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LA -FACULTAD
M.-f-lLOCOf’-IA-
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Y L4T&AQ
LETRAS
UNIVERSIDAD MAYOR DE SAN MARCOS
ORGANO DE LA
FACULTAD DE FILOSOFIA,
HISTORIA Y LETRAS.
TERCER CUATRIMESTRE
DE 1940
Facultad de Letras
DECANO
CONSEJO DIRECTIVO
CATEDRATICOS
Dr. Dn. Luis Miró Quesada. Dr. Dn. Roberto Mae Lean Estenos.
„ „ Horacio H. Urteaga. „ „ Alfonso Villanueva Pinillos.
„ „ José de la Riva Agüero. „ „ Aurelio Miró Quesada Sosa.
„ „ José Gálvez. „ „ Julio C. Tello.
„ „ Mariano Ibérico Rodríguez. „ „ Manuel Beltroy.
„ „ Ricardo Bustamante Cisneros. „ „ Elias Ponee Rodríguez.
„ „ Pedro Dulanto. „ „ Julio A. Chiriboga.
„ „ Guillermo Salinas Cossío. „ „ Luis E. Valeárcel.
„ „ Jorge Basadre. „ José M. Valega.
„ „ Juan Manuel Peña Prado. „ „ Teodosio Cabada.
„ „ Enrique Barboza. „ „ Luis F. Xammar
„ „ José Jiménez Borja. „ Augusto Tamayo Vargas
SECCION DE PEDAGOGIA
Dr. Dn. Horacio H. Urteaga. Dr. Dn. Julio A. Chiriboga.
„ ,, José Jiménez B'orja. „ „ Oswaldo Hercelles García.
„ „ Roberto Mae Lean Estenós. „ „ Francisco J. Cadenillas.
„ „ Alfonso Villanueva Pinillos. „ „ Nicandro Pareja.
SECRETARIO
,.i
SUMARIO
SEMINARIO DE LETRAS
“Film” de Beatriz, por L. F. X.
Beatriz como esencia, por Walter Peñaloza.
Dante, Beatriz y la música, por Rodolfo Ledgard.
Valor pictórico de Beatriz, por Salvador Velarde.
Praxiteles y el estilo praxitélico, por Elias Tovar Velarde.
La normalidad del antiguo Egipto a través de sus cuentos y nove
las, por Salvador Velarde.
De la flora y fauna que introdujeron los españoles en el Perú, por
Víctor K. Tateischi.
Mocedad de José Rufino Echenique, (tesis) por Alberto Tauro.
NOTAS BIBLIOGRAFICAS
REVISTA DE REVISTAS
PACHACAMAC EN EL TIEMPO.
PACHACAMAC EN EL ESPACIO.
ALGUNOS ASPECTOS
DE LA NOVELA ARGENTINA.
CONFERENCIA DEL DOCTOR ANTONIO AITA
PRONUNCIADA EN LA FACULTAD DE LETRAS
“FILM” DE BEATRIZ.
(1) Esto es, Beatriz no concreta; más bien formal, aunque real. En
tiéndese, pués, espacio de tres dimensiones.
— 441 —
del Dante, en el Convivio tendremos la teoría (metafísica) del
amor en general y del amor del Dante.
(2) Vita Nuova, cap. II, Ed. Sansoni, Firenze.—Los espíritus natural
y vital corresponden al alma vegetativa, y el espíritu animal al alma sen
sitiva. El alma racional no es tomada en cuenta aquí todavía, sino más ade
lante (pág. 8; 9). Por eso, por su calidad inferior, el mismo espíritu animal
será dominado por el amor (cf. Canzonieri LXVII, 5 y 6).
(3) El amor bajo no es verdaderamente amor, sino deseo sin nobleza. Cf.
parte IH.
(4) El amor puro es el único amor, porque es deseo con nobleza, diri
gido siempre a la virtud y a la verdad. Cf. parte IH.
— 442 —
ñera especial. Y de nada valía sentirse humano si esta humanidad
no caía dentro del radio de acción de lo “comprendido”, de lo
“tenido en cuenta”. Al fin, ni la acción ni la humanidad se crista
lizaban. Y Dante era otra vez un contemplador, y Beatriz una
esencia, una forma sin tangibilidad. “Levanté los ojos—dice— y
vi a la gentilísima Beatriz. Entonces por la fuerza que el Amor ad
quirió, aniquiláronse de modo mis espíritus que sólo quedaron con
vida los de la vista” (5). Y esto era como suicida. Pues quedando
ellos vivos, más aumentaría, su amor y más aniquilado sería. Tal
lucha entre el hacer y el ver hacen desplomes en su conciencia. Eso
no es algo sencillo. “He puesto—dice— mis pies en aquel límite
de la existencia del cual no se puede pasar con el intento de vol
ver”.
No ha sido nunca mi ventura tanta
que no sienta en mi ser todo su estrago (6)
Mas en este volver esencia (forma) a Beatriz hay un elemento
de actividad que no debe olvidarse. Es tan sencillo y tan ingenuo
que pasa desapercibido, aun para el mismo Dante. De manera que
cae en cuenta de ello sólo cuando por un hecho accidental es supri
mido.
Dante, que tendía por todos los medios a evitar cualquier oca
sión de actividad, aun la más indirecta, que diese a conocer su
amor por Beatriz, vió que era necesario “escudarse” (7). Fué este
un cierto modo simbólico de realizar su amor. Ya que aunque no
quisiera, siempre algo de él saldría hacia afuera, lo único capaz de
conciliar esta cosa natural con su manera de amar, era fingir que
amaba a otra persona.
Pero entonces Beatriz le negó el saludo (8). El dolor del sa
ludo negado habla su intensidad como nunca lo hubiera creído el
Dante. Muestra que para él no era suficiente la beldad. Hurga pe
nosamente en el saludo. Se da cuenta que la encontraba a Beatriz
“con la esperanza de su admirable saludo”. El saludo lo poblaba
de una llamada de caridad. Era el saludo, también, el que más que la
belleza de Beatriz misma atacaba su naturaleza. “Mi cuerpo mu
chas veces se movía como cosa grave e inanimada.” “Manifiesta
mente se deduce de esto que en su saludo estaba mi felicidad”. Y
más adelante repite: “Señoras, el fin de mi amor fué el saludo de
(9) Ibid., págs. 31, 53. De la felicidad como término de los deseos, ef.
parte III.
(10) Ibid., pág. 39.
— 444 —
tra su duda. Aquí en el NVI la sistematiza con esa tendencia del
Dante a hacer geometría hasta con lo más íntimo. “M'e mueve una
voluntad de hablar palabras en las cuales yo digo cuatro cosas refe
rentes a mi estado”.
Conviéneme llamar a mi enemiga,
Madonna la Piedad, que en ella me defiendo (11).
Pera falta todavía algo que complete, y de un extremo a otro,
la naturaleza de este amor. El ver y el saludo son una estructura
general. Cualquiera la pudiera tener. Hay que decir pues lo que
hace que este amor sea al fin, del Dante mismo. Hay que hallar lo
que en lo más profundo es Beatriz y lo que en lo más profundo es el
Dante. Beatriz, forma intangible, está hecha aún de una materia.
