué ahora, de pronto, no hace más que hablar del «parásito»? ¿Es
que va a ser un monstruo o algo así?
El psiquiatra sonrió levemente:
—¿Alien? ¿La película antigua?
Diego se ruborizó.
—No tiene por qué avergonzarse, García. A mí también me gusta el
cine. Pero contestando a su pregunta… no lo sabemos. No tenemos forma
de saberlo pero no hay razón para pensar que sea muy diferente de sus
padres.
—Entonces, ¿por qué no dice usted «el niño» o «la niña»? Yo, la verdad,
me sentiría mejor.
—Va en caracteres —el psiquiatra esbozó un gesto de impotencia—. Yo
pienso que, por el momento, hasta que sepamos qué evolución van a seguir
las cosas, es mejor hablar de un «parásito». Si vemos que el problema no
tiene solución y que el teniente Andrade va a tener que llevar a término el
bebé, quizá será más conveniente empezar a humanizarlo, a personalizarlo.
—¿Entonces?
—Vayan a visitarlo, si él lo permite. Si no, sigan insistiendo sin
angustiarlo, hasta que los reciba. Y por favor, sobre todo, no se rían de él. La
cosa no tiene gracia.
—No —dijo Igor poniéndose en pie—. La verdad es que no la tiene.
El comandante Kaminsky paseó la vista por los rostros de las personas
que llenaban la Sala de Juntas, todos los hombres y mujeres que formaban el
Alto Mando de la Victoria y que, en circunstancias normales sólo se reunían
una vez al mes para cuestiones de pura rutina, para tranquilizarse
mutuamente con las noticias de que todo funcionaba a la perfección. Ahora
todos los rostros estaban tensos.
Lo que, tan sólo dos días atrás, había suscitado chistes y bromas
obscenas se había convertido de pronto en el problema más serio al que se
había enfrentado la Humanidad desde sus orígenes.
—Señoras y señores, lamento tener que informarles de que la situación
es prácticamente desesperada porque, si no surge alguna solución, y pronto,
este incidente va a abocarnos a la primera guerra extraplanetaria de nuestra
historia.
»Voy a hacer un rápido resumen de la situación; luego pediré sus
opiniones al respecto y deseo que tengan presente que quiero respuestas.
»Todas y todos ustedes saben cómo se originó el con icto; no me
detendré en ello. Cuatro semanas después de presentarse los primeros
síntomas en el teniente Andrade, me vi obligado, haciendo de tripas
corazón, puedo asegurárselo, a entrar en contacto con la nave alienígena en
busca de información. Mi principal temor en aquellos momentos era que
pudiera tratarse de un virus que desencadenara una epidemia. No fue este el
caso, no sé si decir por fortuna o por desgracia, y todas y todos ustedes
saben cuál fue la respuesta que recibimos de los Xhroll. Es también del
dominio público la imposibilidad en que se ve nuestro equipo médico de
extirpar el parásito que se encuentra alojado en el cuerpo del teniente
Andrade.
»La Harrkh, cumpliendo órdenes de su planeta, se dirige en estos
momentos de vuelta hacia nuestra estación con el propósito de que le
hagamos entrega del teniente para llevarlo a Xhroll donde tienen intención
de observar el proceso de crecimiento del parásito hasta que llegue a
término.
» Xhroll exige la entrega del teniente, a quien ellos denominan «madre
de un ciudadano de su planeta» y se comprometen a devolvernos a Andrade
una vez haya… ¡ejem!… dado a luz.
»El Gobierno Central de nuestro planeta no está dispuesto en principio
a esa entrega por considerar que viola los más elementales derechos de toda
y todo ciudadana y ciudadano de nuestro planeta a la protección que le
corresponde, mayormente cuando no tenemos medio de saber qué destino le
espera a Andrade tan lejos de nuestra soberanía. A esto se añade también
que, si admitimos la terminología Xhroll, y nos referimos al parásito como
«hija o hijo», «ciudadana o ciudadano» y humana o humano en un cincuenta
por ciento, nuestro mundo tiene tanto derecho a él o ella como pueda
tenerlo Xhroll.
Kaminsky hojeó sus papeles durante unos segundos:
—En cuanto a la posibilidad de la extirpación o el aborto, como
pre eran llamarlo, hemos consultado con los Xhroll y su respuesta ha sido
que, aunque probablemente tampoco ellos supieran cómo llevarlo a cabo sin
peligro para la vida del teniente Andrade, en ningún caso estarían
dispuestos a hacerlo. Su mundo tiene un bajísimo índice de natalidad y toda
vida es preciosa además de que se trata de un caso único en la historia y no
desean perder la oportunidad de estudiarlo y, si resulta viable, incluso
repetirlo. Tomen nota de la insolencia. ¿Alguna pregunta?
La coronela Ortega alzó la mano, recibió permiso para hablar y se puso
en pie:
—Partiendo de la base, que supongo común, de que no estamos de
acuerdo en entregar a Andrade, ¿no podríamos argumentar que todos los
derechos sobre el futuro ser corresponden a la Tierra porque el teniente no
sabía a lo que se arriesgaba y no tuvo ocasión de negarse a concebir?
Kaminsky hizo una mueca como si acabara de morder un limón verde:
—Me temo, coronela, que ése es precisamente uno de nuestros puntos
más ojos.
Hubo un murmullo de incomprensión en la sala. El comandante
continuó:
—Los Xhroll tienen una grabación, obtenida a través de su traductor y
que me ha sido enviada, de toda la conversación que tuvo lugar entre el
teniente y la Xhroll durante el tiempo que pasaron en privado. En la
transcripción que yo poseo, la mujer advierte explícitamente a Andrade de
que no está tomando ninguna medida anticonceptiva. Andrade, a pesar de
esta advertencia, y haciendo caso omiso de ella, continuó una relación sexual
que lo estaba poniendo en peligro.
—Pero él no sabía que se estaba poniendo en peligro —se alzó una voz.
—Lo que signi ca que el teniente supuso que era ella la que corría
peligro de concebir y eso no le pareció lo su cientemente importante como
para desistir de sus intenciones —terminó el comandante—. Hecho que,
evidentemente, nos pone en una situación vergonzosa frente a nuestros
propios valores morales y, frente a los Xhroll, en una posición de absoluta
desventaja.
—En cuanto a moral tampoco quedan muy bien los Xhroll porque la
mujer sabía que Andrade podía quedar… podía concebir —intervino el
coronel Aichinger.
—Error, Otto. En el interrogatorio a la mujer, que también me ha sido
transcrito, ella asegura que Andrade tomó, delante de ella, un fármaco que
ella supuso anticonceptivo, y le aseguró que todo estaba arreglado.
—¿Un fármaco anticonceptivo? —varias voces sonaron, incrédulas.
Kaminsky buscó con la mirada al capitán médico que había sido
invitado a la reunión en calidad de asesor:
—¿Doctor?
El capitán Roland carraspeó y se puso en pie:
—El teniente Andrade tomó una aspirina. Me lo ha confesado hace
apenas unos minutos.
Hubo un murmullo de espanto por la sala.
—Luego el hijo de su padre trató de engañar deliberadamente a esa
mujer sin importarle lo que pudiera pasarle a ella —comentó Diana Ortega
en voz más alta de lo que hubiera querido.
—Exactamente, Ortega. —La voz de Kaminsky era serena pero su
expresión era colérica—. El hijo de quien sea se comportó como un cerdo
rastrero con los primeros extraterrestres con los que los humanos han
tomado contacto en toda su historia. Y ahora todo un mundo se halla en
con icto por culpa de esa mentalidad de macho antediluviano que creíamos
desaparecida para siempre después de tantos siglos de lucha por la igualdad
de los sexos. —Hizo una pausa y volvió a mirarlos con esos ojos que
parecían dos pozos de oscuridad—. Les aseguro que yo no tendría el menor
escrúpulo de entregar a Andrade si no fuera porque eso podría entenderse
como un signo de que estamos dispuestos a aceptar los deseos de Xhroll de
modo incondicional.
—¿Y él qué opina? —preguntó otro de los presentes.
—¿Andrade? —el desprecio en la voz de Kaminsky era feroz—. Unas
veces llora como una damisela antigua, otras embiste como un toro
enfurecido. Hace dos días que ha decidido dejar de comer y se le está
suministrando alimentación intravenosa. Según él, pre ere cortarse las venas
a entregarse a Xhroll. Un comportamiento muy heroico, como pueden
apreciar.
Si alguno de los presentes estaba en desacuerdo con las palabras del
comandante, se guardó mucho de expresarlo. Todas las miradas siguieron
discretamente prendidas a la pulida super cie de la mesa y, cuando el
silencio empezó a hacerse demasiado tangible, continuaron su recorrido por
las paredes y hacia el techo hasta que no tuvieron más remedio que
descender de las alturas y posarse de nuevo en el rostro de Kaminsky, más
duro que nunca.
—¿Qué sugiere el Gobierno Central? —preguntó la Jefe de
Equipamiento Exterior en una voz cuidadosamente neutra.
—El Gobierno Central nos cede el privilegio de hacer la primera
sugerencia considerando que somos nosotras y nosotros las y los que más
elementos del problema tenemos a nuestro alcance.
—O sea —volvió a comentar Ortega, aparentemente para sí misma pero
lo su cientemente alto como para que lo oyeran todos—. Que como somos
nosotras y nosotros las y los que hemos jodido el asunto, quedamos
nombradas y nombrados chivo expiatorio del planeta Tierra.
Nombramiento honorí co, por descontado.
—No he oído ese comentario, coronela Ortega —dijo Kaminsky con
sequedad—. Que no se repita.
—Sí, mi comandante —Ortega bajó la vista esforzándose en dar por
terminada su intervención.
—Tienen ustedes dos horas para presentarme una lista de propuestas
viables. Sin excusas. Sin retrasos. Dos horas. Por si no les han llegado las
noticias, quiero informarles de que la Harrkh, como todos los cargueros
Xhroll, está equipada con unas armas que podrían dejar esta estación fuera
de servicio en unos minutos. Eso sería una provocación que llevaría a
nuestro planeta a una guerra pero les aseguro que ni ustedes ni yo
tendríamos ya que preocuparnos por ello. Dos horas.
Kaminsky recogió sus papeles y abandonó la Sala de Juntas ante la
mirada estupefacta de sus ocupantes.
Nico estaba encogido en su cama, en la oscuridad de la habitación de la
enfermería. No sabía cuánto tiempo llevaba allí ni le importaba. El tiempo
ya no era la medida de un reloj sino la suma de los latidos de su vientre. Un
batir constante, opaco, que reverberaba caliente por todo su cuerpo y se le
anidaba a ratos en las sienes, otras veces en las manos o en la garganta.
Si se quedaba quieto y encogido como estaba ahora, disminuía de
intensidad hasta hacerse casi imperceptible pero siempre había una parte de
sí mismo que sabía que seguía ahí, marcando el crecimiento de lo que aquel
monstruo le había plantado dentro.
Sintió de nuevo ganas de llorar y las reprimió cerrando los puños y
apretando los párpados. Ya había llorado bastante, ya se había puesto
bastante en ridículo ante sí mismo y ante los demás, los pocos que habían
tenido contacto con él desde que lo habían hospitalizado.
No había querido ver a Diego ni a los otros. No podía soportar la idea
de sus burlas, de sus chistes de doble sentido; mucho menos su lástima, su
conmiseración. Él era el teniente Nicodemo Andrade, un macho de cuerpo
entero, un hombre nacido para reparar robots y seducir mujeres, por muy
iguales que fueran ante la ley. No era posible, sencillamente no era posible
que aquello le estuviera pasando a él. Tenía que ser una pesadilla. Era la
única explicación.
Sin embargo sabía que no lo era. Lo sabía pero era demasiado cobarde
para confesárselo y aceptarlo. O quizá no se trataba de cobardía sino de
humanidad. De humanidad pura y simple. ¿Qué hombre no estaría
aterrorizado sabiendo lo que estaba pasando irremisiblemente en su
interior?
¿Era eso lo que sentía una mujer cuando sabía que tenía un hijo o una
hija creciendo dentro? ¿Era posible que todas las mujeres del mundo se
hubieran sentido igual de asustadas cuando sabían que no podían volverse
atrás? No podía ser. La humanidad se hubiera extinguido ya si las mujeres
hubieran sentido ese pánico que lo despertaba a media noche bañado en
sudor. Pero, claro, las mujeres estaban hechas para eso y se alegraban cuando
sucedía. ¿O no? ¿O sólo se alegraban las mujeres de su siglo porque eran
ellas mismas quienes lo habían decidido? ¿Cómo se habrían sentido las
mujeres de otros tiempos cuando ese estado era producto de una violación,
como le había sucedido a él?
Rechazó de inmediato ese pensamiento. Él no había sido violado. Él
había conquistado a esa Xhroll. Él había sido el primer macho humano en
tener relaciones con una extraterrestre. No había sido violado. El dolor que
había sentido no le había sido impuesto. Era parte normal de las costumbres
amorosas de los Xhroll, una simple muestra de la pasión que él había
desatado en aquella mujer.
Lo otro había sido sólo un accidente; un accidente que él no había
podido prever. ¿O había sido intencionado? No. Eso era una locura. No
podía haberlo sido.
A los quince años, en su pueblo, él había dejado embarazada a su
primera novia, una muchacha apenas mayor que él, y de él también se dijo
que lo había hecho a propósito porque la familia de la chica tenía dinero.
Pero no era cierto. Había sido un fallo producto de su inexperiencia, como
ahora. Sólo que ahora era él quien tenía que sufrir las consecuencias del
error. Aquella muchacha había podido ir a la clínica a abortar y años más
tarde, al volver él de la Academia, habían vuelto a ser amigos, incluso
amantes.
¿Podría él algún día ser amigo de la Xhroll, volver a acostarse con ella,
incluso?
El pensamiento le dio escalofríos. En alguna parte de la Victoria, en la
Sala de Juntas probablemente, se estaría decidiendo su futuro. Kaminsky,
con todo su frío veneno, estaría tratando de convencer al Alto Mando de
que la mejor solución era entregarlo a Xhroll y olvidarse de él. Un regalo de
buena voluntad a los y las amigos y amigas extraterrestres. Y eso no. Antes
se suicidaría con lo que tuviera a mano. Aunque fuera dándose de cabezazos
contra la pared.
Se imaginó en un hospital en Xhroll, rodeado de médicas y médicos
Xhroll, de rostros perfectos y vacíos, y empezó de nuevo a llorar bajito, sin
querer, luchando contra las lágrimas que surgían independientemente de su
voluntad, la cabeza enterrada en el almohadón para acallar sus sollozos.
—Mi coronela, ¿tiene cinco minutos?
Diana Ortega, con los ojos enrojecidos y el pelo pegado de sudor, se giró
hacia la voz que había surgido a su derecha en el mismo momento en que,
después de trece horas de sesión ininterrumpida, acababa de poner la mano
en la puerta de su cubículo. Iba mandar a aquel tipo a hacer puñetas, fuera
quien fuera, cuando se dio cuenta de que se trataba de García, el amigo de
Andrade, y de que tampoco él daba la impresión de haber dormido mucho
en las últimas semanas.
—¿Qué hay, García? Pero rápido, antes de que me duerma aquí mismo.
—¿Se ha decidido algo, mi coronela?
Ortega se pasó la mano por el pelo húmedo y suspiró:
—Lo van a entregar.
—¡La madre que los parió!
—¡García! —la reacción fue inconsciente y, al darse cuenta de que tenía
su justi cación, la retiró de inmediato—. Perdone. Tiene razón. La madre
que parió a Kaminsky debía de ser un hombre disfrazado.
Diego puso cara de haber recibido un golpe bajo.
—Disculpe otra vez. Ha sido un comentario bastante imbécil dadas las
circunstancias. Hoy no es mi día.
—¿Lo van a entregar? ¿Está decidido?
Ella asintió:
—Si le sirve de algo, han conseguido ponerse de acuerdo con ésos…
Xhroll en que puede acompañarle otro humano.
—¿Aceptan voluntarios?
Ortega sonrió y estuvo tentada de darle un beso por la lealtad que
aquella oferta signi caba. Naturalmente no lo hizo.
—No se haga ilusiones, teniente. El Gobierno Central ya ha designado
un acompañante.
—¿Quién?
—Charlie Fonseca.
Diego puso cara de perplejidad:
—No lo conozco. Juraría que Nico tampoco.
—Es una especie de o cial de enlace. Nadie sabe muy bien qué hace en
la Victoria; algo así como el capellán. Se pasea por ahí y redacta informes,
nada espectacular.
—¿Y por qué él?
—Supongo que porque no tiene nada mejor que hacer. Yo qué sé.
¡Váyase a dormir, García!
Diana Ortega abrió la puerta de su habitación y, un instante antes de
que se cerrara, volvió a asomar la cabeza y añadió:
—¡Ah!, y no es él, sino ella.
Nico entró al despacho del comandante sintiendo que las piernas se le
habían convertido en gelatina. Nadie le había dicho nada pero lo habían
afeitado, le habían dejado sobre la cama el uniforme de gala y lo habían
acompañado hasta el despacho con la misma cara de respeto solemne con la
que se acompaña al paredón a alguien que ha sido condenado por un crimen
que no ha cometido.
Al entrar, un rápido vistazo le informó de que el Alto Mando en pleno
estaba presente; Kaminsky había decidido no ahorrarle ninguna
humillación.
Se había jurado que sería fuerte y haría honor a su fama de hombre duro
pero por un instante tuvo la sensación de que el despacho escoraba
peligrosamente y tendió una mano para agarrarse a cualquier cosa que
detuviera su caída. De inmediato le acercaron una silla y tuvo que hacer un
esfuerzo sobrehumano para rechazarla.
—Teniente Andrade.
La voz de Kaminsky le dolía en los oídos como una uña rascada contra
un cristal.
—Sí, mi comandante.
Intentó hacer una sonrisa, un esbozo de sonrisa como defensa ante el
miedo que le atenazaba la garganta al encontrarse con la mirada de
Kaminsky. El esfuerzo resultó patético pero siguió intentándolo tratando de
no pensar.
—Dentro de treinta minutos subirá usted a bordo de la nave Xhroll que
le conducirá al planeta de nuestras y nuestros aliadas y aliados
extraterrestres. El Gobierno Central de la Tierra considera que esta es la
mejor solución y, por si no está lo bastante claro, es una orden. —Hizo una
pausa que a Nico le pareció cargada de mala intención—. Permanecerá
usted como huésped de los y las Xhroll durante el tiempo que sea necesario
y, al término de este periodo, será usted devuelto a nuestro planeta donde
percibirá usted una sustanciosa pensión hasta el n de su vida. La capitana
Charlie Fonseca le acompañará en su estancia. No creo necesario recordarle
que, como o cial de mayor graduación, está usted sujeto a su autoridad que
es también la del Gobierno Central de la Tierra.
Se puso en pie:
—Teniente Andrade, en nombre de nuestro mundo y en el mío propio,
le deseo lo mejor en esta aventura que va a emprender. No olvide que
representa usted a nuestro mundo ante Xhroll y que los ojos de todas y
todos las humanas y humanos están jos en usted. ¡Buen viaje!
Los asistentes rompieron en aplausos y Nico, a punto de desmayarse,
sintió que un brazo le rodeaba la cintura y lo mantenía apoyado para que
pudiera saludar con la mano derecha. Desvió un instante los ojos,
in nitamente agradecido, y se encontró con otros ojos, pardos como los
suyos, en un rostro de mujer y una sonrisa que se parecía a la de él en otros
tiempos.
EL PEDAZO DE OSCURIDAD QUE servía de puerta al cubículo que
les habían asignado en la nave Xhroll desapareció durante unos instantes
para dar paso a la capitana Fonseca que llegaba con una especie de botella
en cada mano. Nico se incorporó sobre un codo y la miró acercarse con ese
paso elástico característico de todas las personas morenas que había
conocido en su vida. Aunque ella era sólo morena de piel; su cabello era
castaño claro, casi rubio y sus rasgos tan mezclados que daba la impresión
de que prácticamente todas las razas de la Tierra se habían combinado a lo
largo de decenas de generaciones para crear un rompecabezas que, aunque
no resultaba desagradable a la vista, tampoco llamaba la atención. Charlie
Fonseca era una mujer tan absolutamente del montón que uno sólo la
miraba con más detenimiento cuando caminaba o cuando sonreía y eso,
probablemente, porque era la única mujer humana en millones de millones
de kilómetros.
—Todo arreglado —dijo alegremente—. No ha habido problemas para
que nos dieran el cubículo contiguo. Les he explicado que los y las humanos
y humanas consideramos fundamental para nuestro equilibrio psíquico
disponer de un mínimo de intimidad y al parecer lo han entendido a la
primera. Querían ponerle a usted una especie de sirviente perpetuo, o así lo
he entendido yo, pero he conseguido que lo dejen en la puerta, no dentro.
De modo que si necesita algo no tiene más que dar una voz y el Xhroll
estará a sus órdenes.
—¿Y usted? —preguntó Nico, aceptando la botella que le ofrecía
Fonseca.
—Yo siempre estaré cerca, pero no he venido de niñera, no se haga
ilusiones.
Nico se apretó la frente con la mano libre.
—¿Dolor de cabeza? —preguntó ella.
—No sé. Estoy como atontado. Apenas me acuerdo de cuando salimos
de la Victoria. Recuerdo como en un sueño gente que aplaudía y quería
estrecharme la mano, un montón de Xhrolls en una sala enorme, pasillos
estrechos y oscuros. ¿Es verdad?
Ella asintió, sonriendo:
—Casi toda la gente de a bordo me entregó cartas y notas para usted;
parece que lo quieren mucho, Andrade. Se las he dejado ahí, sobre su
mochila, para que las lea cuando tenga ganas. Lo de los y las Xhroll también
es cierto; incluso nos largaron un discurso en toda regla: unas seis o siete
frases.
Hubo un principio de risa que quedó colgada en el aire.
—Lo siento, capitana —dijo Nico, sin que viniera a cuento.
—¿Qué es lo que siente?
Él hizo un gesto circular con la mano:
—Esto. Todo esto. Y el que la hayan metido en este asunto sin tener
culpa de nada.
Ella volvió a sonreír:
—No me lo habría perdido por nada del mundo, teniente. Estaba
empezando a estar hasta el culo de la Victoria.
»¿Se da cuenta de que vamos a ser los primeros en visitar un planeta
habitado por extraterrestres?
Hubo una pausa.
—En otras circunstancias estaría dando gritos de alegría —dijo él por
n.
—¿Y en éstas no?
—¿Es que no sabe usted lo que me pasa?
—Yo sí. Es imposible no darse cuenta.
—¿Se me nota ya? —Nico se llevó una mano al estómago, alarmado.
—No, hombre, aún no, aunque más vale que se vaya haciendo a la idea
de que, antes o después, tendrá que dejar de usar los pantalones del
uniforme; dentro de un par de meses no va a caber.
Nico giró la cabeza hacia la mampara tratando de ocultar sus ojos.
—Parece que el que no se da cuenta de lo que le pasa es usted —
continuó Fonseca, imperturbable—. Ha tenido el raro privilegio de ser, no
sólo el primer humano en tener relaciones sexuales con un miembro de una
especie extraterrestre, sino el primer hombre de nuestra historia en tener la
experiencia de un embarazo auténtico. La verdad es que le tengo bastante
envidia.
Sorbió el contenido de la botella hasta el nal y la tiró a otro agujero
oscuro que había en la mampara del fondo.
—Bueno, me voy a dar una vuelta y le dejo descansar un rato. A partir
de ahora vamos a llevar una vida bastante rutinaria pero bien organizada.
Los y las Xhroll le están confeccionando un programa nutricional que
responda a las exigencias de los dos, y no me re ero a usted y a mí. Tendrá
diariamente sesiones de gimnasia, lengua y algo así como preparación a la
maternidad. Tendrá también que escribir un diario y presentarse a los
controles médicos dos veces al día. Con su tiempo libre, que no será mucho,
puede hacer lo que le dé la gana, como en la Victoria. Bueno, exactamente
igual que en la Victoria no creo, considerando lo que se dice sobre su
pasatiempo principal —añadió con una sonrisa malintencionada—. Si me
necesita para algo o le apetece charlar conmigo, puede llamarme, yo tengo la
habitación de al lado. Si no tiene ganas, tranquilo, no le molestaré. ¿Todo
claro?
Él asintió con la cabeza, repentinamente abrumado, y Charlie Fonseca
atravesó la oscuridad y salió del cuarto.
Durante los siguientes tres o cuatro días —habían decidido contar como
día cada vez que los despertaban para iniciar una jornada, aunque también
podía tratarse de una siesta— no se vieron mucho. Nico acudía
regularmente a sus obligaciones y Charlie se pasaba por su cuarto con algo
de beber poco antes de retirarse para el periodo de descanso que equivalía
más o menos a la noche terrestre. Los Xhroll se comportaban como
siempre: con una cortesía in nitamente distante que en el caso de Nico, de
modo inexplicable para él, empezaba a tomar tintes de deferencia.
Desde el momento en que habían puesto el pie en la Harrkh, Nico no
había vuelto a ver a la mujer ni a nadie de su sexo; todas las clases, los
entrenamientos y los controles médicos eran efectuados por personal
exclusivamente masculino.
—Capitana, ¿no le parece raro que no haya mujeres a bordo? —
preguntó Nico a Charlie apenas se hubo sentado.
—A mí me ha parecido ver a alguna; lo que pasa es que el comandante
debe de haber ordenado que se mantengan alejadas de usted. Será por su
fama de conquistador.
—No me tome el pelo, capitana. No estoy para bromas.
—La verdad es que está usted insoportable, Andrade. Si no fuera porque
yo soy un todo terreno y la Harrkh es un auténtico baúl de misterios, sería
aburridísimo hacer de acompañante suyo. A mí me habían dicho que era
usted un tipo estupendo: emprendedor, ocurrente, divertido… y ahora
resulta que se está convirtiendo en un viejo llorón.
Nico tensó los labios y miró a otra parte. A él también le repugnaba el
cambio que se estaba operando en su interior pero no sabía qué hacer para
evitarlo. Nunca en su vida se había sentido tan estúpido, tan amargo, tan
pasivo como desde que había empezado todo aquello.
La capitana sacó un juego electrónico del bolsillo del mono y empezó a
ajustarlo para máxima velocidad de respuesta.
—¿Qué piensa usted de mí, capitana? —preguntó Nico de improviso.
Fonseca alzó la vista y la clavó un instante en los ojos del teniente.
—Ya se lo he dicho.
—No. En serio. Me gustaría saber qué piensa de mí en general.
Charlie apagó el aparato, volvió a guardarlo y se echó hacia atrás en la
silla.
—¿La verdad?
Él asintió con la cabeza.
—Prácticamente nada. Me faltan datos. Pero en n: si juzgo por su
historial y por lo que he oído de usted, le encuentro ligeramente divertido
pero, en la base, despreciable.
Nico, a su pesar, hizo un leve gesto de sorpresa. Charlie continuó como
si no lo hubiera registrado:
—Me parece usted una especie de homo erectus que, por un capricho
del destino, ha nacido en el siglo  XXIII, con un cierto valor de reliquia pero
poco más. Le encuentro débil, cobarde y falso. Un hombre que no ama ni
respeta nada salvo quizás a sí mismo y eso sólo va por lo del amor, no por el
respeto. Un hombre que está acostumbrado a ganar pero sólo porque nunca
arriesga nada, porque siempre juega con cartas marcadas. Y una vez que le
salen las cosas del revés cree tener derecho a la conmiseración de todo un
planeta, si no de dos, y a que todo el mundo le dé palmaditas en el hombro
y le prometa arreglarle las cosas sin que su ego tenga que sufrir por ello. ¿He
contestado a su pregunta? ¿Es eso lo que quería oír?
