HELDER (1994) El Guadal

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D. G.

Helder

El guadal
1989-1993

Libros de Tierra Firme


Buenos Aires – 1994
a Emilio Torti

2
poneme en una tierra estéril
donde ningún árbol reviva con la brisa estival
porque las nieblas hostiles de Júpiter
ahí se estacionan

poneme donde el carro del sol pase más cerca


y no haya nadie que se anime a vivir:
seguiré amando a mi Lálage
la de dulce risa dulce voz

3
Supermercado Makro

No es cierto que la emoción perdure.


Más chance de perdurar tiene la decepción,
pero tampoco. Esto es un puente,
cuando todavía no es de noche
de aquel lado parpadea un letrero de neón.
Hay una playa de estacionamiento,
unos pocos autos, una cúpula de hierro.
Se corta el chorro de mucosa que lanzaba
un canalón desde lo alto a un pozo;
suena ahora un silbato, ya no suena.
Las fases de la luna era el tema cuando entramos
hace un rato a una iglesia que se impone
por altura y estilo a las barracas del sur;
bajamos a la cripta donde ardía un mechero
y en los vitrales tocados por la última luz
nos pareció ver que un rostro
a punto de asomar se disipaba.
Así también, sobre estas negras aguas drogadas
ningún espíritu puede agitarse
ni descollar entre nubes el reflejo
de las siluetas que cruzan el puente.
No hay, por genuina que sea,
entre las torres de hormigón que allá en el fondo
suben al cielo, impávidas, una sola
que el roce de un ala no pueda derribar.

4
Yace

Un bel morir tutta la vita onora,


Lo the fair dead!

Petrarca super Pound, 1989.

No hay, acá no veo, un pedazo de madera


nunca va a enceguecer; ojos de carne
y cáscaras de huevo –acá no veo–;
el viento se basta con el dolor de las hojas
y la puerta del altillo que golpea
mal cerrada; acá no hay
sino ver y desear, no veo
sino morir con deseo.

Pero borrar de la mente las opiniones vacías, tus esperanzas


sin apoyo, los prejuicios, titubeos,
los cálculos tentativos y otras materias
igualmente vagas o falaces supondría
dejar la mente en blanco, blanca, una cáscara de huevo,
pobre cosa hundida en un viento de campanario,
la liebre entre los helechos de la luna
acurrucada en una cuenca seca.

Si hay imágenes, ¿por qué hay memoria?


¿Quién levantó para el sol
una carpa en el mar?
La boca de la chica
que yace en el matorral, que yace
en el lecho de la zanja
dormida, y es picada
por las moscas, mordida
en los pies por ratas del agua
yo la vi, vi la boca, los pies
y no pensé, di vuelta la hoja,
no pensé y volví atrás, cerré los ojos
ante el viento sin vida que pasaba
por encima de la zanja
barriendo el matorral.

La canción de amor
que fluyera detenida
en cada palabra
y que nadie conociera
ni llegase a oír,
esa que el día desnudo
a la noche cantaría
y la noche al otro día,

5
no, es imposible ahora:
las cuerdas flojas apenas vibran
y hay flores pisadas, pasto pisoteado
formando un camino, los murciélagos
revuelan en la pantalla sin chistar
y atrás de la ruta un poblado y arriba
la luna cuelga en un lazo de niebla.

Ya sin hambre ni sed, a medias oculta


por la maleza, el cuello reclinado
en el zócalo de la zanja
para que así la descubra el día
y con el rocío sea reparada,
los ojos en blanco,
yace.

6
La retirada

Sed, lembranza y vaciedad; el espectro del invierno


con barro de zanja cristalizado en las rodillas,
aguas oscuras por el desagüe a borbotones.
En sueños con nubes alguien te dice: discordia,
piedras menudas, casi añicos, arenas
que atascan las ruedas de un auto abandonado
contra una de las cuales mea el perro del guardián,
hueso viejo y sin sabor en las cenizas de un brasero.
Las torres de la usina, grúas de los diques que apuntalan
en ruinas un ángulo del cielo, entre barracas de ladrillo
y calles que convergen sin bulla hacia el riacho.
Es raro ver los sauces quietos, ramas buidas y quietas
a las que llega el aria viuda de un zorzal desde un instante
ya vivido; espumas grasa mesa los pastos orilleros
y hay huellas de un bulto llevado a la rastra que
grave, junto a otros desperdicios, entre pilotes
de lo que fuera un muelle, ahora flota hinchado.
Nada de viento y nadie que se mueva, toses de quién
en un manchón de niebla pardoazulada
cuando un poco de agitación a lo largo de esta calle
a la que asoman areneras y desarmaderos
haría la ocasión de emprender la retirada.

7
Cuando el balde sube chirría la roldana

................................................................
que los vivos desentierren a los muertos
para ocupar su lugar. Yo qué sé,
en todas las ciudades hay, todavía,
junto a las vías del tren y desde muy
temprano, llamas de fuego real temblando
abajo de ollas quemadas.
Si uno se fija bien
al cabo de un rato no encuentra mucho
que justifique su atención.
Los huesos casi rompiendo la piel del pardo
que empuja la pala en un mogote
de tierra fresca. Una venus en cuclillas,
el pelo atado así nomás,
echando de su lado a un perro.
Nada. El tren de las siete, sacudidas
de viento entre la hierba novata
y una chapa que suena como un gong.