Hasta aquí hemos visto su formalidal, su correspondencia al amor del
Dante. Debemos abordar ahora su consistencia, no resitencial, pe
ro sí de presentación (12).
Este amor del Dante, la posición excepcional de Beatriz, se
encuentran dos veces en la Vita Nuova. En la canción I Dante ha
bla largamente de la “mia donna’.’ Habla de ella en la tierra y en
el cielo. Nos cuenta de sus ojos, “li quali sono principio d’amo-
re”; de su boca, “la quale é fine d’amore”; de su alma y de sus
virtudes. Pero, y ésto es lo principal, de Beatriz, de quien “si com
prende in cielo”.
Uno siente una impresión indefinible ante una amada y un
amor que preocupan al cielo. Arriba un ángel clama, los santos
preguntan, Dios responde:
Amados míos, soportadlo en paz,
que vuestro deseo esté cuanto me place
allí donde alguno hay que perderla espera (13).
Ciertamente este amor no debe ser como todos. Hay un alien
to de grandiosidad. Es a Beatriz deseada en el cielo a quien ama
el Dante. No es un simple amor de la tierra. Es mucho más. El Uni
verso se pone a girar en torno de él. En el cielo, los ángeles, los
santos. En la Tiera la gente que la ve y queda admirada (14). Es
ta es la mujer suya, no otra. Es un derecho que prende luz en el
corazón del poeta. Hasta Dios lo reconoce. Abajo, nuestro mun-
(11) Ibid., pág. 41.
(12) Si algo distingue al Dante de los trovadores, es ésto. Beatriz no
es simple "princesa lejana”. Y correlativamente el amor del Dante no es
un simple amor” romántico. Cf. parte III.
(13) Vita Nuova, Ed. cit., cap. XIX.
(14) Ibid., cap. XXVI.
— 445 “
do tan opaco y grave se llena con resplandor misterioso. Es como
si hubiera sido creado para que en él ocurriese esta maravilla.
Esta es la esencia del amor del Dante. Esta es la esencia final
y verdadera de Beatriz. Forma sin resistencialidad, a quién se
agrega el saludo. Pero forma hecha de cosa divina. Unica sobre el
mundo (15).
III
(15) Ibid., cap. XXIV; Convivio, passim; Divina Comedia, Purg. XXX,
37-39; XXXI, 105.
(16) Convivio, Ed. Collección Universal, Barcelona, 1919, pág. 113 ss.
(17) Ibid., págs. 135-136.
(18) Ibid., pág. 114 y cap. III.
(19) Ibid., pág. 170.
(20) Ibid., pág. 115.
— 446 —
el deseo de realizar mejor nuestra esencia? Dante con precisión y
exactitud responde que lo buscado es la felicidad. El hombre que
más se une a Dios, que más es. es feliz (21). Este es el fin. Pero pa
ra cumplir con este fin hay ya de antemano en el hombre algo que
lo lleva a él, y es el deseo. Todo hombre desea ser feliz, esto es,
cumplir con su ser. Este deseo —dice Dante— nos lleva de una co
sa a otra hasta lo último, y de lo más pequeño hasta a loi más gran
de, porque los deseos siempre se hacen mayores. Uno engendra a
otro, y este otro es superior pues el primero ya no nos satisface.
“Igual que el peregrino que va por un camino por el que nunca
fué y cree que toda casa que ve a lo lejos es la hospedería, y hallan
do que no es tal endereza su pensamiento a otra, y así de casa en caga
hasta que la hospedería llega, así nuestra alma en el nuevo cami
no de esta vida nunca recorrido, dirige los ojos al término de su
sumo bien, y cualquier cosa que ve le parece tener en sí misma
algún bien, y cree que el aquel” (22).
Pero sucede que siguiendo todos los hombres el camino de su
deseo no todos llegan a feliz término. Y esto se debe a que el de
seo puede forjar muchos caminos. Y “así en la vida humana hay
diversos caminos, uno de los cuales es el verdadero, y el otro el
más falaz, y otros ya menos falaces, ya menos verdaderos” (23).
Ahora bien, ¿cómo puede encontrar el hombre el camino ver
dadero que lo lleve a la felicidad? El deseo no basta. Lo hemos vis
to. Es un simple impulso de dirección hacia el sumo bien. Pero
ciego, que puede equivocarse y llevarnos a lo contrario. Hay nece
sidad de un ojo especial, que aunque nunca haya visto las caminos
de la vida, discierna sin embargo la bondad del verdadero. Este
ojo. esta garantía de la felicidad es la nobleza. La nobleza es cla
rividente. “Ha nevado tanto—dice el poeta en un ejemplo— que
la nieve todo lo cubre y todo muestra un mismo aspecto, de modo
que no se ve vestigio de sendero alguno. Alguien que viene de una
parte del campo y quiere ir a una casa que hay a la otra parte, por
su industria, es decir, por su agudeza y bondad de ingenio, guiado
Ue sí mismo, va camino derecho” (24). Tal es la nobleza (25).
La nobleza pues, unida al deseo, nos conduce a la felicidad.
(26). Es decir, nos permite allegamos y unirnos a las cosas que
Si
iiera deleitosos, “ciertamente el uno está mucho más lleno de bie
naventuranzas que el otro; el cual es el especulativo”. En otras
palabras, el amor a la verdad es más alto que el amor a la virtud
(31). Se parecen sin embargo en que son amores no sensibles, pues
como racionales, en ellos interviene “la verdadera naturaleza hu
mana”, la naturaleza angélica, espiritual.
Por eso su amor de Beatriz, aun cuando se representase de
ella, a veces, la imagen corporal, fué siempre puro. Pues esa ima
gen era de tan nobilísima virtud, que nunca permitió que Amor lo
gobernarse sin el consejo fiel de la razón, en aquellas cosas en que
se estima necesario este consejo.
Por último, el primer problema, de cómo se produce efectiva
mente la unión con la cosa amada, tiene solución desde la Vita
Nuova.
La felicidad, puede decirse, es algo abstracto, en potencia. Se
vuelve concreta cuando nuestro deseo, acompañado de nobleza, se
aplica en la cosa amada, portadora de bondad divina. Mas, ¿cómo
nuestra nobleza se pone en contacto con esta bondad divina? ¿Có
mo se produce esta unión, que es el amor?
El alma —dice Dante— es el acto del cuerpo, y como toda
causa infunde en su efecto la bondad que de su propia causa re
cibe, es natural que el alma más iluminada por la gracia de Dios
le corresponda al cuerpo más perfecto y bello (32). La belleza,
pues sensible, golpeará en nuestros ojos y despertará a Amor (33).
El amor comienza con los ojos. No se quedará, se entiende, en lo
sensible, pues no sería amor. Al contrario, verá en la belleza el refle
jo de Dios y llegará a la virtud. Su amor a Beatriz fué así amor
de hondura. La “donna gentilissima” era al mismo tiempo la
' ‘ donna virtuosissima ’ ’.
Tal el esquema metafísico de Amor. Amor es unión con la
cosa amada, concreción de felicidad, acercamiento a Dios, cumpli
miento de nuestra propia esencia, llegada a la perfección.
