Siete Poemas de Las Ocasiones 986619

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SIETE POEMAS DE «LAS OCASIONES»

CARNAVAL DE GERTI

Si la rueda se enreda en la maraña


de serpentinas y el caballo
entre la muchedumbre se encabrita,
si sobre tus cabellos y tus manos
cae como nieve un largo escalofrío
de arco iris fugaces o los niños
alzan sus quejumbrosas ocarinas
saludando tu paso y desde el puente
se deshojan los ecos ligeros sobre el río,
si se queda desierta la calle que te lleva
hacia un mundo insuflado en una trémula
burbuja de aire y luz donde saluda
tu gracia el sol—de nuevo has encontrado
tal vez la senda que esbozó un instante
el plomo derretido a media noche
cuando el año acabó tranquilo y sin disparos.

Y tú quieres ahora detenerte


donde un filtro desnuda los sonidos,
extrayendo de ellos los sonrientes y acres
humos que te componen el mañana:
buscas ahora el país donde el onagro
venga a morder terrones de azúcar en tus manos
y achaparrados árboles ofrezcan sus renuevos
milagrosos al pico de los pavos reales.
(Esta noche será tu carnaval
aún más triste que el mío, cerrada entre tus dones

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a los ausentes: carros de color
de rosoli, muñecos, arcabuces,
y pelotas de goma y utensilios
liliputienses de cocina: la urna
mostraba a cada amigo lejano ese momento
en que enero se abrió y en el silencio
se cumplió el sortilegio. ¿Es Carnaval,
o es que diciembre aún se demora? Pienso
que si tú haces girar la manecilla
del pequeño reloj que en la muñeca llevas,
todo se atrasará dentro de un prisma
descompuesto, babélico, de formas y colores...)

Y vendrá Navidad y el día de Año Nuevo


que vacía los cuarteles, trayéndote otra vez
a los amigos que hoy están dispersos,
y también volverá este carnaval
que ahora se nos escapa entre los muros
que ya se agrietan. ¿Pides
que alguien detenga el tiempo en el país
que en torno se dilata? Grandes alas
jaspeadas te rozan, los balcones
al aire libre exhiben delicadas muñecas
rubias, vivas, las palas de los molinos ruedan,
fijas sobre los charcos habladores.
¿Pides tú que retengan las campanas
de plata sobre el pueblo y el sonido
ronco de las palomas?
¿Pides tú las mañanas trepidantes
que en tus lejanas márgenes vibraban?

Cómo se vuelve todo arduo y extraño,


cuan imposible es todo, dices tú.
Tu vida está aquí abajo donde suenan,
retumbando sin tregua, las ruedas de los carros
y nada torna sino acaso en estos
desvíos de lo posible. Vuelve ahora
allí, entre los juguetes muertos, donde
hasta el morir se niega; y con el tiempo
que en tus pulsos palpita, devolviéndote
a la existencia,

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entre pesados muros que no se abren
al jadeante remolino humano,
vuelve al camino donde contigo voy muriendo,
aquel que marcó el plomo, al enfriarse,
a mis atardeceres, a ios tuyos:
vuelve a las primaveras que no florecen.

DORA MARKUS

Fue donde el puente de madera


lleva en Porto Corsini hacia alta mar
y, sin moverse apenas, unos hombres sumergen
o retiran sus redes. Con un gesto
tu mano señalaba, en la otra orilla
invisible, tu patria verdadera.
Después seguimos el canal hasta la dársena
de la ciudad, reluciente de hollín,
en el bajío donde se anegaba
la primavera inerte, sin memoria.

Y aquí, donde una antigua vida


se va irisando en una ansiedad suave
de Oriente, destellaban tus palabras
como escamas de trilla moribunda.

Tu inquietud me recuerda
a las aves de paso que chocan con los faros
en los atardeceres tempestuosos:
tu dulzura también es una tempestad,
brama y se agita sin dejarse ver
y sus ratos de calma aún son más raros.
No sé cómo resistes, extenuada,
en este lago
de indiferencia que es tu corazón; tal vez
te salva un amuleto que conservas
junto al lápiz de labios,
la polvera, la lima: un ratón blanco,
de marfil; ¡y así existes!

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Ahora en tu Carintia
de mirtos florecidos y de estanques,
inclinada hacia el borde tú vigilas
la carpa que, tímida, pica
o sigues en ¡os tilos, entre sus erizadas
cimas, los resplandores del poniente,
y en las aguas la roja llamarada
de los toldos de muelles y pensiones.

La tarde que se extiende


sobre la húmeda cuenca sólo trae,
con la palpitación de los motores,
el gemir de unas ocas,
y un interior de niveas mayólicas le cuenta
al espejo ya negro que te vio diferente
una historia de errores impasibles
y la deja grabada
donde la esponja no puede borrarla.

¡Tu leyenda, Dora!


Ahora está escrita ya, en esas miradas
de hombres que lucen, largas, sus patillas
altaneras y débiles en grandes
y dorados retratos, y retorna
a cada acorde que la rota armónica
va exhalando en la hora
que se oscurece, cada vez más tarde.

Allí está escrita. Dura en su verdor


el perenne laurel de la cocina,
la voz no cambia, Revena está lejos,
una fe atroz destila su veneno.
¿Qué pretende de ti? No se ceden
voz, leyenda o destino...
Pero ya es tarde, cada vez más tarde.

