Cuadernos Hispanoamericanos 33
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HISPANOAMERICANOS 665
noviembre 2005
DOSSIER Juan Valera (1824-1905) Christopher Middleton Reflexiones sobre una proa vikinga
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talo Manzi El cine hace cien aos Arnaldo Miranda El Virreynato del Ro de la Plata y la Revolucin Entrevista con Antonio Jos Ponte Cartas de Buenos Aires y Alemania
CUADERNOS
HISPANOAMERICANOS
DIRECTOR: BLAS MATAMORO REDACTOR JEFE: JUAN MALPARTIDA SECRETARIA DE REDACCIN: MARA ANTONIA JIMNEZ ADMINISTRACIN: MAXIMILIANO JURADO AGENCIA ESPAOLA DE COOPERACIN INTERNACIONAL
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DOSSIER Juan Valera (1824-1905) ADOLFO SOTELO VZQUEZ Ramn Prez de Ayala frente a Juan Valera GERMN GULLN Juan Valera documentalista del yo MARTA CRISTINA CARBONELL Juan Valera y las letras americanas GEMMA MRQUEZ FERNNDEZ Un homenaje cataln MARA DE LA CONCEPCIN PINERO VALVERDE Juan Valera, observador de la vida brasilea
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PUNTOS DE VISTA CHRISTOPHER MIDDLETON Reflexiones sobre una proa vikingo CARLOS BARBCHANO El Desastre del 98 en la literatura espaola de la poca MANUEL ALBERCA Una lectura transitiva de Cesar Aira ARNALDO IGNACIO ADOLFO MIRANDA El Virreynato del Ro de la Plata y la Revolucin de Mayo
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CALLEJERO TALO MANZI Cuando bamos al cine en 1905 RICARDO BADA Carta de Alemania. De la toponimia alemana BLAS MATAMORO Carta de Buenos Aires Qu leen los argentinos? ANNA SOLANA Y MERCEDES SERNA Entrevista a Antonio Jos Ponte
BIBLIOTECA ISABEL DE ARMAS Un siglo de hitos femeninos JOS MANUEL LPEZ DE ABIADA Abrazados sueo y tiempo REINA ROFF Margo Glantz novelista MILAGROS SNCHEZ ARNOSI, CONCEPCIN BADOS CIRIA, RICARDO DESSAU, AGUSTN SEGU y SAMUEL SERRANO Amrica en los libros EMETERIO DIEZ, ISABEL CUADO, RICARDO DESSAU y MIGUEL HERREZ Los libros en Europa El fondo de la maleta Cervantes y Pirandello
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Durante cerca de un siglo ha sido lugar comn de la historia de la novela espaola sealar la deuda de los quehaceres narrativos de Ramn Prez de Ayala con respecto a Juan Valera. El propio novelista asturiano lo record a comienzos de 1925: En algn momento ha constituido casi un tpico, que yo, en cuanto a escritor, semejaba, y lo que es an peor, remedaba, a don Juan Valera1. Prez de Ayala haca este recordatorio para distanciar radicalmente su temperamento artstico frente al autor de Pepita Jimnez. Las lneas que siguen quieren atender a esa relacin o pretendida deuda, tomando como atalaya los escritos que Prez de Ayala dedic a Valera, editados por Garca Mercadal con notable desorden en el tomo Divagaciones literarias (Madrid, Biblioteca Nueva, 1958), si bien dos breves impresiones en las que Valera es coprotagonista de ellas desembarcaron en Amistades y recuerdos (Barcelona, Aedos, 1961). Se trata de Clarn, Valera y Menndez Pelayo y Valera y Galds. Previamente quiero, ayudado por los esmerados trabajos de Cyrus de Coster {Bibliografa crtica de Juan Valera, Madrid, CSIC, 1970) y, sobre todo, de Florencia Friera y J. Toms Caas (Colaboraciones periodsticas de Ramn Prez de Ayala. Crtica de ediciones e ndices, Actas del I Congreso de Bibliografa Asturiana, Oviedo, 1952) sealar que los ensayos de Prez de Ayala que tienen como sujeto la personalidad y la obra de Valera datan de dos momentos cronolgicos diferenRamn Prez de Ayala, Don Juan Valera. Una confesin (1925), Divagaciones literarias, Obras completas (ed. J. Garca Mercadal), Madrid, Aguilar, 1966, t. IV, p. 869. En adelante citar en el texto, la pgina entre corchetes y siempre siguiendo esta edicin.
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tes. Los comienzos del ao 1925 son el primer momento: Prez de Ayala se ocupa de Valera al aire de los homenajes que se tributaron al escritor cordobs con motivo del centenario de su nacimiento. Por esas fechas el intelectual asturiano era asiduo colaborador de La Prensa de Buenos Aires y de El Sol de Madrid, y fue en esas pginas donde vieron la luz sus ensayos Don Juan Valera o el arte de la distraccin y Escolios a don Juan Valera, divididos en varias entregas. El primer ensayo se public entre enero y febrero en el peridico bonaerense y en abril en El Sol. El segundo ensayo apareci en cuatro entregas, entre abril y mayo, exclusivamente en La Prensa2. El segundo momento corresponde a 1945: son los ensayos recogidos en Divagaciones literarias bajo el marbete de Ms sobre Valera. Proceden de La Prensa de Buenos Aires, donde se publicaron en el otoo de 1945. Algunos volvieron a ver la luz en ABC durante los meses de marzo y abril de 1956. Los recogidos en Amistades y recuerdos son de los aos 1957 y 1959 y proceden de las pginas de ABC. I A la altura de 1925, Ramn Prez de Ayala es uno de los grandes crticos literarios en activo. De la rbita que se haba iniciado en esas labores en la ltima dcada del XIX siguen firmando en las pginas de la prensa, Gmez de Baquero y Azorn. De la generacin novecentista estn en plena actividad Enrique Dez-Canedo, Rafael Cansinos Assens y Prez de Ayala, mientras, al aire de Ortega, dan sus primeros pasos Benjamn Jarns, Ricardo Baeza, Antonio Espina y Guillermo de Torre. La simpar Emilia Pardo Bazn haba fallecido en 1921 y el desigual y poco conocido Andrs Gonzlez Blanco, en 1924. Prez de Ayala goza para 1925 de dos tribunas de reconocido prestigio: las pginas del bonaerense La Prensa y las del diario emblemtico de la Edad de Plata, El Sol. A menudo las mismas colaboraciones del escritor asturiano se publican en una y otra empresa periodstica, mientras Manuel Azaa, el intelectual de la generacin del 14 que ms y mejor se ocup de Valera, estaba preparando desde antes su fundamental estudio y edicin de Pepita Jimnez, para Cuadernos literarios
Escolios a don Juan Valera no se recogi en Divagaciones literarias. El contenido del tomo no coincide exactamente con el apartado del mismo nombre de las Obras completas. Se trata de un ejemplo del laberinto gratuito creado por algunos editores de Prez de Ayala.
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9 y para La Lectura (Clsicos Castellanos), publicados el ao 1927, en tanto que el ao anterior, 1926, ganaba el Premio Nacional de Literatura con una Vida de don Juan Valera que quedara indita. Los artculos de Prez de Ayala de 1925 sobre Valera se articulan en dos ensayos: Don Juan Valera o el arte de la distraccin y Escolios a don Juan Valera. El primero contiene el meollo de las reflexiones del escritor asturiano sobre el cordobs, mientras el segundo son unas notas complementarias. Ambos, sobre todo, el primero, seguramente tienen su origen en la conferencia que dict el autor de AMDG sobre el de Pepita Jimnez en la conmemoracin de su centenario por la Real Academia Espaola y de la que informaba El Sol del 12 de diciembre de 1924. Prez de Ayala recuerda al comienzo del ensayo que conoci personalmente a Juan Valera en la extremidad de sus aos [855]. De inmediato, no obstante, emprende una serie de divagaciones en el cmodo escenario para l de la cultura clsica, y tras esa distraccin por los dominios que tambin haban sido familiares a Valera, justifica tal divagacin: Si me distraje ha sido adrede. Os dir por qu: por pleitesa y homenaje a la memoria de don Juan Valera [857]. He aqu el eje vertebrador del ensayo: explicar cul era la norma predilecta del escritor y diplomtico, cul era la norma que unificaba su obra toda (narraciones, ensayos crticos, disquisiciones filosficas, etc.). Y la norma, a juicio de Prez de Ayala, quien ha empleado el exordio como metfora, es el cultivo consciente y artstico de la distraccin. Entindase, empero, que el arte de la distraccin consiste en jams distraerse -tal como l ha fraguado el prembulo de su ensayoporqu la inteligencia privilegiada y amplsima [858] de Valera gira y torna, hace que se va y vuelve, rodea y soslaya, amaga y ejecuta cmicas piruetas y finge austeros simulacros en torno a un objeto o asunto, sin tropezarlo por casualidad ni rozarlo siquiera [858]. De esta naturaleza es la conducta intelectual de Valera. Con pulso severo e irnico Prez de Ayala busca un smil para explicar los quehaceres intelectuales: Supongamos que en un restaurante pedimos a un camarero una botella de Burdeos. El camarero coloca la botella en el suelo, y antes de abrirla, comienza a bailar en torno de ella, despaciosamente, prolijamente, la danza del vientre, provocando el estupor y la admiracin de cuantos tienen la dicha de presenciar este espectculo. Por ltimo, el camarero retira la botella sin haberla abierto, y nosotros olvidamos que
10 la habamos pedido para bebera, para degustarla. Don Juan Valera fue siempre muy diligente en sacar a plaza todos los asuntos de actualidad que la curiosa clientela de lectores solicitaba. Luego hizo con ellos lo que el camarero con la botella de Burdeos: los dej vrgenes [858859]. El smil en lo que tiene de inteligencia malintencionada lo hubiese suscrito el propio autor andaluz, pero debe advertirse que penetra en el relativismo y el pragmatismo de la trayectoria intelectual de don Juan con sorprendente lucidez, especialmente en el dominio de la crtica literaria, dado que lectores agudos de sus novelas (pienso en Pepita Jimnez o Doa Luz, y en Clarn como lector) no quedaron vrgenes, a juzgar por frutos tan plenos como La Regenta. Tras el smil, Prez de Ayala, que pauta su ensayo con exquisito gusto por los senderos de la distraccin -arte refinadsimo [859]-, sostiene que el ademn fundamental de Valera se originaba en un concepto peculiar de la vida. Vinculacin de vida y literatura que por esos aos anudaba con mano maestra Manuel Azaa, pero que desde la ptica severa de Prez de Ayala tiene su explicacin en que el puo cerrado (que Fontenelle no quera abrir para no hacer infelices a los hombres) de Valera guarda una verdad suprema, una verdad terrible: el vaco [860]. Los finos pliegues de su sonrisa y la ntima fruicin en desconcertar al lector son las coordenadas desde las que Prez de Ayala se acerca al novelista cordobs, mbito en el que tambin cultiva con ahnco y sin distraerse el arte de la distraccin como teraputica del espritu [864], porque desde su obediencia al sentido comn examin el entusiasmo, el endiosamiento del individuo que Prez de Ayala encarna en tres direcciones: Como voluntad de conocimiento, bien por raciocinio, bien por intuicin, ciencia y arte, y como voluntad de dominio o herosmo; direcciones determinadas por tres maneras de amor: amor al bien, amor a la verdad y a la belleza, amor al podero [865]. Estas tres direcciones ocupan el sujeto -segn decan los clsicosde las fbulas novelescas de Valera, en las que examina de cerca y en su reconditez [866] todas las aspiraciones de grandeza -santidad, ciencia, arte, herosmo- que se truecan en pequeas vanidades e ilusiones. Tal Pepita Jimnez, la santidad; Las ilusiones del doctor Faustino, la voluntad de ciencia y arte; y Morsamor, el herosmo. Desde su formacin humanstica Valera crea un universo narrativo que Prez de
11 Ayala lee como un ensayo sobre el hombre en general, instruyndonos, malgr lui, de cmo el santo, el sabio, el artista y el hroe son hombres de carne y hueso, con el propio mecanismo interior de un hombre comn y corriente [868]. El corolario de este primer ensayo de Prez de Ayala sobre Valera es ejemplar. Opone al humanista cordobs, el humano Prez Galds, quien en su universo narrativo contacta cordialmente con la razn -la razn de la sinrazn- individual, y al modo cervantino, excava en la aridez del hombre comn y corriente hasta sacar a la luz un granito o simiente de santidad en el ms pecador, de sapiencia en el ms necio, de sensibilidad en el ms romo, de bravura en el ms pusilnime [868]. En efecto, dos modos diferentes de entender la novela y la vida. II Los Escolios a don Juan Valera son el segundo eslabn, complementario del anterior, incluso en el tono, estilo el de Prez de Ayala que, por cierto, guarda alguna similitud con el que emple Gabriel Alomar al trazar una semblanza olvidada de Juan Valera {El Pobl Ctala, 20-V-1905). En realidad, el autor de AMDG consideraba los Escolios como unas apostillas al ensayo sobre el arte de la distraccin. Primera apostilla: la aristocracia de Valera. Prez de Ayala la difumina en un doble plano vital, al dibujarlo como un hidalguillo lugareo cuya secreta pesadumbre se cifra en no ser por nacimiento un procer de sangre [871], y al sancionar con irona la vanidad -revelada a travs de sus conferencias epistolares- que le induca a relacionarse con gentes de mucho fuste. La liviana y aparente aristocracia de Valera se trastoca en el examen de Prez de Ayala en plebeyez doblada de cazurrera [892], que ejemplifica en la presuncin de estar en el secreto de todo, aunque lo disimule. Y el secreto de todo es el de tanta gente distinguida que no son sino pobres diablos bajo su apariencia de sabios o de hroes. El secreto de la aristocracia de Valera es su cazurrera. Segundo exordio: el valor de la crtica de Valera, entendida estrictamente como funcin del juicio [898]. Prez de Ayala considera que la crtica es actividad de servidumbre, aunque puede ser tanto servidumbre noble -interpretar de buena fe la actividad ordenada por otro [898]- o plebeya -menospreciar la genuina creacin ajena [898]-. Al mismo tiempo, el autor de Belarmino y Apolonio sostiene que la cr-
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12 tica como funcin del juicio procede por comparacin y cotejo. Sentadas estas lneas directrices Prez de Ayala examina el quehacer del crtico Juan Valera frente a grandes figuras del ingenio y la sensibilidad humanas: Shakespeare, Cervantes o Goethe. Elijo por ejemplar y por lo que tiene de ejercicio de lucidez el caso de Goethe. El novelista asturiano sospecha que Valera tena como divisas en sus tareas crticas dos modismos: a m no me la dan y siempre se exagera. En consecuencia, Shakespeare, Caldern o Goethe, son ni ms ni menos que como somos los dems: ni mejores ni peores, ni ms sabios ni ms ignorantes que nosotros [900]. Esta comezn del rebajamiento [901] est enfatizada con lucidez y tino por Prez de Ayala, quien se detiene en la personalidad de Goethe, que Valera trat en Sobre el Fausto de Goethe, prlogo a la traduccin del alemn de Guillermo English (Madrid, Rubios, 1878) y que con posterioridad recogi en la miscelnea Algo de todo (Sevilla, Alvarez, 1883) y en el importante tomo Nuevos estudios crticos (Madrid, Tello, 1888), aunque como afirma Udo Rukser, Valera se ha ocupado toda su vida de Goethe3. Para nuestro protocolo es necesario seguir las notas de Prez de Ayala, quien cree, que sin faltar a sus modismos habituales, lo que Valera est haciendo es su autorretrato, lo que l se figuraba ser o quisiera ser [902]. Al margen de los aciertos y desaciertos con respecto a Goethe de la interpretacin de Valera, voy a enumerar los rasgos de la semblanza espiritual del autor del Fausto, que sin duda le convienen al autor de Pepita Jimnez y que dan a ese prlogo -sigo las atinadas instrucciones de Prez de Ayala- un carcter autobiogrfico, emparentable con su novela Las ilusiones del doctor Faustino. Goethe es el escritor por excelencia, pero no por ser genial o un alma suprema, sino por el empleo de un mal llamado sentido comn4, en el que consiste su espritu crtico y su juicioso escepticismo. Tal es el rasgo que vertebra las penetrantes observaciones de Prez de Ayala que bien vale la pena completar con las que expongo a rengln seguido desde su inicial intuicin. Al atender a la mente creadora de Goethe, Juan Valera escribe: La mente de Goethe era terso y mgico espejo, donde se reflejaban el mundo visible y el invisible, la naturaleza y la historia, lo real y lo
Udo Rukser, Goethe en el mundo hispnico, Madrid, Fondo de Cultura Econmica, 1977, p. 136. 4 Juan Valera, Sobre el Fausto de Goethe, Nuevos estudios crticos, Madrid, Tello, 1888, p. 291. En adelante citar en el texto indicando NEC y la pgina entre corchetes.
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13 ideal con brillantez y claridad no comunes. Y no era espejo meramente pasivo, sino que ordenaba las imgenes y representaciones, las iluminaba del modo ms artstico, y haca que unas resaltasen ms y otras se perdiesen o desvaneciesen en los ltimos trminos del cuadro, segn convena a la evidente demostracin de la verdad o a la aparicin celestial y limpia de la belleza [NEC, 280-281]. Descripcin que le conviene como anillo al dedo a su propia conciencia creadora desde la que se enfrent al realismo francs primero y al naturalismo de escuela despus. Basten dos referencias procedentes de su refutacin del arte de Zola: Las artes, en general, hasta las mecnicas, aaden algo a lo natural, perfeccionan, completan y continan la creacin divina o mil veces he dicho que la poesa, en toda su latitud, no se da sin imitacin de la Naturaleza; pero siempre entend por Naturaleza, no solo lo existente, sino lo posible5. O subrayar la advertencia que les hace a los seores Appleton en el prlogo a la edicin neoyorquina de Pepita Jimnez (1886): El alma de un autor venga a ser como limpio y hadado espejo donde se reflejen las ideas y los sentimientos todos que agitan el espritu colectivo de un pueblo, y pierdan all la discordancia y se agrupen y combinen en suave conciliacin y armona6. Hablando de la actividad infatigable de Goethe, Valera seala que sigui con honda penetracin y vivo inters el gran movimiento intelectual que le rodeaba, pero conservando su independencia, se apropi de ideas de unos y otros, segn se adaptaban ms a la ndole de su pensamiento, pero coordinndolas en l, y ponindoles el sello singular de su persona [NEC, 291]. Ciertamente, Valera se autorretrata. Como tambin lo hace cuando afirma que Hegel atrae y repele a la vez a nuestro poeta [NEC, 292]7. Aunque las opiniones de Valera acerca de aspectos de la personalidad y la obra de Goethe sean discutibles, la apostilla del autor de Belarmino y Apolonio es certera. Precisamente el ltimo escolio en que quiero detenerme nace de una afirmacin de Valera incierta para Goethe y acertada para su propia personalidad. Escribe:
Juan Valera, El arte de la novela (ed. Adolfo Sotelo Vzquez), Barcelona, Lumen, 1996, pp. 152 y 332. Se trata del ensayo Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas (18861887). 6 Cito por Juan Valera, Pepita Jimnez (ed. Adolfo Sotelo Vzquez), Salamanca, Ambos Mundos, 2005, p. 287. 7 Remito en este punto a mi artculo La crisis de la conciencia liberal: el "hegelianismo a medias" de don Juan Valera, Espaa Contempornea, // (1989), pp. 81-100.
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Pacfico, amante del orden, enemigo de la grosera, toda revolucin parece a Goethe un acontecimiento pavoroso. Los horrores de Francia le indignan y aterran [NEC, 292]. Prez de Ayala discute esta opinin acerca del autor de Fausto y aade: Lo que no admite rplica es que esta era la opinin cordial de don Juan Valera, frente al espritu revolucionario [...] algo hay que le empavorece, le aterra, le indigna, y esto es lo nuevo [904], El ltimo escolio es severo. El horror a lo nuevo en un hombre rezagado del siglo XVIII [907-908] le llev, a juicio de Prez de Ayala, a abominar de los tres grandes movimientos literarios que durante su vida se sucedieron en Europa: el Romanticismo, el Naturalismo y el Simbolismo. Posiblemente la opinin del novelista de la generacin del 14 es en exceso decisiva, pero acuerda con una personalidad que levant su obra ms desde la lectura inteligente y relativista de la tradicin que desde los combates por la modernidad8. Creo que la ltima agudeza de los escolios de Prez de Ayala, significativamente idntica en el fondo aunque no en la intencin a la que formul Gabriel Alomar en 1905, es el paralelismo que traza entre la novela autobiogrfica Las ilusiones del doctor Faustino (1875) y la llegada de la Restauracin. El buen sentido del crtico asturiano, alejado del tono de Ortega en Vieja y nueva poltica (1914), se advierte en el corolario: Puesto que esa novela se public el ao 1875, la estaba escribiendo don Juan durante el ao o dos aos anteriores; esto es, en vsperas de la Restauracin, que fue trada por un gran amigo de Valera, don Antonio Cnovas del Castillo, quien dijo de s mismo que vena a reanudar y proseguir la historia de Espaa. Desde aquella fecha Espaa disfrut, durante un cuarto de siglo, un perodo de paz civil, de desenvolvimiento cultural, de progreso tcnico y de prosperidad econmica [918]. III Cuando veinte aos despus Prez de Ayala vuelve sobre Valera, el combate y la lucidez crticas han dejado paso a un redescubrimiento del escritor andaluz al margen de su contexto histrico-literario, y, lo
Cf. La ideologa esttica de Valera se nos antoja hoy ms orientada hacia la tradicin que hacia la modernidad (Gmalo Torrente Ballester, Literatura espaola contempornea, Madrid, Afrodisio Aguado, 1949, p. 90).
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15 que es tambin grave, prescindiendo del momento, 1945, en el que se lleva a cabo, o quizs haciendo patente las coordenadas histricas en las que Prez de Ayala relee a Valera y lo entiende como lleno de juventud inmarcesible, de novedad y de novedades [878]. Ahora, el humanismo de Valera no es una sobrepelliz de circunloquios y de artes de la distraccin, sino que, con comparacin incluida con Erasmo, se trata del humanista ms completo y de ms natural seoro sobre las letras antiguas que yo he conocido [879]. Ahora, la hidalgua lugarea se ha transformado en la mejor sangre aristocrtica. Ahora, el vaco que anidaba en el puo que siempre esconda, se ha mutado, por ejemplo, en la autora de unos discursos parlamentarios admirables de doctrina y deliciosos de forma [879]. Ahora, la congoja y el rechazo de la modernidad ha cado en el olvido y el crtico asturiano le dibuja desde su exilio bonaerense como un hombre universal, enciclopdico y siempre al da [880]. No vale la pena seguir, el contraste es suficiente. Con toda seguridad este corolario apresurado nos deja ver las grietas de la historia intelectual de la Espaa contempornea, todava en lo que toca a su redaccin en estado muy larvario. Asimismo, el corolario habla de cmo la lucidez crtica, aun con sus extravos, ha dejado paso a una serie de tpicos que pretenden engrandecer desde el convencionalismo de cuo ms conservador la personalidad de Valera. Por ltimo, este precipitado aserto final prueba de nuevo, en el dominio de la crtica literaria, que el dogmatismo inmanentista que ha azotado con exceso las labores crticas y filolgicas es preciso limitarlo desde la propia historia intelectual y de la literatura, que a su vez, en una necesaria relacin dialctica, explicar la intencin autorial de los textos en sus tiempos, incluso de aquellos que son ancilares, como los que conforman la historia de la crtica literaria.
NUESTROS ESCRITORES
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JUAN
VALERA
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ECti>r fisto y correcto. buen aovriisu y buen critico. no tiene ros ique ua defecto Uc hombre poltico
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Germn Gulln
La visin tpica de la obra de Juan Valera revela una especie de desgana crtica por entender el papel de este escritor espaol. Pasa con l que las rutinas establecidas en las historias literarias lo tienen encasillado como autor de alto inters, pero al que se le hacen slo visitas de cortesa1. Afortunadamente, en tiempos recientes la publicacin de sus Obras completas2 y de los tres primeros tomos del epistolario completo3, del que luego hablar, vamos pudiendo establecer la relacin entre su biografa ntima y su persona autorial. Esta conexin permite a los lectores calibrar mejor el temple emocional de su imaginario. Conocamos numerosas ancdotas, de enamoradas que se suicidaron a causa de su ausencia, y de que quizs Benito Prez Galds bautizara al protagonista de Fortunata y Jacinta (1886-1887) con su nombre de pila, y le llamara con el diminutivo empleado por muchos amigos para dirigirse a Valera, Juanito. El dato pudiera ser verdadero, pues el escritor de Cabra fue, en efecto, un seductor empedernido. Y tambin conocamos su desafecto hacia el realismo; famosa resulta sufrasede que prefera la peor novela de Walter Scott a la entera Comedia humana de Balzac. Los aos en que el realismo predomin en la escena literaria espaola y europea fueron para l poco propicios, por su falta de afecto hacia lafilosofapositivista. No sorprende, pues, que en la ltima dcada del XIX salude con entusiasmo la llegada del modernismo, en la obra de Rubn Daro, que en cierta manera enlazaba con la produccin romntica, y que l mismo escribiera una novela, Morsamor (1899) inserta en la filosofa teosfica, tan apreciada por los escritores finiseculares4.
' La mejor presentacin de la crtica sobre Juan Valera sigue siendo la de Enrique Rubio Cremades, editor, Juan Valera, Madrid, Taurus, 1990. 2 Juan Valera, Obras completas, I.Cuentos, narraciones inacabadas. Traducciones. Teatro, ed. Margarita Almela Boix, Madrid, Bliblioteca Castro, 1995. } Juan Valera, editores, Leonardo Romero Tobar, Mara Angeles Ezama Gil, Enrique Serrrano senjo, Correspondencia, Volmenes I, II, III, Madrid, Editorial Castalia, 2002-2004. 4 Leopoldo Alas Clarn, por su parte, expres su poco aprecio por la produccin modernista, lo que viene a indicar que el gusto por la representacin de lo real en la Edad de la Literatura (1800-2000) conoci momentos de alza seguidos por otros de baja.
18 Juan Val era (1824-1905) es considerado un excelente escritor, no tan importante como Benito Prez Galds ni Leopoldo Alas Clarn, sin embargo, su novela Pepita Jimnez (1874) ocupa un puesto de honor entre los diez mejores ttulos de la centuria del ochocientos. Nadie duda de que Valera fue un fino estilista, un hombre de mundo, del gran mundo social donde la aristocracia y los diplomticos se sentan cmodos; tampoco de que fue, lo adelant ya, un don Juan inveterado, como dicen las lenguas de la fama5, y personaje influyente en los crculos polticos y oficiales de la cultura espaola de su tiempo, como atestigua su pertenencia a la Real Academia Espaola (1861). Sus experiencias personales, a diferencia de las de Galds o Alas, tienen el sello del saln. La realidad, al entrar en sus textos, los encuentra ya amueblados con el estilo de la poca, como sucede con Jos Mara Pereda o Pedro Antonio Alarcn. La huella del casticismo, manifiesta en el trasfondo regionalista de sus obras, marca su mundo y le estampa un cdigo temporal anterior a la revolucin de 1868. Lo que solemos echar de menos en los comentarios sobre su obra suele ser una explicacin sobre su peculiaridad autorial. Fue, sin duda, una persona erudita y hombre de letras, declarado antimaterialista6, pero que se qued del lado de ac del realismo. Casi podramos decir que posey un espritu romntico ribeteado con desechadas inquietudes de escritor realista. Comenz escribiendo unas poesas de tipo romntico de lo menos interesantes, llenas de retrica y de falsedad emocional. Gracias a un perenne inters en la literatura clsica, los excesos del primer momento son moderados, y sus poesas parecen obras bien cinceladas. Tambin escribi varios dramas, como Asclepigenia (1878), de escaso valor. De mucho inters, en cambio, son sus estudios literarios y ensayos de tipo histrico, donde dej constancia de la enorme cantidad de lecturas y conocimientos que posea, como De la naturaleza y carcter de la novela (1880) y Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas (\ 886-1887). Esta ltima faceta en ningn caso es secundaria a la de narrador, a la que hoy nos dirigimos aqu. La creacin narrativa le interes siempre, muy en particular el cuento. Escribi sobre el gnero narrativo breve, aunque como dice EsteEl suicidio de una hija del Secretario de Estado norteamericano, cuando supo que el guapo diplomtico espaol abandonaba la legacin espaola, da fiel testimonio de su amena personalidad. 6 En la novela Las ilusiones del doctor Faustino (1875) hizo una stira del materialismo de su tiempo.
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19 ban Gutirrez Daz-Bernardo, sin ir demasiado lejos7, pues sus cuentos muestran un marco narrativo cercano a lo fantstico, que los asemeja ms a los de Pedro Antonio de Alarcn que a los mejores de Leopoldo Alas o de Emilia Pardo Bazn. En 1874 public su primera y mejor novela, Pepita Jimnez, que si bien tiene un claro trasfondo cervantino, toques del Werther de Goethe, se relaciona con la literatura epistolar inglesa, los relatos ficticios contados en forma de cartas8. De hecho, la prctica de la novela en Valera sirve para ilustrar la fluctuacin experimentada a comienzos del siglo XIX por el gnero, del que algunos crticos sin finura mental hacen tabla rasa, comparando la novela del siglo XVIII, la romntica y la realista como si fueran la misma cosa. Craso error, que se traslad con la misma aspereza intelectual a diversas historias literarias, y que ha impedido que entendamos bien cmo se desarroll este estupendo instrumento cultural denominado novela en Espaa. An ms condenan a la literatura regionalista al infierno de lo desdeado, porque la desconocen9. Una primera lectura de estas obras regionalistas, de Pereda10 o Valera, pone de manifiesto el empleo de una gramtica legendaria, donde el autor configura la realidad novelesca dentro de los parmetros de la leyenda. En esta literatura el lector aprende a apreciar el influjo de la tradicin en el mundo rural, que en la poca de los autores mencionados era donde viva ms del ochenta por ciento de la sociedad. Despreciar su significado cultural es desdear una importante representacin de nuestro pasado, cegando su posible entendimiento. Mas, en lo que hoy quiero fijarme es en las novedades que aparecen en este tipo de obras, y para ello he escogido la novela Doa Luz (1879). Las novedades que all encontramos dicen mucho de las trasformaciones que tenan lugar en la sociedad espaola de entonces, y que por lo general son obviadas en el tratamiento de las mismas. ConEsteban Gutirrez Daz-Bernardo dice exactamente: Ms abierta es su postura en Breve definicin [del cuento], en la que no va ms all, en cuanto precisin conceptual, de la que ofrece al comienzo. Cuento, en general, es la narracin de lo sucedido o de lo que se supone sucedido, en El cuento espaol del siglo XIX, Madrid, Laberinto, 2003, p. 129. 8 Tomo la definicin de Ana Rueda, de su libro, Cartas sin lacrar: La novela epistolar y la Espaa Ilustrada, 1789-1840, Madrid, Iberoamericana, 2001, p. 26. 9 Una de mis mayores sorpresas ha sido siempre el desdn que tienen los estudiantes universitarios por la obra de Jos Mara de Pereda, que en su mayora desconocen. Los profesores han sido incapaces de hacerles entender en qu consiste su importancia. 10 Vase Germn Gulln, La aportacin de la narrativa de J.M. de Pereda a la culturas espaola, en Peas arriba. Cien aos despus, ed. Anthony Clarke, Santander, Sociedad Menndez Pelayo, 1997, pp. 157-169.
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viene comenzar las pesquisas hacindonos una pregunta bsica: por qu Valera escribi novelas? Cul era su propsito al redactaras? Porque segn deducimos por sus palabras de desdn hacia la obra maestra de Balzac, su intencin no era ofrecer en sus novelas respuestas a los dilemas de su tiempo, sino lanzarse al universo y encontrar all en las conjunciones de los astros una verdad intuida, cortada en el jardn de las estrellas. El genero narrativo -hay que recordar- sustituy desde la alta segunda mitad del XIX a la filosofa como lugar donde se diriman los problemas del momento, lo mismo que lafilosofaun siglo antes haba tomado el testigo de la religin. La aportacin general de la novela realista decimonnica de mayor peso reside precisamente en el planteamiento dentro de los lmites del texto de un asunto trascendental en la vida de los personajes, que el autor lleva a buen trmino. La novela reflejaba la realidad, imagen de la vida, la llam Galds, y as devena un espejo importante donde las gentes de clase media podan apreciar de cerca sus propias acciones y los dilemas sociales. Valera, en cambio, practicaba un tipo de novela hbrido, en que la historia romancesca y un cierto inters por aportar documentos que hiciesen girar la trama eran esenciales. Valera nunca escribi una novela de verdadero corte realista, como Galds, Clarn o Emilia Pardo Bazn. l sucumbi a la tentacin de elevarse hacia lo romancesco, especialmente en la creacin de sus tramas amorosas, y de sustituir la observacin por la documentacin, muy en concreto las cartas. En esta encrucijada narrativa se sita lo mejor de su obra, cuando la ficcin se apropia de la "naturalidad" de la carta cotidiana, frase que tomo de Ana Rueda (p. 30).
La novela y el documento escrito Esta fue una etapa en la novela europea, la de la novela epistolar que los espaoles en parte nos saltamos. La religin catlica y el sacramento de la confesin, por perversas razones en las que no puedo entrar aqu, han producido en nuestra cultura el efecto contrario al que debieran, pues la expresin sincera de los sentimientos por escrito nunca ha sido una de las caractersticas de nuestro perfil cultural. La abundancia de novelas epistolares inglesas y la escasez de ellas en la literatura en castellano resulta chocante. Valera es una excepcin, y si pensamos en Pepita Jimnez (1874), nuestra mejor excepcin. Una de
21 las claves de esa novela epistolar es que permiti una suave transicin en lo que a la presencia de lo real en el texto se refiere. Recordemos que la narracin ficticia nace, en buena parte, en las vidas de santos. Lo que all se cuenta proviene de las leyendas, de versiones imaginadas de lo sucedido, porque ni los mismos libros de historia del siglo XVIII se basaban en la evidencia documental. Tampoco en las obras prototpicas del realismo, como las novelas picarescas, la realidad all representada provena de datosfiables,sino que una buena parte de las historias tena un origen folclrico. La verificacin histrica, al igual que la credibilidad de los narradores, es algo que se fue forjando poco a poco gracias, en gran medida, a que aparecieron en los textos novelescos (y dramticos, como el Don Juan Tenorio, de Jos Zorrilla) cartas, testimonios que a primera vista parecan como pruebas irrefutables de sucesos ocurridos. Una carta, por ejemplo, sobre todo si fue escrita en el lecho de muerte de alguien, posea una fuerza enorme, y disputa con ventaja a un testimonio oral, al menos en aquella poca, cuando las presencias ausentes contaban todava con un prestigio grande. La cuestin del perspectivismo y del contexto aparecer bien entrada la segunda mitad del siglo XIX. En este aspecto, el uso de las cartas y otros documentos escritos, la novela de Val era se asemeja bastante a la galdosiana de la primera poca, especialmente La Fontana de Oro y El audaz y los Episodios Nacionales de la serie inicial. De hecho, creo que este estadio de narrativa debera estudiarse tambin en relacin con la importancia de la prueba escrita en el Derecho, y seguro que encontramos ms de una respuesta adicional, porque una buena parte de los autores de este momento haban sido entrenados como juristas. Mi impresin de la obra de Valera ha cambiado radicalmente desde que he podido disfrutar de la lectura de su abundante epistolario, unos esplndidos documentos que, entre otras cosas, permiten pulsar el ego del escritor de Cabra. Hoy quiero detenerme en la fascinante novela Doa Luz, Desde el punto de vista esttico carece de mayores novedades, pero como expresin cultural, como documento de una forma de pensar, resulta un texto sumamente interesante. En esta obra el escritor plante en forma ficticia una serie de temas que le afectaban a l directamente. Uno de ellos es la acuciante necesidad de ganar dinero, y otro, el carcter de las relaciones con las mujeres, que guarda relacin con el anterior. Comparemos lo dicho en una carta con un texto de Doa Luz.
El pap Burgos [el padre de la novia] no quiere largar la dote conveniente, pero tampoco creo que quiera romper, y ya ves qu perdicin y qu ruina
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o qu rechifla para m si me caso con una seorita de lugar que no tiene y a quien yo tampoco tengo para mantener en mi clase. Hasta maestro de todo tendra yo que poner aqu a Ja chica y hacer que me la vistiese la modista como quien viste una mueca. [...] otras cosas que cuestan dinero, que yo no tengo, pues el que tengo, apenas alcanza para m", (pp. 144-145 y 146) Don Jaime, que hasta entonces haba vivido en Madrid modestamente en un cuartito de soltero, no quera llevar a su mujer a una fonda, ni alojarla mal al principio; y de acuerdo con doa Luz, resolvi ir a Madrid solo, pues, adems, le llamaban de! Congreso con urgencia; poner casa, si bien con economa, como doa Luz, llena de juicio, se lo recomendaba, y luego que la tuviese puesta, volver por doa Luz a Villana12 .(p. 97)
Resulta curioso que Valera elija la ficcin como el medio de dirimir lo que sin duda fueron problemas personales, y no, por ejemplo, un libro de ensayos sobre el puesto de la mujer en la sociedad de su tiempo, hecho que de por s indica la importancia que iba cobrando la novela en el panorama decimonnico como foro de reflexin social. Las cartas de Valera hablan continuamente de la necesidad de ganarse la vida, del dinero, y comenta sin cesar las holguras disfrutadas por algunos de sus jefes, como el Duque de Rivas o el Duque de Osuna. La bsqueda del turrn, expresin suya, para designar a un puesto remunerado, generalmente en la administracin pblica espaola, aparece comentada continuamente13. Es un motivo que se repite. La persecucin de la mujer, otro. Desde Gertrudis Gmez de Avellaneda, a infinidad de mujeres que conoce en la legacin de aples, de Lisboa, de Ro de Janeiro y de Mosc, interesaron a Valera, porque en ellas admiraba las ciento y una mezclas de educacin y aptitudes personales posibles.
De la sent mentalidad religiosa a la humana Las dcadas de los sesenta y setenta del ochocientos ofrecen a travs de la literatura narrativa muestras sorprendentes de la sentimenta" Juan Valera, Leonardo Romero Tobar, Mara Angeles Ezarna Gil y Enrique Serrano Asenjo, editores, Correspondencia, Volumen II (1862-1875), Madrid, Castalia, 2003. 12 Doa Luz, Madrid, Obras Completas, /, Aguilar, 1968. 13 En Doa Luz leemos lo siguiente: No es necedad que yo pague y no cobre?No es bobada que yo contribuya y no distribuya?No sera ms discreto que yo imitase a don Paco [un cacique], el grande elector de este distrito, que paga diez y saca ochenta ? Pues qu, no tengo yo sobrinos, hijos y ahijados a quienes dar turrn? (p. 67).
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lidad humana. Los autores comenzaban a entender que las expansiones sentimentales propiciadas por el romanticismo resultaban de cartn piedra, si no eran contrastadas con las realistas. Es como si los autores descubrieran la cara oculta de la sentimentalidad romntica, hiprbole que segn pasa el tiempo deja de valorarse. El valor que hoy concedemos a estas expresiones sentimentales, como las ofrecidas en la novela que nos ocupa, resultan un poco anticuadas, y las altas y bajas de su suceder cansan, porque estamos acostumbrados a respuestas emocionales instantneas. Si las pensamos en el contexto de la novela rusa, de Dostoyesky o de Tolsti, podemos comprender mejor la grandeza que pueden tener las descripciones dilatadas de cmo se sienten los personajes. La protagonista de la novela en cuestin, la joven doa Luz, es construida con una personalidad muy curiosa. Es una noble, hija ilegtima de un marqus y de una condesa, que vive sin grandes recursos en Villafra, un lugar de Crdoba. Un da aparece por la ciudad un candidato a diputado, hombre guapo, afable, que pronto ser elegido representante del distrito, y que acabar casndose con Luz. El que don Jaime Pimentel se haya fijado en doa Luz resulta un tanto peculiar, porque el hombre no tiene los recursos econmicos adecuados, ni ella tampoco, y por tanto, la nica razn de tal enlace es el amor que la joven dama ha despertado en el poltico. Posteriormente, ella descubre por medio de dos cartas, que l saba de la herencia que ella iba a recibir, de parte de su madre, y por ende que el matrimonio haba sido de conveniencia. Doa Luz se siente totalmente decepcionada y se separa del mendaz consorte. Cuando conocemos a doa Luz al comienzo de la obra, ella vive en la casa del administrador de sus bienes, don Acisclo, quien se haba enriquecido honradamente gracias a los dispendios del padre de Luz, y que ahora con gusto protege a la joven sin fortuna. La justicia, la bondad exhibida por las personas como don Acisclo, sus familiares y amigos, pertenece plenamente a ese paradigma de conducta del mundo de la leyenda que ya conocamos por Pepita Jimnez, obra que tanto irritara a Galds, precisamente por el uso de un paradigma, de un sistema de valores, ajeno a la realidad de su tiempo, y que le movi a escribir una respuesta a la novela valeriana, su Doa Perfecta. La joven Luz vive contenta en el pueblo, sin ansiar ninguna gloria mundana. Cuando el futuro marido comienza a cortejarla, ella siente reparos a la hora de aceptar la sinceridad del futuro diputado, precisa-
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mente por la falta de una dote adecuada. Qu busca un joven de la Corte con un futuro brillante en doa Luz? La pasin y los argumentos de don Jaime la acaban convenciendo de la sinceridad de los propsitos del pretendiente, y ella muy sensatamente toma una serie de decisiones, como la de que se quedar a vivir en Villafra para no ocasionar gastos al marido en Madrid. Si ella se fuera a vivir a la capital, le ocasionara al marido numerosos gastos por la necesidad de poner una casa, que difcilmente podra afrontar. Necesito a estas alturas aadir otro personaje a nuestras consideraciones. El padre Enrique, un ex-misionero con fama de santo, recin llegado de Filipinas, y hermano de don Acisclo, el administrador, que vive desde hace poco en Villafra. Desde su llegada, el misionero traba una estrecha amistad con Luz, que algunos de la casa piensan que quizs sea excesiva. Como en Pepita Jimnez, Valera elige la sotana como el mejor sitio para incubar y ocultar un gran amor, tan intenso que puede desbaratar una vocacin religiosa. Este simple hecho habla con claridad meridiana de la transicin de poderes que estaba ocurriendo en el tablado cultural de la poca. La fuerza de la fe, de la conviccin, del llamado interior, hacia lo inefable, hacia la idea de Dios, estaba siendo sustituida en el texto literario, por el amor humano, un sentimiento provocado por el frecuente contacto entre los sexos, entre hombres y mujeres, que permita la sociedad contempornea. El personaje literario se sita as en una rbita humana, del yo, que el narrador documenta. Podramos afirmar que esta es la primera manifestacin del realismo literario decimonnico, cuando el narrador de una obra documenta un comportamiento humano verificable. Galds haba tratado el tema de la interferencia religiosa en los asuntos humanos en varias de sus novelas, concretamente en El audaz y en Doa Perfecta1*. En ambas obras tenemos a un cura que vigila a una joven mujer para que nadie se acerque a ella, y pertenezca siempre bajo su autoridad moral y sometida a sus planes para el futuro. En el
Muchos aos despus llevara el tema al teatro, siguiendo el caso real de la seorita Ubao en Electra (1901). Vase la Introduccin de Elena Catena a Benito Prez Galds, Electra, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001. Cito unas frases de la misma: En 1898 una seora de la alta burguesa, dona Adelaida de Icaza, viuda de Ubao, asisti con su hija Adelaida a unos ejercicios espirituales, dirigidos por el padre jesuta Fernando Cermeo La seorita Ubao de Icaza tenia novio formal lo cual, segn costumbres sociales de la poca, hacia presumir que el novio sera pronto esposo de la joven. Pero no; el padre Cermeo, ya confesor de Adelaida a raz de los ejercicios espirituales, impuls a su dirigida al rompimientro de las relaciones con su prometido, (p. 16).