Y es así aunque, como se dijera antes, la felicidad que se al
canza en la Tierra no es completa. No es lo mismo unirse a la cosa
que trae bondad divina que a Dios (34). El amor a la virtud, el
-amor a la verdad pueden llevarnos a grados excesos de felicidad,
pero no al grado supremo. Esta felicidad, con todo, “perfecta o
(31) Ibid., Parábolas de las págs. 250 y 267 I—Dante pasó por los dos
amores.
(32) Ibid"., pág. 133-34 y 140-41.
(33) Vita Nuova, Ed. cit., cap. XX y soneto “Amor é’l cor gentil”.
¿34) Convicio Ed. cit., pág. 170.
— 449 —
imperfecta, no pierde su nombre de perfección” (35). La “perfec-
eiónó perfecta”, naturalmente, si se permite la expresión, sólo la
alcanzamos en la cuarta parte de la vida, cuando el alma noble,
como dice el poeta,
con Dios de nuevo se desposa,
contemplando el fin que le espera,
y bendice los tiempos pasados (36).
Pero esta teoría general de amor no es mas que la base para
su propio amor. Beatriz y él no son como todos, O son como todos,
pero en matiz especial. Beatriz es cosa amada de mayor bondad.
A ella desciende la virtud divina
-cual sucede en el ángel que la ve.
Y es que, por lo mismo que el orden aristotélico nos lleva de
lo más bajo hasta lo más alto que es Dios por una gradación de
formas continuas, debe haber forzosamente entre la especie huma
na, alguien que linde con lo divino, que sea lo divino mismo casi,
alguien que constituya la cúspide de lo humano, lo más perfecto.
“Y tal digo yo que es esta dama, de modo que la divina virtud de
la gracia que desciende al ángel desciende a ella”.
Por otro lado, hay cierta medición de la capacidad de amor.
Entre los que puedan amar con nobleza, que es verdadero amar,
no todos aman lo más alto. Unos aman la virtud, otros aman la
verdad. De los que aman la virtud, sólo unos llegan a lo más alto.
Y lo mismo sucede en el lado de la verdad. Es que la nobleza pue
de ser mayor o menor sin que deje de ser nobleza. La experiencia
lo confirma. Uno se siente capaz de lo más grande, se nota en sí
una llama, un hambre de estrellas. Si no se las logra se queda in
satisfecho. Hay como un prever que el acto que traerá a realiza
ción nuestra felicidad que ha de venir de esta cosa y no de otra.
“El acto del agente se advierte ya en el dispuesto paciente” (38).
Decía yo: sin duda en los sus ojos
debe estar el que mata mis iguales (39).
(Infierno—canto III)
(versión de B. Mitre).
Dos Cronistas clásicos son los que lian tenido el especial cuidado
y curiosidad de tratar en sendos capítulos sobre lo intitulado del
presente tema monográfico; que por lo mismo de ser temas de poca
atracción son factibles del olvido como también muy prontos de
considerar equivocadas informaciones, ya que la misma curiosidad
de los puntos hace del informador o cronista pintarlos por demás,
ya sea tergiversando el dato o ya sea exagerando. Al menos, los
dos cronistas que me sirvo de fuente para el presente tema, aún no
tándosele en algo los defectos y errores de todo historiador del pa
sado, cuentan en su haber, el prestigio de su personalidad y de la
calidad de sus informaciones, que al menos en temas de esta índole
podríamos considerarlos como los más autorizados; principalmente
al padre Bernabé Cobo, dedicado e inteligente cultivador de la ra
ma histórica que trata de las ciencias naturales de las Indias. Gar-
cilazo de la Vega, porque su sutil y fina curiosidad de narrar de lo
que ha visto, sus datos pecan de la autenticidad, de la veracidad.
A tiempo, el padre Bernabé Cobo, en su notable obra “Histo
ria del Nuevo Mundo” en su libro X, del tomo II; íntegramente
trata de “los animales y plantas que los españoles han traído (a
esta tierra) y de las causas porque estos se han aumentado y cundi
do tanto en ella”. No sólo encontramos informaciones de las faunas
y floras que nos trajeron; nos dice de las tierras donde se cultiva
ron y mejor desarrollaron; de sus precios, etc.; narradas en una lite
ratura amena, e interesante e incansable. También nos relata de las
plantas y animales que existían en el Perú antes de la llegada de
los españoles en libro aparte. Garcilazo de la Vega, nos dá noticias
de estas cosas de una manera menos extensas y detallada que el Pa
dre Cobo en su obra Comentarios Reales Tomo III; desde el punto
— 475 —
de vista de lo que él escuchó y vió, principalmente, en la ciudad
donde residió, Cusco.
He dicho que el padre Cobo escribió a tiempo, por felicidad pa
ra la posteridad, por cuanto su obra está escrita en el año 1652 y lo
dice claro a manera de introducción del libro que trata el presente
tema: “de que considerando claro y notorio, podría andando el
tiempo oscurecerse y aún reducirse a opiniones, como lo están ya
casi todas las cosas de algunas antigüedades, me pareció escribir en
este libro todos los animales y plantas que hasta este año de 1652,
han traído los españoles a estas Indias, así de nuestra España como
de otras regiones del Mundo”. Encontramos descifradas el valor de
las crónicas del padre Cobo; su gran talento como historiador nos
compromete una gratitud por su legado histórico. En cambio, en
Gareilazo de la Vega, existe otro concepto: “porque a los presentes
y venideros será agradable saber las cosas que no había en el
Perú... . para que se vea y considere con cuantas cosas menos (y
al parecer) cuán necesarias a la vida humana, se pasaban aquellas
gentes y vivían muy contentos sin ellos”. Para Gareilazo de la Ve
ga, las cosas que trajeron los españoles eran para ellos y no cons
tituía una necesidad parados naturales; más bien la concurrencia
de gentes extrañas y de cosas nuevas, hizo crear a los naturales nue
vas necesidades, hasta mortificantes y temerozas en algunos casos,
cumpliéndose principios de economicidad. En este punto quizá, con-
cuerdan el padre Cobo con Gareilazo, cuando aquél dice que la cau
sa principal que movió a los españoles a introducir a la América ani
males y plantas de España; no era la existencia de grandes tierras
fétiles; sino la falta de plantas, legumbres y mayormente de gana
dos de Europa necesarios para el sustento y servicio de los
mismos.
Gareilazo de la Vega nos dice, sobre uno de los móviles, que lo
que fomentó el cultivo de cosas de España en América y en especial
en el Perú, fué una orden del Emperador Carlos V a la Real Ha
cienda para que premiara con una joya, que consistía en dos ba
rras de plata de 300 ducados cada una, al primero que en cualquier
pueblo de españoles sacarse fruto nuevo de España. Este premio ha
bría constituido en un estímulo para que los españoles se dedicasen,
en buenas oportunidades, de tratar con mayor ahinco en sembrar
cosas nuevas de España en América por el honor de recibir el pre
mio del Emperador.
Nos dice el padre Cobo que: “la ausencia de animales cuya
carne puede comerse como la vaca, habría sido la costumbre de co
mer carne'humana o, más bién con la introducción de este nuevo
alimento, los indios bárbaros y carnívoros, habríanse abstenido de
tal costumbre fiera”. Tremenda afirmación absurda, que no cabe
— 476 —
explicación en los habitantes del Imperio incaico. Los antiguos pe
ruanos no fueron carnívoros, fueron esencialmente herbívoros; sus
alimentos fundamentales son la papa, el maíz y el pescado en la
costa. Eran lamentablemente el padre Cobo al pretender razonar
de tal manera la introducción de alimentos carnívoros domésticos a
la América; seguramente hasta en las mismas Antillas, sus habi
tantes caníbales y antropófagos, siguen con la misma costumbre, no
porque no exista el animal comestible, sino porque su costumbre y
su religión así determinan su manera de alimentarse.
