Cuentos de Los Hermanos Grimm

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C T]EI\TO S
DE LOS
HtrRMANO S CRIMM
ILUSTRADO POR
JANUSZ GMBIANSKI

CIRCULO DE LECTORES

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Título original: Kin¡lu-und Hautüúet
Tmduc€ión de M¿ríá Campuzano
@ tlzi, C"a Ueb€¡reurer, viena
@ 1977, Edirorial Nosuer, s.A.
Paeo de Gracia, 96, Barcelona,
para Españ¿ y países de lenguá ca¡rellana

Edición ¡o abreviada
Licenciá €ditorial par¿ Cir.ulo de L€ctores
por conesía de Edito¡ial Noguer, S.A.
Queda prohibida su venra a roda pe.sona
q¡re oo pertenezc¿ á Cí.culo

Imprcso por Gri,€lmo, S.A.-Bilbao


Depósito l€gal: Bl-2o18-}9a4
Printed in Spain
ISBN: 84-226-1140-6

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en la fuente. Y como quería volver a su reino, después de la boda se
subieron a una carroza de oro tirada por seis caballos blancos, que
tenían penachos de plumas blancas en la cabeza; y Ia carroza la guia-
ba un criado del príncipe, que se llamaba Enrique el Fiel.
Enrique el Fiel había estado muy preocupado por su señor, y cuando
le vio convertido en rana se puso tres aros de hierro sobre eI corazóa,
pára que no se le estallara el corazón de pena. Y ahora estaba muy
contento, y guiaba la carroza por eI camino; y cuando pasó un rato,
se oyó un ruido y el príncipe dijo:
me parece que la carroza se está rompiendo I
-¡Enrique,
señorl ¡No es la caÍroza, es uno de los aros de mi corazónl
-¡No,
Y al cabo de otro rato, volvió a oírse un ruido, y e¡a otro de los
aros del corazón de Enrique. Y luego el otro. Y es qu€ ya no le hacían
falta. porque su señor ya no era una rana, sino un príncipe como antes,
y Enrique le miraba y se alegraba y ya no tenía más penas.

LA CENICIENTA

HABÍA UN HOMBRE muy rico que tenía una mujer y una hijita; pero
la mujer se puso enferma, y cuando vio que se iba a morir, llamé a
su hijita y le dijo:
voy al cielo, hija mía; tú sigre sienilo buena y Dios te ayu-
-Me
dará. Yo también te cuidaré desde el cielo y te estaré mirando.
Y entonces la mujer cerró los ojos v se murió.
La niña iba todos los días a la tumba de su madre, y se acordaba de
ella y lloraba; siguió siendo muy buena, y rezaba lo que su madre Ie
había enseñado. Llegé el invierno, cayó mucha nieve y tapó como una
sabanita Ia tumba de la madre; y luego salió el sol en primavera, la
nieve se derritió, y el hombre rico se casó otra vez.
La nueva mujer del hombre rico llevó a la casa dos hijas que tenía ;
eran bastante guapas y tenían Ia piel blanca, pero ¡qué corazones más
feos y negros tenían I La pobre niña huérfana empezó a pasarlo muy
mal. Sus hermanastras decían :
¿ es que esta tonta se va a pasar el día en la sala con no-
-Pero
sotras? ¡Fuera, a la cocina I ¡Si quiere comer, que trabaje !
Le quitaron a Ia niña el traje bonito que llevaba; le pusieron un
L2
delantal gris y viejo. Le quitaron loszapatoe y le üeron zuecos de
madera. Y luego se reían de ella, la empujaban y chillaban:
Mirad la princesao qué elegante val ¡A la cocinao a Ia socfua !

La pobre niña se gueiló en la cocina; todo el día tenía que traba-
jar allí: le hacían llevar cubos de aguao encender el fuego, guisar,
Iavar... Y sus herma¡astras se burlaban siempre de ella, y le tiraban
al fuego loe guisantes y las lentejas para que tuviera que recogerlos
uno por uno. Y por la noche, cuando ya estaba la niña cansadísima,
no la dejaban ilormir en au cama, sino que la obligaban a echaroe en

la ceniza de la cocina. Y claro, se ponía muy sucia con la ceniza, y


empezaron a ürrr,arla Cenicienta.
Una vez, el padre iba a marcharse s otra ciudad, y preguntó a sus
hijastrae qué regalos querían. Una de ellas dijo:
trajes muy bonitos,
-Tráeme
La otra dijo :
quiero perlas y brillantes.
-Yo
El padre preguntó luego a Cenicienta:
qué quieres, Lija?
-¿Tú yo sólo te pido que me traigas la primera rama de ave-
-Padre,
llano que te dé en el sombrero, cuando vayas por el boeque.
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El homhre compró loe vestidos bonitos, las perlas y loa brillantes
para sus hijastras; y cuando ya volvía por el bosque, al pasar debajo
de unas matas le dio en el sorürero una ramita de avellano. El hom-
bre cortó la ramita; y aI llegar a su casa, dio a sus hijastrae los rega-
los que Ies había comprado, y a Cenicienta le dio Ia ramita.
Cenicienta fue a la tumba de su madre y plartó allí la ramita ile
avellano; y como lloraba mucho todos los días acordándose de su
madreo Ias lágrimas regaron la rama, que creció, creció, y se convir-
tió en un árbol.
Cenicie¡rta iba tres veces al üa a la tnynha de su madre; se ponía
debajo del árbol, lloraba, y el árbol crecía un poco; Iloraba más, y eI
árbol crecía un poco más. Y había un pájaro blanco que salía de las
ramas del árbol cuando veía a Ccnicienta, y si la niña le pedía una
cosa, eI pájaro ee la traía en el pico y se la echaba.
Un buen día, el rey ile aquella tierra hizo preparar una fiesta muy
grande. Quería que su hijo conociera a las muchachas de su reino,
para que escogiera una novia. Las dos hermanastras Be pusieron muy
contentas al saber Io de la fresta, y llamaron a Cenicienta y le dijeron:
Corre, péinanos ! Límpianos los zapatos ! ¡ Abróchanoe ! ¡ Que
-¡ al palacio del rey,¡ a la fiesta !
v¡mos
Cenicienta obedeció; pero estaba uiste, porque también quería
ir a la fiesta ; se Io dijo a su madrastrao pero ella Be echó a reír :
con esta niña ! ¿Quieres ir a Ia ñesta del rey, con Io sucia
que-¡Yaya
estás? ¿Cómo vas a bailar, ei no tienes vestido ni zapatos?
Pero Cenicienta seguía pidiendo permiso para ir a Ia fresta, y la
madrasua le dijo :
voy a tirar un montón de lentejas a la ceniza de la co-
-Bueno,
cina; si eres capaz de recogerlas y limpiarlas antes de dos horas, po-
drás ir a Ia fiesta.
Cenicienta salió al jardín, y llamó a sus amigos los pájaros:
Palomitas blancas, tortolilla, pajaritos que estáis en el cielo !

¡Ayudadme a recoger las lentejas !
«¡Lae malae a un lado;
Iaa buenae, al puchero !»
Y entonces Ilegaron volando dos palomas blancae, una iértola y
muchos pajaritos, y se posaron en la ventana de la cocina; y luego
entraron y, con sus picos, empezaror a recoger las lentejas de la ceni.
za, y ponían las malas a u¡ lado y las buenas en un puchero. Antes
de una hora, ya estaban todae lae lentejas en su sitio, y los pajarillos
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se fueron volando. La niña llevó a su madrastra el puchero lleno de


lentejas, y pensaba que ya podría ir a la flesta; pero la madrastra dijo:
te hagas ilusiones ; no tienes vestido y no sabes bailar. Se
-No
reirán de ti.
Cenicienta se echó a llorar, y entonces dijo la mailrastra:
pues si sacas ile la ceniza dos fuentes de lentejas que voy
-S¿s¡6,
a echar, y las escoges bien antes de dos horas, podrás ir a la flesta.
Y por ilentro pensaba aguella mujer tan mala: <<Cenicienta se pa-
sará muchos días buscanilo las lentejasn.
Fue a Ia cocina, tiró a la ceniza doe fuentes grandes de lenteias; y
Cenicienta salió otra vez al jarilín y llamó a los páiaros:
blancas, amiga tórtolao pajarillos del cielo ! ¡Yenid
-¡Palomitas
a ayudarme !
«¡Las malas a un lado;
las buenaso aI Puchero !»
Y por la ventana de la coeina entraron dos palomas blancas, la
tórtola y muchos pajarillos; venían cantandoo y se pusieron a picotear
entre la ceniza, y apartaban lae lentejas y echaban laa buenas al pu'
chcro. Terminaron en media hora, y se marcharon otra vez volando'
Y la niña llevó el puchero lleno de lentejas a su madrastra; iba muy
contenta, porque pensaba que esta vez la dejarían ir ¡ la fiesta' Pero
aguella mujer tan mala ilijo r
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nada; no te dejo ir, Ni tienes vestido ni sabes bailar, y
nos-Nada,
darí¿ vergüenza ir contigo.
Y la mujer a la flesta con sus ilos hijas.
se marchó
Entonces fue Cenicienta a la tumba de su madre, se puso ilebajo del
avellano y dijo :
«¡Muéve¡e, arbolito; muévete, tesoro !

¡ Echa sobre mí tu plata y tu oro !>>

Y el árbol se meneó, y el pajarillo que estaba en las ramas le echó


a Cenicienta un vestido de oro y de platao y unos zapatitos de seda y
de plata. Cenicienta se vistió en seguida, y se fue a la fiesta del rey.
Estaba tan guapa, que ni su madrastra ni sus hermanastras la conocie-
ron, y creían que era alguna princesa de otras tierras. Pensaban que
Cenicienta estaba en la cociua de su casao recogiendo lentejas de la
centza. Y el hijo del rey, al ver a Cenicienta, se acercó a ella y la sacó
a bailar; ya no quiso bailar en toda la noche más que con ella, y
decía a las otras muchachas que querían bailar con él:
siento, pero mi pareja es ésta.
-Lo
Cenicieuta se pasó la noche bailantlo con el hijo tlel rey; y cuando
ya era muy tarde y qüso volver a su casa, el príncipe dijo:
te acompañaré.
-Yo
Es que guería ver dónde vivía aquella niña tan guapa; pero ella se
escapó y se escondió en el palomar. El prÍncipe esperó a que llegara
el padre de la niña, y le üjo que se había escondido en el palomar.
Y el padre pensó: <<¿Será Cenicienta?» Le trajeron un hacha, tiró
abajo el palomar, y no había uaüe dentro,
Cuando la madrastra y sus hijas volvieron a casa, encortraron a
Cenicienta dormida en la cocinao con eI delantal viejo y gris. La niña
había saltailo del palomar por detrás, había ido al cementerio, se había
s¡rñhi¡d6 de vestido, y el pajarillo había recogido el vestido de plata
y oro. Y luego había rrrelto Cenicienta a la cocina, con su delantal gris.
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Al día siguiente, cuando los padres y las dos hijastras volvieron
a la fiesta, Cenicienta fue a la tumba de su madre y dijo al avellano:
«iMuévete, arbolito ; muévete, tesoro !

¡Echa sobre mí tu plata y tu oro!»


EI árbol se movió, y el pájaro eché a Cenicienta un vestiilo todavía
más bonito; cuando Cenicienta fue a la fiesta, todo eI mundo se quedó

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asombrado al verla. Y el príncipe, que la estaba esperando, la llevó


de la mano a bailar; si se acercaban otras a bailar con é1, decía:
siento mucho, pero ésta es mi pareja.
-Lo
Llegó la noche, y Cenicienta quiso volver a su casa; pero el prín"
cipe quería ir con ella para ver donde ¡¡ivía. Cenicienta echó a correr
y se escondió en el jardín, detrás de la casa; allí había un árbol muy
grande, que tenía unas peras enorme§. Cenisienta trepé al árbol, se
escondié entre las ramas y el príncipe no la pudo encontrar. Esperé a
que Ilegara el padre, y le ilijo:
muchacha tan guapa ha desaparecido, y me parece que está
-Esa
en las ramas del peral.

