7 - El Drama Del Pecado
7 - El Drama Del Pecado
7 - El Drama Del Pecado
“La inspiración no dispensa jamás a los historiadores sagrados de investigar acerca del
pasado y reunir los materiales que les sean accesibles. En efecto, la iluminación
carismática que reciben en calidad de hagiógrafos no tiene por objeto la representación
externa de los acontecimientos pasados, sino su sentido y significación en el designio de
Dios: cuestión de interpretación religiosa, que no prejuzga acerca de los medios
utilizables para evocar tal o cual período de tiempo. A pesar de esa dificultad, inherente al
sujeto tratado, hay que reconocer que Gn 3 forma parte de una obra de conjunto cuya
intención general es histórica, en un sentido distinto de la historiografía moderna:
cualesquiera que sean las etapas diversas que hay que tener en cuenta en la redacción de
ese texto, pertenece sin duda alguna a una síntesis de historia sagrada, que nos pone de
manifiesto cómo el plan de Dios se realizó en el devenir del mundo y de la humanidad
(…) Por consiguiente, no podemos buscar en nuestro texto una descripción realista
de los orígenes de la especie humana y del drama que pudo haber tenido lugar en
ellos, como si el escritor hubiera podido observarlo todo desde fuera. Basta con que
nos dé una evocación suficiente para responder a las necesidades prácticas de la
revelación del designio de salvación, tal como el autor la concibe”. 3
1
S. Agustín, Soliloquios I,1,3.
2
Ratzinger, Einführung in das Christentum, 147-148, Id., El fin del tiempo, 31-32; Id., Kirche, Ökumene
und Politik, 220; Id., Dogma und Verkündigung, 153; Id., Eucharistie, Mitte der Kirche, 17; Id., Iglesia y
Modernidad, 118; Id., Sal de la Tierra 237; Id., Dios y el mundo, 47, 89, 112.
3
P. Grelot, El problema del pecado original, Barcelona, Herder, 1970, 47-48. Cf. Flick, El pecado
original, 35-36: relato seguramente conocido que “recibe del autor inspirado su última redacción
definitiva”.
4
Cf. Grelot, El problema del pecado original, 50-60.
5
Alonso Schökel, BP I, 69.
1
relatos semejantes por la libertad, por el poder de decisión que corresponde al hombre de
cara al bien y al mal, y, en último término, de cara a Dios.
“El libro [del Gn] intenta dar respuesta a grandes enigmas del hombre: el cosmos, la vida
y la muerte, el bien y el mal, el individuo y la sociedad, la cultura y la religión… Tales
problemas reciben una respuesta no teórica o doctrinal, sino histórica, de
acontecimientos. De la humanidad no decide una teoría, sino una historia, y de esa
historia es responsable la humanidad. Pero esa historia está soberanamente dirigida por
Dios, para salvación de toda la humanidad”.6
“Ahora bien, en Gn 3 ese elemento constituye precisamente el centro del drama; por
consiguiente, podemos tomarlo como clave para la lectura de todo el capítulo. No se trata
ya de un elemento mítico, sino que nos introduce en el corazón mismo de los problemas
existenciales”.7
“No sigas a ese dios lejano, que no tiene nada que darte. No mantengas la alianza, que es
un largo camino y que tantas limitaciones te impone. Entra en la corriente de la vida, en
su embriaguez y en su éxtasis; sólo así podrás participar de la vida y de su inmortalidad”. 8
6
Alonso Schökel, BP I, 69. Léase la descripción global que el autor hace de Gn 2-3 en: BP I, 72-73.
7
Grelot, El problema del pecado original, 60.
8
Ratzinger, En el principio creó Dios, 87. Cf. J. Daniélou, Trilogía de la salvación, 54. Este autor dice
que la clave de Génesis 3 está en tres imágenes: la serpiente, el árbol y la mujer.
2
“… el contenido más profundo del pecado es que el hombre quiere negar su ser
creatura, porque no le agrada aceptar ni la medida ni los límites inherentes a ello. No
quiere ser creatura, no quiere ser medido, ni quiere ser medido, ni quiere ser dependiente.
