Hume

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 HUME. XVII. Investigación sobre el conocimiento humano.

¿Qué podemos conocer? Nos encontramos que tenemos percepciones, estas son de dos tipos:

1. Impresiones, A su vez las impresiones se pueden considerar en: simples (no se pueden
dividir) o complejas (se pueden dividir). A estas pueden ser las:
a. Impresiones de sensación (experiencia externa)
b. Impresiones de reflexión (experiencia interna)
2. Ideas, son las huellas que quedan en el entendimiento de esa primera percepción. Hay dos
tipos de ideas:
a. Ideas de la memoria, estas conservan las impresiones en el mismo orden que
fueron percibidas.
b. Ideas de la imaginación, son las que compone el entendimiento a partir de la
asociación de ideas que se rige por las leyes de asociación de ideas (semejanza,
contigüidad en el espacio y tiempo y causalidad)

La diferencia entre una percepción y otra está en el grado de fuerza y vivacidad. Y esto porque las
impresiones preceden en el tiempo a las ideas.

Principio de correspondencia. A cada idea le debe corresponder una impresión en el mismo


sentido de la idea. Viene a ser como un principio de objetividad, la idea ha de tener un valor
objetivo. A su vez hay dos tipos de conocimiento objetivo:

1. Relaciones de ideas, son aquellas en las que rige en el principio de no contradicción (su
contrario no es posible) y son a priori. Aquí se ubican la aritmética y la matemática.
2. Cuestiones de hecho, no se rigen por el principio de no contradicción, y son a posteriori.
Aquí se ubican las ciencias naturales.

Todo lo que no caiga dentro de estos criterios no es considerado conocimiento legítimo. A partir
de estas dos nociones ataca las nociones metafísicas de causalidad, de sustancia y alma. Así dirá
que todos nuestros conocimientos proceden de la experiencia interna y externa. Así las ideas más
complejas podemos encontrar sus impresiones más simples.

 Sección 1

La filosofía moral, o ciencia de la naturaleza humana, puede tratarse de dos maneras distintas:

1. Considera al hombre primordialmente como nacido para la acción; y puesto que la virtud,
según opinión común, es, entre todos los objetos, el más valioso. Nos hacen sentir la diferencia
entre el vicio y la virtud, excitan y regulan nuestros sentimientos y así no pueden sino inclinar
nuestros corazones al amor de la probidad y del verdadero honor. Con ello piensan haber
alcanzado plenamente el objetivo de todos sus esfuerzos.

2. La otra clase de filósofos consideran al hombre como un ser racional más que activo, e intentan
formar su entendimiento más que cultivar su conducta. Consideran a la naturaleza humana como
un tema de especulación, y la estudian con minucioso escrutinio para encontrar los principios que
regulan nuestro entendimiento, excitan nuestros sentimientos y nos hacen aprobar o censurar
cualquier objeto, acción o comportamiento concreto.

Es indudable que, antes que la filosofía precisa y abstracta, será la fácil y asequible la que
disfrutará de la preferencia de la mayor parte de la humanidad, y será recomendada por muchos
no sólo como más agradable, sino también como más útil que la otra. Por el contrario, la filosofía
abstrusa al exigir un talante inadecuado para el negocio y la acción, se desvanece cuando el
filósofo abandona la oscuridad y sale a la luz del día y, por tanto, no pueden sus principios tener
influjo alguno sobre nuestra conducta y comportamiento.

El mero filósofo es un tipo humano que normalmente no goza sino de poca aceptación en el
mundo, al suponerse que no contribuye nada ni a la utilidad ni al placer de la sociedad, ya que vive
alejado del contacto con la humanidad y está envuelto en principios igualmente alejados de la
comprensión de ésta. Por otra parte, el que no es más que un ignorante es aún más despreciado,
y no hay nada que se considere señal más segura de carácter estrecho en una época y nación
donde las ciencias prosperan que el estar totalmente desprovisto de afición por estos nobles
entretenimientos. Se piensa comúnmente que el carácter más perfecto se halla entre estos dos
extremos: un carácter dotado de la misma habilidad y gusto para libros, vida social y negocios, que
muestra en el trato el discernimiento y finura debidos a las Bellas Letras, y en los negocios la
integridad y precisión, resultado natural de una filosofía correcta.

El hombre es un ser sociable, no menos que un ser racional. Parece, por tanto, que la naturaleza ha
establecido una vida mixta como la más adecuada a la especie humana. Prohíbo el pensamiento
abstracto y las investigaciones profundas y las castigaré severamente con la melancolía pensativa
que provocan, con la interminable incertidumbre en que le envuelve a uno y con la fría recepción
con que se acogerán tus pretendidos descubrimientos cuando los comuniques. Sé filósofo, pero en
medio de toda tu filosofía continúa siendo un hombre.

Si la mayoría de la humanidad se contentara con Preferir la filosofía fácil a la abstracta y. profunda,


sin lanzar contra ésta su desprecio y censura, no sería incorrecto, quizá, conformarse con esta
opinión general y permitir a cada hombre que disfrutase, sin impedimento, de su propio gusto y
sentimiento. ¿Tiene alguna utilidad la metafísica? Alguna le podemos encontrar. Y esta utilidad
está en la perfección.

El esfuerzo por la exactitud en todo caso es lo que nos hace valorar este esfuerzo por la filosofía
difícil: “La precisión es siempre ventajosa para la belleza, y el razonamiento riguroso para el
sentimiento refinado”. El afán de exactitud, cualquiera que sea el modo en que se haya adquirido,
los acerca a su perfección y los hace más beneficiosos para los intereses de la sociedad. El político
adquirirá mayor capacidad de previsión y sutileza en la distribución y el equilibrio del poder; el
abogado, mayor método y principios más depurados en sus razonamientos.

Rechazo de la metafísica. Pero esta oscuridad de la filosofía profunda y abstracta es criticada no


sólo en tanto que penosa y fatigosa, sino también como una fuente inevitable de error e
incertidumbre. Aquí, en efecto, se halla la más justa y verosímil objeción a una considerable parte
de la metafísica: que no es propiamente una ciencia, sino que surge, bien de los esfuerzos estériles
de la vanidad humana, que quiere penetrar en temas que son totalmente inaccesibles para el
entendimiento, bien de la astucia de las supersticiones populares que, siendo incapaces de
defenderse lealmente, levantan estas zarzas enmarañadas para cubrir y proteger su debilidad.

¿Cómo liberar al hombre de la metafísica? La única manera de liberar inmediatamente el saber


de estas abstrusas cuestiones es investigar seriamente la naturaleza del entendimiento humano y
mostrar por medio de un análisis exacto de sus poderes y capacidad que de ninguna manera está
preparado para temas tan remotos y abstractos.

El razonamiento preciso y riguroso es el único remedio universal valido para todas las personas y
disposiciones, y sólo él es capaz de derrumbar aquella filosofía abstrusa y jerga metafísica.

De esta manera se convierte en un objetivo no desdeñable de la ciencia conocer meramente las


diferentes operaciones de la mente, separar las unas de las otras, clasificarlas en los debidos
apartados, y corregir aquel desorden aparente en que se encuentran cuando las hacemos objeto
de reflexión e investigación. Realizar una verdadera geometría mental. ¡Felices de nosotros si
razonando de esta manera sencilla, podemos socavar los cimientos de una filosofía abstrusa, que
hasta ahora parece haber servido nada más que de cobijo para la superstición y de tapadera para
el absurdo y el error!