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El padre pensó: <<¿Será Cenicienta?» Y mandó quc le llevaran el
hacha y tiró el árbol; pero no había nadie entre las ramas.
Cuando llegaron su mujer y las hijastras, vieron a Cenicienta dur-
miendo en la cocina, sobre la ceniza i y es que había bajado del peral
por el otro iado y había llevado el vestido de baile al pajarillo, y se
había puesto el delantal gris.
Al tercer díao en cuanto se marcharon a la fiesta los padres y las
hijastras, Cenicie¡rta volvió a la tumba de su madre y dijo al arbolito:
«¡ Muévete, arbolito; muévete, tesoro!
¡ Echa sobre mí tu plata y tu oro !>>
Y esta vez, el pajarillo le echó a Cenicienta un raje tan precioso
y tan brillante, que no se había visto nunca cosa igual; y le dio tam-
bién unos zapatitos de oro. Cuando Cenicienta entró en Ia fiesta, la
gente no sabía qué decir, de lo guapa que estaba. Y el hijo del rey sólo
quiso bailar con ella, y si se acercaban las demás, decía:
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siento, lo siento ; pero mi
-Loes ésta.
pareja
Llegó la noche, y Cenicienta qui-
so marcharse; el príncipe la quería
acompañar, y la niña echó a correr.
Pero al príncipe se le había oeu-
rrido una idea muy buena: había
mandado pintar las escaleras con
pez, y a Cenicienta se le queiló un
zapatito pegado a un escalón. Era
un zapato muy pequeño, y eI prínci.
pe se lo guardó y al día siguiente se
lo enseñó a su padre y dijo:
me casaré con la mucha.
cha-SóIo
que pueda ponerse €ste zapato.
Fueron probando el zapato a to-
das las muchachas de aquel reino;
cuando llegaron a casa de Cenisien-
ta, las hermanastras se pusieron muv
contentas, porque tenían el pie pe-
queño, La mayor cogié el zapatito.
se metió en su cuarto y se lo
quiso probar, pero no le cabía el dedo
gordo del pie, Enlonces su madre le dijo:
el cuchillo y córtate el dedo ! ¡Cuando seas reina, no ten-
-iToma
drás que andar a pie !
La hija se cortó el dedo, metió el pie en el zapato, se aguantó el
dolor y saüó a ver al príncipe; el príncipe la montó en su caballo, pero
al pasar por delante ele la tumba de la madre de Cenicienta,, dos palomas
que estaban .en el arboüto emp€zaron a cantar i
«Ruc, ruc, ruc... rucurucurato,
¡tiene sangre en el zapato !
Mira, príncipe, qué pasa:
tu novia ha quedado en casa.))
El príncipe miró y vio la sangre que salía del zapato; comprendió
la trampa, y llevó a la falsa novia a su casa. Entorces, la segunda hi-
jasúa se metió en su cuarto a probarse el zapato, pero no le cabía
el talón ; y su madre le dio el cuchillo y üjo :
Córtate un pedazo ilel talón ! Cuando seas reina, no tendrás que

caminar.
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Su hija se cortó un trozo del talón, metió el pie en el zapato, se
aguanló eI dolor y salió a ver al príncipe. Y él la montó en su caballo
y echaron a andar; pero cuando pesaban por delante de la tumba, las
dos palomas que. estaban en el avellano empezaron a cantar:
ruc, ruc... rucurucurato,
r<Ruc,
¡Tiene sangre en el zapato I
Hijo del'rey, ¿qué te pasa?
Tu novia ha quedado en ca6a.))
EI príncipe miró, vio la sangre que salía del zapato, y volvió a la
casa con la falsa novia y dijo:
era ésta Ia que yo buscaba. ¿No tenéis otra hija?
-Tampoco no... el padre-. Sólo tengo una niña que me dejó
-Pues, -dijo
mi primera mujer, pero es una pobre niña pequeña y sucia y no puede
ser la novia.
importa, quiero verla el príncipe.
-No
Y Ia madrastra pro. -dijo
testó:
no, por Dioe .
Esa-No,
chica está muy sucia
y no se la puede ver,
importa, quiero
-No
verla el príncipe.
-dijo llamaron a
Entonces
Cenicienta, y ella se lavó
ile prisa Ia cara y las ma-
nos, y salió a probarse el
zapatito de oro. Y el zapa-
to le estaba muy bien,
Cenicienta Ievantó la
cabez4 y miró al prínci-
pe, y éI, entonces la reco.
noció y dijo :
es la que bus-
-¡Esta
caba !
La madrastra y sus hi-
jas se pusieron blancas de
Ia rabia que. les dio; y el
príncipe montó a Ceni.
cienta en su caballo y
Una se puso a la derecha de Cenicienta, y la otra a Ia izquierda;
y entonces, las palomas sacaron un ojo a cada hermanastra, con el pico.
Y al salir de Ia iglesia, las hermanastras volvieron a ponerse cad.a
-t una a ur lado de Cenicienta, y las palomas les sacaron el otro ojo.
¡ Caramba con Ias palomitas ! Pero es que tenían que castigar a las
hermanastras por haber sido tan malas y por haber tenido tan mal
corazón.

EL SASTRECILLO YA.LIENTE

ERA UNA MAÑANA DE YERANO. Un sastrecillo estaba sentado en su


mesa, junto a la ventana; t€nía muy buen humor y cosía con entu,
siasmo. Y en esto, pasó por la calle una mujer que vendía dulce.
rico dulce de ciruelas ! ¿Quiéu me compra el rico dulce tle
-¡Al
ciruelas?
Al sastrecillo se le hizo la boca agua; se asomó a la ventana y
gritó :
Buena mujer, buena mujer I ¡ Suba, que voy a comprarle dulce !

La buena mujer subió la escalera cargada con su cesta; un piso, otro
piso, hasta el tercero. Y como el saetrecillo quería ver bien el dulce, la
mujer tuvo que destapar un tarro, otro tarro, todos los tarros de dulce
que llevaba. Y el sastrecillo los miró, los olió, metió un dedo en caila
larro y chupó el dulce, y al fin dijo:
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parece que es buen dulce. Yamos a ver... Péseme usted cin-
-Me
cuenta gramos; bueno,,no importa que sean cien gramos,
Y la mujer, que creía qüe iba a vender unos cuantos tarros enteros,
pesó una cucharada de ilulce solamente y se marchó de mal humor.
El sastrecillo, en cambio, estaba muy contento.
bendiga este dulce y permita que me ponga fuerte al eo-
-¡Dios
merlo !
Sacó del armario u.n trozo de pan y lo untó con el dulce.
Huy, qué rico va a estar I Pero antes de comérmelo, terminaré

este traje.
Dejó el pan sobre la mesa y siguió cosiendo; y estaba tan alegre,
que cada vez d.aba las puntadas más Iargas. Pero el olor del dulce llegó
a la pared, y en la pared había posadas muchas moscas, y las moscas
bajaron volando a chupar el dulce ile ciruela,
! ¿Quién os ha invitado a vosotras? el sastrecilloo es-
-¡Eh -gritó
pantando a las moscas; pero ellas, como si nada, volvían otra vez a
posarse en el pan.
El sasrecillo se enfadó; buscó un pedazo de tela y dio un buen
golpe a las moscas. Y entonc€s vio que había matado a siete, por Io
menos,
un chico valiente ! el sastrecilloo muy orgulloso-.
-¡Soy -dijo
¡Soy un héroe, y quiero que lo sepa totlo el mundo !
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Entonces cortó un trozo de cuero, se
hizo un cinturón y Io bordó con unas letras
muy grandes que decían: «MATASIETE».
-i Q"é barbaridad ! ¡ Soy un matasie-
tel Lo tiene que saber todo el munilo.
Estaba como loco ile alegría; se puso
el cinturón y se levantó. Miró su taller, que
era demasiado pec¡ueñito para un héroe
como él; buscó por la casa algo que le sir-
viera para un viaje, y sólo encontró un
pedazo de llueso ya viejo, y se lo guardé en
el bolsillo. Al salir vio a un pájaro que se
había enredado en urras matas, y se lo
guardé también; y luego se marchó corrien-
do y saltando, y de lo contento que
estaba daba cada vez saltos más
largos.
Corriendo y saltando llegó a lo
alto de una montaña ; y allí vio a un
gigantón enorme con cara de aburri.
do. EI sastrecillo se acercó sin miedo
y dijo al gigante :
dias, eompañero !
-¡Buenos
¿ Qué hay? ¿Estás mirando lo
grande que es el mundo? Yo he
salido a recorrerlo y a buscar for-
tuna; si quieres, puedes venir con-
migo.
EI gigantón miró con desprecio
al sastrecillo y dijo :
Monigote I ¡Desgraciado !
-¡ Eh I el sastre-
- ¡ Eh-gritó
cillo-.
¡
! Qué te has
¿
creído ? ¡Mira ! desa-
-se
brochó la chaqueta y le en-
señó el cinturón-. ¡Antla,
Iee lo que pone aquí, y sa-
brás quién soy !
El gigante leyó : MATA-
SIETE, Entonces pe¡lsó que
el sastrecillo había matado siete hombres, y empezó a mirarle cor más
respeto; pero guiso asegurarse de la fuerza del castreo y cogió una pie-
dra y la apretó en la mano hasta que de la piedra salió aguao y luego dijo:
Anda ; si eres tan fuerte, haz Io mismo que he hecho yo !
-¡ una cosa --dijo el sastrecillo-. Eso es un juego de niños
-Yaya
para los fuertotes como yo.
Y el sastrecillo sacó su pedazo de queso y lo apretó con la mano
hasta que empezó a salir el jugo del gueso.
visto ? Tengo más fuerza que tú dijo aI gigante.
-¿,Has -le
El gigante no supo qué contestar; estaba asombrailo ile la fuerza
de aquel pequeñajo. Entonces cogió otra piedra y la echó a lo alto, hasta
gue se perdió de vista; y dijo al sastre:
valiente, prueba tú a ver !
-¡Anila,tiro; sí, señor... --dijo el sastrecillo-. Pero tu pieilra ha
-Buen
vuelto a caer al süelo. Mira lo que hago yo,
Sacó de su bolsillo el pájaro, lo echó al aire, y el pájaro, encantado
de la vida, se fue volando y se perilió de vista,
! tal, compañero? el sastrecillo al gigante.
-¡Eh ¿Qué -dijo
vaya, sabes tirar bien; pero ahora vamos a ver si puedes
-Yaya,
cargar con un buen peso. al sastrecillo hasta un roble muy
-Llevó
grande que €staba caído en el suelo, y dijo-: Ya que eres tan forzudoo
ayúdame a sacar este árbol del bosque,

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mucho gusto el sastrecillo-. Tú levanta eI tronco, y
-Con
yo cargaré -dijo
con las ramas, que pesan más.
El gigante se echó el tronco al hombro, y el pillo del sasre se sentó
en una de las ramas; y como el gigante no podía volverse, no se dio
cuenta de que cargaba con el árbol y con el sastre; y el sastreóillo üa
silbando una canción, muy contento, mientras el gigante sudaba y tra-
bajaba,
Llegó un momento en que el gigante ya no podía más, y dijo:
a soltar el tron€o; ten cuidado.
-Yoy
El sastrecillo saltó al suelo, agarró el árbol con los dos brazos, como
si lo hubiera estado llevando, y dijo al gigante:
que ver; con lo grande que eres, y te cansas en seguida de
-Hay
llevar un árbol.
Luego siguieron andando; llegaron junto a un cerezo, y el gigante
cogió las ramas altas, las dobló y dijo aI sastrecillo que las sujetara
pa¡a comer cerezas; pero como el sastrecillo e¡a muy pequeño, cuando
el gigante soltó lag ramas, rlo las pudo sujetar; y las ramas se endereza-
ron de golpe y el saetrecillo salió disparado por el aire; cuando cayó
al suelo, el gigante le dijo:
vaya.. Me parece que to lienes fuerza para sujetar un
-Yaya,
arbolito...
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I
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.