Él sacudió la cabeza.
—No es lo que quería oir. Pero me ha contestado, eso sí.
Charlie se puso en pie.
—Pues me voy. Ya he dicho demasiado.
Nico se levantó también.
—No, capitana, no se vaya. Tengo otra pregunta. Si piensa eso de mí,
¿por qué ha venido?
—Porque, igual que usted, soy o cial de la Flota del Gobierno Central
del planeta Tierra, y tengo unas órdenes que cumplir. No he venido por sus
bellos ojos negros. Ni siquiera porque me interese tanto la xenología,
aunque de hecho es la mejor parte del viaje. No he tenido opción, igual que
usted, pero yo no me lamento.
—¡Claro que usted no se lamenta! ¡Usted no tiene un monstruo dentro!
—Yo tampoco me empeñé en follar con otro monstruo, si se empeña en
llamar así a los y las Xhroll, ni me tomé una aspirina pensando que con eso
todos los posibles problemas serían de la otra persona. Ya va teniendo usted
edad de cargar con las consecuencias de sus actos, Andrade.
—¡Yo no soy una mujer, maldita sea!
Ella lo miró de arriba a abajo, despacio:
—No, teniente. No es usted una mujer. Nosotras somos más fuertes.
—¡No soy una mujer! —gritó Nico, en un ataque de histeria.
—¡Pues más vale que vaya aprendiendo a serlo porque de ésta no se va a
salir con sonrisas y sarcasmos de macho! Va a tener que pasar por todo y le
aseguro que no será fácil, como no lo ha sido para nosotras los últimos
cincuenta mil años. Va a aprender usted mucho, Andrade, así que será mejor
que deje de hacerse el gallito conmigo porque yo soy lo único que tiene
ahora. Yo y lo que lleva dentro.
Se dio la vuelta y atravesó la puerta sin siquiera un «buenas noches».
Nico se quedó plantado en mitad del cuarto con los puños apretados de
rabia y una marea de frustración recorriéndole el cuerpo.
¡Qué se habría creído esa estúpida, esa imbécil cara de mono que había
tenido que enrolarse en la Flota para tener la sensación de que servía para
algo! Nunca en su vida volvería a dirigirle la palabra. Si el Gobierno Central
creía necesario que la capitana Fonseca lo acompañara, no tenía medio de
negarse, pero no era necesario que estuvieran en buenas relaciones. No era
necesario que existieran relaciones de ningún tipo. A partir de ahora sus
únicas relaciones serían con los Xhroll que, por lo menos, parecían
respetarlo.
En ese momento hubiera dado cualquier cosa por tener a su alcance una
buena puerta de madera maciza para dar un auténtico portazo y que
Fonseca se enterara de lo que acababa de decidir pero como no había puerta
y carecía de objetos contundentes que tirar al suelo, se limitó a darse un
puñetazo en el vientre con todas sus fuerzas.
Doblado en dos y llamándose imbécil una y otra vez, se dejó caer en el
camastro y cerró los ojos. Al cabo de lo que le pareció una eternidad,
consiguió quedarse dormido.
Charlie Fonseca estaba tumbada en la cama con los brazos
cómodamente cruzados detrás de la nuca y la mirada perdida en el techo.
Sabía que no podría dormir pero no le importaba demasiado, ella siempre
había necesitado pocas horas de descanso, nunca más de las cuatro
reglamentarias de sus tiempos de Academia, y ahora, con tan poco que
hacer, su cuerpo se encontraba tan por debajo de su nivel normal de esfuerzo
que le sobraba tiempo. El cansancio mental era otra cosa. Pasarse los días
aprendiendo la lengua Xhroll y tratando de entender tantas cosas sin nada
conocido a lo que aferrarse para descansar de vez en cuando, resultaba
agotador para su cerebro. Por eso cada tres o cuatro horas sentía la necesidad
de retirarse un rato a estar sola, a pensar en sus propias cosas en su propio
idioma sin intentar siquiera dormir. Y las ocho horas de descanso nocturno
que necesitaban los Xhroll, o que ellos pensaban que eran necesarias para los
humanos, eran demasiado, incluso después de escribir el diario y los
informes, repasar lo aprendido en el día y repetir su programa de ejercicios
físicos.
Ahora que había acabado con todo ello, se había dejado caer en la cama
y pensaba en Andrade. El pobre imbécil lo tenía bastante negro, la verdad.
Pero quizá no mucho más de lo que lo hubiera tenido una mujer de las islas
mediterráneas raptada por un pirata vikingo y obligada a vivir y parir en
algún poblado noruego. La pequeña diferencia, en eso tenía razón Andrade,
residía en que él no era una mujer. Se había progresado mucho en cuanto a
igualdad de derechos y oportunidades entre los sexos, cierto, pero de todas
maneras a pesar de psicólogos, sociólogos, antropólogos y todo el resto de
ólogos del planeta, hombres y mujeres seguían pensando y sintiendo de
modo diferente y una cosa que ambos sexos tenían muy clara es que un
hombre no podía concebir inadvertidamente. Podía hacerse implantar un
embrión maduro en una placenta arti cial y llevarlo a término, eso se había
hecho ya un número de veces que podían contarse con los dedos de una
mano, pero siempre se había tratado de experimentos de laboratorio con
sujetos voluntarios que en todos los casos habían declarado sentirse mujeres
en su interior. Ningún hombre que se sintiera por completo masculino se
había presentado a los experimentos y al nal, sabiendo que la posibilidad
quedaba abierta, se había abandonado esa línea. La cosa funcionaba. Si
algún hombre lo deseaba, tenía derecho legal. Eso era su ciente.
Lo que a nadie podía habérsele ocurrido era que un macho humano
pudiera encontrarse en la situación que durante miles de años había sido
tristemente normal para todas las mujeres del planeta: tener que llevar a
término un embarazo no deseado sin contar ni siquiera con el consuelo de
sentirse apoyada por una pareja. En eso podía estar la diferencia nunca
superada entre la forma de pensar y sentir de hombres y mujeres, pensaba
Charlie. En que los machos habían podido durante milenios eludir su
responsabilidad mientras que las hembras, aunque, de haber podido,
probablemente también lo habrían hecho, se habían visto encerradas en los
límites de su propio cuerpo que llevaba adelante la tarea de la reproducción
sin contar con su permiso.
En n… Ella no era pareja de Andrade ni de nadie. Podía darle una
cierta ayuda moral en cuanto humana pero sólo si él estaba dispuesto a
aceptarla; en todo lo demás sus órdenes estaban lo bastante claras.
Ahora Andrade la rechazaría durante un tiempo y eso haría
necesariamente que su independencia se a rmara; más tarde volverían a
estar en buenas relaciones. En la base no había ninguna prisa, tenían aún de
seis a siete meses terrestres siempre que el feto se desarrollara con
normalidad; en unas dos o tres semanas tomarían tierra en Xhroll y luego no
había manera de saber qué les esperaba.
Sintió que empezaban a cerrársele los ojos y se dejó llevar por la
somnolencia. Un segundo más tarde un pitido junto a su cabeza le indicó
que tenía visita; descodi có la puerta y se quedó sentada en la cama tratando
de controlar la sorpresa. No era una reacción que hubiera esperado de
Andrade. Ella había supuesto que estaría en su cuarto dándole patadas a la
pared o puñetazos a la almohada y sin embargo se había tragado su orgullo
para… ¿para qué? ¿Pedirle perdón? Ni en broma. ¿Insultarla? Posible pero
poco probable. Entonces ¿qué?
La alta gura de un Xhroll se per ló en la bruma negra de la puerta y
Fonseca se puso en pie. No era Andrade. Era una mujer de piel blanca y
ojos verde claro la que entró en el cubículo sin una sola palabra. Charlie se
forzó a recordar que un Xhroll no considera necesario decir las cosas por dos
veces y que si después de solicitar la entrada a la puerta se le da permiso
abriéndola, no hace falta usar una frase como «¿puedo pasar?» o «perdona» o
cualquiera de esas estupideces humanas. De modo que la Xhroll se quedó
plantada frente a ella y Charlie, como siempre, tuvo la impresión de que de
un momento a otro una de sus manos agarraría la parte inferior de su
barbilla y se quitaría la máscara de goma para revelar el auténtico rostro que
había debajo. Naturalmente no sucedió.
—Quiero hablar contigo —dijo la mujer. Charlie se sentó en la cama y
como, a pesar de todos sus gestos de invitación, la Xhroll siguió en pie,
también ella volvió a levantarse.
—Yo implanté en el abba terrestre.
Charlie guiñó ligeramente los ojos como siempre que no acababa de
captar algo.
—Quiero conocer tu situación legal y afectiva. ¿Tienes derecho sobre el
terrestre? ¿Cómo compartes con él?
—¿Quieres saber si estamos casados o algo así? ¿Si somos pareja? No.
En absoluto. Si somos de distinto sexo es por pura casualidad. Mi gobierno
me ha enviado como acompañante y observador pero mi relación afectiva
con Andrade es nula y mi derecho sobre él es puramente jerárquico; yo soy
capitana y él teniente. Soy su superior, eso es todo. Creía que ya lo sabíais.
—¿No tienes autoridad sobre sus decisiones privadas?
Charlie lo pensó un momento:
—Si son estrictamente privadas, no. Sólo si afectan en algo a la
humanidad o a la Flota. ¿Por qué? ¿Qué pasa?
—Nada que afecte a la humanidad o a la Flota. No necesito más
respuestas.
—Pero yo sí —el tono de Charlie hubiera mostrado a un humano que
estaba a punto de enfadarse; la extraterrestre no lo registró.
—Pregunta —dijo.
Charlie empezaba a tener la sensación de encontrarse en una de esas
leyendas antiguas en que un caballero errante tiene que dialogar con una
es nge de la que depende su vida.
—¿Lo que vas a preguntarle a Andrade es estrictamente privado?
—Sí.
—¿Puedes decirme qué es?
—No tienes autoridad para saberlo si él no decide informarte.
—Si es algo que in uya en su estatus jurídico, él no puede tomar
ninguna decisión sin mi consentimiento.
Charlie contestaba por instinto sin saber bien hacia dónde se dirigía la
Xhroll, pero no podía permitir que Andrade, precisamente en ese momento
de sus relaciones, tomara ninguna decisión que no hubiera previamente
comentado con ella.
—Quiero pedirle que acepte mi… —el traductor pareció dudar durante
unos segundos— protección en Xhroll.
—¿Protección? ¿Existe algún peligro?
—Lo no nacido ha sido implantado por mí. Es mi privilegio si no existe
derecho anterior.
El cerebro de Charlie trabajaba a toda velocidad.
—¿En qué consiste ese derecho, esa… protección?
—Compartiré con él… —durante casi un minuto el traductor
enmudeció y sólo las palabras de la Xhroll, en su lengua nativa, sonaron en
el cubículo—. No hay traducción para todo lo que trato de explicar.
Nuestros lingüistas sólo han establecido equivalentes para conceptos de
intercambio super cial de culturas. No creímos que tendríamos tan pronto
la necesidad de comunicar nuestras estructuras íntimas a unos extraños.
—¿Estás hablando de casarte con él?
El traductor pareció tartamudear y quedó en silencio. La Xhroll quedó
también en suspenso unos segundos.
—Posiblemente —contestó por n—. No tengo bastante información.
¿Estás dispuesta a trabajar conmigo en nuestro banco de datos para llegar a
una mejor comprensión?
—Si la información es recíproca, estoy dispuesta. No puedo tomar
decisiones si no conozco todos los elementos.
—Estoy de acuerdo. También los Xhroll pensamos así.
—Entonces nos veremos mañana. ¿Dónde?
—Vendré a recogerte al término de tu tiempo de descanso.
Una vez dicho lo que había venido a decir, la mujer Xhroll abandonó el
cubículo sin palabras de despedida, cosa a la que Charlie no acababa de
acostumbrarse. Sin embargo, aparte de que los Xhroll no parecían tener en
su lengua ni fórmulas de cortesía, ni frases desiderativas, ni nada que les
sirviera para hacer conversación insustancial, no resultaba tan difícil
entenderse con ellos como con algunos humanos. Por lo menos decían lo
que querían decir. De todas maneras la idea de suministrarse más datos
sobre sus respectivas culturas era más de lo que se hubiera atrevido a esperar
y coincidía admirablemente con las órdenes que había recibido. Y mejor aún
que la iniciativa hubiera partido de los otros; nunca les podrían acusar de
entrometerse en la intimidad de sus an triones.
Charlie apagó la luz y se fue a dormir deseando que pasaran rápido las
cuatro horas que le quedaban para empezar a comprender a los Xhroll.
Le despertó un dolor sordo en las ingles unido a una imperiosa
necesidad de orinar. Se levantó tropezando, buscando en la oscuridad el
rincón que los Xhroll habían habilitado como baño, y se detuvo antes de
llegar porque algo húmedo y caliente se estaba extendiendo por sus piernas.
«¡La madre de las mil putas!», pensó, «ahora me estoy volviendo
incontinente».
El dolor iba aumentando y empezaba a sentir un ahogo en el pecho. De
pronto la oscuridad de la habitación se convirtió en algo opresivo,
amenazador. Dio unos pasos en dirección a la cama para encender la luz y
volvió a sentir una oleada de líquido derramándose piernas abajo. En ese
instante comprendió que no era su vejiga la que le había gastado una mala
pasada; aquello era una hemorragia y debía de ser una hemorragia
importante para haber podido confundirla con un chorro de orina. Algo
andaba muy mal en su interior, la cosa estaba clara.
Acurrucado en el suelo, sujetándose el vientre con las dos manos,
empezó a dar alaridos llamando a su capitana, como un herido en una
batalla, pero en ese instante imaginó la sonrisa despreciativa de Charlie
Fonseca llamándolo viejo llorón y, con un esfuerzo, cambió de lengua y
empezó a gritar las palabras Xhroll que le habían enseñado por si alguna vez
necesitaba ayuda inmediata.
Un segundo después se encendían las luces y el Xhroll que le estaba
asignado entró en el cuarto a toda velocidad, lo levantó del suelo, lo tendió
en la cama y volvió a salir al pasillo a dar la alarma. Había sangre por todas
partes, una sangre tan roja y tan espesa que sintió náuseas y una especie de
calor pegajoso que le hizo cerrar los ojos tratando de controlar la angustia
que sentía.
Cuando volvió a abrirlos estaba en una especie de losa muy alta rodeado
por Xhrolls de rostros inexpresivos que se movían aceleradamente a su
alrededor, como en una de sus más clásicas pesadillas.
«Ahora me voy a morir», pensó. «Me han estado engañando para
hacerme colaborar. El monstruo ya está maduro y me va a reventar para
poder salir al mundo. Ellos lo sabían. Lo sabían».
Trató de gritar de nuevo llamando a la capitana pero no pudo. Alguien
le sujetaba un instrumento helado contra la cara. Luchó para liberarse y
sintió cómo sus esfuerzos eran cada vez más débiles, como iba perdiendo
conciencia de sí mismo hasta que llegó a un punto en que dejó de
importarle todo.
Cuando despertó, Charlie Fonseca estaba a su lado tecleando en una
pequeña agenda electrónica que, por la pinta, debía de ser herencia de algún
antepasado. Ella levantó los ojos, sonrió y siguió trabajando durante unos
instantes; luego desconectó el aparato, lo guardó en un bolsillo y volvió a
sonreirle.
—Es usted duro de pelar, Andrade.
Él se estiró en la cama sintiéndose débil pero agradablemente atontado,
casi feliz. No sentía dolor en ninguna parte y era evidente que había
sobrevivido.
—¿Estoy bien? —preguntó.
—Como una rosa sintética. Los dos. —Él hizo una mueca y apartó la
vista—. No quiero ser cruel, teniente, pero me ha parecido mejor que lo
supiera ya, antes de que empezara a hacerse ilusiones. Al parecer ha sido
algo así como un amago de aborto espontáneo, como un intento de rechazo
por parte de su cuerpo. Pero ha ganado ella, o él. Lo siento por usted.
Nico no contestó. Se pasó la mano por el vientre que ya empezaba a
curvarse incluso estando acostado y la dejó engar arse lentamente a la altura
del ombligo. Charlie puso su mano sobre la de él y, con mucha suavidad, la
separó de su cuerpo y la llevó sobre la cama, a su lado.
—No le servirá de nada golpearse, Andrade. Los fetos también luchan
por su vida, ¿sabe? —No esperó a que él dijera nada—. A todo esto, ¿por
qué no le buscamos un nombre provisional? Para no tener que decir siempre
«el feto», que suena tan mal o lo de «él o ella», que, se lo con eso en
con anza, a mí siempre me ha resultado pesadísimo además de estúpido.
—Yo nunca he tenido imaginación para los nombres. Además me da
igual como se llame; no me lo voy a quedar.
—Entonces ¿qué piensa hacer? ¿Dejar a su hijo o hija en Xhroll como si
no fuera humano o humana en absoluto?
—No es mi hijo o hija. —Nico estaba empezando a sentir de nuevo esa
furia impotente que se había convertido en parte de sí mismo en sólo un par
de meses—. Es como una especie de tumor. Nadie se quedaría un tumor
cuando los médicos han conseguido extirparlo.
—Tranquilícese, Andrade. Nadie puede obligarle a hacerlo. Ya
nombrará el Gobierno Central a un tutor o tutora.
—¿A usted, por ejemplo?
Ella hizo una mueca que él no consiguió descifrar antes de que acabara
resolviéndose en una sonrisa:
—No, teniente, no creo. Ya le dije en una ocasión que no tengo vocación
de niñera. ¿Quiere beber algo?
Nico asintió y Charlie fue a buscar una de las botellas de siempre.
—¿No está molesta porque no la llamé anoche, cuando la hemorragia?
Charlie pareció genuinamente sorprendida.
—No. ¿Por qué? Cada uno es muy libre de morirse en la compañía que
pre era y está bastante claro que usted y yo no acabamos de congeniar.
Además no fue anoche. Hace dos semanas de eso y a mí en dos semanas se
me pasa casi todo.
—¿Dos semanas? —había horror en la voz de Nico.
—Tómelo con calma. Se ha ahorrado dos semanas de aburrimiento. Ya
estamos a punto de llegar a Xhroll.
Nico tragó saliva.
—¿Y cuando lleguemos?
Ella suspiró y se pasó la mano por la nuca:
—De eso precisamente quería hablarle. Si estoy de guardia aquí como
una idiota, es para que no vengan a pedirle que tome decisiones antes de
que usted y yo hayamos llegado a un acuerdo.
—¿Qué clase de acuerdo? —Nico empezó a incorporarse en la cama
pero no lo consiguió del todo hasta que aceptó el brazo de la capitana.
—Si estuviera de pie le pediría que se sentara, teniente, porque se va a
llevar un buen susto. La verdad es que a mí me ha costado hacerme a la idea
y eso que yo sí tengo mucha imaginación.
—Dígamelo —a Nico repentinamente se le había puesto la boca seca.
—Teniente Nicodemo Andrade, ¿quiere usted casarse conmigo?
Nico se quedó un instante perplejo, pero sólo un instante. Dos segundos
después sus carcajadas hacían temblar la cama.
Charlie esperó que pasase el primer ataque de risa.
—La cosa va en serio, Andrade. Llevo dos semanas intercambiando
información de estructuras sociales con esta gente y lo que de momento me
ha quedado bastante claro, y le juro que la cosa es jodidamente complicada,
es que en sus actuales circunstancias, ha dejado usted de ser un individuo
corriente para convertirse en un «abba», un ser capaz de albergar vida en su
interior, una madre, vamos. ¡No me interrumpa, teniente! Continúo: un
abba merece respeto, deferencia, casi devoción por parte del resto de la
sociedad pero carece casi por completo de derechos civiles al convertirse en
algo así como patrimonio público, una especie de bien común que hay que
proteger y conservar. Un abba debe ser protegido por un ciudadano de pleno
derecho que puede ser el mismo que engendró el niño o la niña o cualquier
otro u otra de esta categoría de seres capaces de engendrar y que se llaman
«ari-arkhj»; en su caso, la rubia de los ojos verdes que, a todo esto, se ha
mostrado dispuesta a asumir ese papel. Hablando en términos humanos
algo así como que está dispuesta a casarse con usted y tomarlo bajo su
protección. Usted puede rechazarla, claro, pero entonces se hará cargo de
usted un perfecto o perfecta desconocido o desconocida que esté en la
cumbre de la escala jerárquica de los Xhroll. No sé si le he dicho que son un
pueblo abyectamente jerarquizado. Comparada con ellos nuestra Flota,
incluso las unidades especiales, es un auténtico jardín de infancia.
»Si cuando tomemos tierra no pertenece usted a nadie, se lo quedará el o
la que esté más arriba en la escala jerárquica que no sé quién es ni me
importa por el momento.
—¡Pero eso es una animalada! ¡Una humillación total! —los ojos de
Nico estaban dilatados por el miedo y la rabia.
—¡Cállese y déjeme terminar! En cualquier momento entrará algún
Xhroll y ya no podremos hablar tranquilos.
Nico cerró la boca.
—Bien. ¿Dónde estaba? Ya. Parece ser que, a pesar de su jerarquización
o como consecuencia de ella, respetan las leyes por encima de todo, de
manera que si al tomar tierra ya pertenece usted a alguien, el o la superjefe
tendrá que aceptar la situación tanto si le gusta como si no.
—O sea —dijo Nico con voz lúgubre—. Que más vale malo conocido.
—Exactamente.
Nico volvió a tumbarse y cerró los ojos.
—No se haga el loco, Andrade. Tiene que decidir y pronto.
—Pero ¿qué coño quiere que decida?
Charlie lo cogió por la pechera y lo levantó un palmo de la cama.
—O se casa usted con esa Xhroll y conmigo o lo entregan a alguien que
no sólo no ha visto usted en su vida sino que además es extraterrestre.
—¿Y por qué tengo que casarme con usted?
Ella lo soltó con un bu do de exasperación:
—¡Es increíble que un imbécil como usted haya conseguido pasar los
exámenes de entrada de la Flota! Y más increíble que una mujer como yo
esté aquí tratando de convencer a este cretino de que se case conmigo —
añadió entre dientes.
—¿Me lo va a explicar o qué?
—Escuche y escuche bien porque no pienso repetirlo. Si se casa con la
Xhroll nada más, Xhroll tiene todos los derechos sobre usted y su hija o
hijo. Si deciden que no regrese usted a la Tierra, por ejemplo, no volverá
jamás. Es posible que eso desencadene una guerra, por supuesto, pero a
usted eso ya le dará igual. No vamos a devastar todo un planeta para
liberarlo.
»La única posibilidad de que la Tierra aún tenga algo que decir en el
asunto es que esté usted jurídicamente unido a otro humano o humana y, a
ser posible, ya con anterioridad. Ya sé que preferiría casarse con una de esas
mujeres que salen en los holos anunciando fruta natural pero, créame, usted
tampoco es lo que yo me imaginaba para marido.
Hubo un largo silencio mientras Nico se observaba las uñas y Charlie,
con las manos en los bolsillos, lo miraba mirárselas.
—¿Y cómo piensa arreglar lo de la anterioridad? —preguntó él por n.
Charlie dio un suspiro de alivio:
—Les he explicado que en nuestro mundo existe el divorcio y el
matrimonio temporal o de nitivo. Les he confesado que nosotros estamos
temporalmente casados y que, con el asunto de su… embarazo yo me sentí
insultada y decidí no prolongar nuestro contrato. Pero la prueba de que
nuestro matrimonio sigue siendo válido es que yo estoy aquí. Nuestro
Gobierno no ha tenido más remedio que enviar como acompañante a la
única persona que tiene derecho legal sobre usted; el hecho de que yo sea su
superior jerárquico en la Flota ha sido sólo una afortunada coincidencia.
Ahora sólo tenemos que rati car nuestro matrimonio ante testigos para que
todo quede legalmente establecido.
—¿Y ellos se lo han creído?
—Naturalmente que se lo han creído. Es la pura verdad. —Los ojos de
Charlie lanzaban miradas furiosas a la puerta, a las paredes, al techo,
tratando de darle a entender a Nico que podían estar siendo escuchados.
—Pues como las explicaciones que le han dado ellos a usted sean igual
de exactas, lo tenemos claro, capitana.
Charlie había sido o cial de enlace durante demasiados años como para
no saber que Nico tenía razón y que lo más probable era que también los
Xhroll le hubieran contado lo que más convenía a sus nes pero no pensaba
que fuera ese el momento más adecuado para discutir con Andrade la
posible falta de veracidad en las a rmaciones de los Xhroll.
—Entonces, ¿acepta usted seguir casado conmigo, teniente Andrade?
Nico esbozó una sonrisa que recordaba a la de sus buenos tiempos.
—Por supuesto, Charlie. ¿Qué remedio me queda? Eso sí, siempre que
estés dispuesta a soportar una buena dosis de ascetismo. Para ciertas cosas
no eres mi tipo.
—Sobreviviré, teniente. —La sonrisa de ella era sólo una manera
civilizada de enseñar los dientes—. No me acostaría contigo ni aunque
fueras el último macho sobre la tierra.
Charlie dio por terminada la conversación y, a la manera Xhroll, salió de
la enfermería sin una palabra más.
EL ATERRIZAJE SE LLEVÓ A cabo cuatro días después de la
celebración de los dos matrimonios y tanto un acontecimiento como el otro
estuvieron marcados por la clásica manera de hacer de los an triones
extraterrestres: rapidez, efectividad, sencillez extrema.
Charlie y Nico fueron desembarcados en un pequeño vehículo de
super cie carente de ventanas y conducido por la mujer Xhroll a quien
habían decidido llamar Akkhaia aunque eran conscientes de que su nombre
auténtico apenas si se aproximaba a ese resultado.
El vehículo con sus tres ocupantes rodó o otó, no podían estar seguros,
por espacio de veinticinco minutos, quedó parado durante unos segundos
más y luego, a juzgar por la sensación de sus estómagos, descendió a toda
velocidad en algún tipo de ascensor durante casi cuatro minutos más.
Entonces se abrió su parte superior y los tres pasajeros se encontraron en
una sala del tamaño del hangar exterior de la Victoria que debía funcionar
como estación de llegada porque había varios vehículos más a su alrededor.
Con una sensación casi claustrofóbica a pesar de las dimensiones de la
sala, Charlie y Nico bajaron del vehículo mientras Akkhaia se precipitaba a
ayudar a su amante marido sin registrar la mirada de odio puro que le
lanzó éste.
Desde el principio del viaje los dos humanos habían especulado, cada
cuál para sí, cómo sería ese lejano planeta, el primer mundo habitado con el
que iba a tomar contacto un terrestre y, aunque ambos habían imaginado
muchas diferentes posibilidades, ninguna se ajustaba a lo que tenían de
momento ante sus ojos: un simple hangar, a todas luces subterráneo, que
igual podía haber estado en Xhroll, que en la Tierra, que en cualquier
estación espacial extraterrestre.
No les esperaba ningún comité de recepción, como si el hecho de ser los
primeros humanos en visitar el planeta no les diera ningún derecho a un
trato especial.
Akkhaia se adelantó a encontrarse con otra mujer que se acercaba a ellos
con una especie de asiento otante y unos minutos después la voz del
traductor llenaba de gritos el hangar con las airadas protestas de Nico que
estaba siendo instalado en la silla a viva fuerza.
—No podemos correr riesgos con un abba xhri —informó la
desconocida a Charlie—. Explícaselo. Su vida y la de del hol’la son
demasiado importantes.