 Sección 2. Sobre el origen de las ideas

Distinción entre las impresiones (más vivaces) y las ideas (copias más tenues de las sensaciones)
Todo el mundo admitirá sin reparos que hay una diferencia considerable entre las percepciones de
la mente cuando un hombre siente el dolor que produce el calor excesivo o el placer que
proporciona un calor moderado, y cuando posteriormente evoca en la mente esta sensación o la
anticipa en su imaginación. Estas facultades podrán imitar o copiar las impresiones de los
sentidos, pero nunca podrán alcanzar la fuerza o vivacidad de la experiencia sentimento inicial.
Lo más que decimos de estas facultades es que representan el objeto de una forma tan vivaz, que
casi podríamos decir que lo sentimos o vemos. Pero jamás pueden llegar a un grado de vivacidad
tal como para hacer estas percepciones absolutamente indiscernibles de las sensaciones.

Aquí remarca la mayor fuerza y vivacidad de las impresiones respecto de las ideas. Podemos
observar que una distinción semejante a ésta afecta a todas las percepciones de la mente. Un
hombre furioso es movido de manera muy distinta que aquel que sólo piensa esta emoción.
Cuando reflexionamos sobre nuestros sentimientos e impresiones pasados, nuestro pensamiento
es un espejo fiel, y reproduce sus objetos verazmente, pero los colores que emplea son tenues y
apagados en comparación con aquellos bajo los que nuestra percepción original se presentaba.

Podemos dividir todas las percepciones de la mente en dos clases o especies, que se distinguen por
sus distintos grados de fuerza o vivacidad:
1. Las menos fuertes e intensas comúnmente son llamadas pensamientos o ideas. Las ideas
son menos intensas de las que tenemos conciencia, cuando reflexionamos sobre las
sensaciones o movimientos arriba mencionados
2. Las impresiónes, las impresiones son intensas: cuando oímos, o vemos, o sentimos, o
amamos, u odiamos, o deseamos, o queremos. Y ías impresiones se distinguen de las ideas
que son percepciones.

Nada puede parecer, a primera vista, más ilimitado que el pensamiento del hombre que no sólo
escapa a todo poder y autoridad humanos, sino que ni siquiera está encerrado dentro de los
límites de la naturaleza y de la realidad. Nada está más allá del poder del pensamiento salvo lo que
implica contradicción absoluta.

Pero, aunque nuestro pensamiento aparenta posee! esta libertad ilimitada, encontraremos en un
examen más detenido que, en realidad, está reducido a límites muy estrechos, y que todo este
poder creativo de la menté; no viene a ser más que la facultad de mezclar, trasponer, aumentar, o
disminuir los materiales suministrados; por los sentidos y la experiencia. [Este es el papel que tiene
el entendimiento para Hume]. El intelecto queda confinados a los límites de la imaginación. Los
límites del entendimiento son los limites de la percepción. Si se extiende más allá es por la
imaginación. Y esto se demuestra del siguiente modo: Cuando pensamos en una montaña de oro,
unimos dos ideas compatibles: oro y montaña, que conocíamos previamente. En resumen, todos
los materiales del pensar se derivan de nuestra percepción interna o externa. La mezcla y
composición de ésta corresponde sólo a nuestra mente y voluntad. O, para expresarme en un
lenguaje filosófico, todas nuestras ideas, o percepciones más endebles, son copias de nuestras
impresiones o percepciones más intensas1.

Para demostrar esto, creo que serán suficientes los dos argumentos siguientes:

1. Cuando analizamos nuestros pensamientos o ideas, por muy compuestas que sean,
encontramos siempre que se resuelven en ideas tan simples como las copiadas de un
sentimiento o estado de ánimo precedente. La idea de Dios, en tanto que significa un ser
infinitamente inteligente, sabio y bueno, surge al reflexionar sobre las operaciones de
nuestra propia mente y al aumentar indefinidamente aquellas cualidades de bondad y
sabiduría… toda idea que examinamos es copia de una impresión similar . Aquellos que
quisieran afirmar que esta posición no es universalmente válida ni carente de excepción,
tienen un solo y sencillo método de refutación: mostrar aquella idea que, en su opinión,
no se deriva de esta fuente. Entonces nos correspondería, si queremos mantener nuestra
doctrina, producir la impresión o percepción vivaz que le corresponde.
2. Si se da el caso de que el hombre, a causa de algún defecto en sus órganos, no es capaz de
alguna clase de sensación, encontramos siempre que igualmente incapaz de las ideas
correspondientes. Un ciego no puede formarse idea alguna de los colores, ni un hombre

1
Esta es la primera formulación del principio de correspondencia . Aquí ya queda establecida el primer
argumento del principio de correspondencia: “no puede haber idea si antes no hubo su impresión
correlativa”.
sordo de los sonidos. Devuélvase a cualquiera de estos dos el sentido que les falta; al abrir
este nuevo cauce para sus sensaciones, se abre también; un nuevo cauce para sus ideas y
no encuentra dificultad alguna en concebir estos objetos. Sin la impresión correspondiente
falta su consiguiente idea.

Objeción al principio de correspondencia. Hay un fenómeno contradictorio que puede demostrar


que no es totalmente imposible que las ideas surjan independientemente de sus impresiones
correspondientes. Supongamos, por tanto, una persona que ha disfrutado de la vida durante
treinta años y se ha familiarizado con colores de todas clases, salvo con un determinado matiz del
azul, que, por casualidad, nunca ha encontrado. Colóquense ante él todos los matices distintos de
este color, excepto aquél, descendiendo gradualmente desde el más oscuro al más claro; es
evidente que percibirá un vacío donde falta el matiz en cuestión, y tendrá conciencia de una
mayor distancia entre los colores contiguos en aquel lugar que en cualquier otro. Pregunto, pues,
si le sería posible, con su propia imaginación, remediar esta deficiencia y representarse la idea de
aquel matiz, aunque no le haya sido transmitido por los sentidos. Creo que hay pocos que piensen
que no es capaz de ello. Y esto puede servir de prueba de que las ideas simples no siempre se
derivan de impresiones correspondientes, aunque este caso es tan excepcional que casi no vale la
pena observarlo, y no merece que, solamente por su causa, alteremos nuestro principio.

Distinción entre la naturaleza de la idea y de las impresiones. Todas las ideas, especialmente las
abstractas, son naturalmente débiles y oscuras. La mente no tiene sino un dominio escaso sobre
ellas; tienden fácilmente a confundirse con otras ideas semejantes; y cuando hemos empleado
muchas veces un término cualquiera, aunque sin darle un significado preciso, tendemos a
imaginar que tiene una idea determinada anexa. En cambio, todas las impresiones, es decir, toda
sensación —bien externa, bien interna— es fuerte y vivaz: los límites entre ellas se determinan con
mayor precisión, y tampoco es fácil caer en error o equivocación con respecto a ellas. Por tanto, si
albergamos la sospecha de que un término filosófico se emplea sin significado o idea alguna (como
ocurre con demasiada frecuencia), no tenemos más que preguntarnos de qué impresión se deriva
la supuesta idea, y si es imposible asignarle una; esto serviría para confirmar nuestra sospecha. Al
traer nuestras ideas a una luz tan clara, podemos esperar fundadamente alejar toda discusión que
pueda surgir acerca de su naturaleza y realidad.