-'{.
este arbolito...
¿Qué es esto para un matasiete como yo? Lo
que-Bah,
pasa es que he visto a unoe cazadoreg que disparaban entre esas
matas, y por eso he saltado. Salta tú, si eres capaz.
El gigante quiso saltar; pero se quedó enganchado en lae ramas del
cerezo, y comprenüó que el sastrocillo le habia ganado también a sal-
tar i aBí que le dijo:
que ere6 tan valieate, ven a pasar la noche a la cueva de loe
-Ya
gigantes.
El sastrecillo dijo que no tenía inconveni€nte, y le siguió. Llegaron
a la cueva y vieron a varios gigantes sentados junto al fuego; eada uno
tenía en la mano un cordero asailo, y se lo estaba comiendo. El sashe-
cillo miró la cueva y pensó: «Esto es mucho más granile que mi taller>¡.
El gigantón Ie llevó a u¡ra cama euorme y le dijo que se acostara, Pero
el eastrecillo norquería meterse en aquella cama tan grande y se quealó en
un rincón. Y a meilianoche, el gigantén creyó que el eastre estaba dur-
miendo en la cama, cogió una barra ile hierro y dio un golpe uemenalo
sobre Ia cama para matar al hombrecillo ; pgnsó que ya lo había marado
y se fue con sus compañeros hacia el bosque. Llegó la mañana, y de
pronto, los gigantee vieron apareeer al sastrecillo tan fresco, ¡ Qué susto
se llevaron ! Creian que estaba muerto, y ahora p€nsaron que los iba
a lnatar a todos; echaron a correr, cada uno por un lado.
El sastrecillo siguió caminandon muy animoso. Al fin llegó aI jardin
del rey, y como estaba cansado, se echó a dormir en la hierba; y
cuando estaba bien dormido, unas personas se acercaron a mirarle,
y leyeron lo que ponía en su cinturón: MATASIETE.
-¡ Q"é barbaridad ! Debe de ser un guerrero terrible --dijeron
aquellas personas-. Y ahora que estamoe et paz, ¿por qué habrá
venido?
Fueron a decírselo al rey; no había que desperdiciar un guerrero
así, en caso de que hubiera guerra. El rey pensó que teniarr razóro', y
mandó a uno de eus caballeroe para contratar al sastre; el caballero fue
al jardín y se quedó mirando al hombrecillo dormiilo, y en cuanto se
desperté le dio el recado d€l rey.
venido precisamente para servir al rey el sastrecillo-;
así
-Iie
que, de acuerdo. -dijo
Le hicieron un recibimiento estupendo y le dieron una casa para
él; pero los soldados del rey no le querían, porque tenían miedo de
que aquel úatasiete loe venciera a todos si se peleaban.
Fueron todos juntos a ver al rey y Ie dijeron que se marchaban, que
no querían estar con un hombre capaz de matar a siete de un golpe.
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Al rey le daba pena quedarse sin soldados, v se arrepintió de haber
contratado al sastrecillo; pero no se atrevía a echarle de la corte, no
fuera aquel matasiete a quitarle el trono ). a matar a toda su gente. Se
puso a pensar .v a pensar, v al fin se Ie ocurrió una idea. Dijo al sastre
que, r,a que era tan valiente, le iba a proponer una cosa: había en el
reino dos gigantes que no hacían más que barbaridades, mataban a la
gente, quemaban las casas, lo robaban todo y no dejaban vivir en paz
a rradie. Y ninguno de sus guerreros se atrevía a acercarse a los gigan-
tes. Si é1, el forzudo matasiete, vencía a aquellos gigantes, Ie dejaría
cas¿rse con la princesa y Ie daría la mitad de su reino. Le clijo también
que le prestaría cien soldados para gue le acompañaran a luchar con
los gigantes.
El sastrecillo pensó: <rVa_va, no me ventlría mal casarme con una
princesa v ser rev de medio reino; no todos los días le ofrecen a uno
cosa-" así>r.
Y dijo al rey:
acuerdo. Mataré a los gigantes. Y los cien soldados, te los
-De
quedas si quieres, que a mí no me hacen falta. El que mata siete de
golpe, bien puede matar a dos.
Salió el sastrecillo del palacio, y Ios cien soldados le siguieron a
caballo; pero al llegar al bosque, el sastre les dijo:
aquí, porque yo quiero luchar solo con los gigantes.
-Quedaos
Se metió en el bosque, y empezó a mirar a todos los lados; de
pronto vio a los dos gigantes, que estaban dormidos debajo de un árbol,
29
y roncaban ta¡ fuerte que lae rámae del árbol subían y bajabau al aire
de los ronquidos. El saetrecillo se llenó los bolsillos de pieilrae, trepó
al árbolo se eentó en uua rama que eetaba encima ile los gigantes, y om-
pezó a tirar piedras sobre uno de ellos. Al cabo de un rato, el gigante
se despertó, empujó a su compañero y le dijo:
tú, ¿por qué me hae pegailo?
-Oye,estág soñando; yo ni siquiera te he tocado.
-Tú
s, Yolvieron a dormirse, y el sastrecillo tiró piedras al otro
gigante.
:^ü Eh ! el gigante, saeudiendo a su
- i
compañero-. -gritó !
¡ Eh ¿Qué haces? ¿Por qué me
tiras piedras?
¿Yo? ¿Que yo te tiro piedrae? ¡Estrás
loco !
Se pelearon urr rato, y luego se
volvieron a dormir. Y entouces, el
sagtrecillo tiró con fuerza,la piedra
más grande encima del primei gi-
gante.
ya ee el colmo !
-¡Esto furioso; ealtó eobre
el gigante, -griid
su
§ amigo, y el otro gigante se dio un
, golpe contra el árbol, que por poco
Io tumba; y entonces los dos gigan-
. te8 agarraron u¡ro8 tro¡rcos y empe-
zaron a darss unos estacazos terri-
a.

' ¡
1
bles, haeta que se mataron los dos. EI eastrecillo bajó entonces del árbol
y dijo :
menos mal que uo se les ocurrió arrancar el árbol donde yo
-Yaya,
estaba, porquo hubiera tenido que saltar como una ardilla a otro árbol,
) Sacó su espada, se la clavé en el pecho a los gigantes muerto6, y Be
volüó a buscar a los soldado¡.
Eh, soldados ! Ya podéis venir. Ya he matado a los gigantes,
que-¡
i
buen trabajo me ha costado: ee defenilieron arrancando troncos,
pero a un matasiete como yo eso no Ie asusta.
te han herido? preguntaron los soltlados.
-¿No
iNo eB tan -le
fácil herirme a mí! No me han tocado ni un
pelo.-¿Ami?
Loe soldados no Ie creían y entraron en el bosque; y alli vieron a
Ios dos gigantes muertos y llenoe de sangreo y, junto a ellos, Ios troncos
gue habían arrancado para pegarae.
El eastrecillo pidió al rey la recompensa que le había prometido;
pero el rey no se decidía a ilarle a su hija como mujer, y dijo que el sas-
trecillo tenía que dar otra prue-
ba de su valor: en el bosque había
un unicornio muy fiero, que todo
lo destrozaba; el sastre tenía que
m¡tarlo.
Yaya cosa ! el sas-

trecillo-. ün -dijo
unicornio no ee
nada comparado coa dos gigantes,
Pidió un hacha, se metió en
el bosque, dijo a los cazadores
que Ie acompañaban que se que.
daran fuera, y de pronto salió el
unicornio entre los árboles y se _
lanzó contra el sastrecillo,
Eh, amigo, no tan de pri.
ea !
-¡ el sastre; y cuando
-gritó
el animal iba a clavarle su cuerno, \
el sastre se escondió de un salto Ir
,.
detás de un árbol, y el unicor-
nio, al embestirle, se dio de ca.
beza contra el trouco y se quedó ;
..con el cuerno clavado al árbol. / - 1$
te tenso! -.gritó el
f \Ñ
-¡Ya
sastre; salió de detrás del árbol, ató al unicornio con una cuerda
que llevaba, corté con el hacha el cuerno y llevó al animal atado
al rey.
Pero el rey no acababa de deeidirse a casarle con su hija, y le mandó
hacer otra oosa 3 que matara a un jabalí muy salvaje que andaba por el
bosque.
! ¡ Eso lo hace un rriño !
-üjo el sastrecillo.
Q"é bobada

Fue al bosque, dejó a la entrada a los cazadores que iban con é1, y
gue no tenían ninguna gana de luchar con el jabalí, y se metió entre
los árboles; y en cuanto salió el jabalí, echando espuma por la boca y
queriendo clavarle los colmillos, el sastre echó a correr y se metió en
una capilla que habia por allí, y saltó por una ventana y salió aI otro
lado. El jabalí, que corría detrás de é1, se metió también en la capilla,
pero el sastre cerró la puerta y dejó encerrado aI animal. Llamó luego
a los cazadores, para que vieran con sus propios ojos aI jabalí preso;
y el sastrecillo fue a ver al rey, I el rey tuvo gue darle lo prometido,
con ganas o sin ellas: Ie dio a su hija por e6posa, y Ia mitad de eu
reino. Si el rey hubiera sabido que su hija no se casaba con un famo-
so guerrero sino con un simple sastre, se habría puesto furioso. Cele-
brarou Ia boda con muchas fiestas, y cl sastrecillo se convirtió en rey.
Pasó eI tiempo, y una noche, la princesa oyó que su marido el
matasiete decia en sueños :
termina la chaqueta y remata los pantalones, si no
-¡Sastrecillo,
quieres que te sacuda !
32
La princesa eompreudió que su mariilo no era un guerrero sino
un muchacho pobre, y al día siguiente fue a quejarse a su padre y le
dijo que no quería ser la mujer de un sastre.
El rey la consolé y üjo :
esta noche abierta la puerta ale tu cuarto ; mis criados es-
-Deja
tarán fuera, y, en cuanto tu marido se duerma, le llevarán a un bar-
co y le mandarenoe lejos de aquí.
La princesa dijo que así lo haría; pero el escudero del rey lo ha-
bía oído todo y, como quería mucho al sastrecillo, fue a contarle lo que
pensaban hacer con é1. El sastrecillo dijo entonces !
verán lo que es bueno.
-A}ora
Por la noche s€ metió en la cama como siempre, y cuando la prin-
cesa creyó que ya eetaba dormido, fue a sbrir la puerta. Y el sastre-
cillo, que se estaba haciendo el ilormidoo empezó a gritar como si so-
ñara :
Sastrecillo, termina esta chaqueta y remata los pantalones, o

te sacudiré ! ¡He matado a siete de un golpe, y he vencido a ilos gigan.
[es, a un unicornio y a un jabalí ! ¡ Ya verán, los que están en la
puerta !
Entonces, los que estaban en Ia puerta s€ asustaron muchísimo,
echaron a correr como si Ies persigu.iera un ejército, y ya no volrrieron
a atreverse a hacerle nada al sastrecillo.
Y el sasrecillo siguió siendo rey durante toda su vida.
y pringosa de los pies a la cabeza; y el gallo que estaba en el pozo. aI
verla, se puso a cantar:
<i¡Kikirikí!
¡La niña sucia ya está aquí!»
Y ya nunca pudo Ia niña quitarse dcl cuerpo aquella pez negra,
y así tuvo que vivir hasta que se murió.

LOS MÚSICOS DE BREMEN

UN HOMBRE TENÍA UN BURRO; era ya un burro muy viejecito, el


pobre. Toda la vida había estado llevando sacos al molino, y ya estaba
cansadísimo y no podía trabajar. Su amo pensó que lo mejor era matar
al burro; pero el burro, que no era tonto, §e escapó y echó a trotar por
el camino de Bremen. Peneaba que en aquella ciudail podría hacer de
músico.
'\

Cuando ya llevaba un rato trotando, se encontré con un perro de


caza que estaba echado en el camino, respirando con fuerza y con la
lengua fuera; se veía que había corrido mucho.
qué cansado está6 dijo el burro.
-Chico, ! Como que mi amo -lequería matarme I Y todo porque ya
-¡Claro ¡
soy viejo y no puedo cazar bien. ¡Qué ingratitud ! Me he escapado de
casa, pero ahora no sé cómo voy a vivir,
te preocup€s ; vente conmigo a Bremen, y nos haremos mú-
-No
sicos. Yo tocaré el Iaúd y tú el bombo.
El perro se animó y se fue con el burro. Y al poco rato, se encon.
traron con un gato que ponia una cara tristísima.
te pasa, Minino? preguntó el burro.
-¿Q"é me va a pasar I -le estoy para bromas ! Como ya soy
-¡Q"é ¡No
viejo y no puedo correr detrás de los ratones, y me gustaba que-
darme calentito junto al fogón, mi ama ha querido ahogarme.
¡Brrrl ¡Qué barbaridad ! Me he escapado, pero ahora no sé qué
hacer.
a Bremen con nosotros ; vamos a ser músicos, y tú, que
-\¡¿¡tg
cantas tan bien por las noches, tendrás allí mucbo éxito.
Al gato le gustó la idea y se marchó con ellos. Pasaron junto a una
grarrja, y oyeron a un gallo, que estaba subido a la tapia y chillaba
como un loco.