LA CASA DE LOS CARABINEROS

No recuerdas la casa de los carabineros


sobre el cantil que a pico desciende a la escollera.
Desolada te aguarda desde el anochecer

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en que el enjambre de tus pensamientos
penetró en ella y se detuvo inquieto.

Desde entonces el ábrego bate los viejos muros


y tu risa ha perdido su tintineo alegre:
la enloquecida brújula se mueve a la deriva
y los dados dejaron de mostrarse propicios.
Tú no recuerdas ya; otro tiempo distrae
tu memoria; un hilo se devana.

Aún sostengo un extremo de ese hilo; mas la casa se aleja


y( en lo alto del tejado, la veleta,
negra de humo, gira sin piedad.
Yo sostengo un extremo; pero tú quedas sola
y no respiras ya en la oscuridad.

¡Oh el horizonte en fuga, donde


brilla de tarde en tarde la luz de un petrolero!
¿Es éste el paso? (Hierve de nuevo el oleaje
contra las rocas que se desmoronan...)
Tú no recuerdas ya la casa de esa noche
que fue mía. Y yo no sé quién parte y quién se queda.

MAREA BAJA

Tardes de griteríos, cuando oscila


el columpio en la pérgola de antaño
y un oscuro vapor oculta apenas
la superficie inmóvil de la mar.

Ya no más aquel tiempo. Ahora cruzan el muro


raudos vuelos oblicuos, todo se desmorona
sin cesar y se pierde en la escarpada orilla
hasta el escollo que por vez primera
te llevó hacia las olas.

Y con el soplo de la primavera


va ¡legando una lúgubre resaca
de existencias tragadas; y en la tarde,
enredadera negra, tan sólo tu recuerdo
se enrosca y se defiende.

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Se alza en los terraplenes, sobre el túnel lejano
por donde el tren se entierra lentamente.
Y luego, de improviso, un rebaño lunar
viene a pacer los montes, invisible.

PUNTA DEL MESCO

En el cielo de la cantera, surcado al alba


por las perdices en su recto vuelo,
se enternecía el humo de los barrenos, iba
subiendo lentamente las laderas abruptas.
Del espolón de una goleta se lanzaron,
trompeteras calladas, las ondinas
y, rápidas, se hundieron en la espuma
que tu paso rozaba.

Vuelvo a ver el sendero que un día recorrí


igual que un perro inquieto; va lamiendo las olas,
asciende entre las rocas y acá y allá lo borran
pajas dispersas. Todo sigue igual.
En la grava mojada brama el eco
del aguacero. Brilla húmedo el sol
sobre los fatigados miembros de los canteros
que, encorvados, golpean con el martilló.

Mascarones de proa que vuelven a surgir


trayéndome algo tuyo. Una barrena
graba en la roca el corazón —estalla en torno
un estruendo más fuerte. Avanzo a tientas
en la humareda, mas de nuevo veo:
vuelven a mí tus raros gestos
y el rostro que amanece en el alféizar,
¡vuelve a mí tu niñez hecha pedazos
por las detonaciones!

NUEVAS ESTANCIAS

Ahora que, a un gesto tuyo,


ya las últimas hebras de tabaco
se apagan en el plato de cristal,

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asciende, lenta al techo una espiral de humo
que alfiles y caballos de ajedrez
contemplan con asombro; y se suceden
nuevos anillos, más volubles que
los de tus dedos.

El espejismo que en el cielo torres


y puentes liberaba ha desaparecido
al primer soplo; se abre la ventana
invisible y el humo se alborota.
Otro tropel se mueve al fondo: un aquelarre
de hombres que ignoran este incienso tuyo,
en el tablero de ajedrez cuyo sentido
sólo tú puedes componer.

Yo dudé un tiempo si tú misma acaso


desconocías el juego que se libra
en las casillas y ahora retumba ante tus puertas:
no basta ya el fulgor de tu mirada,
la locura de muerte no se aplaca a ese precio,
mas requiere otros fuegos,
tras las densas cortinas que fomenta
por ti el dios del azar, cuando está en vela.

Al fin sé lo que quieres: débilmente


suena la Martinella *
y a su toque las piezas de marfil
se llenan de terror en una luz
espectral de nevero. Mas resiste
y gana el premio de la solitaria vigilia
el que al espejo ustorio que ciega los peones
puede oponer contigo tu mirada de acero.

EL RETORNO
Bocea ai Magra
Ved la bruma y el ábrego en las dunas
arenosas que vibran como lenguas
y allí, escondido por el borde incierto
o alzado en el vaivén de las espumas,
Duilio el barquero que, luchando asido

* Campana del Palazzo Vecchio, en Florencia.

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a los remos, navega; ved aquí
el penetrante aroma de los pinos que, limpio,
se dilata entre álamos y sauces,
los molinos de viento que hacen mover sus palas
y el sendero que sigue a las olas por entre la riada
terrosa,
cubriéndose de un moho venenoso de óvulos:
he aquí también aquellas escaleras
de caracol, melladas, que, enroscándose,
van hasta más allá de la veranda
en un hielo polícromo de ojivas,
y te están escuchando, nuestras viejas
escaleras, vibrando ante el zumbido
cuando desde la arquilla tú reiste,
ligera voz de zarabanda,
o cuando soplan las Erinias frías
sierpes de infierno, y un huracán de gritos
se aleja en las orillas; y he aquí el sol
que completa su curso y en las márgenes
del canto se diluye... He aquí tu mordedura
oscura de tarántula: estoy presto.

EUGENIO. MÓNTALE

(Traducción de Carlos Sahagún.)

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