La mayor parte de animales y plantas de Europa llegaron pri
mero a las Islas de las Antillas, principalmente donde llegó y colo
nizó Colón: la Isla de la Española. Pero, hubieron cosas que se in
trodujeron directamente al Perú. Cristóbal Colón, en su segundo
viaje en el año de 1493, trajo consigo gran cantidad de especies de
ganado españolas como así mismo posturas y semillas de todas las
plantas.
Seguiré el mismo orden de la obra del padre Cobo, coordinan
do y anotando los datos que nos proporciona Garcilazo de la Vega;
para así intentar una síntesis de cada información de los animales
y plantas que los españoles nos han traído. Hemos de observar con
la mayor curiosidad y sorpresa, que los animales y plantas más co
munes a nuestra vista y que al parecer nos causa la impresión de
ser oriundas del país, son generalmente extranjeras que en el trans
curso de largo tiempo se han aclimatado y formado familia con ras
gos peculiares, hasta convirtiéndose en silvestres, algunas.
De los Caballos.
Es el primer animal que posó la América como inmigrante fau-
nática. Llegaron juntos con los primeros españoles, y es el primer
animal que se introducía a tierras nuevas conquistadas. Natural
mente, los primeros caballos que vinieron de España, los trajo Co
lón el año de 1493, desembarcando en la Isla de la Española. Al
Perú se trajeron el año de 1531, cuando los españoles al mando de
Francisco Pizarro pisaron esta tierra para conquistarla. Las pri
meras razas caballar fueron las de Andalucía.
El caballo como la yegua desempeñaron rol importantísimos
en la obra de la conquista de Méjico y del Perú. Para los españoles
era el animal de mayor importancia, ‘'porque en las guerras con los
naturales dellas han sido gran parte los caballos para conseguir la
victoria, los cuales, con sola su vista ponían gran terror y espanto
a los indios”. Tal era la estimación de los españoles que tenían por
los caballos a principio de la conquista, que dice Garcilazo que muy
raro era la venta de estos animales, y si esto se realizaba era por
— 477 —
muerte del dueño o porque se iba a España, en tales casos el precio
era verdaderamente excesivos. Nos dice el padre Cobo, “solíase ven
der un caballo en este reino por tres y cuatro mil pesos de oro”.
Los caballos llegaron a multiplicarse en toda la América, que
llegaron a constituir animales más comunes y ordinarios. En Ijima
llegó a costar, cuenta Cobo, un buen rocín de carga más que seis o
doce pesos en los más finos. Los de carrera, 200 a 300 pesos.
De las Vacas.
Es el animal que trajeron los españoles y que ocupa un segun
do lugar de importancia. Aventaja al caballo, por cuanto se criaron
también en tierras de riguroso y destemplado páramo. Las primeras
vacas llegaron a la Isla Española en los principios de su conquista.
Al Perú, primero se trajeron a Lima, tres o cuatro años después de
su fundación; porque el año de 1539, a 20 de junio, presentó una
petición ante el Cabildo de Lima, el regidor Fernán Gutiérrez, pi
diendo en ella que, atento a que había traído vacas para que se per
petuase le diesen un sitio para una estancia en la tierra de la arena
(a seis leguas de Lima), el cual le fué concedida por el Teniente
Gobernador Francisco de Chávez. Garcilazo de la Vega, nos dice que
el primero que tuvo vacas en el Cusco fué D. Antonio de Altamiro,
natural de Extremadura. Y los primeros bueyes que vió arar en el
Cusco fué por el año de 1551 y eran de propiedad de un caballero
llamado Juan Rodríguez de Villalobos, natural de Cáceres. Se di
ce que los indios se quedaban atónitos de ver como araban los bue
yes; y decían de los españoles que “eran haraganes por no traba
jar, forzaban a aquellos grandes animales”. Un buey costaba por
el año de 1559, en el Cusco 17 pesos o sean 20 ducados y medio.
Sinn embargo la carnen de la vaca era barata, que hasta se botaba. Lo
que se aprovechaba tan sólo era el cuero y el sebo, cuya utilidad
no sólo gozaba el Perú, sino también España y otros reinos de Eu
ropa, a donde se llevaban cada año muchos navios cargados de es
tas mercaderías.
De los Jumentos y Muías.
El asno o jumento primeramente se trajeron de España a la
Isla Española. Al Perú lo introdujo el capitán Diego Maldonado,
uno de los primeros conquistadores de este reino, de la isla de Ja
maica. Un jumento costaba de 10 a 15 pesos en Lima, y era muy
estimado para la cría de muías. Las muías costaban muy caro al
principio, que los ricos andaban en él. Las muías del Perú era de
mediano cuerpo, pero bién hecho y para mucho trabajo. Garcilazo
— 478 —
nos cuenta que el primer borrico que vió en el Cusco, fué el año de
1557.
Del Pino, del Ciprés, del Romero, del Retama y del Goyomba.
De la procedencia de estos árboles somos más felices que de las
frutas. El padre Cobo nos dice de las personas que trajeron al Pe
rú. El pino lo trajo D. Diego Maldonado, uno de los primeros con
quistadores, que lo plantó en su mayorazgo, a medio cuarto de Li
ma. Había pinos naturales de acá, pero no eran de la misma espe
cie que los de Europa, en cuanto a su fruto y no eran de madera
tan recia.
Del ciprés, no sabemos quién lo trajo, pero el primero nació
en el colegio de San Pablo de la Compañía de Jesús de Lima, el año
de 1580.
La semilla del romero la trajo un caballero vecino de Lima y
encomendero, llamado D. Alonso Gutiérrez, el año de 1579; cuando
volvió de España, lo sembró en su casa que quedaba junto al mo
nasterio de monjas de la Santísima Trinidad. Se dice que mucho se
estimaba esta planta, que una vez el virrey Toledo la visitó y de ro
dillas la besó. Esta planta se extendió fácilmente por todas partes,
que “no hay verjel a donde entre las más preciosas y de estima no
tenga lugar”. La retama que se ha traído es la vulgar llamada ga-
yopnba, o genesta, La trajo un caballero llamado D. Melchor de
Avalos, vecino de Arequipa y natural de la ciudad de Baeza, en el
año de 1580. Es estimado por sus hermosas y fragantes flores, y
abunda en la sierra.
De las Cañas Dulces y de las Comunes.
D. Pedro de Atienza, vecino de la Concepción de la Vega, uno
de los primeros pobladores de la Isla Española, fué quién trajo a la
América la caña dulce. Al Perú fueron traídas muy a principio de su
fundación, “a donde se dan tan bién, que ninguna tierra le hace
— 486 —
ventaja”. Garcilazo de la Vega nos dice que en Huánuco, fué don
de primero se sembró por un caballero que él conocía, pero que no
nos dice su nombre. Al Perú se traía azúcar de Méjico, por que el
criado de este caballero, hombre astuto y prudente, aconsejó para
que trajesen la semilla y se cultivase en este reino. D. Diego de
Mora, fué el primer azucarero del Perú (J. M. Valega), Pedro M.