8
Una vida antigua y dispersa

Ramas de cualquier árbol seco, secas


para sostén de zarzas que incubaron
todo el verano unas bayas rojas;
tan incapaces de sacarse
el parásito de encima como yo de la mente
una ronda de caranchos bajo el cielo
amarillo café. Te quiero decir,
por Santa Magdalena llegué a este puente
que pide PRECAUCION
VELOC. MAX. 5 KM para ver, bajo su arco
delicadamente ensamblado, en el atardecer,
dónde la mugre alcanza su apoteosis.
Atrás de un hato de casuchas y árboles
achaparrados, en el engrudo de esa orilla
amasado con limo y jabón, brea, cromo,
cenizas de plástico y piedra carbonizada
que junto al agua bofe convergen
hacia el negro más puro.
Prueba de la unión en la
separación, no tanto porque otras veces esta misma
gleba estéril nos sirvió para remontarnos
más allá de la dureza y la sed
como por sentir que una vida antigua y dispersa
se recoge en un haz y vuelve a tocarme.
Llega el ruido a fricción de la marmolería,
su torre octogonal con una suerte de
belvedere al que no se asoma nadie para ver
las ruinas del aserradero, esos fierros,
vidrios rotos y ladrillos que se ciernen
como los hongos en la raíz podrida
en torno a un punto de mala conciencia.

9
Atrás de una lavandería

Qué tengo yo que ver con eso.


Qué tiene que ver eso conmigo.
Es el patio de atrás de una lavandería
un jueves o viernes de esta semana
o de la semana que pasó, los bultos
de ropa sucia amontonados bajo el alero
y si anda cerca de ahí un zorzal
por melodioso que sea en una rama mocha
cuando el otoño acoge a las enamoradas
del sudor, qué importa, un perro
que alza la pata para mear las rejas
y luego se rasca con otra pata el cuello
como el más crápula de los vertebrados
me pone ante evidencias de tipo superior.
Es más, mientras la fiebre de las yemas
cede o sube y el eco de estaciones lecheras
gira con sus aspas en el agua de lluvia,
un cielo que hasta recién no había notado
se funde con ojos que dicen no puedo quedarme.

10
Un paredón que tape esta basura

retenida por la fuerza de una mente que se extingue


y es cada vez más densa y se fagocita
–tabiques de cartón y tablas, palos de escoba,
corrales con pavos plebeyos y perros
que caminan torcido, sillas desfondadas, toldos,
techos de chapa y encima, para que no se vuelen,
de la gama de lo inútil lo más pesado:
caños de plomo, fierros, adoquines,
nada de dioses tutelares sino escarcha
lamiendo las pisadas, el barro, etc.

La calle que rodea el caserío


sucia y no podría estar más poceada
ni el mataco de cuello y dedos cortos,
hábitos de rumiante y de oficio cartonero,
tararea con el swing de los rapsodas mientras hace
crujir como una rótula la puerta y, entrando,
deja que salgan los pollos.

El tren cruza necesariamente el puente,


cinco toques de campana no significan gran cosa.
Junto al cielo barcino, pardo y blanco
el pasto cicatriza la pista rastrillada;
toda pretensión de certidumbre tiene el destino
de las gotas que caen desde un alto inútil
alambique en un tambor de aceite.

11
Cuerpos de todos los tamaños
por donde corre la misma sangre

Mil novecientos ochenta y nueve agujeros


que hacen del rancho un colador
para que el clima de las cuatro estaciones
se suceda en concierto por el único ambiente
sin necesidad de ventanas. Recién despierto,
acodado en las mantas Lescano barre con la vista
los cuerpos tendidos de la madre, la esposa,
un cuñado, las hijas que son tres
más los dos perros que, sin contar el loro,
ascienden al número de ocho como víctimas
de una masacre de la cual, en estado de ebriedad,
él pudo haber sido el agente; pero no se acuerda
de nada y el flequillo sobre los ojos
le da un aspecto de pony tardíamente alfabetizado.

12
La balada de los reducidores

Qué necesidad tenía nadie


en víspera de unos días que se trenzaban
como tallos en cuya ascensión
las hojas iban perdiendo peso y color
hasta casi flotar en la extrema transparencia, digo
qué necesidad tenía nadie de exhumar
de bajo una valla de piedras y detritus el verano.
El lomo de la rata entre los escombros se escabullía
y las ramas de la poda, un esqueleto de paraguas;
qué necesidad tenía nadie de mecer
con la punta del pie y riesgo para su vida
ese amasijo felpudo que en un cajón de fruta
entre papeles de diario y plumas pardas
blandía como unas pinzas de alacrán.
Y el viento en todo y siempre, el alambrado vencido
y junto a las vías muertas flores de sapo sobadas
por una luz rastrera, nubes cinerarias rezumando
agrio vino de orujo sobre casitas mampuestas
y la chatarra de los reducidores,
agujas y hojas que se abrazan al tallo.

13
Canción surera

Puente de la Noria, humo de una quema.


El agua morcilla remontan las nubes hacia La Matanza,
pasto espurio y piedras y viento al rastrón.
Los poceros vuelven con palas al hombro a la hora del tero,
trota corto un chancho junto a la cañada.
Sorda por la tuba una curtiembre
depone entre juncos de un verdor sulfuro,
y hay flores tan grasas que a sus pies el barro
no parece negro. Un boquete en el muro,
perros lengua afuera de cirujas que tumbados
abajo del carro amansan las ortigas,
brilla una botella en el pescante
como en un altar. Y el matungo que martilla
cada tanto con la pata el suelo,
ralentando, marca así el compás al coro
de todo lo que el viento hace sonar
en una legua a la redonda.