 Tercero. De la asociación de ideas

Es evidente que hay un principio de conexión entre los distintos pensamientos o ideas de la mente
y que, al presentarse a la memoria o a la imaginación, unos introducen a otros con un cierto grado
de orden y regularidad. En nuestro pensamiento o discurso más ponderado, es fácil observar que
cualquier pensamiento particular que irrumpe en la serie habitual o cadena de ideas es
inmediatamente advertido y rechazado. E incluso en nuestras más locas y errantes fantasías,
incluso en nuestros mismos sueños, encontraremos, si reflexionamos, que la imaginación no ha
corrido totalmente a la ventura, sino que aún se mantiene una conexión entre las distintas ideas
que se sucedieron.
Las distintas ideas están conectadas entre sí. Desde mi punto de vista, sólo parece haber tres
principio de conexión entre ideas, a saber:

1. Semejanza,
2. Contigüidad en el tiempo o en el espacio y
3. causa o efecto.

Según creo, apenas se pondrá en duda que estos principios sirven para conectar ideas. Una
pintura conduce, naturalmente, nuestros pensamientos al original. Pero puede resultar difícil
demostrar a satisfacción del lector e incluso a satisfacción de uno mismo, que esta enumeración es
completa, y que no hay más principios de asociación que éstos. Cuantos más casos examinemos y
más cuidado tengamos, mayor seguridad adquiriremos de que la enumeración llevada a cabo a
partir del conjunto, es efectivamente completa y total.

 SECCIÓN 4. DUDAS ESCÉPTICAS ACERCA DE LAS OPERACIONES DEL ENTENDIMIENTO

Parte I

Todos los objetos de la razón e investigación humana pueden, naturalmente, dividirse en dos
grupos, a saber: relaciones de ideas y cuestiones de hecho ;

1. Relaciones ideales2: a la primera clase pertenecen las ciencias de la Geometría, Álgebra y


Aritmética y, en resumen, toda afirmación que es intuitiva o demostrativamente cierta.
Que el cuadrado de la hipotenusa es igual al cuadrado de los dos lados es una proposición
que expresa la relación entre estas partes del triángulo.
2. Cuestiones de hecho3: No son averiguadas de la misma manera las cuestiones de hecho,
los segundos objetos de la razón humana. Que el sol saldrá mañana no es una proposición;
menos inteligible ni implica mayor contradicción que la afirmación saldrá mañana. En
vano, pues, intentaríamos- demostrar su falsedad. Si fuera demostrativamente falsa,
implicaría una contradicción y jamás podría ser concebida distintamente por la mente.

Puede ser, por tanto, un tema digno de curiosidad investigar de qué naturaleza es la evidencia que
nos asegura cualquier existencia real y cuestión de hecho, más allá del testimonio actual presente
testimonio de los sentidos, o de los registros de nuestra memoria.

Todos nuestros razonamientos acerca de cuestiones de hecho4 parecen fundarse en la relación de


causa y efecto. Tan sólo por medio de esta relación podemos ir más allá de la evidencia de nuestra
memoria y sentidos. Si le preguntara a alguien por qué cree en una cuestión de hecho cualquiera
que no está presente — por ejemplo, que su amigo está en el campo o en Francia— , daría fina
razón, y ésta sería algún otro hecho. Todos nuestros razonamientos acerca de los hechos son de
la misma naturaleza. Y en ellos se supone constantemente que hay una conexión entre el hecho
2
Se fundamentan en que son evidentes por sí mismo. Se rigen por el principio de no-contradicción. Juicios
analíticos.
3
Se fundamentan en la causalidad. Implican contradicción. Juicios sintéticos.
4
Lo que fundamenta las cuestiones de hecho son las relaciones causa - efecto
presente y el que se infiere de él. Si no hubiera nada que los uniera, la inferencia sería totalmente
precaria.

Si analizamos todos los demás razonamientos de esta índole, encontraremos que están fundados
en la ilación causa-efecto, y que esta relación es próxima o remota, directa o colateral.

Me permitiré afirmar, como proposición general que no admite excepción, «que el conocimiento
de esta relajón en ningún caso se alcanza por razonamientos a priori, sino que surge
enteramente de la experiencia, cuando encontramos que objetos particulares cualesquiera
están constantemente unidos entre sí”.

La siguiente proposición: “las causas y efectos no pueden descubrirse por la razón, sino por la
experiencia se admitirá sin dificultad”

Nos imaginamos que si de improviso nos encontráramos en este mundo, podríamos desde el
primer momento inferir que una bola de billar comunica su moción a otra al impulsarla, y que no
tendríamos que Esperar el suceso para pronunciarnos con certeza acerca de él. Tal es el influjo del
hábito [de la costumbre] que, donde es más fuerte, además de compensar nuestra ignorancia,
incluso se oculta y parece no darse meramente porque se da en grado sumo.

Pero, para convencernos de que todas las leyes de la naturaleza y todas las operaciones de los
cuerpos, sin excepción, son conocidas sólo por la experiencia, quizá sean suficientes las siguientes
reflexiones:

1. sí se nos presentara un objeto cualquiera, y tuviéramos que pronunciarnos acerca del


efecto que resultara de él, sin consultar observaciones previas, ¿de qué manera, pregunto,
habría de proceder la mente en esta operación? Habrá de inventar o imaginar algún
acontecimiento que pudiera considerar como el efecto de dicho objeto. Y es claro que esta
invención ha de ser totalmente arbitraria. La mente nunca puede encontrar el efecto en la
supuésta de la causa porque el efecto es totalmente distinto a la causa y, en consecuencia,
no puede ser descubierto en él. El movimiento, en la segunda bola de billar, es un suceso
totalmente distinto del movimiento de la primera.

En una palabra pues, todo efecto es un suceso distinto de su causad [aquí se aplica el principio de
que lo que pensado separado existe separado] No podría, por tanto, descubrirse en su causa, y su
hallazgo inicial o representación a priori han de ser enteramente arbitrarios 5.

Cuando razonamos a priori y consideramos meramente un objeto o causa, tal como aparece a la
mente, independientemente de cualquier observación, nunca puede sugerirnos la noción de un
objeto distinto, como lo es su efecto, ni mucho menos mostrarnos una conexión inseparable e
inviolable entre ellos. [Desconexión de la relación causa – efecto]. A lo máximo que el hombre
puede aspirar en la ciencia es a los principios generales.

Parte II
5
Si necesariamente hay una conexión deberíamos poder encontrar un hecho y ningún otro.
Cuando se pregunta: ¿Cuál es la naturaleza de nuestros razonamientos acerca de cuestiones de
hecho?, la respuesta correcta parece ser que están fundados en la relación causa-efecto. Cuando,
de nuevo, se pregunta: ¿Cuál es el fundamento de todos nuestros razonamientos y conclusiones
acerca de esta relación?, se puede contestar con una palabra: la experiencia. Pero si proseguimos
en nuestra actitud escudriñadora y preguntamos: ¿Cuál es el fundamento de todas las
conclusiones de la experiencia?, esto implica una nueva pregunta, que puede ser más difícil de
resolver y explicar.

DIGO, ENTONCES, QUE, INCLUSO DESPUÉS DE HABER TENIDO EXPERIENCIA EN LAS


OPERACIONES DE CÁUSÁ EFECTO, NUESTRAS CONCLUSIONES, REALIZADAS A PARTIR DE ESTA
EXPERIENCIA, NO ESTÁN FUNDADAS EN EL RAZONAMIENTO O EN PROCESO ALGUNO DEL
ENTENDIMIENTO. ESTA SOLUCIÓN QUE DEBEMOS EXPLICAR Y DEFENDER.