39
.,

manera de chillar !
-¡ Q"é
el burro-. -dijo
¿ Se puede saber qué te
pasa?
me pasa, qué me pasa?
-¿Q"é
no sirve de nada ser bueno I Hoy
¡ Que
he cantado que iba a hacer buen tiem-
t po, porque es el día en que la Yirgen
lava la ropita del Niúo Jesús y la pone
a secar; pero nadie me ha hecho
caso, Mañana es domingo, venilrán
invitados, y me van a matar- para
,t
hacer un buen caldo. Así que estoy
chillanilo para aprovecharme, mien-
tras pueda.
seas bobo, hombre, y vente
-No
con nosotros el burro-. Nos
I
i -dijo-
vamos a Bremen, y con la }¡uena voz
que tienes nos servirás para nuestra
i, banda de música.
¡ Al gallo le pareció muy bien y
,1 se marché con ellos.
t Pero como la ciutlad de Bremen
N

E estaba muy lejos, tuvieron que pasar

r LI
la noche en un bosque. El
burro y eI perro se echa-
ron a dormir debajo de un
árbol, y el gato y el gallo
se subieron a las ramas; y
el gallo, por si acaso, se
encaramó a la rama más
alta. Y cuando ya se iba
E

I
!
§

-
I
r4

r
a dormir, vio desde allí una lucecita a lo lejos, y dijo a sus amigos que
debía de ser la luz de'alguna casa,
vamos a la casa el burro-, porque la verdad es que
aqui-Pues
estamos muy mal.
-dijo
Y el perro dijo que le parecía muy bien ir a Ia casa, donde a lo
mejor encontraban algrin hueso o algo que comer. Echaron a andar,

t guiados por la}luz, y Ilegaron a una guarida de ladrones. El burro, como


era el más grande, se acercó a la ventana a mirar.
ves, compañero? eI gallo,
-¿Q"é madre mía I Estoy-preguntó
viendo una mesa llena de cosas ricas, y
unos-¡Ay,
Iadrones que se están dando un. banquetazo.
I
j -¡
Con el hambre que tenemos nosotros ! - suspiró el gallo.
Y los cuatro animales empezaron a pensar cómo podrían espantar

I a los ladrones; al fin se les ocurrió una idea: el burro se puso junto a
la ventana, el perro se subió al buro, el gato saltó sobre el pe¡ro y el
gallo se colocó encima del gato. Y entorroes empezaron a dar un con-
cierto. ¡Dios mio, qué concierto ! EI burro rebuznaba, el perro ladraba,
el gato maullaba y el gallo cantaba con todas sus fuerzas. Y, de repente,
T saltaron los cuatro por Ia ventana, rompieron los cristales, y los ladro-
nes, espantados, creyeron que eran fantasmas y salieron corriendo a
esconderse en el bosque. Y los cuatro animales se sentaron a la mesa

-r
F!: .t
"lü
üt-.

t
y se comieron todo lo que quedabao con un hambre enorme. Cuanilo
terminaron de comer, apagaron la luz y buscaron algrin sitio para ilor-
mir: el burro se tumbó en un montén de estiércol, el perro se echó
detrás de la puerta, ol gato ee hizo un oüllo junto al fogón, y el gallo
ee subió a una üga.
Ya era muy tarde, y los ladrones, deeile el bosque, vieron gue no
había luz en la casa, y su capitán dijo:
Qué tontos hemos sidoo al asuelarnos aeí ! Que vaya uno de voso-

tros a ver gué pasa en nue8tra guaúda.
Fue uno de los ladrones, entró en la casa, no vio a naüe, y quieo
encender la luz ile la cocina; y como loe ojos ilel gato brillaban tarxto en

oscuridado el ladrón creyó que eran chispitad del fogón y fue a encen.
der la luz con ellas. El gato, que no entendía de bromas, Ie ealtó a I¡
cara y empezó a arañarle y a morderle ; y el laüón se llevó un sueto
tremehdo y guiso salir corrieudo de la casa. Pero se tropezó con el
perro, y el perro le tlio ¡¡n buen mordisco en la pierna, El ladrón salié
asustadísimo y cojeando, y al pasar por el patio, se acercó al montón
de estiércol y el burro le üo una coz. Y entonces, el gallo, al oír todo
aquel barullo, se despertó y 8e puso a cantar: «¡Kikirikíí !».
El ladrón salió a toilo correr, llegó donde estaba¡ eus compañeros
y dijo al capitán :
q"é horror ! ¡En nuestra casa hay una bruja espantosa !
¡
-¡Ay,
Mirad cómo me ha arañado ! Y iletrás de Ia puerta había un hombre
con un cuchillo, y m€ lo ha clavarlo en la pierna; y en el patio hay
algrin monetruo negro, que me ha dado un ganotazo; yo en lo alto de
la casa, eetá subido el juez, y no hace máe que gritar: r<¡Traedme al
ladrón aquí, aquí, aquÍ» ¡Uf, me he escapado de milagro !
Desde entoncee, los ladrones no volvieron a la casa, y lo8 cuatro
músicos, en lugar de irs€ a Bremen, se quedaron alli tan contentos.

NABIZA
EABfA LINA YEZ u¡ hombre y l,¡a 6¡je¡ que estaban muy trigtes
porque no tenían hijos; hasta que un día, Dios les anunció que iban
a t€ner uno.
Yivían en el campo y por la ventana de detrás ale su casita se veía una
huerta muy hermosa, donde crecían muchas plantas y flores; Ia huerta
tenía una tapia muy alta, y nadie podía entrar allío porque la ilueña
de aquella huerta era una hechicera, y toilo el muntlo le tenía miedo.
Un día, Ia mujer Be asomó a la ventanita y se puso a mirar a la
huerta de la hechicera; había allí un sembrado tle nabizas tan frescas
y tan verdes, que a la rnujer le entraron muchas ganas de comérselas.
Y cada día tenía más ganas ile comer aquellas nabizas, y como no podia
ir a cortarlas, se ponía flaca, flaca y páüda, la pobrecilla. Su marido
se asustó al verla tan flaca y tan pálida, y le preguntó:
mujer,¿gué te pasa?
-Pero,
Ay, marido ! Me voy a morir si no me como las nabizae que hay
-¡ huerto de detrás de caea.
en el
El maridoo que queúa mucho a su mujer, pensó : <<Cortaré esas na-
bizaa, y que eea lo gue Dios quiera; no voy a dejar que se muera mi
mujer».
Así gue, cuanclo llegó la noche, saltó a la huerta ile la hechicera,
arrancó un puñailo de nabizas y se las llevó a su mujer; y Ia mujer se
hizo en seguida una ensalaila, y se la comió, .tan contenta. Y al día
sigrriente, le entrarou muchas más ganae de comer otra ensalaila de
nabizas; su'marido volvió a saltar al huerto y ya iba a cortar más na-
bizas, cuando se llevó un susto tremendo: la hechicera estaba allí,
tlelalte de é1, mirándole con una cara espantosa, y se puso a gritar:
te atreves a saltar a mi huerto? ¡Ladrón ! ¡Yienes a ro-
-¿Cómo
barme las nabizas ! ¡Pue6 ya verás lo que te pasa!
M
BLANCAIrIEYES

ERA EN INVIERNO. La nieve caia, caía. . . y una reina estaba cosien-


do ju:rto a Ia ventana, y miraba como caía la nieve. La ventana era
de madera oscura; la nieve era muy blanca, y la reina, por mirar la
nieve, se piachó un dedo con la aguja y le salió una gotita de sangre
muy roja, y luego otra gota, y otra más; -y las gotas rojas d.e sangre ca.
.yeron sobre la nieve blanca, y la reina se las guedó mirando y pensó:
«¡Ay, si yo tuviera una niña blanca como la uieve, roja como la san.
gre, mor€na como la madera de es¡a ventana... !))
Y, a los pocos días, tuvo una niña gue era blanca como la nieve,
con Ios Iabios rojos como la sangre y el pelo oscuro como madera de
ébano, y Ia llamó Bla¡canieves, Pero al nacer Ia niña, la reina se
murió.
Pasó un aio, y el rey se casó con otra mujer que era muy guapa,
pero orgullosa y pr€sumida; no podía soportar que alguien fuera más
guapa que ella. Tenía un espejo mágico, y cuando se miraba a aquel
espejo le preguntaba :

<<Espejo de luna, espejo de estrella,


dime en esta tierra, quién es la más bella?»
¿,

Y el espejito le conteshba :
tú eres la más bella de esta tierra».
<<Reina,
Y la reina se ponía muy contenta, porque sabía que el espejito
mágico decía siempre la verdad.
Blancaaieves iba crecienilo, y cada vez era más bonita; cuando
cumplió siete años, era tan bella como un día de sol, más bella que la
nisma reina. Y un día, la reina preguntó a su espejito:
<<Espejo de luaa, espejo de estrella,
dime ¿n esta tierra, ¿quién es Ia más bella?»
Y el espejito contestó :
«Lo üje rle ti, y Io digo de ella :
ahora es Blancanieves mil veces más bellan.
La rein¿ se puso furiosa, Be puso amarilla, se puso verde de en-
vidia; y cada vez qus miraba a Blancanieves, se le revolvía el cora.
4A
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zón de rabia. La rabia y la envidia se le enredaban por dentro como


hierbas malas, no Ia dejaban vivir, Hasta que un día llamó a un caza-
dor y le dijo :
a esta niña aI bosque, ¡Llévatela, que yo la pierda de
-Llévate
vista ! ¡Llévatela y mátala, y tráeme luego su asadura, para que yo vea
que me has obedecido I
El cazador obedeció a la reina y se Ilevó a la niña; pero cuando ya
iba a clavarle su cuchillo de monte, Blancanieves se echó a llorar:
me mates, cazador I ¡No me mates ! Me iré por el bosque
y no-¡No
volveré nunca más.
Era una niña muy bonita, y el cazador era bueno y no la quería
matar, así que dijo :
niña ! Sí, vete por el bosque.
-¡Pobrecita
Pensaba que las fieras del bosque se la comerían, pero por lo menos
no tendría que matarla él; y en €sto encontró un jabalí pequeño, lo
mató y Ie sacó los pulmones y el hígado y se los llevó a Ia reina;
y aqúella mujer tan mala hizo que el cocinero guisara la asadura
del jabalí y se la comió, creyendo que se comía Ia asadura de Blanca-
nieves.
Ya estaba Ia pobre niña sola en el bosgue; era un bosque muy
grande y Blancanieves tenía tanto miedo, que miraba a los árboles y las
hojas y no sabía qué hacer. Eché a correr entre las piedras y las zarzas,
y Ios animales salvajes pasaban a su lado, pero no le hacían daño;
4S
{

corrió y corrió, hasta que sé hizo de noche. Y entonces vio una casita,
allí en el bosque; y como estaba cansada, entré en la casa para dormir,
Todo en la casita era pequeño; toclo estaba limpio y ordenado,
daba gusto verlo. Eabía una mesita con un mantel blanco, y siete pla-
titos, siete cucharitas y tenedores y cuchillitos muy chiquitines, y
siete copitas. Y junto a la pared había siete camas pequeñitas puestas
en fila, con las sábanas muy blancas. Blancanieves tenía hambre y
sed, y se comió un poco de verdura y del pan de los siete platiros, y be-
bió un sorbito de vino de cada copita, porque no le parecía bien qui-
tar la comida a uno solo, Despuéso como estaba tan cansada, se echó
eu una de Ias camitas, pero €ra demasiado pequeña para ella; luego
se echó en otra, y €ra grande; y por Én se echó en la séptima cama,
que era de su medida. Rezó y se quedó dormida.
Ya muy de noche llegaron los ilueños ile Ia casita: eran siete ena-
nitos que trabajaban de mineros en las montañas. Encendieron sus
siete lamparitas y entonces vieron que alguien había estado en Bu casa.
EI primer enanito üjo :
se ha sentailo en mi sillita?
-¿Quién
50
)- ii¡{

f
I El segundo dijo :
ha comido en mi platito?
,'l -¿Quién
El tercero preguntó :
I mi
..i Quién me ha quitado pan?
* -¿
El cuarto üjo :
se ha comiilo mi verilura?
-¿Quién
El quinto :
ha andado con mi tenedor?
-¿Quién
El sexto :
Quién ha usado mi cuchillo ?
-¿
Y el séptimo chilló :
se ha bebido mi vino?
-¿Quién
Y entonces, el primer enano miró las camas y vio un hoyo en una
de ellas y dijo :
se ha subido a mi cama?
-¿Quién
Y todos los enanitos se acercaron a ]a6 camas y gritaron:
También se han echado e¡ mi cama ! ¡ Y en la mía ! ¡ Y en la mía !