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caso de Rosario Polentinos, la hija de doa Perfecta, es un cannigo de la catedral de Orbajosa, don Inocencio Tinieblas, que desde que el pretendiente a la mano de Rosario, su primo Pepe Rey, llega a la ciudad, no cesa de hostigarle y de ponerle la proa, intentando desviar la atencin de la joven hacia un sobrino suyo. Hay una escena famosa en que la joven se rene clandestinamente en la capilla de su casa con Pepe, y cuando se acercan el uno al otro ocurre lo siguiente:
Al decir esto, Rosarito se sinti frenticamente enlazada por los brazos de su primo. Oyse un ay!, pero no sali de sus labios de ellos, sino de los de l, porque habiendo inclinado la cabeza, tropez violentamente con los pies de Cristo. En la oscuridad es donde se ven las estrellas, (p. 221)i5
Este es uno de los momentos claves en la historia de la narrativa espaola, cuando el sentimiento religioso pierde la partida ante la atraccin humana, que todava no es corporal, como lo ser ya en obras posteriores, simplemente, como adelant, las costumbres de la poca, de que hombres y mujeres se reunieran con mayor frecuencia lleva a esas mudanzas. As, la novela comenzaba a abordar nuevos temas. El caso del padre Enrique, que acabar profundamente enamorado de doa Luz, y ella de l, aunque no lo sabe hasta despus, lo aprendemos a travs de un diario, es decir que viene documentado en el texto.
Doa Luz recibi con veneracin el manuscrito del padre [Enrique], y no bien don Acisclo la dej sola, lo abri con ansiosa curiosidad y se puso a leerlo. [...] A lo ltimo, ms all, y despus de lo que conocemos, la vspera de la muerte, el padre Enrique haba escrito lo que sigue, que tambin ley doa Luz: Estas pginas, si no las rasgo o las quemo, irn indefectiblemente, despus de morir yo, a las hermosas manos de ella. Ya entonces no me avergonzar de que ella sepa mi amor. Perdona, Dios mo, mi nueva culpa. Quiero que ella lo sepa, (pg. 103).
Al morir el padre Enrique de una hemipleja causada por el dolor de perder a doa Luz, la trasformacin habida en la persona del sacerdote, que de una especie de mrtir pasa a ser un hombre enamorado, constatamos, como digo, no un caso de sacrilegio, de un cura que va en contra de los preceptos eclesisticos, sino un momento en la nove13
Benito Prez Galds, ed. Germn Gulln, Doa Perfecta, Madrid, Espasa Calpe, 2003.
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26 la espaola cuando sentimos el cambio de guardia de la emocionalidad cultural espaola. Podramos aadir que las escenas finales de La Regenta (1885), de Leopoldo Alas, cuando el Magistral rebulle en un confesionario ante la presencia de la amada Ana Ozores, suponen un cierre genial de esta mudanza de poderes del sentimiento religioso al del amor. Clarn vaci a su personaje de sentimientos religiosos, al Magistral y a sus colegas del claustro de la catedral de Oviedo, y les llen con sentimientos humanos, bien humanos, como la vanidad, la envidia, y, desde luego, la lujuria y el amor. En Pepita Jimnez estamos todava al comienzo de ese trayecto narrativo. Un joven seminarista acaba cambiando su amor por Dios, religioso, por el amor humano que le provoca la bella Pepita. Quienes ignoran el valor cultural de las novelas pierden de vista estos aspectos esenciales para comprender cmo la sociedad espaola fue cambiando, cmo la modernidad sentimental apareci en nuestro horizonte. En este sentido, Pepita Jimnez y Doa Luz son dos novelas claves en la cultura espaola, porque despejan la confusin entre el amor humano y el amor divino. El camino hacia el amor entre el hombre y la mujer puede seguir rumbos diferentes, y uno no debe interferir en el otro. El final de Doa Luz en el que unas cartas juegan un papel decisivo, descubrimos adems del amor del padre Enrique, que don Jaime, el marido de la protagonista, no actu limpiamente al casarse con ella, pues ya saba que ella iba a ser una rica heredera. Doa Luz aprende as que su marido ya conoca el propicio estado de su fortuna. Lo que esto significa, y debemos verlo al trasluz de la biografa valeriana, es un reverso de posiciones. En ese momento, Doa Luz sabe que en verdad ella haba amado al cura Enrique, y que se haba casado con don Jaime por los mltiples halagos que le hiciera. Podramos concluir diciendo que Juan Valera fue el primer documentalista del ego de su tiempo, pues no slo emple la carta con fines artsticos para testimoniar la verdad, sino tambin le sirvi para ayudar a la invencin de un nuevo sentimiento amoroso, derivado del amor ntimo sentido por los sacerdotes hacia Dios. Este fue, en mi opinin, un primer paso hacia el realismo, el tomar otro tipo de amor humano, el religioso, y cambiar su objeto, volvindolo hacia el mundo. Los lectores de Pepita Jimnez sienten la emocin del nacimiento y desarrollo del amor en un personaje. Lo que quizs no sepan todos quienes disfruten de la finura con que Valera lo supo crear, es precisamente lo que acabamos de decir, que lo estaba reinventando, ofrecien-
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do a sus contemporneos un modelo nuevo, en el que el acento se haba mudado de lo puramente sentimental e hiperblico del amor romntico a uno hecho a la medida del ser humano.
Tertulia en casa del conde de Las Navas. Entre otros, Juan Valera, Benito Prez Galds y Rubn Daro
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La unidad de civilizacin y de lengua, y en gran parte de raza tambin, persiste en Espaa y en esas repblicas de Amrica, a pesar de su emancipacin e independencia de la metrpoli. Cuanto se escribe en espaol en ambos mundos es literatura espaola, y, a mi ver, al tratar yo de ella, propendo a mantener y estrechar el lazo de cierta superior y amplia nacionalidad que nos une a todos1.
Con este declarado propsito, que no perdera ocasin de reiterar en los aos siguientes, haba dado comienzo Juan Valera en febrero de 1888 y desde las pginas de El Imparcial, a la serie de colaboraciones que acabaran dando lugar, poco despus, a los volmenes recopilatorios de Cartas Americanas (Madrid, Fuentes y Capdevila, 1889) y Nuevas Cartas Americanas (Madrid, Fernando Fe, 1890). Pginas en las que dicha voluntad no se agota, sin embargo: en 1901, el volumen que titular Ecos Argentinos: apuntes para la historia literaria de Espaa en los ltimos aos del siglo XIX (Madrid, Fernando Fe) acoger las cartas que, dirigidas a los peridicos bonaerenses El Correo de Espaa (de agosto de 1896 a octubre de 1897) y La Nacin (de abril de 1899 a noviembre de 1900), no querrn descuidar aquel siempre activo deseo de velar por la unidad de civilizacin que la falta de unidad poltica no ha destruido, y que, de este modo, van a entreverar ahora el compromiso explcito de proporcionar a los lectores de ultramar una panormica mensual acerca de la actualidad literaria y artstica de la Pennsula, con aquel viejo y firme empeo, nuevamente esgrimido:
Como yo considero literatura espaola todo cuanto se escribe en nuestra lengua, aunque el autor no sea subdito de esta monarqua, sino ciudadano de cualquiera de las repblicas que fueron nuestras colonias, seguir dando noticia de los libros hispano-americanos que lleguen a mi poder, y juzgndolos con imparcialidad cuando no con el reposo y con el tino convenientes2. J. Valera, Nuevas Cartas americanas, Madrid, Fernando Fe, 1890; p. V, J.Valera, Carta a El Correo de Espaa fechada el 22-111-1897; en Ecos Argentinos, Madrid, Femando Fe, 1901; p. 130.
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Son stas, en efecto, las claves desde las que Valera insisti siempre en defender su personal contribucin a la necesaria tarea de ensanchar los cauces de la comunicacin intelectual entre Espaa y las jvenes repblicas de la Amrica espaola; tarea de divulgacin y crtica saludada a este lado del Atlntico con abierta satisfaccin, y que pronto hubo de valerle e reconocimiento de ser tenido por el primero y ms entusiasta americanista de Espaa3 pero que, al mismo tiempo, no escapara a la censura -ya severa, ya maliciosa- de quienes, conocedores del fino talante de humorista del escritor cordobs, no pudieron menos que notar el sobrevuelo de su tan decantada irona escptica en la generosa benevolencia de juicio con que dicho empeo iba cobrando forma, ya desde la primera serie de Cartas Americanas. Son unas Cartas que el epistolario de Juan Valera revela nacidas en circunstancias de autntico apremio econmico, y cuya andadura inicial, a lo largo del ao 1888, va a responder as, en buena medida, al dictado apresurado de la necesidad; confesando escribirlas de prisa y sin consultar libros4, Valera admitir sin reservas la bondad de las puntualizaciones y advertencias que un siempre atento Marcelino Menndez Pelayo -preparando por entonces sus introducciones a la Antologa de poetas hispanoamericanos- se apresta a comunicarle amistosamente, y fiar a una posterior edicin en forma de libro la oportunidad de subsanar aquellos errores de documentacin que pudieran, en su redaccin apresurada, contener. Tanto ms cuanto que no tardar en recibir el estmulo que supondr la noticia del xito y la proyeccin que van adquiriendo en los pases de aquella Amrica que nunca quiso llamar Latina, donde su reproduccin en los peridicos propiciar amplio dilogo, periodstico y epistolar, con su autor5: un
As lo calificaba Antonio Rubio y Lluch, a quien el propio Rubn saludaba como el Menndez Pelayo de Catalua desde las pginas de Espaa Contempornea, al dar comienzo a los Comentarios a las Cartas Americanas de D. Juan Valera que publicarla en enero de 1890 en el diario bogotano El Correo de las Aldeas, recogidos posteriormente en sus Estudios Hispano-Americanos (1889-1922), Bilbao, Elxpuru Hermanos, 1923, por donde citamos: vase p.60. 4 Carta a M. Menndez Pelayo de 5 de septiembre de 1888. Cf. M. Menndez Pelayo, Epistolario, IX (ed. M. Revuelta Saudo), Madrid, F.U.E., 1985; p. 288. En el mes de julio del mismo ao, le indicaba a su mujer, Dolores Delavat: Veremos... si escribo ms cartas para El Imparcial. De las 16 que he escrito slo 2 estn por pagar, que seran 120 pesetas. Menester es escribir ms. Y pocos das despus, al empezar el mes de agosto: Voy a ver si escribo pronto otra /Carta AmericanaJ para tener siquiera 24 duros ms. Cf. J, Valera, Cartas a su mujer (ed. C. De Coster y M. Galera), Crdoba, Diputacin Provincial, 1989; pp. 186 y 196. 5 Aunque estn en suspenso las Cartas Americanas, no desisto de seguir escribindolas, tanto ms cuanto que hacen efecto en Amrica, y los peridicos de por All las copian y aun
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31 dilogo del que Valera se enorgullece, y del que las propias Cartas, en entregas sucesivas que buscan asegurarse as una promesa de continuidad, se harn eco, adquiriendo puntualmente el sesgo del debate y la polmica en trminos, que desborda en mucho nuestra intencin el reseguir aqu, pero cuyo punto de arranque, es de notar, debe buscarse en aquella consabida intencin, as expresada en las pginas de sus Nuevas Cartas Americanas:
Dicen que yo soy muy escptico, pero creo en multitud de cosas en que los que pasan por creyentes no creen, y entre otras creo (por manera vaga y confusa, es verdad) en los espritus colectivos. Mi fantasa transforma en realidad sustantiva lo que se llama el genio de un pueblo o de una raza (...) Disuelto ya el Imperio, no hay ms recurso que resignarse; pero no debe disolverse, ni se disuelve, la iglesia, la comunidad, la cofrada, o como quiera llamarse, que venera y da culto al genio nico que la gua y que la inspira. Todos debemos serfelesy devotos a este genio. Yo, adems, me he atrevido a constituirme, al escribir las Cartas americanas, en uno de sus predicadores y misioneros. Ojal se me perdone el atrevimiento en gracia del fervor que le da vida en mi alma!6
Sobre la base de este sentimiento, que teje una inconfundible lnea de continuidad bajo los sucesivos asedios que, al correr de los aos, fue dedicando a las letras hispanoamericanas, y del que aqu queremos, brevemente, ocuparnos, la mirada crtica que Juan Valera proyecta sobre el mosaico de obras, autores y literaturas nacionales que encuentran eco a lo largo de las dos series de Cartas Americanas y, en cierta peculiar medida, en Ecos Argentinos, se complace en contemplar a Hispanoamrica como la gran reserva cultural y espiritual espaola, depsito de lo que denomina nuestra inmortalidad colectiva, y se afana, en consecuencia, por subrayar la pervivencia, en las letras y los literatos de Ultramar, de las seas de identidad espaolas. Desde la conciencia, una y otra vez subrayada, de vnculo indisoluble de la lengua fraternalmente compartida, la hispanoflia que recorre las Cartas corre parejas con la abierta prevencin que Valera muestra, por de pronto, hacia las manifestaciones de lo que repetidamente denomina americanismo, as como hacia la esterilidad de todo cosmopolitismo que, con la mirada teida por el seductor influjo francs, olvide que la
contestan a ellas con largos artculos (Valera a Menndez Pelayo, 27 de julio de 1888. Cf. M. Menndez Pelayo, Epistolario, IX, cit., p. 268). 6 J. Valera, Nuevas Cartas Americanas, cit, pp. 92-93.
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verdadera originalidad nacional debe brotar de la siempre fecunda raz espaola. As, y en estos mismos trminos, alabar los versos de Rafael Obligado en la seccin dedicada, en la primera serie de Cartas, a la Poesa Argentina, donde subrayar asimismo la presencia del genio castizo o espaol all donde, a su juicio, menos se aprecia el influjo francs: en la poesa lrica y narrativa; se ocupar con detenimiento de la voluminosa compilacin de Julio Aez, Parnaso Colombiano (\%%6), en cartas dirigidas a su prologuista, Jos Rivas Groot, lamentando el profundo desconocimiento, en Espaa, de la calidad del movimiento intelectual en Colombia: ignorancia difcilmente disculpable por cuanto
La literatura de su pas de usted es parte de la literatura espaola, y seguir sindolo, mientras Colombia sea lo que es y no otra cosa. No quita esto que se d diferencia dentro del gnero; que en la unidad quepa la variedad con holgura; que sobre la condicin general de espaolismo se note en toda obra del ingnio de Colombia un sello especial y caracterstico, y menos impide que, con el andar del tiempo, pueda llegar lo que Colombia intelectualmente produzca a igualar y aun a superar en mrito y en abundancia la produccin literaria de esta Pennsula7.
Y ponderar, del mismo modo, el inters de la obra postuma de Miguel Luis Amuntegui, Las primeras representaciones dramticas en Chile (1888), a la que dedica largas pginas desde la satisfaccin de leer, de pluma de su autor, que Chile es un fragmento de Espaa transportado al Pacfico por ese aluvin llamado Conquista de Amrica8. Una Conquista cuyo valor civilizador reaparece y se ensalza con insistencia en aquellas Cartas que, compiladas en la segunda serie -algo ms heterognea que la primera, y donde mejor se advierte, asimismo, aquel desorden temtico que tanto estorbaba a Menndez Peayo9-, le permiten abordar la cuestin del indigenismo y la herencia cultural espaola en fechas que van ya aproximndose a las conJ. Valera, Cartas Americanas, Madrid, Fuentes y Capdevila, 1889; p. 138. J. Valer a, Cartas Americanas, cit.,p. 239. La historia literaria de Chile-apostilla Valero-forma parte, pues, de nuestra historia literaria. 9 Ya en agosto de 1888 le reprochaba a Valera que, a pesar de la elegancia y discrecin que caracterizaban sus cartas, no apruebo la manera desordenada con que se presentan... yo creo (y perdone Vd. Esta impertinencia) que todos los lectores de las amensimas cartas de Vd. agradeceran mucho que Vd. acabase cada tanda o serie de cartas sobre un mismo asunto antes de emprender con otro. De este modo las cartas pueden fcilmente formar un libro, y del otro se exponen a perderse y quedar como inditas. Cf. M. Menndez Pelayo, Epistolario, IX, cit., p. 283.
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memoraciones de 1892: as, las dedicadas al Vocabulario rioplatense razonado, de Daniel Granada o, desde luego, las que dirige al erudito escritor ecuatoriano Juan Len Mera bajo el epgrafe La poesa y la novela en Ecuador, detenindose en su novela Cumand y en su estudio Ojeada histrico-crtica sobre la poesa ecuatoriana. Pero son sin duda las dos cartas que, fechadas en octubre de 1888 -y recogidas, por lo tanto en la primera serie dedica al joven Rubn Daro desde esta misma perspectiva de anlisis, las que ms han contribuido al reconocimiento que esta sostenida labor de divulgacin y crtica que Valera emprende, aquel mismo ao, en El Imparcial, ha de merecer: estimulado por el sugerente ttulo de Azul..., Valera confesar adentrarse en la lectura de ste que juzga sorprendente folleto, preguntndose:
Cmo, sin el influjo del medio ambiente, ha podido usted asimilarse todos los elementos del espritu francs, si bien conservando espaola la forma que a una y organiza estos elementos, convirtindolos en sustancia propia? Yo no creo que se ha dado jams caso parecido con ningn espaol peninsular. Todos tenemos un fondo de espaolismo que nadie nos arranca ni a veinticinco tirones (...) La cultura de Francia, buena y mala, no pasa nunca de la superficie. No es ms que un barniz transparente, detrs del cual se descubre la condicin espaola. (...) Estando as disculpado el galicismo de a mente, es fuerza dar a usted alabanzas a manos llenas por lo perfecto y profundo de ese galicismo, porque el lenguaje persiste espaol, legtimo y de buena ley, y porque si no tiene usted carcter nacional, posee carcter individual10.
Es esta poderosa individualidad de escritor, en cuyo crisol se funde con naturalidad la mejor vena francesa con la esencia genuinamente espaola, el eje sobre el que Valera articula en estas pginas una lectura crtica que va a constituir la ms temprana y meritoria carta de presentacin de un por entonces desconocido Rubn Daro, y cuyas claves se mantienen intactas cuando, cuatro aos despus, le indica a su siempre atento corresponsal y amigo Menndez Pelayo:
Veo en l lo primero que Amrica da a nuestras letras, donde adems de lo que nosotros dimos, hay no poco de all. No es como Bello, Heredia, Olmedo, etc., en quienes todo es nuestro y aun lo imitado de Francia ha pasado por aqu, sino que tiene bastante del indio sin buscarlo, sin afectarlo, y adems no J. Valera, Cartas Americanas, cit., pp. 215-216.
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lo dir imitado, sino asimilado e incorporado de todo lo reciente de Francia y de otras naciones; est mejor entendido que aqu se entiende, ms hondamente sentido, ms diestramente reflejado y mejor y ms radicalmente rundido con el ser propio y castizo de este singular semi-espaflol, semi-indio11.
Estaban todava por venir, a la altura de 1892, las reservas y los reproches con que se distanciar de sus antiguos juicios con la lectura de Los raros y Prosas profanas12, bandera de un afrancesamiento que para, a su juicio, en galomana olvidadiza de unas races, las de lo hispnico, cuya bsqueda y exaltacin haban siempre movido su pluma y su mirada crtica en su recorrido, as ms veces benvolo, raramente severo, por las letras de Hispanoamrica. Ser tambin este deseo patente de enfatizar los valores de la cultura espaola, al que sirve el recordatorio insistente de la unidad de civilizacin y lengua entre la metrpoli y las antiguas colonias, el que propicie en ltimo trmino los dos grandes argumentos que van a sostener la lectura de que sern objeto, en la crtica peninsular, las Cartas Americanas, cuando en la primavera de 1889 vea la luz el volumen de su primera serie: el humorismo y la irona que sus pginas respiran, y el escaso rigor e imparcialidad que presiden una obra que, de un modo u otro, no dejar de ser leda como lo que Rubio y Lluch calificaba de eficaz propaganda americanista gracias, precisamente, a la confluencia de ambos rasgos en el crisol del estilo personalsimo de su autor:
Hay en Valera cierta ligereza y hasta una benevolencia excesiva en sus juicios que le hacen sumamente simptico, pero no juez imparcial y severo, de esos que se sientan perdurablemente en el tribunal de la historia (...) Hoy por hoy, es Valera el escritor ms ameno, ms sutil y ms fcil de cuantos produce este fecundo suelo y el estilista por excelencia de las letras castellanas. He aqu el secreto de la popularidad de sus cartas americanas, y la eficacia de su propaganda americanista13.
Dar buena muestra de ello, y con prontitud, la acida pluma de quien Valera juzgaba el ms discreto, inteligente y ameno de nuestros
Valera a Menndez Pelayo. Carta del 18 de septiembre de 1892. Cf. M. Menndez Pelayo, Epistolario, XII, (ed. M. Revuelta Saudo), Madrid, F.U.E- Sociedad Menndez Pelayo, 1986; pp. 62-63. 12 Vase Ecos Argentinos, cit, pp. 71-78 y 182-186. 13 A. Rubio y Lluch, Comentarios a las Cartas Americanas de D. Juan Valera, cit., p. 61.
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35 crticos de hoy, Leopoldo Alas, quien empezaba dando cuenta con satisfaccin, el 30 de mayo de 1889 y desde las pginas de La Publicidad^ de la aparicin del volumen, para prolongar sus consideraciones en el Palique que dos das despus, el 1 de junio, vera la luz en Madrid Cmico. Doble asedio que Clarn iniciaba, en la Revista Mnima del 30 de mayo, detenindose, por de pronto, en el carcter de humorista verdadero con que Valera pareca haber dado forma a su empeo americanista en la primera serie de sus Cartas:
En estas Cartas, obra de propaganda, de vulgarizacin, Valera encuentra un expediente ingeniossimo para no prescindir de su carcter de humorista verdadero -no por clasificacin- y ser cuando hace falta sencillo cronista... Consiste el artificio en la habilidosa narracin o descripcin de lo nimio, de lo ridculo o extravagante con una especie de candida seriedad, una duda fingida en la que parece que el autor est nada ms a la altura de lo expuesto o descrito, siendo as que est cien codos ms alto, pero sin despreciar por esto la materia en que se ocupa, antes perdonando, por razones de gran filosofa, la pequenez que ve bien clara14.
Importantsimo rasgo, fundamental en la esttica de Juan Valera, que Leopoldo Alas haba sabido ya advertir en fechas bien tempranas y que, al correr de los aos, haba de fundamentar en gran medida el sucesivo asedio que realizara, al comps de su propia evolucin, a la produccin crtica y novelesca del autor de Pepita Jimnez: un humorismo que no haba tardado en emparentar con el idealismo alemn y que ahora, apelando a su manifestacin a modo de permanente contraste entre fondo y forma, entre maneras y doctrinas, elevaba de nuevo al valor de pauta desde la que entender e interpretar unas Cartas Americanas que, a su juicio, estaban invitando a pensar y leer entre lneas a todo aquel que supiese hacerlo15. Un humorismo cuya faceta ms amable, eficaz y oportuna atenda Leopoldo Alas a destacar en estas primeras Cartas Americanas al aborL. Alas, Clarn, Revista Mnima, La Publicidad, 30-V-1889. Clarn observar muy especialmente este carcter de humorista verdadero en las cartas de esta primera serie dedicadas a resear El perfeccionismo absoluto de Jess Ceballos Dosamantes, cartas que, de hecho, acabaron por suscitar la duda de ser el mencionado autor una pura invencin de Valera, sostenida con lafinalidadde ejercitarse libremente en el arte de la burla. 15 Para una consideracin ms detenida de la recepcin de la primera serie de Cartas Americanas, sobre el vector del humorismo de Juan Valera, vase nuestro estudio La polmica en torno a las Cartas Americanas (1889), de Juan Valera, Actas del XXIX Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana Barcelona, PPU, 1994; Tomo II (vol. 1); pp. 157-173.
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darlas en su Revista Mnima de La Publicidad, para referirse a continuacin, en su Palique del 1 de junio, y con una irona que no oculta el reproche, a lo que juzgaba su reverso desafortunado: el distinto talante con que dicho humorismo se materializaba en las cartas dedicadas a la Poesa argentina o al Parnaso Colombiano, redundando -grave inconveniente- en un inoportuno relativismo crtico:
Por el gusto de moler, Valera muchas veces se finge loco, como Hamlet, y sale diciendo que Narciso Campillo es un poeta como un jilguero, y Velarde tan ruiseor como un Petrarca. Y es que Valera es de esos crticos modernos, aunque no de los que lo confiesan, que opinan en punto a crtica que de gustos no hay nada escrito, aunque haya gustos que merecen palos; y as como Hamlet se burlaba de sus cortesanos hacindoles creer que en las nubes vean la forma que a l se le antojaba que vieran, as Valera se re para sus adentros del candido lector que, creyndole bajo su palabra, va reconociendo notabilidades artsticas en ste o en el otro autor rampln o poeta chirle16.
Haba de ser ste, sin duda, el aspecto ms controvertido de las Cartas Americanas, frente al que no tardaran en levantarse voces de protesta ante la generosa benevolencia de Valera para con los poetas hispanoamericanos y la audacia de algunos de sus juicios, amenazando convertir lo que debiera ser provechoso discernimiento crtico en gratuita contribucin a la causa de la mediocridad potica. Y si a los ojos de Leopoldo Alas -siempre fiel a la idea de la crtica como juicio de valor, como juicio de arte alejado tanto del puro impresionismo como de un estril cientifsmo- stas que considera deliberadas diabluras de ingenio de Valera no constituyen sino el extremo malogrado de un humorismo que acaba por prestar flaco favor a la meritoria iniciativa de informar razonadamente de las letras americanas:
Si la unin con Amrica ha de consistir, como suele consistir la amistad entre literatos, en el pacto tcito de estar alabndose mutuamente los de ac y los de all, yo denuncio el tratado. Bastante tenemos con los becquerianos, y campoamorinos, y nuezdearcianos de la tierra, de la madre patria, sin que tengamos que reconocer derechos de nacin ms favorecida a las bobadas que se le ocurran a cualquier sinsonte bajo el sol de los trpicos (...) Por eso le digo a don Juan, es claro que con el mayor respeto, que hace mal en dar alas a esos cndores de por all, porque esas vulgaridades altisonantes que a ellos se les ocurren tenamos ya nosotros quien nos las dijera, sin necesidad de que
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nadie se molestara en ir a descubrirles a ellos, lo cual siempre es ocasin de sustos y disgustos. Por lo dems, es claro que me alegro de que Coln haya tenido aquel arranque, y de que la amistad entre espaoles y americanos prospere. Pero no podra prosperar en prosa?17
no menos cabe advertir del juicio que habran de merecerle, sin ir ms lejos, a Ramn Domingo Peres, quien, unos meses despus, y desde las pginas de La Vanguardia, dedicara a las Cartas Americanas una larga y ponderada resea donde, tras poner de manifiesto el afn diplomtico que alimenta buena parte de los juicios all contenidos, advertir el peso del dilettantismo aristcrata de Valera en el guio irnico con que los ofrece, con elegancia burlona, y no ver, en las cartas dedicadas a asuntos literarios, sino la manifestacin extrema y desafortunada de su refinado escepticismo, conjurado con el mvil de un gran patriotismo que estorba la deseable imparcialidad crtica:
Obra de ms diplomacia literaria que sta no creo que la tengamos en Espaa. Se necesita ser americano con alma y vida, tener el mvil de un gran patriotismo, para formular algunos de los juicios que ha escrito el seor Valera en sus Cartas, y es imposible que desde lejos, en tro y siendo hombre de tantas humanidades y de tanta cultura europea como es nuestro autor, se diga todo eso que l dice, cuando es solamente la crtica imparcial y severa la que habla (...) Lo menos que puede pedirse a ese literato espaol que para nosotros escribe es que su elogio, por lo excesivo e inesperado, no parezca desprovisto de sinceridad, porque entonces el efecto es contraproducente18.
Si en las lneas, arriba citadas, de Leopoldo Alas, asoma su abierto escepticismo ante una Amrica donde se han descubierto hasta hoy muchas ms frases que ideas y donde se canta ms que se piensa y se siente, as como la incomprensin que habr de seguir mostrando hacia Rubn Daro y, por extensin, su menosprecio por quellos colorines y trompetera modernistas -que no haba de empaar, sin embargo, su reconocimiento de las excelentes dotes de algunos de los notables poetas americanos19, as como la justa estimacin de aquL. Alas, Clarn, Palique, Madrid Cmico, l-VI-1889. R. D. Peres, Valera y sus Cartas Americanas, recogido posteriormente en A dos vientos. Crticas y semblanzas, Barcelona, L Aveng, 1892, por donde citamos. Vase p. 133. Al cerrar su resea, dar cuenta Peres de la aparicin del tomo de Nuevas Cartas Americanas que, adornadas de las mismas cualidades que sus predecesoras, tienen en contra suya el llover sobre mojado, como suele decirse, esto es, el que nos hayamos acostumbrado ya a sus juegos de ingenio, y, por lo tanto, nos atraigan menos; cit., p. 147. 19 L. Alas, Clarn, Palique, Madrid Cmico, l-VI-1889.
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los en quienes adverta valores perdurables, ms all del gorgeo de gorrin a la parisin-; y si la mesura de las expresiones de R.D. Peres no ocultan la severidad con que lamenta el malogro parcial de la meritoria empresa crtica y divulgativa de Juan Valera a golpe de burla mal administrada a despecho de su proverbial elegancia, cabe decir que la insistencia de Valera en ponderar los logros de una poesa por lo general mal conocida en la metrpoli, y lo benvolo de algunos de sus juicios, interpretados a la luz de su diplomacia y su confesado nfasis patritico, no fueron del todo ajenos a cierta predisposicin desdeosa hacia la poesa hispanoamericana finisecular, que las Cartas Americanas, en sus dos series, queran ayudar a difundir, y que cumpli plenamente su objetivo en el afortunado caso de Rubn Daro, Sin que ello fuese obstculo para un justo reconocimiento de los mritos de su labor, indispensable para comprender y valorar el conocimiento de la literatura hispanoamericana en la Espaa que se acercaba al fin de siglo.
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Un homenaje cataln
PEDRO MOLES, Don Juan Valera y Alcal Galiano1, Forma, n. 8, vol. I, (septiembre 1904), pp. 281-310.
Cuando en diciembre de 1903 llega a su fin la empresa de Pl & Ploma, el ltimo nmero de la publicacin catalana anuncia la aparicin de Forma, nueva revista que promete continuar el proyecto de su predecesora con idntica solidez. Dirigida por Miquel Utrillo e inspirada por un afn de dilogo cultural (desde Pl & Ploma ya se haba sealado la buscada validez de su ttulo tanto en cataln como en castellano), Forma aparece en febrero de 1904 con una propuesta arraigada en preocupaciones regeneracionistas. El artculo programtico con que Utrillo abre el primer nmero es en efecto un reflejo de esas inquietudes: una sociedad incapaz de construir una visin artstica de s misma acaba siendo reducida al exotismo en la mirada esttica extranjera; por lo que la revista nace con la voluntad de ser un espacio en que se encuentren las distintas voces -catalanas, andaluzas, madrileas, vascas...- que interpretan la realidad espaola. Con ese propsito de pluralidad y el deseo de llegar a un pblico internacional, los ejemplares de Forma van apareciendo mensualmente en cataln, castellano y francs. Hasta marzo de 1908, en sus pginas tienen cabida las colaboraciones de Juan Ramn Jimnez, Adri Gual, Josep Pijoan, Gregorio Martnez Sierra, Joan Maragall y Rafael Domnech, entre otros. Sin olvidar en sus ilustraciones la divulgacin del impresionismo francs y estadounidense, (Monet, Morisot, Pissarro, Renoir, Cassatt), la revista de Utrillo mantiene la atencin que Pl & Ploma dedicase a la pintura del modernismo cataln -Ramn Casas, Santiago Rusiol, Joaquim Mir, Alexandre de Riquer...-, e incluye extensos estudios tanto de los clsicos de la pintura espaola (el Greco, Ribera, Zurbarn, Velzquez, Goyo), como de los pintores contemporneos que considera intrpretes privilegiados del paisaje espaol: Pahissa, Sorolla, Beruete y Zuloaga. En el nmero que sale a la luz en septiembre de 1904, la direccin de la revista decide homenajear a don Juan Valera con una recensin de su trayectoria vital y literaria. El artculo-homenaje corre a cargo de Pedro Moles, antiguo colaborador de Pl & Ploma que ya en esa misma revista haba atendido a la obra del escritor cordobs2. Tras una breve noticia sobre la actividad diplomtica de Valera, Moles realiza un recorrido por la obra del autor, destacando su amplia formacin humanstica y dando cuenta de sus aportaciones a los mbitos de la novela, la poesa, la traduccin y la crtica literaria. Junto a los comentarios de rigor sobre el importante papel de Valera en la historia de la crtica espaola y su original posicin en los debates estticos de la narrativa decimonnica (su desmarque respecto a la narrativa naturalista y su rechazo a cualquier finalidad moral en la creacin artstica), sobresale sin duda en el artculo de Moles el encarecido elogio a Morsamor, donde se deja ver el marcado gusto fin-de-sicle -comprobable en los relatos orientalistas que Moles escriba para Pl & Ploma desde el cual se juzga aqu el valor de la obra de Valera. 1 Vase el retrato (pg. 286), por R. Casas. El presente artculo, es un excepcional homenaje que esta publicacin tributa al admirable artista de la forma, en la palabra escrita. (N. de la D.). 2 Pedro Moles, Florilegio de poesas castellanas del Siglo XIX, Pl & Ploma, n. 89 (enero 1903), pp. 16-22.
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En tres suertes de honrosas ocupaciones ha alcanzado renombre el seor Valera: en poltica, en la diplomacia y en la literatura. En poltica ha visto, servido y juzgado a ms gobiernos de Espaa, ya de reyes, ya de ministros, ya de otros gobernantes, que no su homnimo Mosn Diego de Valera, hombre de armas y de letras, que fue embajador y censor de tres reyes, de ellos distinguido y de sin cuento de nobles. Favorecieron al seor Valera en su carrera poltica, los generales Zabala y O'Donnell; el duque de la Torre le hizo merced de una secretara; colabor en El Contemporneo con Albareda y Gonzlez Bravo; fue moderado, aunque defendi en el Congreso por el ao 1863, la unidad italiana; tom parte en las Constituyentes; estuvo en Florencia, junto con otros, para ofrecer la corona de Espaa al prncipe Amadeo de Saboya, fue grande amigo de Cnovas; despus de la Restauracin milit entre los partidarios de Alonso Martnez, y finalmente en 1881 Sagasta le nombr senador vitalicio. En la diplomacia empez su carrera en compaa del duque de Rivas, embajador de Espaa en aples. Despus pas a Lisboa, estuvo en Rusia y Alemania y posteriormente de embajador de Espaa en Lisboa, en Bruselas, en Washington y en Viena. Ms se podra aadir a esta fcil recordacin de la carrera poltica del seor Valera, pero por no ser este el lugar, no se pone. Desde el ao 1861 es el seor Valera individuo de la Real Academia Espaola, a la cual le llevaron su fama de castizo y elegantsimo escritor. En su recepcin ley un discurso sobre La poesa popular como ejemplo del punto en que deberan coincidir la idea vulgar y la idea acadmica^ en el que afirmaba que la poesa no debe tener otro objeto directo que la belleza, como fin del arte, teora que luego explic largamente en unas muy celebradas lecciones que acerca la Filosofa del Arte dio en el Ateneo de Madrid. Mas no se ha distinguido principalmente el seor Valera como filsofo y tratadista de lo bello, con serlo tan excelente, sino como autor de novelas y cuentos y como sapientsimo crtico, cuyos escritos forman numerosos volmenes. Partidario el seor Valera del arte por el arte no ha tratado en sus novelas de ensear nada ni de probar nada, dejando a los sabios y peritos en las ciencias el ensear a su semejantes y, como dice el seor Valera en el prlogo a una de sus novelas, si alguien deduce consecuencias o moralejas de la lectura de sus libros, l y no su autor ser responsable de ellas. Son las novelas del seor Valera, libros de entretenimiento, ticamente escritos, que no desgarran ni apesadumbran el nimo con narrado-
41 nes de horribles desgracias o vicios sociales o familiares, ni le encalabrinan con las frmulas y enseanzas con que los mixtureros literariosociolgicos pretenden mejorar la humanidad. El casticismo y hermosura del lenguaje y el donaire delicado y cierta malicia o humor fino, son prendas que se alaban en las novelas y cuentos del seor Valera. Mas tambin se ha pretendido sealar en sus ficciones novelescas el defecto de que sus personajes recordaban mucho al autor, en el sentido de ser poco reales o vividos, como dicen, si bien con poco acierto, pues se ha de tenerlas por muy reales y algunas de ellas estn trasladadas al papel desde la realidad, y all por las tierras de Crdoba deben de conocerlas y tambin en otras, como cuenta el seor Cnovas de la herona de Pasarse de listo, que era una seora honestsima despus que se supo que haba obligado a su marido a tirarse por el viaducto de la calle de Segovia. Una de las novelas ms celebradas del seor Valera es Pepita Jimnez, cuyo mrito pregonan las seis o siete traducciones a otras tantas lenguas europeas y sus numerosas ediciones, siguindola en celebridad Doa Luz, Las ilusiones del doctor Faustino, El Comendador Mendoza, Pasarse de listo, Genio y figura y Juanita la Larga y no recuerdo si alguna otra fuera de Morsamor, su ltima novela, publicada en 1899, que es, sin duda, el libro mejor escrito en castellano de dos a tres siglos ac, y adems una de las mejores novelas de su autor y de la literatura espaola, no slo de estos tiempos sino de la edad de oro. Nrranse en Morsarmor las transformaciones algo maravillosas y los trabajos del orgulloso y sediento de poder y gloria Fray Miguel de Sueros, el hombre de todos los das, que se desvive por alcanzar lo que est fuera de l, olvidando lo suyo propio que no es tan pasajero ni mudable, para llegar a la famosa reconciliacin suprema y repetir con el sabio que ni la carrera es de los ligeros, ni la guerra de los fuertes, ni el pan de los sabios, ni las riquezas de los doctos, ni la gracia de los artfices, sino el tiempo y la casualidad en todo. No son menos celebrados que las novelas del seor Valera sus cuentos, algunos de los cuales son perfectsimos de lenguaje y construccin literaria, verbi gratia: Asclepigenia, Parsondes y Gopa, y sus poesas y sus trabajos crticos. De las poesas originales ha dicho con gran verdad su autor, el seor Valera, que aun, con todas sus faltas, valen lo que vale su prosa y en ellas est en germen, en cifra, en lrico y conciso resumen, todo lo que ha sentido y pensado ms tarde con mayor amplitud. Son ver-
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sos no vulgares, sino poesa sabia, de tan variado y profundo origen como lo es la cultura de su autor y que encierran, como tambin las poesas del seor Menndez Pelayo, continuas alusiones mitolgicas, histricas, etc., sin que dejen de ser producidas por la ms alta inspiracin. Goethe deca de sus obras, y aqu viene de propsito hablando de las poesas del seor Valera, que no seran populares, porque no estaban escritas para la muchedumbre, sino para aquellos hombres que deseaban y buscaban lo que l haba deseado y buscado, siguiendo la misma senda que l. Debidos a los vastsimos conocimientos lingsticos del seor Valera, son los clsicos traslados al castellano de numerosas poesas de celebrados poetas extranjeros, la traduccin de la obra de Schack, sobre la poesa y arte de los rabes en Espaa y Sicilia y, sobre todo, su esplndida versin de las pastorales de Longo o Dafnis y Che. En la crtica literaria goza tambin el seor Valera justsima nombrada. Las disertaciones y trabajos crticos que ha publicado son numerosos, y algunos de ellos constituyen obras importantsimas para la historia crtica de la literatura espaola. Figuran en ellos como principales, el discurso ledo en la Real Academia Espaola en 1864 Sobre el Quijote y sobre las diferentes maneras de comentarle y juzgarle, que es el mejor estudio crtico que se ha escrito hasta hoy acerca de tan famoso libro, sin rebuscamientos de ocultos fines, ni explicaciones de las complicadsimas venganzas y dems que se han atribuido a Cervantes, sino poniendo bien en claro lo que se quera obscurecer, es decir, que no tuvo otro intento Cervantes que e de poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballeras, si bien lo inmortal y grande del Quijote est por cima de dicho intento y nacido de la inspiracin inconsciente de Cervantes, que no se daba cuenta de que al escribirle, en vez de repetir las censuras que sobre los libros de caballeras haban escrito otros ingenios espaoles, parodiaba el espritu caballeresco, confirmndole en el mejor libro de entretenimiento que ha producido la humanidad. Son tambin notables estudios crticos del seor Valera sus Cartas americanas, lo que ha escrito Acerca de la originalidad y el plagio, referente a la Libertad en el arte, Sobre el Fausto de Goethe, su opinin acerca de Leopardi, los artculos que aparecieron en la Revista de Espaa sobre el arte de escribir novelas, en los que impugna de una manera donossima y con buena copia de slidos razonamientos, la teora artstico-literaria que se apoya en el ms grosero materialismo, que destru-
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ye toda poesa y que hace del arte de escribir novelas un apndice de la medicina experimental, y otros muchos de largo enumerar. ltimamente ha publicado el seor Valera, cuatro tomos del Florilegio de la poesa lrica castellana en el siglo XIX, que ha prometido terminar en un quinto y ltimo tomo. Este Florilegio es por los prlogos y estudios de poesas que contiene, un libro de una riqueza y madurez de juicio imponderables, superior en crtica artstica a la obra del Marqus de Valmar sobre la poesa lrica del siglo XVIII en Espaa, y que constituye el ms serio trabajo crtico que se ha publicado acerca de la poesa lrica espaola moderna, desde los Moratines hasta nuestros das. Los captulos referentes a los romnticos son muy importantes, por tratarlos su autor con singular aprecio. Largos aos viva el seor Valera para que su vigoroso y sereno espritu nos d ms obras que aplaudir y deleitar para nuestro bien, que su gloria ya no hemos de labrarla nosotros sino que como el poeta latino, puede decir el seor Valera: Exegi monumentum aere perennius Regalique situ pyramidum altius, Quod non imber edax, non Aquilo impotens Possit diruere aut innumerabilis Annorum series et fuga temporum. Non omnis moriar...3
El poeta latino aludido es Horacio, y los versos proceden de sus Odas, ///, 30.
