Cuadernos: Hispanoamericanos
Cuadernos: Hispanoamericanos
Cuadernos: Hispanoamericanos
C UA DE R N O S
Marzo 2017
HISPANOAMERICANOS
Nº 801
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
Precio: 5€
C UA DE R N O S
HISPANOAMERICANOS
Redacción
Cristian Crusat Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación
Carmen Itamad Cremades Romero Alfonso María Dastis Quecedo
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ral pesimismo no responde a una inclinación personal o a una
constelación de hechos psicológicos o biográficos, sino a una
impávida manera de conducirse dignamente ante la realidad
del sufrimiento. Esto lo dijo Luis Loayza, para quien la obra
de Ribeyro queda como testimonio de lo que podían hacer en
la literatura peruana del siglo xx, desde el diáfano balcón de su
sensibilidad, una clara inteligencia y un corazón en su sitio.
Julio Ramón Ribeyro nació el 31 de agosto de 1929 en Lima
(Perú), en el barrio de Santa Beatriz. Cursó estudios en los cole-
gios Montessori y Champagnat, en cuyo equipo de fútbol jugó de
dizque centroforward. Practicó la natación en el mar hasta que
pudo, incluso cuando su torso –tras numerosas intervenciones
quirúrgicas– parecía uno de esos desnudos mapas físicos donde
los escolares borronean los nombres de ríos y montes, un ama-
sijo de costurones. Sus recuerdos de infancia transcurrían pre-
ferentemente en el barrio limeño de Miraflores. Allí, la acomo-
dada familia residió en una encantadora casita rodeada por un
frondoso jardín lleno de frutales. Cercaban ese territorio mítico
corralones, potreros, cines de barrio, Chevrolets azules, desfila-
deros, playas desiertas y avenidas con ficus y eucaliptos, plan-
tados tal vez desde antes de la guerra con Chile. El antepasado
más antiguo del que Ribeyro tenía noticia era un gallego llamado
Melchor Ribeyro, quien había embarcado rumbo a Perú a finales
del xviii. Abrió una librería de viejo en el centro de Lima y se casó
con una dama decente pero sin fortuna. En el texto «Ancestros»,
hipotético primer capítulo de su autobiografía, Ribeyro repasa
esta estirpe, integrada en lo fundamental por jurisprudentes, rec-
tores universitarios e imaginativos buscavidas. Daniel Titinger ha
escrito recientemente una magnífica, dislocada biografía de Ri-
beyro –Un hombre flaco– en la que dibuja de la siguiente manera
el estatus familiar: «Los Ribeyro eran una familia con dinero. El
padre, Julio Ramón, trabajaba en la Casa Ferreyros, que era de
unos familiares suyos, una importadora que además era repre-
sentante de Caterpillar Tractor Co. en el Perú. Tenían un Ford
negro del 38, un chófer que se apellidaba Rosas, un jardinero, y
los cuatro hijos iban a buenos colegios en Miraflores». El padre
de Julio Ramón Ribeyro fue un hombre culto y francófilo, due-
ño asimismo de una nutrida biblioteca, uno de esos padres que
daban palizas y a continuación se encerraban en su gabinete. A
través de él se interesó por los libros y la lectura el jovencísimo,
frágil, tímido, solitario Ribeyro. Pero la muerte del padre de Julio
Ramón conllevó la ruina económica de la familia, al tiempo que
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alojaba en el ánimo del escritor un agudo e inconsolable senti-
miento de orfandad.
Con gran pesar entre sus allegados, Ribeyro se matriculó en
la Facultad de Letras de la Universidad Católica. Desechaba así
la carrera de abogado, a la que parecía predestinado por apellido.
Los gallinazos sin plumas, su primer libro de relatos, vio la luz
en 1955. Para entonces, Ribeyro ya no vivía en Perú. Fue des-
de el principio una figura ausente, un extraño satélite en órbita
alrededor de esa generación que, desde los años 50, introdujo
nuevas preocupaciones, nuevas tradiciones en la narrativa perua-
na. Publicaban sus primeros libros por aquellos años Enrique
Congrains, Oswaldo Reynoso, Sebastián Salazar Bondy, Eleo-
doro Vargas Vicuña, Mario Vargas Llosa. Esta nueva generación,
según Ángel Esteban, dirige su mirada hacia la ciudad –hacia su
vertiginoso reino de posibilidades– y da cuenta de las consecuen-
cias inmediatas que entrañará la modernización en las estructu-
ras sociales del Perú: grandes masas campesinas emigran hacia
las zonas urbanas, una nueva clase media emerge y, en materia
literaria, cristaliza una suerte de identidad nacional que, tras la
época de los ismos, incorpora el indigenismo como un estado de
ánimo y de conciencia del nuevo Perú. Fue José Carlos Mariáte-
gui quien profundizó en esta última tendencia crítica: mientras la
estética vanguardista se había traducido en Europa, grosso modo,
en una voluntad destructora de la identidad anterior, en un país
como Perú tal espíritu debía iniciar, a priori, un proceso de hu-
manización social y política, es decir, debía crear las condiciones
necesarias para la construcción de su primera identidad, tanto
nacional como artística.
En ese contexto se desarrolla la labor literaria de Julio
Ramón Ribeyro, un claro ejemplo de que carácter es destino y
también es literatura. Toda la vida se consideró a sí mismo un
escéptico. Ribeyro se dedicaba a inventariar enigmas, a levantar
en cada texto un íntimo catastro de vacilaciones. Su sensibili-
dad literaria era el necesario apéndice de una mirada a través de
la que, invariablemente, el mundo se reflejaba mezquino, sórdi-
do, deleznable, ridículo y cruel. Si carácter es destino, tempe-
ramento es, sin ninguna duda, género literario: «Se es cuentista
por temperamento –dijo–. Es una manera de ver el mundo». A
nadie se le oculta que tras esos personajes tristes, alienados, in-
trascendentes, pasivos, reservados, mediocres –seres humanos
«excluidos del festín de la vida», en definitiva– se agazapa algu-
no de los recurrentes estados de ánimo de Ribeyro, del desarrai-
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gado Julio Ramón Ribeyro, traductor en la France-Presse; más
tarde agregado cultural en la embajada peruana en París; dele-
gado y representante peruano, por último, en la unesco (pues-
tos –estos dos últimos– políticamente muy incómodos durante
un buen tiempo, aunque propicios a la buena organización del
tiempo de escritura). Días grises, años grises, el número 15 de
la rue de la Harpe, vinos Saint-Émilion en La Coupole o La Ro-
tonde, mudanzas, cafés en el Old Navy, úlceras, cartas a su her-
mano Juan Antonio, el estudio de la rue Saint-Séverin, crisis,
periodos de hermetismo, vacaciones en Capri, compatriotas a
la salida de una parada de metro, la cinemateca en la rue d’Ulm,
partidas de ajedrez, peones árabes y portugueses cruzando el
asfalto de la place Falguière, un matrimonio, un hijo, pasillos de
hospital, un cáncer de esófago, la casa junto al parc Monceau;
y la perspectiva del regreso a Perú, siempre, a Lima, la ciudad
donde germina gran parte de la literatura de Ribeyro. A menu-
do su enjuta figura convoca el recuerdo de una de esas prover-
biales personalidades saturninas, esos seres melancólicos suje-
tos a euforias y depresiones igualmente violentas, a la influencia
del planeta más hostil, frío y batido por los vientos. Vana ilusión
de un orden en París, de alguna forma de sentido o de compa-
ñía: «Sé por experiencia que no puedo soportar la presencia de
una persona más de tres horas», anotó en su diario en 1955. Y
pese a todas sus perplejidades y retraimientos, Ribeyro se ha
convertido con el andar del tiempo en un auténtico emblema
de la literatura de poder (ese sistema de conocimiento al que se
accede, según Thomas De Quincey, únicamente por medio del
placer y de la simpatía), en un maestro, en un eficaz cobijo para
nuestro desconcierto.
Sucede que para los protagonistas de las historias de Julio
Ramón Ribeyro la personalidad –si nos atrevemos a glosar un
verso del poeta Michael Hamburger– es una distracción, un lujo
que a menudo se encuentra más allá de sus posibilidades. En
efecto, abundan en la obra de Ribeyro ciertos personajes que, tras
una negociación infructuosa con la realidad, aceptan sin rechis-
tar su fracaso, acarreándolo con ellos por doquier. Por esta razón
afirmó Efraín Kristal que los narradores de los cuentos de Ri-
beyro se definen por elaborar numerosas y decisivas reflexiones
acerca de sus interioridades, pues ayudan a entender el mundo
del propio narrador mucho más que el de los personajes implica-
dos en la trama. He ahí la raíz del escepticismo ribeyriano: el afán
de observar, de entender, de rastrear una emoción que, a fin de
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cuentas, no resuelve ninguna incertidumbre ni tampoco genera
conocimiento.
Como él mismo reconoció, sus cuentos se agrupan por fa-
milias de preocupaciones. Esencialmente encontramos en su
obra cuentos realistas; cuentos fantásticos; cuentos que él mismo
denominó «evocativos, autobiográficos», los cuales suelen trans-
currir en algún escenario de la Lima de mediados del siglo xx; y,
por último, cuentos «europeos», tras los que se oculta un auto-
rretrato afiligranado, una proyección del propio Ribeyro en su
dilatado periplo por el Viejo Continente. En efecto, Julio Ramón
Ribeyro partió a Europa en 1952, cuando, tras terminar sus es-
tudios universitarios en Lima, pudo viajar a Madrid gracias a una
beca concedida por el Instituto de Cultura Hispánica. Necesitaba
cambiar de panorama, traicionar su hado, atreverse –como gritó
Nietzsche– a ser quien era. «Aquí ya soy definitivamente como
han querido que sea», había escrito el 3 de junio de 1950. Lle-
vaba noventa dólares en el bolsillo. Desde España enviaba a su
hermano Juan Antonio los cuentos que iba escribiendo, de suerte
que éste los pudiera presentar a los certámenes literarios de Perú.
Luego se marchó a Munich, en Alemania, y también a Berlín,
Hamburgo y Fráncfort. Y a la ciudad belga de Amberes, donde
residió hasta que tomó la determinación de establecerse defini-
tivamente en París. En la capital francesa dio continuidad a sus
hábitos noctámbulos, desempeñando primero trabajos subalter-
nos, desagradecidos y muy físicos –portero de hotel, recogedor
de periódicos usados, cargador de paquetes en las estaciones–,
empleos tras los que acababa con el cuerpo derrengado y moral-
mente abatido ante la máquina de escribir. Se trasplantaba de una
habitación de alquiler a otra, toda vez que solamente llevaba con-
sigo una maleta con libros, un tocadiscos portátil y la máquina de
escribir. Vivió emancipado del sentido de la propiedad, de la pro-
fesión, de la familia. Ocupó habitaciones hostiles e impersonales;
lúgubres cuartos que quedan como caparazones huecos tras la
marcha del huésped. Regresó a Perú y vivió una breve época en-
tre Lima y Ayacucho. «Retrospectivamente –afirmó–,T me doy
cuenta de que, al cabo de ese tiempo, tuve el temor de regresar
al Perú para asumir una responsabilidad, insertarme en un me-
dio social y desempeñar una función determinada. Preferí seguir
en la situación del estudiante extranjero, lo cual me daba mayor
libertad e independencia y, sobre todo, me eximía de aquellas
responsabilidades». Gracias a la intermediación de Loayza y Var-
gas Llosa –quien había llegado a París un poco más tarde que él–
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empezó a trabajar en la France-Presse. En esta agencia parisien-
se pasó doce años, «duros y enojosos». Al arreglar sus papeles
para la jubilación, mucho tiempo después, Ribeyro encontraría
una amonestación oficial que resume el estado de aburrimiento
y embrutecido desinterés en el que le sumía este trabajo: «Los
deberes del periodista son incompatibles con la lectura en horas
de oficina de En busca del tiempo perdido». Cada una de estas
urbes –Madrid, Amberes, París…–, cada una de estas etapas en
la vida de Ribeyro quedaron consignadas de manera minuciosa
y a veces lacerante en el diario del autor, que abarca desde 1950
hasta 1978 y se titula, muy elocuente y ribeyrianamente, La ten-
tación del fracaso. El diario está trufado de pasajes de carácter
puramente narrativo y de pequeños episodios que conforman
elusivos relatos europeos. La descripción de alguno de sus pro-
yectos literarios da paso a menudo, sin solución de continuidad,
al examen de cualquier temor, presagio o correría: «Ahora estuve
bailando en una cave de Amberes, cerca de Venusstraat […]. A
la media hora me escapé avergonzado por mi falta de inocencia».
Abundan, asimismo, comentarios y apuntes a vuelapluma seme-
jantes a aquellos que formarían parte, años después, de un libro
lucidísimo, implacable y legendario: Prosas apátridas, publicado
en 1975 por la editorial Tusquets (y cuyas galeradas, afirma el
mito, le fueron entregadas a Ribeyro en París, personalmente, por
un joven Enrique Vila-Matas). Estas prosas constituyen un valio-
so manual de filosofía práctica, fragmentaria y portátil, amén del
original cruce al que habrían dado lugar los poemas en prosa de
Baudelaire y las acidísimas cavilaciones de Cioran. Un libro úni-
co que encarna el presente absoluto de la inteligencia de Ribeyro,
flâneur nocturno e infatigable; un artefacto literario surgido di-
rectamente de la vivencia de la ciudad de París y del enjambre de
pulsiones que zarandeaban el ánimo del autor.
Ribeyro fue sin duda un diarista excepcional, así como un
fervoroso lector de este género, entre cuyas realizaciones predi-
lectas se contaban los diarios de Amiel, Chateaubriand, Saint-Si-
mon, Casanova, Jünger y Kafka. También cobramos conciencia
en las páginas de su diario del rendido interés de Ribeyro por
los libros de historia, en especial por la obra de Michelet, Tá-
cito, Toynbee o Gibbon, aunque fue la extensa tradición de los
moralistas franceses la que, efectivamente, forjó algunos de los
mejores párrafos de la obra de Ribeyro: esa tradición de libros
heterodoxos y aparentemente descabezados –basados en máxi-
mas, reflexiones o aforismos– que comprende desde los ensayos
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de Montaigne a los cuadernos de Valéry. Por lo demás, incursionó
en el ensayo y el artículo críticos, actividad que fructificó en el
conjunto La caza sutil, publicado en 1975. Es en verdad la obra
de Ribeyro un continuum en el que las fronteras entre géneros
literarios son particularmente frágiles, dúctiles; catalogar un texto
de una manera u otra responde a un asunto circunstancial, a cual-
quiera de las fluctuantes irisaciones del ánimo. Su latido literario
–«Yo no tengo un estilo: tengo sólo una tonada»– es fácilmente re-
conocible. «Lo importante –afirmó– no es ser cuentista, novelista,
ensayista o dramaturgo, sino simplemente escritor».
Ribeyro escribió tres novelas. En parte, quizá, porque era lo
que se esperaba de él. O porque era lo que se esperaba de cual-
quier escritor hispanoamericano de su época. O tal vez porque
era la única contraseña que admitía la comunidad lectora atenta al
fenómeno del boom. Crónica de San Gabriel, novela publicada en
1960, fue definida por Washington Delgado como la liquidación
de la novela épica agraria. Construida a partir de una estructura
aparentemente tradicional (carente de juegos y vaivenes tempo-
rales y de otros artificios), Crónica de San Gabriel está recorrida
por notas arcaizantes que remiten deliberadamente a la novela del
xix y homenajean a algunos de los autores preferidos de Ribeyro
(Chéjov, Maupassant, Poe, Balzac, Cervantes). Es, en suma, una
novela erguida sobre la sólida peana constituida por una sucesión
de capítulos breves, rotulados mediante un título y concluidos
sorpresivamente para reanimar el interés del lector. La moder-
nidad, sin embargo, está en otro sitio, como señaló Loayza: en la
meditación sobre el medio social y político, además de su sagaz
punto de vista. Aún publicó otras dos novelas: Los geniecillos do-
minicales (1965), de tema netamente urbano, cuyos personajes
discurren por el angosto mundo pequeñoburgués; y Cambio de
guardia, que carga las tintas contra la corrupción política. Él mis-
mo, cuando ya había escrito estas novelas, era consciente de los
problemas del novelista de su época: mientras las ciencias socia-
les acaparaban y reivindicaban la transmisión del saber y de lo
novedoso, la historia banalizada expropiaba los tesoros del pa-
sado y el periodismo de actualidad, el mero presente. ¿Qué le
queda al novelista?, se pregunta en un artículo Ribeyro. Le queda
el lenguaje, le queda la fantasía, la libertad de composición; le
queda el carácter no inmediatamente utilitario de su quehacer, le
queda tal vez la insatisfacción.
Violencia, injusticia, quiebra moral y económica, indefen-
sión, el sufrimiento de los peones, la desdicha de los amos, la fatal
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incomunicación entre clases y razas, entre iguales, el deterioro
de la vida, amores decepcionados… Los temas y personajes de
la novelística de Ribeyro no se distinguen en realidad de los de
sus cuentos, caracterizados estilísticamente por la sobriedad y
la cadencia de su prosa, la adjetivación precisa, el ritmo fluido
y apretado o la sabia dosificación de los elementos simbólicos.
En mi caso, vuelvo a algunos de sus relatos como a la vieja caba-
ña construida en la adolescencia, todos ellos timbrados por un
mismo sello de cierre: la fecha y el lugar en el que se escribieron,
siempre tras el punto final, como un fugaz testimonio autobio-
gráfico (escribir es recordar quiénes éramos en el tiempo en que
escribíamos). Vuelvo a «Al pie del acantilado», una emotiva y tris-
tísima historia de acantilados, marginación y sal (incluida en el
libro Tres historias sublevantes y cuya escritura está fechada en
Huamanga en 1959); a «Doblaje», una obra maestra del tema del
doble, a la altura de los textos canónicos de Chamisso, Cortázar,
Poe o Hoffmann (que data de 1955, en París, y está incluida en
Cuentos de circunstancias); a «Por las azoteas», una subversiva y
libérrima exploración por las entrañas del pensamiento firmada
en 1958, en Berlín (incluida en Las botellas y los hombres); a «Sólo
para fumadores», donde la historia de la literatura se convierte
en la volátil historia del humo del penúltimo cigarrillo (incluida
en Sólo para fumadores)… La escritura de Ribeyro, parafrasean-
do a Vila-Matas, es una casa para siempre. Sus personajes son
como nosotros, luchan contra los mismos obstáculos y quedan
paralizados por idénticas perplejidades. Al final, Julio Ramón Ri-
beyro reunió su obra cuentística bajo el título de La palabra del
mudo. Mudo el autor de los textos y mudos sus personajes: los
bobos, los estafados, los locos, los tipos raros, los desubicados,
los enamorados, los absortos, los saldos de la especie humana,
marginados todos ellos de alguna u otra manera o refractarios a
lo consabido: «Me gustan las personas sobre las que no podemos
formarnos una opinión, en otras palabras, las que nos obligan a
renovar constantemente la opinión que tenemos de ellas». En su
momento, Frank O’Connor aseguró que en el cuento moderno
la voz solitaria que está gritando es la de la Población Sumergida.
Difícil hallar un mejor ejemplo para tal aseveración que la obra
cuentística de Ribeyro, el autor que amplificó la voz de su parti-
cular Población Sumergida: la Población Muda.
Esclavos del destino, los personajes de Ribeyro personifican
el sujeto tal y como Alain Badiou lo describe en su libro La ética:
al encontrarse ante el acontecimiento decisivo que cambiará sus
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vidas, no pueden hacer nada más que cargar con él. El destino es
aquello que no se puede rechazar, pues por esa misma razón es el
destino. Es el instante en que realmente uno se convierte en Suje-
to en el pleno sentido de la palabra, como en las tragedias griegas:
alguien que se somete (sub-jacere en latín) y, paradójicamente,
mediante ese acto, afirma su modesta soberanía. Es el mudo que
no se aparta del punto de articulación en su historia, sino que
acarrea con él, con plena responsabilidad y conciencia de que el
encuentro con el propio destino puede significar una catástrofe.
El resto, entonces, es ya literatura y temperamento.
Cuento, novela, diario, ensayos, apuntes de una filoso-
fía práctica e inclemente y, asimismo, teatro: Ribeyro compuso
una decena de piezas dramáticas, por una de las cuales recibió
el Premio Nacional de Teatro de Perú. Ribeyro saltó de un gé-
nero a otro de forma caprichosa y voluble, en congruencia con
sus hábitos de escritura, que comparó en uno de los fragmentos
de su diario con los juegos de su hijo. Esto es, la literatura como
prolongación de la infancia: la misma insatisfacción, el mismo
aburrimiento, el mismo deseo de cederle la palabra al otro o a los
otros que hay en nosotros mismos. La misma soledad. A lo largo
de La tentación del fracaso abundó Ribeyro en sus manías, en sus
angustias, en su particular manera de entrar en el mood creador
que, palabra a palabra y voluta a voluta, definiría el género al que
lo redactado, a menudo en horas nocturnas, debería adscribirse
más tarde. «Todo diario íntimo surge de un agudo sentimiento de
culpa». La pluralidad de rubros en el seno de la obra de Ribeyro
es natural consecuencia de una constante y permanente vocación
literaria. Por eso llegó a afirmar que vivía «con la literatura», una
aclaración sutil pero decisiva. Mientras los que viven de la litera-
tura son los que fabrican libros –y, a través de ella, buscan dine-
ro, consideración o poder–, los que viven para la literatura son
quienes encuentran en la creación el fin supremo, de modo que
la vida se convierte en un simple medio para tal fin. Entre unos
y otros se encuentran los que viven con la literatura, a semejanza
de Julio Ramón Ribeyro, aquellos para quienes la literatura no es
ni totalmente un medio ni totalmente un fin, sino más bien una
compañía, una presencia continua a lo largo de la vida. O una
permanente excusa: «A veces pienso que la literatura es para mí
sólo una coartada de la que me valgo para librarme del proceso
de la vida».
Como dejó escrito Diego Zúñiga, a partir de cierto momento
la vida de Ribeyro, el temperamento de Ribeyro, se confunde con
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las historias que el autor entrega en sus libros. Paradójicamente,
el más discreto de los escritores se convirtió en el más célebre.
Empezó a ser objeto de ediciones conmemorativas en su país, de
ediciones populares, a figurar en los manuales, a llenar los salo-
nes en los que impartía una conferencia o presentaba un nuevo
libro. Sus visitas a Perú se anunciaban a bombo y platillo y él se
veía en la obligación de atender a los periodistas, o de mentirles
y evitarlos. Llegaron a asediarlo como a una estrella de rock. Ori-
llado por el fenómeno editorial del boom, acabó convertido, por
alguna suerte de error o de milagro, en un escritor consagrado,
querido, admirado, incontournable. Le concedieron en 1994 el
Premio Juan Rulfo. De repente, se vio confinado en un estrecho
panteón, junto al Inca Garcilaso de la Vega y José María Argue-
das. Él, el tímido, el enclenque, el mudo, el flaco, el hermético, el
atractor de grillados, de absurdos equívocos, de adversidades ri-
dículas, de azares lamentables: «A mí los tullidos, los tarados, los
pordioseros y los parias. Ellos vienen naturalmente a mí sin que
tenga necesidad de convocarlos. Me basta subir a un vagón de
metro para que, en cada estación, de uno en uno, suban a su vez y
vayan cercándome hasta convertirme en algo así como el monarca
siniestro de una Corte de los Milagros». Sólo a Ribeyro pudieron
ocurrirle infortunios editoriales tan extravagantes como los que
atañeron a la publicación de sus obras Los geniecillos dominicales
o Los gallinazos sin plumas: si la primera de ellas se editó pésima
y repudiablemente, plagada de erratas, omitiendo un cuadernillo
de ocho páginas hacia el final de la obra, lo cual volvió la nove-
la absolutamente incomprensible, la edición traducida al francés
del segundo título, a cargo de Gallimard, colocó en la solapa del
libro la fotografía de un escritor africano con idéntico apellido.
