Antropologiadelarte AlfredoCruz 09052017

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Universidad de Guadalajara

Doctorado Interinstitucional en Arte y Cultura


Antropología del Arte
Alfredo Cruz Vázquez
09 Mayo 2017

Hacia una antropología cultural de lo algorítmico.

La era digital avanza cada vez más y en la medida en que ésto sucede, los algoritmos se van
constituyendo como piedras angulares de la convivencia social, el trabajo, el transporte, la lectura, el
entretenimiento y hasta la economía, entre un sin fin de otras actividades. Este trabajo pretende proponer
maneras en que la aproximación antropológica permitiría una mejor comprensión de esos algoritmos que
tanto influyen en el mundo actual.

¿Por qué el algoritmo ha ganado tanta centralidad como medio de articulación del orden social?

Una respuesta simple sería decir que la tecnología digital se ha hecho más portable y de menor costo,
por ende, más personas utilizan dispositivos por lo que hay una mayor disponibilidad. Pero, más allá de
esto, los algoritmos aparentan tener mucha potencia para representar un vertiginoso y complejo mundo
-sospechosamente comercial- regido por un sistema de reglas carente de ambigüedades, basado casi
por completo en verdades matemáticas y estadísticas; lo que ha hecho que sean cada vez más las
labores que dependen de la ejecución cotidiana de programas basados en algoritmos, lo que además ha
alentado los esfuerzos creativos de la industria que no ha dudado en incorporarlos a toda velocidad.

Un ejemplo de forma algorítmica es la música. Ésta tiene una fuerte conexión con las representaciones
matemáticas. En su libro de mediados de 1960 sobre arte y antropología, el antropólogo cultural y
etnomusicólogo norteamericano Alan P. Merriam (2006), sostiene que la música es una construcción
humana compleja. Explica que la etnomusicología, se ha aproximado a este fenómeno apuntando
aspectos antropológicos o aspectos musicológicos y que aunque lo ideal sería una fusión de ambas
visiones; hasta ahora el enfoque ha estado principalmente en el sonido en sí mismo y su estructura,
<abrumando> el trabajo antropológico con detalles técnicos que no hacen referencia a la matriz cultural
que los originó e ignorando aspectos antropológicos relacionados con su creación y su uso, como puede
ser el papel de la música en el pensamiento, poco investigado hasta ahora. (Merriam, 2006, pp. vii-viii).

¿Es posible pensar en una antropología de la música? Sí, y ésta debe ser asequible tanto para el
antropólogo como para el musicólogo. Para el antropólogo, “provee la fundamentación desde la cual
todos los sonidos se producen y la plataforma desde la cual estos sonidos son finalmente entendidos”
(Merriam, 2006, p. viii); mientras que para el musicólogo la antropología de la música provee “más
entendimiento de los productos y los procesos de la vida humana, precisamente porque la música es
simplemente otro elemento más de la complejidad del comportamiento aprendido de los seres humanos”
(p. viii). Sin personas que piensan, actúan y crean, no habrían sido posibles los sonidos musicales y
dado que éstos son producto de la creación humana enmarcados dentro de la cultura, esos sonidos se
entienden mucho mejor cuando se comprende también la organización total de su producción y su uso;
siguiendo el método comparativo se entienden problemas que no son exclusivos de una sola cultura, y
que tienen una mayor trascendencia para el comportamiento humano (Merriam, 2006, pp. viii-ix).

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Los órdenes automáticos basados en algoritmos, no están alejados de los problemas que ha
experimentado la etnomusicología. Se ha dificultado su análisis, porque se ha dividido la investigación
desde las ciencias computacionales y la ingeniería (que están más enfocados en cómo aplicarlos en
contextos sociales) o desde las ciencias sociales, donde se han visto delimitados por cuestiones
técnicas, de comprensión de su funcionamiento, simple desconocimiento, o bien por la secrecía de su
formulación.

Pocos estudios se centran en recuperar las motivaciones tecnológicas de ordenamiento, el contexto de


producción, las condiciones que dieron origen a esa forma de organizar, su conexión con otras formas de
pensar, su propagación y su convergencia con otros órdenes. Normalmente se debate por lo lógico
desde un sentido acultural. Su estudio se ha enfocado en aspectos de estructura y su forma, un universo
infinito de representaciones o aplicaciones en situaciones específicas, pero (y esto es lo más relevante)
sin hacer referencia a las estructuras organizativas derivadas de formas algorítmicas, como si sus
manifestaciones tecnológicas no dependieran de los algoritmos que les dieron forma.