Oliveira, dice que es D. Pedro de Avadia, el primero que trajo la
caña al Perú.
Del Trigo.
Con sumo detalle se ocupa de narrar el padre Cobo, sobre la
autora y la forma cómo se sembró este cereal en el Perú, por cuanto
considera, justo que “quedó perpetúa la memoria de este benefi
cio y que esta república, siquiera en no echarla en olvido, muestra
el debido agradecimiento a quién tanto cuidado puso en dejarla
abastecida’
El padre Cobo dice que la autora es doña Inés Muñoz, esposa
de D. Francisco Martín de Alcántara, hermana del marqués D.
Francisco Pizarro. Garcilazo de la Vega, señala como autora que
primero trajo la semilla del trigo al Perú, a doña María de Esco
bar, casada con un caballero' llamado Diego de Chávez, ambos na
turales de Trujillo. Lo "mismo dicen los cronistas Gomara, Zarate y
otros: quién, dicen, trajo de España medio almud de trigo, que se
distribuyó, por granos—20 o 30—entre algunos vecinos. Sucedía
esto en tiempo del virrey Hurtado de Mendoza, quién fundó la ciu
dad de Cañete en el valle de Huarco,, en donde se cultivó por pri
mera vez el trigo (de la Historia del Virreinato del Perú, por el
doctor J. M. Valega).
Aunque la mayoría de los cronistas e historiadores otorgan el ho
nor a doña María de Escobar los relatos del padre Cobo sobre có
mo doña Inés Muñoz llegó a obtener y sembrar la semilla del trigo;
me hace reflexionar, de que quizá doña María de Escobar, habría
sido la mujer que primero trajo la semilla directamente de España
en cantidad, pero cabe el honor a doña Inés Muñoz, ser la primera
mujer que plantó en el Perú y obtuvo trigo, aunque en poca pro
porción. Primeramente, doña María de Escobar, es contemporánea
al reinado del Virrey Hurtado de Mendoza, a lo que doña Inés Mu
ñoz, según el padre Cobo, sembró en tiempo que D. Francisco Pi
zarro vivía; y, que es posible, como nos relata el padre Cobo, que
doña Inés Muñoz, haya encontrado semillas del trigo dentro del
barril de arroz que le enviaran de España, por la similitud del ce
real. Doña Inés Muñoz, dice el padre Cobo “fué la primera mujer
española que entró en este reino en compañía de su cuñado el mar-
— 487 —
qués D. Francisco Pizarro, fué una de las primeras pobladoras, desta
ciudad y república; ella la que hizo el primer obraje de lanas de
Castilla en su repartimiento y encomienda de indios del valle de
Jauja......... hizo traer de España los más de los árboles y plantas
que ahora goza esta tierra; y ella finalmente, fué la que dió el trigo
a este reino del Perú”. Fué casada en segunda nupcias con D. An
tonio de Ribera, caballero que trajo al Perú el olivo de España. Di
ce lo siguiente de cómo doña Inés Muñoz encontró y sembró el tri
go: “el mismo año en que se fundó esta ciudad de los Reyes en el
asiento que hoy tiene, que fué el de 1535, habiéndose traído de Es
paña un barril de arroz, se puso un día esta señora a escoger y lim
piar un poco, para hacer un potaje con que regalar a su cuñado el
Gobernador, que en aquellos principios era un guisado de arroz re
galo extraordinario. La cual, como a vueltas del arroz hallase algu
nos granos de trigo los que fué apartando con intento de sembrar
los y probar ventura a ver si acaso se daría trigo en esta tierra.
Sembrólos en una maceta con el cuidado y curiosidad que si planta
ra una mata de claveles o de albahaca, y con el beneficio y regalo
que fué haciendo a su costa sementera, regándolas a sus tiempos,
nació y creció con notable lozanía y dió muchas y grandes espigas.
Cogida esta cosecha, que fué la primera de trigo y más fértil pro
porcionadamente que ha habido en este reino, se volvió luego a sem
brar a mano, sin que se perdiese grano”. El padre Cobo, agrega,
que en el año de 1539, se hicieron los primeros molinos, y al año
siguiente se hicieron pan de trigo, que el cabildo señaló el precio de
un real la libra.
De los demás Cereales.
La cebada como el arroz, se trajeron al Perú muy al principio
de su población. Sabemos que doña Inés Muñoz recibió un saco de
arroz por los años 1535. La cebada dió fruto en todas partes, por
ser planta muy recia al frío; pues, fué más generalizado que el tri
go. El centeno, también se trajo de España, y aunque se dá muy
bién en estas tierras, no se sembró en abundancia.
También han llegado de España, las habas, garbanzos, lentejas
y frijoles; que se generalizó su uso entre los indios.
De las Flores.
Todas las flores que se han traído de España han nacido con
gran abundancia, aunque en el Perú había diversidades de flores,
pero que “casi todas son silvestres y poco odoríferas, y ninguna
digna de ser comparada con la belleza y fragancia de la rosa ni con
otra de las más olorosas de nuestras castellanas”. Nos dice el padre
Cobo, que algunas degeneraron, otras nacieron sin diferenciarse,
pero “ninguna se ha mejorado con la mudanza del suelo”.
La rosa, trajo su semilla a Lima hacia los años de 1532. Dice
el padre Cobo que era “cosa tan deseada” que se tendieron todo el
cuidado y diligencia posible en la siembra, y para lograr que se
perpetuara, se ofició una misa con la semilla puesta sobre el Altar,
para que “con la bendición del sacramento tuviese feliz suceso”.
La primera rosa nació cuando era el virrey D. Hurtado de Mendo
za, marqués de Cañete, que fué puesta por mano del Arzobispo Fr.
Jerónimo de Loayza a una imagen del bulto de nuestra Señora de
la Iglesia Mayor, en una fiesta solemne a vista de todo el pueblo.
También se trajeron de España, los claveles rojos y clavellinas
manchadas de blanco y purpúreo, que son tan generales como las
rosas. Las azucenas, también abundan, especialmente en Quito. El
lirio se extendió en la sierra. Los alhelíes crecen copiosamente y los
hay de todo colores. La flor llamada albeases o albihares, cuya plan
ta es semejante a la cebolla, se trajeron a Lima de Granada, el año
de 1594. La andalucía maravillas, vinieron mucho después. Las es
cobillas, aunque no tienen olor, se ha estimado por ser “tan de lin
do parecer con su figura de estrella y hermosos colores”; se traje
— 489 —
ron en tiempo del virrey Marqués de Cañete. La malva grande, lla
mada comúnmente malva loca, trajo de España un religioso de la
Compañía de Jesús en tiempo del virrey Toledo. Son inmigrantes
también la manzanilla, que nace en todas partes; la hierba santa,
que nace sólo en los temples de la sierra; los narcisos, que son muy
modernos, pués se dan en Lima desde el año 1650; el cinamomo o el
paraíso como le llaman en España y la llamada espuela de caballeros
son plantas que han llegado al Perú en el siglo XVII.