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A pesar de la prdida de muchas cartas, lo que se conserva del epistolario escrito por Juan Valera en el perodo de su estancia en Ro de Janeiro (1851-1853) es suficiente para que se vea en esas pginas uno de los puntos altos de la creacin del novelista. La afirmacin podr sorprender a los que suelen pensar que en las cartas remitidas poco ms tarde, durante la misin a Rusia, se encuentra el necplus ultra de Valera como correspondiente. Pese a su indiscutible mrito literario, las pginas que relatan el viaje al antiguo imperio de los zares no parecen superiores a las escritas desde Ro de Janeiro. De hecho, en las cartas de Brasil, adems de la comicidad y del finsimo humorismo, se nota algo particular. Es que en Ro de Janeiro, Valera, que hasta entonces casi slo por la poesa se haba aventurado en el campo de las letras, se descubre tambin escritor en prosa. Esto ocurre, en gran parte, gracias a la inteligente atencin del principal de sus destinatarios, un amigo y tambin escritor. Es Serafn Estbanez Caldern quien percibe en las lneas de Valera la extraordinaria vis cmica, es l quien la aplaude generosamente y quien estimula al joven diplomtico a expandir su visin divertida del mundo y de los hombres para transformarla en fuente de creacin artstica. Al leer las primeras cartas de Valera -todava concentradas en la descripcin del pequeo mundo donde viva, la Legacin espaola en Brasil- Estbanez Caldern en seguida se da cuenta de que en su autor se esconde un posible continuador de los grandes maestros de la prosa espaola. Mucho ms tarde, ya en los ltimos aos de su vida, al escribir una novela de ambientacin brasilea, Genio y figura (1897), don Juan la har girar en torno a un personaje central -Rafaela- en la que son fcilmente reconocibles trazos de la picarda de algunos antecesores clsicos. De importancia singular, por lo que representa en la evolucin del escritor, el epistolario brasileo de Valera se muestra tambin, como se deca, comparable a las cartas que redact en Rusia. A las grandes
46 figuras cmicas de este ltimo epistolario pueden acercarse figuras como la del atolondrado Delavat, la del ingenuo criado gallego, la del charlatn Adadus Calpe, la de Jeannette, madura y seductora ex-prima donna francesa, y tantas otras, que hacen de este epistolario una obra maestra en su gnero. En las cartas de Ro de Janeiro, como en general en todos sus escritos, Valera se revela estilista por vocacin y escritor castizo. Se haba formado en la leccin de los clsicos castellanos, a los que pronto aadi los portugueses, para l tambin representantes de la mejor tradicin literaria de la que se consideraba heredero. La formacin de Don Juan, sin embargo, no slo no le impide recurrir a la lengua corriente y coloquial como, por el contrario, lo estimula a avivar y enriquecer su prosa por medio de vocablos del sabroso espaol popular de su Andaluca natal. Se observan asimismo trechos de sus cartas donde se emplea la lengua portuguesa, ya sea para reproducir con mayor verosimilitud situaciones vividas en Brasil, ya sea para ejemplificar el trabajo de poetas brasileos, de los cuales Valera, poco ms tarde, sera uno de los primeros divulgadores en Europa con su pionero estudio De la poesa del Brasil (1855). Son muchos, por consiguiente, los motivos que pueden llevar al lector a aproximarse a las cartas que escribi Valera durante su permanencia en Ro de Janeiro. Pero sera arriesgado buscar en tales pginas un dibujo fiel del Brasil decimonnico. No debemos olvidar que esos textos presentan tendencia fantstica y cmica: tomarlos como tentativa de retrato imparcal sera desconocer lo que en su epistolario afirma el mismo autor. Admirado ante los objetos que se le presentaban en un escenario de opulencia tropical, Valera confiesa la atraccin que sobre l ejerce lo que va contemplando: son objetos nuevos los que sus ojos ven y fascinada la imaginacin los engrandece y ensalza1. Efectivamente, en estas cartas, como en otras pginas de Valera, prevalece una mirada deformadora, como bien advirti el crtico Manuel Bermejo Marcos2. Mirada deformadora, nacida de una aguda percepcin de los ms sutiles aspectos de lo cmico, como se ha dicho. En todas las cosas, hasta en las ms serias, -es el mismo Valera quien as habla- veo yo algo de ridculo y me aflijo sobremanera3.
' Juan Valera, Correspondencia, vol. I: 1847-1861, Leonardo Romero Tobar (org), Madrid, Castalia, 2002, p. 178 (13/2/1852) Edicin aqu citada como JV-C. 2 Manuel Bermejo Marcos, De las inimitables cartas de Don Juan Valera, Serta Philologica F. Lzaro Carreter, 77, Madrid, Ctedra, 1983, p. 132. 3 JV-C, p. 240 (4/8/1853).
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Con ojos fantasiosos y burlescos, pues, encaraba personas y cosas el joven escritor, quien con sinceridad confiesa al amigo Estbanez Caldern: no cuento, por lo general, sino burlas, pudiendo tocar varios puntos graves, y hasta poticos, en honra del Brasil4. Por esto mismo, al estudiar ese perodo de su vida, Jos Landeira Yrago llama la atencin sobre el proceso que va solapando la seriedad de las afirmaciones de Valera, quien atena con un matiz de irona e ingenio cuanto dice negndole ltima seriedad5. Conviene an notar que el Brasil hacia el que se dirige la mirada del autor es un Imperio que insiste en inspirarse en lo europeo. Es el Brasil de los que pretendan reconstituir en los trpicos la vida de las viejas cortes y gobernar segn los dictmenes del Times londinense. Continuar en Amrica las tradiciones de Europa: la monarqua brasilea llevaba as adelante el proyecto de su antecesora, la dinasta portuguesa. Efectivamente, como se sabe, para huir de las invasiones napolenicas, la familia real portuguesa haba cambiado Lisboa por Ro de Janeiro, y transformado la ciudad brasilea, entre 1808 y 1821, en sede del Imperio portugus. La independencia de Brasil, en 1822, rompi la unin poltica con la antigua metrpoli, pero mantuvo los lazos dinsticos: en ambos tronos reinaban prncipes de la casa de Braganza. En seguida nota Valera que el sistema monrquico brasileo est lejos de ser popular: quienes lo sustentan son burcratas y negociantes recin promovidos a aristcratas. Pero tampoco le falta a este sistema una dosis de realismo. La monarqua brasilea se afirmaba como propuesta poltica alternativa y autnoma en un continente donde iba prevaleciendo la gran repblica nortea. Agudamente observa Valera los intentos de predominio norteamericano, y as escribe al Solitario: Yo tambin creo, como Vuestra Merced, que el guila de la Unin ha de tender su vuelo por todo este hemisferio6. La clave para la interpretacin de este fascinante y contradictorio Brasil imperial la encuentra Valera en la misma familia que lo hosped durante casi tres aos. All convivan tradiciones del viejo mundo que tenan que adaptarse a las realidades del nuevo continente. Hablamos de la familia de Don Jos Delavat y Rincn, ministro de Espaa
JV-C, p. 207 (9/3/1853). Jos Landeiro Yrago, El Ro de Janeiro que vivi Don Juan Valera, Revista de Cultura Brasilea, n31, mayo, 1971, p. 102. 6 JV-C, p. 232 (12/7/1853).
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en la corte de Pedro II. Err la casa de Delavat es donde Juan Valera encuentra el punto privilegiado de su mirada deformadora de la sociedad brasilea. Fue all donde el futuro novelista empez a desarrollar la plena capacidad fantstica de su prosa y donde tuvieron inicio las metamorfosis que lo llevaran a crear su imagen literaria del Brasil y de los brasileos. Al contrario de lo que podra parecer a primera vista, la casa de Delavat estaba lejos de ser un ambiente extranjero. De hecho, el ministro serva como diplomtico en Brasil desde tiempos anteriores a la Independencia: Es de notar -dice Valera- que mi jefe hace 35 aos que vive en el Brasil7. En Ro de Janeiro se haba casado con una brasilea de distinguida familia del Imperio: Doa Isabel de Almeida reas, hermana del futuro barn de Ourm, Jos Carlos de Almeida reas, diplomtico y amigo personal del Emperador. En la vida domstica, la lengua usual era la portuguesa. Tanto que, muchos aos ms tarde, ya casado con Dolores, la hija de Delavat, Valera as le escriba desde la corte de Viena: La Archiduquesa Estefana me ha parecido muy bien, y mucho mejor an la Archiduquesa Mara Teresa, que es una Braganza, hija de D. Miguel, y con quien podrs hablar portugus8. No es de extraar que prevaleciera el portugus en la casa del ministro. Don Jos se vea obligado a convivir con los parientes de su mujer, y en lo tocante al uso de la lengua local, como en otras cuestiones, el matrimonio reas no transiga. Recordemos una de las cartas ms sabrosas y burlonas de Valera en la que cuenta la comida que Delavat ofreci a sus suegros. Si la intencin fue buena, desastrosos fueron los resultados. El viejo reas se irrit con lo que le pareca indebida exhibicin de formalidad extranjera en una comida diaria brasilea y exigi, perentoriamente, que cesasen las imposturas. El servicio de mesa se hara con
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la sencillez de siempre, a comenzar por el atuendo de los criados. Estos deberan quitarse el frac, bajo pena de retirada inmediata de los suegros del ministro. Valera no deja de registrar -en buen portugus- las palabras conclusivas de la catilinaria del iracundo husped: "em conseqncia d'isto" -son las palabras textuales- "ou o homem tira a casaca, ou eu vou jantar a minha casa; nao gosto d'imposturas"9.
JV-C,p. 179(13/2/1852). Juan Valera, Cartas a su mujer, ed. De Cyrus DeCoster y Matilde Galera Snchez, Crdoba, Diputacin Provincial, 1989, p. 25, 9 JV-C, p. 196 (12/2/1853).
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49 Los no muchos empleados espaoles de la Legacin seguan las adaptaciones del ministro. Es lo que ocurra con un criado gallego, cuya lengua materna lo invitara a expresarse como los brasileos. Este buen hombre, de ndole ingenua, segn lo describe Valera, daba frecuentes ocasiones a las burlas de todos. En cierta ocasin, en que los esclavos se divirtieron con l, Valera registra el episodio y las palabras del gallego en impecable portugus10. Poco o nada, por tanto, distingua la casa donde viva Valera de otras casas brasileas de mediados del siglo XIX. El jefe de familia haba pasado en Brasil la mayor parte de su vida, y all morira en 1856; su mujer, carioca; la lengua portuguesa, predominante; predominantes hasta los hbitos de sencillez popular brasilea, en favor de los cuales se haba insurgido el viejo reas. Brasilesima la vecindad, hasta en sus modismos a veces importados. Una vecindad que ofrece a Valera las primeras impresiones sobre el carcter del pueblo al que observaba: No puede negarse [...] que los brasileos son muy amigos de la msica y de la poesa. [...] Todas las seoritas cantan [.]. Enfrente vive una de quince aos, y bastante apetitosa, pero que me martiriza de continuo con el furore della tempesta. Otras dos o tres damas igualmente filarmnicas viven en esta calle, y cantan tambin, y un caballerito vecino mo toca la flauta, y los negros albailes de la vuelta no cesan tampoco en la montona solfa a cuyo comps trabajan11. Ntese que las alusiones al furore della tempesta, esto es, a la difusin de la pera italiana en el Ro de entonces, quedan enteramente corroboradas por pginas como las de O Moco Loiro, de Joaquim Manuel de Macedo, o las de A Mao e a Luva, de Machado de Assis, quien denomina esa poca de tempos homricos do teatro lrico12. Pero el Brasil que Valera ms de cerca miraba era el Brasil de los esclavos. De hecho, si en la corte, en los salones elegantes, en los teatros, el joven diplomtico encontraba sobre todo la aristocracia y la burguesa del Imperio, en la casa donde viva, los habitantes eran esclavos en su inmensa mayora. A stos les incumban todos los servicios de la vida cotidiana. La figura de esos hombres y mujeres marc profundamente la memoria del escritor. Ms tarde, su novela de ambientacin brasilea creara un personaje magnfico -Octaviano,
Cfr. JV-C, p. 209 (8/4/1853). " JV-C, p. 180 (13/2/1852). 12 Machado de Assis, A Mao e a Luva, Obra Completa, vol. I, Rio de Janeiro, NovaAguilar, 1986, p. 204.
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hijo de reyes africanos, al que todos respetaban- visiblemente inspirado en un majestuoso esclavo de la casa de Delavat. A partir de esta convivencia diaria, don Juan empieza a interesarse por la cultura de una gente, a la que ms tarde se referir en De la poesa del Brasil como creadora de algunas de las ms altas manifestaciones artsticas del pas: la predisposicin musical innata del pueblo brasileo, en especial de los negros y mulatos. Valera llegaba a Brasil en un momento en que se pona rigurosamente en prctica la prohibicin legal de introducir en el pas nuevos trabajadores esclavos. El movimiento a favor de la abolicin de la esclavitud -que, despus de victorias legislativas parciales, triunfar definitivamente en 1888- ya se prenunciaba con manifestaciones que contestaban abiertamente la manutencin del trabajo servil. Eran an manifestaciones minoritarias y sus representantes estaban mal organizados, como se nota por las observaciones del escritor13. En principio no apoya don Juan el rgimen de esclavos. No slo reconoce la buena intencin de los gobiernos abolicionistas sino que advierte que la esclavitud trae consigo notable inmoralidad para toda clase de personas14. A pesar de ello, en esta correspondencia, la actitud hacia el negro revela en su autor prejuicios entonces generalizados. Son pginas de frecuentes ironas, indicio de su persistente disposicin jocosa de la que nadie escapa, ya sea el emperador de Brasil, ya sean las figuras de su corte, ya sea Delavat y su familia, como se ha visto. Para el escritor, ser esclavo, aunque fuera un mal, poda ser mal menor en el caso de ciertos grupos humanos entregados a tal estado de desamparo que sufriran menos a servicio de los seores que dejados a la ferocidad nativa. Razones econmicas, por otro lado, haran la esclavitud negra conveniente, si no indispensable en Brasil. Entre las razones, el coste y la dificultad de llevar al pas trabajadores europeos, por causa de estos climas abrasadores y la imposibilidad de contar con el trabajo de los indios que, por su ndole indomable, no quieren someterse a la vida laboriosa y sedentaria, y prefieren la muerte15. Valera expone su pensamiento con argumentos y expresiones que hoy causaran aversin. Mas es necesario recordar que, por lo general, su correspondencia revela comprensin de la vida del brasileo negro.
" JV-C, p. 191 (8/9/1852). 14 JV-C, p 209 (8/4/1853). " JV-C, p. 184 (10/3/1852).
51 Don Juan valoriza sobremanera a los africanos de Baha, contraponindolos a otros grupos de esclavos y definindolos como gente hermossima e inteligente16. Da atencin en particular al desarrollo de la literatura negra y a la dificultad de su difusin en el Brasil de entonces: los negros esclavos al no saber leer ni escribir slo oralmente podan conservar los frutos de su imaginacin17. Constatacin que anteriormente haba expresado en las cartas, seguida del comentario: ni los amos consienten en que aprendan18. El inters con que observa a la poblacin negra se manifiesta, tambin, en el registro de sus tradiciones culturales, como las "congadas" (fiestas populares) y la "capoeira", lucha que hoy, en versin menos violenta, sigue muy popular en Brasil como espectculo folclrico y arma defensiva19. En comentarios de las cartas sobre las relaciones entre seores y esclavos es perceptible la desaprobacin de Valera, en varias ocasiones, al trato dado por los brasileos de origen europeo a sus compatriotas de origen africano. El escritor apunta, por ejemplo, la falta de conviccin religiosa de los patrones y sus reflejos en la relacin con los esclavos: A todos los bautizan por ceremonia y costumbre, no por celo religioso20. Y cabe subrayar que a Valera no se le escapa que, adems de la privacin de la libertad, a los esclavos se les someta a una prdida cultural que los despojaba de sus prcticas tradicionales. Vase, por ejemplo, lo que se dice acerca de los nombres clsicos que los seores caprichosamente les iban dando: Sus amos [...] poco dados a los estudios clsicos, les ponen por lo regular los ms pomposos y retumbantes nombres de la historia griega y romana. Y yo conozco ya un Trajano, un Belisario, una Agripina y un Marco Aurelio. Mi jefe me ha hablado de tres o cuatro Lucrecias, de una Aspasia y, lo que es ms extrao, hasta de una Polixena21, Una vez ms, estas palabras coinciden con testimonios de los mismos brasileos. Basta recordar el esclavo Prudencio, de las Memorias Postumas de Brs Cubas, o la esclava Lucrecia del cuento O caso da vara, por citar slo dos ejemplos de Machado de Assis. En fin, impresionaban al joven Valera las malas condiciones sanitarias de la esclavitud. El epistolario se refiere
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Ibidem, p 183. De la poesa del Brasil. Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1958-1961, vol. II, p. 34JV-C, p. 192 (8/9/1852). Ibidem. Ibidem. Ibidem.
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expresamente a un negro engalicado, otro sarnoso, otro con sarcoceles, y hasta una negra con erisipela22. Por tanto, es al tratar de la poblacin negra cuando Juan Valera atena lo deformador de su mirada para tocar varios puntos graves sobre el pueblo brasileo. No se piense, por otro lado, que la simpata y la compasin con que Valera encara el destino de los esclavos africanos hagan de su epistolario, en este particular, un simple registro enteramente serio y realista, donde se abandona su capacidad de ver algo de ridculo y de expresarlo con los artificios literarios presentes en otras pginas. Entre blancos y negros brasileos era frecuente la unin. El grupo numeroso de la poblacin mulata estaba representado en la casa de Delavat por el cochero. As lo describe el epistolario: El cochero es un mulato muy truhn, paseante y enamorado, y toca con tal primor la guitarra, y canta con tanta alma las modinhas y londuns (canciones populares brasileas) que S.E. dice y afirma seriamente que es un bardo, y que con su ctara trae embobados a cuantos tienen la dicha de orle. Todas las mozas del barrio, negras y pardas, andan locas por l23. Se retrata aqu toda la jovialidad popular brasilea. Ese aire festivo o, como decan, patusco, traspasaba muchas de las pginas de novelistas brasileos del siglo XIX, donde la msica, el baile y los amoros, lejos de ser privilegio de las figuras de la corte o de la alta burguesa, constituan el centro de juegos eminentemente populares, como el entrudo, precursor de los carnavales de hoy. Este cochero juerguista acaba por convertirse en eje de una situacin emblemtica de la sociedad brasilea de los tiempos del Imperio, tal como la capta la mirada deformadora de Valera. Para darnos cuenta de que tambin aqu el escritor, junto a sus reflexiones ms serias no se desprende nunca de su mirada burlesca, basta recordar el extraordinario episodio ocurrido con el bardo irreverente. Como sntesis del Brasil nos permitimos una cita que, aunque ms larga, es particularmente brillante. Todo tiene origen en la escapada del esclavo. Durante tres das lo buscan en vano. Es fcil imaginar la indignacin de Delavat con la ausencia de quien lo transportaba a los lugares de compromisos oficiales y particulares. En vano se hicieron indagaciones: el nico indi22 2}
JV-Qp. 179(13/2/1852). JV-C, p. 205-206 (9/3/1853). Todas las citas a seguir pertenecen a la misma carta.
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ci dejado por el bohemio bardo era justamente la guitarra, que haba quedado empeada en una taberna. Las juergas del desaparecido hacan prever tempestad a su regreso. Aunque el patrn fuera de ndole benvola, el mismo bardo haba de imaginar que la prolongada e injustificada ausencia lo pondra otra vez en riesgo de sufrir vergajazos. As que, al regresar, el culpable se hace acompaar de la intercesin de amigos, confesando humildemente los deslices y suplicando el perdn. La tctica, al menos en un primer momento, se muestra insuficiente para aplacar la clera del amo. La maana en que vuelve el bardo empieza con tamao alarido que don Juan se despierta asustado. Se levanta y presencia una escena inolvidable. l la describe con minuciosidad, no sin antes advertir una vez ms que la descripcin presta rasgos de comicidad fantstica a un episodio real: Me levant y vest apresurado y sub a ver lo que era; y, por fortuna ma, llegu a tiempo de ver la ms extraordinaria escena que pueda imaginar el ms fecundo y chistoso ingenio del mundo. Ojal supiera yo, con el mezquino y seco ingenio mo, pintarla y encarecerla en el corto espacio que esta carta me deja. Con la advertencia que se acaba de hacer, aproximmonos a la escena, donde, en primer plano, asoma la figura heroica y cmica de Don Jos Delavat, sentado con aires de magistrado a punto de dictar sentencia: D. Jos estaba sentado en un como trono, pues aunque era silla, por la gran prosopopeya y gravedad con que D. Jos la ocupaba, cualquiera a tomara por trono, y aun de ios ms autorizados y legtimos. No faltan al tribunal los asesores. Uno de eos, el criado gailego, parece investido de funcin de legitimar, como tribuno de la plebe, la sentencia condenatoria y de colaborar en el castigo que ser infligido a su representado. Otro, el polica que haba prendido al fugitivo, sera, al mismo tiempo, testigo de acusacin y ejecutor de la sentencia: A un lado y a otro se parecan el criado gallego, y un pedestre (hombre de la polica o esbirro), ambos con sendos bastones en as manos. A los pies del juez, el acusado, sus intercesores e intercesoras, las mozas...que andan locas por l, llorosos y contritos, suplican misericordia. En las palabras del epistolario, delante de D. Jos, de rodillas, y casi con el rostro contra el suelo en actitud de quien pide perdn, yacan postrados el bardo, cuatro o cinco negros, unos grandes y otros chicos, pero todos feos y asquerosos, una mulata joven y dos
54 negras sus compaeras. Esta gente, arrepentida y contrita, lloraba, gema, aullaba y peda a D. Jos proteccin y amnista general. El conjunto de esos intercesores formaba lo que llamaban coito, o lo que hoy a veces llamaran lobby, con el propsito de evitar que el acusado terminara apaleado y detrs de las rejas. Dice Valera: Al principio no comprend yo bien lo que significaba toda aquella barahnda, pero poco a poco vine a entenderla y supe que la reunin de los afligidos y echados por tierra compona lo que llaman aqu un coito, y que el coito entero y verdadero suplicaba a D. Jos que no los denunciase, porque iran sin falta a la casa de correccin donde les daran unas cuantas docenas de vergajazos diarios. Se entra as en crescendo de cmica solemnidad. A pesar del enfado del patrn (que recurre, en medio a la perplejidad, a expresiones de su desusada lengua materna), el desenlace de la escapada ser la reconciliacin general: Estaba D. Jos amoscado y severo, porque le haban escondido tres das consecutivos a su bardo en el seno del coito, que no estuvo ms Joas en el de la ballena; y sobre este tema y argumento enjaret un discurso nada breve, en lengua mixta y todo l empedrado de qu s yo, y de naranjas chinas, que ya no las soltaba haca tiempo. Los suplicantes le oyeron silenciosos y compungidos, y como D. Jos es bondadoso de suyo, acabaron con l que los perdonase y absolviese. Es un momento magistral de la correspondencia de Valera. Ms all del intrnseco valor literario, esta pgina abre perspectivas de interpretacin sinttica de la sociedad del Brasil imperial. Sociedad donde hay un trono de los ms autorizados y legtimos, respetado por un pequeo grupo de trabajadores autnomos (los criados y la polica) y efectivamente sustentado por la masa de trabajo esclavo, la cual, a su vez, recibe un tratamiento ms bien paternalista. Con estos elementos, lo que podra presentarse como tragedia acaba convirtindose en una escena de opereta. Son rasgos que parecen resumir importantes caractersticas de la sociedad imperial brasilea, capaz de soluciones pacficas de conflictos potencialmente cruentos, pero inclinada a menudo a compromisos y as retrasar cambios en su estructura profunda. Sea como fuere, hay que tomar estas cartas, como anteriormente se deca, con las cautelas de quien lee un texto que no cuenta por lo general sino burlas. Podemos, pues, concluir estas notas resaltando una vez ms que en Brasil es donde Valera descubre todo su talento como escritor en prosa
55 y, particularmente, como escritor jovial. Es tambin en Brasil donde l empieza a desarrollar su visin crtica del mundo de su tiempo. Una visin que presiente cambios polticos y sociales, como los que advendran del predominio continental norteamericano, de los movimientos de emancipacin de la poblacin esclava y de su futuro papel de primer orden en la cultura brasilea. Este magistral epistolario se presenta, por tanto, fundamental para quienes quieran comprender uno de los momentos decisivos de la trayectoria humana y literaria de don Juan Valera.
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Monumento a Don Juan Valera, en el parque de Cabra, obra del escultor egabrense Antonio Maz Castro
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Christopher Middleton
A fin de recapturar la realidad potica en un mundo tambaleante, acaso debamos revisar, una vez ms, la idea del poema como expresin de los contenidos de una subjetividad. Algunos poemas, al menos, y algunos tipos de lenguaje potico, constituyen estructuras de una especie singularmente radiante, donde la expresin de uno mismo ha sufrido un profundo cambio de funcin. Experimentamos tales estructuras, si no como revelaciones del ser, s como aperturas hacia el ser. Las experimentamos como no experimentamos ninguna otra cosa. Sin embargo, decimos que un texto potico no es tal o cual cosa ah afuera. Decimos que un texto, en tanto que objeto virtual, no es algo real, que ni siquiera es un objeto. O decimos que este o aquel texto hace de nterfaz entre las cosas y las personas, pero que su estatus ontolgico est al cuidado del destinatario, que a su vez es itinerante y annimo. Consideremos el problema desde este ngulo: No ser que estamos olvidando, en primer lugar, lo que algo es en tanto que artefacto, y en segundo lugar lo que significa? Puede que nos estemos olvidando, en concreto, de las virtudes intrnsecas de los artefactos preindustriales, no slo de aquellos que tenan de manera explcita un valor sagrado. Encajes, iconos, vidrio soplado, monedas griegas acuadas a mano, fbulas, figurillas, libros antiguos, pinturas, carretas, colchas y arados...: estos objetos manufacturados son reales, se volvan reales, cuando eran avivados por corrientes de energa formalizada y el deseo cristalizaba al viajar de la imaginacin a unas manos expertas, pasando por la preciada materia prima, y luego vuelta a empezar en un circuito incesante. Algunos artefactos se cargaban de un espritu que, como en las mscaras Kwakiutl, quedaba formalizado cuando la habilidad del artfice lo diriga, como un rayo, y lo haca cristalizar en objetos socialmente significativos que iluminaban el contexto espaciotemporal del artfice y su tribu. Este artfice no est confesando nada, no est imponiendo sus propias compulsiones subjetivas, no cataloga
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impresiones, no deduce un edicto de una ancdota. No hay nada aleatorio que no quede absorbido en la estructura del artefacto. El artfice modela en el objeto un saber grupa que habla por s mismo. Esta es al menos una forma de ver, hoy en da, ciertos objetos y prcticas ajenos a nosotros, ms antiguos que nosotros. Puede que condenemos tales prcticas como fetichistas. Rara vez, con todo, reconocemos el aguado fetichismo, o la idolatra, con que rendimos culto a coches, lavadoras, mecheros, todo nuestro brillante arsenal de productos y comodidades tecnifcadas. Aquellas prcticas antiguas estaban informadas por una vigorosa e incluso feroz concepcin animista de los materiales primigenios (madera, jade, bronces), con los que la gente se relacionaba como antes se haban relacionado con los animales y con los dioses en los animales. Este animismo puede no haber sido siempre lcido. Pero al menos tena la inventiva suficiente como para proporcionar sabidura a travs del conducto de los materiales, algo que an puede verse en las viejas catedrales. Nuestras prcticas, desde luego, son menos activas. Convertimos productos en fetiches partiendo de una indiferencia bostezante -o una cerrada hostilidadhacia un mundo de objetos que confunden la percepcin y multiplican los signos de nuestra alienacin. Peor an: enfrentados a ese mundo aborrecible, molestos por su causa, todo deja de importarnos. El impulso del beneficio, mellado por una carga impositiva alta, provoca que apenas disfrutemos al implicarnos en cuerpo y alma en aquello que hacemos para la venta o incluso para nuestro propio consumo. Una diminuta fraccin de este mundo msico, aqu y all, sigue encontrando cierta gratificacin en la manufactura de objetos perfectos en el tiempo de ocio que compra con el dinero del tiempo de trabajo. El trabajo artesanal vuelve a ponerse de moda, s, y hasta en los Estados Unidos crece un cierto gusto por la cocina. Pero las grandes lneas de produccin mantienen estos cambios en la periferia, destinados a una lite. Para el resto: plstico y apata, una siniestra pareja de gemelos. Plastix y Apata: gemelos croque-morts que rellenan el cadver disecado de la civilizacin occidental. Las viejas prcticas animistas, la vieja concepcin de las cosas, cubran un amplio abanico de significacin vital: de la brujera a Rilke, de la profeca al mbito de la indumentaria, desde los barcos vikingos a los ms delicados retratos en miniatura que se popularizaron en Francia y Alemania a fines del dieciocho. El artefacto como icono: si uno viva en ese mundo, el icono contena de hecho la sustancia anmica de
61 la persona retratada. El retrato no tena un carcter descriptivo ni era un derivado. Era una presentacin, inmediata y precisa, del ser invocado de manera resonante por la imagen y almacenado en la imagen. Esto era ms que simple idolatra. Gracias a la imagen, el observador se libraba de caer en ciertas trampas en su circuito de respuesta al mundo, trampas que en nuestro caso detienen el crecimiento por dos motivos. Uno es la opacidad, compuesta de miedo y hbito, que reprime y embota la subjetividad. El otro es el sentimiento de imposibilidad (nohow) que lica la subjetividad. No es extrao, pues, que a lo largo de la dcada de 1840 miles de norteamericanos corrieran a los estudios de daguerrotipos con la esperanza de lograr una estructura, una identidad, en forma de imagen detallada y perfecta. Debo desviarme de este marco de referencias para acercarme a otra cuestin. Puede que sea imposible reconstruir la realidad casi mgica de un mundo ms antiguo, la textura de sus creencias. Pero podemos hacerlo de forma conjetural, en este caso, preguntndonos cmo se comportaban los artefactos, o cmo se pensaba que se desplegaban y alcanzaban las fronteras espaciales, tanto fsicas como sociales, que los definan. Primero esbozar una conjetura, luego trazar correspondencias entre esa relacin tctil (artefacto/medio ambiente) y los poemas experimentados como aperturas hacia espacios, o lugares, especficos. Artefacto y medio ambiente: un ejemplo dramtico es la proa del barco vikingo de Oseberg. La foto que tengo delante mientras escribo muestra una pieza de madera curvada, tallada minuciosamente, que surge de manera majestuosa de entre las rocas y el fango que enterraron el barco durante once siglos. Dispuestas en capas descendentes detrs de la curva de madera tallada, y aseguradas por clavijas de madera, hay ocho planchas, relativamente esbeltas, que conforman la seccin delantera del casco; su curva sigue la curva de la proa, ascendente y afilada como un hacha. Luego viene otra plancha curvada, como si se quisiera hacer hincapi en a significacin de la plancha de proa. El borde de ataque de esta ltima plancha es tan ancho como una caja de cerillas de cocina. Es liso y en paralelo a l corre otra pieza desprovista de adornos, el borde de salida. En el interior de este marco se hallan las figuras talladas. Las figuras tienen carcter de bajorrelieve: ondas y entrelazamientos, diseos dragontinos. En lo que ha sobrevivido de la plancha de proa se pueden contar hasta siete reas principales, todas ellas entrelazadas y entrecruzadas. La plancha de refuerzo situada en la parte ante-
62 rior, ocho planchas ms atrs, tiene una configuracin similar pero no idntica de garras, tendones, ligamentos como astillas y otras reas corporales que evocan la apariencia de un dragn, y que comparecen de nuevo entrelazadas. Esta figuracin no tiene carcter representacional. Su naturaleza es otra, pero cul? Las reas corporales aparecen sombreadas, rayadas, con estriaciones menos profundas que el contorno de las garras: pequeos rectngulos elevados, como los rectngulos cncavos (encajonados) de un wqffle o un barquillo: escamas de dragn, si es que tal era el motivo. Pero la intrincada ornamentacin no borra en ningn momento la naturaleza leosa de la madera. La fibra y las vetas son bien visibles. La talla no debilita en ningn momento la madera. Se comprende ahora lo que quieren decir los etimlogos cuando hacen derivar la palabra cosmtica de cosmos. Virt esencial hecha explcita en una forma palpable y acentuada. Los expertos afirman que los dragones, cuyas garras apuntan invariablemente hacia el mar, tenan por funcin proteger a los remeros de los espritus malignos. Yo ira ms lejos. Los dragones son espuma marina cristalizada en formas de animales (mticos). Son formalizadones animales de la espuma marina que rompe contra la proa o yace fugazmente sobre la superficie del ocano. Al mismo tiempo, los dragones no deforman en modo alguno la madera. Estn ejecutados directamente a partir de la madera y de sus vetas. El artesano tall las protoformas de la sustancia marina en la madera, pues de este modo, pensaba, incluso si son retratadas como dragones, estas protoformas, para las que la madera es su elemento natural, saben tambin cmo lidiar con el mar, ya que estn hechas de mar, sin dejar por ello de compartir la vida de la madera. La nave estaba protegida y era guiada por protoformas marinas talladas -a manera de smbolos- en la madera cuya forma de hacha afilada se abra paso por la materia salada del mar. Los smbolos operaban una sustitucin mgica. El sustituto, en tanto que smbolo, participa comunicativamente de la vida bruta, el mar, de la que es extrado. A causa de esta participacin comunicativa, y porque conoce su doble origen, el dragn de madera sabe cmo aferrar el mar, lidiar con l, desviar sus asaltos y evitar que le haga trizas. As es cmo el tallador de la madera serva a sus congneres, con manos capaces. De otro modo, los enormes msculos de las espaldas y los brazos de los remeros se habran revelado intiles. Necesitaban las manos delicadas e incisivas del tallador, necesitaban su informacin, y necesitaban que
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63 los dragones les ayudaran, a fin de anticipar y dispersar los horrores del mar. La talla que efecta esta sustitucin mgica no slo ene un papel de guardin (es decir, pasivo, capaz de prevenir la mala fortuna). Tiene tambin un papel transitivo. La talla opera en y sobre el mar, corta en el mar la forma del viaje humano. Por ltimo, la talla es un modelo de orden, de buena energa bien ordenada. Significaba -incluso si no siempre lo consegua- una conquista frente al azar. En virtud de su accin transitiva, este modelo daba sentido al azaroso mar. Para los msculos de los remeros era una seal orientadora entre las mltiples corrientes amenazantes, la henchida y laberntica red de altas tensiones entre el orden y el caos, la nave y el ocano. Cuando se piensa en artificios de este tipo -el sistema de la proa no existe de manera aislada, como tampoco debemos perder de vista las implicaciones sociales que tiene para nosotros-, se comienza a tener dudas sobre los poemas que se adecan al guin de la expresin subjetiva; dudas, asimismo, sobre los poemas anecdticos o confesionales, los poemas que catalogan impresiones por adicin, etctera. Hablo de dudas, pero la clave que nos da el valor de cualquier texto es la naturaleza (cualidad) de la escritura; as que tal vez he dado un largo rodeo para admitir una distincin obvia. sta sera la distincin entre dos clases de texto, el configura! y el confesional. Ambos son dignos de suscitar un slido juicio esttico. S mis dudas tienen algn fundamento, es porque el modo (ms o menos) confesional es ms capaz de generar una escritura laxa, complaciente y arbitraria, y tambin porque da cabida a la impostura, a la falsificacin. Los guiones para la expresin del yo no se reducen a un conjunto de frmulas, ni mucho menos. La fuerza liberadora de la poesa, tal como la conocemos hoy, proviene en gran medida de las expresiones volcnicas del pasado reciente. De Whitman a Artaud hemos tenido de todo: crisis en los intestinos, la psique y la voz, sentimiento ocenico, democracia, invencin elaborada de los interiores humanos, sin excluir la angustia del ano de Artaud. El gran cacareo confesional, en su extremo ms intenso, puede mostrar de qu temeraria y salvaje materia est hecho el individuo creativo, Pero ios poetas artfices, a diferencia de los desenvolvedores de intestinos o los excavadores de la nada, estn conectados a lugares histricos. Estn conectados de raz y de manera transparente a lugares especficos, escenarios slidos. Me pregunto si su percepcin de habitar un eje espaciotemporal
64 concreto presupone una imaginacin afn a la del tallador de la proa vikinga. Propercio, Musil, Lorca, Kafka, Baudelaire, Mandelstam, Balzac, Fontane, Joyce, Morike, Proust, Leopardi, Pndaro, y en la actualidad Ladislas Nowak en Trebic, o Fritzi Mayrocker en su cuarto de Zentagasse, no son sino escritores de milieu. Todos forcejean respetuosamente con la arbitrariedad. Sus ciudades, paisajes y cuartos no son literales al modo de una fotografa. Sus escritos no son nunca un reportaje frontal sobre localidades aparentes, sino creaciones formales que albergan e irradian espacio potico. Se puede reconocer, sin duda, un eje espaciotemporal concreto (un mundo de apariencias) en las palabras y en la imaginacin que tales palabras encarnan. Pero esta encarnacin incluye un instante crucial de cambio. Ya nada es neutral, todo es trascendido y animado por los ritmos de una visin formal nica que descansa en una sensibilidad original. (Hay muchas mujeres en este grupo de escritores; su vido y rico sentido del espacio est, curiosamente, menos contaminado por el artificio.) La Suabia de Mrike, la Roma de Propercio, la Vaucluse de Rene Char, todas ellas son estructuras -o debiera decir estructuraciones- que se vinculan de manera transitiva con el mundo externo y accidental cuya forma albergan. As pues, experimentamos tales lugares como mundo, como cosmos, tan pronto los hemos experimentado en estas formas de palabras. Las formas lxicas inaugurales se distinguen netamente de la expresin en su sentido habitual; su naturaleza es vocal, pero no se trata de pensamientos/emociones vociferados de manera arbitraria. Nos ponen casi en contacto perceptivo con el ser; casi percibimos, en su organizacin, al ser como la forma ms sutil e ntegra. No importa gran cosa si el punto de contacto es una alcantarilla o una fuente, un velero o un cerdo en el aire, como dijo Byron. Tal vez el lugar real, en toda su densa variedad psquica, sea en ltima instancia un foco para la creacin de una visin: una visin del ser como una estructuracin enigmtica y honda, una estructuracin llena de conflictos pero penetrante. Llegado a este punto, siento que el acadmico que hay en m pugna por hacerse or. Sin embargo, si doy importancia a la estructura como un suceso lingstico radical, sin considero que ciertas estructuraciones implican la existencia de magia, no estoy proponiendo que hagamos de la estructura algo conspicuo o exclusivo. Nada de frigidez neoparnasiana. Cualquier forma de purismo doctrinario me repele, incluso si la
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practica Gerhard Rhm. Admiro a algunos poetas franceses que estn trabajando con inteligencia para desarreglar la sintaxis, que tienen una fina percepcin de la fragmentacin y que liberan al texto de emociones aleatorias. Pero manten alejada, me digo, la atractiva idea de una poesa no discursiva y tras-reflexiva que, al tiempo que presenta una experiencia lrica compleja, se define como desvelamiento del ser. Mantena alejada, en parte porque esta idea se presta a ser manipulada por la jerga acadmica, en parte porque cualquier esfuerzo consciente por escribir de este modo resulta en ser esoterismo a la vez vaco y decoroso. Todo lo que he tratado de hacer en estas notas es proponer, como posible modelo potico, el artefacto antiguo, til y significativo. Ello me sita del lado del lenguaje figurativo, como una forma, puesta a prueba por el tiempo, de acceder a la verdad en una existencia finita y, ms an, como un habla que relata el impacto del mundo sobre el cuerpo. La figuracin abre un acceso -a la verdad y a la muerte- que cabe llamar fisonmico, pues no prescinde de la emocin y la aleatoriedad sino que las admite, con el coste en dolor que sea necesario, en una condicin purificada y necesaria. Purificada y dinmica: es la estructura en evolucin la que, al tiempo que uno da vida a su artefacto, examina y templa esta o aquella emocin, esta o aquella partcula aleatoria. Este proceso de examen y templanza es et que a la larga convierte el texto en algo radiante, poismico, y lo redime salvndolo de caer en los modos chatos del anecdotario confesional o la catalogacin impresionista. Resulta comprensible que en la Bundesrepublik haya poetas jvenes que tengan a la imaginacin, fuente de las figuras, bajo sospecha (o bajo arresto?), a causa de sus errticos vuelos tonales y su apariencia engaosa. Resulta igualmente comprensible, aunque bastante menos a mis ojos, que en Inglaterra haya poetas jvenes y otros que han dejado de serlo que consideren la imaginacin igual que sus antecesores consideraban el sexo como un alivio ocasional, y ello slo si te hace sentir mejor. La imaginacin, precisamente porque es engaosa y daemnica, precisa del artificio, necesita la presin del oficio, el placer de la habilidad artstica, como contrapunto dialctico. Tambin se puede practicar, como un juego de controles alternativo, la crtica de la imaginacin sugerida por Wen I, el maestro Ch'an (Zen) del siglo X: Todas las apariencias carecen de esencia y todos los nombres surgen de aquello que no est en ningn sitio.