Nico seguía vociferando mientras trataba de arrancarse el cinturón que
le habían colocado y que no parecía tener ningún botón o hebilla que
permitiera soltarlo.
—Deja de hacer el imbécil y haz lo que te dicen. Somos embajadores de
nuestro planeta y no consentiré que nos pongas en evidencia —siseó Charlie
—. Es una orden.
Nico llevaba demasiado tiempo en la Flota para no reconocer una orden
cuando la oía, de modo que se tragó las protestas, clavó la vista en el fondo
del larguísimo pasillo y apretó los dientes.
Por milésima vez en los últimos meses se sentía ridículo y humillado, un
mero objeto sin voluntad ni capacidad de decisión a quien se le hacían
pruebas y se alimentaba y ejercitaba convenientemente, un ser de segunda
categoría a quien no se le daban explicaciones directas, un mero pedazo de
carne en crecimiento.
Miró con rabia a las tres mujeres que avanzaban a su lado con paso
elástico y decidido, sus tres vientres planos y vacíos, y sintió ganas de aullar
de desesperación.
Charlie lanzó una mirada en dirección a la silla de Nico y retiró la vista
de inmediato para no ser descubierta justo cuando acababa de sentir esa
inmensa lástima por él. Si la situación ya era difícil para ella, con su
entrenamiento y su salud a prueba de bomba, ¡cómo sería para él, ahora que
todos los valores de su existencia se estaban viniendo abajo! No había
querido contarle más de lo que había aprendido sobre los Xhroll porque no
creía que pudiera soportarlo. Era preferible que fuera descubriendo por sí
mismo, poco a poco, todo lo que le esperaba aún. Quizá a medida que
avanzara la gestación, la misma química de su cuerpo se encargara de
prepararlo para el papel dócil y pasivo que la sociedad alienígena reservaba a
sus abbas. Si no era así… ella intentaría evitarle lo posible pero dudaba de
que hubiera mucho que evitar porque era cuestión de la actitud de todo un
planeta frente a un hecho social.
Recorrieron una inmensidad de pasillos, salas y ascensores en los que
apenas se cruzaron con nadie. Al n Charlie se decidió a preguntar por las
razones de aquella soledad:
—Hemos elegido esta hora para vuestra llegada porque es el tiempo de
reposo de la mayor parte del personal de servicio de este área. No queremos
sobreexcitar al abba. Cuando le dejemos instalado en sus habitaciones y al
cuidado del equipo que se encargará de él, tú quedarás libre de expresar tus
deseos en cuanto al empleo de tu tiempo. —Contestó la mujer que les
acompañaba.
—A mí me gustaría poder echarle una mirada al planeta —dijo Nico.
Las dos Xhroll se giraron hacia él con esa absoluta impasibilidad que las
hacía tan amenazadoras.
—Un abba no tiene derecho a expresar deseos si no es a través de su ari-
arkhj —dijo la mujer a Charlie. Y volviéndose hacia Akkhaia—. ¿No se lo
has explicado?
Akkhaia asintió.
—Nuestra sociedad es muy diferente y hay cosas que me han sido
explicadas teóricamente pero que aún no tengo costumbre de hacer. Cuando
tengo que reaccionar con rapidez, tiendo a hacerlo como en la Tierra —
intervino Charlie tratando de calmar los ánimos.
—No estáis en la Tierra.
Nico sintió que empezaba a darle esa especie de risa histérica de la
máxima tensión nerviosa y se mordió el interior de las mejillas para que no
se le saliera.
—Entre nosotros cada persona contesta por sí misma —insistió Charlie.
—¿También los abba?
—Por supuesto.
—Es una costumbre muy negativa. Perjudicial para el grupo.
Charlie se encogió de hombros bajo la mirada gélida de las dos Xhroll.
No tenía ganas de empezar ahora una discusión sobre la conveniencia de
que cada persona hable por sí misma y responda de sus actos. Estaba
cansándose de la situación y lo único que de verdad quería era entregar a
Andrade al equipo ese que iba a cuidarlo y largarse a cualquier parte donde
pudiera estar sola. Y por pedir, a un lugar abierto donde el aire tuviera
alguna clase de olor, el que fuera, no el insípido reciclado de los últimos
años. Por fortuna sus órdenes no incluían vigilancia constante y podría
quitarse de encima la carga de hacer de guardián, niñera y ahora, además,
voz de su teniente. «¡Menuda luna de miel!», pensó de pronto. Y la idea le
dio tanta risa que tuvo que disfrazarla de ataque de tos.
En ese momento las dos mujeres se quedaron como clavadas en su lugar
y la dejaron plantada frente a una puerta de bruma blanca con la somera
información de: «Posible riesgo para la salud del abba». Introdujeron la silla
de Andrade, que la miró con los ojos dilatados de miedo hasta que se lo
tragó la bruma, cruzaron tras de él y sólo después de haberse perdido de
vista, volvió Akkhaia a asomar la cabeza:
—Espérame aquí. Lo dejaré convenientemente instalado. Luego te
mostraré algo de Xhroll.
Si Nico oyó la oferta debió de sentir la tentación de matarlas a las dos
pero las puertas brumosas eran bastante buenas como aislante.
Es difícil expresarse en la lengua de los humanos. Su estructura es
simple pero los conceptos son confusos. Ambiguos. Hay palabras con varios
signi cados, hay otras con signi cados tan poco claros que ya casi no
signi can nada. Sé que el problema, en parte, es carecer de referencias y
asociaciones. Mi propio desconocimiento de su mundo. Mis órdenes son
escribir mis notas en la lengua xhri para estimular mi comprensión de los
extraños. Nuestros lingüistas opinan que sólo pensando en su lengua podré
llegar a entenderlos y hacerlos comprensibles a los nuestros, pero es
agotador. Nuestros conceptos más básicos no coinciden. No sé si seré capaz
de cumplir mi tarea satisfactoriamente.
Ellos usan el sexo en la lengua de manera constante. Todo debe ser
femenino o masculino, incluso los objetos inanimados. Para referirse a
personas deben usar las dos posibilidades. Al hablar en primera persona se
debe elegir una de ellas. Los humanos saben siempre cuál usar pero para mí
es difícil. ¿Soy yo él o ella? El humano dice que yo soy mujer y debo usar el
femenino para referirme a mí misma pero en su propia estructura sexual, el
ser que puede implantar vida en otro es masculino y el que lo recibe es
femenino. Eso para mí signi ca que yo soy un «él». Sin embargo los dos
xhri están de acuerdo en que soy «ella». Tendré que decidir qué voy a usar
conmigo y para referirme al humano y la humana. Me han comunicado sus
nombres: Charlie y Nico. Para ellos no es importante; no tiene signi cación
dar el nombre a otro ser. A mí me llaman Akkhaia. No registran el dolor
que es para los Xhroll recibir un nombre sin conocimiento. No saben que no
se debe nombrar lo que no se conoce. No entienden las cosas más evidentes.
Mostré a Charlie una pequeña parte de nuestro mundo exterior, la
corteza de Xhroll. No entiende que no vivamos fuera, que no aprovechemos
(lo llama así) todo el exterior de nuestro planeta en lugar de vivir en el
subsuelo. No comprende que dañaríamos el planeta que nos alberga y
alteraríamos su equilibrio como ya sucedió hace tiempo. No le he dicho
esto. No queremos que sepan que fuimos capaces una vez de destruir lo que
nos daba vida. Que podríamos hacerlo de nuevo si no ejerciéramos un fuerte
autocontrol.
Charlie dice que los xhri lo hacen igual con pequeñas extensiones de su
mundo que llaman parques y reservas pero que su gente no aceptaría una
solución como en Xhroll. Su egoísmo está equivocado pero no lo entienden.
Creo que Charlie sí lo comprende y lo acepta aunque lo encuentra extraño.
El abba no. Ahora nos llama monstruos y está triste mucho tiempo. Los
médicos dicen que puede ser una reacción xhri a ¿la maternidad? También
nuestros abba pierden en ocasiones su equilibrio psíquico por razones de
química corporal.
Es triste que el abba sufra y, para mí, incomprensible. Nuestros abba se
sienten felices de tener una vida en su interior, de poder dar un nuevo ser a
Xhroll. Pero Nico sufre. Charlie dice que se siente «humillado». No
comprendo esto. Charlie dice que signi ca que se le obliga a hacer algo que
está por debajo de su dignidad. Tampoco comprendo «dignidad». Pero
comprendo «obligar» y lo que el abba siente no es objetivamente cierto.
Cuando yo compartí con el abba mi deseo de engendrar, ella también
quería. Yo cumplí mis órdenes al advertirle por si no lo deseaba pero ella
tomó un fármaco falso y eso signi ca, para mí, que estaba de acuerdo. He
preguntado a Charlie pero nunca contesta con claridad. Sé que hay algo que
no quiere decir; por eso espero.
Es la segunda vez que tengo un abba bajo mi protección. Eso debería
simpli car las condiciones pero no es así. También he intentado tres veces
implantar en un xhri de otro mundo pero nunca ha funcionado. Por eso
ahora siento alegría por mí y por Xhroll. El abba no quiere verme y me
llama monstruo. Yo paso con Charlie el tiempo que pasaría con el abba, si
me aceptara.
Es una situación extraña. Nunca antes había estado tanto tiempo con
otro ari-arkhj. Es estimulante para mi cerebro y también agotador.
Compartimos de un modo que sólo se da entre un ari-arkhj y su abba.
Charlie es inteligente, de mente rápida y curiosa, como un arkhj, y
pregunta, pregunta siempre. Y pide ayuda, como un abba. Todo está
mezclado en Charlie.
¡Esta gente es increíble! Viven en unos lugares espantosos, como una
gigantesca estación espacial del tamaño de un planeta, teniendo un mundo
de sueño en la super cie. Se pasan los días metidos aquí abajo, con luz
arti cial y aire reciclado y sólo salen a la corteza, como ellos la llaman,
durante su tiempo libre o para cumplir los trabajos de conservación y
mantenimiento de la naturaleza a los que se dedica toda la población, unos a
tiempo parcial y muchos a tiempo completo. Son una especie de jardineros
de su mundo, como un ama de casa del siglo XX que limpiaba y sacaba brillo
a una habitación de la casa que llamaban el salón donde nunca entraba nadie
ni se usaba para nada.
Estoy bastante harta. Tengo la impresión de que no tienen el menor
interés en enseñarme nada, aparte de la corteza de su mundo y de su lengua,
que en principio parece simple: dicen lo que quieren decir y tienen una
palabra para cada cosa. Sin embargo, no sé por qué, resulta agotador. Quizá
sea precisamente porque un humano trata siempre de completar el mensaje
con cosas que no están en la lengua y que, en el caso de los Xhroll,
sencillamente no existen: ni tono, ni lenguaje corporal, ni metamensajes ni
más zarandajas. No parecen tener poesía, ni sentido del humor ni nada de lo
que nos hace la vida llevadera a los humanos. Son bellos, son pacientes,
corteses, e cientes, fríos. Son francamente asquerosos. Y debe de ser porque
parecen humanos pero no lo son. Si tuviesen otro aspecto, si fuesen
evidentemente extraterrestres, extraños, monstruosos, sería mucho más fácil;
no caería una constantemente en el error de tratarlos como si fueran
compañeros de trabajo. Si cada vez que abrieran la boca, viera unas tres las
de dientes chorreando veneno, sería más fácil no perder de vista que es muy
probable que no tengamos nada en común.
Hay veces que me acuerdo de toda la parentela de Andrade por haberme
traído hasta aquí. Porque, además, después de tantas ilusiones y temores,
resulta que Xhroll no tiene nada de exótico ni por dentro ni por fuera,
aunque tengo que confesar que por dentro no me han dejado ver más que
pasillos y salas públicas. Y, con su típica sinceridad, ni siquiera se han
molestado en buscar una excusa socialmente aceptable; se han limitado a
decir cosas como: «No queremos que entres ahí; es una zona que no
deseamos mostrar a un extraño». Me ha costado semanas acostumbrarme.
Por fuera Xhroll es como una versión de la Tierra sacada en limpio, con
una Naturaleza tan natural que parece falsa, como si le quitaran el polvo
todas las mañanas. Es maravilloso poder pasearse por el exterior, claro, pero
yo me esperaba otra cosa y nuestro Gobierno también.
Nico está cada día más mustio. No sé si son sus propias hormonas o si le
están suministrando algún tipo de fármaco pero no muestra el menor interés
por nada de lo que le cuento y no consigo interesarlo en ninguna
especulación sobre nuestros an triones: ¿cómo funcionará su estructura
jerárquica?, le pregunto. Ya me lo explicaste tú en la nave. Y no le voy a
decir que la mayor parte me la inventé. ¿Qué clase de armas tendrán?,
insisto. Alzamiento de hombros. ¿Has visto algún tipo de robot?
Alzamiento de hombros. ¿Ni siquiera robots auxiliares médicos?
Asentimiento con la cabeza. Parece que ha perdido hasta el interés
profesional por las cosas que le rodean.
Me canso y me largo a la super cie, que es el único lugar a donde puedo
ir siempre, sola y sin permiso especial. Tengo que averiguar qué necesitan de
nosotros, qué podemos venderles, qué puede interesarnos comprar, tengo
que saber aproximadamente cuál es el nivel de sus conocimientos, pero de
todo eso se niegan a hablar. Sencillamente se niegan. No necesitan nada,
dicen. No quieren nada. No tienen nada que ofrecer. Y yo no me lo creo. No
puedo creérmelo.
Nico estaba tendido sobre una especie de araña de metal que ejercitaba
sus músculos sin que él tuviera que esforzarse lo más mínimo. Charlie
paseaba arriba y abajo de la habitación, atropellándose al hablar, bajo la
impasible mirada del hombre.
—No sé cuántas veces tendré que contártelo hasta que lo entiendas,
maldita sea. ¿A ti te parece normal que en un planeta donde se están
extinguiendo como especie, se mate un tipo en nuestras mismas narices y
todos y todas se queden tan frescos?
Nico se encogió de hombros.
—¿A ti te parece normal? —rugió Charlie.
—A mí no me parece normal nada de lo que hacen. Pero, dentro de lo
que cabe, no es tan marciano. ¿Tú los has visto expresar un sentimiento
alguna vez?
Charlie sacudió la cabeza violentamente, como si tratara de aclararse las
ideas a fuerza de agitarlas:
—No es eso, no es eso. No es que no hayan mostrado sentimientos; eso
ya lo esperaba. Es que se han limitado a llamar a… como a un equipo de
limpieza, una especie de basureros de categoría; han recogido el cadáver, que
ya te puedes imaginar cómo estaba después de haberse caído de esa pared de
roca, más de ochenta metros, y allí cada persona ha seguido haciendo su
trabajo con la mayor naturalidad.
Charlie inspiró hondo, se metió las manos en los bolsillos y se quedó
mirando a Nico como si esperara una explicación por su parte. Él dirigió la
mirada hacia el techo y suspiró:
—Chica, tómalo con calma. Al n y al cabo no son humanos o humanas
y, bien mirado, un cadáver no es más que eso: un ambre, un desecho.
Basura. Gracias tienes que dar de que no nos lo hayan servido en la comida.
¿Qué esperabas de las walkirias alienígenas?
Charlie se dio la vuelta y se marchó sin despedirse. Estaba empezando a
odiar el sentido del humor de Andrade y su bigote y su barriga y hasta el
mismo tono de su voz.
Avanzaba por los corredores con las manos profundamente hundidas en
los bolsillos del mono, sacudiendo la cabeza de tanto en tanto, tratando de
alejar aquella imagen que se empecinaba en volver a su mente, aquella caída
desde la pared de roca, que no podía haber durado más de cuatro o cinco
segundos y que a ella le había parecido eterna. Ella había seguido gritando
mucho después de que el grito del Xhroll se hubiera extinguido; hasta que
se había dado cuenta de que aquel alarido salía de su propia garganta y era el
único.
No podía cerrar su mente a aquello: el Xhroll cayendo como un pelele, el
grito en su garganta y un absurdo picor de nariz; espantoso, desesperante, y
algo en su interior diciéndole que era una falta de respeto rascarse las narices
mientras un ser humano (error, un ser no humano pero equivalente) estaba a
punto de estrellarse contra las rocas del suelo del valle. Y esa sensación de
que no podía ser, de que no iba a estrellarse así, sin más, delante de todos,
sin que nadie pudiera hacer algo para salvarlo.
Luego ella, una mano frotando la nariz, la otra tendida hacia Akkhaia
en un gesto inconsciente de solidaridad y de consuelo. La mirada limpia y
fría de la extraterrestre, huera de todo sentimiento, el equipo de recogida
rápido, e ciente, silencioso. El mundo en orden otra vez, Akkhaia
hablándole de historia de la lengua, de la revolución cultural que había
instaurado el nuevo sistema que minimizaba las fricciones, que permitía una
claridad absoluta de intención y expresión.
Algo en la mente de Charlie respondía con recuerdos de lejanas clases
de lingüística, algo que insinuaba la imposibilidad de una lengua unívoca, el
empobrecimiento constante, la maquinización, el cierre absoluto de parcelas
de sentimiento y pensamiento que desaparecerían al no poder ser
nombradas, pero no se sentía capaz de verbalizarlo. No en el mismo
momento en que alguien acababa de morir ante sus ojos, ante los ojos de
media docena de Xhroll impasibles.
Al cabo de un tiempo Akkhaia se había dado cuenta de que algo no
marchaba bien:
—¿Qué te ocurre, Charlie?
—No sé bien. Supongo que estoy un poco triste.
Akkhaia se había limitado a mirarla.
—Por lo que acaba de ocurrir —añadió. Sin poderlo evitar, Charlie
siempre se veía dando más explicaciones de las que había pensado dar en
cuanto un Xhroll la miraba en silencio durante unos minutos—. Una vida
menos.
—No. No para Xhroll.
—¿Qué quieres decir? ¿Tenéis algún tipo de religión? ¿Tendrá ese Xhroll
que ha muerto algún tipo de trascendencia?
—La vida es un tema íntimo para Xhroll, Charlie. No queremos
compartir con nadie extraño.
Recordando esa respuesta, Charlie apretó los labios y tomó el ascensor
que la llevaría a la super cie de Xhroll. Estaba deseando salir de allí. Salir de
allí de nitivamente.
El tiempo iba pasando aunque los días siempre parecían iguales sin
estas, celebraciones ni nada que los hiciera distintos unos de otros. Para
Nico, Xhroll era la Planta de Maternidad de una cárcel de seguridad
absoluta, para Charlie, el inmenso jardín de un Manicomio Estatal. Sus
relaciones se habían hecho inocuas, anodinas. Charlie lo visitaba
diariamente, intercambiaban algunas vaciedades y, al cabo de una hora ella
estaba deseando salir de su celda mientras que él cerraba los ojos con
mani esto agradecimiento en cuanto ella se ponía de pie para marcharse.
Los Xhroll seguían siendo amables y fríos y seguían negándose a
permitirle entablar relación con cualquier otro que no fuese Akkhaia.
Akkhaia continuaba haciendo de guía, con dente, maestra, ¿amiga?; todo lo
que tenían en aquel planeta que parecía tan natural y era, a la vez, tan
incomprensible. Había días que se levantaba alegre, de buen humor, con
ganas de hacer cosas y entablar relaciones, al menos con la mirada. Otros
días, sin embargo, tenía la sensación de que se le estaba cayendo encima
todo el planeta y que el tiempo no pasaba. Si no hubiera sido porque los
exámenes de Nico mostraban que el bebé se desarrollaba del modo previsto,
habría tenido la sensación de que el tiempo en Xhroll era un coágulo de
resina o de miel, algo amarillo, blando y pegajoso que te agarraba y no te
dejaba marchar.
Se levantó de la cama por pura fuerza de voluntad porque, si había algo
en el mundo en lo que no quería convertirse, era en un gato gordo y
perezoso como el teniente Andrade. Hoy estaba decidida a intentar de
nuevo sacarle a Akkhaia algún tipo de información válida, lo que fuera; ya
había dejado atrás las prioridades y cualquier cosa, pública o privada, le
serviría para su informe. En cuanto regresaran a casa y empezara el
debrie ng, no habría un solo, una sola o cial, por novato o novata que fuera
que no pensara que estaba tratando de ocultar algo.
Rechinó los dientes; tenía los músculos del estómago a punto de
reventar pero no había más remedio que ignorarlo. Eran cincuenta exiones.
Cincuenta, ni una menos. Apartó de su mente las consideraciones políticas
y, dejando la mente en blanco, vació los pulmones y continuó exionando.
Aún no había llegado a la mitad de su plan de ejercicios gimnásticos
cuando, por primera vez desde que vivía en Xhroll, una voz incorpórea
resonó en su habitación repitiendo un mensaje en un idioma incomprensible
para ella.
Por un instante se dobló sobre sí misma como si le acabaran de dar una
patada en el útero. Era imposible que ella no comprendiera esa lengua.
Desde el comienzo de su estudio conjunto, había quedado claro que en
Xhroll había un único idioma; era absurdo que ahora se sacaran de la manga
aquello que sonaba por los altavoces y que, aunque tenía muchos puntos de
contacto con el Xhroll que ella conocía, sonaba como otra lengua. No era un
dialecto. ¿Otro estadio de lengua, quizá? ¿El Xhroll que se había hablado en
el planeta siglos atrás? Absurdo. ¿Quien iba a ponerse a lanzar mensajes en
una lengua obsoleta que sólo sería comprensible para un par de eruditos?
Se vistió rápidamente uno de los monos Xhroll que se había
acostumbrado a llevar y galopó hasta la columna de mensajes más cercana.
Había una cantidad inaudita y le llevó mucho más tiempo del normal
comprobar que no había ninguno para ella.
Esforzándose por pronunciar con claridad, grabó un mensaje para
Akkhaia: «Contacta conmigo urgentemente. Necesito información».
Después de eso, se dirigió de nuevo a su cubículo que, si momentos
antes había sido una isla de paz e intimidad en medio de la uniformidad de
Xhroll en que todos los dormitorios eran iguales y públicos, ahora parecía
una pequeña celda que la distinguía y la aislaba del resto. Esperaría a tener
noticias de Akkhaia y, si tardaba demasiado, iría a ver a Nico. No sabía lo
que estaba pasando pero en los pasillos había muchos menos Xhroll de lo
habitual y en un caso de incertidumbre total lo mejor era permanecer juntos.
Le daría una hora a Akkhaia; no más.
Cuando sonó la extraña voz por los altavoces el Xhroll que estaba
ayudando a Nico a acomodarse en el sillón para llevarlo a su sesión de
psicología se quedó rígido junto a la cama; desenfocó la mirada y
permaneció en completa inmovilidad los dos o tres minutos que duró la
comunicación. Luego pidió a Nico que bajara del sillón y volviera a
instalarse en la cama.
—¿Por qué? ¿Y la sesión de hoy? ¿Ya no os interesa mi estado de ánimo?
¿Pasa algo especial?
—Tu ari-arkhj te informará cuando venga a visitarte.
—¿Qué pasa, maldita sea? —rugió Nico desde la cama mientras el
Xhroll guardaba la silla en su lugar y se disponía a salir del cubículo—. ¡Que
venga mi ari-arkhj inmediatamente! Por favor… Estoy muy nervioso —
añadió, aunque le fastidiaba hacer ese papel, porque sabía que era, quizá, la
única forma de forzar a un enfermero Xhroll a buscar a Charlie o, en su
defecto, a la walkiria.
—Xhroll ha perdido una vida, abba. Es un intenso dolor.
Tan perplejo por haber obtenido una respuesta por primera vez en
meses, como por la respuesta en sí, a Nico no se le ocurrió nada más para
detener al Xhroll y aún estaba mirando el pedazo de niebla que se lo había
tragado cuando, asomando primero la cabeza y los hombros como un
ectoplasma, entró Charlie a paso de carga.
—Nico, aquí pasa algo raro. Estos cabrones nos ocultan algo; además de
que nos han mentido con eso de que nos están enseñando su lengua.
—¡Tranquila, tranquila! Y a ver si moderas ese vocabulario sexista. Las
mujeres tenéis una tendencia al insulto en cuanto os da el ataque de
histeria…
—¡No estoy para bromas, Nico! La situación puede ser muy seria. ¡No
tenemos ni idea de lo que pasa; puede ser una invasión, una guerra, una
epidemia, cualquier cosa! Y nos han dejado tirados aquí, sin más
explicaciones. Ni siquiera he recibido un mensaje de Akkhaia. ¿De qué te
ríes?
—De que, por primera vez en este maldito viaje, sé algo más que tú.
—A ver.
—Se les ha muerto alguien. Supongo que se irán de entierro o algo así.
Charlie se quedó mirando a Nico jamente, con toda seriedad:
—¿Tú eres imbécil o algo?
—Eso es exactamente lo que me ha dicho el enfermero que me iba a
llevar a la sesión de interrogatorio y no me ha llevado.
—¡Pero eso es una estupidez! No hace nada de tiempo se mató aquel
delante de todos nosotros y como si nada. Y ahora, si es verdad lo que te
han contado, se muere otro y declaran luto general en todo el planeta. No lo
entiendo.
Nico se encogió de hombros sin dejar de mirar a Charlie.
Permanecieron así unos minutos: mirándose sin hablar, compartiendo sin
verbalizarlas las mismas sensaciones de incomprensión, indefensión e
impotencia que ya les eran casi habituales. Charlie rompió el momento con
una palmada doble sobre los muslos.
—Me voy a ver si me entero de qué pasa.
—¡Charlie!
—¿Qué?
—¿Me vas a dejar solo?
—Sólo es un funeral, Nico, tú mismo lo has dicho. No tendrás miedo de
los espíritus, ¿verdad? Tú siempre has sido muy macho.
—Que te folle un pez, tía.
Ankhjaia’langtxhrl, Akkhaia para los humanos, caminaba a largos pasos
en dirección al lago Htor donde iba a encontrarse con Hithrolgh, el primero
de los tres seres que más le importaban en el mundo. Habían compartido
toda su infancia y gran parte de su juventud hasta que sus vidas habían
tenido que separarse después de la clasi cación nal. Durante un año de
Xhroll, en la época en que los jóvenes adultos son considerados sexualmente
maduros, intentaron una y otra vez, juntos y con otras parejas, la difícil
empresa de la reproducción. Al término del plazo Ankhjaia’langtxhrl,
después de conseguir la implantación de uno de sus compañeros, había
quedado convertido en ari-arkhj. Hithrolgh, al no haber podido implantar
ni ser implantado, había tenido que pasar o cialmente a ser xhrea para el
resto de su vida, pese a lo cual su relación había seguido siendo la de
siempre. Ahora hacía ya varios viajes que los encuentros eran cada vez más
difíciles y Ankhjaia’langtxhrl esperaba impaciente el momento de ver a
Hithrolgh y obtener las noticias que tanto deseaba.
En los últimos tiempos, mientras Ankhjaia’langtxhrl se entregaba a sus
ocupaciones de ari-arkhj dando un hol’la más a Xhroll y viajaba en naves de
carga buscando la posibilidad de entablar contactos con xhri que pudieran
convertirse en abbas, Hithrolgh había ido subiendo en la jerarquía hasta el
lugar en que ahora se hallaba: quinto miembro del consejo de asuntos xhri.
En Xhroll se estaba operando un cambio social tan grave que ya ni
siquiera los abbas podían ignorarlo. Y con cada vuelta a su mundo, la
inquietud de Ankhjaia’langtxhrl era mayor. La estructura social que había
sido inamovible en su infancia corría peligro de desmoronarse con cada paso
que daban los xhrea en cuyas manos residía prácticamente todo el poder, a
pesar del trato deferente reservado a abbas y ari-arkhjs.