INTRODUCCION
CAPITULO I
(1) Es decir, en 1850. Tal como lo presenta una copia del grabado en
piedra, hecho por David Lozano. Está conforme con la imagen del general
José Rufino Echenique, litografiada en París por el dibujante M. Alophe,
teniendo ante la vista un daguerrotipo de la fecha mencionada. Apareció
incluida en la “Galería de retratos de los gobernantes del Perú indepen
diente”, editada por Domingo de Vivero, con textos biográficos de José An
tonio de Lavalle, en Lima, el año 1893. (Véase lámina I).
14
— 496 —
sus propios. amigos, y los satisfizo para evitar que una negativa °
una observación correcta hicieran nacer a un enemigo. Después
hubo alguno bastante sincero, y confesó que:
el general Echenique, en quien los sentimientos de gratitud y
amistad se hallan exageradamente desarrollados hasta el pun-
La Palma” (Imprenta de “El Comercio”, por J. M. Monterola; Lima—1856),
pretende que el general José Rufino Echenique debió pronunciar las siguien
tes palabras, en el consejo de oficiales generales que reunió el 4 de enero de
1855, o sea, el día anterior a la batalla de La Palma:
.. . Solo el averno
puede a los hombres sugerir la idea
de gobernar países, donde el vicio
en triunfante Garrióla se pasea.
El mando es de ambición digno suplicio.
La banda por que tanto se suspira
abrasa el corazón del que la ciñe,
cual la veste fatal de Deyanira.
Y la gente que erije
eon su voto, o audacia, al mandatario,
lleva sus pretensiones al extremo:
oro, empleos, honores, todo exige;
y la mísera hechura,
por saciar su codicia
atropella la ley y la justicia.
Incesante trabajo, privaciones,
perfidias del amigo y del valido;
del que lo inviste el nombre apetecido,
la joya de su honor, pronto arrebata
de la imprenta la horrible catarata:
ingratitud, puñales, traiciones,
y en tan cruel situación no viene un goce,
a consolar la víctima suprema,
que yace encadenada en el palacio:
únicamente aquel que no conoce
el peso del bastón o la diadema,
puede, infelice, suspirar por ellos.
En conclusión diré, que los reproches
que me enrostráis serían tolerables
si no hubiesen cedido los derroches,
que aseguran causé con franca mano,
en vuestro bien, señores: por vosotros
bueno empecé para acabar tirano.
Y, sin embargo de ser imaginadas por un adversario, ningún exceso de
pasión mezcla en esas palabras un dicterio dirigido contra los enemigos: so
lamente manifiestan un grande y profundo desengaño. Desengaño, ante la apa
rente nombradla que proporciona el poder, ante el conocimiento de las múl
tiples pretensiones con que sus “amigos” cercan al mandatario, y ante las
dificultades que se oponen a la realización de honestas intenciones. Desenga
ño labrado por el abatimiento de la voluntad, ante el cúmulo de problemas
morales y materiales que debe afrontar el administrador discreto.
— 499 —
to de obtener su debilidad tocados estos resortes, se vió como
arrastrado a consentir en el abuso (3).
Y sabía, otras veces, que sus mercedes iban a recaer en un fal
so amigo; pero confiaba en que la gratitud podría desviar las ma
las pasiones.
Obliga a suponer que una constante necesidad de afecto lo
incitaba a creer, a pesar de que los frecuentes desengaños lo in
clinaran a la desconfianza. Tal vez temía que en torno de él pu
diera producirse la soledad, y afanosamente procuraba enlazar sen
timientos. O su carácter, poco decidido y quizá tímido, lo llevaba,
tal vez hacia el sostén ligeramente anunciado. Pero esto hizo ines
tables sus devociones. Aunque, en rigor, no sería exacto juzgarlo co
mo versátil, pues no obraba con malicia. Buscaba el consejo de
varones prudentes, pero el chisme palaciego cercenaba su creduli
dad y detenía la decisión que ya afloraba. Dos caminos se abrían,
entonces, a la voluntad del general José Rufino Echenique: o se
obstinaba en seguir su propia opinión, aunque sus colaboradores la
juzgaran errada; o retardaba la decisión, y luego ponía en juego
dos recursos de efectos opuestos. Le faltaba madurez.
CAPITULO II
ESCLARECIMIENTO GENEALOGICO
4
— 502 —
CAPITULO III
San Jerónimo (en Jauja). Luego ocupó la vicaría de Lima. En 1813, la pro
secretaría del Arzobispado.
(21) En 1822, el maestro José Pérez de Vargas tenía, a su cargo la ter
cera aula del Colegio de La Libertad, instituido para indígenas peruanos.
Durante los años 1829 y 1830, fué inspector de las escuelas de latinidad
y primeras letras que funcionaban en Lima.
Desde 1829 hasta 1835, el maestro José Pérez de Vargas aparece como
director del Museo Latino y como preceptor de su tercera aula de latinidad,
poesía y retórica. El Museo Latino era, precisamente, la tercera de aquellas
tres aulas de latinidad que hasta 1770 habían estado a cargo de los jesuítas;
expulsados éstos, en 1770, las tres aulas de latinidad se incorporaron al Co
legio del Príncipe, que funcionaba en el local de la actual Biblioteca Nacio
nal; pero, al ser establecida la Biblioteca por el General San Martín y que
dar extinguido el Colegio del Príncipe, dichas aulas se transladaron a diver
sos lugares; y, por decreto del 20 de setiembre de 1825, el Museo Latino fué
instalado en la “casa de la Cascarilla” o enfermería de San Pedro, quedan
do las otras aulas en el local que antes ocupaban. Allí, en la ‘‘casa de la
Cascarilla”, trabajaba el maestro José Pérez de Vargas. Perfeccionaba a sus
alumnos en la traducción de los textos latinos y en el estudio de la retórica.
En 1841 tenía a su cargo el Museo Latino y, además, la primera aula
de la Escuela Gratuita de Humanidades. Tenía asignado un sueldo mensual
de 70 pesos, que, en 1853, bajo el gobierno del general José Pufino Echeni
que, fué elevado a 90.
Para ampliar los datos de esta nota, véase: “José Pérez de Vargas,
maestro y poeta”, artículo que he publicado en la revista “3”.
“ 515 “
CAPITULO IV
BAUTISMO DE SANGRE
CAPITULO V
Bajo los rayos del ardiente sol tropical, y ante los observado
res de Estados Unidos, Inglatera y los Países Bajos, se reunieron,
el 22 de junio de 1826, los plenipotenciarios del Perú, Colombia,
México y Centro América, para discutir las bases de una confede
ración americana.
Manuel Lorenzo de Vidaurre, plenipotenciario peruano, había
censurado la presencia del representante inglés, pues consideraba
que Inglaterra debía haber anticipado el reconocimiento de todos
los estados americanos; y, particularmente, le había solicitado una
exposición de los motivos que aconsejaban las dilaciones opuestas
al reconocimiento de la independencia peruana, A lo cual, el re
presentante inglés, sir Edward Dawkins:
abiertamente se expresó que esto no era posible, no teniendo
— 529 —
nosotros aún un gobierno constituido y procedente del Con
greso Nacional (34).