Su dependencia del amor creativo de Dios la interpreta como heteronomía; pero
heteronomía es esclavización y de ésta hay que liberarse. Y así el hombre quiere llegar a
ser Dios (…) El hombre, que considera su dependencia del más alto amor como
esclavitud, queriendo negar su verdad y su ser creatura, no consigue la libertad; destroza
la verdad y el amor. No se hace Dios –pues no puede–, sino caricatura, pseudo-dios; se
hace esclavo de un pode, que llega a pisotearlo”. 9
“El árbol del conocimiento del bien y del mal evoca simbólicamente el límite
infranqueable que el hombre en cuanto criatura debe reconocer libremente y respetar
con confianza. El hombre depende del Creador, está sometido a las leyes de la
Creación y a las normas morales que regulan el uso de la libertad” (CCE 396).
En Edén había dos árboles, uno de la vida y otro de la ciencia del bien y el mal
(Gn 2,9). Entre ambos existe una relación directa ya que la vida buena depende de la
sabiduría, de la capacidad de discernimiento entre lo bueno y lo malo. 10 La prohibición
de comer del árbol de la ciencia (Gn 2,17) marca un límite al hombre, el límite propio de
su ser creatura: la moralidad ya está dada, es intocable, no es él quien establece lo bueno
y lo malo.11 El hombre debe elegir entre la obediencia y la desobediencia, entre la vida y la
muerte, entre la bendición y la maldición. La prueba del paraíso es esencialmente una
prueba de confianza, y de humildad. “El pecado consiste en que la «ciencia» se busca por
un medio extraño al precepto divino, a la palabra que revela al hombre su verdadero ser (…)
También Israel, y en último término todo hombre, se halla a cada momento en la
encrucijada: la elección determina su situación delante de Dios y decide su suerte”. 12 El
antiguo escrito A Diogneto lo dice con claridad:
“Porque en este lugar fue plantado el árbol de la ciencia y el árbol de la vida; pero no es
la ciencia la que mata, sino la desobediencia es la que mata. En efecto, no sin misterio
está escrito que Dios plantó en el principio el árbol de la ciencia y el árbol de la vida en
medio del paraíso, dándonos a entender la vida por medio de la ciencia; mas, por no haber
usado de ella de manera pura los primeros hombres, quedaron desnudos por seducción de
la serpiente. Porque no hay vida sin ciencia, ni ciencia segura sin vida verdadera; de ahí
que los dos árboles fueron plantados uno cerca de otro. Comprendiendo el Apóstol este
sentido y reprendiendo la ciencia que se ejercita sin el mandamiento de la verdad en
orden a la vida, dice: La ciencia hincha, mas la caridad edifica. Porque el que piensa saber
algo sin la ciencia verdadera y atestiguada por la vida, nada sabe, sino que es seducido
por la serpiente por no haber amado la vida. Mas el que con temor ha alcanzado la ciencia
y busca además la vida, ése planta en esperanza y aguarda el fruto. Sea para ti la ciencia
corazón; la vida, empero, el Verbo verdadero comprendido. Si su árbol llevas y produces
en abundancia su fruto, cosecharás siempre lo que ante Dios es deseable, fruto que la
serpiente no toca y al que no se mezcla engaño; ni Eva es corrompida, sino que es creída
virgen; la salvación es mostrada, los Apóstoles se vuelven sabios, y la Pascua del Señor
se adelanta, y con el mundo se desposa y, a par que instruye a los santos, se regocija el
Verbo, por quien el Padre es glorificado”.13
9
Ratzinger, En el principio creó Dios, 93-94. Cf. Grelot, El problema del pecado original, 68-74.
10
Dt 30,15.19; 2 Sam 14,17; 1 Sam 14,20; 1 Re 3,9-12.
11
La prohibición está precedida de un permiso extraordinariamente grande, que es como su telón de
fondo. Se percibe entonces un juego, puedes – no puedes, propio de los códigos israelitas. “El hombre no
puede procurarse una tal «ciencia» del bien y del mal que le permita dominarlos a su antojo, sólo puede
«discernirlos» bajo la dirección de la Sabiduría divina”; Grelot, El problema del pecado original, 67.
12
Grelot, El problema del pecado original, 63.
