Siete Poemas de Las Ocasiones 986619
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CARNAVAL DE GERTI
301
a los ausentes: carros de color
de rosoli, muñecos, arcabuces,
y pelotas de goma y utensilios
liliputienses de cocina: la urna
mostraba a cada amigo lejano ese momento
en que enero se abrió y en el silencio
se cumplió el sortilegio. ¿Es Carnaval,
o es que diciembre aún se demora? Pienso
que si tú haces girar la manecilla
del pequeño reloj que en la muñeca llevas,
todo se atrasará dentro de un prisma
descompuesto, babélico, de formas y colores...)
302
entre pesados muros que no se abren
al jadeante remolino humano,
vuelve al camino donde contigo voy muriendo,
aquel que marcó el plomo, al enfriarse,
a mis atardeceres, a ios tuyos:
vuelve a las primaveras que no florecen.
DORA MARKUS
Tu inquietud me recuerda
a las aves de paso que chocan con los faros
en los atardeceres tempestuosos:
tu dulzura también es una tempestad,
brama y se agita sin dejarse ver
y sus ratos de calma aún son más raros.
No sé cómo resistes, extenuada,
en este lago
de indiferencia que es tu corazón; tal vez
te salva un amuleto que conservas
junto al lápiz de labios,
la polvera, la lima: un ratón blanco,
de marfil; ¡y así existes!
303
2
Ahora en tu Carintia
de mirtos florecidos y de estanques,
inclinada hacia el borde tú vigilas
la carpa que, tímida, pica
o sigues en ¡os tilos, entre sus erizadas
cimas, los resplandores del poniente,
y en las aguas la roja llamarada
de los toldos de muelles y pensiones.
304
en que el enjambre de tus pensamientos
penetró en ella y se detuvo inquieto.
MAREA BAJA
305
Se alza en los terraplenes, sobre el túnel lejano
por donde el tren se entierra lentamente.
Y luego, de improviso, un rebaño lunar
viene a pacer los montes, invisible.
NUEVAS ESTANCIAS
306
asciende, lenta al techo una espiral de humo
que alfiles y caballos de ajedrez
contemplan con asombro; y se suceden
nuevos anillos, más volubles que
los de tus dedos.
EL RETORNO
Bocea ai Magra
Ved la bruma y el ábrego en las dunas
arenosas que vibran como lenguas
y allí, escondido por el borde incierto
o alzado en el vaivén de las espumas,
Duilio el barquero que, luchando asido
307
a los remos, navega; ved aquí
el penetrante aroma de los pinos que, limpio,
se dilata entre álamos y sauces,
los molinos de viento que hacen mover sus palas
y el sendero que sigue a las olas por entre la riada
terrosa,
cubriéndose de un moho venenoso de óvulos:
he aquí también aquellas escaleras
de caracol, melladas, que, enroscándose,
van hasta más allá de la veranda
en un hielo polícromo de ojivas,
y te están escuchando, nuestras viejas
escaleras, vibrando ante el zumbido
cuando desde la arquilla tú reiste,
ligera voz de zarabanda,
o cuando soplan las Erinias frías
sierpes de infierno, y un huracán de gritos
se aleja en las orillas; y he aquí el sol
que completa su curso y en las márgenes
del canto se diluye... He aquí tu mordedura
oscura de tarántula: estoy presto.
EUGENIO. MÓNTALE
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