Para la opinión liberal inglesa —representada por el gabinete
de Lord Canning—, el reconocimiento de la emancipación perua
na estaba condicionado por la existencia de un gobierno que ema
nara del libre consentimiento nacional. Y, en consecuencia, sería
obstruido por la continuación de la tutela que ejercían los caudi
llos extranjeros; pues, aparte de perjudicar el normal desenvol
vimiento de los destinos nacionales, tal tutela se oponía a los es
quemas políticos elaborados a través de la organización de los paí
ses europeos.
En el Perú se estaban urdiendo los vínculos de una vasta
Confederación de los Andes. Y el Congreso de Panamá estaba des
tinado a sondear las posibilidades de su aceptación internacional.
Pero en las bases de dicha Confederación se hallaban los gérmenes
que habrían de ahogarla: porque la aspiración autoritaria de Bo-
lívar se oponía a ese liberalismo idealista que, a través del movi
miento emancipador, pretendía llegar hasta la realización del pac
to social; y porque el predominio colombiano hería el nacionalismo
de los patriotas peruanos. De manera que la advertencia de sir
Edward Dawkins estaba destinada a germinar fácilmente, al caer-
sobre el abonado campo de la realidad.
Bolívar trataba de aprovechar el temor con que era mirada to
da posibilidad de disturbios civiles, e inclinaba los ánimos hacia la
adopción de la carta constitucional que ya había sido impuesta en
Bolivia. El l.° de julio, el ministro de gobierno y relaciones exte
riores, don José María de Pando, dirigió una circular a todos los
prefectos de la república, ungiéndolos a reunir los colegios electo
rales, y a pedirles que se pronunciasen sobre la conveniencia de
adoptar la constitución inspirada por Bolívar. Pero los liberales
arreciaron sus embates contra los ya desembozados proyectos; de
nunciaron su violencia; y asumieron la defensa de la tradición na
cional, oponiéndose al autoritarismo de un presidente vitalicio ex
tranjero, cuyas atribuciones no tendrían freno en la debilidad de
un poder legislativo dividido. Y queriendo aplacar esta oposición,
Bolívar le hacía constantes ofrecimientos al presbítero Francisco
Javier de Luna Pizarro, jefe de los liberales. El 4 de julio, el nü-
(34) Carta de Manuel Lorenzo de Vidaurre a Hipólito Unanue, ministro
de gobierno y relaciones exteriores del Perú. Fechada en Panamá, el 6 de
junio de 1826, y publicada en la edición de “El Peruano” correspondiente al
31 de enero de 1827. Ha sido transcrita por Raúl Porras Barreneehea en su
valioso trabajo sobre “El Congreso de Panamá” (Lima—1926): páginas 377-
378.
— 530 —
APENDICE
19
— 536 —
HISTORIA DE AMERICA.
CONFERENCIAS.
21
— 552
Publicacoes de FALB.—Cuadernos 2 y 3.
PEDAGOGIA.
22
— 56o —
FOLKLORE DE HUANCAYO.
Huancayo, 1940.
CARLOTA JOAQUINA.
ESPAÑA EN AMERICA.
C. D. V.
FILOSOFIA DE MAIMONEDIS.
LA PAZ PERPETUA.
TRATADO DE LOGICA.
GUIA DE LA FILOSOFIA.
23
REVISTA DE REVISTAS
(ARTICULOS DE INTERES)
HISTORIA
EL GENERAL SIMON BOLIVAR EN LA CAMPAÑA DE LA NUEVA GRA
NADA DE 1819.—(“Relación escrita por un Granadino, que en calidad
de aventurero, y unido al Estado Mayor del Ejército Libertador, tuvo el
honor de presenciarla hasta su conclusión. Santa Fé. Imprenta del C. B. E.
por el C. Nieomedes Lora. Año 1820”).—(Boletín de la Academia Na
cional de la Historia.—No. 90.—Pág. 205.—Abril-Junio 1940.—Caracas, Ve
nezuela).
DOCUMENTOS INEDITOS PARA LA HISTORIA DE BOLIVAR.—Leeuna V.
—(Boletín de la Academia Nacional de la Historia.—No. 90.—Pág. 257.
—Abril-Junio 1940.—Caracas, Venezuela).
BOLIVAR EN CALI (Dos documentos inéditos del Libertador).—Naranjo M.
E.—(Popayán.—Nos. 184-187.—Pág. 200.—Mayo-Julio 1940.—Popayán,
Colombia).
LA TUMBA DEL CAPITAN GONZALO PIZARRO.—Porras Barrenechea R.
-—(Revista de la Universidad Católica del Perú.—-Nos. 4-5.—Julio-Agosto
1940.—Lima, Perú).
CONTRIBUCION A LA HISTORIA DIPLOMATICA DE LA DICTADURA
DE JUAN MANUEL DE ROSAS.—Duprey J.— (Revista Nacional.—No.
31.—Julio 1940.—Montevideo, Uruguay).
CUATRO TEXTOS INTERESANTES—(Ariel—No. 73.—Setiembre 1940.—
San José, Costa Rica).
DOCUMENTOS ACERCA DE LA ESTATUA DE CARLOS IV.—Gómez de
Orozco F.—(Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas.—Volumen
II.—No. 5, 1940. México).
REMINISCENCIAS IDOLATRICAS EN MONUMENTOS COLONIALES.—
García Granados R. (Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas.
—Volumen II.—No. 5, 1940.—México).
LAS MONEDAS DE NECESIDAD DEL ESTADO DE MICHOACAN.—Rome
ro de Terreros M.—(Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas-
Volumen II.—Pág. 17.-—-No. 5, 1940.—México).
— 5*59 —
UNA NUEVA VALORACION DEL GENERAL SAN MARTIN—Carbia B.
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LOS DELITOS POLITICOS EN LA HISTORIA DE VENEZUELA.—Alvara
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(Revista del Colegio de Ntra. Sra. del Rosario.—Nos. 342-44.—Julio-
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GUERRA Y CONQUISTA SEGUN FRANCISCO VICTORIA (dominicano) —
(Revista del Colegio de Ntra. Sra. del Rosario.—Nos. 342-44.—Julio-Se
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(Chaski.—No. 1.—Pág. 49.—Febrero 1940.—Lima, Perú).
PACHACAMAC—Tello J. C—(Chaski.—Setiembre 1940.—No. 2.—Lima, Pe
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LOS INDIOS Y LAS RUINAS ABORIGENES CERCA DE CHACHAPOYAS
EN EL NORTE DEL PERU).—(Traducida del inglés por Emilia Romero).
(Exploraciones hechas en 1893 bajo el patronato del ya desaparecido Mr.
Henry Villard, a cuya memoria está respetuosamente dedicada esta mo
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KIRAWA KOOHA.—Mejía Xesspe M. T.—(Chaski.—No. 2.—Pág. 60.—Se
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PAS DE LA PROVINCIA DE CANTA—HACHAS LITIGAS EN LA
HOYA DEL HUALLAGA—PRIMEROS POBLADORES DEL VALLE DE
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GARCILASO DE LA VEGA.—Arenas Aranda P.—(Universidad de Arequipa.
—No. 15.—Enero 1940.—Pág. 83.—Arequipa, Perú).
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No. 34.—Agosto 1940.—Pág. 3.—Ayacucho, Perú).