14
Cerámica Verbano y alrededores

Sobre moldes de yeso rotos y pedazos


de porcelana, platos, pocillos de loza fallados
cubriendo una media hectárea sin alambrar

eso, no sé qué, un trance de pálida gracia


o lo que haya sido, fugaz, con una basurita
que me entró en un ojo, palpitó

haciendo que brillaran como costras desprendidas


de un cielo marchito, entre cascotes y malezas
que a su manera también brillaron

y palpitó irisando una estela a lo largo del olivar


para enseguida recaer sobre unas cuantas casillas
apiñadas en el limo de la barranca

bah, un pestañeo, un mero lance de luz


del que a pedazos de cerámica, árboles y chapas
y ladrillos flojos no les costó nada escabullirse.

15
8 de la mañana en el viaducto

Las flores del membrillo abiertas


en el cielo de Piscis, un tejido de alambre
para incipientes rayos verde rosa
que no buscan un tope sino
la resistencia, casi nula,
de pistilos y estambres o de hojas
coladas por mandíbulas de oruga.
Y trenes. Pero no más trenes
de los que puede soñar un maquinista
vendado ante dos filas de cuarenta
fusileros cada una.
Esas luces en el barrio inglés
que quedaron prendidas toda la noche,
los pedazos de botellas en el murallón
y plátanos en débil contoneo
cuando suena la sirena.
Una valva de almeja
debió servir de molde a esas nubes
que se disputan un lugar de privilegio
cerca del sol.

16
Predio elegido para plantar un bosque

Malezas fúnebres a orillas del Ludueña,


barro engrasado, humo de carne y carbón ensuciando
las banderas del Autódromo, y distante
un horizonte amurallado de monoblocs,
guiños de luces y pantallas bajo las nubes fregonas.
Y los sauces plantados por la Fundación Lamas
el 23/6/91 con la presencia de concejales, diputados
más un cura que saltó la cuneta para bendecir
con mano flácida el monolito en cuya placa
se lee FLVMINA AMEM SILVASQUE INGLORIVS,
“que ame yo los ríos y los bosques
por más que muera sin gloria”.

17
En una chacra de Armstrong

Amigos de una tarde de calor


cuando abajo de la parra la cerveza
nos hervía en las venas y había
casi nada por hacer, del pozo
llegaba un vaho de agua podrida
y el relámpago nervioso en el anca de un caballo
nos daba el espectáculo que el cielo nos debía:
esa tarde sin aire y sin movimiento
que parecía una piedra atascando el engranaje
también pasó, luego
todo pasa.

18
El genio del lugar

No hay árboles más verdaderos


que estos árboles del paraíso
ni tierra firme como mi cabeza.
El viento se queda entre las ramas
y abajo el camino abierto por las hormigas
está vacío, se ven colonias de tréboles,
hongos de copa blanca y musgo
dilatando praderas en miniatura.
Un reguero de agua viene a morir
donde hay mosquitas saqueando
restos de pulpa en un carozo oscuro.
Y aparte, en el claro, como una primadonna
que se ajustara al rol de virgen doliente,
la bomba gotea cada veinte segundos.

19
Un barrio periférico de una ciudad más de mil
kilómetros al sur de la capital, agosto de 1991.

Las casas bajas, precarias, la capilla


a medio alzar y sin cruz, los palos y alambres,
el bosque de pinos raquíticos cuya cresta
era traída por la luz, junto al resto,
desde más allá del empalme de rutas
a tu ventana del Purgatorio, abierta
sobre un camino árido como únicamente
puede ser árido un camino de tierra.

20
En el campo de los Arocena

Y a la vuelta del granero, tres ratas de oscuro y húmedo pelambre, rudas,


ojos de confite, salen despedidas por la boca de un desagüe, una atrás de
otra, como por un recto. Hace apenas un instante, sus patitas apuradas en la
cañería rat rat rat, rat rat. Y al dar la cara chillan de codicia –entre las tres
un sólo chillido, corto, agudo y ascendente, dirigido a nadie.
Diógenes descalzo no hubiera pisado este potrero sin
compadecerlas, chapuceras de cloaca entre caldos fecales robando el grano
a las gallinas, qué más, cavando túneles con su pezuñas de sirvienta, y de
noche silbando para medir el tiempo que las despabila, ennegrecido. Pero
todavía hay luz y envueltas en su propio vaho de peste se las ve correr en
dirección al molino, donde un cúmulo de malvas arbóreas recibe la
descarga de una nube de polvo.
Aspas quietas en el fin de semana esperando lluvia. En el tanque
australiano, las hojas se pudren en el agua abombada. Una camioneta por el
camino de los plátanos, el verde seco, el ocre y la monotonía de las
plantaciones, más nubes de borra en lento desplazamiento comprimido. Y si
se vuelve los ojos, una tras otra ensartadas en un hilo de mofa trepan al
penacho de una palmera; el tronco está enredado de tallos de hiedra, los
cabos truncos de hojas caídas parecen estacas.

21
Dale, dale, la mano que sostiene en lo alto la linterna...

Dale, dale, la mano que sostiene en lo alto la linterna


empieza a aflojar, es ahora, da dos pasos, uno, dos, tus primeros
sigilosos pasos en la arena del otoño, uno más y ya son tres,
quitando esos pinos de alas caídas verías
la casa en la loma y vaquitas tascando
el forraje en la hondonada, sí
pero para qué, los pinos no pueden correrse de ahí
ni la luz cebarse en otra especie más pía,
dale, con el taco marcando la arena, el pasto que invade la arena
desde abajo, y a no buscar auxilio en las estrellas esterlinas
que hacen su negocio sobre los techos herrumbrados,
dale, hasta que sola en un palo encogida de hombros la rabona
garza bruja con un cuac pelado corte el viento
nadie va a salir a buscarte, pensando si estás vivo o qué.