Sin duda alguna, se ha de aceptar que la naturaleza nos ha tenido a gran distancia de todos sus
secretos y nos ha proporcionado sólo el conocimiento de algunas cualidades superficiales de los
objetos, mientras que nos oculta los poderes y principios de los que depende totalmente el influjo
de estos objetos. Nuestros sentimientos nos comunican el color, peso, consistencia del pan, pero
los sentidos ni la razón pueden informarnos de las propiedades que le hacen adecuado como
alimento y sostén del cuerpo humano.

Sin embargo esperamos que efectos semejantes a los qué hemos experimentado se seguirán de
ellas6. Si nos fuera presentado un cuerpo de color y consistencia semejantes al pan que nos hemos
comido previamente, no tendríamos escrúpulo en repetir el experimento y con seguridad:
prevemos sustento y nutrición semejantes.

El pan que en otra ocasión comí, que me nutrió, es decir, un cuerpo con determinadas cualidades,
estaba en aquel momento dotado con determinados poderes secretos. Pero ¿se sigue de esto que
otro trozo distinto de pan también ha de nutrirme en otro momento y que las mismas cualidades
sensibles siempre han de estar acompañadas por los mismos poderes secretos? De ningún modo
parecería conclusión necesaria. Por lo menos ha de reconocerse que aquí hay una conclusión
alcanzada por la mente, que se ha dado un paso, un proceso de pensamiento y una inferencia que
requiere explicación. Las dos proposiciones siguientes distan mucho de ser las mismas.

Todos los razonamientos pueden dividirse en dos clases:

1. el razonamiento demostrativo o aquel que concierne a las relaciones de ideas y


2. el razonamiento moral o aquel que se refiere a las cuestiones de hecho y existenciales.

Ahora bien, lo que es inteligible y puede concebirse distintamente no implica contradicción alguna,
y jamás puede probarse su falsedad por argumento demostrativo o razonamiento abstracto a
priori alguno.

6
De nuevo el fundamento en la costumbre.
De causas que parecen semejantes esperamos efectos semejantes. Esto parece compendiar
nuestras conclusiones experimentales. Ahora bien, parece evidente que si esta conclusión fuera
formada por la razón, sería tan perfecta al principio y en un solo caso, como después de una larga
sucesión de experiencias. Pero la realidad es muy distinta. Nada hay tan semejante como los
huevos, pero nadie, en virtud de esta aparente semejanza, aguarda el mismo gusto y sabor en
todos ellos. Sólo después de una larga cadena de experiencias uniformes de un tipo, alcanzamos
seguridad v confianza firme con respecto a un acontecimiento particular. Pero ¿dónde está el
proceso de razonamiento que, a partir de un caso, alcanza una conclusión muy distinta de la que
ha inferido de cien casos, en ningún modo distintos del primero? Hago esta pregunta tanto para
informarme como para plantear dificultades. No puedo encontrar, no puedo imaginar
razonamiento alguno de esa clase. Pero mantengo mi mente abierta a la enseñanza, si alguien
condesciende a ponerla en mi conocimiento.

Debe decirse que de un número de experiencias (experiments) uniformes inferimos una conexión
entre cualidades sensibles y poderes secretos ¿en qué proceso de argumentación se apoya esta
injerencia? ¿Dónde está el término medio, las ideas interpuestas que juntan proposiciones tan
alejadas entre sí? Se admite que el color y otras cualidades sensibles del pan no parecen, de suyo,
tener conexión alguna con los poderes secretos de nutrición y sostenimiento. Pues si no,
podríamos inferir estos poderes secretos a partir de la aparición inicial de aquéllas cualidades
sensibles sin la ayuda de la experiencia contrariamente a la opinión de todos los filósofos y de los
mismos hechos. He aquí, pues, nuestro estado natural de ignorancia con respecto a los poderes e
influjos de los; objetos. ¿Cómo se remedia con la experiencia? Esta sólo; nos muestra un número
de efectos semejantes, que resultan de ciertos objetos, y nos enseña que aquellos objetos;
particulares, en aquel determinado momento, estaban dotados de tales poderes y fuerzas.

Cuando se da un objetó: nuevo, provisto de cualidades sensibles semejantes, suponemos poderes


y fuerzas semejantes y anticipamos el mismo efecto. De un cuerpo de color y consistencia
semejantes al pan esperarnos el sustento y la nutrición; correspondientes.

Si hubiera sospecha alguna de que el curso de la naturaleza pudiera cambiar y que el pasado
pudiera no ser pauta del futuro, toda experiencia se haría inútil y no podría dar lugar a inferencia o
conclusión alguna.

Acéptese que el curso de la naturaleza hasta ahora ha sido muy regular; esto por sí solo, sin algún
nuevo argumento o inferencia, no demuestra que en el futuro lo seguirá siendo. Vanamente se
pretende conocer la naturaleza de los cuerpos a partir de la experiencia pasada. Su naturaleza
secreta y, consecuentemente, todos sus efectos e influjos, puede cambiar sin que se produzca
alteración alguna en sus cualidades sensibles. Esto ocurre en algunas ocasiones y con algunos
objetos; ¿por qué no puede incurrir siempre y con todos ellos? ¿Qué lógica, qué proceso de
argumentación le asegura a uno de esta inferencia?
Es seguro que los campesinos más ignorantes y estúpidos, o los niños, o incluso las bestias salvajes,
hacen progresos con la experiencia y aprenden las cualidades de los objetos naturales al observar
los efectos que resultan de ellos. Cuando un niño ha tenido la sensación de dolor al tocar la llama
de una vela, tendrá cuidado de no acercar su mano a ninguna vela, dado que esperará un efecto
similar de una causa similar en sus cualidades y apariencias sensibles.

 SECCIÓN 5. SOLUCIÓN ESCÉPTICA DE ESTAS DUDAS

Parte I

Y ésta es [41] la filosofía de la Academia o filosofía escéptica. Los Académicos hablan


constantemente de duda y suspensión del juicio, del peligro de determinaciones precipitadas, de
limitar las investigaciones del entendimiento a unos confines muy estrechos y de renunciar a todas
las especulaciones que no caen dentro de los límites de la vida y de comportamiento comunes.
Nada, pues, puede ser más contrario a la supina indolencia, a la temeraria arrogancia, a las
pretensiones elevadas y; a la credulidad de la mente que esa filosofía. Pero quizá el mismo riesgo
que la hace tan inocente es lo que principalmente la expone al odio y resentimiento públicos: al no
adular ninguna pasión irregular, consigue pocos partidarios; al oponerse a tantos vicios y locuras,
levanta contra sí multitud de enemigos que la tachan de libertina, profana e irreligiosa.

Supongamos que una persona, dotada incluso con las más potentes facultades de razón y
reflexión, repentinamente es introducida en este mundo. Inmediatamente observaría una
sucesión continua de objetos y un acontecimiento tras otro, pero no podría descubrir nada más
allá de esto (…). Tal persona, sin mayor experiencia, no podría hacer conjeturas o razonar acerca
de cualquier cuestión de hecho o estar segura de nada, aparte de que le estuviera
inmediatamente presente a su memoria y sentidos.