Por lo visto, este último episodio lo colmó de vergüenza y Ri-
beyro se escondió en su casa durante horas.
Algunas de las últimas fotos de este hombre fueron tomadas
también en balcones y terrazas, aunque en este caso del barrio
de Barranco, en Lima. Posaba resignadamente alegre y enjuto, en
camisa (la gabardina ya no era necesaria), frente al mar, siempre
el mar. Había llevado a término, de forma aproximada, su viejo
anhelo, como escribió en una entrada de 1974 de La tentación
del fracaso: «Proyecto –o menos que proyecto, anhelo, sueño– de
tener una casa en el malecón de Miraflores, frente al mar, donde
pueda pasar tardes tranquilas, interminables, mirando el ponien-
te, pensando, escribiendo si me provoca, tal vez con uno o dos
amigos, buenos discos, un buen vino, mi pequeña familia, un gato
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 14
y la esperanza de sufrir poco». Eran los turbulentos años noventa
peruanos (de los que se supone que también hay páginas del dia-
rio personal de Ribeyro, inéditas todavía). Se había dejado crecer
un espeso bigote, tal vez para disimular su prognatismo. Alterna-
ba feliz con escritores y amigos más jóvenes. Montaba en bicicle-
ta. Llegó a cantar boleros en algún anónimo karaoke limeño. Julio
Ramón Ribeyro murió en Lima el 4 de diciembre de 1994. Tenía
65 años. La muerte resultó ser como la rúbrica de todos sus cuen-
tos: una fecha, un lugar, el extraño consuelo de la vana perfección.
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© Archivo de la revista Caretas
Por Ángel Zapata
LA PROMESA (IN)CUMPLIDA
Una lectura de La insignia
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su pregnancia y a la vez en toda su potencia de perturbación allí
donde el discurso –lejos de agotar su tema– se interrumpe, se des-
completa, se trunca); y lectura parcial, también, porque mi aná-
lisis no se propone como último objetivo nombrar el sentido del
texto de Ribeyro, sino –ante todo– violentarlo, esto es, malenten-
derlo, desquiciarlo, forzarle a decir lo que seguramente no estuvo
nunca en la intención del autor, pero que, aun así –o más bien por
eso–, no deja de escucharse en la escritura.
En esta dirección, mi escucha de La insignia –lo digo de en-
trada– se origina a partir de un desnivel. Un desnivel sutil, escasa-
mente perceptible incluso. En absoluto se podría afirmar que con
él queda en entredicho la unidad de impresión del conjunto. Pero
hay, con todo, un leve cambio de registro entre el primer párrafo
del texto (que más que un planteamiento nos ofrece un inquie-
tante prólogo a la acción) y el desarrollo posterior de la historia.
Como relato, en efecto, La insignia se encuadraría en el gé-
nero de la farsa, con una textura en la que se parodian algunas
constantes de la ficción de espionaje en combinación con otros
recursos procedentes en su mayor parte de la literatura del absur-
do. De las historias de espías, el relato de Ribeyro toma –y lleva
a la caricatura– elementos como los disfraces, las citas secretas
y las contraseñas, pero también –y más importante aún– la pro-
moción de la peripecia al rango de factor estructurante del texto.
De la tradición del absurdo, a su vez, la escritura incorpora la co-
municación estereotipada y mecánica de los diálogos de sordos,
el uso recurrente de los sinsentidos, etcétera. El resultado de la
combinación, ya está dicho, es una farsa no sólo inteligente y bien
trabada, sino hilarante por momentos y altamente original.
Ésta es, pues, la textura dominante en el cuento. Y sin em-
bargo en el primer párrafo la escritura deja resonar una tonalidad
levemente distinta. Su respiración evoca más lo serio que lo hu-
morístico. Su atmósfera adquiere una cualidad que no sería im-
propio calificar de onírica. La representación parece flotar –sobre
todo– en el elemento cautivador y denso de lo enigmático.
En esas frases iniciales, de hecho, es donde el relato hace
aparecer la insignia misma, donde la insignia como tal se construye
en el despliegue del discurso. Y quizá es más que una coinciden-
cia el hecho de que Lacan –como escribe Jacques-Alain Miller–1
«[utilice] la palabra insignia para denominar la transformación
de una realidad en un significante, o la transformación de lo real
hacia lo simbólico». Habrá ocasión de volver sobre el concepto
lacaniano de insignia. La propuesta, ahora, consiste sin embargo
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 18
en recorrer detenidamente ese primer párrafo del cuento, en inte-
rrogar su extrañeza y su poder de imantación.
Éste es el texto, pues. Y, a fin de facilitar su análisis, lo seg-
mentaremos a continuación en lexias o unidades de lectura:
«Hasta ahora recuerdo aquella tarde en que al pasar por el
malecón divisé en un pequeño basural un objeto brillante. Con una
curiosidad muy explicable en mi temperamento de coleccionista, me
agaché y después de recogerlo lo froté contra la manga de mi saco.
Así pude observar que se trataba de una menuda insignia de plata,
atravesada por unos signos que en ese momento me parecieron in-
comprensibles. Me la eché al bolsillo y, sin darle mayor importancia
al asunto, regresé a mi casa. No puedo precisar cuánto tiempo estuvo
guardada en aquel traje que usaba poco. Sólo recuerdo que en una
oportunidad lo mandé a lavar y, con gran sorpresa mía, cuando el
dependiente me lo devolvió limpio, me entregó una cajita, diciéndo-
me: “Esto debe ser suyo, pues lo he encontrado en su bolsillo”.
Era, naturalmente, la insignia y este rescate inesperado me
conmovió a tal extremo que decidí usarla.
Aquí empieza realmente el encadenamiento de sucesos extra-
ños que me acontecieron. Lo primero fue un incidente…».2
I.b. Recuerdo
El discurso ficcional se acoge al registro (serio como pocos) de la
memoria, y al régimen (solemne siempre) del testimonio.
19 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
«Hasta ahora recuerdo…» es, por una parte, un sintagma
del tipo «Nunca olvidaré el día…» o «Aún sigue vivo en mi me-
moria el tiempo…»: fórmulas consagradas por la tradición y
destinadas sobre todo a apuntalar la verosimilitud dentro de la
ficción realista. Pero es también, por otra, un operador de ini-
cio, es decir, una señal (vehemente) de que la narración empie-
za. Con todo, y puesto que el género de La insignia es la farsa,
y no el drama, hemos de entender el recurso a este operador
convencional más como una mención que como un uso. Su in-
tención sería esencialmente paródica…, sin que por ello el dis-
curso mismo deje de quedar envuelto en una cierta atmósfera
de gravedad.
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 20
nombra como «la insignia», algo fulgura para el sujeto en/desde
el absoluto afuera.
(Pero a la constitución del mundo mismo ¿no le es acaso esen-
cial la demarcación/expulsión de esta exterioridad in-munda?
Ese pequeño basural ¿no es también, en cierto modo, el centro, la
cavidad, el Ónfalo cóncavo/convexo desde el cual lo amorfo, lo in-
determinado, lo oscuro, alumbran el ser? Ni los dioses inmortales,
ni los animales, que no ven la muerte (Rilke), tienen mundo. Sólo
el ex-sistente humano, ser para la muerte –fermento fugacísimo, él
mismo, de un pequeño basural–, hace mundo, tiene mundo).
21 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
LEXIA III: «Así pude observar que se trataba de una menuda
insignia de plata, atravesada por unos signos que en ese momento
me parecieron incomprensibles»
La insignia como tal se manifiesta en la escritura; el sujeto puede
observarla finalmente, y es ahora un elemento in praesentia den-
tro del texto.
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 22
radoja añadida de que esto «que hay» no pre-existe a la incidencia
y la acción del signo (sino que es, más bien, su efecto)… Y esto úl-
timo, obviamente, no en el sentido de que «la realidad» no existiría
sin la codificación que le superpone el orden simbólico, sino en el
sentido de que aquello que escapa al orden simbólico tiene tal índo-
le que ni en sí mismo ni a su respecto hay cuestión posible en torno
a si «existe» o no de un modo autónomo. Sin el significante falta el
trazo mínimo que permitiría decir que no hay nada. Lo imposible
es otro nombre de lo Real (Lacan).
23 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
IV.b. Y […] regresé a mi casa
Catálisis muy acusada que cierra la secuencia comprendida entre
las lexias I y IV.b. Asistimos a una vuelta al territorio de lo familiar
después de la salida del sujeto hacia el límite del mundo. Pero se
trata aquí, sin embargo, de un regreso que está desmintiendo en
sordina tanto la insistencia sobre lo impremeditado y lo casual
como el carácter irrelevante de la insignia en relación al sujeto.
(Su hallazgo, de hecho, basta para motivar que el paseo concluya,
tal como lo denota la conjunción «y»).
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 24
el sintagma precedente, hace que el hecho aún por narrar haga
figura sobre el trasfondo del tiempo ordinario. Prepara, en esta
dirección, la acción del dependiente, situándola bajo la luz del
acaecer favorable (Kairós), y dándole el sentido de lo propicio,
lo apropiador, lo que encuentra el momento que le corresponde.
V.c. Lavar
Acción paralela a la representada en la lexia II. Allí se usaba la
manga del traje para limpiar el objeto aún indeterminado (para
purificarlo respecto de la exterioridad in-munda), y esto con el
propósito de que el signo, y la in-signia misma, pudieran aparecer
en el campo del sujeto. Ahora se limpia, a su vez, el traje para pu-
rificarlo de las adherencias del afuera que el objeto ha dejado en
él (y veremos que con ello la insignia re-aparece, pero ahora como
el significante del sujeto en el campo del Otro).
25 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
Todos estos sentidos, ya está dicho, resuenan al mismo
tiempo como las notas de un acorde. Y el propio enunciado, a
su vez, toma –en la dimensión sintáctica del relato– los valores
convergentes de una revelación y un reconocimiento.
Dentro del desarrollo de la acción, pues, las palabras del
dependiente confrontan al sujeto con el momento de la verdad,
entendiendo verdad en la línea de la aletheia griega: el arrancar-
se al olvido (lethos), el des-encubrimiento, el afloramiento o la
des-ocultación de lo que yace en la oscuridad. Hay algo que el
protagonista rechazaba hasta el momento –lo hemos visto–, y, por
lo mismo, «olvidaba». Que la insignia le importa. Que fue a bus-
carla deliberadamente a la frontera, al confín del mundo. Que la
insignia remite a algo suyo perdido. Que la insignia, en suma, está
en la base (es otro nombre) de lo que él mismo es.
Todo ello, sí, es lo que se revela ahora en las palabras del
dependiente («Esto debe ser suyo»), lo que resplandece para el
sujeto como su verdad más propia, desde el campo del Otro.
También por esto –en el eje sintáctico o argumental– el
enunciado del dependiente tiene el valor de una anagnórisis clá-
sica. El párrafo, en suma, se cierra con el reconocimiento que
hace posible que el protagonista se autorreconozca, y que venga a
sí mismo a partir del lugar que el Otro le ha otorgado.
Aun así, no hay que apresurarse a entender este reconoci-
miento como una identificación sustancial o una identificación
de representación. Y esto en la medida en que el devenir signifi-
cante del sujeto –para sí mismo, para el Otro, para la cadena de
todos los significantes con los que podrá decirse y que podrán
ser dichos de él– es siempre correlativo a su desaparición como
viviente (real), provocada por el significante mismo.
En lo Real, es obvio, no hay ningún sujeto. En lo que respec-
ta al sujeto, en lo Real hay «lo sólo vivo», la intensidad pura que
el ser vivo es. Esta intensidad –y llegamos con ello al concepto
lacaniano de insignia– puede manifestarse, por tomar el ejemplo
clásico de Jacques-Alain Miller, en el grito que un bebé profiere.
En sí mismo, este grito es sólo un sonido. Y el sonido es la descar-
ga (luego parte real) de una excitación que atraviesa al viviente.
Es necesaria la aceptación del Otro materno para que el grito se
transforme en una llamada, para que el grito «le sea devuelto» al
sujeto por el Otro, convertido en llamada. Así, en el significante
por el cual el Otro acepta el grito hay una pura creación de la
significación de llamada (del mismo modo que la cajita con la que
el dependiente circunscribe el resto hallado en el bolsillo crea la
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 26
significatividad y el valor de la insignia). La consecuencia de ello
es que el sujeto podrá llamar al otro a partir de ese punto (y podrá
seguir convocándolo de muchas maneras). Pero lo que se pierde
en ese acto es el goce del grito mismo, la intensidad desnuda y
a-significante del grito (como la fulguración del objeto en el afue-
ra se devalúa y se apaga en la opacidad de los signos). El goce del
grito no se transfiere a la significación producida, no es parte del
grito convertido ahora en significante. El grito, pues, suscita la
aparición del Otro como vacío: el Otro (el significante, el lengua-
je, la Cultura) es siempre equivalente a una pérdida de goce.
Eso sí, con sus insignias –con el vaciamiento de las intensi-
dades vivas que la aceptación del Otro le devuelve convertidas
en signos– lo que el viviente (borrado) gana es la constancia de
contar para alguien, de contar por algo (por una insignia: por un
rasgo que lo señala, que lo distingue). Y contar para alguien por
algo es ser contado (Miller), devenir uno, uno entre otros, conver-
tirse en sujeto. (También por eso en nuestro rasgo de distinción
es donde más acordes nos mostramos con el orden del mundo, y
por donde enganchamos con las con-signas del Otro).
Sobra añadir que este vacío en el Otro (en la dimensión del
lenguaje y la Cultura humana) es doble. Está por un lado el va-
cío de goce, de intensidad viviente, al que nos hemos referido ya.
Y está, por otro, la inconsistencia del lenguaje y –con él– la del
orden simbólico mismo, pues un signo no pertenece a la cadena
que forma el sistema de la significación, no se constituye como
significante, sino en la medida en que difiere y aplaza infinita-
mente su encuentro con el significado, sin que lleguemos nunca
a la plenitud de un significado definitivo, a un significado tras-
cendental e independiente en relación al sistema en que se halla.4
Significado, pues, no es otra cosa que la posición que puede
tomar un significante en relación a otro significante. De reenvío
en reenvío, el significado como tal no se efectúa para el ser-ha-
blante más que en la dimensión de la promesa. Promesa, empero,
sin otro contenido que el acontecimiento de ser dada/recibida.
Promesa, por consiguiente, que recaería en la completa opacidad,
de no ser entendida como el don de aquello (el Ser, el lenguaje,
el mundo, el Otro…) que no tiene nada que dar, y –simétrica-
mente– como el consentimiento (el «sí») que en cierta manera
ya deberá haber otorgado (en un origen cuya memoria precede a
todo recuerdo)5 aquel que no puede existir de un modo propio si
no es en la resolución y/o disposición a recibir nada, a recibir –en
custodia– la nada.
27 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
Hasta aquí el análisis. Hemos visto que la complejidad y el calado
de estas frases de apertura son abrumadoras. Y lo son hasta el
punto de que el resto del cuento está contenido in nuce en las
operaciones con las que el discurso narrativo construye la insig-
nia. En lo que respecta a la significación, el nudo y desenlace son
poco más que un corolario. En absoluto resultarían prescindi-
bles, claro está, pues constituyen de hecho la narración propia-
mente dicha: la historia al término de la cual el sujeto mismo lle-
gará a convertirse en in-signe (en un signo). Sí puede afirmarse,
en cambio, que en lo fundamental el desarrollo del argumento
ilustra, repite y modula –ahora en el orden de lo circunstancial y
de la peripecia– la densidad de significado que se concentra en
el perfecto agujero negro semántico situado en el párrafo inicial.
Tras el júbilo del reconocimiento, sí, el protagonista del re-
lato tardará poco en descubrir que la insignia es un emblema por
medio del cual se identifican los afiliados de una intrincada socie-
dad secreta. De este modo, avalado por su insignia, el personaje
se encontrará con cautelosos camaradas que le confiarán infor-
maciones crípticas; datos que él mismo repetirá después a otros,
con el discurso plagado de sobreentendidos que es usual entre
quienes «están en el ajo». Seguirá cursos de formación donde la
«última respuesta» consistirá en trazar unas rayas rojas sobre una
pizarra. Viajará disfrazado al extranjero, cumpliendo misiones
absurdas. Ni que decir tiene que poco a poco irá ascendiendo en
la organización (relator, tesorero, adjunto de conferencias, asesor
administrativo)…
Al final, será nombrado presidente.
«Y a pesar de todo esto –confiesa el personaje en el último
párrafo–, ahora, como el primer día y como siempre, vivo en la
más absoluta ignorancia, y si alguien me preguntara cuál es el sen-
tido de nuestra organización, yo no sabría qué responderle. A lo
más, me limitaría a pintar rayas rojas en una pizarra negra, espe-
rando confiado los resultados que produce en la mente humana
toda explicación que se funda inexorablemente en la cábala».
Como era de prever, ninguna sorpresa nos sale al paso en
el cierre del texto, pues si hay algo que la narración ha puesto en
evidencia es justamente el carácter irrebasable para el sujeto (e
incluso el valor y la función estructural) de esa «absoluta ignoran-
cia» en relación con el sentido.
En efecto, los signos que atraviesan la plata de la insignia
son y serán siempre incomprensibles. Es desde esos signos desde
donde el sujeto se aprehende. Se aprehende desde ellos, y porque
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 28
desde ellos se vuelve también aprehensible (y es aprehendido)
por el Otro. No se aprehende, sin embargo, en esos signos. De
hecho, se aprehende en todas partes menos en esos signos, precisa-
mente porque se aprehende a partir de ahí.
Nada más concluyente, en suma, que la espera confiada y
vacía en que el relato desemboca. Ya sea en la insignia o sobre la
pizarra, las rayas vehiculan y al mismo tiempo agotan la promesa
(in)cumplida. Última cifra, causa eficiente y final de la aventura
que el sujeto es, las rayas aparecen en el lugar de lo que se ha
perdido, le toman el relevo a una fulguración.
Digámoslo con Žižek: «Sólo hay Nada». De manera que para
el ser-hablante nunca habrá más opción que esas rayas o nada:
nunca habrá más opción –mejor dicho– que esas rayas y nada.
NOTAS
Miller, Jacques-Alain. Los signos del goce, Paidós, Buenos
1
De Peretti, Cristina. Jacques Derrida: texto y deconstruc-
4
29 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
© Archivo Julio Ramón Ribeyro
Por Jorge Coaguila
EL FRACASO
en las novelas de Ribeyro
31 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
la tonalidad de frustración, de chasco, está tan presente en mis
cuentos como en mis diarios».
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 32
un Joyce, un Picasso». Quedarse en la capital peruana era estar
condenado al fracaso por las pocas editoriales, las escasas publi-
caciones, el pobre ambiente cultural, la destructiva bohemia. Po-
cos estímulos para desarrollar una obra literaria.
El fracaso peruano se expresa también en otros ámbitos. El
fútbol –pasión deportiva que Ribeyro exaltó en su cuento «Ati-
guibas» (1992)– es una muestra. En una carta a su hermano Juan
Antonio, fechada en París el 30 de junio de 1975, Ribeyro anota:
«No me dices nada de la eliminación de la U por los chilenos.
Yo te lo había predicho en una carta. El destino de los peruanos
es sufrir grandes frustraciones deportivas. No hay que poner su
pasión en esas cosas».
En otra correspondencia a su hermano mayor, el 24 de mayo
de 1978, Ribeyro comenta que las derrotas del club de fútbol del
que era seguidor lo tumbaban ánimicamente: «Recuerdo que se
trataba de una espantosa tristeza. Llegábamos a casa, más can-
sados que nunca y comíamos sin ganas ni alegría. Esa sensación
que hemos conocido es también la que ha padecido el pueblo
peruano deportivo, cuando el Perú ha participado en certámenes
internacionales».
Añade: «De lo más que podemos vanagloriarnos es de
nuestro equipo de fútbol de las Olimpiadas Berlinesas, pero,
aun así, fue una alegría trunca, decapitada en pleno vuelo, por
los hechos que tú ya conoces. En estas condiciones, somos un
pueblo no sólo pobre y jodido, y maltratado, sino privado has-
ta de esos júbilos inmateriales, que son los júbilos deportivos.
Ni pan ni circo (circo sí, pero en el cual nos comen los leones,
o el gladiador rival nos despedaza). No creo que las victorias
deportivas aplaquen el hambre de un pueblo, pero le propor-
cionan una satisfacción cualitativa, interior, que forma parte de
los bienes de la vida».
En una entrevista a Vargas Llosa de 1990, cuando era candi-
dato a la Presidencia de la República, comentó acerca de una de
las preguntas que más martillean la cabeza de los intelectuales pe-
ruanos: «¿En qué momento se había jodido el Perú?». Esta inte-
rrogante aparece en las primeras líneas de su novela Conversación
en La Catedral (1969). El famoso novelista observó: «No sé en lo
que pensaba cuando escribí esa frase, pero creo que se le puede
dar una lectura bastante evidente: ese personaje [de la novela]
vincula o identifica su frustración personal, su fracaso personal,
con el fracaso del país, con la frustración del país y por eso se
pregunta ¿cuándo comenzó esto?, ¿por qué comenzó esto?».
33 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
La conversación continúa sobre uno de los problemas cen-
trales del Perú:
«–Y no encuentra una respuesta, se queda en la pregunta.
–El Perú es un poco los intentos que no culminan. Una de las
cosas que más me impresionaban cuando vivía en Europa y venía
a pasar vacaciones al Perú era algo que nunca se ve en Europa:
esas casas que se empezaron y que nunca se terminaron, que se que-
daron ahí a medio camino; esos barrios que empezaron con mucho
ímpetu y de pronto, por un extraño factor, quedaron ahí con pistas
y parques a medio hacer, con casas a medio terminar».
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 34
poema («Un perro negro») que señala la envidia tan característi-
ca de este país, aunque la situación ha mejorado en los últimos
tiempos:
«Un perro. Un prado. / Un perro negro sobre un gran prado verde.
/ ¿Es posible que en un país como este aún exista un perro negro sobre
un gran prado verde? / Un perro negro ni grande ni pequeño ni peludo
ni pelado ni manso ni feroz. / Un perro negro común y corriente sobre
un prado ordinario. Un perro. Un prado. / En este país un perro negro
sobre un prado verde es cosa de maravilla y de rencor».
¿Será por eso que la obra de Ribeyro gusta mucho a los pe-
ruanos? ¿Acaso porque éstos se identifican con los personajes
fracasados del autor de La palabra del mudo? En una entrevista
de 1991, el cuentista responde a la preferencia del público lec-
tor de su país por sus libros: «Tal vez se deba a que las personas
que me leen encuentran muy suya esa atmósfera de frustración,
de desadaptación, de marginalidad que caracteriza mis relatos.
Acaso porque los lectores sufran los mismos chascos y humilla-
ciones, acaso porque en mis cuentos no haya vencedores».
Es curioso, pero muy pocos son los personajes ribeyrianos
vencedores. Esto lo observó Max Palacios Cortez en su ensayo
«Los personajes victoriosos en la narrativa de Julio Ramón Ri-
beyro»2. Entre quienes se alejan del fracaso se encuentra el tío
Felipe, muy aficionado al licor y a las mujeres, personaje de la
primera novela de Ribeyro: Crónica de San Gabriel (1960).
A propósito de este libro, el título original era Crónica de
un reino perdido. En una carta de 1956, Ribeyro explica al citado
Luchting que «crónica» proviene de la forma lineal del relato. El
término «reino» se inspira, en cambio, en la fisonomía de las ha-
ciendas peruanas, que constituyen verdaderos estados con vida
autónoma, en guerra con sus vecinos, y sometidos a un régimen
vertical y patriarcal. El vocablo «perdido» posee, por último, tres
acepciones: 1) Lejano, difícil de encontrar; 2) Extraviado para
siempre, irrecuperable; y 3) Corrompido. ¿Un fracaso más?