22
El Carcarañá

es este que pasa royendo el hueso de la barranca


rápido, encajonado en una muesca del paisaje
ante las nubes ovinas desde todo
punto de vista. Y esto es un camping, se paga
tanto por un lote donde clavar la carpa y tanto
por cada miembro de la familia o del grupo.
A nadie se le ocurre venir a suicidarse acá:
aunque lograra eludir a los curiosos
lo que seguro no podría es espantar las moscas;
en cuanto a esos perros de mirada estrábica
que se la pasan merodeando los tachos de basura
nada les costaría menos que comportarse
como auténticos chacales.

23
Peluquería de extramuros

Era, nomás, por pasar cerca del puente


–y ver que el puente seguía estando
aunque el tren ya no pasara– y enseguida
ir bordeando, del brazo, el Atlético Sparta,
cruzar después la zanja donde, dele sacar
caracoles del agua con una media,
un día, intacta, descubrí entre los yuyos
la cabeza de perro, que a los treinta años
–más un hermano, ahora, que un hijo–
me ofrecí, por calles de tierra,
a ir con mamá hasta la peluquería.

24
A unas ruinas junto al río Paraná

Por que tengamos ruinas y la ciudad


pueda mostrarse más antigua y venerable
se emprendió años atrás las construcción
de un magno y apócrifo colegio que,
salvo en maqueta, ni nuestros hijos
van a ver terminado. Columnas
de proporciones colosales, galerías,
rampas y escalinatas, el piso de los baños,
paredes sin revocar de aulas inciertas,
arcadas y balcones, allá las gradas vacías
de un anfiteatro, la biblioteca y demás
dependencias que hoy, a 3 días de julio
de 1990, luego que uno de esos temporales
de agua y tierra lo emporcaran todo, lucen
junto al río y bajo un cielo de borra
como estragos que por envidia las estrellas
demandaron al tiempo.

25
In memory of Jane

Cementerio de Disidentes
Rosario, enero de 1994.

El aire que baja de los enebros


en la sombra esparciendo encajes de luz
cuando chasquean tus tres últimas pisadas
en la senda que termina junto al muro.

El corazón de Jane sigue latiendo


entre dos losas cinco centímetros separadas
habiendo elegido, para reencarnar,
un colmena esta mañana en pleno dinamismo.

Jane, beloved wife of Edward Granwell


and widow of the late Peter Keller,
tus obreras no me dejan acercar y hay palabras
bajo el musgo que de lejos no se entienden.

26
La vez que alguien me habló de agujeros negros...

La vez que alguien me habló de agujeros negros,


estrellas cuya fuerza de gravedad es tanta
que absorben su propia luz, y por eso no vemos brillar,
pensé en un par de zapatos que había visto
abandonados en el anfiteatro: sucios, deformes,
uno sobre una grada, otro en la de más arriba
tal como si alguien los tuviera puestos
y fuera desde el podio en dirección a los vestuarios.
Y ahora de paso por la costanera cuando veo
los aviones desmantelados rodeando el edificio
del Museo Aeronáutico, tan pesados en apariencia
que cuesta creer hayan podido despegar,
agujeros y zapatos vuelven a mí, ya indistintos
como las caras de una moneda que gira en el aire.

27
Ante la Iglesia Ortodoxa Rusa

Dos, tres, cuatro cúpulas,


otra al medio y más grande, más alta
y las cinco azules, rematadas por cruces de fierro.
Si fuera de día sería verdad que brillan
colgando como gotas de las puntas
de cinco ramas negras. Y esto sería un paseo,
no la fuga en la noche de una yunta
perseguida por sus colmillos y la piel.
El tiempo de husmear, escarbar, llevarse
tallos blandos y brotes a la boca
pasó; ya no es posible detenerse y esperar
con ojos frágiles que brillen en la sombra
a que se dé la conjunción de la más alta
de las cruces con la luna.

28
En el baño del Británico

Siempre la misma palabra, el mismo par


de sílabas en las paredes y las puertas,
y el nombre de pila del pobre Verlaine ahora
usado para suscribir La banana no tiene
carozo ni semilla... por eso me la como,

el goteo de una canilla, la puerta reba-


tible dejando pasar a un pelado con polainas
o algo así, los tres de allá más estos dos
orinales de diseño escafandra ante los cuales
rige el secreto de confesión, y cuando

el chorro ambarino menguante al fin se corta


nada: ojos sin brillo de cirujano amagan
aplastados en la cara de un tercero que
si quisiera te podría yugular, las piernas
no por eso aflojan ni la mano deja de sacudir.

29
CASA FUNDADA EN EL ANO 898

y que ahora, comidos el uno y la tilde


por la lepra de casi un siglo,
desaparece en una ráfaga. Las gotas
oscuras estallan en el parabrisas
y nace arriba, entre los árboles y molduras,
un prematuro anochecer. En otra vida
quién sabe si el taxista y yo
no fuimos cuñados, o él el padre
yo el hijo que soñaba con matarlo,
donante y receptor de un órgano,
socios en una sastrería, en fin.
La medalla que cuelga de un hilo
atado al espejo retrovisor
hipnótica oscila como el péndulo
de este cuarto de hora acorralados
por obra de la lluvia.