Pero los algoritmos, al igual que otras creaciones humanas, son producto de la cultura. Son concreciones
de la técnica que proveen un comportamiento automático y no deben ser excluyentes del análisis
antropológico. En el sentido que refiere Merriam, pensamos con ellos (los algoritmos), como lo hacemos
con la música, incluso sin buscar analogías, en lo que respecta al complejo universo que han ayudado a
configurar. Es patente la importancia de los algoritmos para organizar música, crearla, comunicarla y
generar otras fuertes interacciones derivadas de ambas manifestaciones culturales.

Existen pocas pistas sobre aproximaciones pertinentes a los contextos en los que se articulan los
algoritmos, por su característica plástica para adaptarse, y sigue siendo en los estudios antropológicos
relacionados con la música desde donde se están buscando explicaciones.

Otro aspecto importante es la retroalimentación. Bennett (1993), hace un recuento histórico de la teoría
del control de 1930 hasta 1955. De ese texto es importante rescatar cómo la retroalimentación tuvo un
papel primordial en la conformación de sistemas cada vez más complejos, lo que supuso un reto en su
momento: “la falta de conocimiento y entendimiento del efecto del feedback en los sistemas resultó en
retrocesos en diversas áreas de la ingeniería” (p. vii). Muchas tecnologías que hacen uso de algoritmos
hoy, son precisamente herederas de este principio de los sistemas complejos, Google ordena sus
algoritmos de recuperación de información a partir de la retroalimentación de millones de usuarios, y no
es posible pensar en tareas de automatización en contextos complejos sin la retroalimentación.

Grupe (2008) hace un cuestionamiento a partir de nuevas perspectivas teóricas en antropología del arte
y etnomusicología, sobre qué tanto los algoritmos pueden ser un método para entender la música

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Gamelana, y cómo éstos son valiosos en la medida en que pueden producir objetos exploratorios de
aspectos epistémicos, que reflejan lo que asume su creador.

El algoritmo es una técnica cultural que “ha sido transcrita muchas veces y así ha obtenido una especie
de identidad múltiple. Por el contrario, dado que aparenta ser tan esencial para los desarrollos
tecnológicos actuales (…) se vuelve un concepto significativo para releer algunas antiguas prácticas y
otras presentes” (Grupe, 2008, p. 109). Pueden ser pasos claros, como un algoritmo ligado a un
resultado de carácter definitivo (claro, no ambiguo), atemporal, pero al mismo tiempo deben de ser
efectivos, y para esto no deben de estar desligados de su contexto como dispositivo técnico situado y
temporal, es decir, no definitivos (Grupe, 2008, pp. 111-112).

El algoritmo como concepto es útil cuando nos permite converger razonamiento y acción, si lo
entendemos en un nivel general, como especificaciones para la acción pero con reglas adecuadas a las
circunstancias. Se pueden entender (los algoritmos) como las cadenas operativas propuestas por el
arqueólogo francés Leroi-Gourhan, quien trata de inferir el contexto cultural de los artefactos paleolíticos,
donde el utensilio se vuelve parte vital de la identidad de la etapa del trabajo que hubiese sido imposible
pensar sin él, indagando qué tanto representan y reemplazan patrones de acción de una época anterior,
inscriben acciones presentes, también el proceso de reversa en el que son re-apropiadas o mal
apropiadas (Grupe, 2008, p. 112).

Los algoritmos son invenciones que se modifican frecuentemente, y como artefactos es posible observar
su encadenamiento cuando las reglas fallan, en este sentido si un algoritmo “se vuelve evidente,
usualmente tenemos que sospechar algún tipo de ruido o turbación que inhibe su transparencia (…) el
algoritmo es algo que se sospecha detrás de las cadenas de operación (…) puede estar escrito como
fórmula o como descripción, puede ser representado en otra forma, o simplemente conversado” (Grupe,
2008, pp. 113-114). En este sentido los algoritmos encadenan operaciones, muchos se ostentan como
mejoras a formas tradicionales de hacer las cosas: algoritmos que buscan amistades en nuestro pasado
a partir de aproximaciones estadísticas de proximidad y parentesco, que gestionan nuestros grupos
sociales desde intereses que han quedado registrados en nuestros historiales digitales; algoritmos que
nos ahorran recursos con mayor eficiencia, que ajustan tarifas para hacer más equitativos los precios
(con una ganancia de por medio), que dirigen el flujo vehicular por las mejores rutas (a partir de la gran
cantidad de datos y reportes de sus usuarios); otros más que nos adivinan, orientan nuestros deseos de
entretenimiento y consumo, filtran nuestras lecturas para ahorrar tiempo y dan sugerencias a nuestras
curiosidades divagantes, que nos conectan con las recomendaciones de otros.