Supongamos ahora que ha adquirido más experiencia y ha vivido en el mundo tiempo suficiente
como para haber observado qué objetos o acontecimientos familiares están constantemente
unidos. ¿Cuál es la consecuencia de esta experiencia? Inmediatamente infiere la existencia de un
objeto de la aparición de otro… hay otro principio que le lleva a producir esta reflexión:

Este principio es la Costumbre o el Hábito. Pues siempre que la repetición de un acto u operación
particular produce una propensión a renovar el mismo acto u operación. Al emplear esta palabra,
sólo indicamos un principio de la naturaleza humana que es universalmente admitido y bien
conocido por sus efectos. Todas las inferencias realizadas a partir de la experiencia, por tanto,
son efectos de la costumbre y no del razonamiento.

La costumbre es, pues, gran guía de la vida humana. Ella nos obliga a esperar en el futuro una
serie de acontecimientos similares a los que han aparecido en el pasado. Sin el influjo de la
experiencia estaríamos en total ignorancia de toda cuestión de hecho, más allá de lo
inmediatamente presente a la memoria y a los sentidos. Nunca sabríamos ajustar medios afines o
emplear nuestros poderes naturales en la producción de cualquier efecto. Se acabaría
inmediatamente toda acción, así como la mayor parte de la especulación.

Pero quizá sea oportuno apuntar aquí que, aunque nuestras conclusiones derivadas de la
experiencia nos llevan más allá de la memoria y de los sentidos y nos aseguran de cuestiones de
hecho que ocurrieron en los lugares más alejados y en las épocas más remotas, sin embargo,
siempre ha de estar presente a los sentidos y la memoria algún hecho del que podamos partir para
alcanzar aquellas conclusiones.

¿Cuál es, pues, la conclusión de todo el asunto? Toda creencia en una cuestión de hecho o
existencia reales deriva meramente de algún objeto presente a la memoria o a los sentidos y de
una conjunción habitual entre éste y algún objeto. O, en otras palabras: habiéndose encontrado,
en muchos casos, que dos clases cualesquiera de objetos, llama y calor, nieve y frío han estado
siempre unidos; si llama o nieve se presentaran nuevamente a los sentidos, la mente sería llevada
por costumbre a esperar calor y frío, y a creer que tal cualidad realmente existe y que se
manifestará tras un mayor acercamiento nuestro. Esta creencia es el resultado forzoso de colocar
la miente en tal situación.

Llegados a este punto sería muy lícito detenernos en nuestras investigaciones filosóficas. En la
mayoría de las cuestiones no podemos dar un paso más, y en todas, en última instancia, tras las
más persistentes y cuidadosas investigaciones, hemos de acabar aquí. Pero, de todas formas,
nuestra curiosidad será perdonable, quizá elogiable, si nos conduce a investigaciones aún más
avanzadas y nos hace examinar con mayor rigor la naturaleza de esta creencia y de la conjunción
habitual de la que se deriva. De esta manera podemos encontrar explicaciones y analogías que
satisfacen por lo menos a quienes aman las ciencias abstractas y pueden entretenerse con
especulaciones que, por muy precisas que sean, de todas formas pueden conservar un grado de
duda e incertidumbre. Con respecto a los lectores que tienen otros gustos, lo que queda de esta
sección no ha sido pensada para ellos y las investigaciones siguientes pueden comprenderse aun
prescindiendo de ella.

Partes II

Nada es más libre que la imaginación humana; y aunque no puede exceder el primitivo caudal de
ideas suministradas por los sentidos internos y externos, tiene poder ilimitado para mezclar,
combinar, separar y dividir esas ideas en todas las variedades de ficción y quimera.

En esto sólo consiste la naturaleza de la creencia, pues, como no hay cuestión de hecho en la que
creamos tan firmemente como para que no podamos imaginar su contrario, no habría diferencia
entre la representación aceptada y la que rechazamos si no hubiera un sentimiento «fue
distinguiese la una de la otra. Si veo una bola de billar moviéndose hacia otra sobre una superficie
pulida, fácilmente puedo imaginar que parará al chocar con ella. Esta imagen no implica
contradicción. Pero, de todas formas, se la experimenta de manera muy distinta a la imagen por la
que me represento el impulso y la comunicación de movimiento de una bola a otra.
Digo, pues, que la creencia no es sino una imagen más vivida, intensa, vigorosa, firme y segura
de un objeto que aquella que la imaginación, por sí sola, es capaz de alcanzar. (…) Pero como es
imposible que esta facultad de imaginación pueda jamás, por sí misma, alcanzar la creencia, es
evidente que la creencia no existe en la naturaleza específica o en el orden de las ideas, sino en el
modo de su concepción o en la experiencia que de ellas tiene la mente. (…) En la filosofía no
podemos ir más lejos de afirmar que la creencia es algo sentido por la mente que distingue las
ideas del juicio de las ficciones de la imaginación. Les da más peso e influjo, les hace aparentar
mayor importancia, las impone a la mente y las hace el principio regulador de nuestras acciones.
Por ejemplo, ahora oigo la voz de alguien que conozco y el sonido parece venir del cuarto de al
lado; esta impresión de mis sentidos inmediatamente lleva mi pensamiento a la persona junto con
los objetos que lo rodean. Estas ideas se apoderan de mi mente con mayor fuerza que la idea de
un castillo encantado. Resultan muy distintas de la capacidad de sentir y tienen mayor influjo en
todos los sentidos para producir placer o dolor, alegría o tristeza.

Tomemos esta doctrina en toda su extensión y admitamos que el sentimiento de creencia es una
representación más intensa y firme que la que acompaña las meras ficciones de la imaginación y
que esta forma de representación surge del hábito de conjunción de un objeto con algo presente a
la memoria y a los sentidos.

Cuando arrojo al fuego un trozo de madera seca, inmediatamente mi mente es llevada a concebir
que la llama aumentará y no que disminuirá. Esta transición del pensamiento de la causa al
efecto no procede de la razón. Tiene su origen exclusivamente en la costumbre y en la
experiencia.

La costumbre es el principio por el cual se ha realizado esta correspondencia tan necesaria para
la supervivencia de nuestra especie y la dirección de nuestra conducta en toda circunstancia y
suceso de la vida humana. Si la presencia de un objeto no hubiera inmediatamente excitado la
idea de los objetos usualmente unidos a él, todo nuestro conocimiento hubiera tenido que limitarse
a la estrecha esfera de nuestra memoria y sentidos, y nunca hubiéramos sido capaces de ajustar
medios a fines o emplear nuestros poderes naturales para hacer el bien o evitar el mal.

 SECCIÓN 7. DE LA PROBABILIDAD

La gran ventaja de las ciencias matemáticas sobre la morales consiste en lo siguiente: las ideas
de las primeras, al ser sensibles, son siempre claras y precisas; la más mínima diferencia entre
ellas es inmediatamente perceptible, y los términos expresan siempre las mismas ideas, sin
ambigüedad ni variación. Jamás se confunde un óvalo con un círculo ni una hipérbola con una
elipse. El isósceles y el escaleno se caracterizan por límites más precisos que los de vicio y virtud,
bien y mal. Si se definiera un término geométrico, la mente por sí sola sustituiría fácilmente la
definición por lo definido, y aun cuando no se emplee definición, el objeto mismo puede
presentarse a los sentidos y, de esta forma, aprehenderse firme y claramente.