Un vals criollo conocido se titula justamente Un fracaso más,
qué importa (1970), del compositor Juan Mosto Domecq, inter-
pretado por Lucha Reyes, tempranamente fallecida. Unos versos
dicen:
2
Ponencia sustentada en el Coloquio Internacional en Homenaje a Julio
Ramón Ribeyro, en el Instituto Raúl Porras Barrenechea de Lima (21 de
octubre de 2004).
35 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
«Un fracaso más, qué importa / si en la vida nunca fui feliz. /
Una pena más / es una gota de agua en el océano para mí».
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 36
En cuanto a las ediciones de los libros de Ribeyro, la pre-
sencia de los duendes ha sido múltiple. Ello incluso motivó un
divertido artículo del narrador Gregorio Martínez, publicado en
2001. Martínez recuerda que, en 1964, por ejemplo, apareció
Las botellas y los hombres, uno de los libros de cuentos de Ri-
beyro, pero con el título invertido: Los hombres y las botellas. En
1973 se publicó La juventud en la otra ribera, otro libro de Ri-
beyro, pero con un error, ribera con v. Lo más jocoso, sin embar-
go, sucedió con la edición francesa de Los gallinazos sin plumas
(Charognards sans plumes, 1964), pues en vez de la fotografía
del autor peruano aparece un moreno de Mozambique, «retin-
to, cuyo apellido Ribeiro les jugó una mala pasada a los artistas
gráficos cuando recurrieron al archivo fotográfico de Gallimard».
Son situaciones «ribeyrianas». Es decir, hechos relacionados con
un chasco.
¿Cómo se representa el fracaso en Crónica de San Gabriel,
la más lograda novela de Ribeyro? Este libro, que admite diver-
sas lecturas, puede ser tomado como novela de aprendizaje o de
aventuras. Asimismo, una obra costumbrista o psicológica. Tam-
bién una novela de amor. Atraído por su prima Leticia, Lucho, el
protagonista y narrador, vive atormentado preguntándose si ella
lo quiere. Por momentos, la adolescente se muestra coqueta; y en
otras ocasiones, antipática. Da la impresión de ser maligna para
Lucho, pues dice una cosa y luego hace otra. Es decir, le gusta
cambiar de parecer repentinamente. ¿Terminará con un final feliz
esta historia? Si se trata de una obra de Ribeyro, claro que no.
El paso de la adolescencia a la adultez es otro rasgo de la
novela. Lucho –que tiene quince años al inicio y dieciséis des-
pués– devora con curiosidad un mundo nuevo para él. Aprende a
beber licor y a trabajar, a conocer mejor la vida de los mayores. El
tío Felipe, su tutor, a quien admira, inescrupuloso y aventurero,
le dirá acerca de la seducción: «Las mujeres son como las frutas
del árbol. Quiero decir que sólo caen en tus manos las maduras.
Las otras, hay que estirar los brazos y arrancarlas». Precisamente
eso es lo que no hace Lucho, por su inexperiencia, inseguridad
y timidez: no arrancar los frutos. Como ya se señaló, el tío Feli-
pe es de los pocos victoriosos en las narraciones de Ribeyro. Él,
que conoce el carácter femenino, está en condiciones incluso de
aconsejar. Aquí otra de sus frases: «No creas nunca en la hones-
tidad de las mujeres. ¿Sabes que no hay mujer honrada sino mal
seducida? Todas, óyelo bien, todas son en el fondo igualmente
corrompidas».
37 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
Casado (su mujer reside en Lima), el tío Felipe llega a Truji-
llo, donde –al parecer (en Ribeyro es común tener varios hechos
en la duda)– tiene una amante. En Angasmarca, el joven narra-
dor conoce a un «chiquillo» que es hijo de éste. En San Gabriel,
todo parece indicar, tiene una aventura con la «gringa», esposa
del contador Daniel. Y hay más. En sus aventuras sexuales no
puede quejarse.
Aunque no tiene la gravedad de denuncia social de las no-
velas indigenistas, Crónica de San Gabriel señala algunos abusos.
La injusticia expresada va desde el plano sexual (los tíos Felipe
y Leonardo se aprovechan de humildes indígenas) hasta el nivel
económico (don Evaristo, el hombre más rico de la región, con-
sigue la mano de obra de los comuneros de Angasmarca por muy
poco a cambio).
«La provincia ejerce un doble peso sobre los novelistas. Pesa
telúricamente sobre quienes han nacido en ella, y pesa como pin-
tura, como novedad, como anécdota sobre quienes la han visita-
do», escribió Ribeyro en el ensayo «Lima, ciudad sin novela», de
1953. Crónica de San Gabriel corresponde a este segundo grupo.
El autor describe la sierra de manera distinta a la ofrecida por es-
critores naturales de aquella región. Su acercamiento a los Andes
es diferente del de Ciro Alegría o José María Arguedas, quienes
buscan claramente reivindicar al campesino indígena.
Por otro lado, hay un gusto por el misterio y la intriga, por
acabar los capítulos en suspenso. Los mensajes enigmáticos, el
robo y el asesinato le proporcionan un tono policial a la obra.
Por sus pesquisas, un primo le reprocha al protagonista: «Eres
un espía».
¿Leticia estaba enamorada de Lucho o no? ¿Quién es el
causante de su embarazo? ¿Tuset, Felipe o el protagonista? ¿Fue
don Evaristo autor del crimen del ingeniero Gonzales? Para los
lectores es un enigma. Quizá el narrador sepa las respuestas, pero
no las revela. Todo queda en la duda. Es difícil determinar dónde
está la verdad. Hay tantos argumentos a favor de una posibilidad
como de otra. En consecuencia, el lector se queda frustrado. No
logrará saber lo ocurrido con total certeza.
Tras despilfarrar el dinero, la familia de Lucho sufre la ban-
carrota. La poca cotización del tungsteno, una sublevación indí-
gena, la sequía, unas tierras sin brazos y las innumerables deudas
demuelen la centenaria hacienda. La decadencia llega a otros te-
rrenos: robo, infidelidad, enfermedad mental y embarazo inde-
seado. San Gabriel se cae a pedazos.
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 38
¿Qué encontramos en Los geniecillos dominicales? Aquí un
muchacho huérfano de padre, Ludo Melchor José Totem, de
veintidós años, reside en el barrio acomodado de Santa Cruz,
Miraflores, con su madre y un hermano, ocioso y dormilón, que
ha abandonado el estudio de tres profesiones. La familia del pro-
tagonista, descendiente de ilustres antepasados, se encuentra en
franca decadencia. Lo peor es que él, «sin destino ni ambición»,
participa en tal declive: despilfarra dinero cuando lo tiene, des-
perdicia su juventud en el alcohol y hasta pretende ser escritor.
Representante de la clase media limeña, Ludo es un perso-
naje frustrado en casi todos los aspectos:
1) En lo sexual: no tiene novia y sus aventuras amorosas con
Amelia y Nancy no tienen buen término; frecuenta burdeles. Inclu-
so se llega a enamorar de la prostituta Estrella, quien lo traiciona.
2) En lo profesional: estudia el último año de Derecho en la
Universidad Católica, pero le apasiona, como a los estudiantes de
Letras de San Marcos, la literatura. Su amigo Segismundo le dirá:
«Vas por el peor de los caminos. Literatura, ¿qué es eso?».
3) En lo laboral: renuncia, harto de la monotonía y del bu-
rocratismo, al empleo de redactor de alegatos en la Gran Firma.
Luego, ni como vendedor de la Casa Wallon ni como meritorio
del abogado José Artemio Font logra éxito.
4) En lo económico: sin recursos, su familia alquila algunas
habitaciones y luego vende la residencia de Miraflores; por lo
que su madre se marcha a casa de su hija y él, a Santa Beatriz, a
un cuarto que perteneció a su abuela. Por otro lado, Genaro (su
cuñado), que administra el dinero de la familia, se dedica, con re-
sultados adversos, al transporte y al comercio. Por falta de dinero,
Ludo comete un asalto.
5) En lo literario: uno de sus cuentos, quizá el mejor que
haya escrito, no es bien recibido cuando lo lee en el centro cul-
tural Ateneo. Además, se dedica a la bohemia. Así, descuida su
proyecto de ser narrador.
6) En lo social: en el matrimonio pomposo de una tía, los
otros miembros de su familia lo consideran un miembro muy in-
ferior, incluso lo confunden con un ladrón.
39 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
partes buenas, inmejorables. Pero temo haberme dispersado mu-
cho [...]. En resumen, no estoy muy entusiasmado. Lejana aún la
obra maestra». En noviembre de ese año, en su diario, dice que la
novela es dispersa y casi disparatada. «Es la suma de varios libros.
De allí la dificultad que tengo de encontrarle un título apropiado,
pues el que lleva ahora es provisional», extraído de otro volumen
proyectado.
En diciembre de 1964, le dice a su hermano que el título
que tomaría finalmente (Los geniecillos dominicales) no encaja.
Asimismo, teme que el editor Manuel Scorza, de Populibros, no
se anime a publicar la novela, pues, «además de algunas escenas
pornográficas, hay ataques directos a mitras y espadas».
Para el 23 de diciembre de 1965, con el Premio Expreso de
Novela obtenido ese año, Ribeyro planea un proyecto más am-
bicioso: reescribir Los geniecillos dominicales –«A mi juicio una
obra precipitada e incompleta», le dice a Juan Antonio– en tres
partes: Ludo y los bohemios, Ludo y los hombres estables y Ludo
y los guerrilleros, una obra de unas mil páginas impresas, pero
jamás se concretó. El proyecto se frustró. El 26 de octubre de
1966, en otra carta a su hermano, considera la novela fallida, es-
crita sin ningún plan, pero el 8 de septiembre de 1976 cree que
tiene buenos capítulos.
El libro, que se desarrolla a inicios de la década de 1950,
durante el gobierno de facto del general Manuel A. Odría (1948-
1956), presenta un clima social bastante violento: en la sierra
ocurre una sublevación indígena que acaba con la muerte del pre-
fecto de Ayacucho (padre de Pirulo) y, en Iquitos, el ministro de
Guerra, el general Vivar, pretende infructuosamente dar un golpe
de Estado. El fracaso tiñe la novela de principio a fin.
Cambio de guardia (1976), la tercera novela de Ribeyro, fue
escrita en París de 1964 a 1966, mientras su autor era periodis-
ta en la agencia de noticias France-Presse. Su trabajo ahí –según
refiere en su diario personal– era mecánico, agotador, pero bien
remunerado. Al mencionar ese periodo, en septiembre de 1966,
dice: «Para salir de la agencia tendría que escribir una buena obra,
pero para escribir una buena obra tendría que salir de la agencia».
¿Por qué demoró una década en editarla? Ribeyro aduce
que la realidad que reflejaba la novela, poco después del término
de su redacción, cambió rápidamente a causa del golpe de Esta-
do de 1968, a cargo del general Juan Velasco Alvarado, su amigo
personal, quien lo incorporó en el cuerpo diplomático. La novela,
anticlerical y antimilitarista, se encontró de pronto anacrónica,
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 40
pues desde este nuevo régimen una parte del clero y del militaris-
mo adoptó una ideología progresista contra la oligarquía nativa y
el gran capital extranjero.
«Si la publico ahora es porque las sociedades tienden a
veces a efectuar movimientos pendulares o circulares y en estas
condiciones lo pasado puede ser lo futuro, lo presente lo olvida-
do y lo posible lo real», dice en la «Nota del autor», de 1976. El
libro coincidió con otro «cambio de guardia», otro golpe de Esta-
do. Es decir, un año antes, en 1975, el general Francisco Morales
Bermúdez llegó al poder por la fuerza.
El narrador excluye fechas, pero es evidente que se inspira
en el golpe de estado de Manuel A. Odría. El libro trata de lo
que ocurre meses antes de un golpe militar de derechas contra un
gobierno civil democrático. Por su corte político, se emparenta
con Conversación en La Catedral (1969), de Mario Vargas Llosa,
y cuenta con periodistas, estudiantes universitarios, obreros, mi-
litares, prostitutas como personajes.
El título original ilustra la intención del autor: El complot
bisqueral. ¿Por qué «bisqueral»? Porque participan un obispo
(monseñor Cáceres, quien –según el narrador– debido al carácter
elevado de su rango «ya no fornica»), un banquero (Napoleón Ba-
rreola, director del Banco del Porvenir) y un general (Alejandro
Chaparro, despótico, corrompido). En una conversación en el
Club Nacional, en la plaza San Martín, Jesús Barreola, hermano
del banquero, dice acerca del presidente de la República: «A mala
hora lo llevamos a Palacio. Y pensar que sólo lo hicimos para que
no salga el candidato Lozano. Total, que resultó peor. Las fuerzas
vivas están decepcionadas». Por ello, deciden cambiar de manda-
tario. Una célebre frase del poeta Martín Adán («Hemos vuelto
a la normalidad», es decir, otra interrupción democrática), pro-
nunciada tras enterarse de un golpe de Estado, se parafrasea en
el texto 99.
En especial, hay seis grandes historias previas a un golpe de
Estado. Todas acaban, cómo no, en fracaso:
1) Una acción terrorista: el banquero Napoleón Barreola,
el mayor accionista de la fábrica de ladrillos El Vencedor, decide
cerrar el negocio con el pretexto de quiebra para abrir otra con
una nueva razón social en Chosica. Se liquida a más de doscien-
tos obreros para contratar nuevo personal a salarios mínimos.
Entre los nuevos desempleados se encuentra Fernando Mani-
zales, excapataz de la ladrillera, quien poco después consigue
un empleo de guardián nocturno en el club miraflorino Hawai.
41 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
En servicio, cierta noche, al estallar un petardo lanzado por es-
tudiantes universitarios, pierde un ojo. Uno de los subversivos
era su hijo, Héctor, estudiante de Derecho de la Universidad de
San Marcos.
2) Una huelga: los liquidados de El Vencedor, encabeza-
dos por Alejo Saldívar y el negro Anacleto Luque, realizan pro-
testas, huelgas de hambre e, incluso, un mitin en la plaza San
Martín. El presidente de la República, después de conversar
con los dirigentes, promete solucionar sus problemas laborales.
Se decide que la fábrica se reabra mientras continúa el juicio.
Pero cuando los obreros están dispuestos a trabajar, tras dos
meses de huelga, los dueños de la ladrillera les niegan el ingreso
a la fábrica: se ha producido un golpe de Estado.
3) Un crimen sádico: Pipo, hijo del diputado Pedro Pri-
mo, de la Unión Socialista, es llevado con engaños por el policía
Felipe, a quien consideraba su amigo, a la playa de La Pampilla,
en Miraflores. Poco después, el niño es encontrado muerto, lue-
go de una violación sexual. Sin embargo, la policía captura al
negro Luque, dirigente sindical de El Vencedor.
4) ¿Un asesinato político?: el congresista Pedro Primo ha-
bía sido acusado por la revista Frente de «haber recibido dinero
de una empresa extranjera [la fábrica de máquinas de escribir
Olimpo] para imponer un producto en una licitación pública»
en la Cámara de Diputados. El director de esa revista, César
Alva, quien apoya a los obreros de la ladrillera y quien tenía una
amante casada con un prefecto, es asesinado misteriosamente.
Recibe dos tiros en la cabeza de un tipo que huye.
5) Un peculado: en Puno, en los Andes, una terrible sequía
castiga la zona. Las donaciones que llegan de Estados Unidos
(toneladas de trigo, leche en polvo, medicinas, ropa y frazadas)
son negociadas por César Vaca, jefe de la aduana de Mollendo,
con la complicidad del prefecto Sánchez, jefe de la Comisión
de Reparto. El doctor Marel aprovecha la ocasión para comprar
seis mil toneladas de trigo. Otro caso de corrupción, un fracaso
social más.
6) ¿Un embarazo?: cerca de Ancón, el sacerdote Sebastián
Narro tiene a su cargo el albergue Martín de Porres para unas
ochenta huérfanas. Una de ellas, Dorita Morales, le dice a la
asistenta social Teresa Paz, pareja del hijo del general Alejandro
Chaparro, que su compañera Ángela está embarazada del padre
Narro, pero éste recibe el respaldo del obispo, monseñor Cáce-
res, declarado anticomunista.
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 42
Una de las ideas de Ribeyro era enlazar personajes disímiles. Un
caso emblemático es cuando el hijo del capataz de la ladrillera,
debido a las protestas callejeras, integra una comisión que dialo-
ga con el presidente de la República en el Palacio de Gobierno.
Otro pensamiento que se quiere transmitir es que las cosas
están gobernadas por el azar, el cual –según un personaje– es un
«viejo demonio tan presente y tan menospreciado por los racio-
nalistas». Por ejemplo, el negro Luque es acusado de violar y ase-
sinar a un niño sólo porque un vendedor ambulante lo vio por la
escena del crimen. ¿Qué habría sucedido si no hubiera caminado
por ahí? Sin embargo, ese encuentro fortuito motivó que lo in-
culparan de un hecho terrible. Fue una mala fortuna estar en el
momento incorrecto.
Por último, se trata de señalar que es difícil conocer la ver-
dad en determinadas circunstancias. ¿Fue Felipe el asesino? Por
otro lado, ¿el director de la revista Frente recibió dos balazos que
acabaron con su vida por una cuestión política o por un asunto
de faldas? ¿Las huérfanas del albergue eran abusadas sexualmen-
te por el padre Narro o eran unas histéricas? El lector queda frus-
trado aquí también: difícil saber la verdad.
Ribeyro calificó esta novela de inferior en comparación con
las dos anteriores, pese a que algunos de sus amigos tenían una
opinión contraria. No obstante, en este libro se ofrece una mirada
penetrante acerca de los hilos que conducen el país. Los gobier-
nos democráticos en el Perú, por desgracia, no siempre tuvieron
continuidad. Y ello es otra muestra del fracaso republicano.
En una entrevista de 1992, Ribeyro reflexionó:
«Lo esencial en mis relatos es que tanto unos personajes como
otros siempre son víctimas de un chasco. Lo esencial en mis rela-
tos obedece a una estructura en la que el protagonista sufre un
chasco, algo que no le sale bien, algo que frustra sus deseos. Es
una especie de desajuste entre lo que imagina, entre lo que aspira
y lo que realiza».
43 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
yo conocí y viví, era el tono de las clases medias y populares. Claro
que también había gente que triunfaba, pero no es interesante es-
cribir sobre los triunfadores. No se puede decir nada de la gente
feliz. Si uno lee, por ejemplo, los cuentos para niños, llega al fin de
las peripecias y a una especie de desenlace lapidario: “Se casaron y
fueron muy felices”. Ya no se puede añadir algo más, porque donde
irrumpe la felicidad empieza el silencio».
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 44
· VIDAL, Luis Fernando (1977). «Julio Ramón Ribeyro: Cambio cia en tres novelas peruanas. Nueva York: Peter Lang Pu-
de guardia». En: Revista de Crítica Literaria Latinoamerica- blishing, pp. 61-87.
na, año III, número 5, Lima, primer semestre, pp. 125-127. · MARCO, Joaquín (1994). «Cambio de guardia. Julio Ra-
· HUARAG ÁLVAREZ, Eduardo (1982). «Ribeyro y los diver- món Ribeyro». En: ABC Literario, Madrid, 3 de junio, p. 11.
sos niveles de arbitrariedad en el medio social». En: Rasgos ·M ENESES, Carlos (1996). «Otra visión del tirano. Cambio
relevantes en la narrativa peruana, Universidad Nacional de guardia de Julio Ramón Ribeyro». En: Narrativa y poesía
San Cristóbal de Huamanga, Ayacucho, pp. 65-79. hispanoamericana 1964-1994. Lleida: Asociación Española
· MÁRQUEZ, Ismael P. (1994). «Cambio de guardia: La retó- de Estudios Literarios Hispanoamericanos, Universidad de
rica y la poética de la protesta». En: La retórica de la violen- Lleida, pp. 253-258.
45 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
© Herman Schwarz
Por Carlos Pardo
TENTATIVA
PARA ORDENAR LA VIDA
En torno a las Prosas apátridas
47 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
obstante, no hay que irse demasiado atrás en el tiempo para
escuchar la siguiente afirmación. Habla Julio Ramón Ribeyro
hijo, heredero de los derechos de la obra de su padre. Le pre-
guntan por la publicación de los diarios inéditos de Ribeyro,
que abarcan desde finales de los setenta hasta su muerte en
1994. Se dice que Alida Cordero, viuda de Ribeyro, dificulta
la publicación de esta obra porque, entre otras cosas, el escri-
tor narra en ella sus momentos de felicidad al regreso a Lima
en 1992, enamorado de otra mujer. En la entrevista de 2014
su hijo contesta: «Los diarios que están en casa de mi madre
seguirán inéditos hasta que alguien los corrija. Si ven una pá-
gina, hay anotaciones de diversas ideas. Se trata de un diario
que no tiene personajes. A mí como lector me interesa más la
primera parte de La tentación del fracaso, que ya se publicó».
Fijémonos en la expresión «Se trata de un diario que no tiene
personajes».
El heredero continúa:
«La verdad es que cada año con mi madre nos sentamos a
hablar y al final el resultado de la conversación es que cada uno
tiene que trabajar para vivir. El ser el hijo de Ribeyro y revisar
sus cosas no me hace pagar las cuentas. Para ser muy honesto:
publicar lo que resta no es lo que más me importa, sino difundir
lo que hay».
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 48
Antes he hablado de las redes. Volvamos al presente y
maticemos. En cierto sentido las Prosas apátridas podrían se-
mejarse a unos estados de Facebook bien trabajados. Su breve-
dad, epifanía, ingenio y fugacidad parecen haberse adelantado
a este medio. Pero sólo en ese sentido. Son obra de un solita-
rio («Sólo pueden ser libres los solitarios», Dichos de Luder).
Nada más ajeno a la abstracta idea de público que condiciona
la creación del individuo en las redes sociales, su reducción a
perfil y marca registrada. No hay «público» en estas Prosas,
sino siempre un único lector. Son una obra de intimidad con
la escritura, con el mundo a través de la escritura: «Pronto 48
años y sigo hablando conmigo mismo» (Prosa 169).
Julio Ramón Ribeyro vive fuera de Perú desde comienzos
de los años 50. Un año en España, breves estancias en Alema-
nia, donde aprende la técnica de la impresión fotográfica con
vistas a montar un laboratorio. Finalmente se asienta en París.
Al principio trabaja para la agencia de noticias France-Presse
y posteriormente para la Embajada de Perú en la unesco. Son
años de estabilidad laboral y familiar, los de su matrimonio
con Alida Cordero (se casan en 1966) y el nacimiento de su
hijo. Son años también de melancolías, abandono de la bohe-
mia y frustración. Ribeyro es un hombre enfermo. Así se nos
presenta en sus cartas de los años cincuenta, antes de cumplir
30 años: le asusta ver su cuerpo desnudo en el espejo, su del-
gadez. Es un superviviente de sí mismo, dice. En 1973 está a
punto de morir. Lo operan dos veces, de esófago y de estóma-
go. Le dan seis meses de vida. Él aún no lo sabe, sólo más tar-
de le dirán que ha sido operado de cáncer. La convalecencia
es lenta. Esta supervivencia, la crianza de su hijo, la fugacidad
del tiempo marcan la escritura de estas Prosas.
La primera reseña de la que tengo noticia, publicada por
Fernando Aínsa en 1976 en Cuadernos Hispanoamericanos,
se titula precisamente «Una forma de arraigo». Prosas apá-
tridas es un libro de arraigo de la especie entre la fugacidad
y contingencia del mundo. Paradójicamente, el propio Aínsa
recuerda que «Julio Ramón Ribeyro conoce ahora el éxito. Li-
terariamente hablando se ha dicho que 1973 fue en el Perú
el año Ribeyro». Ningún éxito aparece en las Prosas, sino en
versión paródica. Sí aparece algo parecido a una urgencia tes-
tamentaria: algo que dejar a su hijo.
