La Definición de Tecnología

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La definición de tecnología.

En un apartado anterior hemos intentado ofrecer diversos elementos que permiten


comprender el fenómeno que llamamos ciencia, insistiendo en su naturaleza social. Como
pudo apreciarse, una cierta concepción tradicional de la ciencia de raíz positivista trae
consigo el ocultamiento del carácter social de la misma.

También en relación con la tecnología puede ocurrir algo semejante. Hay por lo menos un
par de imágenes de la tecnología que limitan su comprensión: la imagen intelectualista y la
imagen artefactual (González García, et.al, 1996).

En la primera, la tecnología se entiende apenas como ciencia aplicada: la tecnología es un


conocimiento práctico que se deriva directamente de la ciencia, entendida esta como
conocimiento teórico. De las teorías científicas se derivan las tecnologías, aunque por
supuesto pueden existir teorías que no generen tecnologías. Una de las consecuencias de
este enfoque es desestimular el estudio de la tecnología; en tanto la clave de su
comprensión está en la ciencia, con estudiar esta última será suficiente. "La imagen
ingenua de la tecnología como ciencia aplicada sencillamente no se adecua a todos los
hechos. Las invenciones no cuelgan como frutos del árbol de la ciencia" (Price, 1980,p.169).

En el enfoque intelectualista la inexorabilidad del desarrollo científico (sucesión de teorías,


ideas, en la perspectiva más tradicional) genera una lógica de transformaciones
tecnológicas también inexorable. Con ello, cualquier consideración sobre los
condicionamientos sociales del desarrollo tecnológico y las alternativas éticas que él
envuelve queda fuera de lugar.

Mientras tanto, la imagen artefactual o instrumentalista (González García, et.al., p.130)


aprecia las tecnologías como simples herramientas o artefactos. Como tales ellas están a
disposición de todos y serán sus usos y no ellas mismas susceptibles de un debate social o
ético. En virtud de esta imagen comúnmente se acepta que la tecnología puede tener
efectos negativos (contaminantes, por ejemplo) pero ello seguramente se debe a algo
extrínseco a ella: la política social o algo semejante. Con ello la propia tecnología y su
pertinencia económica, ética, cultural o ambiental queda fuera de la discusión.

Es obvio que como mínimo la imagen artefactual reduce considerablemente el ámbito de


la evaluación de tecnologías. En el caso más extremo no priva de la capacidad de discutir
los fines sociales y humanos que deben modelar el desarrollo tecnológico. Esa visión
reduccionista de la tecnología impide su análisis crítico e ignora los intereses sociales,
económicos y políticos de aquellos que diseñan, desarrollan, financian y controlan la
tecnología.

Mockus (1983) ofrece una alternativa a las imágenes anteriores. En relación con la
producción industrial indica que las decisiones que ahí se adoptan dependen cada vez
menos del conocimiento empírico y más de los conocimientos científicos. La ciencia se
encarga de la "exploración racional de lo posible" (p.44), mientras queda pendiente
derivar lo real de lo posible a través de la selección de la variante óptima. Esa es la tarea
de la tecnología: la búsqueda sistemática de lo óptimo dentro de un campo de
posibilidades. Así, la tecnología no se identifica con algunos productos ni tampoco con la
ciencia aplicada. Hay decisiones y acciones propiamente tecnológicas influidas por un
criterio de optimización inevitablemente afectado por circunstancias sociales. Por ejemplo,
industrializar la agricultura no es simplemente introducir equipos y maquinarias, es sobre
todo algo que se basa en una comprensión de la naturaleza y de la acción humana sobre
ella y se adoptan decisiones que parten de racionalidades económicas y sociales, de
valores e intereses.

La tecnología no es un artefacto inocuo. Sus relaciones con la sociedad son muy


complejas. De un lado, no hay duda de que la tecnología está sujeta a un cierto
determinismo social. La evidencia de que ella es movida por intereses sociales parece un
argumento sólido para apoyar la idea de que la tecnología está socialmente moldeada.