MARIA PARADO DE BELLIDO.—Cárdenas C.—(Huamanga.—No. 34.—Agos
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Nos. 184-87.—Mayo-Julio.—1940.—Pág. 170.—Popayán, Colombia).
EL CONDE DE GUAQUI.—López A. L.—(Boletín de Estudios Históricos.—Nos.
107-08.—Julio-Agosto 1940.—Pág. 289.—Pasto, Colombia).
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SOBRE LA FILOSOFIA DE MARTIN HEDEGGER.—Díaz Casanueva.—(Re
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PSICOPATOLOGIA EN EL ARTE.—Falconí Villagomez J. A.—(América.—
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METAFISICA DE LA LIBERTAD.—Vasallo A.—(Universidad Católica Bo
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POR UNA FILOSOFIA HISPANOAMERICANA.—Menéndez de Samara A.—
(Universidad de Antioquia.—Nos. 38-39.—Mayo 1940.—Medellin, Colom
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ALGUNAS DE MIS IDEAS ESTETICAS__ Figueira G.—(Universidad de An
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Vergara R., Ayala F., Bianco J., Caillois R., Canto P., Erro C. A., Hel
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CRITICA
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LA ENSEÑANZA DE LAS CIENCIAS HISTORICO-SOCIALES.—Sánchez
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EL APRENDIZAJE DE LA LECTURA Y LA ESCRITURA.—Silva Flores J.
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METODOS ACTIVOS EN LA COMPOSICION CASTELLANA.—Jiménez Bor
ja J.—(Pedagogía.—No. 2.—Setiembre 1940.—Pág. 11.—Lima, Perú).
EL COLEGIO SECUNDARIO, SU ORIGEN, SU EVOLUCION Y SUS PRO
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EL MAESTRO Y EL NIÑO.—Illanes T.—María.—(Pedagogía.—N. 2.—Setiem
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LAS SECCIONES DE PEDAGOGIA DE LAS UNIVERSIDADES OFICIALES
Y EL ANTEPROYECTO DE ESTATUTO UNIVERSITARIO.—Carrillo
Huiei J. V—(Pedagogía.—No. 2.—Setiembre 1940.—Pág. 21.—Lima, Pe
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LA EDUCACION FEMENINA.—Indacoehea Mercedes.—(Pedagogía.—No. 2.—
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LA ESCUELA RURAL.—Castro Pozo H.—(Pedagogía.—No. 2.—Setiembre
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LA CONFERENCIA INTERNACIONAL DE INSTRUCCION PUBLICA.—
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BOSQUEJO DE LA ENSEÑANZA SUPERIOR EN SANTA FE—Pozzo H.—
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LA ESCUELA DE ADMINISTRADORES RURALES A TRAVES DE LOS
20 AÑOS DE SU EXISTENCIA.—Ibarra V. D.—(Universidad del Lito
ral.—No. 6.—1940.—Pág. 131.—Santa Fé, Argentina).
LA ENSEÑANZA CIENTIFICA Y LA REALIDAD ECONOMICA—Dalí’Ane
se.—(Universidad del Litoral.—No. 6.—1940.—Pág. 153.—Santa Fé, Ar
gentina).
ARTICULOS VARIOS
EL LOCAL PARA LA BIBLIOTECA UNIVERSITARIA.—(Boletín Bibliográ
fico.—Año XIII.—No. 3.—Octubre 1940.—Lima, Perú).
LAS ETAPAS DE LA VIDA.—Shaw B.—(Ariel.—No. 71.-—Agosto 1940.—Pág.
1775.-—San José, Costa Rica).
TRES GRAVES OFENSAS.—Delgado II.—(Ariel.—No. 72.—Setiembre 1940.—
Pág. 1836.—San José, Costa Rica),
LA CONFERENCIA DE LA HABANA. MENSAJE DEL GRUPO AMERICA.
-—(América.—No. 69.—Setiembre 1940.—Pág. 137,—Quito, Ecuador).
PALABRAS SOBRE LA CULTURA DE NUESTRO HEMISFERIO.—Franklin
A. B.—(América.—No. 69.—Setiembre 1940.—Pág. 243.—Quito, Ecuador).
EL DIA DE AMERICA: DIA DE LA LIBERTAD.—Antelo M.—(Universidad
del Litoral No. 6.—1940.—Pág. 7.—Santa Fé, Argentina).
MATE PERUANO.—A. J. B.—(“3”.—No. 6.—Setiembre 1940.—Lima, Perú).
—(Cuadernos Cocodrilo).
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BIBLIOGRAFIA
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letín Bibliográfico.—Año XIII.—No. 3.—Octubre 1940.—Pág. 159.—Lima,
Perú).
HACIA LA FORMACION DE UNA BIBLIOGRAFIA SOBRE LITERATURA
INFANTIL PERUANA—Olivas A.—(Boletín Bibliográfico.—Año XIII.
—No. 3.—Octubre 1940.—Pág. 255.—Lima, Perú).
BIBLIOGRAFIA DE REVISTA Y PERIODICOS: ABRIL-SETIEMBRE 1940.
—(Boletín Bibliográfico.—Año XIII.—No. 3.—Octubre 1940.—Pág. 255.—
Lima, Perú).
CONTRIBUCION A LA BIBLIOGRAFIA DE DON LUIS CORREA.—Grases
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BIBLIOGRAFIA HISPANOAMERICANA.—(Revista Hispánica-Moderna.—
No. 3.—1939.—Pág. 254.—Buenos Aires—Nueva York.
BIBLIOGRAFIA HISPANOAMERICANA.—(Revista Hispánica-Moderna.—
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EDICION LIMEÑA DE UN LIBRO DE FRAY LUIS DE GRANADA, SIN
EJEMPLAR CONOCIDO.—Romero C. A.—(Revista de la Universidad Ca
tólica del Perú.—Tomo VIII.—Nos. 4-5.—Julio-Agosto 1940.—Pág. 195.—-
Lima, Perú).
UN FOLLETO DE JOSE MANUEL VALDEZ.—(Universidad Católica del Pe
rú.—Tomo VIII.—Nos. 4-5.—Julio-Agosto 1940.—Pág. 236.—Lima, Perú).
C. D. V.
ACTIVIDADES DEL CLAUSTRO
EXPOSICION DEL LIBRO ARGENTINO,
CONFERENCIAS.
GRADO DE DOCTOR.
P
Paredes Luis A.—Síntesis del Canto III de la Diada............... 107
Peñaloza Walter.—Beatriz como esencia..................................... 439
R
Ríos Carlos Alfonso.—Apunte crítico del Canto XXIV de la
Diada ... ............... 111
S
Steele Boggs Ralph.—El Folklore en los planes de estudios de
las universidades de los EE. UU. . . . 230
T
Tamayo Vargas Augusto.—Indice de la Novela......................... 147
Tateichi Víctor K.— De la flora y fauna que introdujeron los
españoles en el Perú.464
Tauro Alberto.—Colónida en el modernismo peruano .... 81
„ „ Realidad nacional y crítica literaria ..... 213
„ „ Mocedad de José Rufino Echenique. (tesis) . 493
Tovar Velarde Elias.—Praxiteles y el estilo praxitélico . . 466
U
Urteaga Horacio H.—Discurso pronunciado en la inaugura
ción de la Escuela de Verano.................. 204
— 5^9 —
pág.