El largo día de Xhroll estaba apenas empezando cuando
Ankhjaia’langtxhrl remontó la colina que dominaba el lago. A sus pies se
extendía una gran super cie opalina, de tintes rosados, rodeada de
vegetación del tono grisáceo del amanecer.
Inmóvil sobre una roca, con la mirada perdida en las distantes montañas
del sur, Hithrolgh le esperaba. Se había quitado la corta melena negra que
solía llevar en público y vestía una túnica irisada que hacía más etérea su
grácil gura desdibujándola contra la niebla. Tenía los ojos de un verde muy
claro y la piel cobriza. Su rostro y su cuerpo, como era habitual en Xhroll,
habían sufrido diversas intervenciones quirúrgicas para adaptarse al modelo
clásico: nariz pequeña y recta, hombros anchos, caderas estrechas. Volvió la
cabeza en su dirección al oírle llegar:
—Me alegro de verte, Ankhjaia’langtxhrl. Te he echado mucho de
menos en esta ocasión.
Ankhjaia’langtxhrl llegó a su altura y quedaron frente a frente mirándose
a los ojos durante unos segundos.
—Yo esta vez no te echado de menos, Hithrolgh. Ha sido un viaje
interesante y provechoso.
—Xhroll te agradece. Yo también. En estos momentos una vida es
doblemente valiosa. Si el hol’la es viable, estamos salvados.
—¿Contando con la cooperación de los xhri?
Hithrolgh quedó en silencio unos instantes.
—Quiero que lo sepas. El consejo piensa que la cooperación de los xhri,
su aceptación voluntaria, no es absolutamente imprescindible. Según tus
informes, ellos no reaccionan positivamente a la vida.
—El ari-arkhj xhri dice que pueden tener descendencia siempre que lo
deseen, que su población es excesiva y por ello se inutilizan voluntariamente
de modo absoluto o temporal.
—No podemos permitir que se pierda un potencial de vida que nosotros
necesitamos. Tenemos que asegurar nuestra supervivencia. Necesitamos más
población.
Ankhjaia’langtxhrl miró a Hithrolgh sintiendo la sorpresa crecer en su
interior. Hithrolgh había hecho algo con el tono de su voz, algo similar a lo
que hacían los humanos cuando decían algo distinto a lo que estaban
pensando.
—Hithrolgh, cuando dices «nosotros» ¿a quién te re eres?
—A Xhroll.
—¿A todo Xhroll o sólo a los xhrea?
—Me re ero a todo Xhroll, pero debes comprender que los xhrea somos
los más amenazados. Nosotros no podemos reproducirnos.
—Pero a cambio tenéis todo el poder de decisión.
—No es cierto. —Hithrolgh se levantó y empezó a caminar sabiendo
que Ankhjaia’langtxhrl le seguiría—. Tradicionalmente el primer miembro
de cada consejo de importancia es un ari-arkhj.
—No hay tantos ari-arkhjs.
—Tampoco hay tantos consejos de importancia.
Hubo un silencio tenso. Hithrolgh miraba obstinadamente hacia las
montañas mientras Ankhjaia’langtxhrl se esforzaba por que sus ojos se
encontraran. Finalmente bajó la vista.
—Antes era un placer relacionarse contigo, Hithrolgh.
—Antes no teníamos tantas responsabilidades ni estaban tan lejos
nuestras competencias. Antes tú también eras xhrea.
—¿Quieres que me sienta culpable por ser ari-arkhj?
—Sería absurdo.
—A veces pienso que el absurdo empieza a ser la forma de
comportamiento habitual entre los xhrea.
—Eso me duele, Ankhjaia’langtxhrl.
—También a mí me duele lo que nos estáis haciendo. Antes todo era
distinto. Cada uno tenía su puesto en la vida. Ahora los xhrea lo acaparáis
todo. Desde el día de la implantación de mis pectorales no hay vez que al
volver de un viaje no tenga la impresión de que en nuestra sociedad ya no
hay sitio para nosotros y para nuestros abba. Nos tratáis como bienes que
hay que administrar, no como a seres de pleno derecho.
—Opino que has tenido demasiados contactos con xhri. Están
contaminando tu pensamiento.
—¿Y quién contamina el tuyo?
—Es exasperante. Es como construir con roca sobre una base de barro.
Dependemos por completo de los abba y de vosotros. Tenéis que
comprender nuestro punto de vista. No podemos permitir que un abba se
niegue a seguir reproduciéndose. O que un ari-arkhj se ligue exclusivamente
y de por vida a un solo abba. Es un crimen social.
—¿Eso ha ocurrido realmente?
—Sí.
—Eso es profundamente turbador. Pero debe de tratarse de desviaciones
esporádicas. Casos patológicos.
—Es un movimiento clandestino de lucha organizada,
Ankhjaia’langtxhrl. Lo sabemos con toda seguridad y yo esperaba que
pudieras darme información sobre ello.
Ankhjaia’langtxhrl no pudo contestar. Recordó en un relámpago los
rumores que había venido oyendo sobre el internamiento de abbas en
lugares secretos y se estremeció.
—¿Es verdad que estáis coartando la libertad de grupos de abbas y ari-
arkhjs?
—Yo no me ocupo de organización interna, lo sabes. Mi trabajo es
buscar abbas xhri. Te envié en esa misión y tuvimos suerte. No sé nada más.
—Contesta a mi pregunta. ¿Es verdad que pensáis convertirnos en
animales de crianza?
—Esperamos solucionar esa cuestión con abbas xhri como el tuyo. Si ese
hol’la resulta viable, no tendréis que preocuparos más.
—¿Y si no?
—Sois nuestra garantía de supervivencia.
—¿Y vosotros? ¿Qué sois vosotros?
—Los xhrea hemos hecho a Xhroll, Ankhjaia’langtxhrl. Nosotros,
generaciones de los nuestros, levantamos el planeta de las ruinas dejadas por
los Primeros y lo convertimos en el mundo habitable que ahora tenemos.
Vosotros y los abba dais vida a los xhrea pero somos nosotros los que
hacemos moverse el mundo. Nosotros, que no estamos atados por lazos de
dependencia afectiva ni compulsiones sexuales, que no competimos más que
por hacer nuestro trabajo cada vez mejor, que amamos a Xhroll por encima
de todo. Los xhrea, seres pensantes cuyo cerebro no está sujeto a in uencias
hormonales, que no ejercemos violencia contra nosotros mismos, que hemos
tenido la fortuna de ser el siguiente paso en la evolución.
—Una evolución hacia la esterilidad y la muerte.
—Unidos, no.
—Sí, Hithrolgh. Incluso unidos. Cada generación surgen menos abba.
Dentro de una o dos, toda nuestra población será xhrea, con algún
esporádico ari-arkhj y entonces ¿qué pensáis hacer con vuestro cerebro
superior?
—Si los terrestres resultan viables, la desaparición de nuestros abbas no
será problema. Incluso puede solucionar muchos con ictos.
—¿Y si ellos no desean que implantemos?
—¿Lo deseaba tu abba xhri?
—No. Pero ahora saben lo que puede pasar.
—En la base terrestre hay casi trescientos abbas. Descontando a sus ari-
arkhjs, en veinte años xhri son unas cinco mil nuevas vidas. Es posible que
al principio no les guste pero se adaptarán. Dar vida es hermoso.
—¿Y la reacción de Mundo Tierra?
—Tienen exceso de población. Estamos muy lejos. Creen que tenemos
armas poderosas. No sucederá nada.
—Ellos sí tienen armas, Hithrolgh. Vendrán a Xhroll y lo devastarán.
—No lo creo. Pero, de todas formas, Xhroll ya sufrió una destrucción y
la sobrevivió. Nuestra estructura reproductiva quedó alterada pero
sobrevivimos.
Ankhjaia’langtxhrl se acercó y le puso una mano en el hombro,
suavemente, sabiendo lo que signi caba:
—¿No tienes miedo, Hithrolgh? ¿No te asusta el mundo que estamos
haciendo?
—No me toques, Ankhjaia’langtxhrl. No soy abba.
—Nos conocemos desde siempre. Déjame acercarme a ti. Deja que todo
vuelva a ser como antes, aunque sea sólo un momento.
—No puedo. No quiero.
—Lo necesito, Hithrolgh.
—Tienes a tu abba. Tienes al hol’la. Tienes al ari-arkhj de los xhri.
Tienes más de lo que yo he tenido nunca. No me pidas nada.
—Decías que me habías echado de menos.
—Me equivoqué. Lo que yo echaba de menos era el recuerdo de
Ankhjaia’langtxhrl. Tú no eres eso. Has cambiado. Yo también. Lo que
ahora piensas es incompatible con lo que pienso yo. Eres peligroso para
nosotros.
—¿Quieres decir que me vais a desterrar de Xhroll o me internaréis con
los abba a producir más xhrea?
—Yo no tendré parte en la decisión que se tome.
—Pre ero el destierro, Hithrolgh.
—Lo tendré en cuenta, si tengo ocasión.
—¿Qué pasará con los terrestres? ¿Volverán a su mundo?
—No lo sé.
—Ellos me importan.
—Primero es Xhroll. Lo sabes.
—Primero es Xhroll.
Se miraron un instante a los ojos y desviaron rápidamente la vista.
—Me hubiera gustado no ser xhrea, Ankhjaia’langtxhrl, pero lo soy.
—Lo comprendo, Hithrolgh. Pero yo no lo soy.
Se separaron sabiendo que probablemente no volverían a verse. Al
menos no en circunstancias amistosas. De un momento a otro
Ankhjaia’langtxhrl se había convertido en un elemento molesto, uno de esos
raros individuos que perturbaban el buen funcionamiento de la maquinaria
social de Xhroll. Había pasado de ser un ejemplo de ciudadanía a ser un
elemento con ictivo por el mero hecho de expresar una opinión y unas
dudas a una persona que conocía íntimamente desde la infancia, a uno de
los tres miembros base de su núcleo. Y ese era un cambio terrible. Si en
Xhroll ya no se podía expresar una opinión sin riesgo, algo andaba muy mal.
Le dolía pensar en el cambio que se había operado en Hithrolgh, esa
rigidez, esa intolerancia frente a los seres sexuados. Estaba claro que les
tenía miedo. Todos los xhrea tenían miedo de ellos y por eso trataban de
controlarlos, de ponerlos bajo su poder. Y lo más terrible era que,
históricamente, el miedo llevaba a la crueldad justi cada por el bien común.
El bien común de los xhrea.
Los terrestres no sabían nada de todo aquello. Estaban convencidos de
que cuando naciera el hol’la regresarían a su mundo, a ese maravilloso
mundo donde todo era tan fácil, donde sólo había dos clases de seres, ambos
con función reproductora, iguales en obligaciones y privilegios como, en
opinión de los especialistas, había sido en Xhroll antes de la Nueva Era que
había dado origen a los cambios.
No quería perder la intimidad con Hithrolgh pero tampoco hacer daño a
los terrestres, ni pasar el resto de su vida en una granja de procreación para
satisfacer los anhelos de expansión de los xhrea.
Llegó a la puerta del ascensor más cercano al área de Charlie, sacó del
armario una larga peluca rubia y se la colocó sin mirarse en el monitor
porque sabía que sus ojos verdes le recordarían los otros ojos verdes que
acababa de perder. Luego, ya en el ascensor, tomó la decisión que había
estado meditando desde antes de encontrarse con Hithrolgh. Había pensado
consultarlo con él pero el giro de la conversación lo había disuadido por
completo. Hithrolgh se opondría, eso era evidente, de modo que la única
solución era actuar sin haberle pedido opinión a nadie. Si los xhrea podían
cambiar ciertas normas en nombre de ciertos intereses, también podía un
ari-arkhj.
Akkhaia me ha llevado a ver a los muertos.
Quizá sea excesivo formularlo así. Me ha llevado a ver a uno de ellos, a
uno de su núcleo, que es lo más parecido que tienen aquí a nuestro concepto
de familia, un xhrea que murió cuatro años atrás cuando realizaba una
misión espacial.
Los muertos de Xhroll ocupan una especie de criptas blindadas en el
mismo centro del planeta. Se tardan muchas horas en descender hasta allí y
hay que atravesar montones de barreras sanitarias antes de obtener la
licencia electrónica necesaria para descender el último tramo.
Desde el ascensor que deposita al visitante en el corredor nal, quedan
aún varios kilómetros de laberinto cruzado de celdillas, como diminutas
habitaciones de metal, ocupadas por miles de cadáveres tan irrecuperables,
en apariencia, como cualquiera de los nuestros. Dotados, sin embargo, de un
tipo de vida que les permite seguir siendo útiles a Xhroll mientras sus
mentes sigan en contacto con las de los seres vivos.
Según me ha dicho, no todos los cadáveres se conservan: si los que
mueren no tenían una especialidad aprovechable después de la vida, su
cuerpo es inhumado en algún lugar de su elección. Si, por el contrario, la
muerte se ha producido en el momento en que estaban dirigiendo un
experimento importante o se trataba de alguien con conocimientos
especiales y valiosos, se intenta retener su mente y su ¿espíritu?, ¿alma?, para
que siga colaborando a la supervivencia de Xhroll.
En otros casos, sencillamente no se puede hacer nada para conservar el
contacto y no les queda más remedio que resignarse y aceptar su muerte
de nitiva. Entonces es cuando se da un día de luto en el planeta.
Tengo la impresión de que esa manipulación les causa con ictos de
conciencia; de que saben, o sienten, o creen que no es justo retener en ese
simulacro de vida a los que ya debían haberla abandonado, pero tienen que
hacerlo porque carecen de la población necesaria.
No sé por qué (es un tema tabú y no puedo tocarlo a bocajarro) pero
parece que no se dedican a la investigación de los problemas de
reproducción y natalidad sino que dedican todo su esfuerzo a la tanatología.
Desde el ascensor, Akkhaia y yo caminamos en silencio durante veinte
minutos, torciendo a derecha e izquierda por corredores perfectamente
iluminados donde nuestros cuerpos no proyectaban ninguna sombra.
Nuestros pasos sonaban blandos, apagados por el revestimiento textil de
suelos y paredes y yo notaba en las sienes el ritmo de mi sangre. No puedo
decir que tuviera miedo pero sí una sensación difusa de amenaza, de
opresión, como si hubiera tomado conciencia de golpe de que me
encontraba en un planeta extraño, a millones de kilómetros del mío,
caminando sola junto a un ser extraterrestre por una red de pasillos
laberínticos, con toneladas de roca sobre mi cabeza y miles de cadáveres, no
del todo muertos, a mi alrededor.
Cuando llegamos a la celda que buscábamos, me temblaban las manos,
tenía todo el cuerpo húmedo y frío y la boca se me había quedado tan seca
que ni siquiera podía carraspear.
No sé qué esperaba.
No sé si me sorprendió.
El xhrea estaba de pie en un nicho iluminado, como un ataúd de cristal,
como una antigua cabina telefónica. No había ninguna clase de maquinaria
de mantenimiento, de cables o agujas o cualquier cosa que a un ser humano
le trajera recuerdos asociables con clínicas y hospitales.
Tenía los ojos abiertos, verde claro, como los de Akkhaia. Los ojos más
muertos que he visto jamás.
Estaba desnuda y, aunque tenía el pecho plano, la ausencia de vello
púbico dejaba ver con claridad que era una mujer, como Akkhaia, como yo
misma. Le habían afeitado el cráneo. Tenía la piel ligeramente azulada,
como porcelana de museo, sin un vello, sin una sombra. Pasó por mi mente
el recuerdo del xhroll que se había despedazado contra las rocas y, por un
segundo, al imaginarme su cuerpo de muerto viviente en la cabina de cristal,
tuve que hacer un esfuerzo para no aullar.
—Ya lo has visto —dijo Akkhaia, volviéndose hacia mí.
—¿Puedes hablar con ella?
—Con él. Sí, por supuesto.
No conseguía creerme que nadie pudiera hablar con aquel pedazo de
carne de morgue.
—¿Y de qué habláis?
Ella me miró jamente, como siempre, sin que yo entendiera si aquello
signi caba algo.
—Yo le hablo a él. Él habla, por la red, de asuntos que importan a
Xhroll. Yo vengo a traerle un poco de vida. Yo y todos los otros. Venimos a
ofrecer lo único que puede apreciar un muerto: recuerdos, visiones, palabras.
Creo que sacudí la cabeza, mareada. Akkhaia, siguiendo mis enseñanzas
de lenguaje corporal humano, lo interpretó como una negativa.
—Es así, Charlie, es la verdad. Déjanos solos ahora.
Salí de la celda, me apoyé contra la pared y me dejé resbalar lentamente
hasta el suelo, hasta quedar en cuclillas, los brazos rodeando las piernas, la
cabeza apoyada en ellos.
Me parecía monstruoso. Sencillamente monstruoso. Perverso.
Retorcido. No podía evitarlo.
En el interior, Akkhaia, en una voz que no le había oído jamás, llena de
in exiones y matices, en una lengua que podía ser la misma que yo he
estado aprendiendo pero que no lo era, que era la otra, la de los altavoces,
in nitamente más antigua y más rica, como me había explicado ya Akkhaia,
en esa lengua ritual, le hablaba a aquel cadáver azul de ojos abiertos.
Le hablaba, me dijo luego, usando ese lingo absurdo que ellos utilizan
en la vida diaria y que es el que nos han enseñado, del brillo de la luz en las
laderas nevadas de las montañas del primer hogar que compartieron; de una
nueva variedad de prímula silvestre que habían conseguido aclimatar a
orillas del lago Htor y que tenía las ores azules, de un arrecife de coral
blanco que había crecido ya lo su ciente como para albergar una laguna lisa
y rosada como un amanecer polar.
Le hablaba con palabras que yo no conocía, blandas y dulces, llenas de
vocales, que despertaban en mi mente ecos de un pasado común, de una
vida junto a la naturaleza, entregados a un amor de millares de seres, como
si entre todos, sumando todas sus almas, dieran alma a Xhroll.
Le hablaba con una dulzura, con una pasión que nunca hubiera creído
posible; una pasión que me daba escalofríos. A mí, a una humana. Y todo el
tiempo lo llamaba «ahalaiaia», una palabra que yo creía obsoleta y que viene
a signi car «hermano del corazón».
Me arriesgué a echar una mirada al interior: Akkhaia abrazaba a aquel
cadáver de ojos sin vida que me contemplaban por encima de su hombro.
Volví a mi posición en el pasillo sin querer ver nada más mientras la oía
decir en lengua vulgar:
—Sigue sufriendo por Xhroll, hermano. Lo necesitamos. Te
necesitamos. Si el futuro se desarrolla como estamos planeando, pronto
quedarás libre. Ten con anza, hermano. Ten valor. Por Xhroll.
Oí el ligero chasquido de la tapa al cerrarse y la respiración agitada de
Akkhaia que poco a poco se iba calmando. Cuando todo quedó en silencio,
salió al pasillo donde yo ya la estaba esperando, lo bastante alejada de la
celda como para que no tuviera la impresión de que había estado espiando.
—Podemos irnos.
Debí de hacer algún tipo de ruido con la garganta porque continuó:
—¿Quieres preguntar algo?
Estaba a punto de negar con la cabeza cuando se me ocurrió que sí había
algo que deseaba saber, algo que paliara, aunque fuera un poco, la
monstruosidad aquella:
—¿En qué trabajaba tu…? Quiero decir… ¿Qué tipo de información
puede ser tan valiosa como para hacerle eso a alguien?
Tuve la ligera sensación de que se alegraba de que yo hubiera captado el
sufrimiento que suponía para un muerto el seguir conectado a la vida, pero
lo más probable es que me lo imaginara yo sola. Los Xhroll son tan
inexpresivos que una se encuentra constantemente proyectando en ellos sus
propias emociones.
—Entró en contacto con otras dos especies de nuestra galaxia antes de
tener este accidente. Fue el único tripulante que Xhroll consiguió recuperar.
Una especie es la vuestra. Él y la nave en que viajaba establecieron el primer
contacto. La otra especie nos es desconocida y la información es vital porque
sólo la tiene él y debe ser muy importante si tomaron la decisión de
desestimar el contacto con Mundo Tierra para proseguir el otro.
Me quedé estupefacta:
—¿Hay otras especies humanoides, inteligentes, en la galaxia?
—Cinco, que sepamos, además de Xhroll y de Tierra. ¿Te sorprende?
Moví lentamente la cabeza de arriba a abajo.
—Es extraño. Nico lo sabía y a ella no pareció sorprenderle.
—¿Nico lo sabía?
Por milésima vez, sentí el urgente deseo de estrangular a ese malnacido.
Pero fue sólo un segundo. Enseguida se me ocurrió que lo más probable era
que lo hubiera olvidado o que, por alguna razón relacionada con su orgullo,
hubiera decidido hacerlo. Es mejor así. La verdad es que no me interesa en
absoluto que Nico sepa ciertas cosas. Por ejemplo, Nico no tiene por qué
saber que en Xhroll los muertos no están muertos del todo.
LAS NOCHES ERAN MUY LARGAS para Nico Andrade. A pesar de
los baños, masajes, aromas relajantes y sana alimentación, pasaban las horas
y no conseguía dormir, o bien caía en un sueño tan profundo que, cuando
despertaba, apenas dos horas más tarde, tenía la sensación de haber estado
muerto. Y cuando lograba dormirse, sus sueños estaban llenos de pesadillas,
habitados por monstruos resbaladizos y calientes, color de sangre, que se
escurrían por entre sus piernas buscando un lugar por el que entrar a tomar
posesión de sus entrañas.
Muchas veces se despertaba tapándose la boca con las manos para no
gritar, viscoso de sudor, oliendo a miedo, en completa oscuridad. Entonces
volvía a tumbarse, boca arriba, con los ojos abiertos, tratando de imaginar su
cuerpo de antes: liso, fuerte, único. Macho.
Ahora ya no sabía bien qué era. Los Xhroll lo habían convertido en una
masa informe atiborrada de hormonas; una cosa que lloraba sin motivo, que
se retorcía las manos de deseo pensando en un an con nata, que no era
capaz de pensar quince minutos seguidos en nada que requiriera un esfuerzo
mental. Los Xhroll. Ni siquiera se le ocurría una palabra que resultara más
insultante que ésa.
Xhroll ya era bastante ominoso. Porque Xhroll era todo. Todo.
Notó que se le dormían las manos y se incorporó para frotarse los brazos
mientras, sin pretenderlo, las lágrimas le desbordaban las pestañas y le
corrían por las mejillas sin afeitar. Se sentía solo, abandonado, vulnerable.
¡Si al menos hubiera alguien a su lado! Pero eso nunca le había gustado. Era
muy agradable tener compañía en la cama cuando uno estaba despierto,
pero una vez zanjada la cuestión primordial, lo correcto era que la chica
tuviera el buen gusto de marcharse a su propia cama y lo dejara descansar a
sus anchas. Nunca había entendido cómo se podía dormir abrazado a un
cuerpo extraño, abandonado a las miradas de alguien que momentos antes
había sido tu pareja de lucha, tu amante en léxico convencional, y ahora
volvía a ser lo que era: una perfecta extraña que te juzgaba cuando no te
podías defender. Era lo más agradable para los dos, lo más correcto. No
había por qué soportar los ronquidos del otro, sus olores, sus costumbres,
sus ojos enrojecidos y su piel amarillenta al otro lado de la mesa del
desayuno.
Mientras se frotaba los brazos, Nico pensaba en su madre. Por primera
vez en veinte años pensaba intensamente en su madre, con nostalgia,
necesitándola. La única mujer que lo ayudaría ahora, que lo consolaría. La
única mujer con la que no tendría que ser el teniente Nicodemo Andrade,
lobo solitario y perfecto semental.
El pensamiento le dio vergüenza y lo apartó de su mente. No necesitaba
a nadie, como siempre. Iba a superar solo todo aquello y luego abandonaría
la Flota, se compraría un yate con la pensión y se dedicaría a llevar turistas
ricos a pescar atunes por el Caribe. Si los había. Atunes, claro. Turistas ricos
los habría siempre. Y mujeres morenas de largas melenas y ojos de
terciopelo. Y pelirrojas sonrientes, cubiertas de pecas. Y castañitas de
caderas masculinas y grandes tetas redondas. Y orientales chiquitas de pelo
casi azul y mirada misteriosa, deliciosamente estrechas.
Lo que nunca, nunca más en su vida pensaba hacer, y eso era un
juramento, era tirarse a una rubia de ojos verdes. Nunca jamás. Por mucho
que viviera. Nunca.
Charlie Fonseca, con la soltura de quien lo ha hecho ya muchas veces,
atravesó las salas y pasillos que llevaban a las habitaciones de Nico
ofreciendo sonrisas al personal de servicio y a los abbas con los que se iba
cruzando. Sabía por Akkhaia que la sonrisa era un gesto que los Xhroll
desconocían pero hasta el momento no había conseguido controlar el
impulso natural en ella de sonreír y saludar con la cabeza al encontrarse con
alguien. Por fortuna los Xhroll no lo interpretaban como insulto sino como
un extraño tic carente de signi cado, del mismo modo que un humano
podría interpretar el que otro ser se pasara el rato metiéndose el dedo en una
oreja o poniéndose una mano detrás de la cabeza. Había preguntado a
Akkhaia cuál sería el equivalente Xhroll y ella, muy seria, como siempre, le
había contestado que cuando un Xhroll se siente feliz lo expresa con
palabras.
Era graciosa Akkhaia a su manera; graciosa sin saberlo y sin pretenderlo.
Cada vez le caía mejor. Desde la visita a los muertos, Charlie tenía la
sensación de que habían franqueado un umbral invisible, de que Akkhaia se
estaba convirtiendo en una amiga, o casi. Habían intercambiado algunos
datos sobre su vida personal, Akkhaia le había enseñado, siempre ngiendo
que era un encuentro casual, a un núcleo de niños trabajando en el exterior
con un profesor de botánica, le había insinuado que la vida en Xhroll no era
todo lo idílica que se podía pensar, algo que tenía relación con los xhrea y su
concepto de la sociedad.
Charlie, a cambio, le había dado algunas informaciones sobre el
funcionamiento social humano, el reparto de roles, las lenguas de la Tierra,
la actitud de los humanos frente a la vida y la muerte, las cosas sobre las que
Akkhaia quería saber algo más.
Le gustaba Akkhaia. Era tan clara, tan directa y tan graciosa a su
manera que, por primera vez en muchos años, tenía la impresión de haber
encontrado a una amiga. Lo pasaban bien juntas y ahora que Akkhaia
parecía dispuesta a hablar, había tantas cosas que quería saber que siempre
tenía la sensación de que no iba a poder reunir ni una milésima parte de la
información que hubiera querido. Además estaba el problema de las cosas
de las que no se podía hablar. Sus órdenes, como de costumbre en casos de
tipo diplomático, eran bastante ambiguas y, sin embargo, de una claridad
meridiana a ese respecto: aprender todo lo posible de los Xhroll dando la
mínima cantidad de información a cambio. Y controlar constantemente las
pequeñas observaciones para no revelar por descuido cualquier cosa que
pudiera ser perjudicial para el concepto que los Xhroll se estaban formando
de la Tierra.
Mucho más fácil decirlo que hacerlo, claro. ¿Cómo iba ella a preguntarle
a Akkhaia sobre el tipo de armas de que disponían los Xhroll sin ofrecer
alguna información recíproca? Tenía siempre los ojos y los oídos abiertos
pero tampoco en la Tierra se encuentra uno con misiles nucleares por las
esquinas.