Entonces el séptimo enanito miró su cama y vio a Blancanievos,
5l
dormida, Llamó a los otros, que se acercaron a mirarla; levantaron
sus lamparitas para verla bien y gritaron:
Dios mío! ¡Ay, Dios mío! ¡Qué niña tan preciosa I
-¡Ay,
Estaban encantados y no Ia quisieron despertar; el séptimo ena-
nito durmió una hora en la cama de cada uno de sus compañeros, y
así pasaroa Ia noche,
Cuando fue de día, Blancanieves se despertó, vio a los eranos y
se a6ustó mucho; pero los enanitos eran muy simpáticos y le pregun-
taroD :
te llamas, niña?
-¿Cómo
llamo Blancanieves.
-Me cémo has llegado á nuestra casita?
-.1Y madrastra quería gue me mataran, pero el cazador era muy
-Mi
bueno y me dejó en el bosque, y yo eché a correr hasta que llegué aquí.
Los enanitos le dijeron entonces:
cuidar de nuestra casa? ¿Nos harás la comida, y las
-¿Quieres
camas, y nos lavarás la ropa y la zurcirás?
Sí, sí ! Blancanieves-. ¡Yo lo haré todo muy bien si me
-¡ vivir con-dijo
dejáis vosotros !
Y así se quedó Blancanieves a vivir con los enanitos del bosque;
por Ias mañanas, los enanos se marchaban a las montañas a sacar oro,
y mientras tanto Blancanieves arreglaba Ia casa y hacía Ia comida; y
cuando volvían los enanitos, Ies tenía preparada una cena muy buena.
Los enanos querían mucho a Blancanieves, y le dijeron:
tu madrastra se enterará de que estás aquí, y no queremos que te haga
daño.
Y mieutras tanto, la reina, que creía que Blancanieves estaba
muerta porque se habÍa co¡gido aquella asadura, preguntó a su es-
pejito :
«Espejo de luna, espejo de esrrella,
dime: en esla tierra, ¿ guién es la más bella?>>
Creía que el espejo üa a con¡estar que ella era la más bella, pero
el espejo dijo :
<<Aquí eres tú la
más hermosa,
pero en Ia casa d.e los enanos
es Blancanieves como una diosa».

La reiua se asustó, porgue sabía que su €spejo mágico decía siem-


pre la verdarl; comprenüó que el cazailor la había engañado, y guc
Blancanieves vivía todaüa, y empezó a pensar otra vez en matarla.
No podía sopo¡tar que hubiera eu toda Ia tierra alguna más guapa
que ella.
Al frn se le ocurrió una idea: §e pintó la cara, se vistió como una
vieja pobre, ile las que venilen chucherías por los caminos, y se {ue
a las siete montañas donile üvían los sie;te enanos. Llegó a la casita y
Ilamó a la puerta.
Yendo vestiilos ! ¡ Trajes y lazos de moda para las damas !

53
Blancanieves se asomó a la ventana y llamó a la mujer :
Buenos días, señora ! ¿ Qué veuile usteil?
-¡ de moda ! ¡ Yendo trajes y lazos de todos los colores !
-¡Yestidos
Sacó u¡ro de los lazos de seda bo¡dada en colorines y se lo enseñó
a Blancanieves, La niña pensó: «¡Qué cinta tan bonita I»
Abrió la puerta, compró el lazo y empezó a probárselo. La mujer
le dijo :
niña, cómo estás de guapa ! Ven, te voy a arar bien ese
lazo-¡Ay,
al cuello, (Iue es como se llevan ahora.
Blancanieveg se acercrí sin miedo, y la mujer Ie apretó tanto.el lazo
aI euello, que Ia niña se quedó sin respiración y se cayó al suelo como
muerta.
ja ! i Ya no eres la más guapa ! la madrastra, y se
-¡Ja,
marchó muy de prisa, riéndose. -dijo
Por Ia noche llegaron los enanitos a la casa y, ¡qué susto se lle-
varou aI encortrar a Blancanieves en el suelo, como muerta ! La le-
va[taron, y, al ver Ia cinta que tenía apretada al cuello, se la cortaron
y Blancanieves empezó a respirar otra vez.
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Cuando los enanitos supieron lo que había pasado, dtijeron: '1


vieja vendedora era tu madrastra. No vuell.as a abrir la
-Esa
puerta a nadie, cuando no estemos nosotros en casa.
Mientras tanto, la mad¡astra había llegado a su palacio; cogió su
espejito y le preguntó :
«Espejo de luna, espejo de estrella,
dime : en esta tierra, ¿ quién es la más bella?¡>

Y el espejo coltesté, como otras veces:


<<Reina, aquí erestri Ia más hermosa,
pero en Ia casa de Ios enanos
es Blancanieves como una diosar¡.

Al oír aquello, Ia reina por poco revienta de rabia. Comprendió que


Blancanieves no se había muerto y pensó: <<Ahora verá. Ahora inven-
taté una cosa que la matará para siempre>r.
55
Y, como era un poco bruja, hizo un peine envenenado; Be vistió
olra vez como una vendedora y se fue a las montañas, a la casa de los
siete enanos. En cuanto llegó, llamó a Ia puerta:
Yendo peines ! ¡Vendo peines de moda!
i -¡
Blancanieves se a6omó a la ventana y dijo:
Dada ; no puedo abrir la puerta a naalie.
-No compro
mirar, no pasa nada .-dijo la mujer, y le enseñó peine
-Por y a Blancanieves le gustó tanto aquel peine, que seeI olviiló
envenenado;
de obedecer a los enanos y abrió la puerta; pregunté cuánto costaba el
peine, y la nujer dijo :
gué bueno es; t€ voy a peinar con é1.
-Verás
Blancanieves se ¿lejó peinar, ¡Ay, qué inocente ! La madrastra le
clavó el peine en el pelo, y la niña se cayó al suelo como mu€rta.
Anda, preciosa, belleza ! ¡ Ahora sí que estás muerta, ja, ja !

La madrastra se echó a reír y se marchó corriendo. Menos mal que
era ya taxde, y los enanitos volüeron en seguida a su casa. Al ver a
Blancanieves €n el suelo, pensaron en seguida que la madrastra había
€8tado allí; buecaron bien, y encontrarou el peine clavado en el pelo.
Se lo quitaron, Ia niña revivió, y les contó lo que había pasado. Los
enanos ilijeron, muy preocupados :
no abras la puerta a nailie, a ¡adie ! ¿No ves que tu ma.
-¡Que
draetra no parará hasta que te mate de verdad?
Y la madrasra, mientras tanto, había llegado a su palacio y Ie pre-
gu¡rtó al espejito mágico :
«Espejo de luna, espejo de estrella,
dime : en esta tierrao ¿ guién es la más bella?¡¡

Y el espejito contestó otra vez:


<<Reinao aquÍ eres tú la más hermoea,
pero en Ia casa de log enanos
es Blancanieves como una diosa».

La reina se puso a temblar de rabia.


Cómo ! ¿ Vive Blancanieves todavía? ¡ No es posible ! ¡ Ahora sí
gue-¡la mataré, cueste lo que cueste !
Se metió €n un cuarto secreto y envenenó rrrra manza¡ra con muchos
v€nenos que tenía; la manzana, por fuera, parecía muy buena, pero
por la parte colorada estaba llena de veneno. La reina volüé a vestirse
con¡o una pobre veniledora; llevó la manzana a la casa de los enanos
y llamó a la puerta 3
5(l
manzanas, vendo manzanas maduras !
-¡Vendo
Blancanieves se asomó a la ventana.
puedo comprar nada ! ¡Los enanos me han prohibido que
-¡No
abra la puerta a nadie !
le vamos a hacer ! la madrastra-. Pero como
-iQ"é
no voy -dijolas tiraré.
a volverme con las manzanas, ¿ Quieres una? Te la
regalo.
no, muchas gracias; no puedo dejar que me regalen
-No,
nada-
miedo de que te envenene? ¡Qué tonta ! Mira, partiré la
-¿Tienes
manzana por la mitad, y yo me como una parte y tú otra,
La madrastra se comió la media manzana que no tenía veneno y dio
la otra mitad a Blancanieves; y la riña, ¡ay, qué bobal, dio un mor.
disco a la manzana envenenada, y en el mismo momento se cayó muerta
al suelo. La madrastra se echó a reír como un demonio :
Anda, anda, belleza I ¡ Blanca como Ia nieve, roja como Ia

sangre, morena como la madera de ébano ! ¡Ahora sí que no podrás
revivir !
Se marchó corriendo, llegó muy conterta a su palacio y preguntó al
espejito:
«Espejo de luna, espejo de estrella,
dime: en esta tierra, ¿quién es la más bella?»
J/
-'-.á
r, a.
;

.,?
r,t .'?'
¡|.¡
i4(
Y. aquella vez, eI espejo contestó:
«Reina, la más bella eres tú».

¡Qué tranquila se quedó la reina por fin ! Ya era ella ia más he¡-
mosa, y Blancanieves estaba muorta.
Cuando los enanitos llegaron a la casa, encontraron a Blancanieves
caída en el suelo; los pobres se asustaron mucho, no sabían qué hacer.
Le desabrocharon el vestido, buscaron peirres venenosos, pero no en-
contraron nada, Blancanieyes estaba müer¡a y bien muerta. Entonces,
con una pena terrible, los enanos la pusieron en un ataúd y se sen-
taron alrededor, a llorar. A los tres días quisieron enterrarla; pero
Blancanieves estaba tan guapa y con tan lruen color, que los enanos
dijeron :
queremos meter a esta niña tan bonita dentro de la
-No
tierra; vamos a hacerle un ataúd de cristal, para poder verla
siempre.
Así que metieron a Blancanieves en un ataúil que tenía los lados
de cristal y, encima de la tapa, unas letras de oro que decían: <<Prin-
cesa Blancanieves». Llevaron el ataúd a Io alto de una montaña, y uno
de los enanos se quedaba siempre guardándolo. Y los animales del
bosque iban a ver a Blancanieves: prirnero fue una leclr.tza, luego un
cuervo y después una paloma.
5B
Pasó mucho tiempo, mucho ; Blancanieves seguía dentro de su
ataúcl de cristal, tan guapa como siempre: parecía dormida. Seguía
sieldo blanca como la nieve, roja como la sangre y morena como la
madera.
Y un buen día, un príncipe pasó por el bosque, vio a Blancanieves
en el ataúd y üjo a los enanos :
ese ataúd ; os pagaré lo que queráis por é1.
-Dadme no vendemos a nuestra Blancanieves por todo el oro del
-No,
mundo.
ese ataúd, si no lo gueréis verder ; porque yo no
-Regala.l"'e
podré vivir ya, si no veo a esta niña. Yo os prometo guardarla bien toda
mi vida.
A los enanos les üo pena aquel príncipe tan bueno, y le regalaron
el ataúil con Blancanieves. El príncipe llamó a sus criados y les mandó
llevar el ataúil con mucho cuidado. Pero, aI ir por el bosque,, los criados
tropezaron con unas raíces; y, con el golpe, a Blancanieves se Ie salió
de la boca el pedazo d.e manzana envenenada. ¡Qué maravilla ! En
59
il

cuanto escupié la manzana, Blancanieves abrió los ojos, levantó la tapa


del ataúil y se levantó.
estoy? ¡.Ay, Dioe mío ! ¿Dónde estoy?
-¿Dénile
Y el príncipe dijo, contentísirno:
Estás conmigo, no tengas miedo ! ¡Yen al palacio de mi pailre

y me casaré contigo ! ¡Te quiero más que a nadie en el mundo !
Blancanieves se marché con el príncipe, y el pailre del príncipe
preparó para ellos una boda magnífica. Pero invitaron también a
la reina mala, a la mad¡astra de Blancanievee. Cuando aquella mu.
jer se estaba poniendo el vestido para ir a la boda, preguntó a su
espejito:
«Eepejo de luna, espejo de estrella,
dime : en esta tierra, ¿ quién es la más bella?»
Y el espejito contestó :

«Reina, aquí eres üi la más hermosa,


pero la novia del joven príncipe
es en palacio como una ro6a).