30
Un amante de la comedia humana no debería
hacer pactos de pudor con sus semejantes

A mí dame las nubes, ellos


pueden quedarse con el viento
ahora sin nada que empujar.
El grito del afilador, las hojas curtidas
de enero y febrero y todos los demás
sonidos humillados. Ves la lluvia
cómo a ratos pierde fuerza
sobre el capot de un auto que pasa.
Hombres nacidos del mismo parto
estorbándose unos con otros
por la escalera mojada
hacia los cuatro molinetes del subte.
Alejarse y morir en un segundo.
Y hay palomas que se pisan y zurean
en una cornisa de la Concepción
sucia de hollín, esos metecos
refugiados en el atrio
para con dedos cuarteados trenzarse
en discusiones de tortuga.
Y la florista que arma el ramo
según se le indicó, tan parca,
tijeras en mano tzac tzac casi maníaco.
Hasta un robot pondría más sentimiento
tratándose de simples tallos.

31
El corralón de Bolívar y Uspallata

ASFALTO CLAVOS CERAMICAS CANTO RODADO TEJAS


HIERROS PIEDRA PARTIDA ARENA CASCOTE YESO CAL
CEMENTO ALAMBRE LECA BALDOSA LADRILLO LASCA
Y TODO LO NECESARIO PARA LA CONSTRUCCION
.........................................................................................
.........................................................................................
teniendo la cruz por cama, ni pasar la noche
sin conocer el vado. Además, qué sentido tiene renegar
ciego como un caballo en el guadal
si puede evitarse. Una voz de auxilio suena
ahilada como viento sobre los cables y las ramas;
el que la oye se da vuelta para ver, junto a luces
que brillan separadas entre sí millones de años,
la media luna y el perfil de la veleta
nítidos en lo alto como piezas de un blasón.

32
Legado de La Boca, Sept. de 1992

Te dejo a pocas cuadras de acá


para cuando te haga falta
la espada en el frontis rajado
de la barraca homónima
Salida como de la baraja española
para erguirse frente a un río
de salsa de soja es verde
desde el pomo hasta la punta

Y que vuelvan a tocar y vuelva


a oírse en el aire del sur
anunciando el comienzo y el fin
de las tareas de ese día la campana
de la Fábrica Argentina de Alpargatas
fundida en la Westburn Foundry
de Arbroath (Scotland) con la inscripción
“Douglas Frazer 1804-1868”

33
En una mesa del Véspero

La orquídea es la flor
de los eruditos de la China;
en su mes de vida, mariposas
abejas y pájaros-mosca
se encargan de la polinización.
Más allá del vapor y del vidrio
anestesiados bajan las escaleras
los estudiantes de medicina.
Y ahora que la cabeza encuentra
en una mano su pedestal, los ojos
repasan de memoria el ballet
de la borra en el hueco tibio,
la cuchara, el cisne del asa
y el aro de espuma seca
en la pared de loza.
Haría falta una Virgen
para un milagro.

34
Hospital Municipal

Antes de que amanezca y todavía


sin desayunar, ramas de pino que repelen
en la ventana cada embate de lluvia,
las muestras de orina en frascos de mayonesa.
Acá la luz no juega ningún papel.
Y cuatro marcas de óxido en el piso
cuando entre dos enfermeras empujan
la mesita de hierro.

35
Estación Pasteur

No es en el infierno
del que no sabemos nada
donde estas hojas arden verdes
y no es a un río del infierno
sino al cauce sucio
de grasa y ceniza
que las vemos caer
y al caer extinguirse
todas de la misma rama.

36
El Mausoleo de Rivadavia en Plaza Miserere

Árido y mufado bajo un cielo sin aristas


el enano culón de los ojos hundidos
que apoyando un bracito en el escudo nacional
custodia en lo alto la verja y tiene
aire de gárgola posada en el dintel.

Testigo de esta y de otras tardes


que muertas se estrujan todas en el mismo fardo
para tasar en bloque el pálido sepulcro
y lo que bulle en torno apenas debe
girar el cuello como una lechuza.

Los dioses lo bendijeron con la sordera


y el resultado es que en nada interfieren su visión
las loas del predicador evangelista
fugando de un coro de pífanos con panderetas
y rasguidos de guitarra que se lleva el viento.

37
Mediodía cualquiera en el Cementerio de Flores

De las dos mil quinientas combinaciones posibles


que admiten dos letras A, dos L, dos M y dos N
–muchas de las cuales son apenas pronunciables–
la que preside esculpida debajo de 1888
el frontis del panteón más sobrio del oeste

es, si no la única, la mejor indicada para figurar


entre palmeras enanas cuyos retoños troncales
se agitan como aletas en vías de adquirir, con el tiempo,
fuerza suficiente para arrancar de cuajo el panteón
y llevarse al cielo al señor y la señora Mallmann.

38
El ornitorrinco

Negado por la naturaleza como sin duda


lo hubiera querido hacer su padre, vuelve a estornudar,
mezcla de varias especies que tras disputarse el predominio
se dieron todas por vencidas, abandonando el terreno.
Con varas de nardo su genio personal
debe estar haciéndole cosquillas en la nuca
para que sonría así, estirando dos labios de camello
por debajo de un objeto nasal de neto corte papú.
El cuello deprimido, nada de pelo sino pelusas de fruta,
dedos aporcados sobre un vientre de botella y zambo
para que a ojo el diseño no carezca de una base
acorde al ángulo cerrado de los hombros,
grogui de pie en el sol sigue con ojos pisciformes
los aleteos de una docena de paseriformes
tomando baños de polvo y pío pío.
Te digo que si un cagatinta quisiera, con un bollo de papel
desde cualquiera de las ventanas del Ministerio,
probar puntería en su mollera rosada
ya no podría: un viejo cuyo cutis se parece
al hollejo de la uva cuando la pulpa es expulsada
con semilla y todo por la boca, violentamente,
ahora está parado adelante de él
y con un pañuelo que saca del bolsillo
le aprieta la nariz diciéndole sonate.