Y si bien las ideas morales tienden, si no se tiene mucho cuidado, a caer en la oscuridad y
confusión. Por tanto, el mayor obstáculo de nuestro progreso en ciencias morales o metafísicas,
es la oscuridad de las ideas y la ambigüedad de los términos. La principal dificultad de las
matemáticas es la longitud de las inferencias y la extensión del pensamiento, requeridas para
llegar a cualquier conclusión.

En la metafísica no hay ideas más oscuras e inciertas que las de poder, fuerza, energía o
conexión necesaria que, en todo momento, han de ser tratadas en nuestras disquisiciones.
Intentaremos, pues, en esta sección, fijar, si es posible, el significado preciso de estos términos y,
con ello, suprimir parte de la oscuridad que tanto se le censura a esta clase de filosofía.

 LA IDEA DE CONEXIÓN NECESARIA / PODER

Para estar totalmente familiarizados con la idea de fuerza o de conexión necesaria, examinemos
su impresión, y para encontrar la impresión con mayor seguridad, busquémosla en todas las
fuentes de las que puede derivarse.

Cuando miramos los objetos externos en nuestro entorno y examinamos la acción de las causas,
nunca somos capaces de descubrir de una sola vez poder o conexión necesaria algunos, ninguna
cualidad que ligue el efecto a la causa y la haga consecuencia indefectible de aquélla. Sólo
encontramos que, de hecho, el uno sigue realmente a la otra. Al impulso de una bola de billar
acompaña el movimiento de la segunda. Esto es todo lo que aparece a los sentidos externos. La
mente no tiene sentimiento o impresión interna alguna de esta sucesión de objetos. Por
consiguiente, en cualquier caso determinado de causa y efecto, no hay nada que pueda sugerir
la idea de poder o conexión necesaria.

De la primera aparición de un objeto, nunca podemos hacer conjeturas sobre qué efecto
resultará de él. Pero si la mente pudiera descubrir el poder o energía de cualquier causa,
podríamos prever el efecto, incluso sin la ayuda de la experiencia, y, desde el principio,
pronunciarnos con certeza con respecto a él, por la mera fuerza del pensamiento y del
razonamiento.

En realidad, no hay parte alguna de la materia que llegue a manifestar, por medio de sus
cualidades sensibles, poder o energía algunos, o nos dé motivo para imaginar que puede producir
algo, o ser seguida por cualquier objeto distinto que pudiéramos llamar su efecto. Sabemos que,
de hecho, el calor es compañero asiduo de la llama, pero ni siquiera está a nuestro alcance hacer
conjeturas o imaginar cuál sea su conexión.

La conexión necesaria no parece ser tal…

En segundo lugar, no puedo percibir fuerza alguna en los argumentos sobre los que se funda esta
teoría. Ignoramos, es cierto, el modo en que estos cuerpos actúan entre sí. Sus fuerzas y energías
son totalmente incomprensibles. Pero ¿no somos igualmente ignorantes de la manera o fuerza por
la que una mente, incluso la mente suprema, opera sobre sí misma o sobre un cuerpo? ¿De dónde,
pregunto, adquirimos una idea de ella? No tenemos sentimiento o conciencia alguna de este
poder en nosotros mismos. No tenemos más idea del Ser Supremo que lo que aprendemos de la
reflexión sobre nuestras facultades. Si nuestra ignorancia fuera una buena razén para rechazar
algo, [73] seríamos llevados a negar tocto energía en eí Ser Supremo así como en ía materia más
tosca. Ciertamente comprendemos tan poco las operaciones del uno como de la otra. ¿Es más
difícil concebir qUe el movimiento surge del impulso que el que pueda originarse de la volición? En
ambos casos sólo conocemos nuestra ignorancia profunda

El estatus de causalidad, hay causalida pero es algo propio de la mente, pero no de la cosa. La
causalidad la establece la mente, pero no es algo propio de la cosa. Por eso, posteriormente
Kant dirá que la causalidad es una de las categorías de la mente

 Sección VII, parte II

Incluso después de un caso o experimento en que hayamos observado que determinado


acontecimiento sigue a otro, no tenemos derecho a enunciar una regla general o anticipar lo que
ocurrirá en casos semejantes, pues se considera acertadamente una imperdonable temeridad
juzgar todo el curso de la naturaleza a raíz de un solo caso, por muy preciso y seguro que sea.

Parece entonces que esta idea de conexión necesaria entre sucesos surge del acaecimiento de
varios casos sigilares de constante conjunción de dichos sucesos. Esta ¡idea no puede ser
sugerida por uno solo de estos casos Examinados desde todas las posiciones y perspectivas
posibles. Pero en una serie de casos no hay nada distinto e cualquiera de los casos individuales
que se suponen exactamente iguales, salvo que, tras la repetición de casos similares, la mente es
conducida por hábito a tener la expectativa, al aparecer un suceso, de su acompañante usual, y
a creer que existirá. Por tanto, esta conexión que sentimos en la mente, esta transición de la
representación (imagination) de un objeto a su acompañante usual, es el sentimiento o
impresión a partir del cual formamos la idea de poder o de conexión necesaria. No hay más en
esta cuestión. Examínese el asunto desde cualquier perspectiva. Nunca encontraremos otro
origen para esa idea.

Esta es la única diferencia entre un caso del que jamás podremos recibir la idea de conexión y
varios casos semejantes que la sugieren. La primera vez que un hombre vio la comunicación de
movimientos por medio del impulso, por ejemplo, como en el choque de dos bolas de billar, no
pudo declarar que un acontecimiento estaba conectado con el otro, sino tan sólo conjuntado
con él. Tras haber observado varios casos de la misma índole, los declara conexionados. ¿Qué
cambio ha ocurrido para dar lugar a esta nueva idea de conexión? Exclusivamente que ahora
siente que estos acontecimientos [76] están conectados en su imaginación y fácilmente puede
predecir la existencia del uno por la aparición del otro.

En resumen:

 todaidea es copia de alguna impresión o sentimiento prece dente, y donde no podemos


encontrar impresión alguna, podemos estar seguros de que no hay idea.
 En todos los casos aislados de actividad (operation) de cuerpos o ¡mentes no hay nada
que produzca impresión alguna ni gue, por consiguiente, pueda sugerir idea alguna de
po der o conexión necesaria.
 Pero cuando aparecen muchos casos uniformes y el mismo objeto es siempre seguido
por el mismo suceso, entonces empezamos a albergar la noción de causa y conexión.
Entonces sentimos un nueVo sentimiento o impresión, a saber, una conexión habitual en
el pensamiento o en la imaginación entre un objeto y su acompañante usual.

 SECCIÓN 12. DEL ESCEPTICISMO

El escéptico es otro enemigo de la religión que (comples natural) provoca la indignación de todos
los teólogos y filósofos más solemnes, aunque sea cierto que ningúti; hombre jamás se ha
encontrado con una criatura tan absurda ni ha conversado nunca con nadie que no tuviera opinión
o principio alguno acerca de cualquier tema de acción o de especulación. Esto da lugar a una
pregunta muy razonable. ¿Qué se entiende por escéptico?

Hay una clase de escepticismo previo a todo estudio y filosofía, muy recomendado por Descartes y
otros como una excelente salvaguardia contra el error y el juicio precipitado. Aconseja una duda
universal, no sólo de nuestras opiniones y principios anteriores, sino también de nuestras mismas
facultades de cuya veracidad, dicen ellos, nos hemos de asegurar por una cadena de
razonamientos deducida a partir de algún principio original, que no puede ser falaz o engañoso.