La primera edición (seguida rápidamente de una segun-
da) es publicada en Barcelona por la editorial Tusquets en
49 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
1975. Consta de 89 prosas sin numerar. Incluye un prólogo
de José Miguel Oviedo titulado «Ribeyro, o el escepticismo
como una de las bellas artes».
La editorial Milla Batres ya había comenzado a difundir
los relatos completos de Ribeyro y un volumen de artículos
cuando en 1978 publica la primera edición peruana de las
Prosas. Son 150 prosas, de ahí el título de Prosas apátridas
aumentadas. Incluye un prólogo de Abelardo Oquendo titu-
lado «Alrededor de Ribeyro».
En 1986 Tusquets vuelve a editarlo. Los prólogos son
sustituidos por una escueta «Nota del Autor». Es la prime-
ra edición completa de las Prosas apátridas. Consta de 200
prosas.
La lectura de los prólogos de Prosas apátridas manifiesta
la dificultad para encontrarle cobijo a esta nueva forma que, a
la vez, parece pertenecer al pasado. «Forma de anacronismo»,
señala Oviedo en su prólogo. Ribeyro apuesta por una «cau-
sa al parecer perdida» en un momento llamado a ser «la hora
de la novela». «El arte llamado moderno –parece contestarle
Ribeyro a Oviedo dentro del libro– no sería otra cosa que un
detalle ampliado del antiguo o un “mirar de más cerca” la rea-
lidad. Simple cuestión de distancia» (44).
Oviedo define las prosas como «apuntes sueltos, pági-
nas de un diario íntimo, una filosofía de bolsillo», pero aña-
de: «Son todo eso y más». Con una tendencia habitual que
identifica a la persona viva con el autor implícito de un libro,
Oviedo sentencia que se trata de un «autorretrato espiritual»
marcado por la enfermedad. «Había soportado una gravísi-
ma enfermedad y dos feroces intervenciones quirúrgicas que
lo tuvieron al borde de la muerte. A los 45 años». De ahí el
humor sombrío que da unidad a la obra. Los motivos de re-
flexión pueden ser variados: «La literatura, el sexo, los hijos
y la vida doméstica, la vejez y la muerte, la historia, la calle
como espectáculo y la ventana como un observatorio de la
existencia. El pesimismo que emana de esas reflexiones re-
sulta demoledor».
El brillante prólogo de Abelardo Oquendo a las Prosas
apátridas aumentadas resulta más problemático. Oquendo lo
define como «un libro inusitado y por ello fundador». Da dig-
nidad al «cuaderno de apuntes». Son «textos que carecen de
género y de patria literaria». Añade unas palabras del propio
Ribeyro que inciden en el carácter clásico (Oviedo habría di-
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 50
cho anacrónico) de su obra: «Yo recojo las enseñanzas de los
viejos, las acomodo a mi realidad y creo en los límites de lo que
va desapareciendo. Vanguardia o retaguardia no tienen para mí
ningún sentido». Oquendo también enfatiza la «identidad entre
Ribeyro y el narrador de su obra literaria».
Para Oquendo, el narrador de estas prosas es un especta-
dor. Ribeyro posee un juicio previo a la escritura, un prejuicio
que en cierto sentido la lastra: el pesimismo, el desencanto.
No muestra las cosas como son, dice Oquendo, sino como es-
tán. ¿A qué se refiere? Por un lado, no podemos conocer a Ri-
beyro para preguntarle, sino al personaje que emana del texto,
que no existe antes que el texto. Pero parece entenderse que
para Oquendo la prosa desencantada no casa con la utopía
política, con las obras políticas que, diríamos hoy enmendán-
dole la plana a Oquendo, en vez de mostrar las cosas como son
(que para Ribeyro también es como están) muestran el mundo
como debería ser. Ribeyro, dice Oquendo, posee «una óptica
fría [que] disimula una literatura sentimental».
Finaliza Oquendo su prólogo salvando las Prosas apenas por
el talento literario de Ribeyro, un encanto menor: «Una visión
como la de Ribeyro, ¿por qué nos complace? ¿Por qué, si incide
en lo trillado, nos parece tan sabia; si es tan fría y distante, tan
cálida, tan noble, tan humana? El desencanto, la incertidumbre
lúcida, tienen un secreto atractivo. El recurso a la pálida noble-
za, a la melancólica ironía pertenece a una rancia estirpe literaria.
El escepticismo tiene un aire de sabiduría y puede servir al con-
formismo una elegante coartada. No inculpo a Ribeyro, trato de
explicarme el placer de leer estas prosas, tan frágiles al análisis».
Ribeyro no acertó con su momento. O quizá tuvo el don
de la inoportunidad. Uno se acuerda de una célebre cita de
Schiller en sus Cartas sobre la educación estética del hombre:
«Vive con tu siglo, pero no seas obra suya; da a tus coetáneos
aquello que necesitan, pero no lo que aplaudan». En la reseña
de Aínsa antes citada, el propio Ribeyro define su obra: «Es
un libro de apuntes y reflexiones. Los lectores prefieren ahora
novelas extremadamente complicadas, gruesos tratados que
les dan la ilusión de vivir intensamente su actualidad». Casi
parece que se criticara al autor por no haber escrito una nove-
la. Es un gran escritor menor, dicen. Falla en lo principal: en la
creación de sistemas complejos, ambiciosos, corales.
Divierte la elegancia con que Ribeyro se opuso en en-
trevistas y artículos al imperativo de la novela total. En un
51 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
texto anterior a la aparición de La ciudad y los perros confiesa
querer escribir la gran novela peruana, que sería una obra ex-
perimental. En 1963, aparecida ya la novela de Vargas Llosa,
Ribeyro se define así en «Para un autorretrato al estilo del
siglo xvii»: «Era incapaz de grandes proyectos, de planes mi-
nuciosos, y, si a veces los concebía, nunca fue con la tentación
de realizarlos. Su falta de confianza en el futuro lo obligaba
a limitar sus aspiraciones casi a la esfera cotidiana, y nunca
se preocupó realmente de saber qué haría o comería al día
siguiente».
En «Problemas del novelista actual», artículo fechado en
1969, arremete contra la idea de totalidad en la obra literaria.
Hace hincapié en la importancia de la mirada, de la parciali-
dad. En el «Prólogo a la tesis de Marc Vaille-Angles», texto
de 1974, dice que sus relatos son un proyecto «fragmentario,
inconcluso y parcial».
«Tengo alguna dificultad para construcciones muy gran-
des y de mucha envergadura y además no poseo la capacidad
de hacer proyectos a largo plazo. Nunca he pensado lo que
pueda hacer dentro de un año, año y medio o dos años. Evi-
dentemente para escribir una novela hay que tener una gran
confianza en el porvenir y una gran seguridad de que uno va
a poder hacerlo. En cambio he tenido siempre una especie de
vehemencia, de empezar y acabar rápidamente. Un reflejo de
vivir au jour (al día) y de ver pronto el fin», dice en una entre-
vista de 1981.
«–¿Has leído su última novela? –le preguntan, refiriéndose
a un autor famoso–. ¡Qué musicalidad, qué ritmo, qué riqueza
de voces! ¡Es un verdadero oratorio!
–Que lo cante –responde Luder» (Dichos de Luder).
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 52
presunción de veracidad. Por eso los diarios carecen de trama
preconcebida. En tercer lugar, la libertad de la composición,
«la casi inexistencia de una técnica específica para el diario
íntimo». No hay dos diarios iguales. Hay tanta variedad esti-
lística como humana. En cuarto y último lugar, la amenaza de
lo inconcluso. La incertidumbre de su escritura: temporalidad
y contingencia.
Ribeyro cita en este artículo como característica de los
diarios íntimos lo que Charles Du Bos llamó sentido del frag-
mento: una «capacidad preciosa para expresar en breves pala-
bras y con claridad una idea, una emoción o un sentimiento.
El diario íntimo vendría a ser así –definición provisional– una
sucesión periódica de vivencias expresadas en forma de frag-
mento».
Un diario íntimo consistiría, pues, en «reflexiones sobre
sí mismo y sobre los demás, comentarios sobre libros o es-
pectáculos, evocaciones y proyectos, alusiones al tiempo y a
la salud física, referencias a los hechos de actualidad, descrip-
ciones de ciudades y paisajes, etcétera». ¿Son las Prosas apá-
tridas un diario íntimo?
Este artículo fue escrito en 1953, veintidós años antes de
la publicación de las Prosas apátridas, treinta y nueve antes
de la del primer volumen de La tentación del fracaso. Si las
Prosas son un diario íntimo, lo serán de una manera diferente
a La tentación del fracaso, aunque a veces un fragmento pase
de un libro a otro apenas corregido: una forma periférica, apá-
trida y depurada. Pero ello depende de lo que entendamos por
un yo íntimo.
Cito dos entrevistas recogidas por Daniel Titinger en su
hermoso Un hombre flaco. Retrato de Julio Ramón Ribeyro.
En 1971, mientras escribe Prosas apátridas, Ribeyro dice:
«Creo que en todo el mundo hay varias personas o varias per-
sonalidades. A través de la vida una de ellas termina por im-
ponerse a las otras, las regresa al silencio, las domina. Y sólo
en momentos excepcionales, de gran peligro o de gran pa-
sión, alguna de ellas logra suplantar a la principal. En mi caso
coexisten varias, con igual vehemencia. Por un lado existe el
escritor; por otro lado, el bohemio; por otro lado, el hombre
de su casa, el padre de familia que no es escritor ni bohe-
mio. Y el niño de siete años que corría frente al mar y se iba
a escuchar audiciones en Radio Miraflores. Y también una
especie de aventurero frustrado, de viajero que ya no viaja,
53 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
de seductor que ya no seduce». La segunda entrevista es de
1984: «Escribir es inventar un autor a la medida de nuestro
gusto», dice Ribeyro. La autobiografía vela la desfiguración
que ella misma es (Paul de Man). No existe la persona previa
a la autobiografía. El narrador de las autobiografías es un per-
sonaje de ficción.
Es interesante ver otro enfoque genérico relacionado con
el auge de la poética del fragmento. Lo defiende Óscar Galle-
go en un excelente artículo con evidente carácter académico,
«El sentido del fragmento en Prosas apátridas de Julio Ramón
Ribeyro» (2012). Gallego señala una idea que nos es familiar:
«Con el advenimiento del estatus y privilegio de las “poéticas
totales” de las décadas del 60 y 70, el desconocimiento o el ol-
vido de las poéticas no miméticas, híbridas, breves, fronterizas
o fragmentarias se hace más patente aún en la crítica literaria
de esos años». Entrar en estas Prosas supone pisar un terreno
incierto «aun por la violación del pacto genérico que entraña
la indeterminación del título».
Gallego señala algunas cualidades de este libro: su iro-
nía, su humorismo. Y realiza una defensa del potencial lite-
rario del fragmento que, para Gallego, tiene a sus principales
valedores en Nietzsche y Blanchot. Gallego defiende la vigen-
cia y resistencia de estas prosas por ese carácter de astilla de
un mundo roto, su promesa de iluminación en lo incompleto,
lo inacabado. Por pertenecer, en definitiva, a una poética del
fragmento.
Dos citas del propio Ribeyro vuelven a iluminar este ca-
rácter incompleto. La primera es una anotación de su diario
poco después de la aparición de la primera edición de las Pro-
sas: «Todos o casi todos los escritores de mi generación han
escrito un gran libro narrativo que condensa su saber, su ex-
periencia, su técnica, su concepción del mundo y la literatura.
Vargas Llosa La casa verde, Roa Bastos Yo el supremo, Carlos
Fuentes Terra nostra, García Márquez Cien años de soledad,
Donoso El obsceno pájaro de la noche, etcétera. Sólo yo no he
producido un libro equivalente y a los 48 años no creo que lo
pueda producir».
La segunda anotación de 1978 habla directamente de las
Prosas apátridas:
«Probablemente es lo mejor que he dado de mí. Encuentro
algunas que me sorprenden y me emocionan porque no sé cómo
surgieron ni por qué las expresé así. Son textos que me so-
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 54
brepasan, quiero decir que son mejores que yo. Creo que en
este libro, en ciertos momentos, avancé más allá de mi propia
frontera».
55 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
ra. Escritores trágicos. Como si aún pudiera realizarse el asalto
al mundo donde la novela totalizadora ha fracasado, desde el
flanco más débil, lo aliterario.
¿Tan sólo eso puede llegar a decirse de estas Prosas, que
tienden al caos? ¿Da igual su orden como libro? ¿No puede
adivinarse una trama y una composición, como al fin y al cabo
también se revela una trama en los diarios íntimos aunque no
sea previa a la escritura? ¿Hay algo que unifique, una tentativa
de orden más compleja que el humor del autor, tantas veces
descrito como pesimista? ¿Puede despacharse Prosas apátri-
das con la etiqueta de libro fragmentario?
«Imaginar un libro que sea desde la primera hasta la última
página un manual de sabiduría, una fuente de regocijo, una caja
de sorpresas, un modelo de elegancia, un tesoro de experiencias,
una guía de conducta, un regalo para los estetas, un enigma para
los críticos, un consuelo para los desdichados y un arma para los
impacientes. ¿Por qué no escribirlo? Sí, pero ¿cómo? y ¿para qué?»
(149).
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 56
ediciones: la primera de 1977 con 89 prosas, la aumentada de
Perú con 150 de 1978 y la completa de 1986 con 200.
Prosas apátridas no elude la voluntad de convertirse en
una «tentativa de orden», un «inventario de enigmas» (199).
Hay algo como un orden perdido que quizá existió en la cul-
tura o tan sólo en el pasado como función cerebral. Por eso
no suena elegíaco. Se constata la pérdida de un orden cuya
existencia pasada también se pone en duda.
La temporalidad es el tema de esta obra, pero no un tiem-
po abstracto, sino un tiempo medido por sus consecuencias en
las personas y las cosas. Frente a una lectura estoica o utópica,
Ribeyro no puede creer en absolutos que desviarían la mirada
del principal asunto concreto: la dispersión. En las relaciones,
los recuerdos, el cuerpo. Así que también podemos decir que
el tema de las Prosas es la dispersión o, en palabras prestigio-
sas, la entropía. El desgaste del breve mundo humano.
Pero muchos son los motivos donde la voz de este narra-
dor detiene su extrañeza. Ante la saturación de la cultura, su
falta de vigor para la vida. A sus ojos una librería es la «ante-
sala del olvido» (1). «Un hombre culto que cita mucho es un
incivilizado» (25). «Hace tiempo sé, pero siempre lo olvido,
que la información no tiene ningún sentido si no está gober-
nada por la formación» (92).
Otro motivo es la historia, «un juego cuyas reglas se han
extraviado». «Lo terrible sería que después de tantas búsque-
das se llegue a la conclusión de que la historia es un juego sin
reglas o, lo que sería peor, un juego cuyas reglas se inventan a
medida que se juega y que al final son impuestas por el ven-
cedor» (12). «Los nombres cambian, pero las instituciones se
perpetúan», un albañil y un esclavo de la época de Diocleciano
apenas se diferencian en nada: «Inútil decir que, a diferencia
de los esclavos, son libres. No les queda ni siquiera la esperan-
za de la manumisión» (17). «El mundo olvida su propia his-
toria», «la vida se edifica sobre la destrucción de la memoria»
(51). ¿Tendrán vigencia dentro de algunos siglos, escribe más
adelante, «conceptos como libre empresa, lucha de clases, me-
dios de producción, elecciones democráticas»? Sí, pero «en
un contexto tan diferente que habrá que ser adivino para darse
cuenta de que el combate sigue siendo el mismo» (132).
¿Existe un hilo que permita aferrarnos a la historia, darle
un sentido? «Desde la Antigüedad hasta nuestros días existe
un denominador común en el hombre: la crueldad. Ésta no ha
57 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
disminuido en nuestra época, sino que se ha delegado y se ha
hecho por lo mismo casi invisible» (47).
El mundo es voluble, fugaz y flotante. Nuestra experien-
cia, es decir, el sentido que damos a los hechos que vivimos,
es imposible: «París como Lima no son para mí objetos de
contemplación, sino conquistas de mi experiencia» (136). Por
eso también hay habitaciones que estrangulan «toda tentativa
de creación» (27). Y «no nos cruzamos en la calle sino con si-
luetas, con figuras, con símbolos» (68). «Los conceptos pasan,
las formas permanecen» (131). «También mueren los lugares
donde fuimos felices» (62).
El narrador, hasta hace poco antropólogo, se convierte
en un moralista y coquetea con la caracterología: rostros, mo-
dales, unos albañiles en el metro, un comerciante identificado
con su negocio… Nada que oponer al desgaste, tampoco una
casa, una familia: «Esta vida acumulativa termina por edificar-
se en el umbral de nuestra muerte» (89).
Otro motivo es la escritura, la ética de la escritura y la va-
nidad de los escritores: «Literatura es afectación», apuntaría
en Dichos de Luder. En las Prosas dice: «Lo que debe evitar-
se no es la afectación congénita a la escritura, sino la retórica
que se añade a la afectación» (72). Más adelante condena «la
ostentación literaria de muchos escritores latinoamericanos»,
el «aspecto nuevo rico de sus obras». «Su propio brillo los
desluce» (142). Para Ribeyro escribir no es transmitir, sino
acceder a un conocimiento (55). No existe un mundo previo a
su escritura. A veces escribir no dista de un juego de infancia
prolongado, pero con una diferencia: en los juegos de su hijo,
en sus libros de Tintín «todo está explicado». Pero también a
él le llegará «la maldición de la duda»: «Entonces tendrá que
escrutar, indagar, apelar a filósofos, novelistas o poetas para
devolverle a su mundo armonía, orden, sentido, inútilmente,
además» (19).
A veces Ribeyro echa el ancla y perdura, paradójicamen-
te, en lo fugaz. A veces con la ayuda del alcohol: «La única
manera de comunicarme con el escritor que hay en mí es a
través de la libación solitaria» (85). En la taberna aguarda «la
irrupción de lo maravilloso» (84). Otras veces arraiga en la es-
pecie, tratada con cierta ironía. Son constantes las apelaciones
al ancestro que unifica: «el hombre paleolítico» (74).
Amor, desarrollo del talento, personalidad… Todo depen-
de de un detalle azaroso: «La existencia de un gran escritor es
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 58
un milagro, el resultado de tantas convergencias fortuitas». A al-
gunos «les faltó la circunstancia azarosa, la aparentemente insig-
nificante (la lectura de un libro, la relación con tal amigo)» (14).
Porque «alejarse de los amigos es así clausurar parte de nuestro
ser» (39). Somos vulnerables a la inoportunidad: «En la vida, en
realidad, no hacemos más que cruzarnos con las personas» (45).
En la edición aumentada de 1978 Ribeyro posee mayor
consciencia del libro que tiene entre manos, también de la fuga-
cidad, de «la presencia de la muerte en nuestra vida» (130). El
intento de arraigo se hace, si se quiere, más severo. La muerte
acompaña cada gesto, impide su desarrollo. «Mi capital de vida
está ya gastado y estoy viviendo sólo al crédito» (148). El hom-
bre quedará en borrador más o menos afortunado: «La mayoría
de las vidas son simples conjeturas» (93), siempre quedan algu-
nas «cuerdas no tocadas» (97).
Cada vez más prosas dedicadas al hijo y a los ancestros
nos hacen reflexionar sobre la cadena biológica y qué ense-
ñanza queda de nuestro paso por el mundo. Ribeyro escribe:
«Nuestro rostro es la superposición de los rostros de nuestros
antepasados» (95). El pasado está superpoblado, el futuro
inexistente, como en el divertido juego pesimista en que aca-
ba deduciendo, por un error de lógica, que tenemos más an-
cestros que descendientes (63). Porque moralmente ese error
de lógica es cierto: «En cada uno de nuestros actos hay un
desperdicio de energía» (101). Otra vez la entropía. «Desde
esta perspectiva el individuo no cuenta, sino la especie», «la
cadena biológica» (112).
Enfermedad, dispersión, hospitales… El cuerpo prota-
goniza esta edición aumentada de las Prosas incluso cuando
Ribeyro habla de literatura: «En algunos casos, como en el
mío, el acto creativo está basado en la autodestrucción». Crea
contra su vida la enfermedad, el tiempo robado a la vida (116).
Escribir como un superviviente, en «momentos de absoluta
soledad, en los cuales nos damos cuenta de que no somos
nada más que un punto de vista, una mirada» (119).
Una cita nos da la clave de cuál será la tonalidad de las
últimas cincuenta prosas, su poética de la duración: «No hay
nada más duradero que el instante perfecto» (107).
Como decimos, Ribeyro es más consciente del libro que
escribe en cada nueva edición. Matiza sus flujos, los dirige. Así,
lo que comienza siendo un libro que disimula sus costuras en
la primera edición, en las aumentadas ya es consciente de su
59 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
propio género y no teme incidir en la fugacidad. Las últimas
cincuenta prosas, añadidas a la edición de 1986, serán un cua-
derno de despedida del mundo ligero de equipaje.
A veces parece casi un libro de haikus de las cuatro es-
taciones. Podemos seguir el curso del tiempo, el paso de los
meses: «Aún no has terminado de celebrar la primavera y ya
ha llegado el invierno» (198). Lo ambulante se detiene un ins-
tante. Se fija en la página. Después continúa, sin nosotros.
Cualquier peso es excesivo. «La biblioteca personal es un
anacronismo» (155). También un exceso de experiencia: «No
creo que para escribir sea necesario ir a buscar aventuras. La
vida, nuestra vida, es la única, la más grande aventura. El em-
papelado de un muro que vimos en nuestra infancia, un árbol
al atardecer, el vuelo de un pájaro». Si conservamos estos mo-
mentos es porque ya eran eternos. Han pasado la prueba del
tiempo. «Algo había en ellos de imperecedero, y el arte sólo se
alimenta de aquello que sigue vibrando en nuestra memoria»
(180).
Despedirse en «una casita de adobe en una playa perdida
de la costa peruana». «Vivir allí una especie de intemporali-
dad o de ilusoria eternidad». Este «impulso tiene raíces ances-
trales o responde tal vez a impulsiones de la especie» (172).
Dejar un pequeño cadáver. Si aún vive es porque siempre se
mantuvo «en los umbrales de la salud» (195). «Tenso el arco,
apuntando hacia el futuro» (200).
«Nunca he podido comprender el mundo y me iré de él lleván-
dome una imagen confusa. Otros pudieron o creyeron armar
el rompecabezas de la realidad y lograron distinguir la figura
escondida, pero yo viví entreverado con las piezas dispersas, sin
saber dónde colocarlas. Así, vivir habrá sido para mí enfren-
tarme a un juego cuyas reglas se me escaparon y en consecuencia
no haber encontrado la solución del acertijo. Por ello, lo que
he escrito ha sido una tentativa para ordenar la vida y expli-
cármela, tentativa vana que culminó en la elaboración de un
inventario de enigmas. La culpa la tiene quizás la naturaleza
de mi inteligencia, que es una inteligencia disociadora, ducha
en plantearse problemas, pero incapaz de resolverlos. Si alguna
certeza adquirí fue que no existen certezas. Lo que es una buena
definición del escepticismo» (199).
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 60
impersonalidad, su anonimato. Estas prosas «son mejores que
yo». Sus virtudes son las de la música y la muerte: acompañan
y dan tonalidad, complexión a la experiencia. Es un libro es-
céptico, pero no simplemente pesimista. Una celebración de
lo fugaz, es decir, de lo que vive. Un derrocamiento de las nor-
mas del cliché. Filosofía trágica: el mundo como es y no el que
debería ser. Una poética del instante y un eslabón en la cadena
biológica. Un canto de la especie.