39
A un doble involuntario de Marcelo Mastroianni, i. m.

Por tu querida presencia, Marcello, en horas vacías,


mesas blancas de la vereda del Astral en noches
que a lo largo de una pista llana y sin accidentes
se repetían, reflejándose en la vidriera,
como los taxis vacíos por la calle
que declina hacia la plenitud del tiempo...
Nada que decir, nada que pensar, tres ardillas
trotando sin solución dentro de un cilindro,
era lógico que tu presencia, en ausencia del modelo,
fuera el centro de nuestra atención vacía.

Dado un sistema postmortem de tres plantas


no te hago, al menos por la higiene de puños y solapas,
más que en la de arriba, y siempre alternando con el barman,
impasible tras tus cristales verde oscuro y comprendiendo
tan cabalmente eso de que “no somos nada”
que no te importa ser tomado por otro. Así que
no te olvides de nosotros, Marcello, los vacíos
Sócrates, Platón y Aristóteles,
ahora que tu lengua prueba la ambrosía
de una copa que siempre está llena.

40
Una advertencia

Una alambrada donde se cruzan


tallos de distintas zarzas y unas pocas
cañas emergen con sus penachos entre flores
acampanadas, tampoco muchas, de un color
que remeda al lila, pero que es silvestre.

Hay un grupo de estatuas entre los arbustos


del que la niebla apenas perdona las cabezas.
A ratos se alzan voces de gaviotas y un gas
como de harinas en putrefacción que se dilata,
y a cada oleada sigue otra más picante.

Una advertencia a los que crucen este parque


y restando poder a la humedad y al suelo
quieran hacer un alto para atarse los cordones,
prender un cigarrillo, fumarlo, cualquier cosa:
acá los pies echan raíz al menor signo de parálisis

y ya las rodillas se ponen rígidas, la boca


es cerrada por una corteza que sube, áspera,
desde los hombros y el tórax; manotear algo
a qué aferrarse no sirve de nada: los brazos
flexibles se tuercen en troncos que se ramifican

y borrando toda huella de una vida pasada


de miles de brotes en silencio rápido
salen las primeras hojas.

41
La carta abajo del sapo

El sapo común, que con la lengua caza los bichos al vuelo


y salta, chueco, trillando los yuyos tórridos y espoleando
las sombras, pardo, noctámbulo, bufón de la zanja,
debe sin duda su aspecto al sapo singular
del mundo de los arquetipos, que brinca sin hambre ni sed
por la vegetación inmóvil de un jardín modelo
conservado en un clima ideal.

Muy bien, pero el sapo pisapapeles, que no tiene lengua,


no tiene hábitos, voz ni verrugas y además de anuro es capón,
¿a cuál debe el suyo?, ¿o al debérselo a uno lo debe
también al otro?, ¿o no debe su aspecto a uno ni a otro
y se lo debe a un arquetipo diferente?

Como sea, debajo de sus patas de jaspe hay una carta


que acabo de escribir y es movida por la brisa del ventilador;
siendo que no hablo de nada o hablo de cualquier cosa
nadie o cualquiera puede ser su destinatario,
aunque lo más probable es que no vaya al buzón
sino al cesto, donde hay más de la misma especie.

42
El garage de Rembrandt

La calle está revuelta y sucia,


ramas que se frotan como espadas
a la altura de cornisas y balcones
donde la lluvia se resume
en un mínimo de luz, de gris sucio
y en un chisporroteo como de aceite frito.
Se ve la mala maniobra de un camión
frigorífico, la puerta de atrás que se abre.
Una media res colgando del travesaño
oscila, sola, a la vista de la gente.
Y habría que pensar que no la llevan
a la carnicería, sino al garage
donde montó su atelier un naturalista
tardío, un futuro nuevo Rembrandt
que a esta hora de la madrugada
debe estar limpiando los pinceles
en la manga de su camisa
–libros viejos ocupando la escalera
que sube a una puerta clausurada,
debajo una mesita con pomos
estrujados y porrones de ginebra,
trapos, viandas frías y restos de café
en tazas que ahora usa de cenicero.

43
No clarea y ya se oyen cacareos...

No clarea y ya se oyen cacareos.


De nuevo lo mismo, lo que ayer era mañana
ahora es hoy, mañana lo que es hoy
va a ser ayer y así siempre.
El que está descalzo, en la cocina,
y arranca una hoja al almanaque
recién pensaba en sueños que estaba muerto,
eso dicen las viejas alarga la vida.
Espinas, hojas, flores blancas picadas
de púrpura entre las ramas del limonero
donde tiene su parada Rufo el zorzal
–ahora no, pero ya vamos a hablar
de cuando en una vida suya anterior
pretendió valerse de la rivalidad
entre César y Pompeyo. Muy bien,
digamos que una brisa sacude todo eso,
incluso los limones que por descuido
faltó apuntar más arriba
entre espinas y hojas.

44
Philishave

Hace un rato, descalzo, en ayunas,


cumpliendo con un rito que hasta hoy
no inspiró una sola idea positiva a nadie
sino más bien la náusea y la fobia tempranas
que hacen decir frente a un espejo
“ese soy yo, esos dientes son míos,
la lengua una sardina amarga, esos pocos
pelos de ángel van en vías de extinción”,
me sorprendí pensando que la afeitadora
podía darme una descarga, que la descarga
bien podía ser fatal, y me vi en el piso,
seco, negro como una tostada, y el cuerpo
todo se me estremeció de algo así como
apego a la vida / aprensión de la muerte,
por lo que intuyo que hay o debe haber
en la raíz de esta planta negativa
que abre sus flores negras a la mañana,
tierra y abono de la misma,
un ciego impulso vital.