En cualquier caso, se encontraba de un humor excelente. Las cosas
parecían haberse puesto en marcha y cada vez faltaba menos para el gran
acontecimiento que los devolvería a casa.
No tenía ninguna gana de ir a visitar al teniente pero no había más
remedio que asegurarse de que todo estaba bien. Si la situación era la
acostumbrada, no serían ni diez minutos. Entró al cubículo de Nico con una
honda inspiración y la sonrisa más esplendorosa que consiguió forzar.
Nico, instalado en una silla otante junto al televisor, como llamaban al
aparato Xhroll que a través de un sistema similar a la RV terrestre ofrecía
paisajes virtuales, miraba sin ver un desierto de arena negra junto a un mar
azul pálido en el que saltaban unos animales demasiado rápidos para ser
reconocidos.
—Tengo que salir de aquí, Charlie —dijo sin volverse a mirarla—. Me
estoy volviendo loco.
Ella se acercó despacio, pensando a toda velocidad. Le puso las manos
sobre los hombros y, a pesar de que sintió claramente su rechazo a través de
la na tela de su mono blanco, mantuvo la presión y empezó a masajearle los
músculos que parecían de goma endurecida.
—Hablaré con Akkhaia para que te dejen dar un paseo por el exterior.
Él sacudió la cabeza.
—Quiero irme a casa, Charlie.
Se volvió a mirarla y sólo en ese instante se dio cuenta ella de lo
hundidos que estaban sus ojos, de lo pálido de su piel.
Le acarició la mejilla mal afeitada tratando de no darle importancia a las
lágrimas que brillaban en sus ojos.
—Me estoy volviendo loco, Charlie. He empezado a hablar solo, ¿sabes?
—¡Venga, hombre! Eso es normal, todos hablamos solos de vez en
cuando.
Nico volvió los ojos hacia el televisor:
—Ya se mueve.
Charlie observó la pantalla con detenimiento pero lo único que se movía
eran los animales acuáticos. Como Nico no estaba conectado con la
máquina era imposible que él sintiera algo que ella no podía apreciar.
—¿Qué es lo que se mueve, Nico? —preguntó suavemente.
Él empezó a llorar, lágrimas grandes que se deslizaban por sus mejillas y
le caían sobre el pecho:
—Hace ya un montón de tiempo. No te lo había dicho aún.
—¡Pero eso es estupendo! ¿No te parece una sensación maravillosa? ¡A
ver! ¡Déjame probar!
Se arrodilló a su lado y le puso la mano en el vientre, esperando:
—Debe de estar durmiendo. No noto nada.
Él se sujetó la boca con una mano tratando de ahogar los sollozos que se
le escapaban y hacían temblar todo su cuerpo.
—¡Nico! Nico, ¿qué te pasa? ¡Es una cosa estupenda! Eso quiere decir
que todo va bien y que ya falta poco, mucho menos de la mitad. Y además
¿no es una cosa muy graciosa notar cómo se mueve? ¿No te quedas un rato
esperando que vuelva a moverse en cuanto notas el primer golpe? ¿No te
apetece reírte y hablar con él o ella?
—¿Y tú qué sabes? Tú nunca has pasado por esto. No tiene nada de
maravilloso. Es… es asqueroso. Es como tener un animal vivo encerrado
dentro buscando el sitio menos protegido para empezar a roer y poder salir.
Es lo peor del mundo. Tú no puedes imaginártelo. ¡Ojalá hubiera venido
conmigo una mujer de verdad, que me entendiera, que supiera lo que es!
Charlie se puso en pie y se quedó mirando el desierto de arena negra. El
silencio fue haciéndose pesado, pastoso.
—Sé de que estoy hablando, Nico —dijo por n.
—¿Tú? ¿Tú también…?
—Hace tanto tiempo… Sólo tenía dieciocho años. Acababa de entrar en
la Academia. Con una beca. Mi familia era muy conservadora.
Fundamentalistas. Yo a esa edad aún era fértil. Mentí en los formularios; a
ningún médico se le ocurrió que una mujer de mi edad pudiera no estar
esterilizada. Yo pensaba que con mantenerme lejos de los hombres no habría
problema. Y no lo hubo; enseguida me creé una fama de desdeñosa y fría.
Hubo una larga pausa, como si estuviera luchando contra las palabras
que iba pronunciando:
—Me violaron. Me quedé embarazada. Perdí la beca. Estuve un año
viviendo de los servicios de maternidad. Sola. Humillada. Odiándome y
odiando lo que llevaba dentro. Rechacé la asistencia psicológica, lo rechacé
todo, casi no comía. Todo mi futuro se había hundido, ¿comprendes?, y toda
mi manera de ver el mundo, mis ideales, los ideales que me había creado en
contra de mi familia. Ellos habían tenido razón: el mundo es terrible, la
gente es mala, los hombres monstruosos. Dios es todopoderoso y castiga.
Esas cosas…
Se pasó la mano por la frente como para arrancarse los pensamientos
que acababa de formular.
—¿Y el niño o niña? —preguntó Nico con un hilo de voz.
—Fue niño. Murió al nacer.
Nico no dijo nada. Había enterrado la cabeza entre las manos, incapaz
de mirarla.
—Me alegré, ¿sabes? Eso es lo peor. Que me alegré. —Ella volvía a
luchar con las palabras que salían secas, amargas, como si las escupiera—.
Pensé que había tenido suerte, que podría volver a hacer de mi vida algo que
valiera la pena.
»Y ya ves… Desde entonces he estado preguntándome cómo habría sido
todo si hubiera vivido él, si yo ahora tuviera un hijo de veintitrés años, una
persona adulta que estuviera más cerca de mí de lo que nunca lo ha estado
nadie. Era un bebé precioso. Y era mío, Nico. Mío.
—¿Volvieron a admitirte en la Academia Espacial? —preguntó Nico
cuando el silencio se hizo demasiado doloroso.
—En el Servicio de Inteligencia Espacial. Ahí saben usar el odio y la
frustración de una mujer de veinte años.
—¿Eres espía? —la voz de Nico sonaba más ultrajada que sorprendida.
—Algo parecido. En la vida real es menos romántico.
—¿Qué hacías en la Victoria?
Ella se encogió ligeramente de hombros:
—Lo mismo que aquí. Lo que he hecho siempre: ver, oír, informar.
—¿Sobre nosotros y nosotras?
Ella no contestó.
—Para eso te han enviado aquí conmigo, ¿verdad? No para darme apoyo
moral ni nada de eso. Para espiar. A mí y a ellos, ¿no?
—Vamos a dejarlo, Nico. Por favor.
Él se puso en pie con cierta di cultad y se acercó lentamente, una gura
patética con su vientre hinchado y la línea negra del bigote cruzándole el
rostro.
Se miraron unos segundos.
—Nos han utilizado a los dos —dijo Nico por n.
—Todos nos utilizamos unos a otros. No tiene importancia.
Se abrazaron suavemente buscando en el cuerpo del otro un poco de
calor y compañía. Poco a poco empezaron a acariciarse, a besarse
tímidamente luego.
—¡Estoy tan solo, Charlie! —murmuró él a su oído—. ¡Y tengo tanto
miedo!
Ella suspiró y lo abrazó más fuerte:
—Todos estamos solos.
—Quédate conmigo, por favor. Por favor.
Charlie lo tomó por la cintura y lo acompañó hasta la cama. No sabía
cómo tratar a aquella criatura frágil y herida en que se había convertido
Andrade. Se sentía atrapada en aquella habitación extraterrestre con aquel
humano con quien, precisamente por serlo, compartía tantas cosas. Quería
marcharse de allí, negar con un gesto la existencia de Andrade y la de ese
nuevo ser que sólo los Xhroll deseaban, salir a la super cie del planeta
virgen y olvidarse de todo.
Instaló a Andrade en la cama tratando de impermeabilizarse ante su
mirada de perro apaleado, sintiéndose como un adulto que mete a un niño
en la cama ignorando su terror de la oscuridad, diciéndole que los
monstruos no existen. Un adulto que abandona al niño tras la puerta cerrada
sabiendo lo que se esconde en el armario pero incapaz de enfrentarse a ello.
—Todo irá bien, Nico. Descansa. —Le pasó una mano por la frente
apartándole los mechones de pelo oscuro que le habían crecido en las
semanas que llevaban lejos de la Flota y sus ordenanzas.
Se dio la vuelta para marcharse y se encontró con que él le había
aferrado la pernera del mono en un intento de retenerla a su lado. Lo miró,
exasperada por su insistencia y su puerilidad, y no pudo apartar la vista de
aquellos ojos suplicantes.
Nunca había conseguido entender a los hombres. A pesar de la opinión
o cial que establecía la total ausencia de diferencias por razón del sexo,
todas las veces que había actuado con un hombre como lo hubiera hecho
con una mujer se había equivocado. Ahora lo estaba tratando como hay que
tratar a un hombre, según los manuales; como se tratan los hombres entre sí:
minimizar el problema, no profundizar en intimidades, no avergonzarlo
quedándose a su lado cuando llora, dejarlo en paz. Y sin embargo daba la
impresión de que no funcionaba, de que no era eso lo que quería. ¿Qué
quería, entonces? ¿Comprensión, con rmación de que sus problemas eran
naturales, apoyo moral, compañía, un hombro sobre el que llorar? ¿Como
una mujer? ¿Se convertía un hombre automáticamente en una mujer al
hacer el papel de hembra en la reproducción? Tenían que haber enviado a
alguien más listo, pensó Charlie.
—¿Qué quieres de mí, Nico? —murmuró en voz apenas audible—. ¿No
ves que no tengo nada que dar?
Él guardó silencio sin apartar sus ojos de los de ella.
—¿Quieres un rato de sexo? ¿Es eso?
Él bajó la vista mientras retorcía un pellizco de tela entre los dedos,
negando con la cabeza.
—No, Charlie. Por una vez no es eso. —Su intento de sonrisa resultó
amargo—. No puedo. Hace semanas que no puedo, pero tampoco querría
aunque pudiera. Vosotras pensáis que para los hombres esa es la solución de
todos los problemas. —Se interrumpió un momento, buscando palabras
para expresar lo que sentía—. Yo lo que quería era… olvídalo. Tú no lo
tienes.
—¿Qué es?
—Olvídalo. Es una idiotez.
—¿Qué es?
—Amor.
Levantó la vista y por un segundo se miraron extrañados, como si no
pertenecieran a la misma especie. Luego, lentamente, se echaron a reír sin
dejar de mirarse a los ojos. Charlie se quitó el mono, lo dejó caer a sus pies y
se metió en la cama con Nico.
—Te he dicho que no puedo.
—Lo veremos.
Charlie, desde la cama, oía la voz de Nico que cantaba bajo la ducha, un
invento Xhroll, cortesía para humanos, en que el agua salía de todas partes a
la vez haciendo misteriosas pausas de duración variada. Tenía que gritar
bastante para conseguir que ella oyera lo que decía pero parecía haber
recobrado su sonora voz y su con anza en sí mismo. Charlie contestaba con
monosílabos, maravillada aún de que lo que había empezado como un
simple deber de caridad se hubiera convertido en una experiencia
grati cante.
Cuando Nico volvió a la habitación, desnudo y sonriente, Charlie se dio
cuenta por primera vez del tamaño que había alcanzado su vientre en las
últimas semanas.
—Eres un milagro, Charlie. Nunca te estaré bastante agradecido por
esto, chica. Me has devuelto la dignidad.
Se sentó en la cama, al lado de ella, y la besó en el pelo. Charlie sonrió:
—Te juro que nunca he acabado de entender por qué los hombres,
después de tantos siglos de arte, losofía y otras zarandajas, siguen
considerando que su dignidad está en la punta del pito.
Él se echó a reir:
—A lo mejor a los artistas y a los lósofos no les pasa, pero como yo no
soy más que un simple mecánico…
Charlie se descubrió sonriéndole a Nico con una ternura de la que no se
hubiera creído capaz, tratándose de él, y que le resultaba inquietante. Saltó
de la cama y empezó a vestirse precipitadamente. No estaba dispuesta a
permitirse sentimientos de colegiala ni enamoramientos intempestivos.
Andrade era su responsabilidad y lo cuidaría en lo posible, pero sin jugarse
nada, sin poner nada de sí misma. En su experiencia, no había nada peor
que enamorarse de alguien a quien, aunque sea en el fondo, se desprecia
como persona.
—¿A dónde vas? —Nico acababa de darse cuenta de que Charlie estaba
casi en la puerta.
—A dar una vuelta por ahí. Luego tengo una sesión con Akkhaia;
tenemos aún muchas cosas que enseñarnos.
—Charlie, ¿te has dado cuenta de que, a pesar de que casi todo el
personal es masculino, parece que las que mandan son las mujeres?
Charlie se mordió el labio inferior y lo pensó un momento:
—No sé. Me parece que estamos cometiendo un error de juicio en algún
punto. Yo no acabo de verlos ni como mujeres ni como hombres.
—¿Ah, no? ¿Y cómo los ves?
Ella volvió a pensarlo un momento y se encogió de hombros:
—Raros —dijo por n.
Él se echó a reir:
—Sí. La verdad es que raros sí que son.
—Te veré luego, Nico.
—¡Chao!
Charlie se marchó pensando que había muchas cosas que no
comprendía. Demasiadas. Cada vez más.
Nico se quedó tumbado en la cama con expresión soñadora, la mano
izquierda sobre el vientre, la derecha en el sexo.
En ese momento se sentía a gusto en su piel. A pesar del entorno
alienígena, de lo que llevaba dentro y no podía ignorar, de la incertidumbre
con respecto a su futuro, en ese momento Nico se encontraba en paz
consigo mismo. Y eso se lo debía a Charlie. Y si no a ella directamente, al
menos al hecho de que por una vez se hubiera comportado con él como una
mujer auténtica, no como la capitana distante y un poco ácida que había
conocido en los últimos meses.
Siempre le resultaba curioso ese cambio que se operaba en las mujeres
en cuanto conseguías meterlas en la cama, como si se dieran cuenta de golpe
de que todos los siglos de lucha por la igualdad sexual no habían sido más
que una maniobra intelectual de las insatisfechas para robarle a la hembra
humana su auténtica realización, su comportamiento natural de entrega al
hombre, a su protección y su deseo.
Se estiró voluptuosamente en la cama lamentando a medias la ausencia
de Charlie. Si ella hubiera estado aún allí, le habría apetecido volver a
empezar, aunque sólo fuera para probarse de nuevo a sí mismo que sus
problemas, al menos los de su impotencia pasajera, se habían acabado
realmente. Era buena en la cama, Charlie. Agresiva pero dulce. Atenta al
placer compartido, no como esas estúpidas que ngen orgasmos pensando
que el hombre no se va a dar cuenta y creyendo que en la base a él no le
importa. Charlie no. Charlie era exigente de su propio placer y era un placer
dárselo para aumentar el propio. Había tenido suerte con ella. Una mujer
con experiencia y sentido común. A partir de ahora la vida sería mucho más
llevadera. Sonrió para sí mismo. Charlie, como todas las mujeres que había
conocido en su vida, y ya había perdido la cuenta, tenía implantada una
cerradura secreta que sólo abría una llave mágica. A veces incluso había
llegado a extrañarle que funcionara siempre, que funcionara con todas.
Y él tenía esa llave.
Era una simple palabra que en unas ocasiones debía ir acompañada de
algún acto y en otras surtía efecto por sí misma. La palabra era «amor», un
«ábrete sésamo» milagroso que franqueaba la entrada a la cueva del tesoro.
Sólo había que pronunciarla con decisión, creyendo en su poder y todos los
obstáculos quedaban derribados. Incluso con Charlie.
Algo se movió en su interior y Nico tuvo que hacer un esfuerzo para no
gritar. El maldito bicho se había despertado y ahora comenzaría su ronda de
ejercicios musculares para estar en forma a la hora de salir. Le habían
explicado que, en cuanto el seguimiento del desarrollo indicara que estaba lo
su cientemente maduro, le harían una intervención quirúrgica con anestesia
total para extirpárselo pero que no se podía predecir con seguridad cuándo
llegaría el momento porque los Xhroll tienen un periodo de unos siete
meses mientras que los humanos necesitan diez lunas terrestres, casi ocho
semanas más. En cualquier caso, no podía faltar mucho y eso, aunque no
quería confesárselo ni siquiera a sí mismo, lo aterrorizaba.
Se levantó de la cama y empezó a pasar paisajes por el televisor
buscando alguno que le distrajera lo su ciente como para olvidar el terror
que sentía cada vez que pensaba en la posibilidad de que el bicho decidiera
salir antes de tiempo, antes de que los controles indicaran que estaba
maduro para la intervención. No podía olvidar cómo se había sentido en la
nave aquella noche: el dolor que le rasgaba el vientre como un cuchillo de
sierra, la sangre derramándose por sus piernas en oleadas calientes y
viscosas, los latidos en todo su cuerpo. ¿Qué pasaría si los Xhroll no hacían
nada y se limitaban a dejar que el bicho se abriera paso por sí mismo hasta
alcanzar el mundo exterior a costa de la vida de su an trión? Al n y al
cabo, ellos no tenían ningún interés en la vida de él. Luego podrían
comunicar a la Tierra que hubo complicaciones en el nacimiento y que,
desgraciadamente, el teniente Andrade no había conseguido sobrevivir.
¿Quién iba a impedírselo?
Charlie quizá. O Akkhaia, que era una hija de puta pero que parecía
tomarse muy en serio sus deberes de protectora, visitándolo aun en contra
de su voluntad y trayéndole pequeños regalos que él nunca había aceptado.
Sintió un escalofrío pero no se molestó en pedir que subieran un poco la
calefacción; sabía por experiencia que la temperatura ideal para un abba era
de veinte grados y nada de lo que pudiera hacer o decir cambiaría en un solo
grado esa decisión. Ya lo había probado antes y había acabado dándole de
puñetazos a la cama de pura impotencia, con el resultado, además, de un
sedante suave y tres días completos mirando al techo con una sonrisa boba
en el rostro. La rabia en el cuerpo de un abba no es positiva para el buen
desarrollo de un hol’la. Si los humanos pensaran lo mismo, probablemente
no quedaría un sólo bebé vivo en el planeta.
Echó un vistazo al reloj Xhroll, que ya había aprendido a leer, y empezó
a vestirse; si no se moría nadie, pensó con una sonrisa torcida, pronto
vendrían para llevarlo a la sesión de interrogatorio, psicoterapia, que decían
ellos, en la que un Xhroll siempre distinto, aunque hubiera podido ser el
mismo con otro pelo y otro color de ojos, le preguntaba minuciosamente
sobre las últimas horas de su vida. Una vez había preguntado por qué el
psiquiatra, o lo que fuera, era siempre distinto y la respuesta, aparentemente
sorprendida, había sido que era Xhroll quien hacía las preguntas y quien se
interesaba por la salud y el desarrollo de sus abbas y hol’las, no un individuo
en concreto. Nico había tratado de explicar que a los humanos les parece
importante establecer una relación personal con los especialistas que siguen
su evolución y le habían contestado que para eso tenía a su ari-arkhj, dos de
ellos en su caso concreto. Luego ya no hubo nada que hacer: empezaron las
preguntas.
Se abrió la puerta en ese momento y dos Xhroll entraron a recogerlo con
la misma carencia de expresión que era habitual en todos y sin una palabra
de saludo. Nico se encogió de hombros, se colocó entre los dos, como de
costumbre, y se dejó conducir a donde esperaba su silla otante. Pero en esta
ocasión, el camino que tomaron fue distinto del habitual; sus acompañantes
empezaron a girar a la derecha cada vez que llegaban a un cruce de pasillos,
lo que empezó a alejarlos cada vez más de las rutas conocidas.
—¿A dónde me llevan? —preguntó Nico, por n, cada vez más
intranquilo.
Los Xhroll, como de costumbre, no movieron un sólo músculo ni dieron
la impresión de haber oído su pregunta.
—¿A dónde vamos, maldita sea?
Nada. Silencio total sobre el suave siseo de su calzado de eltro negro.
Entraron en una habitación que podía haber sido la misma de la que
habían partido pero que Nico sabía que no lo era, le ayudaron a bajar de la
silla con toda la deferencia necesaria y se retiraron sin una palabra. La
puerta se solidi có tras ellos y Nico tuvo de pronto, de alguna manera, la
certeza absoluta que acababan de hacerlo prisionero.
Hithrolgh entró en la sala con suavidad y se dirigió al lugar que le
esperaba en el círculo. Sólo otro Xhroll habría interpretado en sus
movimientos pausados y seguros la urgencia de la situación.
—Informa, Hithrolgh —pidió uno de los presentes.
Hithrolgh paseó la vista por los rostros reunidos. Todos ellos eran xhrea,
los cinco.
—Falta un miembro.
—No ha podido ser contactado a tiempo.
—Entonces esta reunión no es reglamentaria.
—La situación lo exige. El desarrollo de los acontecimientos es inaudito.
Hithrolgh dudó un instante sin que su apariencia externa denotara
ninguna de las emociones que sentía y empezó a hacer un sucinto resumen
de la conversación que había mantenido con Ankhjaia’langtxhrl sin hacer
referencia a la parte personal de la entrevista.
—Eso signi ca que los ari-arkhj empiezan a sospechar de los xhrea y
oponen una resistencia, aunque sea super cial, a los planes de futuro de
Xhroll.
—Tengo que añadir, con dolor, que mi impresión es que
Ankhjaia’langtxhrl no habla por los ari-arkhj, sino por sí mismo.
—Eso no es posible.
—Sí lo es. Todos sabemos que hace ya tiempo que los ari-arkhj, y sus
abbas evidentemente, están siguiendo una peligrosa evolución hacia el más
primitivo individualismo en detrimento de la especie.
—En el caso de Ankhjaia’langtxhrl es muy posible que se deba a su
relación con los xhri.
—¿Y en el caso de todos los desviantes del planeta a qué se debe?
—Nos temen. Piensan que nosotros somos los desviantes.
—¡Absurdo! Nosotros somos Xhroll.
—También ellos. —Las palabras de Hithrolgh, que habían surgido de
su boca casi como si tuvieran voluntad propia, crearon un silencio tenso en
la sala.
—Es evidente. Pero las criaturas sexuadas son incapaces de pensar con
claridad, especialmente en momentos de crisis. Sus procesos hormonales
empañan su razón. Sólo nosotros estamos en condiciones de pensar con
claridad y tomar las decisiones más convenientes para Xhroll.
Se produjo otro silencio.
—Tres de nosotros desconocen todavía la nueva situación a la que nos
enfrentamos. Solicito vuestra atención absoluta. Se acaba de producir un
desarrollo inaudito en las relaciones entre el abba xhri y su ari-arkhj.
—¿Ankhjaia’langtxhrl? —la ansiedad en la voz de Hithrolgh no pasó
desapercibida a ninguno de los presentes.
—El llamado Charlie.
—Eso me tranquiliza.
—No creo que tus sentimientos sean los mismos cuando conozcas la
información. Los xhri acaban de realizar una copulación explícitamente
sexual.
—¿El ari-arkhj ha tratado de implantar de nuevo en un abba ya
implantado?
—Creo que mi enunciación no ha podido dejar lugar a dudas.
—¿Con qué nalidad?
—No lo sabemos.
Esta vez el silencio tenía una cualidad perpleja y horrorizada. Todos los
xhrea se sentían momentáneamente paralizados por la monstruosidad de la
situación.
—El abba xhri ha sido con nado en otro lugar hasta que tomemos una
decisión al respecto. Ninguno de sus ari-arkhj ha sido informado por el
momento.
Cuatro de los presentes, Hithrolgh entre ellos, sacaron del bolsillo de su
mono un tubo de pomada sedante y la frotaron cuidadosamente en sus
muñecas antes de continuar el diálogo.
—No se puede separar a un abba de su ari-arkhj sin consentimiento
expreso de éste.
—Todos nosotros conocemos las reglas pero esas reglas fueron hechas
cuando una situación de este tipo no era ni siquiera imaginable.
—Tenemos que adelantar nuestros planes con respecto a la estación
xhri.
—¿No deberíamos atenernos al primer proyecto y esperar al nacimiento
del hol’la?
—Temo que la situación presente no nos permita esperar. Los xhri y
Ankhjaia’langtxhrl nos han mentido. Es la única explicación lógica. Nos
han informado de que los xhri, a pesar de ser seres sexuados desde su
nacimiento, se esterilizan voluntariamente para frenar el desarrollo de la
natalidad en su mundo. Ahora sabemos que no es verdad. Si cuando
decidamos tomar la base xhri, nos encontramos con que todos sus abba han
sido implantados, no tendremos ningún camino abierto. Hay que hacerlo
ahora, antes de que los xhri se acuerden de sus posibilidades de
reproducción y decidan utilizarlas en bene cio propio.
—Hay que hacerlo ahora, —apoyó otra voz.
—Ahora. —Una tercera.
—Ahora. —Dos voces sonaron a la vez.
Pasaron unos segundos. Todos los ojos estaban jos en Hithrolgh.
—Ahora. —Dijo por n.
CHARLIE ESTABA EN EL EXTERIOR, dando un paseo por la corteza
de Xhroll, por un bosquecillo de árboles claros y gráciles de tronco blanco
moteado de gris plata que le recordaban a los abedules que rodeaban la casa
de sus abuelos. Era un paisaje otoñal, en rojos, ocres y platas con algún
verde ocasional, sorprendentemente tierno, como si la Naturaleza estuviera
empezando su ciclo vital en lugar de acercarse al invierno, que era lo que su
mente le decía. Unos animales pequeños, conocidos de otros paseos y a los
que había bautizado como «millas» porque «monoardillas» le resultaba
demasiado largo, saltaban de árbol en árbol por encima de su cabeza.
No acababa de comprender que, teniendo una población tan escasa y un
planeta tan bello, los Xhroll se empecinaran en vivir como topos en el
subsuelo rodeados de plástico y metal. Ella daría cualquier cosa por poder
pasar el resto de su estancia al aire libre, como ahora, con el sol en la piel y
la brisa despeinándole el cabello. Se sentó al pie de un árbol, con la espalda
apoyada en el tronco, la vista perdida en las lejanas montañas escarchadas de
nieve y sintió una punzada de remordimiento por el pobre Nico que estaría
sentado frente a su inexpresivo psiquiatra contestando preguntas repetitivas
y absurdas.
Sonrió para sí al pensar en lo que había sucedido en las últimas horas.
Al parecer todos sus cursos de psicología habían servido para algo. Nico se
encontraba mejor, era evidente. Y todo gracias a que ella había encontrado
una manera de fomentar su identi cación. Y de potenciar su masculinidad,
que en Nico era la fuente de todo comportamiento.
Cerró los ojos y dejó que el suave calor del sol sobre su piel le trajera
recuerdos de la Tierra. Tres años ya. Licia habría empezado sus estudios
superiores, el último mensaje decía que había pensado dedicarse a la minería
submarina. Lars iba dedicar un año a buscar una pareja estable y Michael
estaba contento con su nueva esposa aunque la echaba de menos a ella. Al
n y al cabo habían estado casados durante más de doce años y había sido
una relación armónica que había terminado de modo natural: por puro
desgaste.
Ella también los echaba de menos a veces, en momentos como éste en
que el paisaje era propicio al recuerdo porque la existencia de la Tierra
parecía creíble. En la base no. En la base tenía constantemente la impresión
de que Terra debía de ser una especie de alucinación colectiva, compartida
por todo el personal de la Victoria para dar algún sentido a su vida.