La reina se puso enferma ile rabia; no conocía a la novia del prín.


cipe, pero no creía que hubiera una mujer más guapa que ella. Corrió
60
a la boda, y, al entrar, vio a Blancanieves, Se quedó medio muerta
de la sorpresa; pero los criados del rey tenian preparadas para ella
unas zapatillas de hierro ariliendo, y se las pusieron, por mala;
y la madrastra empezó a bailar de dolor, y tanto bailó que se
murió.

LA MESA MÁGICA, EL BURRO


DE ORO Y EL PALO BRINCADOR

HACE MUCHO TIEIIPO vivía un sastre que tenía tres hijos y una sola
cabra. La cabra daba leche para toda la farnilia, y los hijos del sastre
se turnaban para sacarla a pastar. El hijo mayor la llevó u¡r día al ce-
menterio, donde crecía buena hierba; la cabra se pasó las horas
comiendo y saltando. Por la noche, el chico le preguntó:
¿has comido bastante?
-Cabra,
Y la cabra contestó:
« ¡ Uf ! Mira mi barriguita,
no me cabe ni una hojita,
¡be, beee !»
6I
Voló a la cueva de la zota,, se posó en Ia cabeza rapada de Ia cabra
y le picó con tanta fuerza, que la cabra saltó balando: <<¡Bee, bee!»,
y echó a correr como una loca. Y desde entonces, nadie ha ssbido más
de ella.

LA BELLA DURMIENTE DEL BOSQUE

HACE MUCHO TIEMPO, habia un rey y una reina. Y todos los días
decían:
nos gustaría tener un hijo !
-¡Cómo
Y un día, la reina se ostaba bañando en un río, y de pronto salió
del agua una rana y Ie dijo:
cumplirá lo que deseas. Antes de un año, tendrás una hija.
-Se
Y así ocurrió: los rey,,s tuvieron una niña tan bonita, que estaban
locos de alegría. Dieron
una fiesta preciosa, y entrt:
los invitados estaban todos r
T
sus parientes, sus amigos y
toda Ia gente que conocían,
t
y además Ias hadas. Las ha- E
bían invitailo para que hi-
cieran regalos maravillosos
a la niña. Eran trece las ha.
das de aquel reino; pero
t
¡

¡
los reyes:no tenían más que
doce platos de oro para ser-
virles la comida, y por eso {
no invitaron a la flesta más
que a doce hadas.

;K____
p
Fue una fiesta magniflca, y, al final, las hadas dieron sus regalos
a la niña: un hada le dio la bondad; otra, la belleza; otra, la riqueza.
Así fueron todae las hadas regalando a la niña las mejores cosag de este
mundo.
Ya habían pasado once hadas junto a la cuna de la niña, y sóIo fal-
taba una, Pero, en aquel momento, entró el hada a la que no habían
couvidado: estaba muy enfadada y quería vengarse. Y, sin saludar ni
mirar a naüe, ee acercó a Ia niñita y gritó :
Cuando esta niña cumpla quince años, se pinchará con un
huso-¡y se morirá !
En cuanto dijo aquello, se marchó corriendo el hada mala. Toilos
los que estaban en Ia fiesta ee quedaron muy asustados. Entonces, el
hada número iloce, que todavía no había concedido nada a la niña,
quiso hacer algo para quitar el mal hechizo, y dijo:
no e€ morirá esta niña a los guince años; sólo se quedará
-No,y estará durmiendo cien añoe.
dormida
Pasó el riempo; cl reyo para proteg¿r a eu niña del hechizo ilel hada
mala, mandó que quemaran todog los husos del reino, Mientras tanto,

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la niña iba crecienilo con toilas lae cosas buenas que le habían conce-
dido las hadae: era muy guapa, muy buena y muy lista, y torlo el mun-
do la quería mucho.
El día en que cumplió guince años, el rey y la reina estaban de üaje,
y Ia niña se quedó sola. Empezó a recorrer todo el castillo, y se metió
por los cuartos que no conocía y por todas las torres; llegó a una torre
muy antigua, subió por la escalerilla y al final vio una puerta pequeña;
en Ia cerradura había una llave y la niña abrió. Entonces vio un cuar-
tito, donde estaba una mujer muy viejecita gue hilaba lino con un huso.
díae, abuela --dijo la púncesita-. ¿Qué eshás hacierdo?
-Buenoshilando
-Eetoy --dijo la vieja.
/5
eso gue da vueltas, jqué es?
-Y
La niña no había üsto nunca hilar a nadie, y cogió el huso de la
vieja para verlo bien; pero, c¡ cuanto lo tocó, ee pinchó un detlo y
Be cayó sobre la cama que había en el cuarto, y se guedó dormida.
Y, en aquel momento, todos loe tlel castillo se guedaron también dor-
niilos: el rey y la reina, que acababan de entrar, se quedaron dormiiloe
en el salón del rono y todos Ioe ile la corte se durmieron de repente
también, Y Ios caballos se durmieron en Ia cuadrao y los perros se dur-
mieron en el patio, las palomae en el tejatlo y las moscas en la pareil.
Y hasta el fuego 8e du¡mió en las chimeneas; y el cocinero, gue iba
a tirar tle las orejae al pinche por alguna lravecura, soltó al chico y los
dos se guedaron dormidos. Y eI viento se durmió, y las hojas ile los ár-
boles se quedaron quietas...
Y entonces, alrededor del castillo empezó a crecer un muro de zar-
zas; y creció y creció, caila año nn poco máe, haeta que cubrió todo el
castillo y no se veía ni la bandera en Io alto de la torre más alta.
Y aquellas zarzae daban rositas silvestres, y por toilo el país 8e conta-
ba Ia historia de la hermoea hija del rey, que estaba domida con sus
pailres y toda su corte en un castillo esconiliilo ontre zarzas. De vez en
cuando, llegaba a aquella tierra algrin príncipe que quería paaar entre
las zatzas para ver el castillo encantailo; pero las zarzas enretlaban al
gue se acercaba, y ya no lo soltaban más.
Pasaron muchoe años, y llegó a aquella tierra un príncipe gue oyó
contar a un üejecito la historia clel muro de zatzae y ilel castillo en.
cantado, donile dormía una princesa muy bonita con toda eu corte; el
viejo le contó ¡qmLi§¡ gue muchos príncipee habían llegado allí y ha-
bían queriilo pasar por las zarzae, pero se habíaa euredarlo y se habían
muerto. Al oír aguello, dijo el prÍncipe:
uo tengo miedo. Iré a ver a Ia princeea dormida.
-Yo
El viejo Ie üjo que no rlebía ir, pero el príncipe no hizo caso.
Y resultó gue aguel üa se curnplían los cien años del eueño ile Ia prin-
cesa, y era el día en que se tenía qu€ ¿lespertar. Y cuando el príncipe
IIegó al muro de zarzaa, todaa las zarzas estaban llenas de flores, y se
abrieron para dejarle pasar, y luego 8e cerraron et¡ cuanto él paeó. Entró
en el patio del cae':llo y vio a los caballos y a los perros tumbados, ¡lur-
miendo; y vio a las palomas dormidas sobre el tejailoo con Ia cabeza
debajo del ala ; vio a lag moecae ilormidas en la pared, y al cocinero ilor-
mido con el brazo levantailo para pegar al pinche, y a una criada sentada
y dormida, a. medio ilesplurnar un pollo. Siguió andanilo por el caetillo,
y vio en el salón del lrono al rey y a la reina rlormiilos con toila su
76
a
/,;
t
,rl .
.ti;'
¡lij'
t;.i corte; y no se oía neda en todo el castillo,
,!r' porque toiloe dormían todavía,
,P' EI príncipe recorrió todos los cuartoa
! y llegó a Ia torre dondá estaba la prince-
t,
j-¡ sita dornida. La vio allí eüada eobre la
g
cama; y era tan bonitao que el príncipe
t
t no se cansaba de mirada. Entoncee, se acer-
có y le üo un beeo.
E
¡ Y en aquel mom€nto, la princesa abrió
4
r.
t loe oioe, y ae quedó miranilo al príncipe;
r ,
luego baió con é1, y el rey y la reina se des-
!: t
; peftaron con totlos loe ile la corte, los ca-
*
,q balloe se levantaron y los perros ge estira-
I
ü I ron y Bo sacuüeron; las palomae tlel teja-
li,
l'l
do sacaron la cabeza de debajo del ala, mi-
raron a su alrededor y
echaron a volar; las
moscfl8 €mPezaron a
anilar otra vez por la
pareil; cl fuego saltó
e¡ las chimeneae; la co-
miila volvió a cocer e¡l
loe pucheros; el coci-
nero, que ya tenía el
tlr* brazo levantadon le dio

Brr -.

,,{'B}
al pinche una bofetada; el pinche 6e puso a lloraro la criada siguió
desplumando al pollo como si no hubiera pasado nada, y Ia princesita
dijo que quería casarse con aquel príncipe y celebraron la boda con
una fiesta eapléndida. Desde entonces, todos vivieron felices.

JUANITO Y MARGARITA

AL LADO DE tIN BOSQUE muy grande vivía un leñador muy pobre


co¡ su mujer y doe hijos. El niño se llamaba Juanito y la niña Marga-
rita. El padre era tan pobre que apenae tenía qué darles de comer; y
una vez, todo el país se quedó pobre y el leñador no podía dar a sus
hijos ni urr poco de pan; se pasó toila una noche dando vueltas en Ia
cama, pensando: <<Dios mío, ¡qué voy a hacer, qué voy a hacer... !
¡Ni siquiera puedo ilar pan a los niños !»
Y su mujer, que no era la madre ile los niñoe, eino la madrastra,
le dijo: l
vamos a hacer una cosa: mañana llevaremos los niños
-Mira,bien adentro. Les encenderemos una hoguera, les daremos
al bosque,
a cada uno un pedaciito de pan que nos queda, y luego nos marcha-
remos a trabajar y loe dejaremoe allí solos.
no, mujer. ¿Cómo vamo6 a hacer eso? Yo no dejo a mis
-No,
niños soloa en el bosque. Podrían coméreelos las fieras.
nos moriremos los cuatro de hambre, tonto. Ya puedes
-Pues
ir preparando unas tablas para hacernos ataúdes.
La mujer repotía lo mismo y no dejaba en paz al hombre ; y por
fin le convenció, aunqu€ a él le daba mucha pena dejar en el bosque a
sus hijos.
Pero los niños, que eetaban despiertos porque no podían dormirse
del hambre que tenían, oyeron Io que tlecía la madrastra, y Marga-
rita se echó a llorar y dijo a Juanito:
Mira lo gue van a hacer con nosotrosl ¡Nos comerán lae fierae !
-¡ su hermano-. Calla, no llores así. Yo
--Calla, Margarita -dijo
sabré arreglármelae,
Y en cuanto el padre y la madraetra ee quedaron ilormidos, Jua-
nito ee Ievanté de la cama, se vistió y ealió de la casa. Había luna
llena, y las piedrecitas blancas ilel camino brillaban como monedas de
plata. Juanito se agachó y empezí a guardarse en los bolsillos to.
79
debajo de un árbol; y, en esto, oyó que las ramae se movían, y le cayó
en la mano una manzana de oro. Y tres cuervos baiaron volando ilel
árbol, se posaron en sus rodillae y dijeron:
nos salvaste cuando érarnoe pequeios y nos íbamos a morir
-Tú Ahora hemoe sabido que buscabas Ia manzana de oro, y
de hambre.
hemos cruzado volanilo el mar, hasta llegar al Arbol de la Vida, y te
hemos traído la manzana.
El muchacho, lleno de alegría, volvió al lado de la princesa y le
llevó la rranzana de oro; y etrtoncee la princesa ya no pudo poner
máB pretextoso y partié la manzana y se comió Ia mitad y dio al joven
Ia otra mitad. Y al comer la manzana, la princesa ee enamoró del
muchacho, se casrí con él y vivieron muy felices.