66 As pues, el mundo se tambalea y t an haces todo lo posible por construir la proa que d sentido al mundo, con todos los tiempos de tu vida y la de tus congneres empujando la nave a la que gua y protege. Deja, en cambio, que la subjetividad tenga va libre en una poesa de pnico y delirio eglatra, y el mundo animado y voltil, la forma figurada como apertura hacia el ser, con toda seguridad se har trizas. Traduccin y nota de Jordi Doce
Christopher Middleton (Truro, 1926) es una de las figuras centrales de la poesa britnica contempornea, aunque su larga estada en Texas, en cuya universidad ha sido catedrtico de literatura moderna durante ms de un cuarto de siglo, ha desdibujado un tanto su perfil en su pas natal. Fino ensayista y traductor de poesa alemana y francesa, entre su extensa y variada obra cabe destacar los siguientes libros: Torse 3 (1962), Nonsequences (1965), Od Flowers & Nice Bones (1969), Carminalenia (1980), Serpentine (1985) y Two Horse Wagn Going By (1986). El presente ensayo, fechado originalmente en 1978, est tomado de a antologa Seleced Writings. A Reader, Paladn Books, Glasgow, 1990, pp. 283-289.
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Carlos Barbchano
Una buena parte de los escasos comentaristas e investigadores que se han ocupado de este asunto recientemente abundan en el hecho de que no hay una literatura del Desastre. Dnde est, si no, la novela de la guerra de Cuba?, dnde el drama colonial, la epopeya de los combates o, tan siquiera, la lrica nostalgia de las perdidas bellezas caribeas?, se pregunta Carlos Serrano en su estudio Conciencia de la crisis, conciencias en crisis, publicado el mismo ao del centenario en la panormica Ms se perdi en Cuba. Espaa, 1898 y la crisis de fin de siglo1. Por su parte, Francisco Martnez Carbajo, editor de una de las pocas novelas ambientadas en la guerra hispanocubana, El separatista, de Eduardo Lpez Bago, constata al inicio de su estudio preliminar: Han transcurrido cien aos de la desaparicin del dominio espaol en tierras americanas y an permanece viva la memoria de este desencuentro. Sin embargo, un hecho de tan indudable trascendencia no ha merecido por parte de la narrativa de la poca la atencin suscitada por otros acontecimientos de naturaleza pica semejante2. Esa es la tnica que podemos encontrar en muchos de los trabajos aparecidos al hilo del ltimo centenario. El traumtico final de la guerra de Cuba es abundantemente tratado en los medios de comunicacin de la poca, incluso en la literatura popular, encarnada en el Cancionero del 983 y en las zarzuelas de la poca, muy especialmente en Cdiz y Gigantes y cabezudos. Poco rastro podemos, sin embargo, hallar del mismo en la literatura espaola de autor y, desde luego, su reflejo literario no resiste comparacin alguna con la guerra de Marruecos y no digamos ya con la guerra incivil, por decirlo unamuEdicin de Juan Pan-Montojo. Alianza Editorial, Madrid, 1998, pg. 335. ELP: El separatista Ed. de Francisco Gutirrez Carbajo. Clsicos Castalia, Madrid, 1997, p. 7. 3 EDICUSA, Madrid, 1974. redicin.
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68 ruanamente, fuente inagotable de inspiracin de numerosas obras artsticas y literarias dentro y fuera de Espaa. Antes de entrar en lo que significa la crisis del 98 para los escritores de la Restauracin, cuya generacin -no conviene olvidarlo- ejerca el poder en aquellos momentos, y para los regeneracionistas y modernistas -parte de ellos llamados despus noventayochistas por Azorn-, conviene aclarar que lo que para una buena parte de ellos constituye el Desastre, materializado en la prdida de las colonias ultramarinas y muy particularmente de Cuba, para otros supone un renacimiento, una suerte de borrn y cuenta nueva. Para stos las colonias eran ya un pesado lastre del que Espaa se deba liberar, una fuente de gastos y desgastes ms que de ingresos y satisfacciones. Leopoldo Alas, Clarn, probablemente el crtico poltico-literario ms tenido en cuenta a finales de siglo, dice en uno de sus paliques, a propsito del entonces ampuloso IV Centenario de la llegada de Coln a Amrica: Coln dio un mundo a Espaa? Bueno; pues devolvdselo. Justamente Clarn va a ser uno de los pocos escritores espaoles que, desde la tribuna de prensa, ms va a luchar en la ltima fase del conflicto hispanocubano por la autonoma de la isla, que de haber sido ofrecida en su momento -nos recuerda- tantas prdidas humanas y sufrimientos hubiera evitado. Suya ser la famosa frase de Cuba es Espaa escrita en los momentos en que la Espaa de San Quintn y Lepanto proclamaba a los cuatro vientos que Cuba era de Espaa4. Partidario al principio de la autonoma y despus de la emancipacin, Francisco Pi y Margall es otra de las pocas voces que reconocen ios derechos de los patriotas cubanos al proclamar que Cuba es hermana y no sierva. En junio de 1894 propone la autonoma de las colonias, a par de las regiones de la pennsula. Primero en El Nuevo Rgimen y luego en las pginas del semanario satrico ilustrado Don Quijote, Pi y Margall defender a lo largo de la dcada de los noventa la razn de los combatientes cubanos, recordando a los espaoles que ellos tambin pelearon por su independencia: Nacin alguna -nos seala- tiene derecho a ocupar territorios que otros hombres pueblen, como stos no se lo consientan. Y tras evocar las luchas de los habitantes de la Pennsula contra los romanos y los rabes -tan espaoles
Los artculos de Clarn referentes a la guerra de Cuba pueden encontrarse en la edicin de Yvan de Lissorgues Clarn poltico, prlogo de Gonzalo Sobejano, editorial Lumen, Barcelona, 1989, 2 vals.
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69 como nosotros-, se pregunta: Es justo que califiquemos ahora de bandoleros a los que contra nosotros se alzan por su independencia? Por unos mismos hechos y por una misma causa, han de ser calificados all de bandidos os que aqu calificamos de hroes?. Estas preguntas tan atinadas pertenecen a su extraordinario artculo Cuba, publicado en Don Quijote en julio del 95. Un ao despus, en septiembre del 96, recuerda que Espaa quera civilizar a Amrica cuando antes debe civilizarse ella restableciendo la justicia. Y difcilmente puede otorgarse semejante papel a un pas en el que prevalecen el caciquismo, la miseria, la explotacin y la injusticia, prosigue el escritor cataln en 1897. Cuando, asesinado Cnovas, se proponga tarde y mal una solucin autonmica a los insurrectos, Pi y Margall replicar en enero del 98 en el semanario El Nuevo Rgimen: Los insurrectos de Cuba no aceptan la autonoma que les ofrecemos: as las cosas, opino que debemos resignarnos a perder la isla. Como sealan Antonio Elorza y Helena Hernndez en su oportuno libro La guerra de Cuba (1895-1898): A partir de ese momento, todos sus esfuerzos se concentrarn en conjurar el peligro de guerra con Estados Unidos. El 16 de abril del 98 concluira en la misma tribuna: Hoy como ayer opinamos que a todo trance hay que evitarla y ms tarde slo quedar exigir la paz cuanto antes y recordar las responsabilidades de la prensa infame que alent el belicismo5. Esa prensa infame se vende igualmente en Madrid o en Nueva York, y con similar xito. La manipulacin de los hechos de la guerra es tan vergonzosa en un lugar como en el otro. Romero Robledo y Hearst se dan realmente la mano. Los cerdos yanquis contra el dorado len que sostiene el escudo de Espaa. O el guila del nuevo imperio contra los miserables enanos espaoles. Frente a la racionalidad y la buena conciencia histrica de Pi y Margall y de Leopoldo Alas que representan la Espaa progresista y liberal, el pensamiento de la mayora conservadora, simbolizado en la poltica de gastar hasta la ltima peseta en una guerra sin cuartel y sin fin, encuentra su lrico cantor en Menndez Pelayo: Cuba, vergel florido, regado por sangre de la patria, que para los hijos ingratos ha tenido siempre blando y amoroso perdn, no puede dejar de ser espaola, porque es la joya ms preciada de la corona de Castilla, y antes que dejarla perder habra de deshacer la patria entera, y sobre nuestro rico
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suelo no quedar un solo hombre capaz de empuar un arma de combate, proclama don Marcelino en su artculo Cuba, aparecido curiosamente en el mismo semanario Don Quijote un ao despus, en mayo del 96, de que apareciera bajo ese mismo ttulo el artculo de Pi y Margall. Lirismo y calenturas patriticas al margen, el ilustre fillogo razona a su manera: Las colonias pueden emanciparse y se emancipan cuando de la Metrpoli les separan condiciones tnicas y filolgicas, cuando la raza indgena se ha mantenido pura y sin mezcla, cuando el territorio ocupado constituye un objeto de comercio. Mas lo que no es posible, es que de la patria se separe una provincia por la infamia de esos insensatos bandidos, que no tienen siquiera el valor de sus robos y asesinatos y que encubren en sus hazaas de presidiarios en libertad al amparo de una idea poltica6. Sera interesante contrastar esas dos Cubas entrevistas por Menndez Pelayo y Pi y Margall para comprobar la insalvable distancia que ya a finales del siglo XIX exista entre la Espaa renovadora y liberal y la Espaa tradicional y conservadora, distancia que propiciara el enfrentamiento incivil -tan preclaramente anunciado por Antonio Machado- entre los espaoles de ambos signos en 1936. Conforme la guerra avanza hacia su trmino, las voces del militarismo a ultranza, del honor nacional ofendido, van adquiriendo ms resonancia. Incluso el republicanismo populista espaol, encarnado por el joven Blasco Ibez, se manifiesta contra los Estados Unidos en nombre del honor nacional. El mismo que escribiera en un mundo tan bello, los hombres consideran la ms digna y honrosa de las profesiones hacerse polvo a caonazos por cuatro pedazos de tierra, Vicente Blasco Ibez, llegar a criticar al general Weyler por su exceso de escrpulos en la poltica de represin. Como espaoles -declara en agosto del 96-, protestaramos con toda el alma si se permitiera terminar la guerra de Cuba de un modo deshonroso para Espaa, o se quisiera abandonar la isla, que todos los espaoles tenemos la obligacin de defender como una parcela de nuestra historia7. Dos aos despus el enfrentamiento con los Estados Unidos era ya inevitable por ambas partes. La ceguera del populista reaccionarismo deslizaba, adems, perlas como sta, publicada en Pueblo en mayo de 1898: Somos el pueblo ms viril de Europa, y de Amrica, y de todo el
Fin de siglo: Modernismo, 98 y bohemia, ed. de Iris Zavala. Col. Los suplementos, EDICUSA, Madrid, 1974. 7 Vide nota 6.
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mundo, y es vergenza que nos dejemos gobernar por eunucos, en clara alusin al gobierno de Sagasta y al desesperado intento de Moret por dar a destiempo autonoma a !a isla. En vspera de la derrota se leen en la prensa madrilea versos tales como: Tienen los yankees orgullo/ y tambin tienen millones,/ jmas no tienen una cosa/ que tienen los espaoles!8. Ese machismo ultranacionalista y los intereses de clase llevaran a la isla el mayor ejrcito que jams atraves el Atlntico, un ejrcito condenado a la enfermedad, el aniquilamiento y la derrota. A lo largo de 1898, en medio de un clima dominado por un nacionalismo trasnochado, pocas voces se sumaran a las justas denuncias de Clarn y Pi y Margall. Una de aquellas escasas voces propias fue la del periodista poltico Luis Bonafoux, paradjicamente encarnizado enemigo literario de Clarn. Maestro en el arte del panfleto o la diatriba, Bonafoux muestra, sin embargo, singular nobleza y lucidez ante los acontecimientos del desastre, condenando, a partes iguales, el mal gobierno de Espaa y el ambicioso expansionismo norteamericano. Tiene la valenta de calificar de asesinato la muerte de Rizal, el hroe filipino. Aludiendo al problema de Cuba, escribe: En la cuestin hispano-norteamericana hay dos cuestiones: la de Cuba y la de los Estados Unidos. Cuba humillada, explotada y escarnecida, antes y despus de la paz de Zanjn, tuvo razn en pedir con las armas en la mano el derecho a la existencia; y aunque vivo de mi pluma, y mi pluma es a de la prensa espaola, defend aquel derecho en los peridicos de Madrid, no como insurrecto cosmopolita; y no slo por el bien de Cuba, sino, as mismo, por el bien de Espaa y ms an que por Espaa y Cuba, por el derecho y la justicia. Cuba tuvo razn en protestar contra los gobiernos de la Metrpoli, como lo tendran, en su caso, Soria, Catalua, Andaluca, e t c . ; y claro est, que concediendo a estas provincias el derecho a pedir a tiro limpio el mejoramiento de su estado social, hay que concedrselo tambin a la isla de Cuba9. Los grandes escritores de la Restauracin, exceptuando a Clarn, callan ante la prdida de Cuba. Valera, en el prlogo a su Morsamor, propone regresar a las esencias del Siglo de Oro. Galds termin la ltima serie de sus Episodios Nacionales con Cnovas, sin llegar a tocar directamente el tema antillano, aunque Amrica como
* Vide nota 1, p. 336. 9 Introduccin a Cancionero del 98, p. IX.
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horizonte est presente en la trayectoria de varios de sus hroes novelescos. Parece haber en esa generacin una especie de sentimiento de fracaso, de desazn, ante unos hechos muy dolorosos, que la lleva por lo general al silencio. Por el contrario, dos cuentos sumamente significativos, El Rana, de Leopoldo Alas, y Poema humilde, de Emilia Pardo Bazn, reflejan, de manera pattica y desesperanzada, el reflejo que el Desastre dej en los escritores mayores de esa generacin. La guerra de Cuba y su prdida s atrae el inters novelstico de una serie de escritores realistas y naturalistas, ms o menos menores, como seala Antonio Prieto en su trabajo El testimonio de Cuba en la narrativa, que se conducen testimonialmente dentro de un cauce tangencial a las memorias10. En el terreno de la lrica, y frente al dudoso gusto del mencionado Romancero del 98, aparecen tres grandes cantos que representan otros tantos momentos clave de este periodo: Els adus (1896), Oda a Espaa (1898) y Cant del retorn (1899), y, como indica en su ltimo libro Manuel Moreno Fraginals11, evocan los doscientos mil soldados enviados a la lucha, la quiebra de la vieja retrica del honor patrio, la intil sangre derramada y el regreso desesperanzado a Espaa de los que conservaron su vida. Unamuno reconocera en 1899 que los cantos de Maragall eran, en el plano lrico, la notable excepcin a un silencio que denotaba una suerte de muerte cultural colectiva12. El Rana, combatiente en la guerra de los diez aos, en la otra guerra de Cuba, nos dice en su relato Clarn, es ahora el borracho ms popular de su pueblo. Voluntario del heroico batalln de la Pursima, anarquista etlico, albail dimisionario, no admita broma alguna en lo tocante a su herosmo ultramarino. Una fra maana de diciembre el Rana acude a la estacin para despedir a un grupo de parias, voluntarios que embarcaran en La Corua con destino a Cuba. Una semana antes la ciudad entera haba despedido con todos los honores a un batalln de infantera, camino de la guerra. Pero ahora no hay nadie y los pobres voluntarios, compaeros de calle del Rana, lo acogen con entusiasmo: Bien por el Rana, j Vivan los patriotas de la Pursima!
Cuba, Puerto Rico y Filipinas en la perspectiva del 98. Ed. Complutense, Madrid, 1997, p. 237. 11 Cuba Espaa. Espaa Cuba. Editorial Crtica, Barcelona, 1998. 12 Vide nota l,p. 337.
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Alabada sea ella. Pero, el podrido obispo, por qu no viene hoy a echar bendiciones? Y, el alcalde, para cundo deja los puros y los vivas?.... Porque sois la hez, Queso! Esto es una limpia... Os barre el hambre, os echa a morir, a la alcantarilla, a la manigua, la necesidad... Y, claro... los seoritos, los burgueses... no se levantan de la cama a la hora que barren los barrenderos del Ayuntamiento... El Rana no se puede creer que ni una sola de las fuerzas vivas locales est presente, siquiera fuera en el ltimo momento, para decir adis a los parias. As que, cuando arranca el tren, lanza una tremenda perorata contra la infame sociedad burguesa y, en un arranque de generosidad, arroja sus escasos pitillos por las ventanas de los coches que ya se movan. As termina El Rana, que Clarn incluir en su coleccin de cuentos El doctor Sutilis. El relato de Clarn refleja, en su patetismo tragicmico, una realidad social lacerante en la Espaa de la poca donde, a pesar del patriotismo general de opereta que reina en el pas, empezaban a surgir protestas populares contra el clasista servicio militar, ya que por mil quinientas pesetas un joven se libraba de ir a filas, con lo que la guerra y la posible muerte se reservaba a los trabajadores, incapaces de lograr semejante cifra, a los pobres parias del cuento de Clarn. Parecidas circunstancias encontramos en el otro relato antes mentado, El poema humilde, de la Pardo Bazn, que recrea los amores de dos jvenes aldeanos, pronto convertidos en soldado y criada. Ahora slo se ven los domingos y ambos van perdiendo el color sonrosado que da la vida campesina: -Cmo branqueas, Mariina. -Y t qu branco te tornas!. Se dicen, rindose, en su acostumbrado encuentro semanal. La amenaza de la guerra se cierne sobre la pareja. Marina trabaja duramente para que la dejen salir todos los domingos y pueda reunir algunas pesetas que le sirvan para poder afrontar su incierto futuro. Lo peor es que aquello de la guerra tena que venir, y vino; se necesitaba ms gente all, en la tragona Isla que ya haba devorado tantos miles de cuerpos jvenes y vigorosos, como el horrible Lupus dicen que devora la carne fresca que le aplican. Y Adrin, el soldado, es embarcado para Cuba, como tantos otros rapaces del lugar. Al principio llegaban las cartas, luego cesaron. Marina sospecha que Adrin sigue vivo pues no aparece an entre las bajas.
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Cada vez que llega a puerto un barco de la isla, ella est all. Cada vez llegan ms soldados heridos, enfermos; cada vez son menos los que pueden valerse por s mismos. Un da se entera de que va a entrar a puerto un buque fantasma, cargado slo de muertos. Corre hacia el muelle. Se abre paso como puede entre la multitud. En una de aquellas camillas, branco como la muerte, expira su amado al beber el primer aliento de la costa nativa. Estos son -Marina, Adrin, el Rana- los elementos constitutivos de la verdadera intrahistoria, las vctimas de quienes planifican la historia desde sus cmodos despachos. En su artculo El negocio de la guerra, publicado en agosto del 98, Unamuno nos hace ver que los intereses de los capitalistas espaoles, que haban suscrito un emprstito de guerra de 600 millones, coincide con los de los hacendados norteamericanos que, sabedores de la destruccin de la zafra cubana, pensaban subir el precio del azcar: Por paradjico que a muchos pueda parecerles -comentaba Unamuno-, es lo cierto que las guerras suelen ser una sangra que alivia las crisis del capitalismo a expensas de la salud general del organismo social entero13. Y, en la lnea de los humildes personajes de Pardo Bazn y Clarn, al resear la famosa obra de Joaqun Costa Colectivismo agrario en Espaa ese mismo mes de agosto para el rotativo socialista bilbano La lucha de clases, sealaba Unamuno que los lectores all vern cmo el rgimen del Concejo de Libana, por ejemplo, es mucho ms glorioso para Espaa que la rendicin de Breda. Aludamos antes a que es en la obra de los realistas menores donde hallamos mayores testimonios de la guerra de Cuba. Segn el trabajo citado de Antonio Prieto y Nieves Algaba, cuatro escritores inscritos en esa prolongacin del realismo finisecular centran sus novelas en torno a la prdida de Cuba: Aurelio Prez Zamora, Jos Nogales, Francisco de Ulacia y Manuel Ciges Aparicio. Curiosamente ambos investigadores omiten al naturalista Eduardo Lpez Bago, autor, como indicbamos al comienzo de estas lneas, de El separatista1*. Naturalista radical, Lpez Bago vive en La Habana de los aos noventa e intenta dar una visin objetiva del conflicto, desde una ptica moderada. El separatista aparece en La Habana en mayo del 95 y el marco de su accin
Jos Carlos Mainer: Memorias del 98, en Crisis de fin de siglo y literatura, Madrid, 1992, pp. 293 y 294. 14 Videnota2.
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75 es sumamente interesante desde el punto de vista del testimonio narrativo, ya que abarca la insurreccin de Carlos Manuel de Cspedes, la Guerra Grande, la Paz de Zanjn, la Guerra Chiquita, el grito de Baire y la llegada del general Martnez Campos. El endurecimiento de la guerra, con la aparicin de Weyler, la retirada de Martnez Campos y el desenlace de la misma con la intervencin norteamericana quedan fuera del marco de esta novela. El primero de los autores antes citados, Aurelio Prez Zamora, publica en 1897 y en Santa Cruz de Tenerife, su novela Sor Milagros o Secretos de Cuba, extensa incursin en la guerra de los diez aos a travs de Sor Milagros, amiga de Gertrudis Gmez de Avellaneda, y de su hermano don Antonio, cubano independentista. Mayor inters tiene El ltimo patriota, de Jos Nogales, aparecida ya en 1901, donde se nos describe la vida de una ciudad que no aparece en los mapas, Oblita, cuyos habitantes representan los eternos valores del tradicionalismo espaol. El narrador se convierte en cronista, alejado e irnico, de las reacciones de los oblitenses ante las noticias que van llegando de la guerra. La ingenua prepotencia de los habitantes de Oblitas les lleva a inventar un artefacto, el fulminario, capaz de destrozar a la escuadra yanqui. En la irona del fulminario, como en la de otros inventos, es posible ver tambin la burla de cierto regeneracionismo. De la capacidad inventora de un Joaqun Costa, por ejemplo, de quien Ciges Aparicio nos recuerda su proyecto de pasar el estrecho de Calais con un puente suspendido de globos cautivos15. La novela de Francisco Ulacia El caudillo (novela cubana) es ya posterior, de 1910, y profundamente independentista. De escaso valor literario, tiene el inters de relacionar la independencia de la isla con la del Pas Vasco, idea que ya podamos ver en teoras federalistas de Pi y Margall y, de una manera ms radical, en algn artculo de Sabino Arana coetneo al conflicto hispanocubano16. Ciges Aparicio publica en 1899, en Vida Nueva, sus Impresiones de la Cabana (memorias de 28 meses), que ampliadas y retocadas daran origen a Del cautiverio, libro que, seala Jos Carlos Mainer, Valle Incln tuvo por uno de los mejores ejemplos de prosa espaola del siglo. Ciges combati, muy a su pesar, en Cuba entre 1896 y 1898, y sus censuras al general Weyler le valieron un largo y penoso internamiento en el presidio
Vide nota 10, pg. 243. Carlos Serrano: Final del Imperio. Espaa 1895-1898. Siglo XXI, Madrid, 1984, pgs. 206 y 207.
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76 militar de La Habana. Sus memorias nos recuerdan las atrocidades cometidas por las tropas espaolas y las repugnantes miserias de la prisin. Desde el ventanuco de su celda, Ciges observa la llegada de los buques norteamericanos tras la desigual batalla de Santiago. Fondean a diez millas de la baha habanera y son: largos fretros silenciosos y sombros deslizndose sobre la inanimada Estigia, portadores de muerte. En otro momento, ste ms risueo, casi tragicmico, de su relato, nos cuenta que en la acera del Louvre, lugar de encuentro de los seoritos habaneros independentistas, que tambin los haba, comentaban algunos: Oh, si ustedes viesen el Brooklin\ Qu corazas tiene! Y el lowa? Pues si oyesen los caonazos del New York! Y usted ha odo los del Pelayo? Le interrumpi un espaol. Yo no. -Pues suena as. Y le dio tan soberbia bofetada que an deben zumbarle en los odos17. Profundos contrastes, sentidas contradicciones, en un momento enormemente delicado de la historia de Espaa. Al final del Libro de la crueldad, Ciges conclua: Algunos dicen que en 1899 fracas un rgimen (...) No es un rgimen, es toda una Espaa que ha fracasado. Hay que empezar. Y eso es lo que van a intentar hacer modernistas y noventayochistas, de los que tan cerca est Ciges Aparicio. Por lo general las nuevas generaciones abominan de la generacin de la Restauracin a la que acusan de casi todos los males de la patria18. Baroja se indigna cuando en un artculo de Luis Morte lee que su generacin nada haba hecho por evitar la guerra de Cuba. En sus Memorias de un hombre de accin, tras repudiar las veleidades literarias de Cnovas, que ya haban sido por cierto bien zaheridas por Clarn, indica que su pensamiento en la ltima poca de gobernante, en que afirmaba que haba que enviar a Cuba el ltimo hombre y la ltima peseta, me pareci siempre absurdo, porque un pas no va a suicidarse por perder una colonia, por rica e importante que sea19. En su
Videnota 13,pg. 295. Desarrollo ese asunto en el ensayo Clarn y los jvenes del 98 (esbozo de un enfrmtamiento generacional a travs de lafigura de Leopoldo Alas), en Clarn y La Regenta en su tiempo, Actas del simposio internacional centenario de La Regenta, Oviedo, 1984, pgs. 1005-1021. 19 Hay un artculo antolgico de Clarn que resume perfectamente, y con gran valenta y sentido del humor, la opinin que le mereca Cnovas, Un discurso de Cnovas y que recojo en Leopoldo Alas, Clarn. Ensayos y crticas (1881-190L), Pginas de Espuma, Madrid, 2001, pp. 263-270.
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novela El rbol de la ciencia, quintaesencia de su luego desmentido noventayochismo, el nico criterio ante la guerra de su alter ego, Andrs Hurtado, se resuma en la cancin entonada por la vieja criada de Dorotea mientras lavaba y cuya letra rezaba as: Parece mentira que por unos mulatos/ estemos pasando tan malos ratos;/ a Cuba se llevan la flor de Espaa,/ y aqu no se queda ms que la morralla. Andrs, sin embargo, conforme avanzaba la contienda, segua con una emocin intensa los avatares de la misma. El mensaje de Castelar a los yanquis -nos hace ver Baroja- era bastante para que los espaoles de buen sentido pudieran sentir toda la vacuidad de sus grandes hombres. Das antes de la derrota, Andrs encuentra por la calle a su to Iturrioz, tras el que est el regeneracionista Lucas Mallada quien, asombrado por la ingenuidad del joven, aturdido sin duda por la campaa patriotera de la prensa nacional, le responde que dos de sus barcos pueden echar a pique toda nuestra escuadra20. Aos ms tarde, en Desde la ltima vuelta del camino, Baroja retomara muchas de las palabras de Iturrioz, en boca ya de Lucas Mallada. La indiferencia popular tras la derrota se concreta en el refugio de los espectculos, del teatro ligero y, sobre todo, de los toros. En otro momento de la novela, la salida del pblico de la plaza lleva a Andrs a encolerizarse ante la postura adoptada por una buena parte del pueblo espaol durante la guerra de Cuba: Ideas absurdas, de destruccin, le pasaban por la cabeza. Los domingos, sobre todo, cuando cruzaba entre la gente a la vuelta de los toros, pensaba en el placer que sera para l poner en cada bocacalle media docena de ametralladoras y no dejar uno de los que volvan de la estpida y sangrienta fiesta. Toda aquella sucia morralla de chulos eran los que vociferaban en los cafs antes de la guerra, los que soltaron balandronadas y bravatas para luego quedarse en sus casas tan tranquilos. La moral del espectador de la corrida de toros se haba revelado en ellos; la moral del cobarde que exige valor en otro21. Retomando medio siglo despus esta furiosa reflexin del personaje de Baroja, Eugenio Noel volvera en sus Memorias a ese singular paralelismo establecido, ahora desde esta nueva ptica, por el novelista vasco: Nunca coincidieron cosas tan antitticas como la plaza de
Po Baroja: E\ rbol de la ciencia. Alianza, Madrid, 978, pp. 194-197. Op. cit., pp. 222 y 223.
78 toros de Carabanche y el 1898, de un modo tan absoluto. Aquellas muchedumbres hacia la plaza! Aquella escuadra en busca de la derrota!22. Valiosa y curiosa reflexin, la de Noel, al comparar las muchedumbres que van a la plaza (en el texto de Baroja salen de la plaza), con la carne de can que se dirige hacia la guerra. Esta rabia, ese doloroso rechazo de la realidad social de la Espaa profunda de la Restauracin, llevara a Baroja, Azorn y Maeztu -el llamado grupo de los tres- a acariciar la idea regeneracionista del cirujano de hierro, encarnada entonces en el general Polavieja. La Espaa del siglo XX, por motivos bien diversos, materializara ese anhelo noventayochista en los generales Primo de Rivera y Francisco Franco. Jos Martnez Ruiz, Azorn, publica en El Progreso, a finales del 97, una nota salutatoria que no tiene desperdicio en memoria del lder independentista Antonio Maceo, un ao despus de su muerte: Maceo era un hombre enrgico, alma de la insurreccin cubana, campen de la libertad de un pueblo, espritu tenaz, soldado bizarro como pocos. Su figura recuerda la de tantos que pelearon por defender de invasiones un pedazo de tierra. Y seguidamente, muy en la lnea de Pi y Margall, completando acaso la argumentacin por aqul esgrimida al comienzo de este trabajo, dice que la guerra de Cuba es idntica a la guerra de la independencia espaola de 1808, con la diferencia, ntese, de que Espaa con franceses no sera la Espaa desdichada de hoy, y Cuba con espaoles continuara siendo una cueva... de empleados. Prosigue diciendo que calificar de criminales y bandidos a un puado de hombres que combate como puede un ejrcito fuerte, bien armado, valiente, es sencillamente llamar bandidos y criminales a los hombres de la independencia espaola y lamentarse despus de nuestra falta de lgica y de llamar cerdos a los yanquis cuando viven en un confort del que aqu no tenemos ni idea y en cambio nosotros, los espaoles, pasamos por Europa, con razn, por los ms desatinados, toscos y groseros. Azorn concluye su argumentacin afirmado uno de los estereotipos eternos del espaol: Echar a un pueblo en cara que se decida a tal o cual industria, la tocinera o... lo que sea; echarle en cara que trabaja es dar a entender que el imputador es un vago o que vive en los tiempos en que el rey Carlos III crey necesario declarar,
Vide nota 9, p. VIII.
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79 en pragmtica clebre, que no hay profesin alguna deshonrosa y que slo la vagancia envilece. Vemos con claridad que para los escritores del 98 el problema hispanocubano era un asunto que afectaba en el fondo ms a la pennsula que a la isla. Ramiro de Maeztu es, en este grupo de los tres, el que mayor vinculacin tuvo con Cuba. Su abuelo era un importante hacendado cubano, su padre naci en Las Antillas y, cuando las tierras cubanas dejan de ser rentables, el joven Maeztu va a Cuba para tratar de salvar las propiedades en la isla. Inman Fox recoge en su interesante edicin de Ramiro de Maeztu Artculos desconocidos (1987-1904) algunos textos relacionados con la temtica cubana. Vemos en ellos cmo en los cuatro aos que el escritor pas en Cuba, del 91 al 94, pes azcar, pint chimeneas y paredes al sol, empuj caas de masa cogidas de seis de la tarde a seis de la maana, cobr recibos por las calles de La Habana, fue dependiente de vidriera de cambio (...) y desempe otros mil oficios23. As que no debe extraarnos que sus opiniones, especialmente en todo lo que afecta a la cuestin cubana, estn determinadas por la-economa y el regeneracionismo, en una poca juvenil de firmes convicciones marxistas. Como seala Jos Carlos Mainer en su citado artculo Crisis de fin de siglo y literatura, ese carcter regenerador y economicista de Maeztu estuvo muy presente en su conocido ttulo Hacia otra Espaa. En l recoge, y a travs de sus tres partes, los sntomas de la contienda, la breve lucha militar y una especie de balance final que da ttulo al libro. Pero donde Maeztu analiza el conflicto hispanocubano de un modo ms desapasionado y cientfico es en su artculo Qu debe hacerse en Cuba? Cuatro palabras con sentido comn, perteneciente a la antologa mencionada de Inman Fox. Maeztu nos dice que al acabar la guerra grande qued el comercio floreciente y arruinado el campo. Al ser abolida la esclavitud, la industria azucarera tuvo que mecanizarse. Careca de capitales para ello y recurri al comercio. El precio de los prstamos fue tan fuerte que al inicio de la nueva guerra -no hay que olvidar que el artculo es del 97- casi todos los ingenios haban sido comprados ya por los comerciantes al no poder pagar tan elevados intereses la mayora de los hacendados. Si
Ramiro de Maeztu: Juventud menguante, en Alma Espaola, 24 de enero de 1904. Edicin de Inman Fox, Madrid, Castalia, 1977,
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80 a esto se aade -precisa Maeztu- que la masa de obreros y hacendados es criolla, en tanto que los comerciantes son, por punto general, peninsulares, no son necesarias demasiadas divagaciones para dar con la clave de la guerra. Ante semejante panorama, Maeztu descarta la solucin blica en curso y desconfa de la autonmica en ciernes, o lo que es lo mismo, de la receta reaccionara (que se resume en las tres as de Castelar: artillera, caballera e infantera) y la liberal de Pi y Margall, que, aun en el supuesto de haber sido aplicada en su momento, supondra una sangra econmica para la metrpoli difcilmente soportable al deber asumir Madrid una deuda cubana impagable. Qu hacer entonces?: Un amigo mo me dice que si tuviera un brazo canceroso se lo hara cortar antes de que la enfermedad llegara al tronco; otro, que si sus recursos no le permitieran atender su casa, enajenara sus fincas de recreo. No falta quien afirme que si una propiedad arruina al propietario, debe enajenarla lo antes posible. En estos tiempos hacen ms milagros las varas de medir que la lanza del valeroso Don Quijote. Como bien es sabido, Espaa perdera sus propiedades cediendo a la fuerza y salvando su honor, como dira la reina regente, Mara Cristina, que frente a las propuestas de algunos de sus consejeros se neg a vender la isla a los Estados Unidos. Esta opcin por la salida quijotesca, supondra adems la salvacin de la propia dinasta, muy deteriorada por la nefasta poltica colonial ejecutada por Cnovas y Weyler. La solucin quijotesca estara en el centro de la batalla naval de Santiago de Cuba, donde la raqutica escuadra espaola se lanz hacia la muerte segura ante la muy superior escuadra norteamericana. El 24 de febrero de 1899, Rubn Daro, que un ao antes ya haba manifestado su indignacin ante la prdida de Cuba y Puerto Rico en sus artculos Los yanquis! y El triunfo de 24 ( Calibn , publicara su cuento D. Q. Bajo esas siglas inconfundibles Daro mostraba su simpata, su amor por los pobres soldados espaoles sacrificados en la guerra. D.Q. es el nombre del veterano abanderado de la guarnicin, un hombre silencioso y solitario que se inmola precipitndose sobre el abismo cuando la escuadra espaola es hundida a la salida del puerto santiaApareci en El Tiempo, de Buenos Aires, el 20 de mayo del 98. Los yanquis!, en Don Quijote, Madrid, 25 de noviembre.
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81 gero. Nada quedaba ya... de Espaa en el mundo que ella descubriera, concluye Daro. No deja de ser curioso -dolorosa, paradjicamente curioso-, que el ltimo buque que destruyera la armada yanqui fuera justamente el Cristbal Coln, a quien Daro dedicara una oda en 1901, como si de ese modo se cerrara un ciclo de cuatro siglos de dominio espaol en Amrica.
. S&m.*''
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Manuel Alberca
Tal como ocurre en algunas de sus novelas, todas las notas biogrficas de Csar Aira repiten que naci en Coronel Pringles, un pueblo de la provincia de Buenos Aires donde, segn parece, trascurri tambin su infancia. Nunca queda claro si toda o parte, pues esas mismas notas sealan, sin precisar ms, que desde 1967 vive en la capital. Por lo tanto, entre esta fecha y 1949, ao de su nacimiento en Coronel Pringles, se extiende una laguna biogrfica que, a mi juicio, se cargara de sentido si la pudiramos relacionar con las novelas. No conozco Pringles, apenas Argentina, pero cada vez ms, en mi conocimiento limitado de la desmesurada obra de Aira, este pueblo, que espero que exista, aunque tiene todos los atributos literarios para no existir (de hecho, antes de consultar mi enciclopedia, pensaba, lo confieso, que bien podra ser ficticio), Pringles, deca, se me revela como el epicentro de esta obra, algo as como la cifra del enigma desde la que se expande tan singular literatura, y cuyo movimiento el autor dirige desde el observatorio porteo del barrio de Flores. Lo que estoy intentando sugerir en este errtico comienzo es que alguna vez tendra que hacer una aproximacin biogrfica a esta obra que se desarrolla a expensas de la experiencia que la sustenta1. Hace unos aos, Aira haca crecer su obra en hiperblicas y disparatadas ficciones, gracias a la disolucin novelesca de su experiencia personal; en la actualidad, tengo la impresin de que est interesado en la bsqueda de su pasado y en una peculiar recuperacin de la infancia, as lo atestiguan algunos de sus ltimos libros ms propiamente autobiogrficos, como Cumpleaos y El tilo, o el ensayo Las tres fechas. No le dar ms vueltas, pues creo que, para profundizar en su obra, alguna vez tendr que peregrinar a los
' A este propsito, Aira argumenta cmo determinados escritores que admira han sido capaces de fantasear su vida, es decir, de vivir las fantasas antes de escribirlas, ficciones de s mismos que luego han llevado a sus novelas, y cmo otros han regulado o controlado sus experiencias para evitar escribir lo que no les agradara leer de s mismos en sus escritos (Las tres fechas, Rosario , Beatriz Viterbo, 2001).
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lugares de esta leyenda. Pero, mientras esta promesa se cumple, no me queda ms remedio que seguir especulando sobre el secreto Aira. Despus de verbalizar los deseos, quiero exponer en forma interrogativa el objeto de mi ensayo: Por qu un escritor de la inventiva de Aira recurre a su biografa (y a su persona), si bien modificndola y forzndola, para escribir sus novelas? Y dos preguntas ms ligadas a esta primera, qu necesidad impulsa a este escritor a consagrar su vida a la incesante escritura y publicacin de relatos? No ser que encontr en esta acelerada actividad un soporte con el que apuntalar su vida? Con respecto a la primera pregunta, no parece que el recurso a la propia biografa se deba a falta de inspiracin narrativa, de la que en cada relato da pruebas de tener recursos sobrados. Tampoco parece que quiera poner a prueba el gnero autobiogrfico para subvertirlo. O al menos no parece que sea slo por esto. Con respecto a las otras cuestiones, mi hiptesis presupone que la entrega desaforada a la invencin narrativa sera simtrica al propsito de borrar la trama real de la vida y trazar otra en el blanco del papel. Pero, quin sabe...? Lo que sigue es una apariencia de respuesta a tanta interrogacin desafiante, a partir de la lectura de dos novelas, Cmo me hice monja (1993) y La costurera y el viento (1994)2, que toman como motivo argumental algunos episodios y circunstancias de la infancia del autor. En este dptico novelstico, Aira no pretende reconstruir su pasado, aspira slo a rescatar del olvido briznas mnimas, fragmentos del naufragio de la memoria, con los que poder simular el mito fundador de la infancia y reinventarlo desde el presente, es decir, recuperar aquel viejo yo, como apostilla el narrador al final de El tilo (p. 124). Son relatos que hablan, antes que de la memoria del escritor, de la dimensin de su olvido y de la necesidad de olvidar para seguir viviendo. En ayuda de esta lectura acuden los dos libros memorialsticos ya citados, Cumpleaos y El tilo, que, a pesar de estar trufados de ficcin y resultar por tanto ambiguos, nos proporcionan ms de una clave biogrfica. Ambos libros, en lectura cruzada con las novelas, permiten contemplar la obra de Aira como el resultado de un peculiarsimo espacio autobiogrfico, tal como lo concibe Philippe Lejeune en su pacto autobiogrfico3. La infancia es la pampa de la memoria, es decir, del olvido. Sus confines se pierden en el horizonte de las leyendas y en los relatos
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Cmo me hice monja. La costurera y el viento, Rosario, Beatriz VUerbo, 1999. L'espaceautobiographique, Le pacteautobiographique, Pars, Seuil, 1975,pp. 41-43.