61 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
© Archivo de la revista Caretas
Por Felipe R. Navarro
UN AÑO
EN LA VIDA
DE LOS HOMBRES
Acerca de La tentación del fracaso
63 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
jar siete horas en una agencia de noticias, añorar a una mujer y
a un hijo de quienes le separa el océano: «Fea soledad, cuando
la imaginación se mella y uno no puede ya ni siquiera conver-
sar consigo mismo». El hombre que se escribe en esas líneas se
llama Julio Ramón Ribeyro, es 31 de agosto de 1969, y ha cum-
plido cuarenta años: una botella de whisky, un libro de Brecht,
dos paquetes de cigarrillos, una vajilla sucia, un diario. La fea
soledad.
Julio Ramón Ribeyro había comenzado a escribir sus diarios
unos veinte años atrás, cerca de la veintena; hacia finales de los
años cuarenta del siglo xx, según manifiesta en su introducción a
La tentación del fracaso. Lo hace a modo de los de Amiel, que lee
a los catorce o quince años y que despiertan en él la pasión por
ese tipo de textos, de los que se convertirá en lector devoto. En un
artículo de 1953, «En torno a los diarios íntimos», recogido en su
libro misceláneo La caza sutil, Julio Ramón Ribeyro se pregunta
si los diarios íntimos podrían constituir un género literario; y en
ese mismo texto de 1992, pórtico de la edición de los propios,
despeja esa duda –pero es una duda que reitera, y Ribeyro los
abandona y abomina y luego regresa a ellos como a veces hace
con el tabaco, la escritura y el diario como tabaco, el daño del
tabaco, el placer insuperable del tabaco a pesar del daño y el do-
lor– planteada casi cuarenta años antes:
«El diario se convirtió para mí en una necesidad, en una com-
pañía y en un complemento a mi actividad estrictamente literaria.
Más aún, pasó a formar parte de mi actividad literaria, tejiéndose
entre mi diario y mi obra de ficción una apretada trama de refle-
jos y reenvíos. Páginas de mi diario son comentarios a mis otros
escritos, así como algunos de éstos están inspirados en páginas de
mi diario».
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 64
en los mismos fragmentos de la vida propia que trata de recoger
en forma de diario. Algunas ocasiones esa respuesta sirve y, otras,
avergüenza, y es un testigo incómodo del que se fue o se quiso
ser o tan sólo se pudo. En otras, sólo es un cuento de fantasmas.
Sucede, suele suceder, en esos años en que se cumplen las de-
cenas, que algunos hombres dediquen siquiera un rato a recon-
tar su vida, contemplar y palpar, aunque sea por encima, todo
lo acumulado: fotos, objetos, gentes. Revisar semeja un intento
oculto de recontar, construir quizás una mirada nueva sobre lo ya
contemplado. En ese año de 1969, en el piso de oscura madera
rojiza y altas puertas blancas de la plaza Falguière, Ribeyro recibe
desde Lima sus «diarios íntimos» –las comillas son suyas en su
entrada parisina del 22 de julio de 1969–, que abarcan un perío-
do de diez años: 1950-1960. Los relee, fuma, bebe, se sonroja;
si fuese invierno y en aquel piso hubiera chimenea, éste habría
sido el destino de casi todas las páginas, según él mismo confiesa.
En esos años escritos ha viajado mucho, desde la Lima en que
fecha la primera entrada conservada en los diarios recopilados en
La tentación del fracaso. En aquella Lima está cursando Derecho
entonces, a comienzos de los cincuenta del pasado siglo, y ya se
contempla dentro de la carrera de Leyes con desánimo. Escribe
entonces: «Ser abogado, ¿para qué? No tengo dotes de jurista,
soy falto de iniciativa, no sé discutir y sufro de una ausencia total
de verbe». No sabe discutir, afirma en 1950; en una anotación sin
fechar, quizás de octubre de 1956, concreta el motivo: «El error
que siempre he cometido en las discusiones es haber dejado ha-
blar a mi contrincante». Sale de Lima con una beca; tras Lima
se suceden Madrid y París, atrás quedará ya definitivamente el
Derecho –«Este maldito Derecho que nunca practicaré ha reven-
tado mi vida para siempre», anota el 22 de julio de 1951–, y lue-
go Múnich, o Amberes, o Berlín, o regresos a Lima y Ayacucho.
Ribeyro se persigue en sus propios diarios durante esos días de
1969 de relectura de sus páginas, de su vida hasta entonces; lo
imagino haciéndolo en su piso de la Falguière, como registra tras
haber transitado el 12 de enero de 1974:
«Pongo un disco en el aparato y papeleo, es decir, vivo entre mis
papeles, para inventar un verbo. Releo mis diarios viejos, ordeno
cartas, hojeo uno que otro manuscrito, apunto una frase, busco
un párrafo en un libro, arreglo maquinalmente una hilera de mi
biblioteca o me extiendo en el diván a pensar en nada, hasta que al
fin, sí, cuando atardece, escucho en mí, como tantas otras veces, el
llamado de la ciudad».
65 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
¿Qué encuentra en esos pasados diarios Ribeyro cuando se bus-
ca en los primeros meses de 1969? Literatura, lunes, alcohol,
marzos, gastos descontrolados, otoños, charlas, jueves, deseos,
octubres, hospitales, arena de playas frente a mares distintos;
todos los síntomas de esa enfermedad llamada vida, que no es
sino un ejercicio de subjetividad narrativa. Ribeyro abre en sus
diarios una ventana a la calle, que es una de las cosas que necesita
para escribir, y así lo confiesa en la anotación del 9 de enero de
1973: «Para escribir yo necesito mi marco habitual –cigarrillos,
vino, un sillón cómodo, a veces música, una ventana a la calle–.
De otro modo me es imposible hacerlo. Se diría que las ideas
no brotan de mí espontáneamente, por una operación subterrá-
nea de mi espíritu, sino que son extraídas de mi contorno por
un fenómeno de ósmosis». Recuenta efemérides en los diarios:
«Se van repitiendo, convirtiendo en ceremonia, en monumentos
rituales, señas que uno va dejando para creer que ha vivido, que
ha durado. Función de las efemérides: luchar contra la dispersión
y el olvido y mantener nuestra identidad», podemos leer, pero
cada uno de los días que anota, que decide conservar, es en sí
una efeméride porque cada día de la vida de ese hombre, de cual-
quier hombre, lo es. Días que se repiten, ceremonias íntimas sin
las que uno no se concibe ni es capaz de poner en marcha sus
acciones –el alcohol, la ventana, el humo del tabaco, la escritu-
ra– ni es capaz de conformar una identidad siempre cambiante
pero que frente al viento de los días se sostiene a veces sin que
nos demos cuenta sobre tres o cuatro pilastras cimbreantes; creer
que uno va de aquí para allá zarandeado no es lo mismo que ir de
acá para allá zarandeado. Días que se repiten mientras uno lucha
contra la dispersión y el olvido. Cuando uno ha anotado ya un
cierto número de días y se relee comprueba que ciertas perma-
nencias nos definen. No hay en ello apenas atisbo de calificación,
sino mera constancia y me parece que también cierta noción de
ritmo y una ficción de seguridad, como la de que un hombre que
siempre procura tener –o abrirse cerca– una ventana celebre igual
sus cumpleaños año tras año, huyendo de festejos y regalos, de-
jándose atardecer mientras come cualquier cosa simple, bebe un
par de vasos de vino, y lee, completamente solo.
Ese año de 1969 Ribeyro no hace nada destacable; o, me-
jor dicho, nada que él considere que debe ser destacado. Otros
años recapitula obra concluida, o abre un horizonte de expecta-
tivas vitales o literarias, o ambas; o se cierra esos horizontes, en
una rutina de pesimismos que van y vienen, de inseguridades,
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 66
de continuas escisiones. En las anotaciones que corresponden
al año 1967, por ejemplo, ese pesimismo se enseñorea sobre el
comienzo del año. Imagino el frío de París aislándole de todo, lo
imagino rozando los cristales helados de la casa mientras sostiene
en esa misma mano un cigarro a medio consumir –que no arroja-
rá esa vez a la calle para evitar que entre el frío–, y su gesto es gris
y extranjero mientras contempla el día agrietado que se oscurece
afuera; lo imagino regresando de nuevo al escritorio, dejando en
un cenicero metálico la colilla, apurado para anotar en su máqui-
na de escribir ese febrero:
«Hasta ahora me considero como un hombre que ha sido apla-
zado en todas las pruebas de la vida. Me acerco a los 40 años sin
gloria, sin dinero, sin salud, sin influencia, sin tranquilidad, sin
perspectivas [...]. ¿Qué hago lejos de mi país, en una ciudad donde
tengo sólo dos o tres amigos, obligando a mi mujer a una vida de
encierro, en dos piezas con goteras y cucarachas, desempeñando un
trabajo mecánico y subalterno? ¿Quién me ha exiliado y por qué?
¿Qué busco? ¿Qué aguardo? Me sorprende a veces que pueda sobre-
llevar esta vida sin caer en la depresión o sin pegarme un tiro».
67 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
nariz o la oreja, alternativamente, en desorden, abigarrados y
un poco grotescos».
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 68
«Sobre los modos de ganar la guerra», y sabemos que escribe
«El próximo mes me nivelo», que además da título a su libro
de 1972. Y sabemos que ese año que Ribeyro cumple cuarenta
años, una de esas fechas en las que un hombre da rienda suelta
a los cálculos sobre lo que fue y lo que resta, y adónde fue, y
para qué, y si regresará a Ítaca algún día, escribe el maravilloso
y doloroso «La juventud en la otra ribera». En ese cuento el
doctor Huamán, a sus cincuenta años de extranjero de sí mismo
en un París por el que va de paso, comenta a su interlocutora,
Solange, que la juventud ya está en la otra ribera, al comienzo
de una aventura de tres días de final inesperado con la joven.
Tras su primer encuentro, con el hombre pensando acerca de lo
sucedido el día anterior, Ribeyro escribe que Plácido Huamán
estaba «echando el encuentro de la víspera al saco de las expe-
riencias truncas –lo que pudo ser, lo que nunca fue–, pero había
olvidado que no hay relación perdida ni gesto que no se recoja».
Leo esas frases y pienso en lo que Ribeyro dice acerca de los
diálogos entre sus diarios y el resto de su obra, pienso acerca
de lo que dice, de esos sedimentos hechos de gestos y posibili-
dades que aparecen como truncas pero que sin embargo no se
pierden, sino que mutan en algo inesperado cuando uno pasa al
otro lado de los ríos que delimitan los territorios que pisamos.
«No hay placer que no cueste, en alguna forma, su precio», dice
Huamán a Solange. Y Ribeyro no consigna nada en esos días
acerca de esa escritura, de esos textos.
Las permanencias de los diarios de Ribeyro sí que aparecen
en las anotaciones de 1969. La primera de ellas, sus relaciones con
el dinero y su prodigalidad. Los diarios están llenos de ejemplos
de una conducta que no me parece desordenada sino todo lo con-
trario, bien ordenada y conducida con una constancia admirable,
considerando sus consecuencias. Ribeyro parece no soportar el
tacto del dinero o que no acuda lo más deprisa posible a cumplir
su función; permitir el intercambio de placeres, ganar la vida para
estos –el 12 de febrero de 1951 anota: «La única libertad que existe
es la del dinero»–. Una y otra vez recibe un dinero que debe per-
mitirle vivir durante un espacio determinado de tiempo, ya sea una
beca o una nómina, por cualquier concepto, y una y otra vez lo gas-
ta en muy poco tiempo, en ocasiones, en la misma noche, el dinero
para todo un mes. Recorre los bares y las librerías y los restaurantes
y los burdeles, hasta agotarse y agotar las reservas económicas. Una
y otra vez. Se queja de ello en ese mismo 1969, tras revisar su vida
a la luz de sus anotaciones y sus recuerdos, pero no hace propó-
69 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
sito de modificar esa costumbre. Se dice, el 12 de septiembre de
1969: «Los pródigos, ¿no serán en el fondo optimistas? Confían
en el mañana o no les importa el mañana. Saben, en realidad, que
todo podrá arreglarse. Los avaros son cobardes». Y para darse la
razón, el 21 de octubre anota lo sucedido el día anterior. Ha salido
de casa a buscar un tratado de retórica. Vaga de librería en librería
por el distrito xv, de librería en librería y de bar en bar, quizás el
Old Navy, La Rotonde, La Coupole, sus habituales. Ya con el libro
en las manos, un tratado de 1830 con prólogo de Genette, cambia
los cafés por el coñac. Un hombre extranjero y solo, la fea soledad,
en la anochecida de París: «Y como estaba solo y no veía pasar a
ningún amigo y recordaba a los amigos lejanos o muertos, y como
había hablado el domingo por teléfono con mi mujer y con mi hijo
(en Lima por unos meses), que exclamó “Hola, papá”, me descan-
tillé. Me acosté apreciablemente borracho a las dos de la mañana.
Perdí mi viejo impermeable negro por algún lugar. Pero no perdí
mi tratado de retórica».
Otra de las permanencias de los diarios es la enfermedad. En
ese 1969 anota varias gripes, y cólicos, un derrame sinovial. Los
padecimientos que sufrirá en su vida –y la compañía del alcohol
y el tabaco y la preferencia por las largas noches repletas de bares
no son algo falto de conexión con su mala salud– son continuos,
y van aumentando, como es lógico, con el transcurso del tiempo.
En algunas épocas la enfermedad se apropia del diario porque se
apropia de todo, y todo es, como anotará el 18 de julio de 1977,
«este ping-pong entre el bienestar y el malestar, entre el entusias-
mo y el abandono». El año 1977 comienza sus anotaciones el 7 de
enero consignando su quinto resfriado en los últimos meses: «Lo
que sumado a mis males permanentes me pone de un humor de
perros». El 25 de enero sufre una obstrucción del esófago mientras
come carne: «Duró horas además y los esfuerzos que hice para eli-
minarla me dejaron agotado y deprimido. Mala señal, cuernos. Yo
sé que tengo allí algo maligno que me arde todos los días». El diario
es, como para tantas otras cosas, su refugio, el amigo o el herma-
no al que contar: «No cabe sino esperar y seguir haciendo mi vida
normal, sin molestar a nadie, ni preocupar sobre todo a los míos».
Sucederá igual, por ejemplo, en 1978, cuando abra el diario de ese
año con una anotación truculenta el 4 de enero: «Año Nuevo fatí-
dico, que recibí en la cama, revolcándome de dolor de estómago.
[…] Algo comí o bebí el 30 que me hizo daño, aunque supongo
más bien que fueron esos malditos supositorios de lamaline, de los
que me pongo tres diarios desde hace años, sin motivo alguno, por
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 70
puro vicio, por la creencia de que me dan energías. Han terminado
por irritarme la mucosa intestinal. En fin, sea cual fuere la causa, su-
frí como un chancho, chillé y pataleé […]». La enfermedad es uno
de los personajes más presentes en los diarios, se apropia de los
párrafos, los fatiga, interrumpe su marcha con el ardor o la acidez o
la fiebre; no hace con los diarios, en suma, sino lo que hace con la
vida de Ribeyro, con cualquier vida.
Intento recordar cuántos supositorios he visto aparecer en los
diarios de escritores que he frecuentado, y no logro recordar nin-
guno. Yo no soy un experto en diarios íntimos como Ribeyro, pero
no logro recordar así, al pronto, más supositorios en los de otros
escritores. Si tomo el supositorio como categoría, incluso como
paradigma, quizás podría intentarse una taxonomía de los diarios
íntimos de escritores entre los que llevan supositorios y los que no.
Hay anotaciones en La tentación del fracaso sobre los diarios y la
escritura íntima de otros que son a su vez paradigmáticas. El 30 de
septiembre de 1955, en su segundo diario parisino, escribe: «Creo
haber descubierto la razón intrínseca de los diarios íntimos: tener-
se a sí mismo como interlocutor». ¿Permite ese descubrimiento
distinguir al auténtico diario íntimo de un texto parecido al que
quizás podría agregársele el adjetivo de falso, o privársele sin pro-
blemas del adjetivo «íntimo» y dejarlo sólo en diario, sólo en otra
cosa? En una anotación, la del 10 de mayo de 1956, referida a su
lectura de los diarios de Stendhal, Ribeyro registra «la especie de
náusea que me producen los diarios íntimos. Cada vez los encuen-
tro más disparatados, más inútiles», y yo creo que se está refiriendo
a ese tipo de textos, el falso diario íntimo, el diario destinado a la
inmortalidad, esa otra cosa. Dice del diario de Stendhal:
«Sería ilegible si su autor no lo fuera igualmente de Rojo y ne-
gro, Lucien Leuwen, etcétera. El novelista ha despertado la curio-
sidad acerca del hombre y el hombre es por momentos antipático.
En las quinientas páginas que he leído no ha hecho otra cosa que
tratar de sot, plat, nigaud, bête o sans esprit a todos sus amigos,
parientes, contemporáneos. Esa obsesión por colocar el esprit en la
cima de las virtudes humanas es inaceptable. Un hombre que se
sentía feliz por haber hecho dos buenos calembours en un salón o
por haberle pellizcado la pierna a la dueña de la casa es en reali-
dad un hombre sospechoso. Si no fuera por su estilo, que a fuerza de
ser natural deviene invisible, no lo soportaría».
71 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
«Me doy cuenta del carácter estéril, irritante, de este tipo de
obras, refugio de escritores fascinados por su propia persona y que
no pudieron nunca emanciparse de la autocontemplación para ac-
ceder a la esfera verdaderamente creativa y superior de la imper-
sonalidad. Esto no quiere decir que diarios de este tipo no tengan
páginas admirables, pero la verdadera obra debe partir del olvido
o la destrucción (transformación) de la propia persona del escritor.
El gran escritor no es el que reseña verídica, detallada y penetran-
temente su existir, sino el que se convierte en el filtro, en la trama,
a través del cual pasa la realidad y se transfigura».
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 72
apartado octavo, «Diario, Autobiografía o Memorias», esta es su
selección: Amiel, Jünger, Kafka, Saint-Simon, Chateaubriand, Ca-
sanova. Quizás Ribeyro desconfía de quien carece de dudas sobre
sí mismo; quizás lo que yo he llamado supositorio es la sinceridad,
es la compasión por el mundo y por uno, eso que hace que la vida
de un hombre pueda ser la de todos los hombres y que uno de sus
días pueda ser un día cualquiera en la vida de todos.
«¿Quién me ha exiliado y por qué? ¿Qué busco? ¿Qué aguar-
do?». Recojo de nuevo estos interrogantes de Ribeyro para hablar
de la identidad, otra de las grandes permanencias en La tentación
del fracaso. En el diario de 1969, y sin fechar, escribe:
«Un problema que evidentemente me preocupa es el de mi propia
identidad, el de reconocerme como el mismo en el tiempo. Yo no ten-
go conciencia de mi identidad y si en una época llevé un diario casi
cotidiano creo que fue para salvar mi identidad de los avatares de
una vida morosa, dispersa y vagabunda. […] Sin duda que se tra-
ta de un problema de orden casi patológico y que un psiquiatra se-
ría capaz de explicar. En la práctica esta falta de conciencia de la
propia identidad se traduce por la imposibilidad de tener opinio-
nes duraderas y de hacer proyectos a largo plazo. Literariamente,
por cierta versatilidad, facilidad, discontinuidad que, a la postre,
me puede resultar fatal».
73 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
de pronto a nosotros mismos, descendíamos por un pozo a oscuras
y encontramos cierta luz y cierta compañía allí cuando quizás ya no
contábamos con hallar nada. Intuimos quién podemos ser cuan-
do vemos reflejado al otro. El diario íntimo es un diálogo con uno
mismo como interlocutor, y cuando lo leemos –ese tipo de diarios
con supositorio, esos en los que la sinceridad hace que el mundo
se transforme al pasar a través de nuestros ojos y de nuestras manos
sobre el teclado– entramos en una conversación acerca de un tema
que nos resulta familiar. El 29 de enero de 1954 Ribeyro asume una
especie de temprana poética del diario íntimo: «Todo diario íntimo
surge de un agudo sentimiento de culpa. Parece que en él quisié-
ramos depositar muchas cosas que nos atormentan y cuyo peso se
aligera por el solo hecho de confiarlas a un cuaderno. Es una forma
de confesión apartada del rito católico, para personas incrédulas».
Yo nací en 1969, el mismo año que he tomado como arranque de
estas líneas; y lo hice así para intentar resolver una duda que es per-
manente: quiénes somos en un punto concreto del tiempo y del
espacio, a un lado y a otro del espejo colocado en el camino en el
que se refleja la vida pero no es la vida. Yo no sabía quién era Julio
Ramón Ribeyro hasta que hace muchos años leí «Los gallinazos sin
plumas» y la conmoción de aquel cuento me llevó al resto de ellos,
y luego a las Prosas apátridas, y luego a La tentación del fracaso. En
esa misma entrada de 1954 continua Ribeyro:
«Todo diario íntimo nace de un profundo sentimiento de sole-
dad. Soledad frente al amor, la religión, la política, la sociedad.
[…] Todo diario íntimo es un síntoma de debilidad de carácter,
debilidad en la que nace y a la que a su vez fortifica. […] En todo
diario íntimo hay un problema capital planteado que jamás se re-
suelve y cuya no solución es precisamente lo que permite la existen-
cia del diario».
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 74
do, sino para mí de un semejante, de alguien a quien encuentras
en el reconocimiento de padecer males comunes y afrontarlos de
manera similar; el dolor no se palia, pero en el diálogo entre dos
tiempos y espacios distintos, entre dos que no se conocen ni lo
harán nunca, uno de los dos interlocutores –el que lee– alcanza
cierto alivio que no es sino un eco de los alivios que el hombre
que escribe encontró a su vez en la lectura de otros. «¿Quién me
ha exiliado y por qué? ¿Qué busco? ¿Qué aguardo?». Algunos
buscamos esas respuestas en la escritura. El 11 de mayo de 1975,
cuando yo estaba camino de cumplir seis años, pero también aho-
ra que corro hacia los 48, escribe Ribeyro:
«Cuando no estoy frente a la máquina de escribir me aburro, no
sé qué hacer, la vida me parece desperdiciada, el tiempo insopor-
table. Que lo que haga tenga valor o no es secundario. Lo impor-
tante es que escribir es mi manera de ser, que nada reemplazará.
Cuando imagino una vida afortunada, millonaria, veo siempre
el lugar donde pueda seguir escribiendo. Si no fuera necesario co-
mer, dormir, trabajar, no abandonaría este sitio, donde nada me
incomoda, donde gozo del más completo albedrío, donde soy dueño
del mundo, de mi mundo, sus fabulaciones, hazañas, torpezas, lo-
curas, el mundo irreal de la creación, al lado del cual no hay nada
comparable».