CAPERUCTTA ROJA

EABfA t NA NIñA tan buena y tan cariñosa, que todoa la querían; y


la que máe la quería era su abuelita, La abuelita ya no sabía qué rega-
lar a su nieta : l¿ mim¡$a muchísimo. Una vez le regaló una gorrita de
terciopelo rojo; la niña estaba muy guapa con ella, y no se la quitaba
nunca. Y la gente la empezó a llamar Caperucita Roja.
Un día, su madre le dijo :
Caperucita ; quiero que lleves a la abuela este pastel y está
-Ven,
botella de vino, La pobre abuelita está mala, y hay que darle cosae
ricas para que se ponga fuerte. Será mejor que te vayae ahora, antes de
que haga máe calor; tro corras ni salgas del camino, no se vaya a rom-
per la botella y la abueüta se quede sin vino. Y cuando llegues a su
casa, no empieces a curioeear por iodos los rincones; di primero bue.
noe días, como una niña bien educada.
madre; haró bien el recado Caperucita.
-Descuida,
La abuela vivía lejos, en el bosque, a media-dijohora del pueblo; y
cuando Caperucita cntró en el bosque se encontró con el lobo. Caperu.
cita uo sabÍa que el lobo era malo, y no se asustó.
días, Caperucita e.l lobo.
-Buenos días, lobo -dijo
Caperucita.
-Buenos vas tan de-dijo
maíana? pregrntó el lobo.
-¿Dóndea casa de mi abuelita -le
-Yoy llevas en el delantal?--{ontestó . el lobo.
Caperucita.
Qué
-¿ -preguntó
IM
:*;
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t¡ I
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Q,
r'-1§'?i?.;
,, il;
'y l

un paetel y vino para mi abueüta, que es¡á mala.


-Llevo
Dónde üve tu abuelira ? '
-¿ aquí en el bosque, junto a los tree robles graniles, al lailo
.loe -Yive
avellanoe; seguro que
de
has visto 6u casa.
.- Y-el lobo pensó : « ¡ Qué gordita es esta niña, y qué tierna debe ¡er !
Esta-rá mucho máe úca que su abuela. voy a ver
ei me las como a
Iae dos).
f,l l6[e sa'ninó un rato al lado de Caperucitan y luego dijo:
.-Caperucita, mira gué -flores más bonitas hay por aquí. ¿por
gué no llevas algunas a tu abuela?
Caperucita miró lae flores; estaban preciosae allí en
el bosque,
al sol.
Iobo, tienes razón; yoy a coger un ramo para mi abuelita.
muy-Sí,
Ee
temprano y tengo tiempo.
Salió del_camino y empezó a coger flores; y siempre veía
, una flor
todavía-más bonita u¡ poco más,lIá. Se fue alájanilo'rtel
camino, y el
lobo echó a correr para llegar antea a casa de la abuela;
llegó y [amó.
t45
{

i -¿Quién
llama?
-pregurdó
la abuela.
Caperucita, y te traigo pastel y vino. ¡Abreme, abuelita !
-Soy el cerrojo I Yo estoy muy floja y no me puedo levantar.
-¡Corre
EI Iobo corrió el cerrojo, abrió la puerta, saltó hacia la cama de la
abuela y se Ia tagó. Y luego se puso su ropa, se ató 6u gorro, se metié
en la cama y cerró las cortinas.

I Caperucita, en el bosque, tenía ya un ramo muy grande; no le

a
cabía ni una flor más. Echó a correr y llegó a Ia caaa d¿ eu abuela. Le
extrañó ver Ia puerta abierta; y aI entrar en Ia -habitsción, sin saber
por qué, se asustó un poco, y pensó : « ¡ Qué raro ! No sé por qué €§toy
I
asustada, con lo que me gu6ta venir a casa de la abuela». I
(

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?iÉ.
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Yentonces se acercó a la cama y üjo :


buenos días.
-A-buelitao
Nadie le conte6té; la niña descorrió las cortinas de la cama, y allí
vio a su abuela muy tapada y con el gorro de dormir metido hasta las
narices.
¡ qué orejas más grandes tienes !
-Abuelita,
oírte mejor..,
-Para
¡ qué ojos más grandes tienes !
-Abuelita,
verte mejor...
-Para
¡qué manos tan grandes tienes!
-A-buelita,
Para cogerte mejor !
-¡ Ay, abuelita !
¡ Qué boca tan granile tienes !

147
Para comerte mejor I

El lobo dio un salto y ¡se tragó a Caperucita ! Ya había comido
bien, y se volvió a meter en la cama y se quedó dormido. Empezó a
roncar, a roncar, con unos ronquidos tremendos; y un cazador que
pasüa por allí, al oír aquellos ronquidos, pensó : ¡ Caramba con la
<<

abuelita, qué manera de roncar I Voy a entrar, no sea que se encuen-


tre mab).
El cazador entró, se acercé a la cama, vio al lobo dormido y ilijo:
Ya te encontré, viejo bribón ! ¡ Con el tiempo que llevaba

buscándote !
El cazador iba á matar al Iobo de un tiro; pero de pronto pensó
que a lo mejor el lobo se había comido a la abuela, y en lugar de
disparar su escopeta, buscó unas tijeras y le abrió aI lobo la barriga,
por si la abuela estaba aún viva. Y, al primer tijeretazo, vio una cosa
roja, y era Ia caperucita; y en seguiila salió la niia, gritando:
qué susto más grande ! ¡Ay, qué oscuro estaba en la barri.
-¡Ay,
ga del lobo !
Y la abuelita salió también, medio muerta de miedo. Caperucita

'i\t'
It
.:

l buscó en seguiila piedras bien grandeso le rellené al lobo la barriga de


i piedrae, y cuando el lobo se deepertó y quiso echar a correr, ee cayó
al suelo,.porgue las piedras pesaban mucho. Se cayó, reventó y se
murió, Y Caperucita, la abuela y el cazailor se pusieron muy conten-
tos; el cazador se guedó con la piel del lobo; la abuela se eomió el
pastel y se bebió el vino, y se pueo buena. Y Caperucita dijo:
no volveré a desobedecer a mi madre, y no saldré del ca.
-Ya
ll mino cuando vaya sola por el bosque.

{r
f,
EL PAJARO DE ORO

EACE MUCEO TIEMPO, viüa un rey que tenía r¡n hermoso jardín
detráe de ¡u castillo. En el jar,lí, había un árbol que ilaba m¿nz¡u¡s
de oro. Cuando las nanzanas empezaban a medurar, lae contaban;
y una mañana vieron que faltaba una manzana. Se lo dijeron al rey, y
el rey mandó que todas lae nochee so guedase uno de eue hijoa guar-
dando el á¡bol, La primera noche s€ quedó el hijo mayor; pero lo
entró eueño, ee durmió, y a la mañana siguiente faltaba ora marzrna.
La segunila noche se guedó de guardia el segundo Lijo del rey; y lq
entró gueño a él también, y mientras dormía deeapareció otra manzana.
Le llegó el turno al tercer hijo del rey. Su padre no ee f.aba mucho
ile é1, pero por fin Ie dejó de guarüa. El príncipe pequeño 8€ ocLó
ilebajo del árbol, pero hiz6 16 posibls por no ilormiree. Dieron l¡s
iloce de Ia nocheo se oyó un ruido por el aire; el-príncipe müó, y
a la luz de la luna üo un pájaro gue brillaba como el oro. El páiaro
ee posó en el rirbol, y ya eetaba cogiendo u¡¡8 manzana, cuanilo el
príncipe le disparó una flecha, y el pájaro echó a volar; pero Ia flechs
Ie había rozailo, y se le cayó una pluma. do oro. El príncipe cogió Ia
pluma, y a la m¡ia¡a eiguiente ee Ia llevó al rey su padre. El rey
reu¡ió a sr corte y todos üeron la pluna y diieron que valía muchí.
simo, más que todo el reino. Entonces ilijo el rey:
est¡ ph'ma vale tanto, quiero tener el pájaro €ntero.
-Si
El hijo mayor se fue en bueca del pájaro ile oro; el hiio nsyor 80
creía muy liato. Se encontró con uua zorran la apuntó con Bu escopet¡,
y .entonces la zorra le dijo:
no me matas, te diré una cosa : tú vas buscando al páiaro
-Si
t49
PIILGARCITO

EABÍA UN HOMBRE muy pobre que estaba una noche aúzando el


fuego, mientas su mujer hilaba. El hombre dijo de pronto:
pena, no tener hijos ! En nuestra casa no se oven rr§as
-¡ Quécomo en las otras.
ni juegos,
razón ---dijo la mujer- ; me contentaría eon que tu-
-Tienes
viéramos siquiera un niño, aunque fueee chiquitito como mi ileilo
gordo. ¡ Cuánto le queríamos !
Y, a los siete meses, Ia mujer ¡uvo un niño muy raro, porque
estaba enterito y muy bien hecho, pero no era más grande que un dedo
gordo; y los padres üjerou:
h¡bíamos ilicho que no los importaría gue fuera pe-
-Bueno,
queñito, y de todas formas Ie querremos mucho.
Llamaron al niño Pulgarcito, y empezaron a darle de comer, pero
el niño no crecía; estaba siempre
tan chiquitín como al nacer, pero
tenía ojos de Iisto y en seguida se
vio que era un chiquillo muy es-
pabilado y que se salía siempre
con la suya.
Un día, su padre se preparó
para ir al bosque a coger Ieña,
y dijo :
bien me vendría gue
-¡Qué
alguien me fuera a recoger con
el carro !
Pulgarcito le oyé y dijo :
yo iré con el c¿rro a
-Padre,
buscarte al bosque.
El labrador soltó Ia carcajada:
ocurrencia ! Eres de-
-¡ Qué
masiado chico para llevar las
riendas.
no te preocupes, padre;
ei -Tú
mi madre engancha el carro,
yo me meteré en la oreia ilel ca-
ballo y Ie haré
ir por donde yo
guiera,
no
se -Bueno,
pierde naila
en probar.
Cuando pa-
saron unas ho-
ras, la madre
enganchó el ca-
rro y metió a Pulgarcito en la oreJa del
caballo; y el chiquillo iba diciendo:
Arre ! ¡ Más de prisa, caballo !

¡Párate! ¡Sooo!
El caballo obedecía, y ya se üan acer-
cando al bosque cuando aparecieron dos
hombres en el camino, y se guedaron muy
sorprendidos.
pasa con ese carro? Ya sin carretero, pero oímos que al-
-¿Qué
guien guía con sus voces al caballo; aqui hay algún misterio. Yamos a ver.
El carro IIegó al bosqueo ee paró donile estába el padre cortrndo
Ieña y Pulgarcito gritó :
Aquí estoy, padre ! ¡ Ya ves como he llegado ! Báiame ahora.