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legados por los adultos. Y es tambin el hueco en el que rescribir el pasado, pues, como se puede leer en El tilo: la infancia puede serlo todo, como reflejo o analoga (p. 10). Para Aira, como para muchos creadores, la infancia es un territorio de promisin, preado de enigmas, sueos y miedos, cuyas claves hay que desentraar antes que en los hechos pretritos, en las imgenes fijas y obsesivas que el adulto convoca en la fbula del presente. En estos relatos de Aira, la infancia, al no poder ser objeto de una indagacin realista, adopta la forma de una alegora del pasado4. Los hechos y datos verdicos de la biografa de Aira son slo el punto de partida, pues enseguida quedan pulverizados por la irrupcin de meteoritos inverosmiles (morcillas, dira un madrileo castizo), que desautomatizan la lectura autobiogrfico-realista. Las dos novelas citadas responden adems al dispositivo de las autoficciones. De manera resumida dir que una autofccin es, al menos para m, un relato, presentado como ficcin, en el que el autor manifiesta la determinacin de ficcionalizar su vida, y en el que, como demostracin textual de dicha intencin, el narrador/protagonista o alguno de los personajes comparten el mismo nombre propio con el autor o trazan alguna relacin identitaria con l. As pues, una autofccin, aunque es una novela, parece una autobiografa y bien podra ser que o fuera de verdad, pero tambin podra ser su simulacin, es decir, una pseudoautobiografa o unas memorias ficticias en las que el autor es tambin personaje. Si la autobiografa cannica promete ser sincera, y muchas veces o es a su pesar, pues las mentiras y escondites del autobigrafo acaban mostrndolo de manera inevitable, y la novela es otolgicamente falsa, las autoficciones de Aira se columpian entre ambos estatutos narrativos. Parecen absurdas e inverosmiles, pues se conforman en un juego para socavar cualquier posibilidad de sentido. El yo del autor queda fragmentado, desplazado al terreno de la fabulacin autogrotesca pero, como el payaso que hace bobadas tras la mscara protectora, termina diciendo lo que no quera decir o lo que pretenda ocultar. Por tanto, estos relatos encierran una propuesta en la que se cruzan dos pactos contradictorios que, por su sobrevenida ambigedad, producen reacciones de vacilacin o desconcierto en los lectores5.
Pero bien pensado, todo es alegora. Una cosa significa otra, hasta el hecho de que, por esas vueltas de la vida, yo haya llegado a ser escritor... (El tilo, p. 35). 5 Cfr. Manuel Alberca, El pacto ambiguo, Boletn de la Unidad de Estudios Biogrficos, 1, (1996), Universidad de Barcelona, pp. 9-18 (reproducido en Francisco Rico, Historia
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86 Aira ha bautizado, no por casualidad evidentemente, a numerosos personajes de sus relatos con su nombre propio. Ha querido, a mi juicio, proyectar en el molde de la ficcin unas mutantes personalidades imaginarias, inexistentes fuera del cdigo textual o que no es de recibo buscarlas fuera del texto que, a pesar de su indeterminacin, ha dejado abiertas posibles correspondencias porque sin llegar a identificarse con sus personajes, ni permitirnos a los lectores que lo hagamos, se compromete de alguna manera al darle su nombre a stos. Algunas novelas parecen concebidas como felices curas literarias de una peculiar terapia, mediante un mecanismo semiinconsciente de invencin, en estrecho dilogo con su realidad inmediata, que es tanto como reconocer las virtudes y las limitaciones de su arte. En una entrevista reciente, explicaba as el proceso creativo de sus relatos: Mis libros salen de cosas que veo. Incorporo la realidad a la manera de un diario ntimo. Eso me obliga a una especie de artesana de verosimilizacin, porque nunca me ha gustado el surrealismo por el surrealismo. Siempre que incorporo algo, por disparatado que sea, busco un giro argumental para que la necesidad recubra el azar6. Juego, cotidianidad, autorreflexin, ensayismo, humor, angustia, fantasa sujeta a la necesidad de la trama, experimentacin sin lmites, autobiografsmo apcrifo, irona sin piedad que alcanza a todos, en primer lugar a s mismo, son los rasgos ms destacados de la autoficcin de Csar Aira, con la que pretende subvertir los presupuestos bsicos de la potica del relato realista. Novelas como El llanto, Las curas milagrosas del doctor Aira, Embalse, La serpiente, El espa, cuento de La trompeta de mimbre, El juego de los mundos, El congreso de literatura, etc., adems de las dos citadas arriba, son exponentes de su invencin autoficcional. En todas aparece l mismo como protagonista con su nombre o con otro que deforma, evoca o sugiere el suyo. Es el caso del prestigioso escritor ingls, jurado de un premio de novela, Cdar Pringle, de El volante. Tambin bajo la forma de un narrador annimo, que comparte evidentes datos de su identidad con Csar Aira, como sucede en Un sueo realizado. Por todo esto, estoy de acuerdo con Marcelo Damiani, cuando argumenta que el hecho de que el autor se constituya en personaje de novela, con su mismo nombre, no puede
y Crtica de la Literatura Espaola, Los nuevos nombres (1975-2000), Suplemento 9/1 (Jordi Gracia ed.), Barcelona, Crtica, 2000, (pp. 425-430). 6 Csar Aira/Escritor: prefiero siempre lo nuevo a lo bueno (entrevista de Raquel Garzn), El Pas, 18 de abril de 2004, p. 39.
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pasarse por alto ni considerarse una curiosidad o una rareza sin ms, sino la seal de que est construyendo su mito personal en cada entrega de su proliferante escritura7. En resumen, no se debera ignorar ni olvidar, que adems del feliz e involuntario hallazgo nominal, con su logrado y sugerente acorde etreo y musical de palndromo imperfecto (Aira - aria), la homonimia del autor y sus personajes se convierte en un elemento clave de la recepcin lectora, como hemos aprendido de Grard Genette y Philippe Lejeune. Adems, en las novelas citadas, junto al autor, pueden aparecer espordicamente sus amigos (Arturo Carrera, Daniel Molina), a los que maltrata y ridiculiza, como hace con su madre, con su esposa Liliana o sus dos hijos. Claro que el personaje Csar Aira, como dice uno de sus damnificados, no sale mejor parado, pues resulta caracterizado (autocaracterizado habra que decir) de manera grotesca, como un miope, fbico, alto y desgarbado8. Unas veces se presenta como un triunfador fatuo, otras como un doctor de curas imposibles, un sodomita impresentable, un/a nio/a peronista, un espa doble que tiene que actuar de manera distinta y simultnea bajo la misma identidad nominal, un marido y padre modlico, un homosexual heterosexual reprimido, cuando no es un escritor pretencioso, escindido entre el aburrimiento intelectual y la promesa de accin excitante9. Entonces, cmo interpretar esta identidad nominal de Aira-autor y Aira-personaje? Como novelesca, es decir, como un dispositivo transgresivo del ltimo reducto intocable de la potica realista tal es el distanciamiento nominal del autor y sus criaturas novelescas? O como la promesa autobiogrfica de ser veraz? En mi opinin, la identidad nominal (y el autobiografismo aparente que lleva aparejado) es una trasgresin ms de las que, como veremos, Aira introduce en sus novelas. El hecho de que Csar Aira de papel coincida en numerosos rasgos con Csar Aira extratextual, permite trazar una correspondencia entre ambos y connotar autobiogrficamente el relato, aunque su promesa o compromiso se diluya en la inverosimilitud del argumento, para abrirse de manera oblicua a un autobiografismo alegrico. Son fbulas aleEl aire de Aira, Lateral, Barcelona (febrero 2000). * Daniel Molina, El orden de la ilusin, Clarn /Cultura, 6 de agosto de 2000. 9 Esta galera de figuras representa otras tantas apariciones de la figura del Monstruo, que hace su presencia de manera tan obsesiva e insistente en los relatos de Aira y estructura los dos de los que me voy a ocupar. Para el tema del Monstruo, cfr. el libro de Sandra Contreras (Las vueltas de Csar Aira, Rosario, Beatriz Viterbo, 2003, pp. 251 y ss.).
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88 gricas, nacidas de la cotidianidad inmediata del autor, que los elementos disparatados no borran completamente. Sin embargo, la transparencia del nombre propio se torna paradjicamente opaca, de hecho funciona como un trampa, pues como en una ocasin apunt Enrique Vila-Matas, ... no hay mejor pseudnimo o forma de ocultarse que firmar con el nombre propio10. La propia evidencia del nombre propio, la identidad que queda consagrada en el texto novelesco, bloquea la lectura autobiogrfica de la novela, al mismo tiempo que le otorga al autor toda la libertad para hablar de s mismo sin levantar sospechas y sin necesidad de disimulos, pues, bajo la mscara del nombre propio, Csar Aira queda facultado para ser l mismo, es decir, para representar la legin de yos, que el nombre ata y sujeta, camufla y revela en un juego de apariencias reales y ficticias. Vayamos por partes y repasemos las novelas que en esta ocasin requieren mi atencin. Cmo me hice monja adopta la forma de un peculiar y contradictorio relato de infancia, puesto que adems de pretender evocar la niez del narrador, como es habitual en este tipo de narraciones, aspira a recapitular todo, incluidos los lapsos de sueo (p. 9). Al cumplir los seis aos, Csar o Cestar, a veces simplemente Aira, como tambin llaman al narrador y protagonista de la novela, llega con sus padres a la ciudad de Rosario, procedente de Pringles, del que no guardo -dice el narrador- memoria alguna (p. 9). Este comienzo, propio de los relatos de infancia, abre unas expectativas autobiogrficas que quedan pronto defraudadas por el desarrollo de la trama11. Sin embargo, a pesar de los sucesos inverosmiles, la historia se enmarca siempre en un reconocible contexto argentino de los aos cincuenta, en los que el peronismo es uno de los elementos constitutivos de la fbula, como Carmen de Mora revel12. Desmentida cualquier interpretacin autobiogrfica al uso, parecera que la novela slo pudiese abordarse como un artefacto experimental contra todos los principios del relato realista, al que en principio daba la impresin de acogerse. Desde este punto de vista, Cmo me hice monja se convierte en un cmulo de trasgresiones antirrealistas;
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p. 24. Los gneros no tienen ms funcin para el escritor que darle algo concreto que abandonar; nada ms prctico y ms fcil de abandonar que un gnero (Ars narrativa, Criterion, 8, Caracas (enero 1994). 12 Del hielo de Macondo al helado de Rosario. El espacio narrativo y otras cuestiones en Cmo me hice monja de Csar Aira, Tinta china. Revista de literatura (internet).
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89 alteraciones que provocan o pretenden al menos una confusin radical de las expectativas y hbitos lectores. A saber: el nombre propio del personaje subvierte el principio novelstico de distanciamiento y de no identidad entre autor y narrador; el propio ttulo de la novela es un trampantojo, pues el ambiguo narrador-protagonista, para s mismo masculino y femenino para los dems, subvierte la incompatibilidad gramatical de los gneros diferentes, y en consecuencia provoca una expectativa de cambio (hacerse monja) que no se cumple. Todo el argumento, en fin, es un puro disparate, bajo la apariencia inicial de un previsible y veraz relato de infancia que enseguida se desvanece. Y para colmo, el narrador de la novela, como sabemos al final, est rigurosamente muerto, lo que, por otra parte, no le ha impedido contarnos la historia de su propia muerte. A pesar de todas las evidencias, tengo que confesar que considerar esta novelita como un artefacto antirrealista, trasgresor y humorstico, no me ha convencido plenamente, pues, por debajo de su extravagante tratamiento narrativo, intua una adhesin imaginaria del autor a la historia y a su protagonista13. El planteamiento absurdo del relato no deja de interrogar solidaria y necesariamente por el sentido del sinsentido de ste. Al contrario, nos invita, a la vez que nos desanima, a una interpretacin, autobiogrfica en mi caso. A mi juicio, el sentido del miedo, secreto por vergonzoso, se agazapa en la autoficcin de Aira. En apariencia, la transitividad del relato queda anulada en su devenir disparatado. Sin embargo, a pesar de o por esta anulacin, el sentido se hace ms evidente, cuanto ms opaco, ms necesario, cuanto ms escurridizo. Por incongruente, la historia de la monja Aira parece concebida para camuflar o esconder algo deshonroso o vergonzoso, pero del mismo modo que ocurre con los secretos (cuya existencia se hace ms patente, cuanto ms se tratan de negar), aqu el sentido pugna por revelarse al ocultarse. El ropaje de la ficcin ha estetizado de tal modo los elementos de su resolucin, que pareciera que su revelacin es imposible. En Cmo me hice monja, Aira ha escondido/revelado un hiperblico pero creble miedo infantil: un miedo culpable, irracional, el miedo a perder al padre y a perderse, a desaparecer. Los trminos a retener aqu son disparate y miedo. Ese miedo impreciso, pero real, resulta ficManuel Alberca, La autoficcin hispanoamericana actual: disparate y autobiografa en Cmo me hice monja, de Csar Aira, Le Moi et l'Espace. Autobiographie et autofction dans les littratures d'Espagne et d'Amrique latine, Publications de l'Universit de Sainttienne, 2003, pp. 329-338.
li
90 cionalizado en la novela, de manera grotesca mediante el disparate. El miedo es el leit-motiv, la angustia como signo de identidad, como indagacin introspectiva quizs pues, como dej escrito Aira en un iluminador ensayo, somos nuestros miedos o nuestros miedos nos definen mejor que cualquier otro sentimiento o acto14. Ah est quiz la clave para poder engancharnos autobiogrficamente a un relato enloquecido. Adems, no creo que sea tampoco mera coincidencia la forma en que muere el Csar Aira de la novela, asfixiado en el tambor del helado, y la confesin de Aira sobre su miedo a la asfixia: El miedo a la asfixia, que me ha perseguido cada minuto de mi vida... {Cumpleaos, p. 12). Si Cmo me hice monja tiene su punto de partida en el modelo de los relatos de infancia, La costurera y el viento se reclama de la potica narrativa de Raymond Roussel, basada sobre todo en las fulguraciones reveladoras que el encuentro azaroso de las imgenes y el roce arbitrario de las palabras desencadenan. No hay en esta ocasin pretensin de subvertir las claves del relato realista, sino de instalarse abiertamente en sus antpodas, pero sin renunciar totalmente a cierto anclaje biogrfico en la enunciacin, pues el procedimiento surrealista aparece en funcin argumental y no como adorno. De hecho, el comienzo de la novela escenifica el proceso de invencin o mejor de sus dificultades. El narrador, identificable con Csar Aira, se encuentra en Pars (as figura tambin en la fecha que cierra el relato: Pars, 5 de julio de 1991) en el trance de escribir una nueva novela, cuyo argumento ha soado e intenta rememorar en la vigilia con escaso resultado. Slo conserva el ttulo, se deber llamar La costurera y el viento, pero perdi todo lo dems. Los fragmentos iniciales, encargados de la verosimilizacin del relato, son tambin una reflexin sobre la imposibilidad de recordar o de recuperar el pasado y sobre la fecundidad del olvido. Segn Aira, la memoria no importa, lo verdaderamente importante es el olvido, verdadero origen de la vida y de la imaginacin creadora. Slo olvidndonos de lo vivido, podemos continuar viviendo plenamente, abiertos al futuro. En la potica memorialstica de Aira, el vaco que abre el olvido se convierte en la matriz fructfera de la vida y de la creacin artstica: El olvido es ms rico, ms libre, ms poderoso... (p. 121). Sin embargo, lo que prevalece en el olvido, lo que nos obsesiona, es la
El miedo creador, El Pais-Babelia, 17 de agosto de 2002, p. 16.
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91 idea de prdida o desaparicin, por ms que a veces seamos conscientes de que el olvido es exclusivamente una sensacin, pues en realidad no perdimos nada y creemos olvidado algo que en realidad no pas (P- 121). Bloqueada por la prdida, la novela en trance de ser escrita corre peligro de irse al garete, incluso el narrador vacila y se contradice: resulta que no est en Pars sino en Flores, su barrio. De repente, la prdida de la novela le conduce al recuerdo infantil de otra prdida, sucedida en Pringles: la desaparicin del nio Ornar, amigo de Csar Aira, que es tambin personaje de la novela con su nombre propio. Este recuerdo va a poner al fin en marcha el relato: Mi primera experiencia, el primero de esos acontecimientos que dejan huella, fue una desaparicin (p. 125), La desaparicin del nio no fue tal, pero su aparente prdida desencaden la busca por los padres, con la suma de episodios cada vez ms locos, que el relato hiperboliza y encadena de forma surrealista. Por tanto, en el centro de la historia no hay nada, un hueco, pues no existi tal prdida, como en el centro de la memoria no hay ms que olvido. Pero, si paralela y consecuentemente la desaparicin pone en marcha la bsqueda, el olvido activa la memoria azarosa e involuntaria de las palabras y hace posible un relato que es ya una alegora de motivos infinitos, pues en el centro vaco de la infancia, segn Aira, cabe todo como analoga. La novela gira en torno a la recuperacin de un olvido, del suceso infantil que en realidad no tuvo lugar, pero cuya invencin permite hacer la alegora de la infancia. En el centro vaco de la novela, como vaca est la memoria, el relato se reproduce en una cadena de imgenes infinitas, en las que unas arrastran y traen a las otras. Los sucesos cada vez ms sorprendentes, disparatados o caprichosos alegorizan el poder del olvido, su fuerza gensica, del mismo modo que la desaparicin del nio, y el miedo que sta provoca en los padres, no es sino una transformacin metonmica encadenada de miedos: miedo a salir de la infancia, a ser abandonado por los padres, miedo a separarse de ellos, a salir del pueblo, a quedarse en l, a viajar, temor a huir y la contradictoria atraccin a la huida, en fin, prdidas y desapariciones que no son sino metforas del miedo ms arraigado, el de la muerte. Miedos de los que El tilo nos da nuevas pistas para mejor comprenderlos y relacionarlos con el sustrato biogrfico15.
Era como si nunca fuera a volver. Los abandonaba como a dos estatuas fnebres [a los padres]... Hua. Senta que hua hacia mi propia muerte [...]. Hu, entonces...como hua
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92 A pesar de los diferentes principios poticos que alientan a estas dos novelas ambas coinciden en su valor alegrico. De alegoras reales podemos calificar a estos relatos, utilizando una expresin del mismo Aira (El tilo p. 35), en la medida que tienen su punto de partida en sucesos o datos externos, lo que les confiere un plus de realidad, pero tambin porque en ellas se llegan a conclusiones que las liberan de su condicin de simple artificio disparatado, con el que muchas veces se califican. La costurera y el viento, al igual que Cmo me hice monja, participa de la misma preocupacin o miedos que aqulla. Los miedos infantiles que quedan subrayados en las novelas son una alegora de todos los miedos. Hace unos meses Aira public en el peridico espaol El Pas un hermoso artculo, en el que contaba un episodio poco conocido de la vida de Kafka, cuyo contenido vendra en ayuda de la tesis aqu expuesta. Un da el escritor para consolar y acallar el llanto de una nia que haba perdido su mueca utiliz una argucia para remediar la pena de la pequea. Le dijo: La mueca no est perdida, pues me ha escrito una carta que tengo guardada en casa. As, da tras da y durante semanas, Kafka le lea a la nia la puntual carta que le mandaba su mueca. Y conclua Aira: Uno tiende a sonrer frente al llanto de los nios, porque sus dramas nos parecen menores y fciles de solucionar. Y hacer el esfuerzo de entrar en las relatividades de su mundo se equivale con el trabajo de entrar al mundo de un artista donde todo es signo. El contrato de una nia con su mueca es un contrato semitico, una creacin de sentido, sostenida en la tensin del verosmil y la fantasa16. Sabemos que no hay miedo pequeo ni ridculo, pues cualquier terror, por trivial que sea, nos constituye e identifica en lo que somos. Si lo exageramos o lo contamos de manera humorstica, es por necesidad, para no tener que justificar lo injustificable, porque somos conscientes de nuestra frgil e inestable seguridad. No en vano, como dice Aira, el humor es un recurso muy usado por tmidos (y melancli
siempre. Pero no fui lejos. Nunca iba lejos, porque nunca salla del barrio [...] Ese territorio lo conoci de memoria, y me bastaba. Sus misterios archiconocidos subyugaban a mi joven alma soadora (El tilo, p. 104). El miedo a desaparecer lleva a otro de los miedos u obsesiones ms persistentes en Aira, el del monstruo (cfr. cita 10). En La costurera y el viento, ambos quedan entraablemente hermanados, pues, como el narrador apostilla, todos los miedos remiten al miedo fundador de todos los miedos infantiles, el que las madres embarazadas tienen de parir un hijo monstruoso, temor que ellas transfieren a sus hijos (p. 236). 16 La mueca viajera, Babetia/El Pas, 8 de mayo de 2004, p. 24.
93 eos)17. A travs del humor, el sujeto, sin dejar de manifestarse (es verdad que de otro modo y en otro lugar) consigue neutralizar, desviar o disfrazar aquello que teme o le obsesiona. Estas dos novelas son metforas de miedos infantiles, ancestrales y mticos. Y la compulsin a escribirlos y transmitirlos, por arbitrarios que parezcan, hablan de su carcter necesario, creador y liberador. Aunque en la entrevista arriba citada Aira dice haberse reconciliado con su condicin de escritor, durante mucho tiempo, y de manera particular en Cumpleaos, expres el sentimiento contradictorio que la escritura de novelas le produca: necesidad y fracaso, trabajo y frustracin. En este libro, confesaba su pesar por haber sacrificado la vida en el empeo de escribir ficciones con las que disfrazar su incapacidad para vivir. Vecino a este sentimiento de no haber vivido, se encuentra el temor de morir, el miedo a verse sorprendido por la muerte sin realmente haber vivido. Ese miedo es el verdadero motor de la creacin, la razn que le fuerza a seguir escribiendo. Los relatos manifiestan su razn paradjica: son efecto del miedo y al tiempo sirven para exorcizarlo. En fin, el arte de contar mentiras, de inventar historias y de ficcionalizar los temores ms ntimos, es el camino ms recto para decir la verdad sobre uno mismo y el mejor blsamo para calmarlos. Pero que nadie sepa que tengo miedo18.
Csar Aira, Edward Lear, Rosario, Beatriz Viterbo, 2004, p. 37. Acudo a la autoridad del libro de Sandra Contreras, pro domo. Dice Contreras, citando a Nicols Rosa (El arte del olvido, p. 50): [...] la verdad no puede ser dicha toda, slo puede decirse a medias y transformada, la verdad slo se dice indirectamente, y los novelistas son profundos cuando dicen que no lo dicen y cuando dicen la forma de no decir, no cuando dicen que dicen y lo dicen. Y contina Sandra: Mucha de esta verdad del simulacro hay en Cmo me hice monja, el relato en el que [...] se trata de la indirecta comunicacin de una verdad a travs de las vueltas del simulacro y la ficcin (L&s vueltas de Csar Aira, Rosario, Beatriz Verbo, 2002, p. 259).
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Para el mejor estudio y comprensin de la situacin institucional en la que se encontraba el virreinato de Buenos Aires ser necesario abrevar en los acontecimientos que sumieron a Espaa en la atona e inaccin, repercutiendo directamente los hechos ocurridos en la metrpoli, en nuestro territorio. Por eso nos referiremos a las corrientes de pensamiento vigentes en aquellos das, la monarqua espaola, los cabildos revolucionarios, y diversas conspiraciones e intrigas, para llegar a los antecedentes de las juntas de gobierno como ensayos constitucionales culminando con la significacin histrica del 25 de mayo de 1810.
Nuevas corrientes ideolgicas Desde el ao 1700 el Imperio Espaol y sus dominios ultramarinos comenzaron a ser regidos y gobernados por los monarcas de la Casa de Borbn. Dicha circunstancia, los grandes cambios operados en la geopoltica internacional a lo largo del siglo XVIII y las nuevas clases sociales que surgan vigorosas en las colonias americanas, motivaran nuevas corrientes ideolgicas en el virreinato del Ro de la Plata. Ya en 1774 la independencia de las colonias inglesas en el norte de Amrica era inminente. Espaa asista con sumo inters a la lucha entablada en el nuevo mundo, pues sta debilitaba a su antiguo enemigo -Inglaterra- a la vez que le permita atender debidamente los asuntos de Indias y resolver sus conflictos de larga data con Portugal respecto de los dominios americanos1. Esto ltimo fue lo que verific en 1776 -ao de la independencia norteamericana-, al enviar la gran expedicin militar
Caillet-Bois, Ricardo R.; La revolucin de las colonias inglesas de la Amrica del Norte en Historia de la Nacin Argentina, dirigida por Ricardo Levene. Vol. V, 1 seccin. Ed. Academia Nacional de la Historia, (en adelante A.H.N.) Buenos Aires, 1939, p. 158 y ss.
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96 al mando de don Pedro de Cevallos y crear el Virreinato del Ro de la Plata. La decisin del gobierno espaol de brindar apoyo a los insurrectos norteamericanos resultara un autntico boomerang en el sentido que constituy un factor ms en la preparacin de los hispanoamericanos para la lucha por su emancipacin2. Otras corrientes ideolgicas procedan de la Francia revolucionaria constituyendo un flujo democrtico y liberal, aunque el mismo se vio atemperado por el absolutismo borbnico y el despotismo ilustrado que a esa altura constituan una tradicin en la pennsula y en sus colonias. Mientras tanto, el descontento popular en la Amrica hispana iba en paulatino aumento conforme se acentuaba la divisin entre criollos y espaoles. Los movimientos precursores en Amrica provocaron no pocas insurrecciones contra las arbitrariedades y la mala administracin de los funcionarios residentes. Aunque en principio estas rebeliones pretendan conseguir la modificacin de ciertas ordenanzas o reales cdulas, con el correr del tiempo fueron concibiendo un fin separatista3. Por su parte, los hombres que integraron la llamada generacin de Mayo, poseedores de una slida formacin cultural, social y filosfica que obtuvieron en claustros como Lima, Crdoba o Chuquisaca, fueron irradiando sus ideas unidas a los valores propios de nuestra tierra. Todo esto provoc el nacimiento de un nuevo orden sociocultural4.
La monarqua espaola y su decadencia Con el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragn acaecido en 1469 se sentaron las bases para la unidad de Espaa. La poltica de estos dos gobernantes y sus reformas permitieron llevar a cabo con solvencia la etapa final de la reconquista (1492) y a Castilla tomar la delantera con respecto a Portugal en la expansin ultramarina5.
Romero Carranza, Arturo; Rodrguez Vrela, Alberto y Ventura, Eduardo: Historia Poltica y Constitucional Argentina (1776-1989). Ed. Circulo Militar, Buenos Aires, 1992, pp. 8 y 9. 3 Lpez Rosas, Jos Rafael; Historia Constitucional Argentina. Ed. Astrea, Buenos Aires, 1970, p. 75. 4 Miranda, Arnaldo Ignacio Adolfo; Bibiiotecas Pblicas Municipales de la Ciudad de Buenos Aires; una historia con profundo contenido cultural. Coleccin Cuadernos de Buenos Aires LXII. Ed. M.C.BA-, 1996, p. 11. 5 Payne, Stanley G; La Espaa Imperial. Ed. Globus, Madrid, 1994, p. 12.
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97 Hacia 1517, con la llegada al trono de Carlos I de Espaa y V del Sacro Imperio Romano Germnico se consolid un vasto imperio,6 que unido a sus dominios americanos elev a Espaa al rango de primera potencia mundial, posicin que mantendra durante todo el siglo XVI. Ocurrida la muerte del Emperador en 1556, le sucedi su hijo Felipe II quien represent la completa hispanizacin de la dinasta. Durante su poca no se impuso coto alguno a las prerrogativas reales y las exacciones fiscales fueron en aumento, especialmente para las colonias americanas.7 Felipe III, quien rein entre 1598 y 1621 no fue capaz de continuar la poltica dinmica de su padre mas s sumi al imperio en una lucha absurda para recuperar todo el territorio de los Pases Bajos cuyo resultado fue la bancarrota de 1607.8 Mientras tanto, los vastos dominios americanos continuaron subsidiando al quebrado imperio. El oro del Per, las minas de Potos, la mita y el yanaconazgo se fueron convirtiendo en los recursos preferidos de los nobles y burcratas de turno en la metrpoli. Los siguientes soberanos de la Casa de Austria continuaron y agravaron incluso estos problemas, los que unidos a una administracin engorrosa y con superposicin de funciones no tardaron en causar caos, desorden y olvido postrante en las colonias. As pasaron por el trono Felipe IV y Carlos II, este ltimo dbil y enfermo por ser el resultado degenerado de matrimonios endogmicos en la familia de los Habsburgo espaoles durante cinco generaciones9. Fallecido el desdichado monarca en 1700 y sin dejar sucesin, el trono fue heredado por uno de sus sobrinos nietos descendiente de la Casa de Borbn, quien lo asumi como Felipe V. La dinasta borbnica trajo consigo importantes reformas gubernamentales cuyo producto en el mediano plazo fue una moderada reactivacin. La administracin general fue saneada y en el aspecto poltico se intent implantar unidad de mando en el monarca, quien tena poderes casi absolutos.10 En el aspecto econmico la supresin del sistema
Carlos de Habsburgo, hijo de Felipe el Hermoso y Juana la Loca era nieto por lnea paterna del Emperador Maximiliano I y de la Duquesa Mara de Borgoa, mientras que por lnea materna descenda de los Reyes Catlicos. Esta circunstancia lo convirti en el soberano ms poderoso y respetado de su poca. 7 Payne, Stanley; La Espaa , op. cit.,p. 21. 8 Ibdem, p. 107. 9 Figueroay Melgar, Alfonso; La casa de Austria en Espaa en Genealoga N 20. Ed. Instituto Argentino de Ciencias Genealgicas, Buenos Aires, 1982, p. 71. 10 Miranda, Arnaldo Ignacio Adolfo; El Virreinato del Ro de la Plata y su Capital Buenos Aires (en prensa).
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98 de flotas y galeones, la implantacin del reglamento de libre internacin y ms hacia finales del siglo XVIII la creacin del Consulado de Comercio en Buenos Aires trajeron prosperidad. Con la ereccin del Virreinato del Ro de la Plata (1776), las victorias militares de don Pedro de Cevallos y los aciertos culturales, edilicios y sociales de sus sucesores al frente del lato territorio, la poblacin en general vio con optimismo cmo se dejaba atrs el atraso del siglo anterior.11 Pese a todo lo expuesto los reyes que siguieron a Felipe V no fueron precisamente ejemplos de virtud. El ablico Fernando VI (17461759), el brillante pero absolutista Carlos III (1759-1788), autor de la real orden que expuls a los padres jesutas de todos los dominios hispanos en Amrica en 1767, ms las tribulaciones de Carlos IV y sus disputas con su hijo y heredero al trono (luego Fernando VII), terminaron por subsumir a la pennsula en 1808 y la autonoma posterior de sus colonias.
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29. Halperin-Donghi, Tulio; Militarizacin revolucionaria de Buenos Aires en El ocaso del orden colonial en Amrica. Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1978, p. 130.
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99 pender en sus funciones a don Rafael de Sobremonte delegando el mando militar en Liniers , mientras que las cuestiones administrativas fueron resueltas por la Real Audiencia.14 Con la cada de Montevideo a principios de 1807, lugar a donde se haba trasladado el virrey suspendido, los criollos de Buenos Aires coincidieron en que el pueblo mismo tena autoridad para decidir quien lo mandase ante lo que consideraban un acto cobarde y traidor de Sobremonte, quien -segn ellos- no haba intentado ninguna accin de envergadura para impedir aquel hecho.15Convocado un nuevo cabildo abierto el 10 de febrero de 1807, los oidores , regidores e importantes vecinos decidieron la destitucin del virrey en todos sus cargos.16 De esta forma, el Cabildo de Buenos Aires, originado como todos sus pares en los consejos municipales de la Espaa medieval, asumi un rol preponderante en el proceso de autonoma que ya se vislumbraba en Sudamrica.
Espaa en 1808 El rey Carlos IV haba contrado matrimonio con doa Luisa Mara Teresa de Parma y Borbn, procreando doce hijos. El noveno de ellos, llamado Fernando, Prncipe de Asturias, se convertira en 1808 en protagonista de uno de los hechos ms vergonzosos de la historia de la pennsula ibrica que tuvo directa repercusin en nuestras tierras y que brevemente describiremos.17 Desde joven el Prncipe Fernando, quien haba crecido en medio del miedo y la desconfianza, cultiv una creciente enemistad con sus progenitores. Uno de los episodios de este distanciamiento dio lugar al llamado proceso de El Escorial, un embrollo palaciego que puso al descubierto la triste personalidad del heredero del trono quien mantena correspondencia con Napolen I, comentndole asuntos domsticos. Luego de varios vaivenes verbales, una vez descubierto el asunto, Fernando obtuvo el perdn real el 5 de noviembre de 180718.
Senz Quesada, Mara; La Argentina, historia del pais y de su gente. Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 2000, pp. 191 y 192. 15 Romero Carranza, Rodrguez Vrela y Ventura; Historia Poltica , op. cit, p. 36. 16 Miranda, Arnaldo ; E! virreinato , op. cit 17 Izquierdo Hernndez, Manuel; Antecedentes y comienzos del reinado de Fernando VII, p. 132. 18 Fugier, ndr; La era napolenica y la guerra de la independencia espaola en Historia de ia Nacin Argentina. Ed. A.N.H. (dirigida por Ricardo Levem),Bs. As., 1961, tomo V, parte 1, p. 48.
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Mientras tanto, algunos das ms tarde -el 22 de diciembre- ftie suscripto el Tratado de Fontainebleau por el cual Espaa permita a los franceses pasar a travs de su territorio con el pretexto de invadir Portugal. Logrado su objetivo las tropas imperiales no abandonaron la pennsula.19 El pueblo espaol crey que su rey los haba traicionado y pens que con la asuncin anticipada de Fernando los franceses se retiraran de su territorio. El 18 de marzo de 1808 e pueblo se amotin en la ciudad de Aranjuez, tom prisionero al primer ministro Manuel de Godoy y presion en la prctica a Carlos IV para que abdicase en favor de su hijo, lo cual formaliz un da despus en un decreto firmado sin protocolo alguno.20 El Rey Don Carlos en su real decisin adujo que motivos de salud lo obligaban a renunciar al trono al expresar como los achaque deque adolesco no me permiten soportar por mas tiempo el grabe peso del gobierno demis Reynos he determinado despus dla mas seria deliberas-abdicar mi corona en mi heredero y mi muy caro hijo el Principe de Asturias (sic)21. El texto de la abdicacin fue conocido en Buenos Aires el 30 de julio de 1808 mediante bando mandado publicar por Liniers y Bremond. Acotaremos que al ser libre y espontnea la abdicacin, desde el punto de vista jurdico sta era vlida dentro del derecho castellano. Acto seguido se produjo una hbil e inusitada intervencin de Napolen Bonaparte quien aprovech la ocasin para reunir a toda la familia real en la localidad pirenaica de Bayona donde por medio de ardides y sofismas logr que Fernando VII devolviese la corona a su padre, quien la cedi al Emperador galo y ste, a su vez, la puso en manos de su hermano Jos Bonaparte.22 Pese a que los ms altos estamentos gubernamentales acataron esta farsa, la pueblada llevada a cabo en Madrid el 2 de mayo de 1808 dio lugar a la formacin de organismos de gobierno que se opusieron al pretendido Rey Jos I. Juntas de Gobierno en la Pennsula A la luz del derecho pblico tradicional vigente en la poca, las abdicaciones de Fernando VII y las cesiones de Carlos IV eran nulas e
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Miranda, Arnaldo; El virreinato , op. cit. Martire, Eduardo; 1808. Ed. Instituto de Historia del Derecho, Buenos Aires, 2001, p.
244.
Archivo General de la Nacin Argentina (en adelante A.G.N.), sala IX, 8-10-8, Bandos, fs. 334 - 336. 22 Senz Quesada, Mara; La Argentina , op. cit.,/?. 199.
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101 insanables dado que las leyes de Partidas establecan el carcter inalienable del reino. Ms an, conforme a las normas legales el pacto de vasallaje existente entre el monarca y su pueblo, por su carcter vinculante y de reciprocidad, impeda al rey tomar decisiones inconsultas respecto de la institucin monrquica arrogndose derechos pertenecientes a la totalidad de la dinasta reinante y en definitiva al pueblo.23 Todos los antecedentes relacionados motivaron la formacin de cuerpos colegiados titulados Juntas, para ejercer el legtimo gobierno en nombre del soberano encarcelado. Es as que habiendo cedido Don Carlos de Borbn sus derechos al trono de Espaa y de las Indias e igualmente renunciado los suyos los Infantes Don Antonio, Don Carlos y Don Francisco de Borbn a cambio de rentas y honores24 y ante la atona del Consejo de Castilla, el pueblo de Espaa reasumi su autoridad a travs de la que dio en llamarse la Junta Central Suprema y Gubernativa de los Reynos de Espaa e Indias, constituida en Aranjuez el 25 de septiembre de 1808. La importantsima institucin creada estuvo presidida por el anciano pero experto don Jos de Molina y Redondo, conde de Floridablanca (ex primer ministro de Carlos III) y estaba integrada por dos diputados de cada junta provincial.25 El antecedente ms remoto de estas Juntas de Gobierno, lo encontraremos en la ley tercera, ttulo decimoquinto de la partida segunda, donde se estipulaba el procedimiento a seguir para elegir tutores del rey nio si su padre antes de morir no hubiese dispuesto medida alguna en tal sentido.26
La conspiracin de Alzaga La creciente enemistad existente entre el alcalde de primer voto Martn de lzaga y el virrey Liniers lleg a su cnit el 1 de enero de
Garca Gallo, Alfonso; Aspectos jurdicos en la guerra de la independencia en Estudios de la guerra de [a Independencia Espaola. Ed. Instituto Fernando el Catlico, Zaragoza, 1965, tomo II, p. 96 y ss. 24 Tratado entre el Rey-Prncipe Fernando VII y el Emperador Napolen 1, citado por Pigretti, Domingo Antonio; Juntas de Gobierno en Espaa durante la invasin napolenica. Cooperadora de Derecho y Ciencias Sociales, Buenos Aires, 1972, p. 74. 25 A.G.N., sala IX, 8-10-8, Bandos, fs. 359-360. Confrontar con Archivo General de Indias (en adelante A.G.I.), seccin 10, ministerio de ultramar, legajo 742. 26 De la Reguera Valdelomar, Juan; Extracto de las Siete Partidas. Ed. Imprenta del Estado, Barcelona, 1847, p. 223.
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1809. Alzaga era un poderoso comerciante monopolista, lder del partido republicano hispanista, que despreciaba a los criollos y mantena desde 1807 un conflicto de intereses comerciales con el virrey debido a unos permisos sobre depsitos de mercaderas disponibles en Montevideo.27 Aliado con el gobernador de la Banda Oriental Francisco Javier de Elo, urdieron un plan para desacreditar al francs Santiago de Liniers y Bremond ante la invasin de la pennsula por el Emperador de los franceses. Sus denuncias llegaron hasta la Junta Central Gubernativa. Ante tales acusaciones cruzadas, Liniers destituy a de Elo, quien convoc a cabildo abierto formando un gobierno autnomo con exclusiva participacin de espaoles.28 En este estado de cosas el Cabildo de Buenos Aires, dominado por Alzaga, dirigise a la Real Audiencia, cuerpo que el 15 de octubre de 1808 rechaz las acusaciones contra Liniers calificndolas de tendenciosas e injustas y ratificando su decisin de disolver la Junta de Montevideo. La insurreccin debi estallar dos das ms tarde pero fue abortada por los criollos quienes pusieron de sobreaviso al virrey.29 El I o de enero, da en que anualmente se renovaba a los cabildantes se escuch taer con insistencia la campana del cabildo mientras un nmero considerable de personas reclamaba; Queremos Junta! Abajo el francs Liniers! Viva el cabildo!30 Alzaga y los suyos casi lograron su objetivo pero el decidido apoyo brindado por los altos oficiales de las milicias criollas dio por tierra cualquier intento. En efecto, la oportuna intervencin de Cornelio de Saavedra, Gerardo Esteve y Llac, Florencio Terrada y Francisco Pizarro entre otros, logr calmar los nimos.31 Los cabecillas fueron desterrados al presidio de Carmen de Patagones en Ro Negro, aunque luego de rescatados siguieron conspirando desde Montevideo, logrando finalmente eco en la pennsula a sus cargos contra Liniers. El 11 de febrero de 1809 la Junta Central, trasladada a Sevilla, dispuso su reemplazo por el teniente general de la Real Armada Baltasar Hidalgo de Cisneros y La Torre.32
Senz Quesada, Mara; La Argentina , op. cit.,/?. 203. Segreti, Carlos; Un caos de intrigas en el Ro de la Plata (1808-1812). Ed. A.N.H., Bs. As., 1997, p. 72. 29 Levene, Ricardo; Asonada del 1 de enero de 1809 en Historia de la Nacin Argentina (dirigida por R. Levene) .Ed. A.N.H., Buenos Aires, 1939, tomo V, p. 679. 30 Lozier Almazn, Bernardo; Martn de Alzaga. Historia de una trgica ambicin. Ed. Ciudad Argentina, Buenos Aires, 1998, pp. 154 y 155. 31 Levene, Ricardo; Asonada del I o de enero , op. cit,p. 688. 32 Romero Carranza, Rodrguez Vrela y Ventura; Historia poltica , op. cit., p. 38.
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103 La Infanta Carlota Joaquina Paralelamente a los acontecimientos antes detallados, tuvo lugar en Buenos Aires una intriga de ribetes insospechados. Al llegar la corte portuguesa al Brasil, la princesa Carlota Joaquina de Borbn, hija de Carlos IV y esposa del regente portugus Joo VI, lleg a autoproclamarse regente de Espaa y de las Indias a la luz de los acontecimientos que se suscitaban. Su ambicin desmedida la llev a pensar que poda reinar con poderes absolutos desde Buenos Aires. Para los criollos promonrquicos la infanta representaba el riesgo menor para alcanzar sus objetivos independentistas, dado que con el protectorado britnico todo hubiese quedado supeditado a la poltica europea, mientras que el partido alzaguista era democrtico y pretenda la formacin de una junta como las de Espaa.33 El grupo carlotista, cuyos principales exponentes eran Manuel Belgrano, Hiplito Vieytes, Nicols Rodrguez Pea y Juan Martn de Pueyrredn mantuvo nutrida correspondencia con la princesa quien al comprobar que slo era una pieza de ajedrez poltico, denunci los nombres de los patriotas que pretendan entronizarla.34
Se prepara la revolucin Cisneros llegaba a un Buenos Aires ardiente, dividido y donde hallaba frrea oposicin entre los grupos separatistas. En Espaa la ofensiva francesa haca peligrar la existencia de la Junta Central Gubernativa, mientras el caraqueo Francisco de Miranda radicado en Londres, segua con atencin las alternativas35. Con fecha 31 de enero de 1810 Sevilla cay en manos de ios franceses y como consecuencia la Junta Central fue disuelta y sus miembros apresados en Jerez de la Frontera. Dos das antes el organismo gubernativo haba delegado sus poderes en un Consejo Supremo de Regencia que se hallaba acorralado en la isla de Len. Espaa como estado soberano haba desaparecido36.