13
A Diogneto 12.
3
La historia de Israel es la historia de su obediencia o desobediencia a Dios, de su
fidelidad o infidelidad. La Ley es un don por el cual se siente privilegiado, pero ante el
cual se alzan otros caminos, falsos atajos que seducen (Am 5,14-15; Is 5,20-24). En medio
de tantos extravíos la profecía de Isaías 7,14-15 anuncia el nacimiento de un niño que
sabrá “rechazar lo malo y elegir lo bueno”.14 El Mesías será entonces la contracara de
Adán. Y no sólo de Adán sino de toda su descendencia. Porque la desmesura primera sigue
replicándose, aunque en grados diversos. El profeta Ezequiel, por ejemplo, debe cargar
contra el rey de Tiro en un largo oráculo estrechamente relacionado con Génesis 3: Ez 28,2-
19.
EL PECADO ORIGINAL
El pecado original es un dato revelado. Es importante tenerlo en cuenta para evitar
confrontaciones inútiles. La Biblia nos habla aquí de verdades que escapan a nuestra
experiencia. Pero eso no significa que sean absurdas sino todo lo contrario. La revelación
echa luz sobre el misterio del pecado en la misma medida en que echa luz sobre el amor de
Dios. ¡Cuánto más oscura sería nuestra condición herida sin esta luz que nos regala la fe!
“Esta norma no solamente nos parece imposible; nos parece igualmente muy injusta,
pues, ¿qué hay más contrario a las normas de nuestra miserable justicia que condenar a un
incapaz de voluntad propia a causa de un pecado cometido seis mil años antes de que él
llegara a existir? Ciertamente, nada nos choca tan profundamente que esta doctrina. Y sin
embargo, sin este misterio, el más incomprensible de todos somos incomprensibles para
nosotros mismos. El nudo de nuestra condición se repliega y se retuerce en el seno de
este abismo. De suerte que el hombre es más inconcebible sin este misterio que lo que
este misterio resulta inconcebible para el hombre”. 15
“La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se
esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de
Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de
explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad
psicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada,
etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el
pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan
amarle y amarse mutuamente” (CCE 387; cf. 386-389).
14
El niño se alimentará de manteca y miel, lo cual parece remitir al paraíso ya que. ésa era la comida de
los dioses de la cultura mesopotámica; Grelot, El problema del pecado original, 66.
15
Pascal, Pensamientos 131 (Lafuma), ver antes y después; cf. 149, 278, 695.
4
hombre (cf. GS 13,1). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia
humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros
primeros padres (cf. Concilio de Trento: DS 1513; Pío XII, enc. Humani generis: ibíd,
3897; Pablo VI, discurso 11 de julio de 1966)” (CCE 390). El autor sagrado, dice Maurizio
Flick, respalda su enseñanza “en hechos realmente acaecidos”. Si no fuera así, si la
humanidad habría sufrido de cualquier modo, o sea independientemente de su libertad, la
santidad de Dios no sería más que una farsa.
“He aquí por que la Iglesia no ha caído en la tentación de hacer más fácil la aceptación de
la fe renunciando a la defensa de la historicidad del pecado de Adán y Eva. Exactamente
igual que en los tiempos de la herejía pelagiana, de la reforma y de los errores
modernistas, enseña también hoy que el estado de felicidad de los primeros hombres y su
pecado, que acabo con él, pertenecen a la historia”. 16
16
M. Flick, El pecado original, Barcelona, Herder, 1961, 17-18; cf. 16. “Por consiguiente, el pecado de
Adán y Eva es un hecho histórico”; Ibíd. 19. “Es indudable, según lo que de antes tenemos advertido, que
aquí se trata de un verdadero pecado cometido por Adán y Eva, por el cual ha perdido la humanidad la
felicidad paradisíaca. No es fácil, sin embargo, separar el ropaje literario popular de la sustancia de la
narración”; Ibíd., 36. Cf. Grelot, El problema del pecado original, 74-76, 92-93: no es un mero arquetipo
sin tiempo definido (tiempo primordial) sino un “acontecimiento” que pertenece a “nuestro tiempo”.