75 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
Fabio Morábito:
«No miro nunca a la cara
a mis personajes»
Por Carmen de Eusebio
◄ (Reportaje fotográfico)
Fabio Morábito © Angélica Montes
Fabio, usted nació en Alejandría y cuan- der su lengua, cosa que no me costó
do tenía tres años sus padres volvieron demasiado trabajo, por la cercanía en-
a Milán. Vivió allí hasta los 15 años y tre los dos idiomas. Con esto quiero
después se trasladó a México, donde decir que el sentido del humor local se
vive desde entonces. Su idioma mater- me metió con la lengua, pero ¿se puede
no es el italiano pero adoptó el español hablar de un sentido del humor local?
como lengua para escribir y comuni- Lo dudo. La gente suele creer que su
carse. Al pensar en la opción que tomó, nación es particularmente humorística
me preguntaba cómo resolvió ese signo y que en ningún país la gente se ríe de
tan característico de cada idioma que es sí misma como lo hacen ellos. Yo, por
el humor, y sus libros tienen mucho de el contrario, creo que el humor no cam-
humor e ironía. bia de idioma a idioma o de país a país,
Le aclaro que no tomé ninguna opción y una prueba de ello es que los chistes
con respecto al español. Llegué a Méxi- no tienen patria y recorren el mundo
co muy joven, proveniente de Italia, y como antes lo hacían los cuentos de ha-
no me quedó más remedio que apren- das. Hay ciertos filones locales, tal vez,
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 78
como podría ser en México el albur, miro nunca a la cara a mis personajes, no
que es la operación verbal mediante la sabría reconocerlos si me los encontra-
cual se trastoca el sentido de una frase ra en la calle, viven en mi cabeza en un
hacia el lado sexual, pero el albur, que estado de vaguedad que es también un
a mí personalmente me aburre, está le- estado de potencialidad.
jos de representar el sentido del humor
del mexicano y es más bien una subcla-
se de él, que suelen cultivar los malos ME ATRAE EL HUMOR QUE SE
comediantes. En mi caso particular, me ACERCA AL ABSURDO,
atrae el humor que se acerca al absurdo, CUANDO LAS PALABRAS
cuando las palabras empiezan a irse por EMPIEZAN A IRSE POR SU LADO,
su lado, lejos de sus asociaciones acos- LEJOS DE SUS ASOCIACIONES
tumbradas, y nos muestran no sólo lo ri- ACOSTUMBRADAS
sible que es el ser humano, sino también
su lenguaje. Es el idioma en estado de
recreo, cuando estira su cuerpo como ¿La novela, por su extensión y las
los gatos después de despertarse. oportunidades que le da tal caracterís-
tica, sufre menos que el cuento el juicio
Usted es un escritor que cultiva varios severo del lector? ¿Qué es lo que tiene
géneros, principalmente el cuento y la que ser y tener un cuento para no ser
poesía. Con respecto al cuento, ¿es más rechazado por la agudeza del lector?
importante la trama o el argumento que Un cuento no puede permitirse aburrir
los personajes, la caracterización? al lector. La novela puede permitirse
Los dos son importantes. ¿Cómo carac- cierto grado de remolonería, incluso
terizar a un personaje sino mediante lo debe tenerlo, porque su deber es ser
que hace? La acción crea al personaje y exhaustiva y profunda, mientras que
dentro de la acción está lo que el perso- el cuento debe ser emocionante. Todo
naje dice y lo que piensa. La narrativa cuento en el fondo es un instructivo
moderna descree cada vez más de las de vida. Lo que le pasó a Fulano nos
descripciones en seco, separadas de la interesa porque nos puede pasar tam-
acción, como cuando aparece un nuevo bién a nosotros. En cierta manera un
personaje en la historia y el autor se sien- cuento se da el lujo de abolir el alma del
te con la obligación de decirnos cómo protagonista, un alma particular, para
es: alto, de pelo negro y cejas pobladas, concentrarse en las peripecias y los in-
delgado y ojos claros. Con el tiempo cidentes a los que debe enfrentarse. La
hemos aprendido que en la mayoría de novela, en cambio, ahonda en un alma
los casos esas descripciones son ociosas particular y, como toda alma es única e
porque cada lector se crea una imagen irrepetible, ninguna novela concluye de
particular de cada personaje, atendien- verdad. Los cuentos sí concluyen por-
do a lo que ese personaje dice y hace, y que son la exposición de un problema
olvida si le dijeron que es alto, gordo y concreto que nos atañe a todos. La con-
moreno. Cuando escribo un cuento, no clusión de un cuento es algo crucial,
79 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
donde el cuento se juega mucho de su Me acaba de hacer usted un gran cum-
eficacia. plido al decir que no son galeotes mis
personajes y que ellos gozan de libertad
¿Cualquier asunto o anécdota es sus- para ser ellos mismos. No conozco mejor
ceptible de ser narrado? ¿De dónde sur- cumplido para un escritor que éste.
gen sus cuentos? ¿Cuándo ve que algo
puede ser un cuento, partiendo de un Me gustaría preguntarle algo acerca
sucedo real o desde la misma escritura? de su cuento «En la parada del camión
Creo que en mi caso «huelo» que hay interestatal», de su libro Madres y pe-
un cuento en aquellas situaciones en rros. Por un lado está el tiempo real,
donde el o los protagonistas se ven obli- el que marca el paso de los distintos
gados a salirse de su zona de confort y autobuses de pasajeros que no paran
a cruzar una línea que nunca cruzarían y, también, existe el otro tiempo, el
normalmente. Lo hacen a menudo con que va transformando las vidas de los
la certeza de que volverán de inmediato dos pasajeros que esperan en sentidos
a su tranquilidad inicial, y esa certeza, opuestos sus respectivos autobuses.
que se verá desmentida por los aconte- ¿Vivimos en varios tiempos paralelos
cimientos, es siempre uno de los ingre- que la literatura es capaz de mostrar-
dientes fuertes de mis historias. Tengo nos en un mismo espacio?
que oler algún tipo de caída o de de- No sé si vivimos en tiempos paralelos,
rrumbe para que una historia me parez- pero sin duda, como dice usted, la litera-
ca digna de contarse. tura nos concentra en un lugar determi-
nado, nos clava en un entorno concreto,
dándonos el «alma» de la situación. Y
PENSAMOS QUE LA LEJANÍA si nos interesa leer historias es porque
RESOLVERÁ NUESTROS estamos ávidos de eso, de alma. En el
PROBLEMAS, QUE LA VIDA cuento que usted cita, las dos personas
SIEMPRE ESTÁ EN OTRA PARTE, que esperan en un lugar desolado dos
CUANDO EN REALIDAD ESTÁ camiones que van en sentido opuesto,
ALLÍ, A UNOS PASOS no pueden dejar de mirarse, separados
apenas unos cuantos metros por la cinta
de asfalto. Intentan ignorarse, pero no
Algo común entre sus personajes es pueden. El viaje que atraviesa los pocos
la libertad de que gozan para ser ellos metros de carretera que los separan se
mismos, no parecen influenciados por torna más importante que el viaje a lo
el autor, por usted. Y, quizá, esa cuali- largo de ella, para el cual los dos estaban
dad y la exclusión de la moraleja es lo ahí. Eso era lo que me atraía de la situa-
que define a sus cuentos como ficción. ción. Pensamos que la lejanía resolverá
¿Usted está del lado de los escritores nuestros problemas, que la vida siempre
para los que los personajes son galeo- está en otra parte, cuando en realidad
tes o de los que sugieren que tienen está allí, a unos pasos, tan sólo cruzando
algo de vida propia? la carretera.
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 80
Los finales de sus cuentos han sido, en de un buen escritor es que nos conven-
muchas ocasiones, considerados como ce de inmediato sobre la sinceridad y
finales inacabados, no terminados vo- pertinencia de su estilo o, mejor dicho,
luntariamente. Sin embargo, yo los veo nos convence de que tiene estilo, o sea,
como una seña de identidad de su obra, un mundo propio. Lo tomas o lo recha-
narra las historias como si no las enten- zas, pero no lo puedes negar. No me
diera del todo, en definitiva, como la gusta el concepto de final inacabado,
vida misma. ¿Qué opina? o de final abierto. Es un concepto co-
Cuando leí por primera vez a Raymond modín que no significa nada. Un cuen-
Carver creí que mi ejemplar de su libro to debe concluir y, como dije antes, el
venía defectuoso y que le faltaban pá- final de un cuento es crucial para que
ginas al primer cuento. Luego leí el se- el cuento funcione o fracase. Lo que
gundo y comprendí que así era su estilo, ocurre es que ya no podemos terminar
escribir historias aparentemente inaca- nuestras historias como lo hacían los
badas y casi truncas. A medida que las hermanos Grimm en su momento por-
leía y me adentraba en su especial den- que nos hemos vuelto más descreídos
sidad, comprendí que sus cuentos es- sobre la rotundidad de lo que acaece a
taban terminados como cualquier otro. nuestro alrededor.
Lo que había que ajustar era mi idea de
cómo debe acabar un cuento. Ese ajuste Además de los temas que trata direc-
se hizo sobre la marcha, a medida que tamente en sus cuentos –por ejemplo,
leía su libro. Una de las características en «Tumbarse al sol» o en «Madres y
81 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
perros», donde el miedo es el centro escritura, dizque para conocer a la vida
de atención– parece existir la sugeren- a fondo, como si los comunes mortales
cia de que existen otros factores, otras no conocieran la vida a fondo con sólo
verdades distintas de las que relata. vivirla día a día. Yo no me ufano de ser
¿Es así? escritor. Lo soy por debilidad y presun-
Sería tremendo que así no fuera. Una ción. Admiro a los que llevan su vida sin
historia bien contada es inabarcable y mayor afán de trascendencia que llegar
Ricardo Piglia lo sintetizó con su céle- al final de cada día y poder decir: «No
bre afirmación de que un cuento cuen- ha sido un día malo». Son ellos los que
ta siempre dos historias, una exterior hacen girar el planeta, no los que escri-
y visible, que podemos resumir con bimos. La literatura nos provee de alma,
nuestras palabras, y otra oculta o latente pero no de vida; una vida bien vivida
que transcurre (el verbo es mío, no de viene con alma integrada y no necesita
Piglia) debajo de aquella. ¿Qué cuenta asomarse a ningún libro.
esta segunda historia invisible? Piglia,
sabiamente, no lo dijo, y no lo dijo por- Como poeta, ¿cuál cree que es el inte-
que creo que se trata de una historia que rés de la sociedad, de las administra-
no se resume ni compendia con palabras ciones públicas y de las asociaciones
que no sean del mismo cuento, que se culturales por la poesía?
activa con el cuento pero fuera de él se La poesía tiene el prestigio que tiene
desvanece, y ahí reside su misterio y su toda actividad secreta, inútil e incom-
fuerza. prensible. Si no fuera tan incomprensi-
ble para la mayoría, no tendría prestigio
y los poetas no viajaríamos como viaja-
TANTO PARA EL LECTOR mos. Una amiga mía poeta solía repe-
MUY AVEZADO COMO tir: «Escribir poemas no me ha hecho
PARA EL MÁS INGENUO, rica, pero cómo me ha hecho viajar». Y
VALE LA PENA SEGUIR también viajar es una forma de riqueza.
LUCHANDO CON LAS COMAS La poesía «viste» a cualquier iniciativa
cultural. Ay, de aquel funcionario cul-
tural que se olvide de la poesía. Pobre,
La escritura ha sido, por usted, defi- inofensiva, tediosa para el gran público,
nida y comparada con la traición, con la poesía sin embargo es insoslayable. Se
el robo, y el escritor, con un ladrón y, trata, pues, de un gran malentendido.
en otras ocasiones, con un centinela. Hago votos para que siga siendo eso, un
¿Qué le lleva a pensar así? ¿Qué rela- malentendido, un enigma para la inmen-
ción tiene con la escritura? sa mayoría de la población. Eso garanti-
Un escritor, en el fondo, aunque nos zará, en lo oscuro, su permanencia.
provea de alma, es un ser bastante mi-
serable. Observa la vida y escribe sobre ¿Qué papel podrían y deberían desem-
ella. Qué fácil. ¿Por qué no se pone a peñar las escuelas para acercarnos a la
vivirla, como todos? Se escuda tras la poesía?
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 82
Enseñarnos dónde está la poesía, y mos- Mire, yo puedo tardar horas para en-
trarnos dónde puede aparecer: en un re- contrar el lugar adecuado de una coma
frán ingenioso, en la letra de un bolero en una frase o en un verso, y quisiera
o de un tango, en la gracia de un chiste que mi lucha con las comas fuera en
bien contado, en la escena de una pelícu- beneficio de todo aquel que me lee,
la que te corta el aliento. Enseñarnos que tanto el lector sofisticado y exigente
la poesía existe, que no es un espejismo. como el más ingenuo. Tanto uno como
Unos cuantos, después, la buscarán en otro, si me leen, deben transitar por
los poemas, se harán lectores de poesía, mis comas. El primero podrá objetar
y serán una minoría. ¿Qué importa? La una coma que según él está mal puesta
escuela, antes que nada, debería ense- o elogiar otra que le parezca una joya
ñarnos que la poesía existe. de coma, mientras que el segundo no
objetará ni elogiará nada, pero su lec-
Le agradezco mucho el tiempo que ha tura se verá afectada por mis comas
dedicado a esta entrevista y, aunque sé igual que la del primer lector y, si yo
que usted desconfía un poco de que cambiara el lugar de las comas, mis pa-
las entrevistas sean leídas, me gustaría labras adquirirían para ese lector inge-
preguntarle qué tipo de lector prefiere: nuo otro ritmo, otra velocidad y otra
¿el que no tiene prejuicios literarios y densidad de pensamiento. Así que,
lee por placer, o por curiosidad y pla- tanto para el lector muy avezado como
cer, o el lector erudito, crítico, que pa- para el más ingenuo, vale la pena se-
rece saber lo que busca? guir luchando con las comas.
83 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
Francisco de Miranda,
personaje literario
Por Juan Carlos Chirinos
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 84
UN HÉROE DE NUESTRO TIEMPO1 gún lugar, Miranda abandonaría su vicio
Las bibliotecas lo impresionaban. Se confesable, el vicio de la lectura.
zambullía en ellas durante horas aun- Sólo por eso hay que volver a su vida,
que el día siguiente padeciera, ence- a su archivo, la Colombeia, un Himalaya
rrado en su habitación, fuertes dolo- de papeles –al decir de José Luis Salcedo
res de cabeza e irritación en los ojos. Bastardo–, patrimonio documental de la
Cargó por todos lados con su archi- humanidad para la unesco. Fue un hom-
vo, sus libros y su flauta: nunca sabía bre que merece ser celebrado no como
cuándo los necesitaría. Su equipaje fue el militar de guerras incansables, sino
incrementándose durante las cuatro como el civil inteligente, diplomático
décadas en las que deambuló por el agudo y lector voraz que fue. Francisco
mundo: un periplo en el que conoció de Miranda: un ilustrado que se codeó
lugares como Atenas, Troya y Moscú; con personajes insignes como Washing-
Estambul, Venecia y San Petersburgo. ton, la zarina Catalina ii, Haydn, Napo-
El «venezolano más universal» no dejó león y Bolívar porque él también lo fue,
lugar sin comentar, idea sin redondear, y de primer orden. Que siga siendo un
personaje famoso sin conocer, amante héroe al que imitar para los venezolanos
sin probar. del futuro depende también de nosotros
Francisco de Miranda (1750-1816) es y de nuestra memoria, siempre tan corta.
conocido como el precursor de la inde-
pendencia venezolana e hispanoamerica- EL PRIMER LECTOR
na. El bicentenario de su fallecimiento se Probablemente en el futuro seguirán apa-
conmemoró el 14 de julio, fecha escogi- reciendo numerosos ensayos, biografías
da casi a propósito para morir, pues es la y novelas en torno a la figura, la vida y la
misma que señala la del inicio de su que- obra de Francisco de Miranda, conocido
rida Revolución francesa (él es el único como «el Precursor», aunque sería una
latinoamericano cuyo nombre figura en el especie singular de precursor: un pre-
Arco de Triunfo de París). Masón de alto cursor que antecede pero que se queda.
grado, Miranda acabó en la infecta cárcel Y, seguramente, cada vez que se cumpla
gaditana de La Carraca encerrado pero una nueva efeméride mirandina, alguien
no derrotado, acallado pero no silencia- se sentará a leer el monumental archivo,
do, viejo pero no envejecido. Entregado la Colombeia, y terminará escribiendo
al enemigo por sus propios compañeros sobre los fabulosos hallazgos que le de-
de lucha, aún ese episodio cainita no está parará el tiempo que dedique a hurgar en
del todo claro: ¿fue traicionado con vileza esas páginas.
por el joven Bolívar y los demás mantua- Nunca sabremos quién será el último
nos, o sólo se trató, como él mismo vati- lector de Miranda, pero quizá se pueda
cinara, de otro bochinche más de ese bo- identificar al primero: él mismo, que,
chinche incierto que fueron las guerras de con 21 años, a bordo de la fragata sueca
independencia? Una imagen sí tenemos Príncipe Federico, se sentó a convertir en
que dar por verdadera: ni en La Guaira, palabras todo cuanto veía y todo aque-
ni en Puerto Rico, ni en Cádiz, ni en nin- llo que computaba. El propio Miranda
85 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
fue el primer lector de las cosas que vio partir del siglo xviii, adquirieron la signi-
y que sin duda impresionaron su imagi- ficación de unos espacios destinados a la
nación: «Vimos unos monstruosísimos generación de sentido, instrumentos de
peces que llaman ballenatos y muchos irremplazable valor que facilitaban el ac-
pájaros blancos con la cola muy larga… ceso a las claves del conocimiento. […]
Se vieron muchos pejecitos que volaban Sus muros cerraban un recinto invulne-
y así los llaman, voladores».2 Contempló rable donde la perspectiva de los estantes
en el cielo caribeño el campo de estrellas conformaba una metáfora: la acumula-
que se extendía sobre su cabeza; oyó el ción de la sapiencia, dispuesta en hileras,
chapoteo constante y adormecedor del desvelaba desde sus pasadizos el secreto
agua contra la proa; sintió los labios sala- último de las cosas. […] La biblioteca
dos por el aire y las salpicaduras; perdió permitía mirar al exterior, muy a lo lejos,
la vista con el brillo inconmensurable del desde un sitio oculto».4 Ese espacio de
sol; experimentó la sensación de mover- silencio universal que rodea la biblioteca
se de un lugar a otro flotando indefenso personal, como bien lo supo Montaigne,
en la inmensidad azul del océano. Sus es el lugar más sagrado para cualquiera
sentidos todos se abrieron a un mundo que quiera desarrollar un pensamiento
nuevo para él, que nunca había salido de propio. Y Miranda lo quiso, y fue cons-
su ciudad; el mundo se le ofrecía entero ciente de ello, prácticamente desde el
y no tardaría en tomar conciencia de ello. principio de su vida adulta. Al hablar de
Y, con el deseo de dejar por escrito el la desaparición de la biblioteca de Mi-
inicio de su nueva vida cuando salió de randa –producida cuando la madre de
Venezuela hacia España, empezó a levan- sus hijos, Sarah Andrews, quedó viuda
tar el Archivo, que sigue siendo fuente y muy necesitada–, Pedro Grases señala
inagotable para conocerlo y para conocer su gran valor: «La biblioteca fue luego
el tiempo que le tocó vivir. La lectura y subastada por la casa Evans de Londres
la escritura son dos actividades, no hay en 1828 y 1833 con asistencia de un nu-
que olvidarlo, indispensables para llegar trido público de compradores que ad-
al verdadero hombre que fue Francisco quirieron la totalidad de las piezas pues-
de Miranda. No en balde escribió una vez tas en venta. […] Nos cabe únicamente
en su diario: «Me he quedado en casa le- hoy en día la posibilidad de reconstruir
yendo con gusto y provecho. Oh, libros la exacta fisonomía de esta biblioteca, de
de mi vida, qué recursos inagotables para gran valor por “el exquisito surtimiento
alivio de la vida humana».3 De allí, de los de obras raras, clásicas y selectas edi-
libros, y de la reflexión acerca de lo que ciones”, como la definía en el oficio de
los libros enseñan tomaba Miranda los ofrecimiento el ministro Antonio José de
«recursos inagotables» para seguir ade- Irisarri».5 Y, al final de su vida, Miranda
lante. Por eso la formación de su precia- dejaría instrucciones precisas para que
da biblioteca también es otro aspecto que sus libros clásicos griegos fueran dona-
se debe tener en cuenta. Ramón Andrés dos a la Universidad Central de Venezue-
señala en un texto al respecto que «las la, como muestra de agradecimiento y de
bibliotecas privadas, con mayor acento a amor a su país.
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 86
MIRANDA, EL FICTICIO Francisco Miranda, patricio de Caracas,
Con la vida que tuvo, es muy fácil imagi- anda fomentando la sublevación y tiene
narse todo tipo de novelas, relatos, obras inquieta la provincia, anda por el mar y
de teatro, poemas y demás basados en se hacen diligencias por apresarlo. […]
sus visicitudes, pero sorprendentemen- Por el mes de julio día 11 se hizo en
te, en el terreno de la ficción, en estos Puerto Cabello la justicia de diez reos,
doscientos años que han transcurrido entre otros varios, que se cogieron en
desde su fallecimiento, es más bien poco una goleta que acompañaban al citado
lo que se ha escrito. Por lo menos, a la Miranda, y venían a hacerse dueños con
hora de compararlo con la cantidad de él del gobierno y pueblos. Se les cogie-
textos de no ficción: claramente hay mu- ron entre el barco las banderas, armas,
chas menos ficciones. Pero hagamos un papeles, patentes de nombramiento en
pequeño recorrido por las ficciones. oficios y empleos de la provincia, que ya
Quizá una de las primeras personas daba Miranda supuesto por suyo todo.
en Venezuela que escribiera sobre la Pero todo se quemó por mano del ver-
existencia de Miranda fue un autor que dugo en público cadalso en la plaza de
yo quiero llamar el «Miranda Inmóvil», la ciudad de Caracas el día 4 de agosto».
un personaje de una vasta cultura, se- Una aparición «estelar» la hace Mi-
mejante a la de Miranda, con su mismo randa durante las luchas en defensa de la
apetito por los libros y obsesivo polígra- primera república venezolana, la conoci-
fo que todo lo consigna. Me estoy refi- da como «la Patria Boba», en un Corrido
riendo al fraile Juan Antonio Navarrete, defensor de la legitimidad de la corona
que vivió prácticamente toda su vida española, con estructura estrófica de
en Caracas, encerrado en su convento, glosa, donde no le desean nada bueno:
ocupando varias celdas donde coleccio- «Miranda debe morir / Roscio ser deca-
nó centenares de libros, escribió varios pitado / Arévalo consumido / Espejo des-
títulos y, durante más de treinta años, cuartizado. // A Venezuela intimó / Miran-
fue creando el único libro que conserva- da con imprudencia / que contra España
mos de él: el Arca de letras y teatro uni- juró; / a muchos también mandó / al ca-
versal, una enciclopedia que, semejante dalso a conducir; / hizo la muerte sufrir / a
a las Etimologías de Isidoro de Sevilla, dos sacerdotes santos. / Cometiendo excesos
quiere contener todo el saber en orden tantos / Miranda debe morir».
alfabético. En dicha obra, Navarrete da
cuenta, en 1806, de la fracasada expe- Debería pensarse, por otra parte, que la
dición mirandina a las costas de Coro aparición más «pulida», o heroica, del
y Ocumare: «Por los meses de febrero precursor se hallaría en uno de los mo-
y marzo se han puesto en armas todas numentos literarios venezolanos sobre
las tropas por todas las bocas y puertos la guerra de independencia. Me refiero
de las costas de Caracas, por las inva- a Venezuela heroica, de Eduardo Blanco,
siones y amenazas del enemigo inglés. autor éste, por cierto, en el que se ins-
Se han hecho rogaciones públicas en la piraría el artista Arturo Michelena para
ciudad, hasta con sermones. Un tal don pintar su famoso (pero imaginario) Mi-
87 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
randa en La Carraca. Pues bien, Eduar- brazos. Miranda, la postrera esperanza
do Blanco, que tiene más ganas de en- délos independientes, sucumbe con la re-
salzar la figura de Bolívar, convertido ya volución y, eclipsado el astro, sobreviene
en el mítico titán que aún agobia nuestro la noche».
imaginario, habla de Miranda como un
grande, pero un grande derrotado: Y mientras el bardo de la independen-
«Un sol desaparece y otro se levanta. cia pintó a Miranda en sus horas bajas
Entre los escombros de la revolución, y saliendo del escenario con las tablas
aniquilada hasta en sus fundamentos, en la cabeza, mucho antes, en el primer
por el triunfo inesperado y sorprendente tercio del siglo xix, dos autores se fijaron
del aventurero Monteverde, se eclipsa la en su vida para saquearla a gusto para
histórica figura de Miranda: alta virtud sus ficciones. Uno fue lord Byron, quien
a quien había confiado sus destinos la probablemente lo tomara como inspira-
naciente República. Apágase en el polvo, ción para su Don Juan, tal como señala
donde cae destrozado el altar de la pa- Oscar Rodríguez Ortiz: «Hasta Rusia lo
tria, el fuego sacro de la idea redentora. persigue el poder español […]. En lo
Desmaya el sentimiento que provocó a la que pudo ser un incidente diplomáti-
rebelión. El ciclo de las halagüeñas espe- co, obtiene el favor de la zarina, ocasión
ranzas se oscurece de súbito, y las sombras de no pocas leyendas amorosas. Cruce
de un nuevo cautiverio, como lóbrega no- de realidades y ficciones, el ficticio don
che, amenazan cubrir la inmensa tumba, Juan de lord Byron también viaja en el
donde parece sepultada para siempre con poema hasta estas tierras y se convierte
el heroico esfuerzo la más noble aspira- en favorito de Catalina».
ción de todo un pueblo […]. Para 1812 El otro autor lo convirtió, cambiándo-
no era ni sombra de aquel risueño arbus- le el nombre (cosa que a Miranda no le
to del 19 de abril, coronado de flores en- habría extrañado ni molestado, proba-
treabiertas al sol de la esperanza: ni me- blemente), en un personaje importan-
nos se asemejaba al soberbio gigante del 5 te para su obra. Me refiero a Stendhal,
de julio, cargado de abundosos y sazona- quien en su Rojo y negro introduce al
dos frutos: apenas si era un tronco de soli- conde Altamira, amigo de Julien Sorel
dez dudosa, protegido por escaso ramaje, y un admirador más de la bella Matil-
falto de savia y amenazado de esterilidad. de, «la señorita más hermosa de París».