45
Si el Tiempo diera marcha atrás...

Si el Tiempo diera marcha atrás


porque el Espacio de pronto se encogiera
ante la ráfaga de un más allá inaudito,
uno estaría prevenido a cada paso
de lo que fuera a ocurrirle,
y eso que un segundo antes permaneciera
sellado en el olvido o como recuerdo
un segundo después volvería a darse,
en cuyo caso antes y después
serían lo mismo, y por ejemplo las flores,
ese par de lilas casi ya sin
pétalos en el agua rancia de un vaso
entre los libros y papeles, las cenizas,
cáscaras y carozos en un plato, etc.
ayer se verían reconstituidas
en el centro de una mesa despejada.

46
A una iglesia muy pobre y oscura...

A una iglesia muy pobre y oscura


con lámparas de barro acusando cada retablo
llegar subiendo por la cuesta emboscada
de un monte en cuya cima
se hubiera edificado
para insinuar al peregrino que la salvación
exige un tour de force,

pero en este palier frío


dar pasos de sapo,
por esta escalera, angosta, uno, dos pisos,
hacer girar la llave en la cerradura, etc.
todo eso cuesta poco y sin embargo
algo lo vuelve
un esfuerzo digno de mejor causa.

47
El nido

Días o años de postración


y de mirar el tamo engordar
abajo de muebles que unas sábanas
viejas protegen del polvillo.
Y así en la penumbra resistir
el abatimiento de cada crepúsculo,
la cabeza hundida y empollando el culo
hasta que una mañana de redención
el polvo que flota, ocioso y gris
en el rayo que mana de la ventana,
se disipe, y aire y luz, ya sin rémora,
nos den una lección de pureza.

48
Apuntes del pervigilio

Años que ahora son un solo momento,


las ciudades ya sin gente ni espesor
reducidas a una masa de hojaldre
en la mente del faquir que lentamente
se despereza o largamente permanece
abrazado a sus rodillas
incubando el huevo de la acción
en la inacción.

Lentamente o largamente y cerrando


los ojos, sin bajar de la cama
ya quisiera verse en la trinchera
raspando una escudilla con restos de arroz
mientras silban las esquirlas
a través del aire frío
y algunas le rebotan en el casco
que suena hueco.

49
Treinta segundos de ingravidez

Ya sabía que las ramas


arriba llevan una vida más libre,
absolutamente aislada, casi abstracta,
pero ahora es distinto, yo también vivo arriba,
mi cabeza y los hombros se pierden
entre las hojas más altas
y hasta siento y pienso como algo
que está solo, absolutamente aislado
y no tiene raíz.

50
Una siesta de verano

Buscar la imagen más pura


desde una hamaca bajo el sauce,
con la mente, y bucear
en el seno de suave vaivén
apartando los señuelos, las mezclas,
lo que parece ser y no es, lo defectuoso,
lo crudo y sin forma, emanaciones
que hacen todo por distraer y consiguen
torcer el rumbo, forzarte a gatear
por una playa de piedras y detritus
cuando la espuma pasa el hervor
y una ninfa, cortando las algas que brotan
de sus tobillos, da un primer paso, otro y
para hundirse luego en la chatarra
al parecer de un templo, de un gimnasio,
te paga con granos de sal
los favores de una vida
anterior.

51
Madrigal

A los treinta, todavía con


briznas y agujas de pino en el pelo
y ya con bolsas debajo de los ojos,
el lirón traba con piedras y barro
la entrada de la madriguera.
Habiendo saltado toda
la primavera en una pata,
el verano en dos, ya ni puede caminar.
Los ojos de su madre,
para quien ahora es un extraño,
brillan sobre la hierba un instante
en su rudimento de memoria.
La vigilia duró bastante tiempo
pero el sueño puede no tener fin.

52
La sagrada familia

Daría lo mismo no entender ni j


de lo que dice la radio.
La dejamos farfullar para que disimule
el pozo de esta hora ciega y pesada
cuando no queda un solo botón por desabrochar
y el mismo metrónomo marca el paso
a estómago y cabeza. Una atención estéril redime
del falso tictac tictac tictac el auténtico
tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic...
A lomo de burra entre vasos con restos y platos
sucios donde encimados yacen los cubiertos
cruzan el mantel sin que se note
sal aceite y vinagre.

53
Apuntes del pervigilio

Palabras que son la mitad de un diálogo.


Lo mismo si oyeras a cualquiera
recitar su parte en un teléfono público.
Ninguna idea rectora, lo sólido ya ves que se licúa;
ningún resto de conciencia o de vidas pasadas
en el filtro del café.

54
Una mula

Sonidos oscuros, nasales


dentro de la taza. Una mula
asoma el hocico por una fisura
de la porcelana. Resopla
y aspira. Dos ojos de huevo,
las orejas largas, un cuello
tan hirsuto como la gran
barriga. Ya sale, me digo, y no,
da la vuelta en u y se zambulle
igual a un delfín en el té.

55
Esparza

Los huesos, no la puerta, o la puerta,


si no las vigas, seco, lo que cruje,
pasada medianoche, en el desván.
Aunque pensándolo bien en la casa
no hay desván, no hay vigas ni huesos;
nada debería, entonces, crujir.

56
Apuntes del pervigilio

No soy hijo de mis padres sino del rigor


y estoy cansado, la cabeza entre las manos
como una nuez partida.
Todavía en la cama, un pachá
que hasta ayer se entretenía disolviendo
perlas en vinagre y ahora un nudo en la garganta
es su centro de gravedad.