5
Habiendo dejado sentado que efectivamente existió una falta primera, un pecado
original, un abuso por parte del hombre de su libertad, tenemos que considerar cómo es
que ese acontecimiento remoto condiciona mi presente. Ocurre que nuestro tiempo, sobre
todo en Occidente, se ha vuelto tan consciente de su individualidad que ya no logra
entenderse en relación con los demás hombres. Registra, por supuesto, la importancia de las
relaciones pero casi exclusivamente en sentido psicológico-consciente. En otras palabras, el
gran discurso de la fraternidad humano no es llevado a sus últimas consecuencias. Porque
en una familia, lo que pasa a uno le pasa a todos. “¿Un miembro sufre? Todos los demás
sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría” (1 Co
12,26).
“Tenemos que tener bien claro que no hay ningún hombre encerrado en sí mismo,
que nadie puede vivir por sí y para sí mismo. No recibimos nuestra vida sólo en el
momento del nacimiento, sino desde fuera, de otro, que no soy yo, y a quien, sin
embrago, le pertenezco. El hombre no tiene su yo sólo en sí mismo, sino también fuera
de sí mismo. Vive en aquellos a quien ama; en aquellos de los que vive y para los que
está ahí. El hombre es relación y sólo en la relación y sólo en la forma de esta relación
tiene su vida y su propio yo (…) Ahora bien, pecado significa romper y destrozar esa
relación. Pecado es negación de la relación porque quiere hacer del hombre un dios.
Pecado es pérdida de referencia, trastorno de relación, y, por ello, no se manifiesta
cerrado en el yo individual. Si trastorno la relación, entonces este proceso –el pecado–
afecta a los demás portadores de relación, a la totalidad. Por ello, el pecado es siempre un
empecaminarse que afecta a los otros, que pervierte al mundo y lo destroza. Y si es así,
podemos decir: Si el conjunto relacional del ser hombre está trastocado ñ desde el
principio, cada hombre ingresa desde entonces en un mundo afectado oír el pecado. Cada
uno de nosotros entra en una trama en la que las relaciones están falseadas. Cada uno, por
tanto, está, por eso mismo, perturbado desde el principio en sus relaciones, al no
recibirlas como deberían ser. El pecado o agarra y él lo realiza. Con esto se verá con
claridad que el hombre solo no se puede redimir a sí mismo”. 17
“«Hagamos, dice Dios, al hombre a nuestra imagen y semejanza». Hay que entender
aquí que la imagen de Dios tiene su cumplimiento en el conjunto de la naturaleza
humana (…) Por tanto, el hombre hecho a imagen de Dios, es la naturaleza
comprendida como un todo. Es lo que lleva la semejanza divina. Y el hombre fue hecho
17
Ratzinger, En el principio creó Dios, 95-96. “ todos llevamos dentro de nosotros una gota del veneno
de ese modo de pensar reflejado en las imágenes del libro del Génesis. Esta gota de veneno la llamamos
pecado original”, Benedicto XVI, 8 de diciembre de 2005.
18
Pueden consultarse aquí las valiosas reflexiones de E. Stein, Ser finito y ser eterno, 525-542.
19
H. de Lubac, Catolicismo, 20; cf. 19-35, 241-253.
6
por la sabiduría todopoderosa de Dios de tal suerte, que no es solamente una parte del
Todo, sino la naturaleza total que existió de una vez”. 20
7
hombre, tampoco decimos que este defecto sea un pecado personal sino pecado de toda la
naturaleza: no pertenece a la persona sino en la medida que la naturaleza infecta a la
persona. Y así la realización de un solo pecado se extiende a las diversas partes del
hombre, a saber, la voluntad, la razón, las manos y demás, pero es un solo pecado en
razón de la unidad de principio, o sea de la voluntad, de la cual deriva la razón de pecado
al acto de todas las partes. Y así se considera como un pecado original en razón del
principio de toda la naturaleza humana, según lo que dice el apóstol en Rm 5,12: «en
quien todos pecaron», que según Agustín puede entenderse de este modo: en el primer
hombre, o en el pecado del primer hombre; pues el pecado del primer hombre es como un
pecado común a todos. (S. Tomás, De malo q.4, a.1).21
PROFUNDIZACIÓN
Ya se dijo que pecado original no es sólo un pecado, sino el primer pecado, el que
arrastra consigo la caída de todo el género humano. Pero no sólo nos interesa por sus
consecuencias sino por su carácter arquetípico. Génesis 3 describe la raíz, la esencia misma
del pecado como acto de soberbia, de hybris, de desmesura, que se realiza de cara a Dios,
contra Dios. Es un acto irreligioso, impiadoso, con una enorme carga dramática.