Sin embargo, hay que reconocer que esta clase de escepticismo, cuando se da de una forma más
moderada, puede comprenderse en un sentido muy razonable y es un preparativo necesario para
el estudio de la filosofía, al conservarse la debida imparcialidad en nuestros juicios y rescatar
nuestra mente de los prejuicios que podemos haber absorbido por educación u opinión temeraria.

Hay otra clase de escepticismo, consecuencia de la ciencia y la investigación, que se da cuando se


supone que los hombres han descubierto la naturaleza absolutamente engañosa de sus facultades
mentales o la incapacidad de éstas para llegar a una determinación fija en todos estos temas
delicados de especulación, de los que comúnmente se ocupan.

 Sección 12. De la filosofía académica o escéptica.

Parte I. No hay número mayor de razonamientos filosóficos desarrollados sobre cualquier tema
que los que demuestran la existencia de una deidad y refutan los falsos argumentos de los ateos,
y, sin embargo, los filósofos, más religiosos aún discuten sobre si cualquier hombre puede estar
tan ciego como para ser un ateo especulativo.

¿Qué se entiende por escéptico? ¿Y hasta dónde es posible apurar estos principios filosóficos de
duda e incertidumbre?
i. Escepticismo antecedente. Hay una clase de escepticismo previo a todo estudio y filosofía, muy
recomendado por Descartes y otros como una excelente salvaguardia contra el error y el juicio
precipitado. Aconseja una duda universal, no sólo de nuestras opiniones y principios anteriores,
sino también de nuestras mismas facultades de cuya veracidad, dicen ellos, nos hemos de
asegurar por una cadena de razonamientos deducida a partir de algún principio original, que no
puede ser falaz o engañoso.

La duda cartesiana, por tanto, si pudiera ser observada por criatura alguna (como claramente no lo
es), sería absolutamente incurable y ningún razonamiento nos podría llevar jamás a un estado de
seguridad y convicción sobre tema ninguno.

Sin embargo, hay que reconocer que esta clase de escepticismo, cuando se da de una forma más
moderada, puede comprenderse en un sentido muy razonable y es un preparativo necesario para
el estudio de la filosofía, al conservarse la debida imparcialidad en nuestros juicios y rescatar
nuestra mente de los prejuicios que podemos haber absorbido por educación u opinión temeraria.
Los únicos métodos por los que podemos esperar llegar alguna vez a la verdad y alcanzar la
estabilidad y certeza debidas en nuestros razonamientos, son empezar por algunos principios por
sí mismos claros y evidentes, avanzar con paso cauto y seguro, revisar frecuentemente nuestras
conclusiones y examinar rigurosamente todas las consecuencias.

ii. Escepticismo consecuencia de la ciencia y de la investigación. Hay otra clase de escepticismo,


consecuencia de la ciencia y la investigación, que se da cuando se supone que los hombres han
descubierto la naturaleza absolutamente engañosa de sus facultades mentales o la incapacidad de
éstas para llegar a una determinación fija en todos estos temas delicados de especulación, de los
que comúnmente se ocupan.

Pero ¿nos engañan los sentidos? No necesito insistir sobre los tópicos más manejados, que
utilizan los escépticos, en todas las edades, contra la evidencia de la sensación. Estos argumentos
escépticos, ciertamente, no sólo son suficientes para demostrar que no se debe depender
implícitamente de los meros sentidos, sino que hemos de corregir su evidencia con la razón y por
consideraciones derivadas de la naturaleza del medio, la distancia del objeto y la disposición del
órgano, para hacer de dichos sentidos, en una esfera, los criterios adecuados de verdad y falsedad.

Cuando los hombres siguen este poderoso y ciego instinto de la naturaleza, siempre suponen que
las mismas imágenes presentadas por los sentidos son los objetos externos, y nunca abrigan
sospecha alguna de que las unas no son sino representaciones de los otros. Esta misma mesa que
vemos blanca y que encontramos dura, creemos que existe independiente de nuestra percepción
y que es algo externo a nuestra mente que la percibe. Nuestra presencia no le confiere ser;
nuestra ausencia no la aniquila. Conserva su existencia uniforme y entera, independientemente de
la situación de los seres inteligentes que la perciben o la contemplan.

Pero la más débil filosofía pronto destruye esta opinión universal y primigenia de todos los
hombres, al enseñarnos que nada puede estar presente a la mente sino una imagen o percepción,
y que los sentidos sólo son conductos por los que se transmiten estas imágenes sin que sean
capaces de producir un contacto inmediato entre la mente y el objeto. La mesa que vemos parece
disminuir cuanto más nos apartamos de ella, pero la verdadera mesa que existe
independientemente de nosotros no sufre alteración alguna. Por tanto, no se trata más que de su
imagen, que está presente a la mente. Estos son, indiscutiblemente, los dictámenes de la razón y,
ningún hombre que reflexione jamás habrá dudado que las existencias que consideramos al decir
esta casa y aquel árbol, no son sino percepciones en la mente y copias o representaciones fugaces
de otras existencias, que permanecen uniformes e independientes.

¿Por qué argumento puede demostrarse que las percepciones de la mente han de ser causadas por
objetos externos, totalmente distintos de ellas, aunque pareciéndose a ellas (si eso es posible), y no
pueden surgir ni por la energía de la mente misma ni por la sugestión de algún espíritu invisible y
desconocido, o por alguna otra causa que nos sea aún más desconocida? De hecho, se reconoce
que muchas de estas percepciones, como en el caso de los sueños, la locura y otras enfermedades,
no surgen de nada externo.

La mente nunca tiene nada presente, sino las percepciones, y no puede alcanzar experiencia
alguna de su conexión con los objetos. La suposición de semejante conexión, por tanto, carece de
fundamento en el razonamiento.

Recurrir a la veracidad del Ser Supremo para demostrar la veracidad de nuestros sentidos es,
desde luego, dar un rodeo muy inesperado.

Nunca se puede satisfacer la propia razón, que jamás encuentra un argumento convincente a
partir de la experiencia, para demostrar que las percepciones están conectadas con objetos
externos. ¿De donde surge la certeza para demostrar que hay una concepción entre lo que yo
percibo y lo que las cosas son?

Sobre las cualidades primerias y secundarias. Otro tópico escéptico de naturaleza semejante. Es
universalmente aceptado por investigadores modernos, que todas las cualidades sensibles de los
objetos son meramente secundarias; no existen en los objetos mismos, sino que son percepciones
sin arquetipo o modelo externo alguno que representar. Si se acepta esto, con respecto a las
cualidades secundarias, también ha de ser válido para las supuestas cualidades primarias de
extensión y solidez, y no pueden las últimas tener más derecho a esta denominación que las
primeras. La idea de extensión es adquirida en su totalidad por los sentidos de la vista o de la
sensación, y si todas las cualidades percibidas por los sentidos están en la mente y no en el objeto,
la misma conclusión ha de ser válida para la idea de extensión, que depende totalmente de las
ideas sensibles o de las ideas de cualidades secundarias. Nada nos puede salvar de esta
conclusión, sino afirmar que las ideas de estas cualidades primarias son alcanzadas por
abstracción, opinión que, si la examinamos con rigor, encontraremos ininteligible, o incluso
absurda. No puede concebirse una extensión que no sea tangible ni visible. Y una extensión
tangible o visible que no sea ni dura ni blanda, ni blanca ni negra, está igualmente allende el
alcance de la mente humana. Que alguien intente concebir el triángulo en general, que no sea
isósceles ni escaleno, ni tenga una determinada altura o proporción entre sus lados, y pronto
percibirá el carácter absurdo de las teorías escolásticas sobre la abstracción de ideas generales.