Pero también es importante visualizar el otro lado de la relación entre tecnología y


sociedad. Para ello hay que detenerse en las características intrínsecas de las tecnologías y
ver cómo ellas influyen directamente sobre la organización social y la distribución de
poder. Un ejemplo tomado de la planificación urbana puede ilustrar esto (González
García, et.al, 1996, pp.130-132). "Un artefacto tan aparentemente inocuo como un puente
puede estar cargado de política, tal como muestra Langdon Winner (1986) 1 en su
conocido ejemplo de los puentes de Long Island, Nueva York. Muchos de los puentes
sobre paseos de Long Island son notablemente bajos, con apenas tres metros de altura.
Robert Moses, arquitecto de la ciudad de Nueva York responsable de esos puentes, así
como de otros muchos parques y carreteras neoyorkinas desde 1920, tenía un claro
propósito al diseñar los doscientos pasos elevados de Long Island. Se trataba de reservar
los paseos y playas de la zona a blancos acomodados poseedores de automóviles, las
clases acomodadas que Francis Scott Fitzgerald describe en El Gran Gatsby (1925). Los
autobuses que podían transportar a pobres y negros, con sus cuatro metros de altura, no
eran capaces de llegar a la zona. Más adelante, Moses se aseguró de ello al vetar una
propuesta de extensión del ferrocarril de Long Island hasta Jones Beach".

Las consecuencias políticas y sociales de la energía nuclear, las telecomunicaciones, las


políticas tributarias, son, entre muchos, ejemplos del notable impacto social de la
tecnología en los estilos de vida, en las relaciones interpersonales, en los valores, en las
relaciones de poder.

En la civilización tecnológica que vivimos la tecnología es una red que abarca los más
diversos sectores de la actividad humana "un modo de vivir, de comunicarse, de pensar,
un conjunto de condiciones por las cuales el hombre es dominado ampliamente, mucho
más que tenerlos a su disposición" (Agazzi, 1996, p.141).

Las imágenes artefactual e intelectualista de la tecnología nos llevan de la mano a una


concepción de su evolución vista como un proceso autónomo ante el cual es posible
asumir posiciones tecno-optimistas o tecno-catastróficas, según sea la visión positiva o no
del papel de la tecnología en la evolución social. Para ambas la tecnología está fuera de
control y sólo cabe esperar que su desarrollo termine por dominarnos completamente y
deshumanizarnos (catastrofismo) o dejar que se expanda su acción benefactora y desear

1
Se refiere a The Whale and the reactor, University of Chicago Press, Chicago. Hay traducción al
español La ballena y el reactor, Editorial Gedisa, Barcelona, 1987.
que nos alcance a todos (optimismo). En el primer caso el desenlace fatal habrá que
evitarlo destruyendo la tecnología; en el segundo, adaptarlo todo a las exigencias de la
tecnología y dejar que se imponga su racionalidad.

Ambas posturas perjudican la adopción de actitudes sensatas en términos económicos,


políticos y culturales respecto a temas cruciales como la evaluación de tecnologías, las
políticas tecnológicas, la transferencia de tecnologías, entre otros. Ellas descontextualizan
a la tecnología e ignoran las redes de intereses sociales que informan su desarrollo por lo
que ofrecen pocas posibilidades al debate sobre los fines sociales del desarrollo
tecnológico.

La superación de la tesis de la autonomía de la tecnología pasa por desbordar la


concepción estrecha de la tecnología como un conjunto de artefactos construidos a partir
de teorías científicas. La tecnología, más que como un resultado, único e inexorable, debe
ser vista como un proceso social, una práctica, que integra factores psicológicos, sociales,
económicos, políticos, culturales; siempre influido por valores e intereses.

Las muy diversas definiciones de tecnología existentes, demuestran su complejidad.


Repasemos algunas de ellas.

Según Price (1980) "Definiremos la tecnología como aquella investigación cuyo producto
principal es, no un artículo, sino una máquina, un medicamento, un producto o un
proceso de algún tipo" (p.169).

Para Quintanilla (1991) "los términos 'técnica' y 'tecnología' son ambiguos. En castellano,
dentro de su ambigüedad, se suelen usar como sinónimos […]se tiende a reservar el
término 'técnica' para las técnicas artesanales precientíficas, el de 'tecnología' para las
técnicas industriales vinculadas al conocimiento científico […] Los filósofos, historiadores
y sociólogos de la técnica se refieren con uno u otro término tanto a los artefactos que son
producto de una técnica o tecnología como a los procesos o sistemas de acciones que dan
lugar a esos productos, y sobre todo a los conocimientos sistematizados (en el caso de las
tecnologías) o no sistematizados (en el caso de muchas técnicas artesanales) en que se
basan las realizaciones técnicas. Por último, el concepto de técnica se usa también en un
sentido muy amplio, de forma que incluye tanto actividades productivas, artesanales o
industriales como actividades artísticas o incluso estrictamente intelectuales, como la
técnica para hallar la raíz cuadrada. (p.33) .