En tan cortos días los nobles promotores «¿Quién no conoce al pobre Altamira?»,
de la revolución habían envejecido, y sus pregunta un personaje, y pareciera que
propósitos heroicos, y sus conquistas, y estuviera preguntando por Miranda.
los trofeos cuantiososos de sus primeras Es que la descripción encaja bastante
y ruidosas victorias, desaparecían entre con el «estereotipo Miranda», que albo-
la sombra de un ayer ya remoto, para las rotaría las imaginaciones de los narrado-
veleidades del presente […]. La capitu- res europeos:
lación de la Victoria fue la mortaja en «En una reunión jansenista conoció al
que se envolvió para morir. La perfidia conde de Altamira, hombre de talla gigan-
la recibió en su seno y la ahogó entre sus tesca, condenado a muerte en su patria por
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 88
liberal, y muy devoto. […] Si se exceptúa Al analizar todas estas obras, Lancelot
su deseo de dar a su patria el gobierno de Cowie concluye que el conjunto «pre-
las dos Cámaras, nada encontraba el jo- tende dibujar un prócer excelso, exte-
ven conde digno de llamar su atención. Se- riorizando sólo los aspectos históricos
parose de Matilde, la mujer más hermosa trillados. La libre presentación de anéc-
del baile, porque vio entrar en los salones a dotas y de ciertos aspectos de la vida del
un general peruano. Perdidas las esperan- personaje se aparta de la historiografía.
zas en Europa, tal como la había dejado La recurrencia a la memoria del prota-
Metternich, el pobre Altamira llegó a creer gonista no se explota como recurso es-
que, cuando los Estados de la América Me- tructural porque apenas intercala algu-
ridional fuesen poderosos y fuertes, acaso nos datos y las campañas del prócer. De
devolverían a Europa la libertad que les así haber sido, los escritores hubieran
proporcionara Mirabeau». indagado en la compleja psicología de
Miranda para jaquear, una vez más, los
En los siglos xx y xxi la figura de Miran- sucesos históricos conocidos. Lamenta-
da ha corrido con mejor suerte, al me- blemente, la figura literaria de Miranda
nos en el número de apariciones. Sin ser oscila entre recuerdos felices, tristezas y
abundante, la lista de obras de ficción derrotas. Quizá lo magistral de esta figu-
sobre el precursor, o al menos en las ra sea su manifiesto estoicismo en el cau-
que interviene, es significativa: «Tanto la tiverio, aferrado siempre a la esperanza
narrativa como el teatro conceptualizan de la libertad, sin gemir bajo el insopor-
con rica diversidad la gesta emancipa- table peso de los grillos. Lo irónico del
dora de Francisco de Miranda: Bolívar, destino del general es haber compartido
el hombre crucificado, Mario H. Perico la misma pérdida de la libertad sufrida
Ramírez (1976); La tragedia del Gene- en prisión por L’Ouverture y Bonapar-
ralísimo, Denzil Romero (1987); Grand te». Semejante apreciación tiene Violeta
tour, Denzil Romero (1987); La entrega Rojo cuando analiza verdades y ficcio-
de Miranda o El maestro y el discípulo, nes en la vida de Miranda y se pregunta:
Alejandro Lasser (1990); Pagadero al «¿Por qué una de las ficcionalizaciones
portador, Carlos Pérez Ariza (1997); sobre Miranda es la tragedia? Si bien es
Para seguir el vagavagar, Denzil Rome- verdad que su vida es una sucesión im-
ro (1998); Los papeles de Miranda, Ma- presionante de grandes éxitos y grandes
rio Szichman (2000); Bolívar y Josefina, fracasos, también lo es que su final es
Gladys Revilla Pérez (2000); La última convenientemente trágico, ya que ayuda
batalla del generalísimo, Edinson Pérez al mantenimiento como héroe de otra de
Cantor (2003); Las dos muertes del ge- nuestras figuras: Simón Bolívar».7
neral Simón Bolívar, Mario Szichman Desde luego que los más conocidos
(2004); La casa de Altagracia, Carlos de los textos aquí enumerados son las
Machado Allison (2004); La última novelas de Denzil Romero, quizá el más
muerte de Simón el Triste, Eduardo Ca- importante autor que dedicara gran par-
sanova (2004); Miranda, el hijo del mu- te de su obra a la vida de Miranda. Sobre
lato, Ángel Miguel Rengifo (2006)».6 todo en La tragedia del generalísimo y
89 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
Grand tour, que forman parte de un pro- el otro, nos habla de otro personaje muy
yecto mayor sobre la vida del precursor, distinto: putañero, caprichoso, déspota.
Romero se vuelca con toda su imagina- De aquí sale un interesante contraste
ción y fuerza narrativa. Son novelas que, que hace que el lector reflexione a medi-
hoy en día, resultan curiosas de leer, no da que avanza.
sólo por el autor y su fama de «escanda- Por su parte, en la novela de Armas
loso» (lo marcará para siempre su novela Marcelo, irreductible admirador de Mi-
erótica La esposa del doctor Thorne, so- randa tanto como «distante crítico» de
bre Manuela Sáenz), sino porque son el Bolívar, encontraremos las «leyendas»
ejemplo perfecto de un tipo de literatura famosas del Precursor –la colección de
verbalista, ecléctica y sincrética que es- vellos púbicos, los amores con Catali-
tuvo muy en boga en América Latina los na, las lúdicas aventuras amorosas y el
últimos años setenta y primeros ochen- famoso bochinche–, pero es que estas le-
ta; son novelas que abordan la vida de yendas también forman parte de la bio-
Miranda con el mismo extenuante entu- grafía del personaje. Cuando se miente
siasmo por contarlo todo que hallamos sobre un personaje es cuando mejor se
en novelas como Cristóbal nonato, de habla de él. ¿Cómo prescindir de la le-
Carlos Fuentes, o Palinuro de México, de yenda si ésta explica con más fuerza lo
Fernando del Paso. El valor de las nove- que una montaña de papeles no sabe
las de Denzil Romero es, pues, doble: al decir?
contar la vida de Miranda como lo hace, La relación con Bolívar vertebra la
deja huella de un estilo en la historia de novela: la difícil, hermosa, adictiva,
la literatura en español. telúrica relación entre dos hombres
En estos últimos años, han aparecido que eran iguales y tan diferentes. La
dos novelas en España que se acercan noche que Bolívar traicionó a Miran-
a Miranda: Los sueños de un libertador, da es una novela-vorágine que relata
de Fermín Goñi, y La noche que Bolívar con ansiedad los momentos más críti-
traicionó a Miranda, de J. J. Armas Mar- cos en las vidas de Miranda y Bolívar:
celo. En la novela de Goñi, el autor nos la ansiedad de quien espera el final,
narra, casi siempre desde el punto de pues la Sayona, la muerte, acompaña
vista del narrador omnisciente, la vida al narrador desde la primera página y
y afanes de Francisco de Miranda desde no descansará hasta no acabar con los
que abandona su Venezuela natal has- héroes que una vez fueron amigos pero
ta su muerte en Cádiz. El autor emplea que estaban destinados a anularse mu-
un estilo documental para narrarnos las tuamente.
vicisitudes del protagonista, y consigue La vida de Francisco de Miranda es un
que olvide uno que se trata de una no- complejo entramado de viajes, amigos,
vela. No obstante su ánimo documental, amantes y planes políticos; el Archivo,
quizá a la manera de un Sciascia, el na- el testimonio de que una vida «no cabe
rrador nos ofrece un Miranda en blanco en un cuerpo solamente», parafraseando
y un Miranda en gris: por un lado, vale- al poeta Eugenio Montejo. Y, aun así, es
roso, generoso, culto, idealista, leal; por imposible saber qué ocurrió de verdad
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 90
en cada momento. Sólo tenemos docu- por Arturo Michelena; el resto es trabajo
mentos y el retrato melancólico creado para la imaginación.
91 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
Valle-Inclán
y la política farandul
Por Manuel Alberca
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 92
Entre los escritores españoles de fin espuma anecdótica, se acercaban en nú-
de siglo, Ramón del Valle-Inclán fue mero insuficiente».
el que más y mejor supo despertar una Superado el año 2016, cuando se
curiosidad general y desmedida hacia conmemoró el 150 aniversario de su na-
su persona. No siempre lograría lo mis- cimiento, acaecido el 28 de octubre de
mo para su obra. Tejió una biografía le- 1866 en la localidad gallega de Vilanova
gendaria a su gusto y medida, hecha de de Arousa, parece oportuno hacer una
invenciones y mentiras, muy en la onda valoración del derrotero político de Va-
modernista que sostenía que la realidad lle-Inclán y de la errónea interpretación
imitaba al arte, cuyo representante más que se le ha dado tantas veces. Para el
cualificado sería el provocador Oscar que escribe resulta curioso, por no decir
Wilde. Los coetáneos de don Ramón sorprendente, que se le conceda todavía
normalmente no cuestionaron esta le- el discutible papel de analista de nues-
yenda, sino que la aceptaron como algo tros males nacionales. Durante todos los
chistoso. ¡Cosas de Valle! Por tanto, la años que llevamos en crisis, con sonados
leyenda tejida por el propio escritor casos de corrupción y evidentes signos
tuvo fortuna, y se repitió y se amplifi- de colapso político, se ha calificado de
có hasta la saciedad. Luego vendrían «esperpéntica» la situación general que
los primeros biógrafos, que hicieron se vive en España. El sustantivo «esper-
suyas todas las patrañas y falsificacio- pento» designa el género teatral creado
nes sin preocuparse lo más mínimo de por Valle-Inclán para representar hechos
comprobarlas, documentarlas o recha- grotescos que producen al tiempo hila-
zarlas. ridad y sonrojo. Incluso en este mismo
En este sentido, Valle-Inclán destaca sentido de encomiar el análisis político
entre los escritores españoles contem- de Valle-Inclán, se ha echado en falta un
poráneos, pues la invención biográfica nuevo Valle-Inclán que pinte con rasgos
oscureció su verdadero perfil humano y esperpénticos los acontecimientos de
pudo llegar a oscurecer incluso su pro- ahora. En lo literario, disfrutar ahora de
pia obra, lo que hubiera sido sin duda una figura así sería un regalo incalcula-
aún más penoso. Fue de esa clase de es- ble; en lo político, como se verá, no pa-
critores que, por su manera de ocupar rece que lo fuese.
la escena pública, dejaba la literatura El error no es de ahora, pues ya en los
en segundo plano, tal vez sin querer. En años finales del franquismo, cuando se
ocasiones, ésta concitó lamentablemente elevó su figura y su obra a categoría pa-
menos interés que el mito en que el autor radigmática de izquierdismo o anarquis-
llegó a convertirse. Así lo advirtió Gui- mo, se enarbolaron ambas, la obra y la
llermo de Torre: «La máscara desfiguró persona de Valle-Inclán, como un ban-
el rostro. Lo exterior pintoresco y la ver- derín de enganche contra Franco, lo que
ba mordaz favorecieron su popularidad no se correspondía en absoluto con la
urbana, pero falsearon su personalidad y realidad de su obra y, menos aún, con su
la de sus libros, a los cuales los posibles figura política. Sin duda la militancia an-
lectores, estimándose ya saciados con la tifranquista, en el afán de sumar activos a
93 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
su causa, padeció espejismos e ilusiones de la República, cuando ambos –Azaña
que competían con los de don Quijote. y la República– estaban ya en sus horas
En los últimos tiempos, en la prolongada bajas. En fin, admiraba los caracteres
crisis política que arrastramos, la obra autoritarios, y desconfiaba de las solu-
de Valle-Inclán, y sobre todo su mirada ciones parlamentarias liberales.
esperpéntica, grotesca y deformante, ha
sido muy considerada por el análisis po- NI REPUBLICANO NI SOCIALISTA,
lítico farandulero. Nadie le puede negar ¡CARLISTA!
a Valle-Inclán sus dotes creativas y su Como ya he adelantado, fue ante todo
fino escalpelo crítico a la hora de plas- un tradicionalista, es decir, alguien que
mar su visión de España y de su historia, pensaba que los problemas de España
pero no era un político –y menos un es- se solucionarían volviendo al pasado, a
tadista– que tuviese una idea precisa de modelos pretéritos y sobrepasados por
cómo resolver los problemas que arras- la historia. En ellos pensaba que se po-
traba el país desde el siglo xix. Tampoco drían encontrar soluciones para la difícil
cabría esperarlo en principio de un es- situación española. Militó con evidente
critor –¿por qué?–. Sin embargo, quiso protagonismo durante casi una década
intervenir en la política nacional, y lo en la Comunión Tradicionalista y fue un
hizo con escasa fortuna. activo carlista hasta la Gran Guerra, en
Su opinión sobre la política nacional la que se alineó con los aliadófilos, mien-
fue crítica, más aún, punzante y, sobre tras que la gran mayoría de sus correli-
todo, contradictoria. Sus desconcer- gionarios, liderados por Vázquez de Me-
tantes cambios dieron lugar a fuertes lla, se situaron en el bando germanófilo.
bandazos; eso sí, sobre la base de un La razón esgrimida por don Ramón para
pensamiento tradicionalista. Defendió apoyar a la republicana Francia no era
posiciones contradictorias y dio giros otra que la de su cristianismo y su heroi-
ideológicos imprevistos a lo largo de ca resistencia y admirable lucha contra
su vida y hasta poco antes de morirse el «paganismo» alemán. En prueba de
en Santiago de Compostela el 5 de ene- esa admiración visitó las trincheras galas
ro de 1936, como he podido contar y de los frentes de guerra entre Alemania
analizar con detalle en la biografía La y Francia en mayo y junio de 1916. El
espada y la palabra: vida de Valle-In- lector interesado en esta cuestión pue-
clán (Tusquets, 2015). Por ejemplo, y a de leer el artículo que publiqué en es-
manera de breve resumen, en 1933 des- tas mismas páginas («Valle-Inclán en el
cubrió que Mussolini podía ser modelo frente francés», Cuadernos Hispanoame-
para España después de quedar fasci- ricanos, 771, septiembre de 2014), en
nado por las reformas que había intro- que se relata la visita al frente y se realiza
ducido en Italia, pero elogiaba también un análisis de la posición aliadófila del
la figura de Lenin, y en su altar particu- autor.
lar lo ponía a la par que el pretendien- En torno a esta discrepancia se fraguó
te carlista Carlos vii. O consideraba a su alejamiento de la militancia en la Co-
Azaña un firme director de los destinos munión Tradicionalista. En realidad no
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 94
rompió nunca totalmente con el tradi- gran simpatía los procedimientos anti-
cionalismo, pero se adaptó a los nuevos democráticos dictatoriales». Dicho de
y convulsos tiempos. A comienzos de la otro modo, lo que le une o le vincula a
década de los veinte se acercó a Eduardo Lenin y a los bolcheviques es su común
Dato, incluso se mostró propició a for- preferencia por las posturas autoritarias
mar parte de las listas conservadoras al y paternalistas, por las que la minoría di-
Congreso de Diputados, algo que no lle- rigente se arroga el derecho de conducir
garía a materializarse, del mismo modo a las masas.
que tampoco formó parte de las listas Otro contertulio del Café Regina, el
carlistas al Congreso en las elecciones socialista Luis Araquistain, transmite
de 1910 y alguna más, y no por falta de la misma admiración por don Ramón,
ganas. Al mismo tiempo que coquetea- y casi al unísono que Rivas publica en
ba con Dato, frecuentaba la tertulia del el diario La Voz el artículo «Polemario.
café del Hotel Regina de la calle Alcalá, Valle-Inclán en la Corte». Araquistain
en la que predominaban socialistas y mostraba su devoción por el personaje,
republicanos: Manuel Azaña, Luis Ara- y se recreaba en destacar su singularidad
quistain, Cipriano Rivas Cherif, Cane- física, su gestualidad única y su oratoria
do, Bello o Bilbao. También el escritor seductora. Para él, Valle-Inclán era so-
y diplomático mexicano Alfonso Reyes, bre todo un hombre que atesoraba en sí
cuando se encontraba en la capital, y al mismo un profundo pasado: sacerdote
que le uniría una estrecha y fiel amistad, egipcio, mago medieval, profeta indio
de la que tantos beneficios económicos y, por supuesto, carlista militante. Mili-
se desprenderían en los últimos quince tancia que Araquistain explicaba como
años de su vida. Pero todas las declara- la expresión del rechazo a una época
ciones de estos amigos disuelven cual- chabacana, a un liberalismo funesto, me-
quier duda: nunca fue ni republicano ni diocre, decadente. Frente a todo eso, la
socialista. Azaña, que lo retrata de ma- apología del carlismo cobraba sentido.
nera atinada en sus diarios, vio siempre Todo ese bagaje del pasado le permitía
en don Ramón, por debajo de cualquier a Valle-Inclán reconocer en la actualidad
«aggiornamento» ocasional, el «carlista los gérmenes del futuro. Su obra literaria
que llevaba dentro». No sería el único. de madurez sería la prueba de que había
En 1920 Rivas Cherif, que admiraba captado los cambios que se desarrolla-
sobre todo su obra teatral en ciernes y ban a su alrededor, del mismo modo que
que hizo lo posible y lo imposible por el tiempo estancado, inerte y sin ideas
subirla a las tablas, publica un artículo le hizo concebir en sus inicios una obra
en La Internacional titulado «Respues- de carácter abstracto, que idealizaba el
tas de Valle-Inclán a las preguntas de pasado. No, no era un izquierdista –con-
Tolstoi». Allí se puede leer esto: «¿Es cluye Araquistain–, era sólo un panegi-
don Ramón un convertido al socialis- rista de la Revolución soviética que en-
mo? No –se contesta Rivas a sí mismo–, contró en esta gesta el campo de acción
don Ramón es bolchevique, y si se quie- estimulante que le faltó en su juventud.
re bolchevista, en cuanto le inspiran La aureola heroica de la revolución, aun-
95 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
que sea comunista, encendía y exaltaba y nobleza, mirada y rostro de empaque
la curiosidad y la imaginación de don hidalgo y desdén señorial», apostilla en
Ramón. ¿Contradicción? No, concluía sus memorias.
Araquistain, por debajo de la lógica fluía Por tanto, su acercamiento a republi-
una corriente de profunda unidad psico- canos y socialistas se debió más a razo-
lógica entre lo aparentemente extremo. nes de amistad o de oportunidad porque
El cambio histórico, que señalaban con ellos, en lo político, compartía sólo
las revoluciones sociales y políticas de el deseo de que cayese Alfonso xiii, al
esa década, sería el caldo de cultivo de que desde su óptica carlista seguía con-
sus nuevos temas literarios. Valle-Inclán siderando un monarca ilegítimo, entre-
ponía el oído a lo que estaba pasando en gado a los intereses de los liberales. En
Rusia, en Cataluña, en Andalucía o en cambio, en 1931, después de algunos
las calles de Madrid, y encontraría los tanteos con otros partidos que no le pro-
nuevos escenarios teatrales y novelísti- pusieron para ir en sus listas al Congreso
cos con sus héroes anónimos. Esto era como diputado, puesto político al que
lo que ahora comenzaba a interesarle, venía aspirando sin éxito desde 1910,
y como dice Araquistain, no había que dudoso e intrigante a partes iguales, ter-
entender estas novedades como la recti- minó en las listas del partido de Alejan-
ficación de su pasado ni de su obra, sino dro Lerroux, sin obtener el acta y dando
su complemento. Estaba en transición lugar a una bochornosa polémica con el
literaria y captaba esta época en transi- diputado que obtuvo el acta de manera
ción. No borraba el pasado ni la obra an- legítima.
terior, los unía y los profundizaba desde Su apoyo a la República fue circuns-
un presente en cuyo espejo se adivina el tancial, y posteriormente mediatizado
futuro. por su complicada situación familiar y
Sin embargo, a pesar de los argumen- económica. Separado de su mujer desde
tos ab contrario que dan los textos de 1931 y con cuatro hijos pequeños que
estos amigos de don Ramón para que le cuidar, quebrada la empresa editorial de
desliguemos de posiciones políticas de la ciap que le había reportado excelentes
izquierdas, hay que aceptar que poste- ingresos de 1928 a 1931, vivió unos me-
riormente nacería la leyenda de un Va- ses de dificultades a raíz de la separación
lle-Inclán simpatizante del socialismo, legal –que no divorcio, como se ha dicho
incluso militante comunista. La leyen- tantas veces–, que sus amigos republica-
da era por supuesto una exageración o nos y socialistas trataron de remediar con
una visión deformada o ignorante, pues cargos oficiales. Sin embargo, a pesar de
alguien, como Victoriano García Martí, ser distinguido por los gobiernos de tur-
un amigo gallego de toda la vida, que no con varios nombramientos, pronto se
le conocía bien y le seguía tratando en desencantó de las ilusiones y esperanzas
esta segunda etapa en Madrid, tenía una concebidas en el advenimiento de la Re-
visión más matizada, y acertaba al ver pública. Estos cargos iban acompañados
la coherencia de la persona y su pensa- de importantes honorarios, en realidad
miento político: «Expresión de espíritu eran «momios», pero él se los tomó en
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 96
serio y quiso desempeñarlos, cuando en de que España arrastraba una crisis des-
realidad se los concedieron sin exigirle de el siglo xix, prolongada hasta el primer
otra cosa que discreción. tercio del xx, para la que no vislumbraba
una salida satisfactoria.