Un pitido suave e insistente la devolvió a la realidad. Buscó por los
bolsillos de su mono, que se había quitado para tomar el sol, hasta encontrar
el aparato de búsqueda que siempre llevaba consigo. Akkhaia estaba
tratando de localizarla pero no le apetecía lo más mínimo volver a encerrarse
en el laberinto de corredores plasti cados que era el submundo de Xhroll,
así que cerró la llamada y activó el localizador. Si ella quería hablarle, que
subiera a buscarla.
Ankhjaia’langtxhrl vio cómo se apagaba la luz de llamada y se encendía
la de localización y, si sus costumbres se lo hubieran permitido, le habría
dado una patada a la cama vacía de Nico, como le había visto hacer a él
cuando las cosas no salían del modo que se había propuesto.
Hizo rápidamente un cálculo mental y se tranquilizó en parte. Charlie
no estaba muy lejos, apenas quince minutos de camino.
No entendía nada. No había conseguido ninguna información respecto a
Nico. Había desaparecido sin más y el hecho de que su desaparición hubiera
coincidido con su entrevista con Hithrolgh le resultaba ominoso. Podía
tratarse de una coincidencia pero hacía algún tiempo que en Xhroll todas las
coincidencias resultaban haber sido controladas o planeadas por los xhrea.
De todas maneras algo terrible había tenido que suceder para que el
abba hubiera desaparecido sin que su ari-arkhj supiera nada al respecto. No
podía tratarse de un nacimiento prematuro; le habrían avisado a él y
también a Charlie. Tenía que ser otra cosa, algo incluso más grave que lo
que había estado hablando con Hithrolgh. El problema era que no
conseguía imaginarse qué.
Entró a uno de los ascensores principales de velocidad diez y se
acomodó en el asiento más próximo a la puerta. Se ajustó el atalaje,
agradecido por ser el único pasajero del vehículo, y, sacando su diario en
lengua xhri, empezó a revisar fragmentos de lo grabado en un intento de
encontrar alguna posible respuesta a lo que estaba sucediendo.
«En ocasiones encuentro casi humorístico el que nuestros sociólogos
consideren que nuestra sociedad está fuertemente dominada por las
necesidades derivadas del impulso sexual. Charlie se ha reído también
cuando le he hablado de ello. Dice que no puede imaginarse una sociedad
avanzada que sea más sexualmente apática que la nuestra, que ni siquiera sus
animales más primitivos utilizan su sexo con menos frecuencia que nosotros.
He tratado de explicarle que la frecuencia no puede ser otra, dada la escasa
cantidad de individuos activamente sexuales en el planeta pero ella se ha
limitado a reírse y a mirarme de una manera que no conocía. Eso es lo más
difícil con los humanos. Para su comprensión no cuenta sólo lo que dicen.
Habría que dominar muchos otros códigos porque todos ellos son
signi cativos y se suman o se restan a la palabra hablada y en ocasiones
incluso la contradicen. Me ha explicado que las miradas tienen una carga de
signi cado, así como los movimientos corporales, unos conscientes y
voluntarios, otros involuntarios. La posición del cuerpo con respecto al
interlocutor cuenta también. Y las convenciones sociales, las distancias
jerárquicas, la edad, el sexo, el color de la piel, el conjunto de creencias
metafísicas que conocen como religión, el mundo de recuerdos y
asociaciones propio de cada hablante… Es vertiginoso. Es absolutamente
imposible que alguna vez lleguemos a aprender su lengua. Podremos, quizá,
establecer un código lo su cientemente claro como para tratar acuerdos o
establecer reglas que obliguen a los dos pueblos pero todo el mundo
emocional y afectivo de los humanos nos estará siempre vedado porque rara
vez se expresa en términos lingüísticos y nosotros no estamos en situación,
ni creo que lo estemos nunca, de leer signi cados en un movimiento de
párpados o en el ángulo de los labios con respecto al mentón o a la nariz.
Por nuestra parte, Charlie se queja de lo mismo, de que somos
inescrutables, como él lo llama. Parece que los humanos se sienten tan
molestos ante nuestra verbalización como nosotros ante su juego muscular
constante.
He preguntado a Charlie por sus relaciones con Nico y sus otros abba.
Éste es el tercero y sólo es jurídico. Los otros dos hol’las son ya ciudadanos
adultos. Uno es un futuro abba y otro un futuro ari-arkhj. Me resulta
extraño hablar en estos términos pero ninguno de los dos ha implantado o
sido implantado y por eso tengo que aceptar que son lo que él dice aunque
para mi propio esquema mental, ambos serían xhrea si son adultos pero no
han dado vida. Me alegro de que Charlie sí lo haya hecho. Sentiría que le
estoy quitando algo al haber implantado en su abba si para Charlie fuera la
primera vez.
Me extraña que a los xhrea no se les haya ocurrido aún la posibilidad de
hacer que Charlie intente implantar en uno de nuestros abba. Es posible
que no haya ninguno disponible. Es posible también que aún no se hayan
decidido a imponer a los xhri comportamientos que ellos no desean
explícitamente. Me gustaría creer que se trata de esto».
El ascensor llegó a su destino y Ankhjaia’langtxhrl desconectó el diario
sin encontrarse más cerca de una explicación de lo que lo estaba antes. La
mayor parte de la información contenida en él había sido debidamente
pasada a los círculos que se ocupaban de archivar y canalizar los nuevos
datos pero no había nada allí que justi cara esa imposible infracción de las
normas por parte de los xhrea.
Localizó a Charlie por n, recostado contra un árbol. Sus ropas estaban
tiradas a su lado y parecía estar disfrutando del sol sobre la piel, una piel
marrón claro con multitud de nos pelillos que brillaban dorados bajo la luz.
Entre las piernas destacaba, negro y rizado, un triángulo de pelo parecido al
de su cabeza, que le recordó inmediatamente a Nico. Ella, Nico, tenía uno
igual, pero además tenía pelo en el pecho, en los brazos y en las piernas.
Charlie no. Charlie era un punto medio entre él mismo y Nico.
Abrió los ojos al verlo llegar y enseñó todos los dientes, como siempre,
en esa mueca de primitiva agresión a la que no lograba acostumbrarse
aunque sabía que debía practicarla para mejorar las relaciones entre xhri y
Xhroll. A ellos les gustaba.
Se sentó a su lado y le informó de la situación de modo preciso y breve
porque no había mucho que contar. Charlie se levantó de un salto y empezó
a caminar arriba y abajo en un espacio de cuatro o cinco pasos dando
manotazos a las ramas más bajas y murmurando para sí.
—No lo entiendo —dijo por n volviéndose hacia Ankhjaia’langtxhrl.
—Yo tampoco. Ha debido de surgir algo inesperado. ¿Cuándo fue la
última vez que viste al abba?
—No hará ni tres horas.
—¿Y cómo estaba?
Ella se encogió de hombros:
—Bien, juraría. Contento. Satisfecho.
—Eso es poco habitual en el abba. Puede ser síntoma de algo.
Charlie volvió a sonreír:
—Esta vez es normal. Le di un buen empujón a su ego de macho.
—¿Puedes explicarlo de modo que yo lo entienda?
—Le di lo que quería, lo que necesitaba.
—¿Y qué era?
Charlie lanzó un bu do. Siempre se le olvidaba que Ankkhaia, aunque
lo pareciera, no era una mujer normal. Cualquier mujer normal lo habría
entendido.
—Sexo —susurró—. Ya sabes.
Ankkhaia siguió impávida, mirándola jamente.
—Me acosté con Nico. Hicimos el amor. Tuvimos una relación sexual.
Copulamos.
Ankkhaia se puso en pie como un muñeco de resorte y le dio la espalda.
Charlie la vio manipular algo entre las manos y por un angustioso segundo
estuvo segura de que iba a sacar un arma y la iba a dejar seca allí mismo sin
más explicación. «Dios mío», pensó. «¿Cómo he podido ser tan imbécil?
Ella considera a Nico de su propiedad. Yo no tengo ni idea de si aquí tienen
concepto del honor ni cómo funciona».
Por un instante pensó en huir a través del bosque y esconderse en
cualquier parte hasta que se calmaran los ánimos pero fue sólo un segundo.
Estaba claro que no era solución. No tenía más remedio que enfrentarse a lo
que fuera.
Ankkhaia se volvió lentamente. Serena. Inexpresiva. Con las manos
vacías.
—Ahora ya lo entiendo —dijo.
—Pues explícamelo.
Nico estaba encogido en la cama, de cara a la puerta, tratando de no
perder por completo la consciencia, luchando por mantenerse lo
su cientemente despierto como para hacerse una idea de qué pensaban
hacer con él. Le acababan de inyectar algo que estaba empezando a darle
una especie de dulce mareo, de agradable distanciación de todos sus
problemas, incluso de sí mismo, y eso era algo que no podía permitir. No en
las circunstancias actuales.
Sentía cómo se le cerraban los ojos contra su voluntad como le pasaba en
las conferencias sobre comportamiento cívico en la Academia. Sólo que allí
el dormirse en clase le costaba un arresto de n de semana y aquí podía
costarle la vida. Trató de incorporarse pero desistió de inmediato porque
todos los músculos se le habían vuelto de goma. Cerró los ojos un momento
esforzándose en hacer acopio de fuerza y volverlos a abrir al cabo de un
minuto.
Cuando consiguió hacerlo, la puerta ya no estaba donde había estado
momentos antes y las paredes eran de otro color. Volvió a cerrarlos mientras
sentía una especie de balanceo, como si estuviera tumbado en una hamaca
en alta mar. Los abrió otra vez y todas las paredes se habían vuelto negras.
Había también una ligera vibración en el ambiente que, de momento, no
supo interpretar. Cerró los ojos y empezó a deslizarse por un tobogán muy
largo y muy oscuro con una luz sangrienta en el fondo. La vibración subió
de tono. «Nave», articuló su cerebro. «Estoy en una nave. Volvemos a casa».
Llevaba demasiado tiempo en naves espaciales como para no reconocer
esa ligerísima vibración que apenas se oía pero que se sentía en los dientes,
los testículos y todos los huesos del cuerpo. Lo que no podía comprender es
que lo llevaran a casa. ¿Por qué ahora? ¿Por qué?
Vio su pregunta oreciendo en colores psicodélicos, estallando en
volutas de humo luminoso ante sus ojos cerrados y supo que había perdido
É
el combate. Podían hacer lo que quisieran con él. Él no estaría consciente
cuando sucediera.
Ankhjaia’langtxhrl y Charlie fueron interceptados por un grupo de xhrea
cuando regresaban al subsuelo.
La terrestre adoptó de inmediato una posición de lucha calculando sus
posibilidades: los xhrea eran cuatro. Si los atacaban por sorpresa, podrían
acabar con ellos en un par de minutos. Echó una mirada a Akkhaia tratando
de hacerle comprender sus intenciones e indicándole a los dos xhrea con los
que pensaba entenderse. Akkhaia le devolvió la gélida mirada de siempre.
—¿Qué haces, Charlie?
A Charlie se le cayó el alma a los pies:
—Luchar, claro. ¿No se nota?
—¿Luchar? ¿Para qué?
—¿Cómo que para qué? ¿Tú eres imbécil? ¡Estoy tratando de sobrevivir!
—Nadie va a atentar contra tu vida. ¿De verdad piensas eso de nosotros?
Xhroll no toma nunca una vida. La da.
Los xhrea escuchaban impávidos el diálogo en lengua xhri.
—Tenemos que acompañarlos. Ahora nos informarán de lo que sucede
y de lo que se ha decidido.
—¡Qué amables!
Charlie hubiera querido destrozarle la bella y serena cara a cualquiera de
aquellos cretinos pero Akkhaia y los otros acababan de ponerse en marcha
hacia el ascensor y no le quedaba más remedio que seguirlos. Se sentía a
punto de hervir de rabia.
En perfecto silencio cubrieron el trayecto que tenían que recorrer, casi
cuarenta minutos por el reloj de Charlie, y en todo ese tiempo ninguno de
los xhroll movió más músculos que los necesarios para su desplazamiento.
Charlie estaba a punto de aullar.
Llegaron por n a una sala donde los esperaban seis personas: cinco
hombres y una mujer, cinco xhrea y un ari-arkhj, se corrigió Charlie, todos
de pie formando un semicírculo. Parecía una especie de consejo de guerra y
los seis pares de ojos helados no hacían mucho por mejorar la sensación.
—Xhroll no puede permitir lo que está sucediendo —habló uno de ellos.
En el tiempo pasado con los Xhroll Charlie había aprendido que era
totalmente irrelevante saber quién había hablado. Cuando uno de ellos
empezaba diciendo «Xhroll», hablaba por todos y su decisión era inapelable.
—Vuestra visita se considera terminada. Estamos aprestando una nave
para devolveros a vuestra base.
—¿Dónde está Nico?
—En un lugar seguro fuera del planeta. Se os reunirá dentro de poco.
—¿Por qué os lo habéis llevado sin informarnos?
Todas las preguntas eran de Charlie mientras Akkhaia jaba la mirada
en la pared de enfrente con una cara que podía haber sido de morti cación o
de cualquier otra cosa.
—Estamos sopesando la posibilidad de practicarle ya la intervención
que separaría al hol’la del cuerpo de su abba pero aún no tenemos datos
concluyentes sobre su grado de madurez.
—¿Por qué tanta prisa de repente? —a Charlie empezaba a resultarle
muy sospechosa toda la situación.
—Vuestro comportamiento ha sido grotesco y monstruoso.
Especialmente el tuyo —todos los ojos se clavaron en Charlie—, porque el
abba no tenía posibilidad de elegir, siendo tú su ari-arkhj.
—Lamento haberos ofendido pero en nuestro planeta natal ese
comportamiento es no sólo admisible sino deseable. Refuerza la estabilidad
psíquica de los abba. Lo que a nosotros no nos parece correcto es que se
espíe la relación íntima de dos personas que se creen solas.
Los xhrea no reaccionaron en absoluto a la acusación y Charlie empezó
a tener la seguridad de que estaba perdiendo el tiempo. Fuera lo que fuera,
los xhroll ya habían decidido.
—Comprendemos que vuestras necesidades siológicas son diferentes a
las nuestras y por ello hemos decidido que antes de marchar tendrás la
ocasión de implantar en uno de nuestros abba. Si resulta viable, nosotros
nos quedaremos a ese hol’la y vosotros al que nacerá del abba humano.
—¿Qué? —Charlie oscilaba entre la risa histérica y el deseo de
emprenderla a puñetazos contra cualquiera que se le cruzara en el camino
—. ¿Cómo voy yo a…? Eso es totalmente absurdo.
—¿Te niegas a hacerlo?
Charlie tuvo que hacer un esfuerzo para poner en práctica una de las
reglas de oro de su entrenamiento diplomático: evitar siempre el «sí» y el
«no». Pero cuando a uno le preguntan si se niega, resulta bastante estúpido
responder «quizá».
—No me niego —dijo inspirando hondo—. Es que no vale la pena. No
funcionaría.
—¿Por qué?
Algo en su interior quería gritar: «¡Porque soy una mujer, gilipollas!»
pero a lo largo del tiempo pasado en Xhroll había ido adquiriendo una
especie de sexto sentido para los temas delicados y se había dado cuenta de
que para sus an triones, el tema de la sexualidad terrestre era como para los
humanos el del armamento: enormemente interesante pero tabú; algo que
no se podía preguntar a quemarropa. Los Xhroll hacían girar todo su
funcionamiento social en torno a la procreación y por eso respetaban —y
temían— a los seres capaces de engendrar. La deferencia que le habían
mostrado a ella desde el principio dependía de su convicción de que ella era
un ari-arkhj, un ser que podía implantar vida en un abba; si ahora ponía en
claro que ella en la sociedad de Xhroll sería más bien una especie de abba
aunque no implantado, perdería todos sus derechos y tratarían de que
quedara embarazada lo antes posible. Si no podían conseguirlo —ella, al n
y al cabo, estaba convenientemente esterilizada— entonces se convertiría en
un simple xhrea, un individuo neutro sin ningún valor para sus an triones.
—Debe de tratarse de algún bloqueo mental por mi parte —dijo por n
—. De acuerdo. Lo intentaré. ¿Y si no funciona?
Charlie creyó captar una mirada signi cativa entre los xhrea pero no fue
capaz de interpretarla.
—Nada. Volveréis a casa de todos modos.
Dos de los xhrea que los habían escoltado hasta allí se acercaron a
Charlie para conducirla fuera de la sala. Antes de que ella pudiera hablar,
contestaron a su pregunta:
—Ankhjaia’langtxhrl se reunirá contigo más tarde. Cuando haya
recibido sus instrucciones.
Nico se despertó en un lugar desconocido con la cabeza extrañamente
clara y una erección monstruosa abriéndose camino entre los ojos
pantalones que usaba para dormir. Mientras se acariciaba el miembro
hinchado, empezó a recorrer la sala con los ojos tratando de saber dónde
estaba antes de que alguien se diera cuenta de que estaba despierto. Estaba
en una especie de enfermería, muy parecida a la de la nave que lo había
llevado a Xhroll. Todo era blanco y negro, como siempre, y no se oía más
sonido que la vibración habitual. Y eso no era un sonido, sino una
sensación.
Cerró los ojos y empezó a concentrarse en lo que hacía su mano
derecha. Entonces oyó un pequeño ruido como de metal contra vidrio. Se
incorporó sobre un codo buscando en la penumbra la fuente del sonido.
Al fondo de la sala, en un círculo de luz, una gura se inclinaba sobre un
banco de trabajo. Llevaba una corta melena negra y, excepcionalmente, iba
vestida con una especie de túnica blanca que le cubría hasta medio muslo
enseñando unas piernas perfectas. Aquello era lo más parecido a una mujer
que había visto desde que se marcharon de la Victoria, exceptuando el
cuerpo desnudo de Charlie.
Se acomodó mejor y siguió mirándola: podía ser cualquier cosa, por
supuesto, ¿qué sabía uno tratándose de los Xhroll?, pero a sus ojos era una
mujer, una mujer más bien pequeña y frágil, terriblemente femenina. De vez
en cuando daba un par de pasos a la derecha o a la izquierda buscando algún
instrumento que necesitaba y Nico podía admirar su forma de moverse
mientras su mano derecha continuaba con su movimiento particular.
Aquella chica le empezaba a gustar mucho. Podía tratarse de una falsa
chica, como había sucedido con Akkhaia, pero esta vez ya no era problema:
a él ya le había pasado todo lo que podía sucederle. Por ese lado ya no había
peligro.
La muchacha del pelo negro se alzó sobre las puntas de los pies para
coger una caja metálica de una estantería colocada sobre su cabeza y, al
hacerlo, la bata que llevaba puesta reveló durante cuatro o cinco segundos lo
que él ya sabía y había olvidado: que los Xhroll no usan ningún tipo de ropa
interior.
Se levantó de la cama en un silencio felino y caminó hacia el fondo de la
sala sin haber tomado una decisión consciente pero sabiendo en las tripas
que esa muchacha iba a pagar su humillación con otra igual. Se la iba a tirar
pasara lo que pasara.
No le costó más de treinta segundos lanzarse encima de ella, hacerle una
presa en el cuello con el brazo izquierdo, forzarla con el peso de su cuerpo a
inclinarse hacia el banco y, con la mano derecha, ayudarse para penetrarla
por detrás. El vientre resultaba mucho más molesto de lo que hubiera
querido confesarse pero no había otra forma. Ya que estaba en ello, tenía
que terminar.
Ella había tratado de gritar al principio pero la presión en su cuello la
había hecho desistir rápidamente. Ahora ya ni siquiera se debatía; aceptaba
sus embestidas con la misma inexpresiva resignación con que aquella gente
lo hacía todo. A él le daba igual. En esos momentos lo único que le
importaba era la sensación de estar metido en el cuerpo de una mujer,
estrecho, caliente, húmedo, la sensación de que volvía a estar en posesión de
sus facultades, la sensación de encontrarse a punto de estallar.
Había dolor también, como la otra vez con Akkhaia pero era un dolor
soportable porque era él quien lo quería.
Echó una mirada al frente y, en la pulida super cie metálica que revestía
la pared, vio el rostro de la mujer: los ojos entornados, la boca entreabierta,
las facciones des guradas por el placer, y estuvo a punto de perder su propio
ritmo. ¡Aquellas estatuas de hielo podían sentir! ¡La estaba violando y a la
tía le gustaba! Se le pasó un instante por la cabeza que pudiera ser dolor lo
que expresaba su rostro pero ignoró el pensamiento. Tanto daba.
Redobló sus esfuerzos olvidando por completo los escrúpulos hasta que
sintió que se derramaba dentro de ella en una marea sin n. Tratando de
contener los sonidos que se le escapaban, se desplomó sobre el cuerpo de la
mujer, con la respiración entrecortada. Ella tenía los ojos cerrados y acababa
de desmayarse.
La dejó allí, sobre el banco, y caminó sigilosamente hasta su cama. Era
posible que tuvieran cámaras pero de momento le traía sin cuidado;
mientras tuviera al bicho dentro nadie le tocaría un pelo de la ropa y
después… después ya se vería.
Charlie estaba tumbada boca abajo en su litera de la nave con un sabor
amargo en la garganta, como un principio de náusea que no se acabara de
concretar. Hacía mucho tiempo que no se daba tanto asco a sí misma y no
dejaba de resultarle curioso que ese asco viniera de haberle mentido a un
Xhroll cuando se había pasado media vida mintiendo profesional y
e cientemente a humanos y humanas y siempre había encontrado
justi cación para hacerlo. Al n y al cabo era su trabajo; el que había sido
entrenada para realizar, el único que le gustaba realmente y para el que tenía
auténticas aptitudes.
Quizá el asco venía de que aquel pobre abba estaba totalmente
indefenso y era inocente, de una inocencia sangrante. Se había limitado a
mirarla con los ojos muy grandes y muy abiertos y a suplicarle que le
concediera una vida.
Y ella había hecho como que lo intentaba. Sabiendo que era imposible.
Sabiendo que para los Xhroll una cópula sin esperanza de descendencia era
una abominación. Había cumplido los gestos del amor con otro cuerpo igual
al suyo por primera vez en sus cuarenta años. Para salvar su propio status. Ni
siquiera su vida; sólo su status.
Era la primera vez que había visto a un abba y, por un momento, se
había quedado perpleja; no se le había ocurrido que no hubiera diferencia
física entre los Xhroll, que todos tuvieran una vulva entre las piernas lo que,
a ojos terrestres, los convertía a todos en hembras con la única salvedad de
que los ari-arkhjs tenían pechos implantados arti cialmente como marca de
rango o de lo que fuera y los demás no.
Se dio la vuelta en la cama violentamente. Toda la misión había sido un
fracaso. No había aprendido nada de los Xhroll que fuese de valor en la
Tierra, Nico estaba prisionero en alguna parte y ni siquiera se había
desembarazado aún de lo que llevaba en el vientre, Akkhaia, que ya se había
convertido casi en una amiga, se había vuelto fría como el hielo y se había
negado a hablar con ella al subir a bordo.
Ahora volverían a la base y ¿qué? Interrogatorios constantes, regresiones
hipnóticas quizá, comprobación de datos… y luego ¿qué? No estaban más
cerca ahora que antes de comprender a los Xhroll y era muy probable que,
después de lo que había sucedido, los Xhroll estuvieran deseando romper
para siempre sus mínimas relaciones con los terrestres, esos seres
monstruosos que son fértiles pero se esterilizan, que copulan durante el
embarazo, que piensan por su cuenta independientemente de su sexo y del
interés global de su planeta, que gesticulan y hacen muecas y se encuentran
en un movimiento perpetuo que no lleva a ningún sitio.
Le dio un par de golpes a la almohada y volvió a cambiar de posición. Si
Xhroll rompía sus relaciones con Terra, a ella no la volverían a dejar volar.
Algún chivo expiatorio había que buscarse, lógicamente. Y Nico no sería
bastante.
Y si por alguna de las extrañas razones que les eran propias, los Xhroll
decidían continuar relacionándose con la Tierra, se esperaría de ella que
suministrase los datos necesarios para sentar las bases de esa relación. ¿Qué
podía ofrecer Xhroll a los humanos? ¿Qué podían dar los humanos a
cambio? Charlie no lo sabía. Sencillamente no lo sabía. Los Xhroll eran
perfectamente autosu cientes: sacaban todas las materias primas que
necesitaban de diferentes planetas deshabitados, no tenían lujos de ningún
tipo, no parecían poseer más apreciación estética que la derivada de la
contemplación de la naturaleza, mimaban su mundo exterior como un
antiguo aristócrata inglés cuidaba sus jardines y eso era todo. Cada uno
cumplía con su trabajo y, en los ratos libres, dedicaban su esfuerzo a la
enorme tarea del mantenimiento de la naturaleza. Todo su ocio se cumplía
en el mundo exterior: supervisando el equilibrio ecológico, reparando los
daños producidos por catástrofes naturales, controlando plagas y epidemias
de las distintas especies animales y vegetales, talando árboles enfermos,
podando otros para crear una belleza natural, trasplantando unas especies,
aclimatando otras. Eran una sociedad de jardineros vocacionales, botánicos,
zoólogos, artistas del medio ambiente. Era lo único que les importaba y su
única fuente de placer. Que ella supiera, no tenían fantasías, ni sueños, ni
ambiciones. Eran asquerosamente aburridos.
Y lo peor es que esa era la única información que podría suministrar a
sus superiores: Xhroll no nos necesita para nada; nosotros no necesitamos
para nada a Xhroll. No hay posibilidad de comercio ni de intercambio de
ningún tipo. Hemos encontrado otra especie inteligente en el universo pero
no tenemos nada que decirnos. Punto.
Y además están convencidos de que las especies realmente desarrolladas
son autosu cientes y no tienen interés en relacionarse entre sí. ¿Cómo se
iban a tragar eso en la Tierra después de varios siglos de sueños y utopías en
los que artistas, lósofos y políticos de todo el mundo se habían imaginado a
la humanidad ocupando su puesto en el concierto de especies galácticas,
colaborando para la paz y el entendimiento entre pueblos; algo como el
Cuerpo Diplomático pero en plan espectacular? ¿Qué más podía decirles?
Son tan inteligentes que cuando les enseñamos nuestra lengua deducen de
nuestros clichés lingüísticos centenares de actitudes sociológicas humanas.
Si un ser humano dice «despertar sospechas» un Xhroll analiza que la
sospecha está siempre presente en el humano y que no se trata más que de
hacerle abrir los ojos, que los terrestres no nos amos nunca de nada ni de
nadie. Si les explicas que también existe la construcción «concebir
sospechas» es mucho peor porque nosotros usamos para la sospecha el
mismo verbo que para el comienzo de la vida, lo que implica que valoramos
positivamente el nacimiento de una sospecha sobre otro ser. Precioso, ¿no?
Nosotros podemos tratar de pasarles nuestros vicios y nuestro concepto
de la diversión, ellos pueden darnos su ascetismo y su falta de humor, su
capacidad de trabajo, su concepto de la obediencia. Pero ¿nos interesa?
Se dio otra vuelta en la cama y decidió dormir a toda costa. Al n y al
cabo esos problemas no eran los suyos. La Tierra estaba llena de
especialistas cuyo trabajo consistía en buscar soluciones. Para eso les
pagaban. Cerró los ojos con fuerza, como cuando era niña, apretó los puños
y se aplicó lo mejor que supo a la tarea de quedarse dormida.
EL COMANDANTE KAMINSKY, CON SU expresión más avinagrada,
paseó la vista por los o ciales de su Estado Mayor y, sin tomarse siquiera el
tiempo de saludarlos, fue directo al grano:
—Señoras y señores, los Xhroll se acaban de poner en marcha.