Senz Quesada, Mara; La Argentina , op. cit.,p. 202. Romero Carranza, Rodrguez Vrela y Ventura; Historia poltica , op. cit.,p. 38. 35 Lucena Giraldo, Manuel; Francisco de Miranda, el precursor de la independencia de Venezuela Ed. Anaya, Madrid, 1988, p. 99. 36 Lpez Rosas, JosR.; Historia constitucional , op. ct.,/7. 92.
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104 El 22 de marzo zarp de Gibraltar la fragata John Parish, trayendo las malas nuevas y anclando en el puerto de Montevideo el 13 de mayo de 1810. Ante las alarmantes noticias el gobernador de la Banda Oriental decidi incautar las gacetas, aislar el buque y enviar una comunicacin reservada al virrey. El da 18 Cisneros recomend al gobernador que dejase desembarcar a la tripulacin de la fragata as como sus efectos siempre y cuando guardasen una conducta circunspecta. Aquel mismo da el virrey lanz una proclama a los leales y generosos pueblos de su Virreynato donde expresaba que ...provincias enteras, pueblos numerosos y ejrcitos que cada da se levantan de entre sus mismas ruinas, sostienen cada vez con mejor empeo la causa de nuestro adorado Soberano seor Don Fernando VII... agregando que ...no tomar esta Superioridad determinacin alguna que no sea previamente acordada en unin con todas las Representaciones de esta Capital, a que posteriormente se renan las de todas sus Provincias dependientes, entretanto, que de acuerdo con las dems del Virreynato se establezca una representacin de la Soberana del seor Don Fernando VIL37 Al conocerse los acontecimientos y la proclama, los criollos estimaron que haba llegado la hora de actuar. En casa de Juan Jos Viamonte se resolvi autorizar a Saavedra y Belgrano para que se entrevistasen con el alcalde de primer voto Juan Jos Lezica, mientras Juan Jos Castelli hara lo propio con el sndico procurador general del cabildo Julin de Leiva. El motivo de estas reuniones era acelerar la convocatoria a un cabildo abierto. Al da siguiente (20 de mayo), fue anoticiado de los petitorios el virrey Cisneros quien convoc a los jefes militares para detener la insurreccin que se avecinaba, pero Saavedra le replic que el que a VE. dio autoridad (la Junta Central) para mandarnos ya no existe. Por consiguiente, tampoco VE. la tiene ya, as es que no cuente con las fuerzas de mi mando para sostenerle en ella.38 En este estado de cosas, Cisneros se vio forzado a aceptar la convocatoria que dada la agitacin creciente en las calles se fij para el da 22 a las nueve de la maana.39
Ibdem, p. 93. Saavedra, Cornelio; Memoria autgrafa en Los sucesos de Mayo contados por sus autores, Bs. As., 1928, p. 62. 39 Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buens Aires. Ed. A.G.N., Bs. As., 1927, serie IV, tomo IV.
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105 1 debate del cabildo abierto Pese a que mucho se ha dicho en referencia a la asamblea popular llevada a cabo el 22 de mayo de 1810, estamos en condiciones de afirmar que la convocatoria, lejos de ser popular, fue selectiva dado que sobre una poblacin de cuarenta mil habitantes se cursaron cuatrocientas cincuenta esquelas. De los convocados concurrieron doscientos cincuenta y uno emitiendo su voto doscientos veinticuatro de los presentes. Analizaremos brevemente las principales posturas sustentadas luego del discurso de apertura.40 El obispo Benito de Lu y Riega manifest una postura claramente favorable al derecho y soberana de Espaa sobre estas tierras, causando indignacin entre los patriotas. Sostuvo Lu que mientras exista en Espaa un pedazo de tierra mandado por espaoles; ese pedazo de tierra debe mandar a las Amricas.41 En contraposicin, el doctor Juan Jos Castelli argument que habindose producido una revolucin en la metrpoli sta constituy un gobierno mero jure etfacta en la Junta Suprema y habiendo sta caducado -y con ella las autoridades emanadas de su seno-, el pueblo deba asumir la soberana del monarca e instituir un nuevo gobierno en su nombre y representacin.42 Castelli propugnaba una tesis pactista sostenida por los pensadores neoescolsticos como Francisco Surez, la cual preceptuaba que el poder -de origen divino- era confiado al pueblo y ste a travs de un pacto lo delegaba en el monarca. Habiendo cesado este ltimo la soberana se retroverta a su legtimo titular, el pueblo. Conforme pasaban las horas y los nimos se caldeaban hizo uso de la palabra el fiscal de la Real Audiencia Pretorial, doctor Manuel Genaro de Villota, quien bas su slida tesis en el derecho de representacin que Buenos Aires -segn l- no tena expresando que el (pueblo) de Buenos Aires no tiene por s solo derecho alguno a decidir sobre la legitimidad del gobierno de Regencia, sino en unin con toda la representacin nacional y mucho menos a elegirse un Gobierno Soberano.43 Pese a la innegable contundencia de sus afirmaciones fue
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Lpez Rosas, Jos R.; Historia constitucional op. ci\.,p. 97. Lpez, Vicente Fidel; Historia de la Repblica Argentina, Buenos Aires, 1883, tomo II,
p.30.
Levene, Ricardo; Los sucesos de Mayo en Historia de la Nacin Argentina. Ed. A.N.H., Buenos Aires, 1939, tomo V, captulo l,p. 29. 43 Trusso, Francisco Eduardo; Derecho Histrico Argentino. Ed. Cooperadora de Derecho y Ciencias Sociales, Buenos Aires, 1975, texto IV, pp. 30 y 31.
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106 refutado con solvencia por el doctor Juan Jos Paso quien expuso que Buenos Aires no slo es la Capital del Virreynato, la hermana mayor de las dems provincias, sino que, por su puerto y por su ro, es la que queda al alcance de los enemigos y de los riesgos que pueden venirle desde afuera y all marcando un punto de inflexin, desarroll la doctrina del negotiorum gestor o gestin de negocios. La misma establece que con el propsito de beneficiar al ausente (las provincias interiores), sus hermanos o parientes ms cercanos pueden por principio jurdico y por derecho propio asumir la gestin del asunto, sin perjuicio de someterse luego a la aprobacin de aqul, bien sean terceros, condminos o socios.44 Pasada la medianoche el cabildo resolvi dar por concluidas las deliberaciones para pasar al escrutinio de votos al da siguiente (23 de mayo). Hechos los cmputos se estableci que el Exmo. Seor Virrey deba cesar en el mando, recayendo el mismo en el Exmo. Cabildo hasta que este cuerpo designase una junta que se encargase del mando, para luego convocar a los diputados de las provincias interiores y establecer la forma de gobierno pertinente.
Las dos juntas de mayo El da 24 los cabildantes cumplieron su cometido aunque con defectos de fondo en cuanto a lo establecido en el sufragio que viciaron de nulidad insanable dicha corporacin o junta. En efecto los miembros del cabildo gobernador acordaron que continuara en el mando el Exmo. Seor Virrey Don Baltassar Hidalgo de Cisneros asociado de los seores el doctor Don Juan Nepomuceno de Sola, Cura Rector de la Parroquia Nuestra Seora de Montserrat de esta Ciudad, el Doctor Don Juan Jos Castelli, Abogado de esta Real Audiencia Pretorial, Don Cornelio de Saavedra, Comandante del Cuerpo de Patricios y Don Jos Santos de Inchurregui de este Vecindario y Comercio.45 Este cuerpo sera presidido por el virrey quien conservaba su tratamiento y privilegios, si bien es cierto que las decisiones deban estar rubricadas por todos los miembros. Cuando el rgano gubernamental prest juramento y fue conocido por el pueblo, ste se rebel contra su heterclita constitucin que
Ibdem. Leiva, Alberto David (recopilacin y prlogo); Fuentes para el estudio de la historia institucional argentina. Eudeba, Buenos Aires, 1982, pp. 3, 4 y 5.
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107 mantena a Cisneros en el poder. Los sucesos siguientes son ampliamente conocidos y escapan a esta apretada sntesis. Slo diremos que luego de distintas reuniones durante aquella noche, los patriotas redactaron la Representacin que al da siguiente llevaron ante el cabildo donde se mencionaban los nombres de quienes habran de integrar la denominada Primera Junta de Gobierno Patrio, as En la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de la Santsima Trinidad puerto de Santa Mara de Buenos Ayres a veinticinco de Mayo de Mil Ochocientos Diez, juraban sus miembros prometiendo conservar la integridad de esta parte de los Dominios de Amrica a Nuestro Amado Soberano el Seor Don Fernando Sptimo y sus legtimos sucesores.46 En el mismo acta se estableca el envo de una expedicin de quinientos hombres para auxiliar a las provincias interiores. La Junta de Mayo consagr un gobierno autnomo tomando como base algunas normas establecidas en el reglamento constitucional del da anterior y estableciendo principios republicanos -autonoma del poder judicial en manos de la audiencia, responsabilidad y publicidad de sus actos- y representativos -invitacin a los pueblos del interior para que eligiesen sus representantes, los que concurriran a la capital.
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talo Manzi
En 1905, hace cien aos, el cine cumpla diez de edad. La primera exhibicin de imgenes en movimiento fotrografadas y reflejadas en una pantalla, haba tenido lugar en Pars el 28 de diciembre de 1895 en el Saln Indien situado en el subsuelo del Grand Caf del Boulevard des Capucines. Treinta y tres espectadores haban pagado su entrada para ver la genial invencin de los hermanos Louis y Auguste Lumire, 33 apstoles que llevaron la buena nueva a todo Pars y luego al mundo entero. Los propios Lumire enviaron emisarios a prcticamente todos los pases del mundo, quienes exhibieron el nuevo invento e iniciaron en sus misterios a fotgrafos locales. Aunque al principio no fuera ms que una atraccin de feria, se comenz a hacer cine en todas partes. Hasta 1904, las vistas o cuadros seguan dependiendo de las otras formas del espectculo: las variedades, la pera, el drama... En 1905, aunque en cierto modo se siguieran utilizando esos puntos de partida, se observaba poco a poco un alejamiento de los mismos. Abundaban los exteriores, los primeros planos y un gran movimiento obtenido con el montaje, una tcnica indispensable para el cine pero cuya existencia an se ignoraba y se realizaba en forma intuitiva. Adems, las vistas ya no se pasaban nicamente en los stands de las ferias sino tambin en locales construidos especialmente, con las comodidades necesarias para los espectadores. Algunos aos ms tarde se generalizara la arquitectura de los cines o bigrafos, la cual, aun dentro de sus aberraciones de diseo, habran de constituir un estilo muy caracterstico del siglo XX. Un estilo del que van quedando cada vez menos ejemplos, pues a partir de los aos 60, con los nuevos entretenimientos de masas, primero la televisin y despus la videocasetera, la mayora de esos cines fueron demolidos para construir en su lugar supermercados o, a veces, multicines compuestos por una serie de salas pequeas. En 1905, en los espectculos cinematogrficos no haba an largometrajes, pero la exhibicin, que duraba aproximadamente dos horas,
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estaba compuesta por una serie de cortos de diferente duracin y contenido, cuyo esquema se repeta regularmente de programa en programa. La ilustracin nos muestra el programa de la exhibicin cinematogrfica que tuvo lugar el 18 de diciembre de 1905 en Fano (Italia), en el Teatro della Fortuna. Podemos observar que la mquina publicitaria con la que se venda el producto se diferenciaba muy poco de la que se sigue utilizando actualmente. El espectculo comenzaba con unas escenas de danza clsica (esta vez el ballet ruso, otras veces Loie Fuller) o de music-hall, y prosegua con los nfaltables documentales (en este caso, escenas rodadas en la India, en Nueva Delhi). Para el espectador medio de entonces, ver un ballet prestigioso o, sobre todo, conocer pases lejanos, de leyenda, a los que nunca se podra viajar, constitua algo muy fuera de lo comn. Luego se continuaba con un filme de aventuras o un incipiente western y con una comedia filmada (en este caso Una operacin quirrgica extraordinaria) antes de pasar a los grandes filmes del programa, los largometrajes que en 1905 podan llegar a durar hasta quince o veinte minutos : esta vez una ferie (Las mil y una noche de Mlis) y una reconstruccin histrica : La presa di Roma, a la que volveremos a referirnos. Como conclusin sola exhibirse una comedia (en este programa Diez mujeres para un marido). La duracin del espectculo era de aproximadamente dos horas y estaba acompaado de msica ejecutada al piano en la propia sala. // cinema ritrovato, el festival que se realiza en Bolonia, Italia, desde hace diecinueve aos a principios del mes de julio es, con el festival de Pordenone -una ciudad cercana a Venecia- que tiene lugar en octubre, el punto de cita de cinefilos de todo el mundo, deseosos de ver los filmes de todas las pocas y de todos los lugares (con preferencia el cine mudo), que no se vean desde haca mucho tiempo o se consideraban desaparecidos y que se exhiben restaurados en los pases de origen o en el laboratorio que se cre a ese efecto en Bolonia, y que se llama L 'immagine ritrovata. Las exhibiciones o los ciclos de este ao son harto elocuentes: el cine musical de todos los pases beligerantes durante la Segunda Guerra Mundial, incluidos Alemania, Italia y Japn, una seleccin completsima de filmes de Andr Deed (Cretinetti), un pequeo ciclo de pelculas mudas de Lewis Milestone, as como de las pelculas europeas de la actriz Betsy Blair, con presencia de la misma, Y entre muchas otras cosas, dos series completas pasadas a razn de dos epi-
113 sodios por da: Tih Minh de Louis Feuillade (1918) y Tao de Gastn Ravel (1923), as como una versin restaurada y completa del Acorazado Potemkin que Sergei M. Eisenstein realiz en 1925, pero los acontecimientos que narra transcurran en 1905. Una seccin del festival se llama El cine hace 100 aos y este ao, por supuesto, le toc a 1905. La responsable de buscar, elegir y si es necesario restaurar los filmes de hace 100 aos es Mariann Levinsky quien, con su esposo Gian Luca Farinelli y algunos otros ms, compone el plantel directivo del Festival. El cineasta y crtico finlands Peter von Bagh es el director artstico. En cada una de las funciones diarias, Mariann Levinsky ha tratado de respetar el esquema de la poca, tal como muestra el programa reproducido en estas pginas. Se exhibieron en total, durante siete das, 86 vistas a razn de una funcin diaria de casi dos horas. Entre las documentales y pelculas de viajes de 1905, presentados en Bolonia, pueden mencionarse El emperador Guillermo II llega a Dinamarca (de origen dans), Un viaje por tren en Suiza y En Tierra Santa: Jerusaln (de origen francs), Una flor en la casbah (dp origen italiano) y Panorama desde el techo del Times Building de Nueva York (de origen norteamericano). En cuanto a las pelculas de ficcin, en 1905 casi no se conoce el nombre de los actores, pero poco a poco se ha ido conociendo el de los directores. En Francia Gastn Velle, Lucien Nonguet, Albert Capellani, Ferdinand Zecca, Georges Hatot, Charles-Lucien Lepine, Segundo de Chomn, Victorin Jasset y, por supuesto, Georges Mlis, que en 1905 prcticamente haba agotado todos sus trucos y prodigios; en Dinamarca Peter Elfeldt, en Italia Filoteo Alberini, en los Estados Unidos Edwin S. Porter, en Espaa Fructuoso Gelabert... Tres pelculas francesas de 1905 sorprenden por su calidad y al mismo tiempo por su carcter blasfemo, que puede explicarse por la separacin entre la Iglesia y el Estado, que tuvo lugar en Francia precisamente en 1905. La primera es Los mrtires de la Inquisicin, dirigida por Lucien Nonguet, donde en una serie de cuadros se observan con precisin las torturas infligidas a los acusados. La precisin del montaje y el juego impecable de los actores traducen ciertos momentos de horror que incluso hoy resultan difciles de soportar. Las otras dos pelculas son comedias: en La confesin una joven seora, un poco ligera de cascos, no vacila en contarle al cura su vida amorosa en sus menores detalles.
114 La expresin del sacerdote es primero atenta, luego horrorizada y finalmente lbrica, al punto que derriba el tabique que los separa y se arroja sin ningn pudor sobre ella. En Fcheuse mprise (que podra traducirse como Equivocacin inoportuna), vemos a unas monjas que entran en una iglesia y se persignan con agua bendita sin reparar que en las pilas el agua haba sido reemplazada por pintura. Otra pelcula, tambin francesa, nos deleita por su parfeccin formal, as como por su carcter a la vez cmico y sadomasoquista. Se llama Vot'permis? Viens l'chercher (Su permiso? Ven a buscarlo). Un hombre que acaba de matar un conejo, es sorprendido por el guardabosques que sale de su escondite y le exige que le muestre su permiso de caza... Ven a buscarlo, responde el hombre y huye a travs del bosque. El inspector lo persigue con mucha fatiga y finalmente lo halla sentado en la terraza de un bar del pueblo vecino. Ya sin aliento, le pide el permiso y el hombre, que est en regla con la ley, se lo muestra. Le dice sonriente: Te dije que vinieras a buscarlo. El guardabosques se va furioso entre las risas de los presentes. El director de la vista es Charles-Lucien Lepine y el camargrafo, Segundo de Chomn. El espaol Chomn (Teruel 1871-Pars 1929) fue una de las figuras trascendentes del cine mudo mundial. Se lo defini el primer imaginativo, el primer fantstico del cine espaol. Fascinado por la invencin de los Lumire, viaja a Pars en 1897 para estudiarla ms a fondo. Ocupa puestos cada vez ms importantes en la Casa Path donde introduce el cine en colores, pintando a mano {au pochoir) cada uno de los fotogramas de las pelculas. Estudi los trucos de Mlis y de Zecca y fue el primero en utilizar el travelling colocando la cmara sobre unos patines. Intervino, dirigiendo o ocupndose de la cmara o de los trucos, en diez pelculas francesas de 1905. Luego, alternando la realizacin con los efectos especiales, se mantuvo muy activo, en Francia, Espaa e Italia, hasta fines de los aos 20. Fue el creador de los trucos de Cabina de Giovanni Pastrone (Italia, 1914) y del Napolen de Abel Gance (Francia, 1925). Tal vez la pelcula ms perfecta y espectacular de Segundo de Chomn sea Lapoule aux ceufs d'or (La gallina de los huevos de oro) de 1905. El filme es un ejemplo de los trucos, el color y las invenciones ms geniales del autor. Tal como la presentaba la publicidad de la poca, se trataba de Una gran escena fantstica en cuatro partes y doce cuadros, inspirada en la fbula popular de La Fontaine. Granferie en seis de los cuadros. Algunos historiadores del cine atribuyen el
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115 filme a Gastn Velle; otros a Gabriel Moreau o a Albert Capellani. Pero segn Juan Gabriel Tharrats, que ha escrito el libro definitivo sobre Segundo de Chomn,1 la realizacin fue de Albert Capellani y los trucos -que constituyen lo principal de la pelcula- de Chomn. Se basa, entre otras cosas, en que uno de los papeles est interpretado por Julienne Mathieu, la esposa de Chomn, que slo actu en pelculas de su marido. Otro espaol, el cataln Fructuoso Gelabert (1874-1954), crea en 1897 el primer aparato tomavistas espaol y realiza Ria en un caf, que tal vez sea la primera pelcula espaola de ficcin. Gelabert fue director, fotgrafo y actor, inventor de trucos y constructor de salas de exhibicin. En 1905 filma Los guapos de la vaquera del parque, pero si se cuentan los documentales y los filmes de ficcin realizados entre 1897 y fines de la dcada del 20, Fructuoso Gelabert habra realizado varios centenares de pelculas. En general, ya se ha dicho, los nombres de los actores no solan mencionarse, pero en Espaa hallamos una excepcin. A partir de 1905, fecha en que actu en Los sitios de Chile, un filme encargado por el gobierno chileno a Segundo de Chomn, Joaqun Carrasco fue un actor de gran popularidad en Espaa, Italia y Francia hasta comienzos de la dcada del 30. Los norteamericanos proclaman que el primer artista jams mencionado en cine con todas sus letras, fue la actriz Florence Lawrence, conocida primero como The Biograph Girl, en un filme de 1910. Vemos que no es as en Mxico y la Argentina, los dos pases de habla hispana que, como Espaa, tuvieron desde el principio una continuidad en su produccin cinematogrfica, tambin estaban activos en 1905. Como en todas partes, Mxico filmaba eventos polticos y paisajes locales. El primer largometraje documental -Fiestas presidenciales en Mrida- se film en 1906. Lo dirigi Enrique Rosas y duraba 3000 metros. Hasta ese momento los filmes mexicanos no pasaban de 200 o 300 metros. En 1905 el cine argentino retomaba un impulso perdido en 19021903, pues en 1899 se haban filmado dos operaciones quirrgicas ejecutadas en el Hospital de Clnicas por el doctor Alejandro Posadas, y unas cuantas documentales y ficciones, tales como Fregoli entre bastidores o Inauguracin de la estatua de Garibaldi.
' Juan Gabriel Tharrats, Los 100 films de Segundo de Chomn, Zaragoza, Prensas Universitarias, 1988.
116 En 1901 se haba creado la primera sala dedicada exclusivamente al cine -el Saln Nacional sito en la calle Maip 471- y en 1905, se conjugaron los esfuerzos de Max Glucksman, que en los aos 30 sera uno de los primeros distribuidores del pas, y del italiano Attilio Lipizzi, que haba filmado el espectculo de Fregoli mencionado ms arriba y que ahora, en 1905, funda una casa cinematogrfica, la taloArgentina, destinada a la importacin de aparatos de Europa y, poco despus, a la distribucin de pelculas europeas. Ms tarde fundar una productora, la Filmograf, que ser muy activa en la segunda dcada del siglo XX. Entre las pelculas argentinas de 1905 podemos mencionar El gran premio internacional 1905 y Las grandes regatas del Tigre, pero fue el ao siguiente cuando se realizaron las dos primeras pelculas de ficcin, an breves. La primera es Tango criollo de Eugenio Py, el camargrafo francs ms activo en el cine argentino prehistrico. Se trata de la primera pelcula de tango jams realizada. El segundo filme es Noticia telefnica angustiosa, que reproduce en imgenes, dentro de lo posible, la pieza teatral // telefono que el gran Ermete Zacconi estaba representando en el Teatro San Martn. Retornando a Europa, es importante sealar que en 1905 tuvo lugar el nacimiento propiamente dicho del cine italiano, con el estreno del primer largometraje de ese pas: La presa di Roma (La toma de Roma) de Filoteo Alberini, que mencionamos ms arriba. Hasta ese momento el cine italiano produca documentales y breves filmes de entretenimiento tales como los de talo Pacchioni entre 1899 y 1900. La presa di Roma, con los actores Cario Rosaspina y Ubaldo Mara del Colle, narra las circunstancias que, en 1870, provocaron la entrada en Roma de las tropas piamontesas y la anexin a Italia de esa ciudad. El xito fue inmenso en todo el mundo. Pero ms importante an es el hecho de que no slo convirti al cine italiano en el ms importante de todos (hasta 1919-20) sino que cre un gnero: el filme histrico o mitolgico, o las dos cosas a la vez, que, a travs de los avatares del cine italiano, fue patrimonio principal de Italia. David Wark Griffith, el insigne pionero del cine norteamericano, admiti que su Intolerancia (1916) jams hubiera existido sin la influencia ejercida por los colosos italianos y sobre todo por la Cabiria de Giovanni Pastrone (1914). En los aos 50-60 del siglo XX, las pelculas de aventuras que transcurran en la Antigedad y que seguan filmndose con xito, constituyeron un nuevo gnero: el peplum.
117 Adems, fue en Italia donde, a partir de 1907-1908, surgieron lo que hoy da se conoce como estrellas cinematogrficas Entonces se llamaban divas y divos, y en la segunda dcada del siglo XX provocaron tantas admiraciones, pasiones e imitaciones que cambi para siempre el tipo de acercamiento al cine por parte de los espectadores. Muchos gneros o temas del cine nacieron en 1905. Por ejemplo las pelculas de perros. A partir de Rescued by Rover (Rescatado por Rover) realizada en Gran Bretaa por Lewis Fitzhamon, una pelcula que curiosamente nunca se perdi; con otras diez o doce ms, se exhibi a lo largo del siglo XX cuando se decida presentar una funcin consagrada al primer cine mudo, cuyo objetivo, al no pasarse las imgenes al ritmo debido, era sobre todo provocar la hilaridad de los espectadores. Rover, el perro fiel e inteligente, capaz de todos los herosmos para salvar a sus amos de situaciones peligrosas, prosigui en las dcadas siguientes a travs de diversos Rin-Tin-Tin y Lassie. En Bolonia se restaur y present un filme de perros de 1905, que es una veradera joya. Fue producido por la Casa Path, pero no se conoce su realizador Se llama Chiens contrebandiers y en sus diez o doce minutos, constituye un ejemplo asombroso de suspense obtenido a travs del montaje y que, si se tiene presente el ao de filmacin, resulta tan perfecto como el de ciertos filmes sobre contrabando por medio de perros entre Francia y Blgica, realizados por Jean Gourguet casi 50 aos ms tarde. Por ejemplo, Zone frontire (1949) o Trafw sur les dunes (1950). Adems, fue en 1905 cuando Max Linder film su primera pelcula: Premire sortie d'un collgien, dirigida por Victorin Jasset. Max Linder cre un nuevo tipo de comicidad cinematogrfica que, a pesar de llevar siempre un frac y un sombrero de copa impecables, no slo influy muchsimo en el estilo de Charlie Chaplin, sino que Chaplin jams dej de reconocerlo. Y, last but not least, en 1905, el 18 de septiembre, naca en Estocolmo Greta Louisa Gustafsson, que veinte aos despus se hara llamar Greta Garbo.
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Ricardo Bada
Imagino que sin querer, en una urbanizacin del lugar donde vivo -en la periferia de Colonia y a orillas del Rhin- le han rendido al gran Chjov un delicado homenaje de congruencia: la calle llamada Kirschgarten (el jardn de los cerezos) es un callejn sin salida. Y es que en la toponimia urbana se dan casos muy justicieros, y hasta lcidamente poticos, y otros que no tanto, o que por lo menos inducen a un cierto desconcierto. Qu puede decirle a un catlico el hecho de que en Berln, en el barrio de Schneberg, la calle del apstol San Pablo sea algo as como el breve gaviln de la interminable espada que es la calle Lutero? Se esconde en ello alguna simbologa? Y no se oculta una justicia potica refinadsima en el hecho de que los muncipes de Amsterdam hayan colocado la estatua de Gandhi en el centro de la avenida Churchill? Debemos sospechar algo por el estilo cuando descubrimos que la calle Alemania tiene en Madrid una sola manzana y se encuentra ms bien escondida en un arrabal de no muy grata memoria? Y qu sentido atribuirle a que en Sevilla la calle Amistad, nada menos, sea un callejn sin salida? Otra cosa, claro est, es que en el plano de una ciudad -como en el de Huelva-, por razones de espacio, en un barrio con calles de nombres de Premios Nobel destaque una que se llama Miguela Asturias: y no es un chiste. El tema de la toponimia es inagotable. Hace das, cuando el autobs en que viajaba se detuvo ante un semforo en rojo de la circunvalacin, traduje mentalmente el letrero de esa calle, Im Wasserwerkswldchen, y me pregunt si sera posible que una calle espaola pudiera llamarse En el bosquecillo de la estacin bombeadora del Servicio de Aguas Municipales. Y record aquel caso de presunta ignorancia que cont Julin Maras citando a un colega suyo, profesor alemn, el cual quiso documentarle a Maras cunto haba descendido el nivel de la cultura general en su pas con la ancdota de una secretaria que le pregunt
120 que cmo deba escribir Adenauer en la direccin de una carta. Y lo nico que el profesor document fue su propia ignorancia, no la de la secretaria. Mi experiencia con ellas, en estos lares, me asegura que en ortografa y gramtica les dan ciento y raya a sus superiores, y en este ejemplo concreto la secretaria le estaba preguntando, lisa y llanamente, si deba escribir Adenauer Strasse o quizs Adenuaerstrasse o Konrad-Adenauer-Strasse. En el primero de los casos sera la calle de Adenau [el pueblo], y en los otros dos la calle de Adenauer [el canciller]. Porque Adenauer, gentilicio masculino de los habitantes de Adenau, tambin es apellido, como lo son en espaol Zamorano, Gallego, Aragons y Vasco y Sevillano y tantos otros. Y la normativa alemana de escritura de los topnimos urbanos distingue con rigor implacable. As de sencillo. Todo esto se me ocurre hojeando un bello objeto que compr disfrazado de libro. Me explico. Se trata, s, de un libro, que a su vez incluye otro, el facsmil de la libreta de direcciones de Pau Hindemith cuando viva en Berln entre 1927 y 1937. Es decir, que el autor de las peras Cardillac, Matas el pintor y Noticias del da (rescatada con gran xito hace poco por la pera de esta ciudad de Colonia) fue testigo presencial de la llegada de los nazis al poder, convivi con ellos al menos cuatro aos en ese Berln donde no ya los gatos de noche, sino asimismo las hienas -y stas, de da y de noche- eran de color pardo. La reproduccin facsimilar de su libreta de direcciones es muy conmovedora porque certifica el talento como dibujante de Hindemith. Muchos son los nombres registrados en ella y junto a los cuales aparece un dibujo referencial y muy personalizado. Pienso p.ej. en un mdico de enfermedades venreas, el poeta Gottfried Benn, cuya profesin vemos ilustrada con una jeringuilla. O en un colega de Hindemith, el compositor Alban Berg: como la palabra Berg en alemn significa montaa, subrayando su direccin figura el perfil de una mnima cordillera. O en el legendario director de la Filarmnica de Berln, Wilhelm Furtwangler, que con su batuta, y estilizado como para la vieta de un tebeo, conduce en la libreta una orquesta invisible. O en el futbolista Rudi Wilhelm, caracterizado por medio de una portera y un baln. O en el homenaje indirecto que PH le rinde a otro colega, Arthur Honegger, haciendo correr bajo su nombre -seguida de un penacho de humo longuilneo- la locomotora de su poema sinfnico Pacific 231. Descubro tambin algo a medio camino entre el jeroglfico y el poema visual: es el dibujo que acompaa la direccin de la oficina que
121 cobra el impuesto municipal por la tenencia de un perro. En alemn eso se llama Hundesteuer, palabra compuesta de Hunde, perros, y Steuer, impuesto, pero como Steuer tambin significa volante de automvil, Hindemith dibuj un perro de cuyo trasero emerge el timn de un carro. Jeroglfico y/o poema visual: y sentido del humor. Con todo, confieso que lo que ms me impresion del facsmil es la correccin que consta en la direccin del banco donde Hindemith deba tener su cuenta corriente, el Dresdner Bank, que da la casualidad de que tambin es el mo. Bueno, el mo no: aqul donde contabilizan mi debes ms que mis haberes. En la libreta de direcciones del compositor deca: Dresdner Bank, Reichskanzler PL, o sea, Banco de Dresde, Pl[aza] del Canciller federal. Pero el facsmil revela que Hindemith traz sobre el topnimo una raya sesgada, de arriba abajo y de derecha a izquierda (o ambas cosas y al revs), y escribi encima: Ad.Hitler.PL, que no necesito traducir. Casi se me cort el aliento cuando tuve esa pgina delante de mis ojos. Sent miedo, tambin dolor, al darme cuenta de que somos capaces de aceptar en nuestras agendas nombres como se. Consulto una vez ms el callejero de Madrid y exhalo un suspiro de alivio: no existe en la capital de Espaa ni alameda ni avenida ni calle ni plaza ni callejn ni plazuela ni travesa ni ningn sitio pblico que ostente el nombre del siniestro Fernando VIL Menos mal. Y no es que yo pretenda homologar al Deseado -ay!- con Hitler: no le daba el cuero para tanto. (La curiosidad me lleva a censar cules son los reyes espaoles, de los Catlicos ac, que no han encontrado un puesto en el nomencltor madrileo. Y no son sino Carlos II y Carlos IV, amn del impresentable supracitado, dndose el caso curioso de que Carlos I de Espaa s est presente, pero como Carlos V de Alemania. Misterios municipales. Aunque tambin justicia, por otra parte: si bien hay una calle Amadeo I, ninguna recuerda a Jos I, el rey Bonaparte). Y volvamos a Alemania, y a un caso de vergonzosa toponimia que conozco muy de cerca porque mis deberes de abuelo me han hecho sujeto pasivo de una mutacin en canguro, y es as que un da s, otro no, y a veces el de enmedio, me toca viajar en un tranva de la lnea 16, aqu en Colonia: la de los Reyes Magos... y las innumerables vrgenes de Santa rsula que alguna vez provocaron una irreverente pregunta de Jardiel Poncela. En esa lnea del tranva 16, que corre desde el nordeste de la ciudad hasta Bad Godesberg -antao residencia de los diplomticos, al
122 sudoeste de Bonn- haba hasta el verano del 2001 una parada llamada Marienburg, un distinguido barrio del sur coloniense. Pues bien: ahora, all, desde entonces, esa doble parada ostenta el nombre de Heinrich-Lbke-Ufer; es decir: Orilla [del Rhin] Heinrich Lbke. Y es lo que yo me digo: Estos alemanes no van a aprender nunca! Quin fue Heinrich Lbke? Repasando la historia de la Repblica Federal de Alemania se entera uno de que en 1959 lo eligieron presidente de la misma, un cargo puramente decorativo y poco menos que protocolario, siendo reelegido por otros cinco aos en 1964. Lo que esa historia no nos dir es que Lbke accedi a la ms alta y ms inoperante magistratura del pas por la sencilla razn de que la Unin Cristiano-Demcrata, con el canciller Adenauer a la cabeza, tena la sartn por el mango (y el mango tambin) en la Alemania occidental de la posguerra. Y como al viejo Adenauer jams le import un puesto decorativo y protocolar, sino mandar, y cmo, y como ya haba chocado varias veces con el liberal Theodor Heuss -primer presidente federal-, no tuvo el menor empacho en que a Heuss le sucediera cualquier Don Nadie de su propio partido. El elegido fue Lbke y el que sigui partiendo el bacalao, como tan grficamente se suele decir, quin poda ser sino l, Adenauer, desde la jefatura del gobierno? Para su desgracia, y la del puesto que ocupaba, la salud mental de Heinrich Lbke se resinti bastante durante su segundo mandato y daba cada traspis oratorio que temblaba el misterio. Famoso en los anales de la vida pblica alemana es el discurso que pronunci en una de las viejas colonias africanas de su lejano predecesor, el kaiser, y que comenz con estas palabras devenidas histricas: Damas y caballeros, queridos negros. Por si fuera poco, justo en esos momentos crticos de su segunda presidencia se descubri que durante la guerra haba sido responsable entre 1943 y 1945 del trabajo de los obreros esclavos en el centro de investigacin balstica de Peenemnde, el laboratorio experimental de las VI y V2 del verdugo de Londres, Werner von Braun, quien jams tuvo que comparecer ante un tribunal por crmenes de guerra: los EE.UU. lo eximieron de ello para que les construyera sus cohetes espaciales. Al turbio asunto Lbke le cay tierra encima, supongo que porque su salud mental aconsejaba correr un piadoso velo sobre el tema. Y no se volvi a hablar de l. Sin embargo, a fines de mayo del 2001, resurgi aireado por la revista Der Spiegel, y con pruebas documentales. Y es eso lo que provoc mi desconcierto, una vez ms. Que a rengln
123 seguido de que fuera rescatado el escndalo en torno a la participacin activa de Lbke en la maquinaria esclavista y destructiva del III Reich, tan justo entonces, en unos tiempos en los que retoaba la vesania neonazi, la compaa de transportes pblicos de Colonia decidiera rebautizar una de las paradas ms emblemticas de sus trayectos con el nombre de aqul desdichado presidente. Es algo que me recuerda mucho el chiste (como tal polticamente incorrecto, pero tambin, como tal, bastante sintomtico) en el que Hitler le pide permiso a Satans para volver nada ms que cinco minutos a Alemania y liquidar aqu el problema de la inmigracin turca. Si bien a regaadientes, el demonio le concedi el permiso, pero se desesper al ver que Hitler no haba regresado al cabo de los cinco minutos. Pasaron ocho horas hasta que el ex pintor de brocha gorda compareciera de nuevo a la puerta del infierno, masajendose con gesto de dolor la mano derecha. No me dijiste que nada ms que cinco minutos?, bram Satans. S, hombre, lo de los turcos lo arregl en cinco minutos, respondi Hitler, pero es que luego en Berln me han retenido casi ocho horas dndole un apretn de manos a todos los que venan a felicitarme. La cita que siempre recordamos en estos casos los buenos alemanes y quienes los queremos, es de Heine: Denke ich an Deutschland in der Nacht, / dann bin ich um den Schlaf gebracht, que puede traducirse as: Si de noche en Alemania pienso yo, / el sueo desde luego se freg
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Blas Matamoro
Uno de los motivos de sorpresa y eventual admiracin que suscita Buenos Aires en los visitantes, es la vivacidad y tamao de sus libreras. Pocas ciudades en el mundo pueden ofrecer el espectculo de El Ateneo en el local del modernista teatro Grand Splendid: cuatro pisos y un subsuelo cubiertos de libros, con sillones y palcos para la lectura y un caf-restaurante en el antiguo escenario. En Buenos Aires es posible hallar libreras abiertas un domingo a medianoche, con gente que lee y comenta sus lecturas apoltronada en butacas o echada en el suelo, entre carteles que recomiendan cuidar los libros porque son objetos en venta. Evidentemente, hay ms lectores que compradores. En el orden de lo ledo, es curioso observar que los ttulos y autores preferidos -me refiero a la produccin autctona- no remiten al tpico de la novela, sino ms bien a cierto tipo de ensayo. Hubo bestseller s novelsticos en su tiempo, normalmente inscriptos en la fuerte tradicin del realismo costumbrista -Jorge Ass, Enrique Medina, Osvaldo Soriano- pero carecen de equivalentes actuales. Ms bien, se enmascaran de novelas unas narraciones histricas, a veces estrictas biografas, tratadas novelescamente. La lnea fue inaugurada hace dcadas por Marta Mercader y la siguieron Mara Esther de Miguel (ya fallecida), Flix Luna y Pacho O'Donnell, entre otros. El pblico indaga en estas historias noveladas las posibles claves de la historia nacional, corta de aos y turbulenta de crisis y guerras civiles. Ello explica tambin el auge del ensayo que intenta dar cuenta de esa historia, de ese pasado que, por breve -la imagen es de Borges- pesa ms que una historia inmemorial. El caso ms notable es el de Juan Jos SebreH, que insiste en ser mimado por el pblico lector desde 1964, cuando apareci Buenos Aires, vida cotidiana y alienacin, una sociologa de la vida diaria en la gran ciudad, que mereci en 2004, en ocasin de sus cuarenta aos, una revisin a cargo del autor. En otros ttulos como Tercer Mundo mito burgus, El vacilar de las cosas y Las aventu-
126 ras de la vanguardia, Sebreli ha tratado con orden didctico y lenguaje accesible al lector medio (se sabe, por fin, cul es?) asuntos normalmente reservados a los especialistas de academia. sta no suele considerarlo con buenos ojos, lo cual halaga al escritor que se vindica de tal, de ensayista, de alguien que ensaya conocer, que intenta saber sin ocuparse de la obediencia debida a los maestros institucionales. Otros ensayistas que huyen de la monografa atraen la atencin de los lectores, como la crtica de la cultura urbana en Beatriz Sarlo y Adrin Gorelik, el impresionismo sociolgico de Jorge Lanata y la reflexin filosfco-social de Santiago Kovadloff. Hay, por fin, el no menos curioso fenmeno de la literatura sancionada por la corporacin profesoral. En efecto, la mayor parte de esta zona de las letras, as como los profesores que la ensean y los crticos que la sostienen en los medios, es egresada de Facultades especializadas. Propugnan textos difciles eventualmente experimentales, con sobrentendidos y guios al lector erudito. Sus referencias mayores son Juan Jos Saer y Ricardo Piglia en la prosa, y Nstor Perlongher (ya fallecido en su emigracin brasilea) en la poesa. Sus ms recientes hallazgos, Csar Aira y Alan Pauls, son ya accesibles al lector espaol. En estos escritores, como en los casos antes citados, es difcil perfilar gneros. En una novela irrumpen reflexiones tericas sobre la escritura. En un ensayo se intercalan escenas narrativas. Se invoca a los maestros -cada cual elige a los suyos- y se los mezcla con impresiones personalsimas, juegos de la memoria, evocaciones de un par de versos cantados entre dientes. Podemos pensar en un episodio posmoderno de mezcla y remezcla de cdigos. En el ejemplo argentino tal vez jueguen tambin elementos tradicionales, peculiares de cierta cultura local. La literatura argentina, comparada con la de sus parientes comparables, los europeos, es reciente, no pasa de 1835. Es decir: es una literatura fundada cuando el gran cuestionamiento romntico de la potica clsica de los gneros. Y -de nuevo Borges- se sabe que el pasado presiona ms cuanto ms breve sea. En este hurgar dentro de los gneros se est buscando algo, quiz la dichosa identidad de esta sociedad igualmente escasa de antigedades. Las figuras pretritas no acaban de serlo e irrumpen como incmodos fantasmas en el presente. El novelista que bucea en la historia se hace contemporneo de los ancestros, a la vez que los arrastra hasta el hoy. Un hoy movedizo, un presente que, como todos los presentes, ha dejado de ser y todava no es.