Para empezar, el pecado engendra la muerte. Terrible paradoja. Luego está el temor
que se traduce en ocultamiento. Y la vergüenza de sí mismo, la pérdida de la inocencia ante
la propia desnudez. El hombre y la mujer quedan confundidos, turbados, sumergidos en un
modo de contemplar la realidad hasta entonces desconocido. Y ese modo no es más lúcido
sino más opaco. No conocen más, sino menos. El fruto prohibido no los hizo subir sino
caer.
21
“Adviértase que en Gn 3, sólo se habla del Hombre (ha-Adam, con artículo) y de la Mujer. Únicamente
a partir de Gn 4,25 se halla Adam (sin artículo) como nombre propio. Es evidente que el autor bíblico era
plenamente consciente de utilizar el procedimiento de los epónimos”; Grelot, El problema del pecado
original, 74 (nota 26).
22
Grelot, El problema del pecado original, 77. Cf. Daniélou, Trilogía de la salvación, 57-58.
8
ellos mismos se sometieron. En adelante su relación estará atravesada por un deseo torcido,
no basado en la donación sino en la posesión utilitarista.
“Dios había invitado al hombre a vivir con Él, en una familiaridad confiada. Es la libertad
de los hijos de Dios, de la que dirá san Pablo que nos ha sido restituida por el mismo
Cristo. Expresa la libre comunicación entre Dios y el hombre, a través de la cual Dios se
entrega al hombre y el hombre a Dios. Ese intercambio representa un verdadero don de
Dios al hombre, al que Dios levanta por encima de su condición de creatura,
introduciéndole e su Paraíso. Esto es lo que llamamos gracia. Y mientras el hombre viva
en esta gracia puede mantener con Dios relaciones de libertad filial (…). La vida y la
muerte, a las cuales nos referimos, no son aquellas cuya frontera se encuentra
determinada por la separación del alma y el cuerpo. Representan dos estados diferentes
del hombre: o bien vivificado por la misma vida de Dios, que le eleva sobre su condición
natural, o abandonado a esta condición, que es mortal. Por consiguiente, lo que las
Escrituras quieren decir, al afirmar que Adán y Eva habían sido condenados a
sufrir y morir, es que su vida corporal seguirá su curso normal, sin ser elevada
sobre su condición natural humana por la participación en una vida sobrenatural
gloriosa, sin comparación posible con la vida presente (…).
De este modo, el hecho de tener que someterse a las leyes de la existencia biológica es un
castigo, en cuanto Dios destinaba al hombre a una condición que trascendía la vida
fisiológica (…) No se trata aquí de una diferencia en más o en menos, sino de una
diferencia de orden”.26
23
Grelot, El problema del pecado original, 81; cf. 82-83.
24
Daniélou, Trilogía de la salvación, 59.
25
Daniélou, Trilogía de la salvación, 61.
26
Daniélou, Trilogía de la salvación, 60-62.
9
Estas reflexiones invitan a considerar lo que en la teología del siglo XX se ha dado en
llamar la cuestión del sobrenatural. Por ahora digamos que la Biblia conoce el efecto
devastador de este primer pecado: “Mira que nací culpable, pecador me concibió mi madre”
(Sal 51,7; cf. Jb 14,4). “Por tanto, como por un hombre entró el pecad en el mundo, y por el
pecado la muerte, y así la muerte alcanzó a todos los hombres, ya que todos pecaron… Si
por un delito murieron todos…” (Rm 5,12.15b).