Los o ciales cambiaron una mirada de preocupada incomprensión.
—La capitana Fonseca acaba de enviarnos una señal que nos indica que
se encuentran fuera del espacio de Xhroll y se dirigen hacia nosotros. No
tenemos medio de saber si ha sucedido algo fuera de lo común o si se trata
de que todo ha terminado y nos devuelven a nuestra y nuestro o cial como
estaba previsto.
—¿No es demasiado pronto, comandante? —se alzó una voz.
—Según nuestros cálculos es, por lo menos, un mes demasiado pronto
pero nuestros cálculos humanos no son necesariamente aplicables en este
caso. Es posible que todo esté en regla. —Hizo una pausa como si no
supiera con exactitud hasta qué punto podía avanzar en sus sospechas—.
Pero también es posible que no sea así, de modo que he decidido tener las
armas dispuestas por si tuviéramos que repeler una agresión. Si alguien tiene
algo que decir, que lo haga ahora.
—Comandante —la coronela Ortega se había puesto en pie— ¿no
resulta un poco drástico, teniendo en cuenta que carecemos de información
sobre sus intenciones?
—He dicho que quiero tener las armas dispuestas, no que vaya a hacer
uso de ellas, coronela. No creo conveniente arriesgar la superviviencia de la
Victoria por un exceso de candidez. Una vez que la nave Xhroll se ponga en
contacto con nosotros, solicitaremos la información necesaria pero no voy a
esperar a que ellos disparen primero.
—¿Lo haremos nosotros, entonces?
—Espero que no sea necesario pero quería informarles para que ustedes
pasen a sus subordinados los datos que estimen convenientes. No se trata de
crear una situación de histeria colectiva pero todos deben tener claro que
nuestra amistad con los Xhroll es muy super cial y, posiblemente, basada en
malentendidos por ambas partes. Quiero que el personal de la Victoria sea
consciente de ello y se encuentre en alerta constante. Y si mis sospechas son
equivocadas y los Xhroll vienen como visitantes pací cos a devolvernos a
nuestra y nuestro o cial, les haremos todos los honores pero queda
terminantemente prohibida la confraternización como no sea en zonas
públicas. A todos. ¿Me he expresado con claridad?
—Se puede charlar, se puede beber pero nada de follar. —Resumió el
coronel Nátchez, con la vista clavada en el techo y la voz sin in exiones de
un traductor de congresos.
Los o ciales cambiaron discretas sonrisas.
—Exactamente. —El comandante tenía la expresión del enfermo
crónico de gastritis.
—¿También nuestras mujeres con sus hombres, comandante?
—He dicho «todos», coronela Ortega.
—Todos y todas, en ese caso, mi comandante.
Kaminsky miró a Diana Ortega durante unos larguísimos segundos sin
conseguir que ella bajara la vista.
—Si me fuerzan a declarar el estado de excepción —dijo en un bajo
estrangulado— se le van a pasar esas preocupaciones lingüísticas, CORONEL.
—Sí, señor. Disculpe, señor.
—La reunión ha terminado. Cada uno a su puesto. Alerta tres.
Ankhjaia’langtxhrl se hallaba en una sala con otros doscientos ari-arkhj
esperando que se les reuniera el designado por Xhroll para tomar el mando
de la misión extraordinaria en que se les había enviado. Nunca en toda su
vida se había encontrado en un acto en que todos los presentes fueran de su
mismo sexo y la situación le resultaba inaudita y terriblemente inquietante.
Ni los xhrea ni los abba hubieran podido comprender esa incomodidad
porque para ellos lo normal era precisamente la convivencia entre sí y lo
extraordinario la presencia de los ari-arkhj. Sin embargo para ellos era algo
desconocido.
Paseó la vista por los otros rostros sintiendo con claridad que su temblor
interno era compartido por todos. El silencio era absoluto. La inmovilidad
también. Ankhjaia’langtxhrl cerró los ojos como única manera de aislarse de
todos los otros seres. Los abrió poco después al darse cuenta de que el arkhj,
el designado para el mando acababa de hacer su entrada.
Si Ankhjaia’langtxhrl hubiera sido humano, probablemente se habría
puesto en pie abriendo los ojos y la boca al máximo de sus posibilidades
como había visto hacer tantas veces a Charlie cada vez que algo lo
impresionaba. Siendo xhroll, se limitó a clavar su mirada en Hithrolgh, que
acababa de cerrar el círculo de la espera.
—Habéis sido informados de la nalidad de nuestra misión. Es la
primera vez en la historia de Xhroll que una nave se encuentra llena de ari-
arkhj con el mínimo de xhrea necesario para su mantenimiento y un único
abba: el abba xhri que pronto nos dará una vida. Tenemos muy poca
información sobre los xhri y sus motivaciones y costumbres pero toda la que
tenemos os será suministrada por Ankhjaia’langtxhrl antes de que tomemos
contacto con ellos. Sois conscientes de la importancia de nuestra misión: la
supervivencia de Xhroll depende de ella.
»Es también la primera vez en nuestra historia moderna en que Xhroll
va a cometer violencia contra otro mundo, aunque se trate de una violencia
relativa.
—No se puede usar la violencia en la cópula. Es absolutamente
imposible —habló uno de los presentes.
Hithrolgh guardó silencio unos segundos.
—Se puede —dijo por n—. Es monstruoso pero posible. Por el bien de
Xhroll. Ankhjaia’langtxhrl, —continuó— has tenido tiempo para pensar
sobre la mejor manera de conseguir nuestro propósito. Habla.
Hithrolgh tenía razón. Había tenido tiempo para pensarlo. Lo que no
había tenido en ningún momento era el deseo de hacerlo. No conseguía
aceptar que la violencia fuera necesaria ni siquiera por el bien de Xhroll. Era
consciente de que les quedaban apenas tres o cuatro generaciones hasta la
extinción absoluta si no encontraban una manera de reparar su potencial
genético dañado tanto tiempo atrás o una especie compatible que estuviera
dispuesta a colaborar en su supervivencia. Pero la consciencia del problema
no le daba derecho a usar una solución que iba contra todas las normas de
comportamiento que Xhroll había creado y mantenido hasta que los xhrea
habían decidido cambiarlas. Sin embargo era una decisión de Xhroll por
Xhroll y su misión no era la de cuestionar las soluciones abiertas a la
supervivencia de su pueblo. Su misión era informar y, con ello, contribuir al
éxito y a la vida.
—Los xhri no son como nosotros —comenzó—. Ellos no tienen xhrea.
O sí, en el sentido de que todos eligen voluntariamente convertirse en xhrea.
Todos pueden reproducirse si lo desean pero eso ha hecho que su población
sea tan grande que hayan decidido negarse la posibilidad de procrear para
limitar su número. Un problema opuesto al nuestro.
»Nosotros podemos implantar en sus abba, si extraemos esta conclusión
de un caso único. De la misma forma, pensamos que sus ari-arkhj no
pueden implantar en un abba xhroll. Se ha llevado a cabo el experimento sin
éxito. Por eso en esta nave todos somos ari-arkhj y nuestra misión es
seleccionar a los abba xhri e intentar la implantación en ellos.
»Los abba xhri tienen un cuerpo similar al de nuestros abba y xhrea con
dos excepciones visibles: gran cantidad de pelo enraizado en la piel y un
apéndice en la zona sexual que nosotros podemos insertar cómodamente en
nuestros genitales aunque produce dolor. Pienso que también en el abba.
»Durante la cópula los xhri se mueven constantemente, de manera
espasmódica y dolorosa y gritan con frecuencia mientras respiran
ruidosamente y se van cubriendo de un uido corporal que exudan por la
piel.
—También emiten un uido viscoso por ese apéndice de la zona sexual
al que antes se ha referido Ankhjaia’langtxhrl —amplió Hithrolgh.
—Es cierto. ¿Cómo puedes saberlo, Hithrolgh?
—Soy médico.
Ankhjaia’langtxhrl hubiera querido preguntar algo más pero no lo hizo.
Continuó:
—En mi experiencia, ni una sola vez piensan en la vida que representa la
cópula porque para ellos la cópula siempre es estéril. Creo que lo adecuado
sería no nombrar la procreación en ningún caso.
—No vais a hablar con ellos. Hablar con los xhri produce confusión
mental. Vais a implantar vida.
—Pero si ellos no lo desean, ¿cómo vamos a hacerlo? No nos lo
permitirán. No podremos sujetarlos.
Hithrolgh metió la mano en el bolsillo y la retiró con una ampolla
diminuta que enseñó a los presentes:
—Los drogaremos con este compuesto. Se puede mezclar en la bebida o
inyectarlo. Dura el tiempo su ciente para que podáis cumplir vuestra
misión.
—¿Y qué pasará con sus xhrea, o sus ari-arkhj? ¿Lo permitirán? Según
los análisis lingüísticos, los xhri son una especie violenta.
—Todos serán drogados y, a excepción de los abba, con nados en la
zona de carga de nuestra nave hasta que decidan cooperar y consigamos
establecer un acuerdo.
La rigidez muscular de los ari-arkhj no dejaba lugar a dudas sobre la
opinión que les merecía el plan; sus miradas, no obstante, dejaban bien claro
que lo seguirían hasta el n. Hithrolgh se relajó interiormente. Después de
lo que había estado sucediendo en Xhroll en los últimos tiempos, habría
sido remotamente posible que los ari-arkhj se hubieran negado a obedecer
sus órdenes.
—Hithrolgh, quiero hablar contigo —Ankhjaia’langtxhrl se le acercó al
darse por terminada la sesión.
—Yo no, Ankhjaia’langtxhrl.
Hithrolgh se dio la vuelta y se perdió en la oscuridad del pasillo.
Por un momento, al ver la silueta de Akkhaia per lada sobre la negrura
exterior, Charlie tuvo una intensa sensación de déja-vu, como si el tiempo
no hubiera pasado y estuvieran aún en la nave que los llevaba a Xhroll.
Charlie se ahorró el estúpido saludo y se puso en pie para conversar, a la
manera xhroll; Ankhjaia’langtxhrl entró al cubículo, enseñó todos los
dientes, dijo «Hola, Charlie» y se sentó en el camastro. Charlie hizo una
mueca de exasperación, soltó una corta carcajada, que a ella misma le sonó
como un ladrido, y se sentó al lado de Akkhaia.
—¿Tienes alguna forma de establecer contacto con tu base, Charlie?
Ella se quedó paralizada por un momento. Estaba claro que habían
captado la señal que acababa de enviar apenas habían salido del salto y
querían saber si ella pensaba negarlo.
Sabía que Akkhaia aún no era capaz de leer sus expresiones faciales pero,
de todas formas, se levantó del camastro y se giró hacia la pared.
—¿Qué pasa? —hacer otra pregunta, ganar tiempo, pensar.
—Tienes que intentar comunicarte con ellos. Va a suceder algo terrible.
—¿Xhroll va a atacarnos?
—Sí.
—¿Por lo que ha pasado con Nico y conmigo?
—No. Porque Xhroll necesita vidas.
Por un instante tuvo la visión de los xhroll como vampiros de película
antigua: vestidos de negro, inexpresivos, fríos. Chupando la sangre de los
humanos hasta matarlos para dar vida a Xhroll.
—¿Nos vais a matar?
—¿Es eso una obsesión personal o es algo que compartís todos los xhri?
—¿El qué?
—Esa idea ja de que queremos mataros.
—No te entiendo, Akkhaia.
—Los xhrea nos han traído hasta aquí. Doscientos ari-arkhj, casi todos
los que existen, para que implantemos en vuestros abba independientemente
de su voluntad.
—¿Para qué? —Charlie pensaba a toda velocidad y, sin embargo, no
parecía conseguir mucho.
—Ya te lo he dicho. Para dar vidas a Xhroll.
—Eso es ridículo. No hay más que setenta y tres mujeres a bordo.
Suponiendo que todas quedaran embarazadas, es una cantidad ridícula para
un planeta.
—Vuestros abba serían constantemente implantados hasta el nal de su
vida. En la base hay más de doscientos abba. En veinte o treinta años son
casi cinco mil vidas. ¿Lo entiendes?
—Pero tú hablas de hombres. En la base hay más de doscientos
hombres, sí. ¿Es que es a los hombres a quienes vais a violar?
—¿Violar?
—Copular por la fuerza, en contra de la voluntad de uno de los
participantes.
Por primera vez desde que la conocía, Akkhaia parecía genuinamente
horrorizada:
—¿Tenéis una palabra para esa aberración?
Charlie se mordió el labio inferior deseando poder tragarse las palabras
que acababa de pronunciar.
—Sí.
—Entonces, ¿vosotros también lo hacéis?
—Es una palabra obsoleta, antigua. Antes se hacía a veces, en tiempo de
guerra, para humillar al enemigo. Hace ya varios siglos que no sucede —
mintió.
—Para humillar, no para dar vida —dijo en voz muy baja, tratando de
comprender ese concepto, uno de los primeros con los que se había
enfrentado y nunca había conseguido entender.
De golpe Charlie se dio cuenta de lo que Akkhaia estaba tratando de
explicarle:
—¿Vais a violar a nuestros HOMBRES?
El tono de voz de Akkhaia subió imperceptiblemente:
—¡A vuestros abba! A los que entre vosotros son capaces de concebir, no
importa cómo se llamen.
Charlie empezó a reírse y, cuanto más lo pensaba, más histéricas se
volvían sus carcajadas. Se tiró en la cama y empezó a darle puñetazos a la
especie de losa que servía de colchón. Akkhaia la miraba con una expresión
tan boba que su risa aumentaba en lugar de calmarse. No podía evitarlo.
Cada vez que se imaginaba la escena, le daba otro ataque. Los hombres de la
Victoria corriendo horrorizados por los pasillos mientras las chicas xhroll,
con sus ojos teñidos y sus melenas falsas, los perseguían implacables con esa
expresión serena y helada, y, cuando los alcanzaban, les arrancaban los
pantalones y los montaban a la fuerza mientras ellos lloraban pidiendo
ayuda.
No conseguía explicarse por qué era tan gracioso lo que, de haber sido al
contrario, le hubiera parecido horripilante, pero no podía evitarlo. Sabía que
debía negarse con todas sus fuerzas a que sucediera una cosa así y, sin
embargo, en algún rincón de su mente, una voz antigua y aguda reía
entrecortadamente diciendo: «Deja que suceda, Charlie. ¿A ti qué te
importa? Por una vez estás a salvo precisamente por ser mujer. Deja que
violen a los machos. Es un pago mínimo por los milenios de dolor y
humillación que hemos sufrido nosotras. Eso puede hacer más por la
igualdad de los sexos que todas las buenas palabras que han sido
pronunciadas en los últimos tres siglos. Deja que sufran en carne propia lo
que nosotras hemos sufrido a lo largo de la historia, que por una vez sean
ellos los que lloren, los que se vuelvan locos de asco y de terror, los que
tengan que bajar los ojos al pedir justicia».
—Charlie —apremió Akkhaia—. ¿Puedes comunicarte con tu base?
—¿Qué piensan hacer con nuestros ari-arkhj?
—Con naros hasta que cooperéis.
—¿Qué clase de cooperación?
—Hasta que nos cedáis el derecho a proteger a vuestros abba y a
continuar implantando en ellos.
—Ese derecho no está en nuestro poder. En la Tierra cada ser decide
por sí mismo.
—Eso lleva al desastre colectivo.
—Es muy posible —contestó Charlie, despreocupadamente.
No podía dejar de pensar en lo divertido que sería ver a Kaminsky
llorando por los pasillos después de la violación a cargo de alguna de
aquellas amazonas de pechos falsos implantados como marca sexual de
individuo con capacidad reproductiva. ¿Y el capellán? ¿Le harían también el
honor de elevarlo a la sagrada dignidad de madre? Eso sí que sería algo para
informar a la Santa Sede.
Sería divertido, sí, pero costaría una guerra. La primera guerra trans-
solar de la historia humana y eso era de nitivamente menos divertido. Era
dudoso que el Gobierno Central tomara auténticas represalias por la
violación de setenta o ciales femeninos pero si se trataba de la abominable
humillación, le parecía estar oyendo las palabras, de doscientos miembros
masculinos de la Flota Mundial Terrestre, la cosa podía ser muy distinta.
Había cinco mujeres en el Gobierno Central, sí, pero eran cinco contra
veinte. Tomarían represalias. Y nadie sabía qué podía oponer Xhroll a las
armas humanas. Lo único que estaba claro es que ellos se movían por el
espacio más deprisa y mejor que los terrestres. No les llevaría mucho tiempo
llegar a las puertas del Sistema Solar y luego sus acciones eran imprevisibles.
Se suponía que no eran violentos, que no mataban. Pero también se suponía
que no eran capaces de violar.
—Charlie, no tenemos mucho tiempo.
—Lo sé, lo sé. Déjame, por favor. Tengo que pensar.
Akkhaia se le quedó mirando unos segundos. Luego se puso en pie y se
marchó en silencio.
En la consola donde estaba trabajando se encendió una luz de alarma.
Hithrolgh se quedó un instante mirándola como si no comprendiera su
signi cado y tardó otro par de segundos en sacudirse los pensamientos que
lo dominaban. Las noticias que acababa de recibir eran algo inaudito,
devastador; tanto, que aún no había sido capaz de reaccionar. Y ahora
precisamente esa alarma le informaba de que el abba debía ser intervenido
de inmediato porque el hol’la había cumplido su proceso de crecimiento y
debía ser traído a la vida exterior.
Sin casi darse cuenta, accionó las llamadas a todos los miembros del
personal médico que serían necesarios para la operación y extendió las
manos para calibrar la rmeza de su pulso. Sólo otro xhroll con un
entrenamiento médico similar hubiera podido darse cuenta de su temblor
interno; a los ojos de cualquier espectador, su pulso era perfectamente rme,
pero Hithrolgh sabía que no era así, que el riesgo de error era demasiado
alto.
Masajeó un calmante sobre ambas muñecas y realizó varias aspiraciones
lentas y profundas tratando de dejar el cerebro en blanco, preparándose para
la mayor responsabilidad que hubiera tenido Xhroll. Hacía tiempo que
había sido tomada la decisión de no usar el robot-cirujano. No se podía
dejar a una máquina programada para intervenir sobre un organismo xhroll
la responsabilidad de operar a un xhri. Tenía que hacerlo un ser pensante,
un ser capaz de tomar decisiones repentinas basadas no sólo en la lógica sino
también en la intuición y las necesidades del momento.
Él había pasado meses estudiando los informes del desarrollo del hol’la,
los diagramas de la estructura y funcionamiento del organismo xhri, sus
reacciones a diferentes tipos de anestesia, pero la responsabilidad era enorme
y las garantías de éxito bastante vagas.
Marcó otros dos códigos de llamada en su terminal: Ankhjaia’langtxhrl
y el ari-arkhj xhri debían estar presentes aunque no le gustara la idea. El
haber tenido que cambiar varias normas por la supervivencia de Xhroll no
era excusa para infringirlas todas por motivos de gustos personales.
Se quitó lentamente la peluca pensando en Ankhjaia’langtxhrl. Le
parecía increíble que algún punto de su cerebro fuera todavía capaz de
recordar el tacto de su piel, considerando que no habían vuelto a tocarse
desde aquel lejano momento en que quedó de nitivamente claro que
Hithrolgh era xhrea y, por tanto, incapaz de dar vida. Durante un tiempo
los dos habían pensado que sería posible, si de verdad lo deseaban. Eran
muy jóvenes. Muy inexpertos. Aún sabían soñar.
Ahora ambos tenían la supervivencia de Xhroll en sus manos pero no
juntos. Ya nunca juntos. O quizá sí. Quizá…
La segunda señal de alarma lo alcanzó ya en la puerta. La ignoró y se
dirigió rápidamente al antequirófano para la esterilización. Los otros
estaban ya preparados y rodeaban la losa donde el abba, con los ojos
dilatados y la piel casi gris, gritaba en su propia lengua incoherencias a las
que el otro xhri contestaba en un tono bajo y dulce intentando calmarlo,
probablemente.
Hithrolgh entró en la zona de operaciones cubierto con el uido de
sellado como los demás. Si la intervención duraba más de dos horas,
tendrían que establecer turnos para salir a quitárselo y dar así un respiro a la
piel de sus cuerpos, pero quizá no fuera necesario.
Sus ojos se encontraron con los de Ankhjaia’langtxhrl; luego su mirada
se posó en el abba. Hacía un extraño ruido chocando los dientes superiores e
inferiores y los ojos parecían a punto de salírsele de las órbitas. Una mirada
al contador le indicó que el corazón del xhri bombeaba a una velocidad
inaudita.
—¡Que me expliquen lo que me van a hacer! ¡Que me lo expliquen! —
gritaba el xhri entrecortadamente con un acento que hacía sus palabras casi
incomprensibles.
Uno de los ayudantes colocó un diminuto auricular en la oreja del abba y
puso en marcha el traductor que contenía todos los datos que
Ankhjaia’langtxhrl y Charlie habían introducido en cientos de sesiones de
trabajo:
—Vamos a suministrarte un anestésico local que te será inyectado entre
dos vértebras de la columna. Es doloroso pero pasa pronto. La anestesia es
la más indicada para que el hol’la no sufra daños y no tenemos manera de
saber la intensidad del dolor qué tú tendrás que soportar. Creemos que la
intervención no durará más de cuarenta minutos. Se te aplicará una máscara
de oxígeno. Respira lenta y profundamente. Piensa en la vida. Xhroll es
importante. Tú no.
—Tranquilo, Nico —intervino Charlie—. Eso es sólo una fórmula que a
ellos les ayuda. Por supuesto que eres importante. No dejaremos que te pase
nada.
Nico trató desesperadamente de agarrarse a la mano de Charlie pero los
xhrea lo rodeaban por completo y lo único que podía ver de ella eran sus
ojos mirándolo por entre los hombros de los extraños. Akkhaia estaba junto
a él:
—Agárrate a mi cuello, Nico. Ahora te va a doler.
Hizo lo que le pedía y su alarido resonó en toda la sala mientras le
inyectaban en la espalda.
Luego, poco a poco, el dolor cedió. Volvió a tumbarse a pesar del catéter
y le ataron las manos a la losa. Entonces cerró los ojos un instante y, cuando
los abrió, sólo había ante él un panorama de ojos cristalinos y rostros
plateados por el uido de esterilización.
Alzó los ojos al techo, donde habían instalado una especie de pantalla de
RV que mostraba una pintura abstracta. Se concentró en ella tratando de
olvidar su situación real y vio cómo en el cuadro aparecía una línea roja que
segundo a segundo se iba haciendo más ancha mientras en su centro
aparecía algo blanquinoso y móvil.
De repente el dolor le hizo lanzar un aullido de era lastimada. Era un
martillo de dolor, un ritmo despiadado que se extendía por todo su cuerpo y
se hacía más y más rápido y caliente, como si le estuvieran arrancando las
visceras mientras sus músculos temblaban al compás de aquellas
contracciones invencibles. Empezó a gritar.
—¡Animo, Nico! —oyó la voz de Charlie—. Ya falta poco. Mira la
pantalla. Está naciendo tu hijo o tu hija.
Entonces se dio cuenta de que lo que había tomado por una pintura era
una especie de monitor por el que podía seguir lo que estaba sucediendo a la
altura de su pubis y que la línea roja era en realidad la inmensa herida que
habían abierto para sacar al bicho y aquello blanco era… tenía que ser…
Se desmayó. Lo reanimaron inmediatamente a base de oxígeno y
cachetes en las mejillas. Se le llenó la boca de vómito, caliente y amargo, y le
acercaron un cuenco para que pudiera escupirlo. El dolor era insoportable.
Entonces alguien dio un tirón a sus entrañas, como un sacerdote de
algún culto ancestral que arranca el corazón de su víctima aún viva y todos
los presentes dieron un suspiro corto y rápido que se oyó por encima de su
aullido nal.
Alguien inyectó otro líquido en el catéter que quedaba a la altura de su
cuello y el dolor empezó a bajar.
—¡Ya está, Nico! ¡Ya está! —la voz de Charlie sonaba histérica de
alegría. Él no conseguía recordar qué estaba pasando.
—¡Es un bebé precioso, Nico! Parece que todo está bien. ¡Sí! Todo bien.
En ese momento Nico entendió que hablaba con él y supo de qué
hablaba.
—¿Es niño o niña? —oyó preguntar a Charlie. A él no le importaba. Lo
único que quería era que lo dejaran en paz, que terminaran con él y lo
dejaran dormir, que se llevaran al bicho.
Akkhaia levantó la vista del bebé y, a pesar de su rostro eternamente
inexpresivo, había una luz de felicidad en sus ojos.
—Es un ser vivo, fuerte y sano. Tendréis que esperar casi quince años de
los vuestros para saber su sexo. Pero eso no importa. No importa.
Bajó de nuevo la vista y se perdió en la contemplación de aquel
montoncito de carne rosada que lloraba.
Charlie entró precipitadamente al cubículo de Nico donde varios xhrea,
Hithrolgh y Akkhaia rodeaban la cama. Nico estaba casi sentado, chupando
una botella blanda y paseando la vista de uno a otro con la típica expresión
de un niño malcriado que ha decidido no obedecer pase lo que pase.
—A ver. ¡¿Qué narices pasa?!
Hithrolgh se giró hacia Charlie:
—Se niega a alimentar al hol’la.
—¿Qué? —rugió Charlie.
—Yo no soy una maldita vaca. Mi misión ha terminado.
—Tu misión habrá terminado cuando yo te lo diga. Esa niña es un bebé
humano o humana, una ciudadana o ciudadano de la Tierra y no vamos a
poner en peligro su vida porque tú te niegues a colaborar.
—Esa niña ni siquiera es una niña. Ni ellos saben lo que es… Y no es
asunto mío. Que le den leche en polvo, si quieren.
—¿Es posible? —Charlie se dirigió a Hithrolgh.
—Lamentablemente, no lo es. Dentro de dos días no será problema
pero en las cincuenta y cuatro horas siguientes al nacimiento es
indispensable que el hol’la sea alimentado con el uido corporal de su abba.
Su sistema digestivo aún no está maduro para absorber otro tipo de
alimento.
—Ya lo has oído.
Nico sacudió la cabeza despacio, retadoramente.
—Es una orden, teniente Andrade.
Él sonrió:
—¡Vamos, vamos, Charlie! Después de contarme tu vida y tus
intimidades, después de haberte abierto de piernas por propia voluntad ¿aún
me vienes con ésas?
Charlie se puso pálida.
—¡Es una orden!
Él volvió a sonreír:
—Y ¿qué piensas hacer si me niego? ¿Pegarme? —Echó una mirada a su
alrededor—. Ellos no te lo permitirán. Soy un abba de Xhroll.
—Eres una mierda apestosa.
Charlie sacó de su funda un diminuto revólver plástico de la última
generación y, con una mano perfectamente rme, lo apoyó en la sien de
Nico.
—Vas a dar de mamar a ese bebé o te quedas sin sesos, Andrade.
Él se puso pálido:
—No serás capaz.
—Pero primero te volaré los huevos, que parece ser lo que más te
estimas. Sí, empezaremos por ahí.
Charlie caminó despacio hasta los pies de la cama, retiró la sábana de un
tirón y apuntó entre las piernas de Nico.
Los xhroll contemplaban la escena inexpresivos, distantes.
—¿No vais a hacer nada, hijos de la gran puta? Esa loca quiere matarme.
—Tú quieres matar al hol’la —dijo Akkhaia con una voz perfectamente
serena.
—Bueno, Andrade. ¿Qué decides?
Nico lanzó la botella contra una pared, que la absorbió sin ruido.
—¡Está bien! ¡Está bien, maldita sea! ¡Que lo traigan!