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Antonio Jos Ponte (Matanzas, Cuba, 1964) ha trabajado como ingeniero hidrulico, guionista de cine y profesor de literatura. Ha publicado dos libros de cuentos: In the cold ofthe Malecn & other stories (City Lights Books, 2000) y Cuentos de todas partes del imperio (ditions Deletur, 2000), este ltimo traducido al ingls como Tales from the Cuban Empire (City Lights Books, 2002).
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Entre sus ensayos destacan Las comidas profundas (ditions Deletur, 1997) traducido al francs como Les Nourritures lointanes (ditions Deletur, 2000), Un seguidor de Montaigne mira La Habana! Las comidas profundas (Verbum, 2001) y El libro perdido de los origenistas (Aldus, Mxico, 2002). Su ensayo ms significativo es el titulado El abrigo de aire, escrito contra las manipulaciones que el poder poltico revolucionario cubano ha hecho y hace de la figura de Jos Mart. Su poesa est recogida bajo el ttulo Asiento en las ruinas (Letras Cubanas, 1997). Es autor de la novela Contrabando de sombras (Mondadori, Barcelona, 2002). Antonio Jos Ponte es uno de los ms prestigiosos ensayistas cubanos. Expulsado de la Unin de Escritores Cubanos en el 2003 por sus ideas contrarias al rgimen castrista, vive, resiste y disiente en La Habana. Ser intelectual desespera mi sensacin de libertad, dice Ponte, pero no rehuyo algunas tareas intelectuales y, por eso, disiento. Escribir en Cuba es un acto de herosmo para ti? S y no. Yo creo que podra decirse que vivir en Cuba, hacer lo que sea en Cuba, es un acto de resistencia o de continuidad, y eso lo hace un acto de herosmo. Puede ser escribir, o ejercer la medicina, puede ser trabajar como ingeniero, filmar cine, o criar un hijo, es decir, en las condiciones cubanas vivir es harto difcil y se puede ver como heroico todo. Cualquier pequeo acto cobra una dimensin gigantesca.
128 Pero yo tambin descreo mucho del herosmo del escritor, del herosmo del artista. Soy bastante escptico respecto a eso. Yo creo que hay mucha, demasiada literatura, sobre la dificultad de hacer literatura. Me cansa un poco eso De eso hablamos, porque hay escritores cubanos, fuera de la Isla, que han comentado que es ms comercial o que publica ms fcilmente un escritor que viva hoy en Cuba que a ellos mismos, especialmente en Europa y Estados Unidos, donde atraen mucho las situaciones heroicas. Eso, hasta cierto punto, puede ser cierto. Mirndolo desde las leyes de mercado, es bastante lgico que sea as. Porque si lo que ests buscando son noticias del frente, como en una guerra, lo que quieres es un corresponsal de guerra, y ese corresponsal es un tipo in situ, no alguien que est en la retaguardia. El exilio en ese sentido est alejado de lo que est sucediendo. Es decir, cuando alguien se va al exilio accede a una condicin cubana ms o menos en eternidad, y lo que interesa es una condicin cubana en actualidad, el aqu y el ahora, y eso es Cuba. Es tambin una posicin que tiene sus ventajas y sus desventajas. Quizs viviendo en el extranjero tienes la tensin de los editores que te estn pidiendo que cuentes ms, pero aqu tienes la vigilancia del Estado cubano que te est controlando hasta qu punto t cuentas. Entonces, trabajar bajo esas dos presiones, es decir, la peticin de locuacidad del mercado editorial extranjero, y la peticin de discrecin del Estado cubano, trabajar entre esas dos mquinas barredoras y pulidoras, le da una cierta tensin a tu trabajo, si t te lo tomas sinceramente, si no eres un oportunista, que tambin los hay, no? No es fcil en ninguno de los dos bandos, ni respondiendo a las peticiones ni a los reclamos de exotismo poltico o ertico o paisajstico que pida el mercado extranjero, ni respondiendo tampoco a la ortodoxia ni a la complicidad que pide el Estado vigilante. Qu opciones de escritura hay en Cuba? Da la impresin que la literatura cubana se est gestando dentro de la escritura esotrica, crptica Se acude mucho a lo alegrico. Yo creo que la literatura cubana ya haba llegado a un punto... una vez not que Cabrera Infante tena
129 un personaje que se llamaba Cuba Venegas; Reinaldo Arenas tena un personaje llamado La llave del golfo, que era uno de los sobrenombres que le daban a Cuba en siglos pasados y Severo Sarduy tiene un personaje que es un enano, vive en Miami y se llama Pedacito de Cuba. En esos autores, que son los tres ltimos grandes novelistas cubanos, ya Cuba tiene una funcin alegrica. Esa inclinacin hacia la alegora de la literatura cubana se acenta ms cuando la alegora te permite decir sin decir o decir no diciendo, que es lo que ocurre en estos das. Yo creo que s hay opciones de escribir dentro de Cuba, con ms o menos peligro, con ms o menos riesgo, pero hay tambin, creo, demasiada vigilancia; es una literatura escindida, porque est dividida entre exilio y tierra, hay demasiada vigilancia entre los de adentro y los de afuera y viceversa. Y cada uno apuesta que la opcin contraria est perdida. Es una lucha entre cubanos? - Claro, s. Digamos que en la situacin cubana actual, la polmica, la guerra que existe normalmente en cualquier sociedad, en cualquier cultura, en cualquier lengua, entre escritores, tiene un arma ms, que es el arma poltica. Lo mismo sucedi en Espaa tras la Guerra Civil, entre quienes se fueron y quienes se quedaron. En tu precioso ensayo El abrigo de aire, procuras desmitificar a Jos Mart Es producto de las pesadillas que ha provocado el sueo origenista? No, ms bien es producto de las pesadillas que ha originado el sueo revolucionario. Orgenes en el sentido de mitificar a Mart llega tarde. Ya estaba mitificado. Lo magnifica, quizs. Pero la estatua de Mart ya estaba bastante hecha cuando llegan los escultores de Orgenes. Eran el toque final, le dan una cierta maestra a eso. Pero las manipulaciones polticas del caso Mart ya estaban hechas y la Revolucin cubana de 1959 ha sido el hecho contra el que yo escribo ese ensayo. Es decir, las manipulaciones de Jos Mart desde el poder poltico revolucionario cubano. La legitimacin de un gobierno a travs de un escritor, pensador y una figura histrica como Jos Mart. Y sobre todo el provincianismo de tomar a Mart como un autor ineludible, que no puede ser discutido como cualquier otro autor. Es decir, que uno
130 puede reprocharle a la obra de Shakespeare, de Esquilo o de Dante, pero no pueda reprocharle a Mart. Y evidentemente, Mart no es Dante ni Shakespeare. Pero en Cuba parece que tiene una escala mayor. Las islas tienen tambin un poco un problema de escalas pticas, las islas y las provincias. Una isla puede ser bastante provinciana. Es en tu poesa donde ms te despojas del imaginario cubano? La poesa puede ser bastante despojada. Da esa posibilidad. Sanitariamente, lo bueno es que tampoco lo sea mucho. Pero yo creo que hay una parte de mi poesa, la primera, que yo relaciono mucho con Matanzas, la ciudad en la que yo nac. Entonces, para m es muy difcil responder a esa pregunta. Creo que eso slo puede responderlo alguien desde fuera. La diferencia entre mis ensayos y mi poesa es cronolgica. En el ensayo puedes permitirte repetir algo, te da una cierta libertad. Y para m el ensayo es ese gnero. Yo lo defend mucho en La Habana pero no se reconoca. Es decir, la crtica literaria tena que apoyarse en categoras estticas marxistas-leninistas. Envi a un concurso -el primero que yo escrib- un libro sobre Proust y el premio qued desierto. Mi libro fue mencionado pero no recibi el premio, y as constaba en el acta del jurado, porque yo no me haba basado en las categoras marxistas-leninistas. Yo tendra veinticuatro aos. Yo tuve que hacer un trabajo de imposicin, imponerme en el ensayo. A lo mejor hasta ha sido ms fuerte que en poesa. No tuve que imponerme como poeta, fui reconocido fcilmente como poeta. Entonces eso ha hecho que el ensayo sea un gnero de libertad. Pero lo he tenido que conquistar. Te permite libertades, te permite desplazamientos que en otros gneros no estn permitidos. Qu relacin tiene tu literatura con la comida pensando en obras tuyas como Las comidas profundas o A peticin de Ochn? Te voy a responder al enigma con otro enigma. Una vez una amiga extranjera me pregunt por qu en la msica cubana hay tantas letras y estribillos sobre comida. Tambin hay muchos ejemplos en la literatura cubana. Cualquiera dira que podra ser una combinacin de anorexia y bulimia. Me parece que la comida es uno de los actos memoriosos ms fuertes. Hay escritores que son olfativos,
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131 como Baudelaire, pero hay escritores que son gustativos. Yo sera un escritor gustativo, si pudiera hacerse esta divisin. Es decir, yo, entre el frasquito de perfume que se abre en el poema de Baudelaire y la magdalena disuelta en la tila de Proust, soy ms de la magdalena. En los recursos de memoria, para m, lo gustativo es muy fuerte. Adems, aqu se han vivido circunstancias en que ciertos alimentos, de pronto, dejas de comerlos, como si la civilizacin se terminara. Entonces, eso hace que los aores demasiado. Una poca determinada est relacionada con aquellos alimentos que no has podido comer. La comida es una relacin de familia. Hombres y mujeres cocinaban. Tambin me interesa mucho la literatura sobre cocina. Leo libros sobre cocina y leo muchas recetas. En tu obra hay dos temas recurrentes: las comidas y las ruinas. Son metforas de Cuba? S, son metforas de Cuba. Yo si tuviera que elegir una de dos elegira las ruinas. Una vez le una entrevista de Heinrich Bol, el novelista alemn, donde habla de la literatura de ese momento en Alemania y del grupo de escritores al que perteneca, denominado la literatura de las ruinas. Y la impresin que les hizo a l y a su esposa cuando termin la guerra. Fueron a una de las ciudades no bombardeadas por la guerra y dicen que esa ciudad les produjo una sensacin de desasosiego porque faltaban las ruinas. Como si no estuviese completa. Y hace poco le uno de los ltimos libros que han aparecido en espaol de Sebald, el alemn: La historia natural de la destruccin. En l habla de que cuando se mud con su familia a una nueva ciudad lo aquiet, le dio sosiego, descubrir que faltaban casas. Yo creo que hay un momento de tu vida que si t te has criado entre ruinas, si t te has criado as, se es un sentimiento que te va a acompaar siempre. Del mismo modo, se da una apetencia arqueolgica. Para m lo ms importante es que son ruinas habitadas. Eso es lo que diferencia el sentido de las ruinas para m de los dems. Mara Zambrano deca que las ruinas deban tener una vida vegetal y lagartos y cosas de esas, Lo que el tiempo hizo en Roma durante siglos, lentamente, la aviacin lo puede hacer en un minuto. Eso es lo que sucede en Cuba, aqu no ha existido una guerra pero es una ciudad que parece haber pasado una guerra. Tener que habitar las ruinas, habitar en una ciudad ruinosa, casas ruinosas, ambiente ruinoso, todo eso te
132 da un tono que no te va a abandonar nunca. Te introduce, para decirlo rpido, en la novela gtica. Las ruinas te estimulan o te duelen? Por un lado me apasionan y por otro me repugnan. Aqu no ha habido una guerra nunca pero la guerra se ha estado esperando siempre. Ha sido un recurso legitimador del gobierno cubano. Es decir, esta ciudad es la puesta en escena de ese recurso de legitimacin del gobierno cubano. Hay una frase de Ry Cooder, el productor de Buena Vista Social Club, cuando habla de los orgenes del proyecto, dice que l quera hacer un lbum con la msica de un grupo cubano de los aos setenta que nunca existi. Y La Habana como ciudad es un proyecto como el de Ry Cooder. Es la ciudad de una guerra que nunca existi, en los sesenta, con la crisis de los misiles, el momento en que Cuba estuvo a punto de cambiar todo. Si se reconstruyera La Habana en cincuenta aos y vivieras qu sentiras? Sera menos literaria La Habana. Menos artstica. Yo comprendo que esto que digo es una aberracin, imponer el arte sobre la vida. Sucederan varias cosas. Lo primero, yo creo que, a distinta escala, tanto de las personas como de las formaciones polticas de las que voy a hablar, despus de que este gobierno termine, que venga lo que llaman el da despus. A pesar de que es un ejercicio de imaginacin que nos cuesta mucho trabajo. Desde aqu y desde el exilio tambin. Pero que es un ejercicio de imaginacin en el que hay que pensar que la vida va a ser distinta -imperios enormes han cado- esto no es nada eterno. En mi caso los cambios me toman a una edad en que ya los objetos de saudade estn fundamentados. Y me va a pasar lo mismo que a Joseph Roth con el imperio austrohngaro -que es un muy posr
terior superviviente de aquel imperio-. Esta es una situacin que no es nada idlica y yo me encargar de que la nostalgia no entre en esas trampas de que contra Franco vivamos mejor. No caer en esa trampa porque, para empezar, no creo que mi literatura, mi idea del mundo, dependa de un poltico u otro. Pero s el modo de vivir una ciudad, que tambin es la raz de la palabra poltica, ha sido para m fundamental la de todos estos aos. De algn modo, volver mucho a ella. Para m
133 ser una de las grandes ciudades perdidas, para m, la gran ciudad perdida. Mi Pompeya particular va a ser esta Habana de ahora que va a desaparecer. Acabo de terminar un libro donde escribo mucho sobre eso. Para las otras personas, lo curioso, lo que les sirve de objeto de inters es cmo va a ser polticamente. En el futuro Cuba no va a ser ya muy distinta polticamente de cmo es polticamente cualquier otro pas. Hay muchas alternativas. Ya no va a ser ms original de lo que fue. Pero s el futuro de La Habana, de la ciudad, estticamente, arquitectnicamente, eso s que no se sabe qu va a ser. El escapismo inmobiliario de estos cuarenta y tantos aos ha creado este museo en ruinas que es La Habana. Pero la voracidad inmobiliaria que puede traer un cambio, si no est reglada por un poco de lgica urbanstica, terminar siendo una Shangai de pacotilla, puede terminar con nuestra ciudad. Son cosas que me desvelan mucho. Si hicieras una radiografa de la actualidad en estos momentos. Te sientes bien acompaado? En un buen ambiente literario? Yo creo que no me siento bien acompaado. Quizs soy bastante crtico leyendo. En una situacin como la cubana es muy difcil. Sientes que formas parte de una generacin cubana que puedes compartir? Ya no, lo dudo. Hay mucha gente en el exilio. El exilio crea muchas diferencias y cuando te reencuentras ya no es lo mismo. Hay una serie de malentendidos que si te pones a desarrollarlos da lugar a una obsesin infinita de caf. Nunca van a llegar a hablar de libros porque todo son circunstancias personales. Y cuando ests hablando de libros, sin hablar de circunstancias personales, entonces todas las cuestiones de libros parecen alusiones a circunstancias personales. Es un dilogo bastante difcil. Y es un dilogo de demasiada vigilancia moral de unos sobre otros. Y en ese sentido eso ha desgastado la convivencia feliz que exista. Aunque yo pienso que cualquier escritor, en un ambiente en donde no haya diferencias entre exiliados y no exiliados, entre oficialistas y disidentes, entre comunistas y no comunistas, un escritor siempie se va quedando solo a medida que avanza. Es un poco un minero que va cavando una galera y poco a poco se va haciendo menos compartible lo que va buscando y cada vez hasta uno mismo sabe menos lo que est
134 buscando y no lo puedes compartir como lo compartas en la juventud. Entonces la convivencia entre escritores es bastante difcil. La Habana (mayo, 2005).
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mujeres, por eso reivindica su importancia en los momentos cruciales de su historia: de Alfonso XIII a la Repblica -Federica Montseny, Vctor Ctala, Margarita Nelken, Carmen Amaya, Victoria Kent, la Pasionaria-; la horrible guerra civil y la victoria, que impone como modelos de mujer a Pilar Primo de Rivera y Carmen Polo; la larga noche franquista donde slo brillaban como estrellas Lola Flores o Sarita Montiel; el exilio que se lleva lejos a Zenobia Camprub, Mara Teresa Len, Mara Zambrano o Teresa Pmies; la Transicin y la consolidacin de la democracia, cuando muchas ocupan puestos relevantes, como Pilar Mir, Victoria Prego, Soledad Becerril o Cristina Alberdi; aquellas que destacan en los festivos aos ochenta y siguen protagonizando la vida espaola en estos aos mediticos, como Alaska, Martirio o Iciar Bollan. Siguiendo el hilo del tiempo, Zavala distingue distintas formas modernas de la experiencia de la mujer: desde la primera aventura en los albores del siglo XX; la conciencia de libertad de expresin entusiasta en la vanguardia de los aos veinte; su destino trgico, su rquiem con la Guerra Civil de 1936; y su conciencia enunciativa y analtica a partir de la experiencia democrtica y su legado para el siglo
138 XXI. Tambin siguiendo el hilo del tiempo, esta autora encuentra una importante variedad de posiciones en el feminismo: un feminismo conservador (ligado a la Iglesia), el feminismo de Estado -que se va desarrollando y definiendo a lo largo de todo el siglo pasado-, el feminismo poltico radical (las librepensadoras, demcratas republicanas y cratas), que se sostiene por la lucha de clases y, finalmente, lo que podramos llamar un feminismo cultural. Merecen especial mencin las pginas dedicadas al feminismo en la Transicin, poca de movimiento, de defensa de los derechos humanos como un principio crtico contra un pasado singular que se revelaba como intolerable. Zavala nos recuerda que en la Transicin se reinstituye el feminismo de Estado iniciado por la II Repblica democrtica que le dio el voto a la mujer; no hemos de olvidar -escribe- que los feminismos nacen con los socialismos democrticos y laicos de la modernidad, y siempre desde la frontera. En este ensayo interdisciplinar, profundo, ameno y un poco deshilacliado en su exposicin, su autora da un importante repason a cmo la mujer, a lo largo del siglo XX, ha ido ocupando su lugar en una cultura que pretenda someterla y domesticarla. Lleva a cabo su consistente trabajo con un aire fresco y desenfadado, siguiendo muy de cerca las teoras de Marx, Lacan, Freud, Bajtn y Benjamn e interesndose por todo tipo de mujeres: intelectuales, cientficas, obreras, deportistas, bailaoras, tonadilleras y vedettes, ya que todas ellas colaboraron a encauzar el definitivo progreso de la mujer en Espaa. A lo largo de sus pginas, Iris M. Zavala hace especial hincapi en que no cree en una cultura escindida por los sexos, sino en un lugar compartido por unas y otros, en el que siempre prevalezca la conversacin entre hombres y mujeres. En cuantos a quines sern las mujeres del siglo XXI, apunta que hay muchas pistas, pero prefiere dejar la pgina abierta..., que no quiere decir la pgina en blanco. Un libro que ilustra, divierte y hace pensar, en el que tambin podemos encontrar buenas dosis de ingenio, ternura y humor.
Las menores de 30 aos Con Las nuevas espaolas, Lidia Falcn pretende mostramos lo que las hijas han ganado y perdido respecto a sus madres. Para realizar su trabajo ha llevado a cabo una larga serie de entrevistas a todo tipo de chicas de hoy: estu-
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139 diantes y trabajadoras, casadas y madres, a hippes yfreaks, a componentes de tribus salvajes y a obreras resignadas y decepcionadas, a militantes de diversas causas, a diys y viys, a anorxicas y bulmicas, a jvenes ilusionadas y a decepcionadas. Con su ya conocida agudeza, la autora de este libro despliega ante nosotros el mundo de las mujeres espaolas menores de treinta aos, quienes avanzan lentamente en la sociedad democrtica iniciada hace cinco lustros. A pesar de los pasos positivos dados, las conclusiones a las que Falcn llega tras su investigacin no parecen ser especialmente alentadoras. Todos los aspectos de la vida de las jvenes de este principio del siglo XXI pintan un cuadro expresionista falto de perspectivas: la deficiente enseanza, los malos hbitos adquiridos en la familia, la precariedad en el trabajo, el desempleo, una sexualidad desconcertada y errtica, frustraciones amorosas, retraso en la formacin de familias, baja de natalidad, conscientemente deseada, hedonismo, superficialidad y machismo dominantes en las actividades de ocio, constituyen las caractersticas de la sociedad juvenil de nuestros das, que en lo referente a las muchachas -aade Falcn- se hacen ms incisivas, con tintes oscuros ms marcados. En esta lnea apunta que la incomunicacin en las relaciones sexuales con los hombres, las responsabilidades domsticas y las dificultades que comporta la maternidad siguen siendo barreras hasta ahora sin franquear en el largo y dificultoso camino hacia la igualdad. Otro punto importante es que, a pesar de la masiva entrada de las jvenes en las aulas, las discriminaciones en el trabajo y las dificultades econmicas impiden a las mujeres asentarse profesionalmente. No debe resultar, por tanto, chocante -comenta la entrevistadora- que el escepticismo se refleje en los rostros y en las respuestas de la muchachas que no han cumplido los treinta aos. Segn Lidia Falcn, no slo las/los jvenes sienten decepcin y desencanto, sino tambin sus padres que quisieron educarles en la libertad, la autorresponsabilidad, la inteligencia crtica, la tolerancia, la solidaridad. Padres que repudiaron los mtodos represivos y autoritarios que haban dominado la familia patriarcal y la escuela durante milenios; padres que se esforzaron en ser padres y madres modelos; padres que entregaron a sus hijos todo el amor, las horas de ocio, los conocimientos y el dinero que tenan. El resultado -concluye la autora de este libro- ha sido espectacular
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sin duda: hemos fabricado una o dos generaciones de psicpatas. Es una convencida de que entre todos los responsables hemos fabricado varias generaciones de jvenes irresponsables, irascibles, sin disciplina, con muy baja resistencia a las frustraciones, a los que se ha inculcado un altsimo concepto de s mismos que no concuerda con el destino que la sociedad tiene previsto para ellos, por lo que sus pretensiones no van acordes, con sus posibilidades. Dirigindose a los mayores, Falcn se pregunta si es responsabilidad slo de los jvenes de hoy que se muestren tan exigentes y caprichosos, incapaces de afrontar con valenta las durezas de una vida que ni imaginan, cuando han sido cuidados y protegidos por sus padres durante varias dcadas, educados en la comodidad y mantenidos en la ignorancia de los sufrimientos padecidos por las generaciones anteriores. Estamos ante un trabajo denunciador y serio, que obliga a reflexionar.
Ciudadanas del mundo Despus de Solas (1999) y de Malas (2002), Carmen Alborch, en la actualidad diputada del Grupo Socialista y presidenta de la Comisin Mixta de los Dere-
chos de la Mujer, nos sorprende gratamente con Libres. Este libro recoge la vida y obras de nueve mujeres contemporneas, algunas de ellas -es de sealar que no ha seleccionado a ninguna espaolapoco conocidas para el gran pblico. Las protagonistas del trabajo de Alborch tienen en comn el anhelo de ejercer la libertad, en su vertiente pblica y en su dimensin interior; son mujeres que anhelan y aspiran a esa libertad, y la ponen en relacin con la dignidad y la diversidad humanas. Todas colaboran en la construccin de un mundo -de un modelo social tambin- en el que la libertad de las mujeres, y consecuentemente de todos los seres humanos, es objetivo central. Estas ciudadanas del mundo han alzado su voz en las ciencias, las artes, la ecologa y la poltica. Son pioneras, innovadoras, personas que no han querido someterse ni resignarse. Han practicado el dilogo, las alianzas y la inclusin, ellas, precisamente -comenta la autora-, que han sufrido de uno u otro modo las distintas formas de exclusin. Son personajes fuertes y contundentes en sus actos, que al mismo tiempo han tenido que hacer grandes esfuerzos para ser hbiles, abriendo as caminos para s mismas y para los dems.
141 A modo de smbolo, Alborch ha seleccionado a nueve mujeres (consciente de que hay otras muchas mujeres de hoy que merecen ser biografiadas) que tuvieron su techo de cristal pero que con su recorrido vital han llegado a demostrar que hay posibilidades de cambio y que hay alternativas para el dolor. Para ellas, la conquista de la libertad ha sido una pasin dominante, un camino arduo pero lleno de satisfacciones, y tambin un proceso vinculado a la libertad interior. La autora de Libres piensa que las mujeres hemos tenido y seguimos teniendo serias dificultades en el ejercicio pleno de la ciudadana: el reparto del trabajo, la distribucin de la riqueza y el poder, porque todava hay desigualdades -escribe- en las posibilidades, en las costumbres, los valores y las mentalidades, en el acceso a la cultura y en el propio ejercicio de la libertad, y por eso nos propone compartir a estas esplndidas mujeres, cuya aproximacin nos puede animar a sentirnos ms libres, ms fuertes y ms capaces. Los nombres de estas ciudadanas del mundo son: Marina Silva (brasilea); Alice Walker (norteamericana); Rita Levi-Montalcini (italiana); Shirin Evad (iran); Adrin Piper (norteamericana); Vandana Shiva (india); Mary Robinson (irlandesa); Michelle Bachelet (chilena); Marilyn Waring (neozelandesa). Sus vidas se nos presentan plenas de creatividad, valenta, dignidad y coherencia. Son como un soplo de aire fresco.
Lecturas de posguerra El propsito de En tiempos de Antoita la fantstica, de Paloma Ura (asturiana, profesora de literatura, feminista y, en la actualidad, diputada por Izquierda Unida), es analizar la narrativa para nias y adolescentes escrita por mujeres en Espaa durante los veinte aos que siguieron a la finalizacin de la Guerra Civil de 1936. Ha recogido, por tanto, los textos narrativos -cuentos y novelas- publicados entre 1939, ao en que finaliza la contienda, y 1959, fecha en la que muchos historiadores fijan el final de la etapa autrquica y el comienzo de la apertura internacional, un ao en el que se produce una mejora en la situacin econmica y una tmida liberalizacin del Rgimen. Ura apunta como nota dominante que se trata de una literatura de circunstancias, que pertenece a un determinado momento histrico, y que es difcil de explicar fuera de contexto. Es una literatura propia de la posguerra espaola, propia de un momento
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especialmente trgico, con unas necesidades de evasin y olvido, unido a una propaganda intensa de defensa y extensin de determinados valores. Se trata de una literatura fuertemente ideologizada, que cumple con la misin encomendada por polticos y pedagogos del Rgimen franquista, consistente en educar a las nias y jvenes en determinados valores y costumbres, con una particular insistencia en la religiosidad y la moralidad ms estricta. La autora hace hincapi en que gran parte de esta literatura iba dirigida a un sector social determinado, a nias y adolescentes de clase media, que asistan a colegios de monjas y que, pese a las dificultades del momento, vivieron una existencia bastante privilegiada, envueltas en una capa material y espiritualmente protectora, a veces asfixiante. Tambin una parte de esta produccin literaria, en concreto la producida por las maestras nacionales, tuvo como destinatarias a nias pobres de escuelas de barrios urbanos o zonas rurales. El mensaje, en este caso, se adaptaba a esta circunstancia y promova, sobre todo, la aceptacin de las dificultades. Paloma Ura seala que el hecho de haber seleccionado mujeres escritoras se debe al deseo de descubrir una intensa labor literaria poco conocida por ser considera-
da de escaso valor. Adems, la mayora de los cuentos infantiles estn escritos por mujeres y muchos de ellos por profesionales del magisterio. Se trata de mujeres que, casi sin excepcin, representan una determinada idea de la feminidad: amante de su hogar, esposa, madre o maestra, de costumbres tradicionales, religiosa y de una moralidad intachable, que reconoce la superioridad y la autoridad del varn. Con mirada lcida y crtica, pero tambin tierna, la autora recorre el panorama de las lecturas dirigidas a las nias y adolescentes de aquella larga posguerra que se extendi durante dos dcadas. Tiempos de miedo, represin y pobreza, de rancia espiritualidad, estricta moralidad y silencios que no consiguieron ensombrecer los afanes de idealizacin, aventura y emocin de las pequeas, que pudieron satisfacer con los entraables relatos de aquellas heronas de la vida cotidiana: Celia, Mari-Pepa o Antoita la fantstica, pequeos-grandes personajes que ejercieron en las lectoras un fuerte poder de identificacin. Ura comenta que, en su momento, muchas nias y adolescentes leyeron los diarios de Celia o Antoita y las intrpidas aventuras de Mari-Pepa como verdaderas biografas de personajes reales cercanos.
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143 Este libro, un trozo de historia viva, es una adaptacin de la tesis doctoral de la autora. Se trata de un trabajo que considera inseparable del recuerdo de una infancia feliz y de las personas que la hicieron posible porque, como ella misma afirma, los nios de la posguerra, especialmente aquellos cuyas familias no sufrieron directamente la represin o la pobreza, pasaron su infancia ignorantes de lo que ocurra en el mundo real. Isabel de Armas moral y, sobre todo, literaria. Y ello no slo por la voluntad de estilo y la garra narrativa del relato, sino por su valor referencial. Digo referencial porque las referencias a las realidades extratextuales y a los hechos concretos verificados que nos brinda Guzmn Tapia ya haban sido abordadas antes, desde los medios que les son propios y con obsesiva constancia, por muchos escritores chilenos. El juez Guzmn relata, desde un envidiable y excepcional conocimiento, la mecnica interna del crimen y devela los entresijos de la mentira y los abusos del poder. Catlico convencido y simpatizante declarado de las fuerzas armadas chilenas durante largos aos, delinea con escalofriante minuciosidad los tortuosos trayectos que llevaron al desafuero, procesamiento y condena a prisin preventiva del general Pinochet. Su libro, riguroso en la argumentacin jurdica y gil en la enunciacin, es una fuente de informacin de valor incalculable para crticos y lectores del nutrido corpus de las obras literarias que tematizan la negra noche de la dictadura y la difcil transicin. Un libro apasionado que, amn de dejar espacio a la esperanza y contribuir a la restitucin de la honra perdida de la justicia y del poder judicial, es un revulsivo
144 contra la amnesia y un rompeolas contra los embates de los paladines de la memoria confiscada. El sustantivo que abre el ttulo de las memorias debe ser entendido como metonimia de interdisciplinaridad, cual esconce en el que confluyen varias disciplinas, entre las que tambin figura la literatura. Y entre los cometidos prioritarios de las obras literarias comprometidas con el pasado se encuentran la memoria histrica y la rememoracin de lugares, fechas y vivencias con frecuencia estremecedoras, la concesin de la palabra a las vctimas, el desenmascaramiento de las falacias de las verdades oficiales y la denuncia de los bienes usurpados. No en vano es la literatura una de las hijas de Mnemsine y una de sus posibles funciones es la de narrar vivencias, venturas y desventuras de los personajes cuales correlatos de acontecimientos reales. Sin descartar las atrocidades padecidas por las vctimas, con frecuencia incapaces de romper el silencio en el que se han recluido para que cicatricen sus heridas. Porque los vencidos a veces no se atreven a volver la vista atrs por miedo a convertirse en estatuas de sal. Goya puso nombre a esta postura en uno de los grabados ms sobrecogedores de Los desastres de la guerra: No se puede mirar. Hoy sabemos que para aminorar el duelo hay que mirarlo a los ojos; es decir: hay que contarlo. Y contar significa rememorar, hacer memoria. Ese es tambin uno de los quehaceres de toda transicin poltica, incluidas aquellas que dieron prioridad a la llamada conciliacin nacional y a la poltica de consenso. Entre tanto, sabemos que una transicin ejemplar es la que, dicho sea en palabras de Csar Vallejo, est dispuesta a bajar las gradas del alfabeto / hasta la letra en que naci la pena. He aqu el significado ltimo de las memorias del juez Guzmn, que desde su comienzo consider la amnista parte integrante del turbio legado que dejaron en Chile los generales, porque perdonaba los crmenes que ellos mismos haban ordenado comete (pp. 137-138). Sus convicciones religiosas y su simpata por las fuerzas armadas (su madre era hermana de militares; el obispo de Talca, monseor Carlos Gonzlez Cruchaga, por quien el juez senta profunda admiracin, era primo de su padre) lo indujeron a creer que los comandantes en jefe que perpetraron el golpe militar iban a restablecer el orden y la abundancia en el pas (p. 80). Guzmn Tapia admite al respecto, con la transparencia que lo caracteriza: Brindamos por el fin de la pesadilla, esos tres aos de esca-
145 sez socialista que queramos olvidar de prisa. Al llevarme una copa a los labios, estaba muy lejos de imaginar que una represin implacable se abatira sobre Chile durante largos aos. Haban aplastado el derecho y la justicia, los valores en que entonces ms crea, y yo alzaba la copa. (p. 8182). Ms adelante confiesa que no fue ni un aclito ni un opositor activo al rgimen, que durante diecisiete aos se mantuvo al margen de lo ocurrido, que slo mucho ms tarde dispuso de recursos suficientes para actuar con eficacia ante los crmenes de la dictadura (p. 113). Para entonces, ya instrua varias causas contra el dictador y tena pruebas de la existencia de los vuelos de la muerte, de las torturas en Villa Grimaldi, de la Operacin Cndor, del plan de desinformacin ideado por los agentes de la DINA y de otros delitos de lesa humanidad cometidos en otros lugares (Colonia Dignidad, Pisagua, Estado Nacional, entre otros). Por lo dems, en virtud del principio de unicidad que rige en el sistema procesal penal chileno, fue acumulando causas hasta tener a su cargo casi un centenar dirigidas contra Pinochet. La mayora de las querellas fueron interpuestas durante la estancia y detencin del ex dictador en Inglaterra (octubre 1998 a marzo 2000). El juez Guzmn Tapia ha acertado en la eleccin del ttulo: sus memorias se sitan, efectivamente, en el borde de los gneros literarios; adems desbordan los conceptos tericos de las obras memorialistas por su capacidad de responder a preguntas de gran trascendencia y actualidad en los pases que viven o han vivido la transicin de una dictadura a un Estado de derecho. Son estas respuestas que con frecuencia los gobiernos de la transicin de turno eluden, que aprueban o someten al veredicto popular constituciones que dan prioridad a la reconciliacin nacional y ciegan las ventanas que dan al pasado. Se trata de actos que niegan los derechos de las vctimas de crmenes atroces entre las que suelen figurar ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, ocultaciones de cadveres o enterramientos clandestinos. Aunque as sea, los ponentes de la nueva constitucin no pueden ignorar que la naturaleza de ciertos crmenes exige medidas reparadoras, y que el Estado est obligado a cumplir su compromiso con los derechos humanos. Tanto ms si los crmenes ya se prohiban cuando fueron perpetrados de forma absoluta por estar reconocidos como crmenes contra el derecho internacional. Integradas por tres partes de desigual extensin y treinta cap-
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de origen, implementando una escritura que apela a las posibilidades de narrar la crisis contempornea del sujeto social y particularmente del sujeto mujer. Ncleos revisitados en su ms reciente entrega, Historia de una mujer que camin por la vida con zapatos de diseador. No resulta azaroso, por tanto, que Glantz haya dedicado importantes ensayos a Sor Juana Ins de la Cruz y La Malinche, dos figuras femeninas significativas para llevar a cabo su propuesta: erosioJos Manuel Lpez de Abiada nar las estructuras tradicionales como estrategia para interpretar, desde otro lugar, la historia y los movimientos sociales a contrapelo de los tpicos de la literatura y tambin del propio clich de lo Margo Glantz femenino. novelista* Propuesta que impregna su obra, compuesta por varios ttulos. Entre otros, Sndrome de nauCon su libro Las genealogas fragios (1984) y Zona de derrum(1981), la escritora mexicana be (2002), volumen, este ltimo, Margo Glantz haba inaugurado en el que hacen acto de presencia, en Mxico un tipo de literatura con especial nfasis, el cuerpo y -continuada luego por Brbara la enfermedad, y que ahora reapaJacobs, Carmen Boullosa y Elena rece bajo el ttulo Historia de una Poniatowska- que presenta la mujer que camin por la vida con cuestin de la identidad indivizapatos de diseador, donde Nora dual en una amplia vertiente: la Garca nombre que conocemos juda (Glantz es hija de emigrande sus relatos y de la novela El tes judos ucranianos) y la del pas rastro, finalista del Premio Herralde en 2002- es> entre otras Historia <le una mujer que camin por designaciones, una paciente que la vida con zapatos de diseador, Margo Glantz, Anagrama, Barcelona, 2005, 190 pp.aguarda su turno para que le realitulos, el libro tiene una cohesin admirable, fruto de una feliz confluencia de varias habilidades: la penetracin analtica, la garra narrativa y la voluntad de estilo. Pero sus pginas no van dirigidas slo a los chilenos. Nos pertenecen a todos. Porque en ellas, como dijo el poeta, Ayer y maana comen / oscuras flores de duelo, en ellas se abrazan Sueo y Tiempo y sobre ellas cruza el gemido del nio / la lengua rota del viejo.
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147 cen una mamografa. En El rastro, en cambio, Nora se ha travestido de chelista que asiste al velorio de su ex marido, tambin msico, y establece un dilogo consigo misma donde el cuerpo y sus dolencias sirven para representar tensiones, displacer, el malestar generado por el fracaso amoroso y otros desajustes. Novela que se estructura en torno a un centro vital, el corazn, y a partir de ah el relato se materializa gracias a las distintas formas de narrar la subjetividad. Nora apoya su historia con semblanzas biogrficas de msicos famosos (como el contemporneo Daniel Barenboim) o reflexiones sobre la grabacin que, en su momento, realizara Glenn Gould de las Variaciones Goldberg de Bach, mientras la literatura y los viajes sustentan todo lo dems, nada menos que la vida misma -esa herida absurda, como se dice tangueramente en la novela- que contiene a la insoslayable muerte. En Historia de una mujer que camin por la vida con zapatos de diseador, Nora vuelve a explorar el mundo exterior a travs de pequeas observaciones, de una mirada inclinada hacia el detalle, que se constituye, por acumulacin, como nica manera posible de acercarse a una verdad ms rica, ms proteica del entorno y de su propia realidad. Por los intersticios de las zonas clausuradas, como los conventos de sus monjas sabias, a las que tantas pginas Glantz ha dedicado, es por donde se expande no slo una visin del mundo amplia en matices, en descubrimientos nfimos pero poderosos, sino otra ms singular, ms narrativa, incluso ms desquiciante, pero plena de inters. Tanto es as que, en esta ocasin, Nora Garca se conecta consigo misma a travs de los pies y, mediante ellos, con todo lo dems. Pies que calzados con zapatos de diseador hacen menos pedregosos los trayectos, a veces oscuros y tremendos, de la vida o aquellos que tienen un sesgo risible, pero que las mujeres como Nora transitan, an hoy, serias, con inseguridad o culpa, con esguinces de tobillos o de cintura, y que Glantz recupera para crear episodios llenos de comicidad y humor negro. Cuerpo, siempre fragmentado, y lenguaje repiten escenario en estas historias, donde el pie, objeto de seduccin de lo bajo, de lo minsculo, del extremo ms austral de la anatoma humana, y los senos cobran preponderancia para una Nora Garca -quizs alter ego de Margo Glantz?- capaz de experimentar una amplia gama de sensaciones, desde el dolor continuo y mediocre (...) como el de un callo o una muela inflamada a las golosas dulzuras del placer
148 ertico. Escritura personal, confesional, donde el tono sospechoso de la autobiografa pone en jaque todo lo que se cuenta a veces de manera distanciada o extraada. Es hora de confesar -leernos en la pgina 13 del libro- que esta historia es autobiogrfica, y por tanto profundamente sincera. Autobiografa en la que se cuenta, como ocurre en todas las variantes del gnero, lo que uno fue o, ms bien, lo que uno cree que fue o pudo haber sido, y en la que imperan muchos de los artificios propios de la ficcin. De hecho, Glantz sabe, y as lo refleja, que la dignidad y la belleza del pie desnudo slo se conserva en las estatuas; en los cuerpos vivos todo se contamina, se degrada o sucumbe a la transformacin, a la transfiguracin que la ficcin ejerce sobre los hechos y las cosas que narra. En las obras de Glantz, especialmente en esta ltima, encontramos historias mnimas sobre diversos exilios y viajes, por las que desfilan padre y madre judos, un ex marido, unos hijos y un ejrcito de canes que dan lugar a un extenso y nostlgico relato de todos y cada uno de los perros que formaron parte de la intimidad de Nora. Y tambin est su voz protagnica, a veces difuminada que, para no hablar de s misma, necesita apoyarse en referencias culturales, en otras vidas, en otras biografas, en otras historias que aluden, por ejemplo, a Teresa de Jess y Moiss; a su dolo, el diseador de zapatos Salvatore Ferragamo, y a heronas de ficcin, a autores universales y nacionales. Nombra con familiaridad, de su pas, a Carlos Fuentes y Monsivis, a Sergio Pitol y Mario Bellatn, a Juan Villoro y Rulfo, alude a pintores y artistas de Hollywood; comenta aspectos de algunas capitales del mundo, Mxico principalmente, y tambin Londres y otras ciudades europeas, pasando revista, incluso, sobre acontecimientos de actualidad, como el 11 M, que sacudi Madrid aquella aciaga maana del 11 de marzo de 2004, cuando el terrorismo impuso su rostro ms siniestro. La minuciosa elaboracin de estas historias mnimas, que se demoran en las filigranas casi inadvertidas, en las huellas borradas con las que Margo Glantz pareciera raspar o retorcerle el cuello a las grandes historias escritas con intencin totalizadora, constituyen su esttica, su razn de crear, su modo de oponerse a sistemas estereotipados que funcionan con una tcnica aristotlica consabida y producen obras para captar pblico y no lectores, ya que no perturban ni transgreden nada. Glantz, por el contrario, trabaja contra la rigidez
149 del canon, pero sin subestimar la dinmica de la narracin clsica, Presenta asuntos, en apariencia nimios, triviales frente a lo supuestamente importante; contrapone el pudor y la duda a la contundencia; y la complejidad contra toda normativa o mirada simplificadora de la realidad, creando, asimismo, un lenguaje propio que se nutre de sensaciones pensadas, como le gustaba decir a Clarice Lispector, para acercar al lector una va de anlisis diferente, Reina Roff
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Wasabi, Alan Pauh, Anagrama, cuestin. Curiosamente, puede Barcelona, 2005, 156 pp. constatarse que los escritores, que han pasado por el lugar son en su El hecho de que Roberto Bola- mayora argentinos: Csar Aira, o dijera a Alan Pauls (Colegia- Piglia, Marcelo Cohn... y Alan les, Buenos Aires, 1959): Queri- Pauls que ofrece ahora su relato do seor Pauls, es usted uno de publicado con anterioridad por los mejores escritores latinoame- Alfaguara-Argentina en 1994. ricanos vivos, es una afirmacin Wasabi se basa en la oposicin ms que suficiente para acercarse de dos elementos; el orden y el con atento cuidado a este escritor. caos. Cuando comienza la histoPodramos decir que al no ser ria, parece que todo transcurrir Paus im novelista comn, su obra apaciblemente y dentro de los caupuede ser incluida en el interesan- ces de lo previsible y organizado te grupo de escritores argentinos como es una invitacin de este ms originales y atpleos de la tipo, pero pronto comienza a apanarrativa contempornea y que recer lo extrao: un fornculo en cuenta, entre otros, con autores la espalda del narrador que ir cretan impresionantes como Piglia. ciendo desproporcionadamente Wasabi, curioso ttulo que hasta convertirse en una especie remite conscientemente a la de joroba que deformar al persopicante y fortsima mostaza japo- naje y alertar de que el inocentenesa, es fruto de la experiencia del viaje de este novelista latinoameripropio Pauls, convertido en la cano a Europa se convertir en un novela en narrador, como invitado descenso a los infiernos, en una de la Maison des crivains tran- pesadilla en la que los contratiemgers et des Traducteurs de Saint pos e incertdumbres que van surNazaire que desde hace aos tiene giendo irn adquiriendo proporpor norma alojar a escritores de ciones gigantescas y alucinatorias, diferentes nacionalidades durante rompiendo el orden establecido y una temporada en su sede. Termi- haciendo posible cosas absolutanada la estancia, la residencia mente inconcebibles como por publica un texto dei invitado en ejemplo que Christian Bouthemy,
152 director de la Maison y editor de Arcane 17, colabore en un plan para asesinar a Klossowski, nombre metamorfoseado en Korovski, Kosinsky o Kieslowski. Es lo onrico el factor que permite calificar a este especial relato de lisrgico en cuanto impone una visin alucinatoria sobre la realidad inmediata, as como por la narcolepsia que sufre el protagonista, que hay que interpretarla como una seal compleja que bloquea la inmediatez de aquel en cuanto le obliga a suspender la actividad consciente ya de que, durante los siete minutos que dura el ataque, la vigilia del narrador queda anulada y, en cierto modo, extraado del presente, imponindole otro ritmo cerebral. Tambin, la pomada homeoptica con sabor a wasabi que debe administrarse en su quiste, se descubre con increbles efectos ya que administrada por va oral, el narrador y su mujer consiguen alucinaciones sexuales. A pesar de esta otra realidad, Pauls no olvida reflexionar sobre la agobiante vida en provincias, sobre las dificultades de la vida urbana parisina, llena de amenazas e incgnitas, sobre el arte y sobre la vida de un escritor argentino en Europa. A pesar de que Wasabi refleja un estilo permeable en el sentido de disposicin al contagio en el campo de la escritura, como sostiene Pauls y de que a Bolao los personajes de este escritor argentino le parecen monstruos perfectos, Wasabi no alcanza la precisin, ni la solidez estilstica de El pasado, premio Herralde 2003, quizs porque es muy anterior y Pauls ha tenido tiempo para consolidar su idea de que una novela es un territorio.