Muchos otros son invisibles, y solo se aprecian cuando hay ruido, cuando fallan. Como los algoritmos
que reformulan la creatividad humana para nuevas labores, que automatizan fábricas y trasladan

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empleos menos seguros y repetitivos a manos robóticas; algoritmos que maximizan inversiones, que
orientan bolsas y que se vuelven aparatos para manipular monedas y economías; algoritmos que
evalúan amenazas terroristas potenciales, que manejan guerras y controlan decisiones estratégicas;
algoritmos que en un futuro no muy distante administren nuestra salud o realicen cirugías cruciales en
nuestro cuerpo.

La cuestión es que hacer una antropología cultural del algoritmo representa un reto, porque
invariablemente vienen en conjunto con otros elementos. Son difíciles de capturar una vez que
organizaron alguna actividad o sugirieron una decisión, y no pueden ser aprehendidos fácilmente en su
campo de aplicación inmediato cerca de la práctica humana , si no es que de alguna manera son
anticipados o imaginados. Una vez que se ejecutan, su actuar se vuelve invisible, escondido en las
prácticas que soportan, amalgamados en la dinámica social (uno de sus éxitos).

¿Cómo puede pensarse en producir un análisis pertinente que dé cuenta de esta propagación
generalizada de formas tecnológicas si estas cambian tan frecuentemente y si el foco de análisis cultural
está inmerso en la esfera de aplicación? Muchas de las tecnologías del internet, que hoy tienen
repercusiones globales en las formas en que socializamos, tienen en su núcleo una constitución
algorítmica, por la cual son juzgados -a fin de cuentas- por sus usuarios.

Una antropología interesada en los algoritmos debería atender a estas consideraciones, encontrando
elementos que conciban la tecnología digital desde una plataforma más robusta ante la fluctuación. En
una entrevista al antropólogo español Esteva Fabregat (Lagunas, 2012), sobre el papel de la
antropología en el estudio de la actualidad y su futuro, se aportan claves importantes. La antropología es
una disciplina de carácter interdisciplinario que debe de estar atenta a otros aspectos que aumenten la
cantidad de información de una cultura global, esto, sin renunciar a categorizar, explicar o interpretar,
pero sí con mucha paciencia, porque es una disciplina lenta en su realización que trabaja de manera
cualitativa; explica e interpreta mediante conceptos que parecen objetivables; su enfoque del
comportamiento en sociedad es ambicioso al incluir la cultura, que comprende la totalidad de
comportamientos de un ser humano en una sociedad determinada; y está interesada en el grado de
universalidad de un comportamiento y en la singularidad del mismo (Lagunas, 2012, p. 3).

Al respecto de cómo la antropología recoge información del contexto, la descripción etnográfica es


fundamental porque le da profesionalismo, y supera al trabajo de campo que es meramente experiencial,
al constituir descripciones de los contextos naturales humanos, y en la calidad descriptiva, no sólo
empírica, encuentra su objetividad y cientificidad (Lagunas, 2012, pp. 3-4). A diferencia de la etnografía,
“cualquier análisis científico sobre la sociedad supone una construcción (…) la antropología realiza una
reducción (…) debe de prescindir de la observación participante como ejercicio explicativo total y

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apoyarse en otras realidades ocultas a lo que el investigador ve (…) frente al exceso de categorías cabe
emplear aquellas con apego a los contextos” (Lagunas, 2012, p. 4).

Esta perspectiva aporta más posibilidades para comprender los algoritmos dentro de la cultura, pues la
totalidad de sentidos nos permite recuperar “pequeños holismos que se articulan con otros holismos para
crear un conocimiento sistémico de la realidad, (…) Solo desde una perspectiva holística es posible
responder a los problemas actuales de dinámica y equilibrio cultural” (Lagunas, 2012, p. 4).

Otro ejemplos se sitúa en la ciudad de Detroit en Estados Unidos. Por ser Detroit la ciudad originaria de
la industria automotriz, consagrada a un orden tecnológico particular, experimenta de manera muy
específica convergencias culturales del choque de dos órdenes tecnológicos que marcan la vida de la
urbe. En Detroit, existen una serie de elementos importantes, que permiten crear contrastes y
conexiones holísticas, es una ciudad que ha pasado por un gran número de crisis, reinvenciones,
catástrofes y renacimientos, muchos de ellos relacionados con la forma en que la tecnología ordena las
vidas de sus habitantes. En esta ciudad hay una serie de transformaciones en la era digital distintas a
las que puede haber en otra parte.