Despójese a la materia de todas sus cualidades inteligibles, tanto de las primarias como de las
secundarias; en cierta manera se la aniquila, y sólo se deja como causa de nuestras percepciones
un algo desconocido, inexplicable, una noción tan imperfecta que ningún escéptico creerá que
vale la pena contender con ella.

Parte II

El intento de los escépticos de destruir la razón con argumentos y razonamientos podrá parecer
muy extravagante y, sin embargo, tal es el alcance de todas sus investigaciones y disputas. [156]
Intentan encontrar objeciones, tanto para nuestros razonamientos abstractos como para los que
conciernen a cuestiones de hecho y existencia.

La principal objeción contra todo razonamiento abstracto se deriva de las ideas de espacio y
tiempo: ideas que, en la vida común y para quien no se preocupa por ellas, resultan muy claras e
inteligibles, pero cuando son sometidas al escrutinio de las ciencias profundas, presentan
principios que parecen llenos de absurdidad y contradicción.

Es absolutamente incomprensible cómo una idea clara y distinta puede contener caracteres que la
contradicen a ella misma o a cualquier otra idea clara y distinta, y quizá sea una proposición tan
absurda como cualquiera que pueda formarse. De modo que nada puede ser más escéptico ni más
lleno de duda y vacilación, que el escepticismo mismo que surge de algunas de las conclusiones
paradójicas de la geometría o de la ciencia de la cantidad.

Aquí parece tener un amplio campo para triunfar, mientras insista fundadamente en que toda
nuestra evidencia en favor de cualquier cuestión de hecho, que está allende el testimonio de los
sentidos y de la memoria, se deriva totalmente de la relación causa y efecto; que no tenemos más
idea de esta relación que la de dos objetos que han estado frecuentemente conjuntados, que no
tenemos ningún argumento para convencernos de que los objetos, que han estado en nuestra
experiencia- frecuentemente conjuntados, estarán asimismo en otros casos conjuntados de la
misma manera, y que nada nos conduce a esta inferencia sino la costumbre o cierto instinto de
nuestra naturaleza que, desde luego, puede ser difícil de resistir, pero que, como otros instintos,
puede ser falaz y engañador.

Pues aquí está la principal y más embarazosa objeción contra el escepticismo excesivo, que no
puede resultar de él ningún bien duradero mientras permanezca en toda su fuerza y vigor. Sólo
tenemos que preguntar a un escéptico cuáles son sus intenciones y qué se propone con todas sus
investigaciones sutiles. Inmediatamente se desconcierta y no sabe qué contestar. Cuando
despierte de su sueño, será el primero en participar en la risa contra él y en confesar que todas sus
objeciones son un mero entretenimiento y no pueden tener otra finalidad que mostrar la
convicción caprichosa de la raza humana que ha de actuar, razonar y creer, aunque no sea capaz
por investigación diligente de satisfacerse acerca del fundamento de sus operaciones, o de vencer
las objeciones que se puedan levantar contra ellos.

Parte III

iii. (Tercer tipo de escepticismo, el que propone Hume) Ciertamente hay una especie más
moderada de escepticismo o filosofía académica que puede ser a la vez duradera y útil y que
puede, en parte, ser el resultado de este pirronismo o escepticismo excesivo, cuando el sentido
común y la reflexión, en alguna medida, corrigen sus dudas imprecisas. La mayoría de la
humanidad tiende naturalmente a ser afirmativa y dogmática en sus opiniones y, mientras ven
objetos desde un solo punto de vista y no tienen idea de los argumentos que lo contrarrestan, se
adhieren precipitadamente a los principios a los que están inclinados y no tienen compasión
alguna con los que tienen sentimientos opuestos. Dudar o sopesar algo aturde su entendimiento,
frena su pasión y suspende su acción. En general hay un grado de duda, de cautela y modestia
que, en todas clases de investigaciones, debe acompañar siempre al razonador cabal.

Otra clase de escepticismo mitigado, que puede constituir una ventaja para la humanidad y que
puede ser el resultado natural de la duda y escrúpulos pirronianos, es la limitación de nuestras
investigaciones a los temas que estén mejor adaptados a la estrecha capacidad del
entendimiento humano. Mientras no podamos dar una razón satisfactoria de por qué creemos,
tras mil experimentos, que una piedra caerá o que el fuego quemará, ¿podremos darnos por
satisfechos en lo que respecta a cualquier determinación que nos formemos con respecto al
origen de los mundos y la situación de la naturaleza, desde la eternidad y para la eternidad?

Ciencia en sentido estricto es la matemática. Ocurre lo mismo con aquellos aparentes


razonamientos silogísticos que se pueden encontrar en todas las regiones del saber, salvo en las
ciencias de cantidad y número: y éstos pueden tranquilamente, creo, considerarse los únicos
objetos propios de conocimiento y demostración.

Todas las demás investigaciones de los hombres conciernen sólo cuestiones de hecho y
existencia. Y, evidentemente, éstas no pueden demostrarse. Lo que es, puede no ser. Ninguna
negación de hecho implica una contradicción. La no existencia de cualquier ser, sin excepción
alguna, es una idea tan clara y distinta como la de su existencia. La proposición que afirma que
no es, por muy falsa que sea, no es menos concebible e inteligible, que la que afirma que es. El
caso es distinto con las ciencias propiamente dichas. Toda proposición que no es verdad es
confusa e ininteligible. Que la raíz cúbica de 64 es igual a la mitad de 10, es una proposición falsa y
jamás podrá concebirse distintamente. Pero que César o el ángel Gabriel o cualquier ser nunca
existió, podrá ser una proposición falsa, pero de todas formas es perfectamente concebible y no
implica contradicción.

Sólo la experiencia nos enseña la naturaleza y límites de causa y efecto y nos permite inferir la
existencia de un objeto de la de otro **. Tal es el fundamento del razonamiento moral, que forma
la mayor parte del conocimiento humano y es la fuente de toda acción y comportamiento
humanos.
Los razonamientos morales conciernen a hechos generales, o a hechos particulares. Todas las
deliberaciones en la vida conciernen a éstos, así como también todas las disquisiciones históricas,
cronológicas, geográficas y astronómicas.

Las ciencias que tratan hechos generales son la política, la filosofía de la naturaleza, la física, la
química, etc., donde se investigan las cualidades, causas y efectos de una especie entera.

La teología, como demuestra la existencia de una divinidad y la inmortalidad de las almas, se


compone en parte de razonamientos sobre hechos particulares, en parte de razonamientos sobre
hechos generales. Tiene su fundamento en la razón en la medida en que está apoyada por la
experiencia, pero su mejor y más sólido fundamento es la fe y la revelación divina.

Si procediéramos a revisar las bibliotecas convencidos de estos principios, ¡qué estragos no


haríamos! Si cogemos cualquier volumen de Teología o metafísica escolástica, por ejemplo,
preguntemos; ¿Contiene algún razonamiento abstracto sobre la cantidad y el número? No.
¿Contiene algún razonamiento experimental acerca de cuestiones de hecho o existencia? No.
Tírese entonces a las llamas, pues no puede contener más que sofistería e ilusión.

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