Que la narrativa de Philip Roth, adems de portentosa, envuelve al lector tanto por el inters de las historias que cuenta, como por la intensidad estilstica, es algo indiscutible. Por eso, produce estupor que a sus 81 aos, este eterno candidato al premio Nobel, haya publicado una novela que desde su comienzo arrastra el lastre de la inverosimilitud, agudizado por la mezcla de ficcin y exhaustividad histrica (cuanto ms se empea el novelista en dar datos reales, se produce el efecto inverso: nos creemos menos el relato). Roth parte de la siguiente hiptesis: qu hubiera sucedido si el aviador acrobtico, hroe nacional americano, a pesar de su filosofa pronazi y declarado antisemitismo, Lindberg, nombre, por otro lado, que provoca indignacin entre los
153 judos, hubiera ganado las elecciones presidenciales al competir con Roosvelt en Estados Unidos en 1940. A pesar de que el mecanismo usado por el autor de La mancha humana es narrar con verosimilitud y minuciosidad los acontecimientos que se describen, no convence y tanto detallismo ahoga una narracin asfixiada por un exceso de documentacin histrica, como puede apreciarse en el apndice del libro, que no slo, entorpece la lectura, sino que evidencia otro de los defectos de esta larga novela: el hecho de que Roth se haya limitado a subrayar tmidamente los miedos imaginarios de una familia de judos americanos tan alejados de las atrocidades que sufrieron los judos europeos. La condicin de vctima de stos es algo que jams ha sido un elemento integrante de la escritura de Roth. Es ahora la primera vez que aparece, pero de manera ligera. No hay que olvidar que los judos en Amrica pueden participar de la vida nacional del pas, lo cual, como seala el premio Pulitzer, hace que sean diferentes y, que, incluso, gentes, como Amos Oz, tengan una actitud despectiva hacia los judos estadounidenses /.../alos que, adems, les gusta Estados Unidos, no les importa ser judos y su xito es colosal. S destaca tanto el retrato preciso que se hace del Newark de los aos 40 -en donde pas la infancia el autor de Pastoral americana y que ha visitado frecuentemente-, como la historia familiar contada por un nio de siete aos, demasiado adulto en su relato y, tambin, poco verosmil. En cualquier caso, este inquietante ttulo alerta sobre la posibilidad de la inestabilidad de la democracia americana. Lstima que la frialdad del tono y estilo, ms cerca del periodismo, cuando lo que se quiere contar lleva implcito el sentimiento de indefensin, frivolice la posibilidad del regreso al terror, al miedo y a la intolerancia. Milagros Snchez Arnosi
Los dolientes, de Jacobo Sefam. Mxico, Plaza Janes, 2004. Los dolientes (2004) es la primera novela de Jacobo Sefam y es, tambin, la primera novela que recoge a la manera etnogrfica y testimonial la historia y la cultura ancestrales de la comunidad shami (formada por judos rabes originarios de Damasco), que se estableci en Mxico a principios del siglo XX. Esta comunidad, que sita sus orgenes en Sefarad, lo que hoy da es la Pennsula Ibrica, en la poca que se conoce
154 como la Edad de oro de la tradicin sefardita (siglos X-XII), inici una dispora hacia diversos pases del Norte de frica, el Imperio Otomano y Oriente Medio para evitar conflictos religiosos fundamentalistas, primero con los musulmanes y luego con los cristianos, los dos grupos dominantes en la Pennsula Ibrica a lo largo de la Edad Media. La muerte del padre de familia es un motivo recurrente en todas las literaturas y as, en Los dolientes, la evocacin de la figura paterna durante la shiva, los siete das de funerales que preceden al sepelio, segn los ritos hebreos, hace posible la reconstruccin de la peculiar historia de una familia con profundas races multiculturales. En este sentido, los diez captulos que conforman Los dolientes aparecen precedidos de distintos textos fundacionales de la tradicin hebrea, en general, y sefardita en particular; son extractos que se refieren a las prescripciones y rituales de la Tora en lo concerniente a rituales funerarios; a destacar los del Shuljn Aruj, de Josef Caro (Venecia, 1565), reconocido como el cdigo de legislacin juda por excelencia y todava vigente en la actualidad, los del Zohar o Libro del Esplendor, que fue recopilado en Espaa en torno al siglo XIII, un texto de Maimnides (siglo XII) y otros de la Cabala, escritos en Espaa en los siglos XIV y XV. La marcada intertextualidad de Los dolientes hermana esta novela con la literatura ms actual y denota la experiencia investigadora de su autor, quien la ha puesto, esta vez, al servicio de un quehacer personal y testimonial. La multiculturaiidad de Los dolientes se confirma mediante las tres lenguas que se intercambian en la novela: as, en la portada destacan, en dorado, las dos letras del alfabeto hebreo que conforman el nombre del padre. Pero junto al hebreo estn la lengua rabe y la lengua espaola en la que se escribe la novela, concretamente el espaol de Mxico, con sus muchas y ricas variantes; la combinacin de estas tres lenguas le sirve a Jacobo Sefam para recordar, rememorar el pasado y as reconstruir, para dejarla escrita, la historia de su propia comunidad representada en el microcosmos de una familia, que es la suya. De este modo, el autor afirma, al escribir rememorando, que su comunidad pervive y sobrevive por encima de toda dispora, pero tambin asienta la multiculturaiidad y la transculturacin como ejes centrales de la novela. Porque si en principio sorprende la escasez de referencias a la cultura mexicana (el padre muere el 15 de septiembre,
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155 vspera de las fiestas patrias y se menciona, apenas de soslayo, esta fecha tan crucial para la historia de Mxico), por otro lado, Sefam asienta su filiacin con Mxico. Lo hace aludiendo a tradiciones y costumbres muy peculiares de este pas y, en particular, mostrando una adhesin absoluta al espaol de Mxico (aspecto a tener en cuenta dado que el autor vive en Estados Unidos desde hace veinte aos). En este sentido, destaca el recurso al lenguaje coloquial y a numerosas palabrotas e insultos que, con su efecto teraputico y liberador, se combinan, de manera musical, por cierto, con los trminos judeomexicanos: jajamito, jaramero, jazito, shajato, sharmuta. Sin duda, la multiculturalidad de la novela se asienta en el asombroso intercambio de las tres lenguas, con sus diferentes ritmos y matices. En lo que concierne a la forma, Los dolientes es una novela que sugiere multiplicidades: tanto la historia de la comunidad como la de la familia Galante es evocada por medio de una pluralidad de voces: padre y madre, hijos, tos, tas, primos, primas, rememoran la historia de la familia. Se insiste en la yuxtaposicin del masculino y del femenino, de manera que el tono y el ritmo de la novela es, en cierto sentido, precipitado y lleno de intensidades, a la manera de una sinfona coral, con mltiples matices y tonalidades. Las voces mltiples, que se intercambian sin cesar, se expresan mediante monlogos interiores y se combinan con la de un narrador omnisciente, nada jerrquico, que les da paso cada vez que desean intervenir; de esta manera la novela se construye como un rompecabezas en el que las distintas piezas, es decir, los protagonistas, las voces narrativas, los espacios, los tiempos del relato, los diferentes textos que lo componen se enlazan unas con otras, sin establecer ninguna jerarqua; antes bien, la novela se apunta como un texto polifnico que, a su vez, es una metfora del proceso de reconstruccin de la memoria, por separado, de los diferentes miembros de la familia. La afiliacin del autor al recurso de la multiplicidad se anota, asimismo, en los captulos que aluden a las ceremonias que acontecen en la sinagoga: a las exgesis de los rabinos se superponen los pensamientos cotidianos, las preocupaciones ms banales y simples de las distintas voces narrativas, que intervienen como lneas de fuga que distienden y relajan la rigurosidad y la precisin de la liturgia hebrea; de este modo, incluso los textos sagrados y la autoridad del rabino se presentan desprovistos de cualquier
156 jerarqua porque se abren siempre ai dilogo y a la interpretacin de parte de los protagonistas asistentes, quienes, por otro lado, parecen desconocer e incluso llegan a plantear dudas ante prcticas religiosas tan ancestrales. En este sentido, la novela suscita la problemtica actual del mundo judeo mexicano, ios enfrentamientos generacionales y el proceso de aculturacin de esta comunidad minoritaria en la sociedad mexicana. Con la publicacin de Los dolientes se ampla el corpus de la literatura juda latinoamericana, recogida en diversas antologas en los ltimos aos, entre las que destaca El gran libro de Amrica juda de Isaac Goldemberg (1998). Jacobo Sefam conoce muy bien esta literatura sobre la que ha publicado diferentes artculos; por otro lado, Los dolientes contina la lnea iniciada por numerosas escritoras mexicanas de origen asitico o europeo, entre ellas, Margo Glantz {Las genealogas, 1981), Brbara Jacobs {Las hojas muertas, 1987), Elena Poniatowska {La Flor de Lis, 1988), Sabina Berman {La bobe, 1990) y Rosa Nissan {Novia que te vea, 1992, Hisho que te nazca, 1996). Estas novelas plantean, igual que Los dolientes, temticas relacionadas con la afirmacin de la subjetividad multicultural de sus autoras, a la vez que expresan el anhelo de pertenecer a Mxico, de asimilarse a la nacin en la que han nacido; Jacobo Sefam se une a este grupo de escritoras y, como ellas, afirma su subjetividad multicultural y transnacional en Los dolientes. Concepcin Bados Ciria
Esto por ahora, Andrs Rivera, Buenos Aires, Seix Barral, 2005, 113 pp. Dice Andrs Rivera, en uno de los muchos epgrafes y citas que pueblan este breve y superconcentrado relato, que dijo Mao TseTung que ninguna persona puede impedir que el pjaro oscuro de la tristeza vuele sobre su cabeza, pero lo que se puede impedir es que anide en su cabeza. Que la tristeza sobrevuele pero que no haga nido en nuestras cabezas es lo que precisamente se ha propuesto el autor de Estopor ahora, desde la primera lnea del fabuloso arranque hasta la ltima lnea del fabuloso final. Lo consigue, por supuesto, en un raro milagro literario gracias al cual la tristeza e incluso el desaliento a los que nos ha sometido sin tregua a lo largo de la narracin se convierten de inmediato, tras cerrar e libro,
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en sus opuestos: ganas de vivir (o de revivir), ganas otra vez (despus de una eternidad) de cambiar el mundo. El ttulo mismo, Esto por ahora, sugiere que la historia que se cuenta -una derrota ms de la humanidad, encarnada en unos seres concretos y en un lugar concreto, la Argentina desde los aos 70, y aun desde los 30, hasta noyno es ms que la cruz de una moneda que siempre ha cado as, pero que alguna vez tendr que caer al revs; parada larga y cruel de un viaje hacia otra cosa, hacia la Historia. La que hagan verdaderamente los hombres, y donde personajes de la novela como Don Benavides, Cara i 'gante, Lucas o Daiana, en su infinita perversidad, no tengan razn de existir. (He aqu el tiempo de los asesinos!, es una de las citas de Rivera, en este caso de las Iluminaciones de Rimbaud.). Frente a ellos, las vctimas: Arturo Reedson {reed, en ingls, significa el peine de los telares de la industria textil), obrero de una fbrica de vestidos de Villa Lynch y doble de Rivera, quien, hijo a su vez de un obrero textil, tambin lo fue en la veintena de su vida; su amigo Pancho Eclert (que tena sus lecturas y que dijo que el melodrama exige un final que encienda, en el espectador, la cavilacin y el sufrimien-
to), y Natalia Duval, esposa de Reedson (la pequea figura de paso rpido y cabello canoso, que lanza plidos destellos de luz cuando lo alcanza la dbil energa de los faroles nocturnos...) y que en su correspondencia con su compaero escribe, por ejemplo: Alegra de mis ovarios, Carne que quiero, Te necesito ms que nunca, para que me calentes el lugar de la angustia, o Y vos no ests, la puta que lo pari a lo que sea o a quien sea. Pero lo que fascina a Rivera, como a todo gran artista (de Goethe a Baudelaire, de Goya al expresionismo alemn) es el Mal. En este sentido, el tro compuesto por Cara i 'gante, Lucas y Daiana es una cumbre literaria en s mismo, tan elevada como escueta, tan intensa como breve. Sobre todo, el autorretrato de Daiana (tres pequeos captulos, tres pinceladas, en realidad) y el de sta por su hermano incestuoso Lucas (un solo captulo, el inicial). Daiana, por derecho propio -el que le confiere la mano firme del artista que traza su inquietante dibujse merece ya un sitio de honor en el panten non sancto de las grandes heronas erticas de la literatura. De alguna manera, nos recuerda a la Temple Drake de Santuario (la novela policial que Faulkner escribi con urgencia para sobrevivir), as como a
158 Popeye, el siniestro coprotagonista. Mientras que Lucas (.., abra la boca, y una baba espesa le caa de los labios. Se le removan los arbustos amarillos que Lucas guardaba en su cabeza...), para cerrar el crculo, tendra su equivalente en el Benyi de El sonido y la furia (una historia contada por un idiota lleno de sonido y de furia...), del mismo autor. Dicho a la manera compacta (y despiadada y estremecedora) de Rivera: Faulkner, s -y no slo en esta parte especialmente reconcentrada, sino impregnando la narracin entera-, pero atravesado por Hemingway. Cmo se hace para pasar a un barroco por un clsico, manteniendo adems la originalidad, es otro milagro que seguramente muchos podrn describir, pero no repetir. Andrs Rivera hay uno solo. Ricardo Dessau ma, fund en 2002 una Ctedra de las Amricas con el apoyo de dos universidades catalanas, la Caixa de Catalunya y diversos consulados hispanoamericanos afincados en la misma ciudad que el Instituto editor No poda pasar mucho tiempo sin que el ICO emanara su propia revista. A pesar de la amplia etiqueta de la Ctedra, el nmero 1 de sus Cuadernos parece indicar que dicha entidad se dedicar exclusivamente a la literatura latinoamericana, y as lo confirm de hecho, en su discurso inaugural, Lago de Balanz, director del ICCL Los textos recogidos en este nmero inicial fueron conferencias pronunciadas en Barcelona entre 2001 y 2003. Inicia la serie el argentino Ernesto Sbato, que en sus brevsimas tres pginas y media se limita a reiterar algunas de sus ideas sobre la literatura hispanoamericana, para concluir con unas dolidas lneas sobre la situacin actual del subcontinente. Le sigue el mexicano Carlos Monsivis con un texto considerablemente ms prolongado y entretenido, centrado en figuras literarias de la primera mitad del siglo pasado pero rematado con un genial fragmento largo del chileno Pedro Lemebel sobre el Chile de Allende, El argentino Toms Eloy Martnez reflexiona pormenorizadamente sobre su propia produccin de temtica peronista, en particular La novela de
El Instituto arriba mencionado, pariente directo de la benemrita Agencia madrilea cuasi homni-
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159 Pern, aparecida en 1985, y la relacin entre ficcin, historia y periodismo. El chileno Roberto Bolao diserta con inteligencia sobre literatura argentina, concretamente, la fundacional del Martn Fierro y Borges, y tres lneas actuales: la de Osvaldo Soriano (buen novelista menor), la iniciada con Roberto Arlt y prolongada por Ricardo Piglia (uno de los mejores narradores actuales de Latinoamrica pero... ) y la creada por Osvaldo Lamborghini y heredada por Csar Aira (con ms peros todava). El mexicano Juan Villoro, narrador pero tambin socilogo, se explaya en citas ensaysticas antes de desembocar en colegas de varios pases. El argentino Rodrigo Fresan estudia, por as decirlo, las mujeres en Bioy Casares y la muerte en Borges, antes de perpetrar un relato propio sobre lo mismo. El abogado y ex diplomtico chileno Jorge Edwards penetra en el arte del retrato para salir retratando de alguna manera a Joaqun Edwards Bello, su antepasado fantasma. El colombiano Osear Collazos, finalmente, aborda la relacin entre violencia y literatura en la sociedad colombiana, sin olvidar sus reflejos en el cine del mismo pas. Habiendo tanto para leer sobre la literatura hispanoamericana, estos textos deleitan sin embargo, y no poco, por dos cualidades comunes: el valor protagonstico de sus autores y (exceptuando el primer texto y el ltimo) la inclusin de mltiples ancdotas personales eminentemente sabrosas. Agustn Segu
La verdad sea dicha, Germn Espinosa. Bogot, Taurus, 2004, 461 pp. El placer y el dolor son los eternos contendientes en la vida del hombre y para explicar sus alternancias Platn supuso en el Fedn que la divinidad haba empalmado sus cabezas en un mismo ser; por lo tanto, el que topaba con uno saba que pronto podra encontrarse con el otro. Esta sencilla fbula, que ilustra los vaivenes de la fortuna que llamamos destino, es la base de todo libro de memorias, pero afrontar su confesin sin tentativas de encubrirse es una tarea que requiere gran coraje. Quiz por esto Germn Espinosa ha denominado sus memorias con el concluyente ttulo La verdad sea dicha, aun a sabiendas de que, como advierte en el proemio de su libro, el recuerdo es falaz y slo podemos contar con nuestra voluntad y buena fe para escapar de sus celadas. De esta manera, el escritor colombiano -considerado como
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una de las voces ms importantes de la narrativa hispanoamericana del postboom- asume la delicada y entraable tarea de narrar su vida y sus vivencias desde su infancia venturosa frente al mar en un vetusto casern cargado de fantasmas en Cartagena de Indias, en donde se inici en la lectura y qued deslumhrado por la poesa, pasando por los inciertos inicios de una temprana vocacin literaria en la severa ciudad de Bogot hasta los no menos arduos y azarosos aos de las dcadas recientes en que publica su obra cumbre, La tejedora de coronas, que lo hace merecedor del reconocimiento literario internacional. La bohemia pendenciera de Bogot con sus cafs poblados de trompadachines, las desveladas noches de lectura con sus hallazgos y decepciones literarias en los aos de bsqueda de su propio estilo y de su voz, los trabajos periodsticos inicuamente pagados que debi aceptar para sobrevivir, las amargas incursiones en la vida poltica nacional, los viajes por el mundo como diplomtico de insr
litas embajadas en frica y en la Yugoslavia del mariscal Tito, con el ineludible fondo de violencia que ha llegado a ser endmico en la poltica y la sociedad colombiana desfilan por estas pginas a travs de la aguda e irnica mirada de Espinosa, que saltando de ancdota en ancdota nos da cuenta de la
entidad de lo vivido, de los logros conquistados y de las persecuciones sufridas y nos coloca ante el lcido espejo de su propia introspeccin que nos revela en toda su grandeza humana la lucha de un artista que no ceja un instante en el propsito de forjar su obra a despecho de las adversidades del tiempo que le toc vivir. Confesin de simpatas y animadversiones, de rechazos y de logros granjeados en el ejercicio de las letras, pero tambin reconocimiento de algunos dones recibidos, la amistad y el amor expresados en entraables cuadros humanos como los que realiza de Len de Greifff de Rafael Humberto Moreno Duran y de su esposa, la pintora Josefina Torres, este libro de memorias, narrado con la prosa pulcra y elegante que caracteriza la obra de Germn Espinosa, no recoge nicamente los recuerdos de un autor, sino tambin los de su tiempo y su generacin y se constituye no slo en un texto fundamental para entender una de las obras ms sugestivas de la narrativa hispanoamericana actual, sino tambin un importante testimonio para entender la evolucin poltica y social de esa Colombia lacerada de las ltimas dcadas. Samuel Serrano
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Estructura y gestin de empresas centrales de venta o bien de plaaudiovisuales, Mercedes Medina nificacin del product placement Lavern, Pamplona, Eunsa, 2005. (publicidad encubierta) y del merchandising (venta de producEl cineasta Jean Epstein deca tos ligados a un programa audioque el cine se parece a dos herma- visual). nos siameses unidos por el vientre En concreto, el libro de Mercey separados por sus dos corazo- des Medina, profesora de Estrucnes, uno de los cuales siente el tura de la Comunicacin Audiovicine como un arte y el otro como sual y de Negocios Audiovisuales, una industria. Mientras aparezca nos presenta los orgenes de la un cirujano capaz de separarlos, actual estructura del mercado aada, el cineasta est obligado a audiovisual y analiza el mercado hacer compatibles ambos senti- espaol, europeo y americano. mientos. El texto que aqu comen- Podemos ver, por ejemplo, que las tamos nos habla de ese corazn principales empresas audiovisuafinanciero y econmico que hace les espaolas estn ligadas a los posible la industria audiovisual. grandes grupos mediticos del Un corazn que mueve un merca- pas, todos ellos con conexiones do sumamente complejo y cada internacionales. Me refiero a vez ms ligado al mundo de los PRISA (Canal +, Digital +, Locaejecutivos y de las escuelas de lia, El Pas, la SER... ), Planeta negocios. Nada parecido a las (Antena 3, La Razn, Onda empresas familiares o de pequea Cero...) o Vocento (Tele 5, Grupo escala del pasado. En efecto, la rbol, El Correo, Punto Radio...). financiacin y explotacin de la La segunda parte del libro trata de obra audiovisual pone hoy en la gestin de las empresas audiojuego estrategias de proteccin de visuales: su direccin y organizala marca, de contratacin de talen- cin, la actividad comercial y ecotos, de derechos audiovisuales, de nmico-financiera y los ndices coproducciones y subvenciones, de valoracin de los contenidos y de capital riesgo, de acuerdos con de su calidad. Aunque el ttulo del sociedades de garanta recproca y libro da a entender que la autora
162 se ocupa tanto de las empresas de cine como de las de televisin, en realidad, estudia estas ltimas. El cine aparece por las inevitables relaciones entre ambos medios. En fin, dado que en estos momentos se est planteando una gran reforma del sector audiovisual, con profundas novedades legislativas y regulatorias, con nuevos canales de televisin, con la incorporacin por parte de las empresas de ios avances tecnolgicos, el libro ha quedado un tanto superado por la realidad, al menos en sus primeras pginas. Pero esto forma parte de la dinmica de publicaciones como sta tan ligadas al presente. Es el handicap y el gran atractivo. amos decir, incluso, que libro el ms actual, el ensayo de Shlomo Sand, es una plasmacin prctica de las propuestas tericas del segundo, el libro de Peter Burke, publicado el ao 2001, pero que acaba de reeditarse ahora en formato de bolsillo. Utilizo el condicional podra porque, lo cierto es que Shlomo Sand no incluye el libro de Peter Burke en su bibliografa. La Editorial Crtica ha cubierto su lapsus haciendo coincidir la publicacin de uno con la reedicin del otro. En concreto, el objetivo de Visto y no visto es fomentar el uso de las imgenes como documento histrico, advirtiendo de las trampas que esto con lleva. Para ayudar al historiador a esquivar estas trampas e interpretar correctamente las imgenes, Peter Burke propone tres enfoques, los cuales suponen una renovacin de la tradicional aproximacin iconogrfica e iconolgica de la Historia del Arte. Dos de esos enfoques, la psicologa y la semitica, los presenta con grandes reservas. Burke prefiere y practica la historia social y cultural. Se trata de estudiar la imagen en su contexto cultural, artstico, poltico y material, tanto de produccin como de consumo. Por lo que se refiere al segundo libro, El siglo XX en la pantalla, Shlomo Sand, profesor de Historia
El impacto de la imagen, Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histrico, Peter Burke, Barcelona, Crtica, 2005; El siglo XX en pantalla. Cien aos a travs del cine, Shlomo Sand Barcelona, Crtica, 2005. Los dos libros que reseamos aqu son reflejo del cambio de perspectiva que se ha producido en los ltimos aos en torno a la cultura visual de raz popular, cada vez ms presente y valorada en los mbitos acadmicos. Podr-
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163 Contempornea en la Universidad de Tel-Aviv, define su trabajo como un relato poltico-cinematogrfico de los grandes acontecimientos y procesos polticos del siglo XX: la Primera Guerra Mundial, la revolucin rusa, la crisis del 1929, los fascismos, el holocausto, la guerra fra, la descolonizacin y, previo a todos ellos, una reflexin sobre cmo el cine ha retratado el mundo de la poltica en las sociedades democrticas. El libro se cierra con un eplogo metodolgico que recuerda las aportaciones de historiadores como Marc Ferro, Robert A. Rosenstone y Hayden White. Este ltimo acu el trmino historiofota para referirse a los trabajos que, como el Shlomo Stand, se ocupan del tratamiento que el cine da del pasado, esto es, cmo las pelculas explican la historia y construyen imgenes del pasado introduciendo un tratamiento pico, fuertes dosis de sentimentalismo o escandalosas manipulaciones. la convivencia en la casa europea de la primera generacin de universitarios que se ve obligada a coexistir en un medio multicultural sin precedentes. El viaje de una pareja de jvenes por Francia, Espaa e Italia enmarca una serie de episodios protagonizados por seres caricaturescos que retrata una sociedad decadente cuyos parmetros morales y culturales han entrado en crisis. La mirada itinerante del narrador-protagonista, como el espejo valleinclanesco que devuelve una visin deformada de la realidad, proyecta el esperpento de nuestro tiempo: la experiencia de la postmodernidad. Un tono distante e irnico, desprovisto de tintes emocionales o moralizantes, sirve a un tiempo de antdoto y de catalizador de este paisaje de desarraigo, saturacin y desencanto habitado por una nueva generacin de europeos. Aunque clasificada como novela Erasmus, es evidente Emeterio Diez desde el comienzo que estamos ante mucho ms que eso. Tras cada relato emerge una sutil reflexin sobre importantes cuestiones de nuestro tiempo: la bsqueda de Compaeros de piso, Julio Baquero identidad individual y colectiva en Cruz, Funambulista, Madrid, 2004, un mundo globalizado transitado por sujetos desnacionalizados; 264 pp. el dudoso lugar de los valores traCompaeros de piso es una dicionales en un nuevo escenario inteligente y divertida alegora de donde lo excepcional es lo coti-
164 diano; el papel de la escritura como viaje de autoconocimiento; y, finalmente, el dilogo con el otro como recurso humanizador. El viaje, la escritura y la bsqueda personal se entrelazan en una frtil y sugerente narrativa donde, bajo la mscara del nuevo siglo, palpita el espritu decimonnico. Con todo, tal vez lo mejor de la novela sea su estilo fresco y desenvuelto, marcado por un lenguaje de tan elegante transparencia que en momentos raya la iluminacin de lo potico. En virtud de sus mritos tanto estticos como conceptuales, Compaeros de piso, segunda novela de Baquero Cruz tras Arquitectura del matadero (Bruselas: Excritos, 2002), merece especial atencin entre la produccin novelstica reciente. Isabel Cuado larga carta que escribiera a su amante, Lord Alfred Douglas {Bosie), precisamente desde la crcel, y que aos despus se public bajo el nombre de De profanis. El segundo hecho fue decisivo hasta tal punto que acab con la vida de Wilde, en 1900, a los 46 aos de edad. Por supuesto, antes hara tabla rasa de la gloria a la que su genio lo haba elevado. En la Inglaterra victoriana (donde la homosexualidad, que todava no se llamaba as, era castigada con una pena de hasta veinte aos de reclusin), el escritor fue a partir de 1895 un proscrito, un sodomita, un apestado que todo lo contaminaba, incluido su arte, cuando ste ya haba alumbrado un xito sensacional, y an prometa ms. La tragedia nos la vuelve a contar el profesor de historia britnico Trevor Fisher, quien tiene en su haber un par de libros sobre las conflictivas relaciones entre la poca victoriana y la sexualidad. La ventaja de este trabajo sobre los anteriores consagrados a la vida de Wilde (y por consiguiente a la de Douglas, tan entrelazada con la suya) reside obviamente en ser el ltimo en llegar, aunque -lo que ya no es tan obvio- haciendo un uso muy inteligente de todas sus fuentes, entre ellas la del ms famoso bigrafo de Wilde (y tambin de otro ilustre irlands, Joyce), Richard Ellmann.
Osear y Bosie. Una pasin fatal, Trevor Fisher, traduccin de Rolando Costa Picazo, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2004, 354 pp.
Los dos hechos decisivos de mi vida fueron cuando mi padre me envi a Oxford, y cuando la sociedad me envi a prisin. Esta frase la apuntaba Osear Wilde en la
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Es de esta inteligencia de la que se vale para demoler al menos tres mitos que los antecesores de Fisher, o bien mantuvieron, o bien contribuyeron a consolidar. El primero, nacido de la propia imaginacin de Wilde durante su encierro en la crcel de Reading: que Bosie fue un Judas; que lo olvid cuando se produjo su cada. Sin embargo, no fue as (aunque De profundis, una de las cartas ms extraordinarias que se hayan publicado, de ms de 30.000 palabras, sea una dolorida acusacin): las misivas de Bosie no alcanzaban la celda donde el creador de Donan Gray se pudra. Sencillamente, haba otros mensajes a los que se daba prioridad; por ejemplo, los de Constance, la sufrida y abnegada esposa de Wilde. De este modo, el sentimiento de abandono termin hundindolo, y De profundis es el estremecedor testimonio de su desesperacin. El segundo mito, alimentado por el movimiento gay actual, da por cierto que a Osear Wilde lo encarcelaron como resultado de un acto homofbico de represin. Aqu tambin la verdad es diferente: El Estado no estaba interesado en la vida privada de Osear Wilde, que manifiestamente era la de un hombre felizmente casado, y tena menos inters en el aristocrtico Bosie Douglas.
La razn era sencilla: En aquel momento no haba evidencia real de que existiera una subcultura homosexual o que representara una amenaza contra la opinin pblica "respetable". En cambio, el interesado era un individuo: el Marqus de Queensberry, padre de Alfred Douglas, quien a toda costa quera apartar a su hijo de Wilde. Lo consigui reuniendo pruebas y chantajistas del mundo de la prostitucin masculina, los taxi-boys, que frecuentaban tanto Bosie como Osear. Paradjicamente, no fue l quien empez el proceso judicial, sino el propio escritor, al demandar a Queensberry por libelo. Con lo cual cay en la trampa que le haba tendido el marqus. Queensberry era un verdadero macho, aficionado a los deportes rudos. Fue el creador de las reglas bsicas del boxeo vigentes hasta hoy. Los taxi-boys, justamente, dan pie para la destruccin del tercer mito: el socialismo de Wilde. Puesto que el hecho de considerar la prostitucin masculina como una solucin de la pobreza es prueba de que su proclamado socialismo era de una superficialidad intolerable, afirma el autor. Y esto no necesita ms demostracin. El hombre mata lo que ama, escribi Wilde. En un acto de amor, Fisher mata a Wilde, un
166 mito en s, pero, amorosamente, nos lo devuelve en su dimensin real, ms all de las mitologas construidas por el tiempo y por l mismo. Ricardo Dessau Matute, Carmen Martn Gaite, Jess Fernndez Santos o Daniel Sueiro), pero ste se detuvo algunos aos ms tarde, y as hasta nuestros das, en que tan escasas (y heroicas) editoriales apuestan por l. La Rusia decimonnica, desde Turgueniev, Bunin, Gorki y, por supuesto, Chejov, y la que hace la transicin hacia el siglo pasado, es uno de los pases que ms valor y promocion este gnero maltrecho. Sin embargo, me consta que en la Rusia actual apenas se editan libros de cuentos, salvo aquellos que se publican los mismos autores. En Rusia, como en Occidente, priman la novela y el ensayo, y por encima de ellos los libros de autoayuda. Por todo eso, relulta conmovedor y estimulante encontrarse con este volumen que reseamos como novedad literaria en Espaa. Zschenko vivi su infancia bajo el zarismo, particip de la ruptura bolcheviquista y sufri el ostracismo de Stalin, muy en especial, tras la publicacin de la novela Antes de la salida del sol (1943), que supuso su expulsin de la Unin de Escritores Soviticos. Vitali Chentalinski, en su interesante investigacin De los archivos literarios del KGB, integra a Zschenko como uno de los muchos autores represaliados por el Comit Central a causa de que sus obras se interpretaban aje-
Matrimonio por inters, Mijal Zschenko, Acantilado, Barcelona, 2005, 164 pp.
En Espaa, el cuento como tipologa nunca ha disfrutado de una gran acogida por parte de los lectores. Es una forma literaria considerada indefinida, no culminada, una especie de inconclusa estructura larvaria a mitad de camino entre la novela y el poema. No ocurre lo mismo en el resto de Europa o de Amrica, de norte a sur, donde los siglos diecinueve y veinte han dejado un muestreo ms que significativo con excelentes cuentistas y brillantes ttulos. Slo por citar algunos, desde Poe o Hemingway o Dos Passos, pasando hacia Roberto Arlt, Jorge Luis Borges y Julio Cortzar, regresando a este continente con Guy de Maupassant, James Joyce o Virginia Woolf. Ac, los aos cincuenta del siglo veinte anunciaron un impulso (Ignacio Aldecoa, Ana Mara
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167 as al espritu de la literatura sovitica. La narrativa de Zschenko respira la impronta chejoviana del fresco costumbrista, si bien Zschenko, con la prctica del skaz (esa prosa rabiosamente viva derivada hacia el discurso oral) impone un sesgo tan personal como atractivo. El recomendable volumen que nos ocupa, con dos docenas de cuentos, perfila con autntica maestra la atmsfera social rusa posterior a la revolucin y nos devuelve con su irona a la mejor tradicin del relato ruso, rastreable en coetneos suyos como Mijal Bulgkov, Aleksandr Arjnguelski, Ili Arndovich Finsilberg o Iuri Krlovich Oliesha. Miguel Herrez
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El fondo de la maleta
Cervantes y Pirandello
En la introduccin a la primera parte del Quijote, Cervantes seala que el libro ...se engendr en una crcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y todo triste ruido hace su habitacin. Luigi Pirandello qued muy impresionado por este documento. Tambin por la propuesta esttica de ndole tica que el propio Cervantes formula lneas antes. Dicho con ms o menos palabras: que nada puede exceder el orden natural, el cual consiste en que cada cosa genera su semejanza. De alguna manera, Don Quijote sale a divagar por los caminos en busca de semejantes, hasta comprobar que no los tiene, que el mundo le es extrao tanto como l resulta extrao al mundo. Pirandello subraya la dualidad del personaje cervantino, el hecho de que sea, a la vez, amargo y ridculo. El dolor hace rer, vendra a concluir Cervantes y hoy la conclusin nos suena a pirandelliana. La risa del personaje de As es si os parece, que cierra cada acto de la pieza, se dirige a una historia pattica a la cual su carcajada salva del melodrama.
El autor, tanto como sus personajes, estn cervantinamente iguales en una crcel. Se trata de un lugar a la vez real y metafrico. Aunque Cervantes salga de la prisin, seguir preso en su imaginario. Algunos estudiosos de Pirandello, como Giovanni Macchia, han subrayado esta correspondencia cervantina en el escritor siciliano. Al fondo de la crcel hay una habitacin destinada a la tortura, donde el escritor va en un ejercicio de autopunicin. No por pecados o delitos propios sino, simblicamente, de la humanidad. En esa estancia del dolor los seres ficticios se vuelven reales en la medida en que los seres reales admiten su calidad ficcional. Esta dialctica parece pirandelliana, del Pirandello que hace bajar a sus criaturas a la platea, les hace reconocer su naturaleza real, al tiempo que involucra a los espectadores reales en la ficcin escnica. Es el Pirandello de Esta noche se improvisa, Cada cual a su juego, Seis personajes en busca de autor. Este pirandellismo es cervantino y as lo reconoci el dramaturgo de Lila. Las incertidumbres
169 del barroco, suavizadas por la irona de la fbula y la bonhoma de la prosa, lo tornan contemporneo. Hay un momento en el cual las locuras de Don Quijote y de Enrique IV, ambos nombres ficticios, se confunden en su denuncia de la locura del mundo. Don Luis y don Miguel vuelven a encontrarse, con una doliente y urbana sonrisa, en la estancia de la tortura.
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Don Juan Valera, escultura en mrmol, obra del artista egabrense Antonio Maz Castro
170 Colaboradores MANUEL ALBERCA: Ensayista y crtico espaol (Mlaga). ISABEL DE ARMAS: Escritora espaola (Madrid). RICARDO BADA: Escritor espaol (Colonia, Alemania). CONCEPCIN BADOS CIRIA: Crtica literaria espaola (Alcal de Henares). CARLOS BARBCHANO: Escritor espaol (Madrid). MARTA CRISTINA CARBONELL: Ensayista y crtica espaola (Barcelona). ISABEL CUADO: Crtica literaria espaola (Lewisburg, Estados Unidos). RICARDO DESSAU: Periodista y crtico argentino (Buenos Aires). EMETERIO DIEZ: Historiador del cine espaol (Madrid). GERMN GULLN: Ensayista y crtico espaol (Alcal de Henares). MIGUEL HERREZ: Crtico literario y ensayista espaol (Valencia). JOS MANUEL LPEZ DE ABIADA: Crtico literario espaol (Berna). GEMMA MRQUEZ FERNNDEZ: Crtica literaria espaola (Barcelona). TALO MANZI: Crtico cinematogrfico argentino (Pars). ARNALDO I. A. MIRANDA: Historiador argentino (Buenos Aires). MARA DE LA CONCEPCIN PINERO VALVERDE: Crtica literaria espaola (Barcelona). REINA ROFF: Escritora argentina (Madrid). MILAGROS SNCHEZ ARNOSI: Crtica literaria espaola (Madrid). AGUSTN SEGU: Historiador argentino (Saarbrcken). MERCEDES SERNA: Crtica y ensayista espaola (Barcelona). SAMUEL SERRANO: Escritor colombiano (Madrid). ANNA SOLANA: Crtica literaria espaola (Barcelona). ADOLFO SOTELO VZQUEZ: Ensayista y crtico espaol (Universidad Central, Barcelona).
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637/38 Jul.Ag.
La Agencia Espaola de Cooperacin Internacional y Radio Exterior de Espaa han convocado el premio Margarita Xirgu de teatro rediofnico en su XIX edicin, correspondientes al ao 2005. Las notas ms relevantes de esta convocatoria, cuyo texto completo aparece en elficheroadjunto, son las siguientes: Los concursantes habrn de ser espaoles o nacionales de los pases iberoamericanos de lengua espaola. El premio est dotado con 6.000 euros. Los trabajos, que debern ser presentados por quinduplicado y bajo plica, adoptarn el formato de guin radiofnico dramtico, con una duracin en antena mxima de 30 minutos y mnima de 25. El plazo de presentacin de originales finalizar el 31 de octubre de 2005. Los concursantes enviarn las obras al Registro General de la Agencia Espaola de Cooperacin Internacional (Avenida de los Reyes Catlicos, 4. 28040 Madrid) o a Radio Exterior de Espaa (Apartado 156.202.-28080 Madrid) El fallo del premio tendr lugar en el ltimo trimestre de 2005. Las bases de este premio se pueden consultar en la pgina web www.aeci.es Para ms informacin, telfono 915838251.
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