CRONISTA ESCÉPTICO En este sentido Valle-Inclán fue un
DE LA HISTORIA DE ESPAÑA cronista cruel, implacable y atinado del
En el fondo Valle-Inclán desconfiaba de proceso de descomposición de España,
cualquier solución política democrática iniciado, a su juicio, con el triunfo del
para arreglar los problemas de la conflic- liberalismo burgués que llevó al trono
tiva sociedad española de la época. Fue a Isabel ii, y que haría crisis final con el
–como los grandes escritores de su gene- colapso del régimen nacido en la Res-
ración– un gran individualista y no atis- tauración canovista en la dictadura de
bó otros remedios para los males patrios Primo de Rivera. Ese largo proceso de
que soluciones personalistas. Solamente casi cien años lo plasmó literariamente
contemplaba viables soluciones autori- en tres momentos históricos.
tarias y providencialistas, que identifica- En primer lugar, en la segunda guerra
ba indistintamente, como ya se ha dicho carlista, y en el consiguiente triunfo del
y según el momento, con personalidades liberalismo y la desaparición de los res-
de carácter fuerte como Lenin, Mussoli- tos del Antiguo Régimen, que Valle-In-
ni, el pretendiente Carlos vii, Lerroux o clán relata de manera ambivalente en La
los presidentes mexicanos Porfirio Díaz guerra carlista y las Comedias bárbaras.
y Álvaro Obregón. Unas veces presenta este proceso histó-
Con estos diferentes e incompatibles rico de modo nostálgico e idealizado;
elementos políticos, que constituían un y otras, muestra, desencantado, la des-
potaje ciertamente espeso y de difícil di- integración de una sociedad fanatizada
gestión, don Ramón no tenía por menos que hace apología de la violencia y en
que concebir un cuadro humano y social la que los hijos se encargan de destruir
de fuerte escepticismo, negativo y deses- la casa levantada por el padre. Después
peranzado. En su ideario tremendista el puso el foco literario en el caos grotesco
hombre se regía por una suerte de fatalis- de la corte isabelina, que queda primo-
mo determinista que le conducía funesta- rosamente descrita en Farsa y licencia
mente a una muerte dramática y absurda, de la reina castiza y en las novelas de El
que encontramos siempre en los desenla- ruedo ibérico. Y por último mostró de
ces de la mayoría de sus obras. Por eso no manera esperpéntica el inicio del final
esperaba ni creía posible la redención del del régimen de la Restauración en obras
hombre, a pesar de reconocerse profun- como Luces de Bohemia y Martes de car-
damente cristiano (véase, por ejemplo, el naval, del que forma parte el esperpento
ambiguo desenlace de Divinas palabras, La hija del capitán, que en 1927, bajo
que tal vez sea su drama más salvaje y lo- la dictadura de Primo de Rivera, fue se-
grado, en el que el perdón compasivo, la cuestrado por la policía por la denuncia
superstición y el miedo dibujan un final y escarnio de las corruptelas de los mili-
sin esperanza). En fin, tenía la percepción tares en el poder.
97 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
En cada grupo de estas obras, que nión de alguien como Azaña, para quien
tienen como referente un momento de la verdadera adscripción política de su
la historia contemporánea de España, amigo se situaba en un acendrado y sen-
Valle-Inclán mira críticamente, y el di- tido tradicionalismo. En las cartas que se
bujo resultante de la sociedad y de la escribieron en aquellos meses quedaba
política nacional no puede ser más ne- claro que ambos se profesaban una pro-
gativo, pues el escepticismo se infiltra funda admiración; en el caso de Azaña,
sin atisbar ninguna solución. No atisba literaria sobre todo, pero sus respectivas
ni prevé cómo se sale del círculo vicio- concepciones políticas diferían comple-
so del ruedo ibérico. Cuando describe tamente; la de don Ramón estaba cons-
procesos revolucionarios, como ocurre tituida por una mezcla de religiosidad e
en Tirano Banderas, su conclusión no ingenuidad junto a conceptos tan adoce-
puede ser más nefasta: la violencia, que nados como el destino histórico de los
los revolucionarios triunfantes ejercen pueblos y su admiración por los hombres
sobre sus adversarios derrotados, anun- conductores de masas. Por ejemplo, veía
cia, como si de un designio fatal se trata- a Azaña como la solución a la inoperan-
se, una nueva e inexorable tiranía. Como cia con que los gobiernos republicanos
ya he adelantado, creía que el hombre se dirigían los destinos de España. Incluso
regía por una suerte de fatalismo deter- muchos españoles que no simpatiza-
minista, atado como estaba a los instin- ban con Azaña –le decía a éste Valle-In-
tos más bajos. O, como él dirá, la lujuria clán en una carta– admitirían «tomarse
y la avaricia, es decir, los bajos instintos el aceite de bacalao» si fuese necesario
que rigen los destinos del hombre. Esto para poner remedio a los males de Es-
estaba ya en Flor de santidad, pero al- paña. En su opinión, Azaña encarnaba la
canzaría su mejor expresión en Retablo figura del dirigente carismático que era
de avaricia, lujuria y muerte. capaz de imponer castigos y sacrificios
Casi al final de sus días, en junio de al pueblo, venerado como un redentor y
1935, cuando estaba ingresado en la clí- un enviado mesiánico que anuncia la fe
nica del doctor Villar para tratarse del en el futuro. En fin, un predestinado, un
cáncer de vejiga que le aquejaba desde redentorista que había venido a evange-
hacía años, y que finalmente le llevaría a lizar infieles y a imponerles la salvación:
la muerte el 5 de enero de 1936, los pe- «Me parece que podrá usted intentar la
riódicos de Madrid difundieron que don educación del pueblo español, tan falto
Ramón había sido invitado e iba a asistir del sentido y del sentimiento del futu-
al Congreso Internacional de Escritores ro que constituyen el aliento histórico,
de París. Si la invitación contó o no con la capacidad y la fe para hacer historia
su beneplácito es algo que no podemos [...], una fe áspera y confortadora como
saber, pero cualquier pretensión de con- la que Lenin le inspirase al pueblo ruso».
templar este hecho como una muestra Por las mismas fechas, exactamente
de hipotéticas afinidades izquierdistas seis meses antes de su muerte, en una
tropieza con demasiadas pruebas con- serie de tres entrevistas, publicadas en
trarias que la invalidan, incluida la opi- El Pueblo Gallego, Valle-Inclán, aleján-
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 98
dose de los que sólo veían agravios en la dos o eclesiásticos. Los herederos con-
política del poder central, criticaba los seguían fácilmente unas charreteras,
tópicos galleguistas del momento y se corrían tierras y tenían sentimiento del
explayaba en el carácter europeo de Ga- honor y de las obligaciones de la sangre,
licia y en la beneficiosa influencia que el sentido de fundación, de perpetuarse.
sistema nobiliario había desempeñado Esta clase se ha perdido y no ha venido
en el pasado. Cuando el periodista le ninguna otra a sustituirla». Aunque la
pidió que precisase un modelo político declaración tuviese un inequívoco tono
y cultural, nuestro hombre no lo dudó nostálgico, la suya era la nostalgia del
ni un momento. Para él los hidalgos, los pasadista, que seguía fiel a los códigos
caballeros nobles, eran la clase social, antiguos y a su fiel juramento. Y, desde
ya desaparecida, más importante en la luego, al menos de manera subliminal,
historia gallega, pues en ella se conden- su propuesta de futuro era acabar con
saban las virtudes gallegas por antono- el caótico sistema de valores vigente
masia. «Cada pazo era un foco de cul- a través de una vuelta a los principios
tura, y cada mayorazgo, una garantía de caballerescos. Dicho así, de manera tan
perpetuidad de los valores raciales. Los tajante, puede parecer excesivo, pero el
segundones en el mayorazgo escogían tradicionalismo de nuestro hombre era
la carrera de las armas o eran magistra- irreductible.
99 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
Diez distancias con
Salvador Garmendia
Por Antonio López Ortega
I* ver. Y allí comienza un momento de ex-
Tengo la impresión de que estuve con trañeza que no se me borra, que se me
Salvador Garmendia dos días antes de reproduce en recuerdos y sueños: cada
su muerte. Y digo «impresión» porque vez que yo levantaba mi vista de las lí-
no estoy seguro. Comparto con Alejan- neas que leía para conectarme con el pú-
dro Rossi la idea de que la memoria que blico, veía el rostro de Salvador al fondo,
construimos es selectiva. Es decir, no la casi en línea recta, mirada contra mirada,
hacemos con lo que recordamos, sino fijeza escultural. Yo tenía el recurso de la
con lo que elegimos recordar. Con esa página para apartarme de esa fijeza, pero
elección me ubico con Salvador la tarde Salvador no y creo que no le importa-
de un miércoles de 2001 en el celarg. ba. Durante todo el acto me sostuvo la
Asistíamos a la presentación de un li- mirada casi como un reto. Y yo en el re-
bro de Javier Lasarte llamado Verano, y cuerdo he vuelto a ver su rostro como un
Javier me había pedido que dijera unas punto de luz que se va alejando, sumien-
palabras. Yo llegué un poco antes de la do entre tinieblas. Dos días después del
hora, pero también Salvador. Estábamos acto me llegaba la noticia de su deceso,
parados en el vestíbulo sin saber muy y yo pensaba en el rostro que se alejaba,
bien qué hacer. Le pregunto a la Negra que se hundía hasta desaparecer.
Maggi cómo están y algo me refiere so-
bre la salud de Salvador: algún chequeo II
pendiente, alguna dolencia. Les sugiero Antes de mi viaje a París en 1979, escri-
que nos acerquemos a una de las mesas tor risueño que huía de la Escuela de Le-
del café y nos tomemos algo. Nos senta- tras con una beca de estudios, no fui un
mos en una mesita enclenque, con tope buen lector de Salvador. Creo que Velia
de latón. Y allí comienza a hablar Salva- Bosch en el Instituto Escuela nos obligó
dor, con sus frases escritas, con sus pala- a leer Los pequeños seres y a analizar Los
bras escogidas, como si las pescara en el habitantes. Pero fueron lecturas desinte-
aire. Los gestos de sus manos recuerdan resadas, hechas en medio del desánimo,
las artes de un acordeonista que toca sin que la obra de Salvador no merecía. La
instrumento. Pero quiero regresar a una memoria me hace trampas y me con-
sensación que no es fácil de evocar y que vence de que esos años fueron también
podría resumir de esta manera: cuando los del «escándalo» (lo pongo entre co-
Salvador hablaba, su discurso era escri- millas) alrededor de «El inquieto ana-
to, que no oral. Es decir, hablaba como si cobero», publicado por primera vez en
estuviera escribiendo en voz alta. el «Papel Literario» de El Nacional. He
Pedimos tres cafés y yo insistí en pa- vuelto a analizar esa pieza, para el Canon
gar. Quería de verdad obsequiarles ese del cuento venezolano que han preparado
momento y agradecerles la compañía. Luis Barrera Linares y Carlos Sandoval,
Nos paramos porque ya el acto iba a y me he reencontrado con un relato más
comenzar. Me tuve que colocar en una bien risueño, excelentemente construi-
pequeña tarima junto a Javier para que do, con un despliegue de oralidad que
el público que estaba de pie nos pudiera parece grabada, tal es su fidelidad con
(*) A propósito de la edición de Cuentos completos (i, ii y iii) de Salvador Garmendia por Fundavag Ediciones, Caracas, 2016.
De Madrid al infierno
Por FRANCISCO FUSTER
En un pasaje de su libro Ayer y hoy (1939), timiento real y concreto que tiene una lar-
Pío Baroja reproduce un chiste –aunque a ga trayectoria histórica, como ya demostró
él no le hacía ninguna gracia– que Gabriel Fernando Castillo en Capital aborrecida: la
Alomar solía hacer al hablar de los habi- aversión hacia Madrid en la literatura y la
tantes de la capital de España y de su atra- sociedad, del 98 a la posguerra (2010),
so cultural y moral con respecto a quienes una extensa y muy documentada monogra-
vivían, según él, en una urbe más cosmo- fía (un servidor recuerda haberla citado en
polita y abierta como era la Barcelona mo- su tesis doctoral, como libro de referencia
dernista del primer tercio del siglo xx. Si y obligada consulta sobre el asunto) en la
Barcelona es una ciudad, decía con sor- que el autor repasaba la génesis y el desa-
na el escritor mallorquín, los barcelone- rrollo de ese odio a la capital a través, fun-
ses son, en consecuencia, ciudadanos; si damentalmente, de sus manifestaciones
Madrid es una villa, los madrileños son, en la obra literaria de algunos de los mejo-
por tanto, villanos. Un simple juego de res escritores españoles del siglo xx.
palabras que puede servir como anécdo- Seis años después, y retomando aquella
ta para ilustrar la existencia de una espe- primera investigación, Castillo publica aho-
cie de antimadrileñismo que, lejos –esto ra Los años de Madridgrado en la exquisi-
sí– de ser una broma, responde a un sen- ta Colección Siglo xx de Fórcola Ediciones,
Joycemaquia:
versiones argentinas versus españolas
Por JUAN ÁNGEL JURISTO
A mediados de 2016 se produjo un he- verso joyciano y le costó un año leerlo. Para
cho editorial que en otros tiempos hubie- entonces se había hecho con la traducción
se tomado visos de acontecimiento: por pri- francesa de Valery Larbaud, sólo por el he-
mera vez se tradujo al español, íntegro, el cho de que Joyce mismo le había dado el
Finnegans Wake de James Joyce. Han pa- visto bueno, y comenzó a traducir Ulises,
sado, pues, setenta y siete años desde la otra vez, de nuevo, al español. Zabaloy, en-
publicación de la edición original en 1939, tonces, no conocía ninguna de las traduc-
y ha sido Marcelo Zabaloy, un empleado en ciones al español de Ulises porque se nega-
reparación de ordenadores y tendido de re- ba a leerlas, como si un proceso de conta-
des de datos, el que ha realizado tal proeza. minación pudiera llevarse a cabo mientras
Hasta que la esposa de Zabaloy le regalara realizaba su particular versión. Con el ori-
en 2004 Ulises, éste sólo conocía de Joyce ginal inglés, pues, y ayudado por la traduc-
un cuento perteneciente a Dublineses, tal ción de Larbaud, de 1929, Zabaloy tradu-
vez «Los muertos» (por la repercusión que jo Ulises y buscó editorial, que encontró en
en aquellos principios de los noventa tu- la figura de Edgardo Russo, responsable de
vo gracias a la versión cinematográfica que la casa Cuenco de Plata. Con Russo reali-
del relato realizó John Houston). Ese 16 de zó una labor no sólo de colaboración, sino
marzo de 2004, Zabaloy se perdió en el uni- de planteamiento mismo de lo que debe ser
Edades y generaciones
Por BEATRIZ GARCÍA RÍOS
Si hay algo que ha explorado la novela des- madurez completada es sinónimo de inmo-
de el siglo xix es la tensión entre generacio- vilidad y muerte. Lo propio de la juventud
nes, esa compleja sucesión que niega pa- es la inmadurez, y esto la abre a un mun-
ra afirmar, que afirma negándose. Quizás la do de posibilidades, de pruebas, de bús-
mejor imagen en el origen de esta relación quedas sin apenas apoyos; mientras que la
(una de sus modalidades) sea la homérica vejez busca el báculo (in baculo: imbécil).
de Ulises y Telémaco. Pero, además, ca- Las tres franjas de la edad, que tanta litera-
da individuo, si llega a viejo, vive en sí va- tura e imaginería han suscitado, fueron teo-
rias generaciones, eso que se llama las eda- rizadas por Aristóteles en la Retórica. De la
des de la vida, y con cuyo análisis comien- juventud a la madurez y la vejez, nuestra
za el filósofo italiano Remo Bodei (Cagliari, visión y sensación del tiempo cambia. Los
1938) su libro Generaciones: edad de la vi- antiguos veían en la vejez la sabiduría, y al
da, edad de las cosas. Ya se sabe, lo propio parecer fue Maquiavelo el primero que vio
del joven es tener poco pasado y una gran en la vejez, por su menor flexibilidad y ca-
expectativa de futuro; los viejos, mucho pa- pacidad de adaptarse a lo nuevo, una com-
sado y un futuro que casi coincide con la in- prensión menor de su tiempo. En la vejez,
mediatez. Podría parecer que en la vida de el pasado domina sobre el presente, y por lo
lo que se trata es de madurar, aunque una tanto tiende a leer lo nuevo por lo sabido.
¿Cuándo comienza la vejez? Aristóteles o tonces estaba entre los seis y los diez años,
san Agustín dirían que a los sesenta. Dante se retrasa notablemente. La infancia no
situó los treinta y tres como la mitad de la había sido nunca valorada (ni Cicerón ni
vida, así que la vejez comenzaría para él an- Agustín la prestigiaron, más bien lo contra-
tes de los sesenta. Algunos de nuestros clá- rio). Bodei pasa rápido por el xix y desem-
sicos quizás se basaron en la observación de boca en Freud, que al sexualizar la infancia
personas de su clase (Platón o Aristóteles no sólo la privó de su posible «inocencia»,
vivieron muchos años), y las edades que sino que insistió en definirla como la etapa
nos ofrece Bodei quizás no sean muy rigu- de las heridas, de los conflictos que marca-
rosas porque son más literarias que socioló- rán la personalidad del adulto. Pero antes,
gicas, pero sí sirven las referencias al mun- en algunos románticos, hay una reivindica-
do de la comedia antigua para mostrar las ción de la infancia importante, por ejemplo
tensiones entre generaciones y el manteni- en El preludio, de Wordsworth, quien afir-
miento de la vida dentro del núcleo fami- mó famosamente que el niño es el padre
liar que protege al niño y al anciano. Ahora del hombre.
los ancianos, en las sociedades capitalistas Cambios en el régimen laboral, creci-
avanzadas, como consecuencia de las anti- miento de la población, disminución de la
guas leyes de pobres inglesas de los siglos mortandad infantil, desarrollo de la psico-
xvi y xvii y, sobre todo, de la introducción por logía y algunos factores más hicieron que
Bismarck en 1884 de los seguros de enfer- la infancia apareciera con un rango reco-
medad y vejez, tienen la posibilidad de ser nocible, con derecho propio, retrasando las
independientes y autónomos. Esto es algo edades de la adolescencia y la juventud. La
que ha comenzado a declinar, tras un apo- adolescencia, momento paradigmático de
geo notable, y cada vez más y más los viejos la inmadurez y del caos, cuyo malestar se
ven peligrar el bienestar de esa edad de la acentúa en las «épocas en que se debili-
experiencia tan cercana, por otro lado, a la ta el respeto debido a las jerarquías tradi-
«imbecilidad». Unas generaciones de ma- cionales». La ausencia de ritos de paso, en
yores a los que no se les quiere oír, sino que una sociedad en la que hemos prescindi-
se les pide que no sean viejos. Una forma do de muchos ritos sin haberlos sustituido
de negar el posible saber en la historicidad adecuadamente, crea un vacío, una ausen-
de la generación (gente que comparte el da- cia de referencias a las que reconocer como
to biológico con el conjunto de referencias propias en el paso de generaciones.
históricas y sentimentales). Por otro lado, en nuestro tiempo, la vejez
La subdivisión de la vida en tres etapas (modelo estadounidense) no es ya sinónimo
se mantuvo incólume hasta finales del si- de deterioro porque muchos ancianos dis-
Homo zapping
Por JULIO SERRANO
Un día corriente de muchos de nosotros de la incomunicación. «¿Y si alguien me
puede contener varias horas de trabajo necesitase en estos diez minutos?», nos de-
frente al ordenador, algún rato de ocio vien- cimos disfrazando la dependencia con una
do una película y transitando de canal en pátina altruista. Si hace diez años atender
canal en el momento de los anuncios, algu- el teléfono quince veces al día nos podía
na búsqueda de información online y un ra- parecer un exceso, hoy no es raro encontrar
to de música con Spotify, además de un pa- a un adolescente que pase por la pantalla
seo por esa plaza pública que es Facebook de Whatsapp más de cuatrocientas veces
o cualquier red social homóloga. De mane- en un solo día. Ha nacido el Homo zapping,
ra intercalada habremos recibido varias lla- el ser humano ávido de consumo de imáge-
madas telefónicas y, aprovechando el celu- nes, que transita de una pantalla a otra, de
lar en la mano, habremos consultado algo un anuncio a otro, a vertiginosa velocidad y
de prensa online y quizá Whatsapp diez o que precisa para vivir de una prótesis tec-
quince veces. Una rápida salida para com- nológica.
prar tabaco o mantequilla seguramente no ¿Qué es lo que se ha acelerado? Vivimos
esté exenta de vínculo tecnológico, ya que inmersos en una sensación de urgencia sin
habremos ido pertrechados con nuestro te- precedente, el teléfono nos reclama cons-
léfono inteligente para no sentir el vértigo tantemente con variadas señales –mensa-
1 Podrán concursar autores nacionales de cualquiera de los países de América, con obras escritas en español, rigurosamente
inéditas, que no estén pendientes de fallo en otro premio y cuyos derechos no hayan sido cedidos a ningún editor en el mundo.
2 Los trabajos presentados a concurso deberán tener un mínimo de 300 versos y su tema será libre.
3 Los trabajos deberán presentarse por duplicado y en la portada de los manuscritos se hará constar el título de la obra. Se
adjuntará un sobre cerrado, que contendrá en su interior el nombre, la fotocopia del documento de identidad o acreditativo de
la nacionalidad, la dirección y el teléfono del autor, así como un breve currículum. En el anverso del sobre se consignará el título
de la obra.
4 Los trabajos deberán remitirse por duplicado a: XVII Premio Casa de América de Poesía Americana, Casa de América, Plaza de
Cibeles, s/n, 28014 Madrid, España. No se aceptarán originales mal presentados o ilegibles.
5 Los trabajos también podrán remitirse por correo electrónico, en formato pdf, en cuyo caso se emplearán dos direcciones
distintas: la primera, [email protected], para el trabajo concursante con el título y el pseudónimo correspondiente;
y la segunda, [email protected] -con confirmación de lectura- para la completa identificación del autor de
acuerdo con la base 3.
6 Cada participante sólo podrá concursar con un solo trabajo.
7 El plazo de admisión de originales finalizará el 28 de abril de 2017. Se aceptarán los envíos que, con fecha postal dentro del
término de la convocatoria, lleguen más tarde.
8 El premio, dotado con cinco mil euros (5.000 €) como anticipo de derechos de autor, incluye la publicación del libro ganador
por la Editorial Visor Libros. La cuantía se entregará al ganador durante el acto de concesión del premio, junto con veinte
ejemplares de la obra editada.
9 El jurado estará presidido por el director general de la Casa de América y contará con representantes de instituciones vinculadas
a Iberoamérica, incluídas la Dirección de Relaciones Culturales y Científicas de la AECID, así como el ganador de la edición
anterior, uno o más poetas de reconocido prestigio y un representante de la Editorial Visor Libros. Los nombres de los miembros
del jurado se harán públicos durante el anuncio del fallo del premio.
10 El fallo del premio y su proclamación tendrán lugar durante el mes de septiembre de 2017. La fecha del acto público de
entrega se anunciará con la debida antelación.
11 El premio será indivisible. El jurado podrá declarar desierto el premio si, a su juicio, ninguna obra tuviera calidad para obtenerlo.
12 Los organizadores no mantendrán correspondencia acerca de los originales enviados, y no se devolverán los trabajos presentados.
13 En cumplimiento de lo establecido en la Ley Orgánica 15/1999, de 13 de diciembre, de Protección de Datos de Carácter
Personal, Casa de América informa de que el envío voluntario de los datos personales para participar en el presente concurso
supone el consentimiento del participante para la posible inclusión de los mismos en un fichero -declarado bajo titularidad de
Casa de América-, que se abrirá con la finalidad de gestionar su participación en el XVII Premio “Casa de América” de Poesía
Americana. El participante que resulte premiado consiente y presta su autorización para la utilización, publicación y
divulgación, con fines informativos, de su imagen, nombre y apellidos en el Portal Web www.casamerica.es, en las redes
sociales asociadas a Casa de América, o en cualquier otro medio de naturaleza similar, sin reembolso de ningún tipo para el
participante y sin necesidad de pagar ningún derecho. De la misma manera, el participante que resulte premiado consiente la
cesión de sus datos a la Editorial Visor Libros, a los efectos de gestionar la publicación del libro ganador. Para el ejercicio de
sus derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición, deberá remitir un escrito dirigido a: XVII Premio Casa de
América de Poesía, Casa de América, Plaza de Cibeles, s/n, 28014 Madrid, España.
14 La participación en este premio implica la total aceptación de las presentes bases. Su interpretación o cualquier aspecto no
previsto corresponde al jurado.
Para cualquier información adicional relacionada con el premio y los galardonados en ediciones anteriores puede consultar:
www.casamerica.es / www.visor-libros.com
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El suscriptor de de 2017
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Marzo 2017
HISPANOAMERICANOS
Nº 801
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
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