Dos xhrea salieron rápidamente del cubículo y regresaron a los pocos
minutos con el bebé sollozante.
Hithrolgh ayudó al xhri a descubrirse el pecho y adaptar la minúscula
boca al pezón plano. La criatura comenzó a succionar y la tensión del
ambiente se relajó poco a poco.
—Dejadnos solos —pidió Charlie.
Cuando todos hubieron salido, tomó asiento sobre la cama, aún con la
pistola en la mano y miró al bebé que, con los ojos cerrados y las manitas
formando puños chupaba concentradamente. Nico lo sostenía como con
asco, evitando mirarlo.
—¿Contenta? —preguntó por n.
—De momento, sí.
Hubo un largo silencio en el que sólo se escuchaban los sonidos de
succión punteados de pequeñas pausas.
—¿Lo hubieras hecho, Charlie?
Ella lo miró a los ojos, sin pestañear:
—Sí.
Nico tragó saliva.
—De hecho aún estoy pensando si debería hacerlo. Dentro de cincuenta
horas ya no serás necesario. Ni para él o ella —señaló al bebé—, ni para los
xhroll, ni para los humanos. ¡Sepárale un poco la nariz del pecho! Tiene que
respirar mientras mama.
—Entonces es verdad que tuviste un hijo.
—Claro que es verdad.
—Cuando me contaste aquello me pareció tan teatral…
—Es que aquello ERA teatral: un truco aprendido en clases de
psicología. A mí nadie me ha violado nunca y mi decisión de entrar en
Inteligencia Espacial fue totalmente voluntaria. Pero es verdad que tengo
hijos. Dos. Ya mayores.
Hubo otro largo silencio. El bebé dejó de succionar y se quedó dormido
contra el pecho de Nico.
—Charlie, dime la verdad. ¿Te enviaron para matarme?
Ella levantó la pistola, la dirigió un instante a la frente de Nico y la
desvió hacia la pared, como jugando. Luego volvió a guardarla en su funda.
No tenía ningún sentido que supiera que su vida valía para Tierra
mucho menos que para Xhroll, que sus órdenes incluían quitarlo de en
medio discreta o abiertamente si las circunstancias lo hacían necesario. Nico
no tenía por qué saberlo. No ahora que las cosas habían salido bien y volvían
a casa. Conociendo a Nico, si le contestaba a rmativamente, en dos horas
todo el mundo estaría llamando asesino al Gobierno Central, haciendo gala
de una esperable falta de perspectiva.
—No —dijo por n—. Pero nunca se sabe. ¿No crees?
Cogió al bebé con in nito cuidado y salió del cubículo sin despedirse.
HITHROLGH Y ANKHJAIA’LANGTXHRL ESTABAN
COMIENDO juntos en la enfermería desierta. En el cuarto contiguo el
hol’la dormía plácidamente después de haber sido alimentado.
Ambos tenían la vista ja en sus cuencos y el silencio entre ellos tenía
una cualidad gelatinosa. Ankhjaia’langtxhrl fue el primero en hablar:
—¿No hay ninguna duda de que tu ayudante de quirófano ha sido
implantado?
—Ninguna.
—Pero es xhrea.
—Sí. Eso es lo increíble. Y por un abba…
—Un abba xhri.
—Y sin participación de su voluntad…
—Es lo que nosotros íbamos a hacer con ellos. Eso ya no importa. Es
una vida para Xhroll.
—Ahora sí que estamos realmente a merced de los xhri,
Ankhjaia’langtxhrl. Ahora es absurdo pensar en tomar a sus abba de la base
para conseguir cinco mil vidas cuando, si eso es repetible en todos los casos,
los abba xhri podrían implantar a todos nuestros xhrea. Sería nuestra
salvación.
—Según lo que conozco a los humanos, y ya sé que no es mucho,
tendríamos que pagar por ello.
—¿Y qué pueden querer de nosotros?
—Eso es lo amargo, Hithrolgh. No tenemos nada que puedan querer a
cambio.
—¿Nada? ¿Ni conocimientos, ni materias primas?
—Ellos se interesan principalmente por medios de destrucción,
Hithrolgh, y nosotros no tenemos. Nuestra técnica está casi al mismo nivel,
nuestra ciencia también. No tenemos arte, lo que ellos llaman arte. —Captó
la mirada de incomprensión de Hithrolgh—. Cosas inútiles, sin ningún
valor práctico, que en su apreciación subjetiva resultan bellas.
—¿Como un lago negro brillando al amanecer?
—Sí, pero construidas, no naturales.
—Comprendo.
Los dos empezaron de nuevo a comer sin ningún entusiasmo, pensando.
De pronto Ankhjaia’langtxhrl se puso en pie:
—Espérame aquí. Voy a buscar a Charlie.
—No puedes informar a ese xhri de algo que es crucial para nuestra
supervivencia. Ni siquiera yo he informado a Xhroll todavía. Si te lo he
dicho a ti es porque necesito que me ayudes a pensar. Aquí no hay otros
xhrea y sé que tu mente es buena.
Ankhjaia’langtxhrl se detuvo en la puerta:
—Charlie también es rápido de mente, conoce a su pueblo, ama la vida,
estará dispuesto a ayudarnos.
Hithrolgh bajó la cabeza y Ankhjaia’langtxhrl se marchó. Casi sin
advertirlo, unió las manos sobre su vientre, esperando, deseando. La noticia
había sido devastadora por su potencial de esperanza y de frustración. Si los
xhrea podían ser implantados, Xhroll sobreviviría. Sobreviviría por siempre
y siempre. Y los xhrea no tendrían ya que depender exclusivamente de los
abba y ari-arkhj. Podrían ser iguales, como lo fueron en lejanos tiempos.
Hithrolgh pensó por un segundo en la posibilidad de llevar un hol’la
dentro y se estremeció de anhelo. Pero eso implicaría depender de los xhri,
que pedirían cualquier precio por darles la vida. Un precio que, según
Ankhjaia’langtxhrl, no podrían pagar.
Charlie entró en la enfermería con su paso acolchado, con todos los
dientes al descubierto:
—Felicidades, Hithrolgh. Akkhaia me lo ha contado todo. Me alegro
sinceramente por vosotros.
—¿Crees que los humanos cooperarán?
—Sí. Pero sólo con voluntarios y pedirán un alto precio.
—¿Qué podemos daros?
Charlie empezó a rascarse la cabeza:
—Lo he venido pensando y sé qué es lo único que interesará a nuestro
Gobierno: tierra, espacio físico acondicionado a la vida humana. Parte de la
corteza de Mundo Xhroll para establecer una colonia humana. Es un sueño
de generaciones: una auténtica colonia en un auténtico mundo habitable.
Los dos xhroll estaban inmóviles, paralizados, como estatuas de hielo.
—Eso es imposible —dijo Hithrolgh.
—Lo suponía. Sería como dar permiso a una banda de motoristas para
que se instalen en los jardines de Versalles.
—No comprendo.
—Es igual. Digo que es inaceptable.
—¿Y si vinieran sólo temporalmente? Podrían disfrutar de Xhroll
durante el tiempo que dure el crecimiento del hol’la en sus respectivos abba.
—Unas vacaciones paradisíacas de siete u ocho meses pagadas por
Xhroll a los humanos que deseen venir a ejercer de macho —dijo Charlie
casi para sí misma—. No.
—¿Por qué no?
—Porque sería inconstitucional; no sería igual para los dos sexos. Y
además porque no hemos luchado durante siglos y llegado al estado actual
de igualdad jurídica e incluso lingüística para que ahora los machos de
nuestro planeta vuelvan a creerse los amos de la creación estimulados por
vuestra reverencia de la capacidad reproductiva. Ni hablar.
—No lo entiendo, Charlie.
—Es igual. Es bastante complejo y te faltan datos. Vale con que os
imaginéis que los que se presentarían voluntarios a una cosa así no serían
precisamente los mejores de entre los nuestros, ni los más pací cos ni los
más respetuosos. Serían algo así como Nico o peor. Y todos ésos andarían
sueltos por vuestro planeta, que es un jardín, destruyendo por placer o por
aburrimiento, arrojando basuras, alterando el equilibrio natural, violando a
vuestras… a vuestros xhrea, vuestros abba y a vuestros ari-arkhj, para los
humanos no hay mucha diferencia… Sería un burdel gratuito.
—¿Un qué?
—Olvídalo.
Charlie se mordió los labios. Tenía la impresión de que sus sentimientos
la habían llevado demasiado lejos. Acababa de dar la impresión a sus
an triones de que todos los humanos, y especialmente los humanos machos,
eran pura escoria, una especie de monstruos destructores de los que
convenía mantenerse alejados. Y eso, aparte de repugnarle personalmente
porque tampoco era verdad ni estaba su cientemente matizado, iba en
franca contradicción con sus órdenes. Lo que ella tenía que haber hecho era
justamente lo contrario: convencerles de que los humanos, en general, eran
bondadosos, pací cos y cooperativos, tratar de establecer una base para el
diálogo libre de prejuicios que sirviera más tarde para fundar una colonia
humana en Xhroll y favorecer las visitas de Xhroll a Tierra. Todo eso que
sonaba tan bien en el papel y que se venía abajo en cuanto uno trataba de
imaginarse un contingente de tres o cuatro mil hombres jóvenes
transportados en naves de la Flota a un planeta donde no sólo podían dar
rienda suelta a sus deseos sexuales sino que además se les agradecía.
Y era un aco servicio a las mujeres humanas que por n habían
conseguido liberarse en gran parte de la esclavitud mental basada en asuntos
de procreación.
—Hithrolgh, ¿nos dejarías solos un momento? Hay algo que me
gustaría hablar con Akkhaia.
—Yo soy el representante de mi mundo ante el tuyo.
—Es una cuestión personal, entre ari-arkhj. Entre ari-arjhk del mismo
abba —añadió en un razonamiento absurdo tratando de dar más fuerza a su
petición.
Sin una palabra más, Hithrolgh pasó al cubículo contiguo donde el
hol’la dormía, completamente ajeno a que el futuro de dos mundos se estaba
discutiendo junto a su cuna.
Charlie se giró hacia Ankhjaia’langtxhrl pensando a toda velocidad:
—Akkhaia, ¿se ha intentado alguna vez la implantación de un xhrea
adulto?
—¿Quieres decir después del periodo de prueba?
—Sí. Entre individuos totalmente desarrollados.
—Nuestro desarrollo sexual se alcanza a los quince años de vuestra
cuenta, aproximadamente. Es entonces cuando lo intentamos. Si no
funciona, la clasi cación es de nitiva. Intentarlo después sería aberrante.
Los xhrea no lo permitirían jamás. Se sentirían… —Akkhaia pareció
quedarse sin palabras.
—¿Humillados?
—Tal vez. Usados de modo impropio. No puedo imaginar bien el
concepto y carezco de palabra.
—¿Crees que Hithrolgh estaría dispuesto a intentarlo contigo?
—No.
—¿Por qué?
—¿Por qué tendría que hacerlo?
—Porque cabe la posibilidad, por remota que sea, de que muchos de
vosotros no hayan alcanzado la madurez sexual hasta mucho después de los
quince años reglamentarios. Si ese xhrea ha podido ser implantado por
Nico, quizá tú podrías implantar a Hithrolgh.
Akkhaia clavó la vista en el vacío durante dos minutos del reloj de
Charlie.
—No —contestó por n.
—¿Por qué no? Tenéis una larga relación, estáis solos aquí, quiero decir
que, si no funciona, Xhroll no tendría por qué enterarse. Lo que está en
juego es vuestra supervivencia como especie y vuestra liberación de nuestro
planeta. Si funciona, no nos necesitaréis para nada; vuestro futuro será sólo
vuestro. No tenéis nada que perder.
—Es imposible, Charlie. Un xhrea no puede concebir. No puede.
—¿Por qué?
—Porque es xhrea.
—Esa es sólo una clasi cación lingüística.
—Que re eja la realidad.
—O que la impone y no os permite pensar de otra manera.
Ankhjaia’langtxhrl se quedó pensativo unos segundos:
—¿Tú intentarías implantar en un cadáver?
—¡Pero qué animaladas se te ocurren, Akkhaia! Por supuesto que no.
—¿Por qué?
—Porque es imposible. Porque un cadáver…
Charlie se interrumpió de pronto al darse cuenta del razonamiento de
Ankhjaia’langtxhrl.
—¡Pero ahora tenéis la prueba de que puede funcionar a pesar del
bloqueo causado por el cliché lingüístico, Ankkhaia! ¿No lo ves? Como
Nico no lo sabía, no tuvo ninguna barrera para intentarlo. ¡Y funcionó!
Ahora podría ser igual contigo y con Hithrolgh, con miles de vosotros.
—Incluso si funcionara, toda nuestra sociedad cambiaría. Si es como tú
piensas, es posible que muchos xhrea se conviertan no sólo en abba sino en
ari-arkhj; es posible incluso que los xhrea desaparezcan como tercer
miembro de nuestra sociedad. Las consecuencias son incalculables.
—La alternativa es la extinción o la dependencia de una especie xhri que
os hará pagar cada nueva vida.
Akkhaia volvió a guardar silencio. Se levantó por n, muy despacio.
—Primero es Xhroll. Hablaré con Hithrolgh.
NICO, SENTADO EN UN SILLÓN de la Sala Olimpia y rodeado de
gente por todas partes, parecía un rey medieval recibiendo el tributo de sus
vasallos.
Le habían buscado a toda prisa un uniforme tres tallas mayor que el que
había usado hasta entonces para camu ar en lo posible la grasa que había
acumulado en los últimos tres meses y, aunque sus mejillas eran más rollizas
y su vientre más prominente y blando de lo que le hubiera gustado para su
aparición en público, el bigote recién recortado y la sonrisa de perdonavidas
le daban el aire del Nico Andrade que todos conocían.
Hacía unos minutos que había terminado el acto o cial y mientras el
Alto Mando estaba reunido con los representantes de Xhroll, Nico había
acudido en triunfo a la Sala Olimpia a relatar sus aventuras a amigos y
colegas.
Se le había advertido desde el primer momento de que sólo le estaba
permitido narrar sucesos directamente relacionados con su experiencia
personal hasta que se decidiera qué datos podían pasar a conocimiento
público pero cuando llegó Charlie, después de varias horas de
conversaciones o ciales, lo que Nico, ya bastante bebido, estaba contando
sonaba más bien a las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas.
—¡Qué tías, muchachos! ¡Qué tías! Como las que habéis visto aquí, pero
mejores. Y todas pendientes de mí, de mi bienestar, de mis caprichos. En
bandeja me llevaban.
Charlie esbozó una sonrisa torcida y se acercó a una de las máquinas de
café. Sacó una taza y, con ella calentándole las manos, se unió al pequeño
grupo de incondicionales que aún rodeaba a Nico. Los demás se habían ido
cansando y retirando poco a poco.
Charlie se apoyó discretamente en una de las columnas metálicas,
semioculta a los ojos de los boquiabiertos oyentes y escuchó sin participar.
—… pero a una me la tiré —estaba diciendo ahora con la voz cada vez
más arrastrada—. Imaginaros, yo estaba ya a punto de soltar el bicho. Tenía
una barriga de aquí a la Tierra y la tonta de la xhroll, pensando seguramente
que en mis circunstancias ya no era peligro para nadie, se pone a hacer
experimentos de laboratorio en mi misma habitación. Con un vestido corto
y sin bragas.
Las risas punteaban la narración de Andrade.
—Me la tiré, tíos, ¿qué queréis que os diga? Así, sin más. Con un poco
de suerte, ahora es ella la que lleva un bicho dentro.
Las carcajadas le impidieron continuar.
—No, Nico. —Todos los ojos se volvieron hacia ella. Hubo un par de
esbozos de saludo reglamentario que Charlie acalló con un gesto de la mano
—. Esa mujer a la que tú te tiraste, según acabas de contar, no puede
haberse quedado embarazada porque no es una mujer, ¿sabes? —Charlie
llevaba tanto tiempo preparando las mentiras, buscando el momento
adecuado para lanzarlas, que la primera le salió uida y natural,
perfectamente creíble, como de costumbre.
—¿Qué? —Tenía la frente húmeda de sudor y las mejillas enrojecidas—.
Si lo sabré yo, que se la metí.
—También se la metiste a la otra y ya ves lo que pasó.
Los ojos iban de Charlie a Nico como en un partido de tenis.
—El problema que tú tienes, Nico, es que te empeñas en no ver la
realidad aunque la tengas delante. ¡Qué delante! Ni aunque la tengas dentro.
—¿Qué realidad? —su voz temblaba. Hubiera dado cualquier cosa por
hacer callar a Charlie Fonseca.
—La mujer a la que tan orgullosamente te tiraste es un hombre,
teniente Andrade. La otra, la que te hizo madre, también.
—¿Qué? —esta vez fue el rugido de varias voces.
—Ni tú ni yo hemos visto una sola hembra en todo el tiempo que
hemos estado en Xhroll. Sus mujeres son sólo madres y no se dedican a
otros trabajos, ni a pasearse por ahí para que tú las veas. ¿Cuándo has visto
tú a un abba?
—Pero… pero los abba… no… no son…
—Sí son. Son lo mismo que tú para ellos. Madres. Reproductoras.
Hembras. Los machos son todos los demás.
Cuando se dio la vuelta para marcharse lo único que se oía era el ruido
que hacía Nico vomitando.
—¡Ah! —añadió, girándose a medias hacia el grupo, lista para lanzar el
resto— y ellos pueden preñar a nuestros hombres, como tú bien sabes. A
nuestras mujeres no. Ni nuestros hombres a sus machos, por mucha pinta de
mujeres que tengan. Y además, gracias a nuestro héroe aquí presente, el
teniente Nicodemo Andrade, los xhroll han aprendido que es posible preñar
a un hombre, quiera o no quiera; que es posible violar. Antes no se les había
ocurrido, pobres subdesarrollados.
En la puerta de la sala echó una mirada hacia atrás y comprobó,
complacida, que Nico no era el único que estaba vomitando.
El comandante Kaminsky, que conversaba con el capellán católico, la
cogió suavemente por el codo cuando Charlie en laba el pasillo que llevaba
a su cubículo.
—Capitana, no quiero entretenerla, se merece usted unas horas de
descanso, pero los Xhroll me han pedido que la localice discretamente.
Desean despedirse ya.
Charlie se dio la vuelta y empezó a caminar en la dirección opuesta
anqueada por Kaminsky y el capellán.
—Fonseca, una pregunta extrao cial. Pura curiosidad. ¿De verdad no
tienen nada esos xhroll que pueda interesarnos?
—No, mi comandante. Como no sean manuales de jardinería. Ya ha
visto usted que las naves de la Flota no tienen nada que envidiar a las de
Xhroll. Y ellos ni siquiera tienen estaciones ni bases extraplanetarias.
—¿Armas?
—Mi opinión personal es que tienen algo guardado para casos extremos
pero no quieren mostrarlo ni usarlo. Puedo equivocarme, por supuesto,
señor.
—¿Y minería?
—Nada que no tengamos. Está todo en el informe.
—¿Y no se podría, por lo menos, enviarles a unos Padres Misioneros? —
intervino el capellán.
Charlie reprimió una sonrisa:
—Supongo que se podría, pater. Son gente educada. Los recibirían bien.
—Pero ¿hay posibilidades de convertirlos? ¿Qué cree usted? Ellos aman
la vida y la naturaleza, ¿no es así? Aman la obra divina. De ahí a creer en
Dios no hay más que un paso. Dígame, capitana Fonseca, ¿ve usted
posibilidades?
Charlie y Kaminsky cruzaron una mirada:
—Pocas, pater, la verdad. Los xhroll no tienen mucho interés en
contactos futuros. Lo han dicho mil veces.
—Bien, nunca se sabe. Me pondré en contacto con el Santo Padre. —
Concluyó frotándose las manos.
Hithrolgh y Ankhjaia’langtxhrl la esperaban a la entrada de su propia
nave en el hangar tres. Los miró un instante desde lejos como si fuera la
primera vez y no la última: altos, delgados, inescrutables, vestidos de negro
de pies a cabeza con una túnica blanca, abierta y sin mangas como
concesión a la estética de sus an triones. Extraños. Lejanos. Fríos. Llenos,
sin embargo, de un amor casi incomprensible para los humanos, un amor
global, plural, abstracto.
Akkhaia sonrió al verla llegar. Estaba progresando, ya casi parecía una
sonrisa. Hithrolgh lo imitó sin éxito.
—¿Está bien el hol’la? —fue la primera pregunta.
—Como una or. He aceptado su tutoría legal.
—Eres el ari-arkhj de su abba. Tienes derecho.
—Sí. Nico ha renunciado a todos los suyos.
—¿Hay motivos para preocuparse por su comportamiento? —preguntó
Akkhaia.
—Todo arreglado. He herido su orgullo y deshinchado su vanidad, en
público. No creo que vuelva a causar problemas. —Sin ningún escrúpulo
omitió que había tenido que propagar unas cuantas mentiras; inexactitudes
más bien—. Dentro de un par de horas todo el mundo comentará que os ha
enseñado la forma de violar machos humanos. No creo que nadie os moleste
en el futuro.
—Ahora tenemos futuro, Troschwkjai. Gracias a ti.
—¿Qué es eso que me has llamado?
—Tu nuevo nombre en Xhroll. Signi ca «el que abre un nuevo camino
para llegar a un bello lugar sin dañar la vida natural que lo rodea».
—Es un hermoso nombre.
Ankhjaia’langtxhrl miró a Hithrolgh con una expresión desconocida en
su rostro impenetrable. Luego a Charlie:
—Troschwkjai, dentro de siete meses de nuestro tiempo, cuando nazca
el hol’la que he implantado en Hithrolgh, a los dos nos gustaría que tú
eligieras su nombre.
—Lo haré. Si me enviáis una invitación o cial y venís a recogerme, iré a
Xhroll con el hol’la, para que vaya conociendo su otro planeta.
—¿Cómo le vas a llamar?
Charlie sonrió:
—Primero habrá que investigar qué sexo tiene. A los humanos eso nos
parece importante ya desde el principio. De momento la llamo Lenny.
Charlie estuvo tentada de darle a Akkhaia un abrazo de despedida, al n
y al cabo era una amiga, pero recordó a tiempo que, en Xhroll, dos ari-arkhj
no tienen contacto físico. Con un xhrea tampoco era permisible, pero ahora
Hithrolgh era un abba y, como ella nunca había conocido a un abba,
ignoraba si a un ari-arkhj le estaría permitido así que se limitó a cruzar los
brazos sobre el pecho:
—Hasta pronto, amigos, —fue todo lo que se le ocurrió.
Ankhjaia’langtxhrl se dio la vuelta y entró en la nave. Hithrolgh se
acercó a Charlie:
—¿Podrías conseguirme información sobre la evolución jurídica de los
abba de tu especie? Sé que sería más adecuado pedir esta información a un
abba pero no tengo relación con ningún otro xhri y el tiempo de que
dispongo no es mucho.
Charlie no daba crédito a sus oídos:
—¿Para qué? No hay ningún paralelo.
—Ahora sí. Yo he sido xhrea toda mi vida. Soy médico y miembro de
uno de los círculos decisorios de contactos con los xhri. Al convertirme en
abba tengo que cambiar como persona jurídica pero no me parece aceptable.
Mi caso no será único. Muchos xhrea se convertirán en abba en cuanto
consigamos probar que los ari-arkhj pueden implantarnos cuando hemos
alcanzado la madurez. La estructura social de Xhroll va a sufrir grandes
cambios. Es posible que obtengamos miles de nuevas vidas pero los xhrea se
verán amenazados en tanto que xhrea. Debemos prepararnos. Necesitamos
vuestra experiencia.
Ankhjaia’langtxhrl volvió a aparecer:
—Hithrolgh, te pido disculpas por mi conducta. Aún no he conseguido
acostumbrarme a la idea de que ahora eres un abba y no puedo dejarte solo
sin una voz que hable por ti.
Hithrolgh miró a Charlie y, por primera vez desde su ya lejano contacto
inicial con los xhroll, vio en sus ojos una expresión: ¿Burla? ¿Fastidio?
¿Complicidad?
¿Solidaridad entre mujeres?
Charlie se rió de su estúpida ocurrencia. Era de todo punto imposible.
Para Hithrolgh y para Akkhaia, para todo Xhroll, ella era un ari-arkhj de su
especie, un macho xhri. Era un error que, antes o después, habría que
corregir, pero no ahora. Aún no.
Hithrolgh se instaló en la silla otante y, lentamente, desaparecieron en
el interior de la nave. Charlie le echó una mirada a su reloj y echó a correr
hacia la enfermería. Seguro que alguien habría empezado a darle el biberón
a Lenny, que se había convertido en la mascota o cial de la Victoria, pero
ella quería hacerlo personalmente. Al n y al cabo era su hija.
O su hijo.
Y ella era su madre.
O su padre.
O su madre.
O su padre. O…
Dejó de correr y, a buen paso todavía, se puso a silbar.
ELIA BARCELÓ ESTEVE. Nace en Alicante el 29 de enero de 1957. Es
licenciada en Filología Anglogermánica e Hispánica y Doctora en
Literatura Hispánica. Ha trabajado como traductora e intérprete e
impartiendo clases de inglés. Durante 10 años fue directora y actriz de
teatro universitario en español y alemán.
Desde 1981 vive en Innsbruck (Austria), donde trabaja en el Departamento
de Romanística de la Universidad. Imparte clases de literatura hispánica,
cultura y civilización españolas, composición y estilística, y escritura
creativa. Ha dirigido varios talleres de escritura en solitario y junto a otros
autores como Luis Sepúlveda, Laura Grimaldi, etc.
Ha publicado novelas, ensayos y más de cuarenta relatos en antologías y
revistas españolas y extranjeras. El género que mejor la define es el
fantástico, seguido de cerca por el histórico y el criminal, sin olvidar el
terror. Parte de su obra ha sido traducida a más de diez idiomas: francés,
italiano, alemán, catalán, inglés, griego, húngaro, holandés, danés, noruego,
sueco, chino y esperanto. Y varios de los cuentos de su libro Futuros
peligrosos, han sido adaptados al cómic. Durante dos años colaboró en el
País de las Tentaciones con artículos de opinión.
A la pregunta de por qué escribe, la autora responde:
«Escribo porque me gusta, porque me divierto enormemente y porque,
hasta cierto punto, quiero dar a otras personas la satisfacción que yo
recibo leyendo las novelas y relatos de otros escritores. Los ratos que pasé
leyendo en mi adolescencia fueron de los más felices y plenos de mi vida y
me gustaría devolver algo de lo que recibí, dar a los jóvenes de ahora algo
de lo que me dieron a mí en esa época y que formó las bases de mi
pensamiento y mi comportamiento actual».

Premios
• Premio Ignotus 1991, por La estrella (cuento).
• Premio Internacional de Novela Corta de Ciencia Ficción de la
Universidad Politécnica de Catalunya 1993.
• Premio de Literatura juvenil de Edebé 1997 por El caso del artista cruel.
• Accésit en el Concurso Internacional de Paradores de España 2001.
• Accésit en el Concurso Internacional de Paradores de España 2002.
• Segundo Premio Libros Mejor Editados (Modalidad infantil y juvenil)
2004, por Trafalgar.
• XV Premio Edebé 2007, en la modalidad juvenil, por Cordeluna.
• Premio Internacional UPC, por El Mundo de Yarek.
• Premio Los Mejores Libros y para Niños y Jóvenes del Banco del Libro
de Venezuela 2008, en la categoría Juveniles Originales, por Caballeros de
Malta.

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