“Puede decirse que la respuesta de Santo Tomás a la pregunta planteada en el título del
artículo es que el peccatum naturae no consiste únicamente en la privación de la
gracia, sino también en que en cada individuo de la naturaleza humana hay un
desorden intrínseco, previo a todo acto libre suyo. Por consiguiente, se puede hablar
de un estado moral debilitado de la voluntad, que no implica una corrupción total de la
misma naturaleza, pero sí disminuye las fuerzas morales e incrementa la dificultad
para obrar bien. Plantear la existencia de ese desorden no equivale tampoco a suprimir
toda ley o finalidad naturales, sino que, por el contrario, las confirma, ya que ambas son
condición para hablar de desorden”.27
De la posición de Santo Tomás se sigue que el dato revelado arroja luz sobre la
condición del hombre no solamente en relación a su destino trascendente, sino a
todo su obrar en el ámbito de lo moral. La finalidad natural de las pasiones es
obedecer a la razón, pero eso mismo, que podríamos llamar el orden natural, resulta
sumamente dificultoso y hasta imposible sin el auxilio de la gracia. La posición
clásica de la fe cristiana y de la teología es que existe una razón histórica de tal situación,
un hecho contingente en los comienzos de la humanidad fruto de un acto libre de
desobediencia al creador. Y que no solo es necesaria la gracia para alcanzar la visión
divina, sino también para restaurar el orden de la misma naturaleza, de modo que
aunque ambos aspectos puedan distinguirse, tampoco se podría alcanzar el orden
natural propio de las potencias humanas sin la gracia. Por otra parte, no es suficiente
27
J. F. Franck, “Peccatum naturae y privación de la gracia en Tomás de Aquino”, Studium. Filosofía y
Teología XXII/43 (2019) 33.
10
con aceptar un origen histórico de la condición actual, ya que así no se despejan las
dudas sobre esa condición. Si se entendiera el acontecimiento histórico de la caída
únicamente respecto de un estado elevado, pero que dejaría intactas todas las fuerzas
naturales, se debería atribuir la proclividad al mal a la misma naturaleza. Aun si el
hombre hubiera sido creado sin la gracia, su naturaleza tendría entonces de por sí una
deformidad, que no podría ser suprimida ni siquiera por el bautismo sin violentar la
misma naturaleza.
Pero si se entendiera que la debilidad moral del hombre es fruto de un pecado en los
comienzos, pero contraria a su misma constitución, entonces la naturaleza podría ser
reparada y restaurada, no solo elevada. En otras palabras, que el hombre sea
pecador por naturaleza no significaría que la naturaleza sea necesariamente
pecadora, sino que lo es de manera contingente, en razón de un estado que tiene una
explicación histórica. Podrá parecer una sutileza filosófica, pero la diferencia entre
ambos escenarios es abismal”.28
La expulsión del paraíso simboliza el exilio interior del hombre que ya no goza de la
familiaridad de Dios. Seguirá tratando con Él pero vidriosamente, tanto en el conocimiento
como en el amor. La Buena Noticia es que Cristo nos devuelve la vivencia filial. Él nos
permite regresar a casa. “Cuando nosotros estábamos perdidos y éramos incapaces de
volver a ti, nos amaste hasta el extremo”. 30
[El concilio proclama “la altísima vocación del hombre y la divina semilla que en éste
se oculta: altissimam vocationem hominis profitens et divinum quoddam semen in eo
insertum asseverans” (GS 3)
28
Franck, Peccatum naturae y privación de la gracia en Tomás de Aquino, 34-35.
29
Daniélou, Trilogía de la salvación, 62.
30
Plegaria de la Reconciliación I.
11
“La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la
unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con
Dios: no existe sino creado por el amor de Dios, y conservado por el amor de Dios. Y
sólo vive plenamente en la verdad (nec plene secundum veritatem vivit) cuando
reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador (GS 19).
Es curioso, por decirlo de algún modo, que muchas personas, incluso filósofos, crean
que el hombre sea capaz de remediar por sí solo los males que lo aquejan. Como si el
progreso humano no tuviera límite. Frente a esta pretensión desmedida, Balthasar nos
recuerda una vez más que el hombre está llamado a una felicidad que no se puede procurar
a sí mismo.