57
En suspenso me siento en mi horma

Nada, hace ya un mes, dos meses, tres.


No más pasos, no, nada, ni un hilo.
Buscando en la cama los tobillos con las manos,
o haciendo sombra contra la pared
como el último boxeador.

58
Soldado a mi piedra como el mejillón

En un mal año, un mes negro,


un lugar húmedo, una silla rota.
Y nada de lo que hube deseado
en los días de agitación,
cuando la calle era un pajar.

59
Notas

Poneme en una tierra estéril…


• Los versos que, a modo de dedicatoria, figuran en la página tres, son una versión, si se
quiere bastante libre, de las estrofas finales de una oda de Horacio.

Supermercado Makro
• v 1: Hay un verso de Pound que dice: “Sólo la emoción perdura”.

Yace
• vv 1 a 8: En el poema “A un amigo suyo, pidiéndole consejos en unos amores
aldeanos”, Cristóbal de Castillejo pone en boca de una moza un villancico cuyo
estribillo dice así: “Aquí no hay/ sino ver y desear,/ aquí no veo/ sino morir con deseo”.
• vv 1 y 2: Heidegger: “Un pedazo de madera jamás puede enceguecer”.
• v 2: Libro de Job X, 4: “¿Tienes tú ojos de carne?”
• vv 9 a 14: Escribe Francis Bacon en su ensayo “De la verdad”: “¿Alguien duda que si
se quitaran de la mente de los hombres las opiniones vacuas, las esperanzas vanas, los
cálculos erróneos, las mínimas fantasías y cosas análogas, no quedaría la mente de
algunos como una pobre cosa hundida, llena de melancolía y desanimada, algo
desagradable para ellos?”
• v 17: Pregunta Macedonio Fernández en su “Poema de poesía del pensar”: “¿Por qué
hay Imágenes, por qué hay Memoria, por qué hay el Ensueño?”
• vv 18 y 19: Salmos XIX, 5: “En el mar levantó para el sol una tienda”.
• vv 20 y 21: Cfr. Morgue, de Gottfried Benn, cuyo poema “Hermosa juventud”
empieza: “La boca de una muchacha que había estado largo tiempo entre los juncos /
parecía tan roída”.
• v 41: Un verso de Blake dice así, literalmente: “Las lánguidas cuerdas apenas se
mueven”.
• v 51: Cfr. el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz; los dos últimos versos de la
canción XXIII son: “y fuiste reparada/ donde tu madre fuera violada”, que es adaptación
del Cantar de los cantares VIII, 5, traducido por el mismo San Juan de la siguiente
manera: “Debajo del manzano te levanté; allí fue tu madre estragada, y allí la que te
engendró fue violada”.

La retirada
• v 8: Villasandino, en la composición 140 del Cancionero de Baena: “Oso viejo é syn
sabor”.

Predio elegido para plantar un bosque


• v 10: La frase de la placa pertenece a Virgilio (Geórgicas, libro 2).

En el campo de los Arocena


• En el poema de Georg Trakl “Las ratas” se lee, primero, “arrastran tras ellas un vaho
asqueroso...”; tres versos más abajo: “y chillan de codicia como si estuvieran locas”, etc.

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A unas obras junto al río Paraná
• vv 16 17: La famosa “Canción a las ruinas de Itálica”, de Rodrigo Caro, termina con el
siguiente pareado: “Goza en las tuyas sus reliquias bellas/ para envidia del mundo y las
estrellas”.

El corralón de Bolívar y Uspallata


• v 7 (o primer verso después de la doble línea de puntos): “cruz por cama” se repite al
final de cada copla en cierta composición de la Segunda Parte del Cancionero General
de Zaragoza, 1552.
• v 9: Mansilla, en Una excursión a los indios ranqueles, es quien habla de las penurias
del caballo que cae en el guadal, esa especie de lodazal que “suele ser húmedo y suele
ser seco, pantanoso o pegajoso, o simplemente arenoso” y que se formaba a los lados de
la rastrillada o huella que dejaban los indios en sus idas y venidas constantes por la
pampa.

Mediodía cualquiera en el Cementerio de Flores


v 1: Las combinaciones posibles son, exactamente, 2520.

A un doble involuntario de Marcello Mastroianni, i. m.


• v 1: “tu querida presencia”, palabras del estribillo de la canción que Carlos Puebla
compusiera en honor del Che Guevara.

No clarea y ya se oyen cacareos...


• v 7: “Pensaba en sueños que estaba muerto”, atribuido por Ennio a Epicarmo.

A una iglesia muy pobre y oscura...


• vv 1 y 2: Hay un soneto de Quevedo cuyo título es: “A una iglesia, muy pobre y
oscura, con una lámpara de barro”.

Apunte del pervigilio


• v 1: Raúl González Tuñón, “La cortada de Carabelas”, en A la sombra de los barrios
amados. El primer verso de la segunda estrofa dice: “Años que ahora son como un solo
momento”, etc.

Madrigal
• v 8: Cfr. la conocidísima canción mejicana “La cucaracha”.
• vv 9 y 10: Hay un poema de Hermann Hesse (“En la noche”) que termina, en la
versión de Modern: “Que mi madre, para la cual ahora soy un desconocido, / quizás me
llame por mi nombre en sueños”.

Apunte del pervigilio


v 1: Cecilia Meireles: “Minhas palavras são a metade de um diálogo obscuro...”
(“Diálogo”, Viagem, 1939).

Soldado a mi piedra como el mejillón


v 1: Ferrant Manuel: “Malos años, negros meses” (Cancionero de Baena).

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