Este autor también define tecnología como "técnicas industriales de base científica. Para
estas reservamos el término tecnología". (p.33) y también: "Las tecnologías son complejos
técnicos promovidos por las necesidades de organización de la producción industrial, que
promueven a su vez nuevos desarrollos de la ciencia" (p.42).

Sábato y Mackenzie (1982) definen tecnología a partir de la noción de "paquete" el cual


subraya el carácter de sistema de los conocimientos que conforman la tecnología.
"Tecnología es un paquete de conocimientos organizados de distintas clases (científico,
técnico, empírico) provenientes de distintas fuentes (ciencias, otras tecnologías) a través de
métodos diferentes (investigación, adaptación, desarrollo, copia, espionaje, etc." (p.30).
Según nuestro punto de vista, un análisis social de la tecnología debe hacer explícitos otros
elementos no contenidos en las definiciones anteriores. Para esto sirve la definición de
Pacey (1990). Este autor considera que existen dos definiciones de tecnología, una
restringida y otra general. En la primera se le aprecia sólo en su aspecto técnico:
conocimiento, destrezas, herramientas, máquinas. La segunda incluye también los
aspectos organizativos: actividad económica e industrial, actividad profesional, usuarios y
consumidores, y los aspectos culturales: objetivos, valores y códigos éticos, códigos de
comportamiento. Entre todos esos aspectos existen tensiones e interrelaciones que
producen cambios y ajustes recíprocos.

Pacey sugiere que el fenómeno tecnológico sea estudiado y gestionado en su conjunto,


como una práctica social, haciendo evidentes siempre los valores culturales que le
subyacen. Las soluciones técnicas deben ser consideradas siempre en relación con los
aspectos organizativos y culturales. En otros términos, las soluciones técnicas son sólo un
aspecto del problema; hay que observar también los aspectos organizativos y los valores
implicados en los procesos de innovación, difusión de la innovación, transferencia de
tecnología. La superación del enfoque estrictamente técnico conduce de paso a definir con
mayor precisión el papel de los expertos y a aceptar que en tanto proceso social, como
experimento social que representa todo cambio tecnológico de cierta envergadura, es
imprescindible tomar en cuenta la participación pública, las expectativas, percepciones y
juicios de los no expertos quienes también participarán del proceso tecnológico.

La naturaleza social de la tecnología puede ser subrayada a través de la noción de


sociosistema (González García, et.al, 1996, pp.140-145) en analogía con el concepto de
ecosistema utilizado en ecología. Se conoce el delicado equilibrio de los ecosistemas; la
introducción o supresión de una nueva especie animal o vegetal puede provocar
inestabilidades e incluso catástrofes. De modo semejante, las tecnologías, entendidas como
prácticas sociales que involucran formas de organización social, empleo de artefactos,
gestión de recursos, están integradas en sociosistemas dentro de los cuales establecen
vínculos e interdependencias con diversos componentes de los mismos. En consecuencia,
la transferencia de tecnologías, los procesos de difusión tecnológica pueden generar
alteraciones en los sociosistemas semejantes a los que ocurren en los ecosistemas cuando
alteramos el equilibrio que los caracteriza. El intento conocido de controlar la natalidad en
países carentes de hábitos, cultura y sistemas sanitarios apropiados a través de la
transferencia de dispositivos intrauterinos de amplio uso en sociedades donde las
condiciones sanitarias y culturales son bien distintas con el consiguiente costo de vidas
humanas, es un ejemplo claro de la pertinencia de la noción de sociosistema. No importa
sólo el artefacto, hay que tomar en cuenta el sociosistema real donde deberá funcionar.

El ejemplo anterior también ilustra la necesidad de contar con la participación pública y la


reacción de las personas afectadas cuando se pretende introducir una novedad
tecnológica. "La tecnología, por tanto, no es autónoma en un doble sentido: por un lado no
se desarrolla con autonomía respecto a fuerzas y factores sociales, y, por otro, no es
segregable del sociosistema en que se integra y sobre el que actúa (como elemento que es
de su sociosistema, su aplicación a otros sociosistemas diferentes puede acarrear
problemas y efectos imprevistos). La tecnología forma una parte integral de su
sciosistema, contribuye a conformarlo y es conformada por él. No puede, por tanto, s
er evaluada independientemente del sociosistema que la produce y sufre sus efectos".
(ibid, p.142).

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