“Es cierto que debemos colaborar con todas nuestras fuerzas en el saneamiento de
todos los campos pantanosos, físicos y espirituales, de la humanidad; pero, visto
fríamente, ¿podremos hacer jamás otra cosa que coser parches nuevos en un roto
viejo?
A partir de aquí –tenemos muy poco tiempo– voy a dar un salto al centro mismo de la
tesis de Henri de Lubac, como la defendió en su obra Sobrenatural, publicada en 1946;
primero se rechazó con indignación y, luego, se revisó sin declinar de sus ideas y se
reeditó en 1965 en dos tomos. La documentación histórica es, sin duda, la de la gran
tradición cristiana, la de san Agustín o santo Tomás y también la de los mejores teólogos
del Barroco. Esa idea no es destronada hasta el racionalismo filosófico, que comienza con
el averroísmo de Padua. Fue introducida por Cayetano en la teología escolástica y en los
siglos XIX y XX se convirtió en un requisito casi indispensable de la enseñanza. Y es que
sólo aquí aparece la idea de que el hombre, como todos los demás seres naturales del
cosmos, está ordenado a un fin último natural, en el que debe encontrar su
realización y su felicidad; de lo contrario, sería una construcción fallida de la
naturaleza o de la providencia. La llamada libre de la gracia divina a un fin
superior, sobrenatural, sólo es pensable, en último término, como libre y gratuita, si
ese posible fin último natural, ese «finis naturalis», es pensado, al mismo tiempo,
dentro del «ordo naturalis» de una naturaleza pura y, en consecuencia, si se realiza
también a la vez de un modo real en el orden sobrenatural trascendente. Pero en tal
caso la gracia, se quiera o no, se convierte en una supraestructura sobre algo que en
sí mismo puede ser perfecto. Y entonces ninguna teología del mundo le quitará hoy a los
no cristianos la idea de que el fin natural del hombre se puede conocer con la razón
natural y que con el esfuerzo necesario –en sentido budista o marxista– se puede también
alcanzar, se hable de pecado original o de estado caído.
Que los Padres y san Agustín no tuvieron conocimiento de tal construcción, es claro por
estas palabras: «Inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti… En esto consiste
el bien: en contemplar al que contempla» (Conf. 1,1; S. de verb. Dni. 10). Y tampoco el
aristotélico Tomás de Aquino nunca pensó de otra manera, sino que, por el contrario,
respaldó la paradoja cristiana –porque lo es– con un principio que suena a aristotélico y
que en la Summa Theologica dice así: «Un ser es tanto más noble cuanto más alto es el
fin último que persigue de acuerdo con su esencia, aunque no pueda alcanzar este fin por
las propias fuerzas» (I/II, q. 5 a. 5 ad 2). Dejemos al orgulloso su inevitable objeción de
que el hombre que se esfuerza de un modo natural por lograr, por encima de toda la
naturaleza, la cercanía a Dios, adquiere en tal caso el derecho a la gracia. Esta objeción se
resuelve con la idea bíblica de que Dios, antes de la creación del mundo, fue el primero
que con su libertad libérrima decretó ordenar al hombre para sí y a la naturaleza para la
gracia sobrenatural. Nosotros preferimos sacar la conclusión de que, abandonando
esta hipótesis inútil y peligrosa de una naturaleza pura, sencillamente se elimina la
idea obsesiva de una perfectibilidad del hombre (individual y social) dentro del
12
mundo y de que, como liberados de una molesta camisa de fuerza, podemos de
pronto exclamar de nuevo: ¡Algo sigue abierto ante nosotros!
Debe buscar, tantear, por si encuentra algo. Alguien le coge la mano, que tantea
aparentemente en el vacío. También el Adán del mito tantea inútilmente cuando busca
entre los animales la relación desconocida. El cristianismo es, en este sentido,
evidentemente utópico; pero, como se basa en una promesa de Dios, e incluso ve el
principio de su realización en la resurrección aparentemente imposible, es, por así decirlo,
una utopía realista. La esperanza en algo no perceptible recibe un impulso especial
precisamente aunque el paso directo por el agujero de la muerte siga siendo totalmente
oscuro”.31
31
Balthasar, Escritos teológicos IV: Pneuma e Institución, 22-24.
13