La estructura majestuosa que dejó la industria del automóvil de emblemas y edificios (hoy en ruinas
muchos de ellos), de fundaciones y organizaciones, deja a los antiguos gigantes del mundo de la
industria sacudidos, inciertos y atemperados a los cambios tecnológicos.

Un indicador sobre la importancia de la automatización en Detroit: las tres grandes del automóvil
norteamericano han hecho alianzas y convenios con automotrices extranjeras, o han sido vendidas por
completo -como en el caso de Chrysler-, pero aun así, la convergencia no es ‘transnacional’, es
automática. No importa la nacionalidad de la industria automotriz, todas han sido colonizadas por la
automatización algorítmica, mediante robots automáticos que desplazan empleos de la manufactura y
que son responsables de la creación de vehículos en las fábricas modernas de la industria automotriz y
estas compañías son: Fanuc (Japón), Yaskawa (Japón), ABB (Suiza, multinacional), Kawasaki (Japón),
Nachi (Japón), Cabe mencionar que las primeras cinco compañías mencionadas son responsables de
crear más del 70 por ciento de la producción mundial de robots.

Por otra parte, la ciudad, a partir de la bancarrota de la municipalidad en 2013, vive en un estado de
excepción, en una condición extendida de fallo, que permite apreciar el colapso de varios órdenes
instituidos. Representa un lugar en el que existe una oportunidad única para contrastar, la dinámica y el
equilibrio cultural e identificar aspectos de la automatización que normalmente son transparentes. Hay
elementos importantes en Detroit que dan pistas de categorías para los contextos en los que la
automatización se ha vuelto el motor.

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A la inversa de la pregunta acerca de qué tanto los algoritmos pueden ayudarnos a entender el arte, los
algoritmos son elusivos, y es difícil encontrar maneras para investigarlos en un contexto sistémico, pero
pueden ser atrapados a través de reducciones. La pregunta es entonces, qué tanto el arte puede
ayudarnos a entender a los órdenes algorítmicos.

En palabras de Alfredo Gell, recuperado por Luna (2012):

Los objetos ‘indexicalizan’ la agencia de sus creadores; no son, pues ni símbolos ni


representaciones. Un ídolo, por ejemplo, no conmueve a los creyentes porque sea el vehículo de
un mundo simbólico que él encarna y objetiva, sino porque interviene, modificándola, en una red
de relaciones sociales. La atención se reorienta así a las formas de agencia social que median
entre objetos y relaciones sociales. Los índices son objetos materiales que reclaman una
determinada operación cognitiva para despejar la agencia que los ha motivado. Esta forma de
pensar es la abducción. Se trata de un tipo de razonamiento lógico cuyas inferencias funcionan a
posteriori, tal y como corresponde a los índices o signos causales (pp. 178-179).

Podríamos ver el mural de Diego Rivera en Detroit, no como una obra de arte, sino como un objeto
cultural, que intentaba capturar una sensación de tribulación, en una amalgama frágil entre humano y
tecnología industrial, donde encuentra un aparente equilibrio esperanzador, a través de elementos
políticos y sociales emancipados mediante la técnica. Por un momento es útil pensar que lo que está
plasmado en los muros del Instituto de Arte de Detroit, capturó un orden de otra época, una cadena
operativa que en su contexto actual confronta otros órdenes. Hoy, tiene un significado posterior. El arte
no es la pieza, es su contexto de producción y su uso actual, lo que dice de su contexto hoy.
Independientemente del objetivo de la obra en su momento, hoy ese trabajo’ evoca algo presente. Hay
una conexión entre la industria del automóvil y el colapso financiero, entre la era digital y la era de la
automatización mecánica.

Referencias.
Grupe, G. (Ed.). (2008). Algorithms in Anthropology en Virtual Gamelan Graz: Rules - Grammars -
Modeling. Aachen: Shaker Verlag GmbH, Germany.
Lagunas, D. (2012). Claudio Esteva Fabregat, interpelado. Biblio 3w: revista bibliográfica de geografía y
ciencias sociales, 17. Recuperado a partir de
http://personal.us.es/dlagunas/uploads/dlagunas/publicaciones/Claudio%20Esteva%20Fabregat,
%20interpelado.pdf
Luna, S. M. (2012). La antropología, el arte y la vida de las cosas. Una aproximación desde Art and
Agency de Alfred Gell. AIBR, Revista de Antropología Iberoamericana, 7(2), 171–196.

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Merriam, A. P. (2006). The anthropology of music (6. paperback print.). Evanston, Ill: Northwestern Univ.
Press.

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