El padre sujetó al caballo con la mano izquierda, y con la ilerecha
sacó a su hijito de la oreja y le ilejó encima de una paja; loe doe fo.
rasteros se guedaron muy sorprenilidos al ver a Pulgarcito, y diieron:
ese enanillo nos haúa ricos si puiliéramos llevarle
por -¡Caramba,
las ferias ! Yamos a comprarlo.
Se acercaron al canpesino y le preguntaron:
vendes a ese pequeño ? Le trataremos muy bien.
-¿Nosninguna manera !
-¡De -dijo el pailre-. Es Io que más guiero
en el mundo. ¡Cómo lo voy a veniler !
Pero Pulgarcito, al oír lo que habían ücho los hombres, se agarró
al pantalón de su padre, trepó hasta eu hombro y le ilijo al oído :
tú véndeme, que yo volveré.
-Padre,
Entonces el padre vendió a Pulgarcito por un buen montón de di-
nero, y los hombres preguntaron al pequeñín:
guieres gue te llevemos?
-¿Dónde en el ala ile uno de vuestros sombreros así podré
-Ponedme ;
pasearme y veré bien el paisajeo y no me caeré.
199
Entonces le subieron al ala del sombrero de uno de los hombres,
se despidieron del padre y se marcharon; estuvieron andando hasta
la noche, y ile pronto dijo Pulgarcito:
Bajadme de aquí ! ¡ Quiero hacer una cosa !

--Quédate ahí arriba el hombre que llevaba a Pulgarcito
-dijo
en su sombrero-. No te preoctrpes, que también los pajaritos sueltan
algo algunas veces.
no, de ninguna manera ! ¡No estaría bien! --dijo Pulgar.
-¡No,
cito-. ¡ Bájame, que tengo prisa !
El hombro se quitó el sombrero y dejó a Pulgarcito al lado del ca.
mino; y Pulgarcito €chó a correr entre las hierbas y se escondió en
el agujero de un conejo.
Buenas noches, señores ! ¡ Que lo paséis bien ! ¡ Yo me quedo

aquí !
Se burlé de los dos hombres, y ellos se acercaron al agujero y me-
tieron palos, pero Pulgarcito se había escondido bien adentro y no lo
pudieron sacar. Entonces, como ya era muy tarde, los dos hombres no
quisieron entretenerse más y se marcharon con un humor de perros
y siu Pulgarcito ni dinero.
En cuanto Pulgarcito vio que se habían marchado, salió de su rna-
driguera. Pensó que no podía andar por el campo con aquella oscu-
ridad, y de pronto encontró una concha de caracol vacía.
a Diosl Aquí pasaré la noche hien seguro,
-¡Gracias
Se metió dentro de la concha de caracol, r.cuando ya se cstaba dur-
rnirndo, oyó uue pasaban dos hombres, y uno decía:
Córno nos las arreglaremos para robarle al cura la plata y cl
-¿ ?
dinero
Yo te Io diré ! Pulgarcito.
-; lih I -gritó uno de los ladroles, asustad<¡.
Quién está ahí ?
- ¡ Sov yo, ¿
y estoy en la-preguntó
concha ilel caracol ¡ Llcvadrnc con vo.
!
ü
-;
sot ros I

Los ladrones se pusieron a buscar por cl suelo, y al fin encontra. I


lon a Pulgarcito y lo levantaron.
cosa ! ¿1Y tú nos quiercs e¡rseñar a robar?
I
-¡Valiente

¡
i
! Yo puedo meterme entre las rejas del cura, y os iré sa-
-¡Claro
cando lo que querái6.
está mal pensado los ladrones-. Yen con nosotros.
-No a casa del cura, y-dijeron
Llegaron Pulgarcito se metié €ntre las rejas, Cuan-
do estat¡a ya dentro del cuarto, se puso a gritar:
Queréis que os saque todo lo que hay aquí?
-¿
Los ladrones, asustados, dijeron :
shh! ¡Habla bajito, que vas a despertar a todos !
-ishhh...,
Pero Pulgarcito siguió gritando:
os saco todo Io que hay aquí?
-¿Q"é,
El ama del cura, que dormía en el cuarto de aI lado, le oyó y se
sentó en la mesa; los ladrones, asustado§, habia¡r echado a correr,
pero luego se volvieron pensando que Pulgarcito les había queriilo
gastar una broma, y le dijeron en voz baja:
de tonferías y sácanos algo.
-Déjate
Y entonces Pulgareito volvió a gritar con todas.sus fuerzas:
a sacar todo lo que hay aquí ! ¡ Ponetl las manos !
-¡Yoy
EI ama le oyó, se bajó de la cama y abrió la puerta; los ladrones
salieron corriendo, y el ama fue a encender una vela, porque no veía
a naüe. Entonces Pulgarcito aprovechó para meterse en el pajar, y
el ama ilel cura se volvié a la cama, después de mirar por toda la casa,
pensando que habría soñado.
Pulgarcito se subió al montón de paja y en€ontró un sitio bueno
para dormir; queria descansar un poco para volverse al día siguiente
a su casa, pero todavía le iban a pasar muchas más cosas.
Cuando ya amanecía, el ama del cura se levantó para ir a dar de
com€¡ a las vacas; subió al pajar y cogió un puñado ile heno: preci-
samente del sitio donde estaba durmiendo Pulgarcito. Él no se dio
cuenta de nada, porque estaba dormido como un tronco, y no se des-
pefió hasta que se encontró en la boca de una vaca,
mío ! ¿Cómo he venido a parar a un molino?
-¡Dios
Pero en seguida se dio cuenta ilq lo que pasaba, y tuvo que hacer
muchos equilibrios para que la vaca no lo mascara; al fin consiguió
escurrirse con uu bocado de hierba aI estómago de Ia vaca.
€n esto cuarto se han olviilado de hacer ventanas, y ni
-Yaya,
entra el sol ni hay una mala luz.
No le gustaba nada estar allí, en aquel sitio tan oscuro, que cada
vez so iba llenanilo más de hierba. Y era tant¿ la hierba que allí entra-
ba, que Pulgarcito se asüstó y empezó a gritar:
me echéis más hierba ! ¡Basta de hierba !
-¡No
202
El ama se llevó un susto ttemendo, al oír que Ia vaca decía aquello;
estaba ordeñándola, y del susto se cayó del taburete y tiró toda la leche,
y corrió a decirle al cu¡a:
señor cura, señor cura, que la vaca está hablando !
-¡Ay, mujero no digas tonterías; tú sueias --dijo el cura, y
-Yamos,
fue a ver a Ia vaca. Y al entrar en el establo, oyó los gritos:
Basta de hierba I ¡ No quiero más hierba !

El pobre cura se quedó ile una pieza, pensó que a la vaca se Ie
había metido el diablo en el cuerpo y mandó que Le la
la mataran. Pero
el carnicero tiró a la basura el estómago de la vaca, y en él estaba Pul-
garcito. Al pobre le costó muchísimo trabajo salir de toda aquella ba'
sura, y cuando por 6n sacó la cabezz, llegó un lobo que buscaba co'
mida entre los desperdicios y se tragó de un bocado el estómago de la
vaca, con Pulgarcito dentro. El pequeñajo no se dio por vencido; pen-
só que a lo mejor se podía entender eon el lobo' y Ie diio desde su
barriga :
lobo, yo sé donde hay buena comida.
-Amigo el hambriento lobo.
-¿;Dónde?
una casa -preguntó
que ahora te diré; tienes que entrar en la despensa
-En
y allí encontrarás bollos, tocino y salchichas, para darte un banquetazo.
203
Le üjo eutonces lae s€ñas de la casa de sus padres, y el lobo echó
a correr, se metió en la despensa y empezú a tragarse todo lo que veía.
Pero aI querer salir, había comido tanto gue no cabía por la puerte.
cilla de la despensa, y entonces Pulgarcito Be puso a gritar con todas
sus fuerzas desde la barriga del lobo. El lobo le decía:
Cállate, cállate ! ¡Que vas a despertar a toila la casi!
-¡ ¡ Me importa un comino ! Tú ya has comido a gusto , y yo me
- divertir un poco.
guiero
Siguió gritando cada vez más fuerte, y al firi le oyeron sus pailres
y corrieron a la despensa y miraron por una rendija; üeron al lobo,
y el padre se fue a buscar un hacha y la madre buscó la hoz, y el padre
üjo a Ia madre :
ponte tletrás de mí; yo daré un hachazo al lobo, y si no Ie
-Tú
mato de un golpe, le abres tú la barriga con la hoz.
Pulgarcito, que'oyó lo que decía su padre, gritó:
Eh, cuidado, padre, que estoy aquí, Ia del lobo !
-¡ Dibs mío ! ¡ Si es la voz de nuestro hijoen! barriga
el padre conten-
-¡ y mandó a la mujer gue dejara la hozo -dijo
tísimo, no fuera a hacer daño
al pequeño. Y luego levantó el brazo y dio un hachazo tremenilo al
lobo en la cabeza, y lo mató; buscaron tijeras y cuchillos, abrieron la
barriga al lobo y sacaron a su hijito.
Ay, hijo, hijo ! ¡ Qué preocupailos hemos estailo por ti !
-¡ pailre, hay que ver las vueltas que he dailo. ¡ Menos mal
-Sí,
que ya puodo respirar aire puro !
Y dónde has estado, hijo?
-¿ padre ! Estuve en la madriguera de un conejo, en el estómago
-¡Ay,
de una vaca y en la barriga del lobo. Pero ahora uo me separaré de
vosotroB.
yo no volveré a venderte, digas lo gue iligas, ni por toilo el
oro -Y
del mundo.
Los padres ilieron muchos besos a Pulgarcito, lo lavaron y le pu.
sieron un traje auevo, porque el que llevaba estaba hecho una pena.

PICHONCITO

IIABÍA UNA VEZ un guardabosques que fue al bosque a cazar; y de


pronto, oyó el llanto de un úiiito. Caminó hacia donile se oía el llan.
to, y llegó a un árbol muy alto; y allí, en una de lae ramas del árbol,
204
;,.,

*
\
I

EL GATO CON BOTAS


HABIA UNA VEZ UN MOLINERO que tenía un molino de viento,
tes hijos, un burro y un gato. Los hijos habían trabajado desde muy tF
ti{
pequeños, moliendo el grano; el burro trabajaba Ilevando eacos de T9

harina,, y el gato trabajaba cazando los ratones del molino. !ij
Y cuando el molinero 8e murió, los hijoa se repartieron la heren.
cia: el mayor se quedó con el molino y el eegundo con eI burro. El
, a''"
t.
t:
309

I
tercero cogió eI gato, porqu€ no le queilaba otra cosa; y estaba faeti-
diado con 6u suerte y decía:
una herencia que me ha tocado ! Mi hermano mayor podrá
-¡Yaya
moler el trigo, el segundo irá montado en burro, y yo, ¿qué voy a
hacer coa un gato? Como no me haga unas manoplas con su piel, no
sé para qué me va a sorvir.
Entonces el gato le dijo con su vocecita suave:
no me mates; mi piel no vale la pena, y te quedarían unas
-Oye,bastante {eas. Es mejor que me hagas unae bueuas botas, y
manoplas
podré lucirme entre la gerte y te ayuilaré.
El hijo del molinero Be asombró del talento del geto, y le mandé
hacer un par de botas estupendas, Cuando s€ lae terminarou, el gato se
las puso, metió un poco de tigo eu un talego, y salió andaudo como
urra persona, con el talego al hombro.
En aquel país manilaba un rey que siempre estaba comiendo
perdices. Y aunque había bastantes perdices entre los surcos de los
campos, a fuerza de cazarlas las habían vuelto muy desconfiadas y
los cazadores ya no podían matar ninguna. El gato, que lo eabía,
pensé sacar provecho del capricho del rey: se fue aI campo, abrió
el talego, eehé por el euelo el trigo y colocé la cuerda del
talego formando un lazo por la tierra; escondió clet¡ás de unas ma.
tas el otro cabo de la cuerda, y se escondió él rambién a esperar a
'sus víctimas.
Las perdices llegaron en seguida e comerre el tigo, y el gato lae fue
cazando y las metió en el talego, Cuando ya lo tuvo lleno, lo até bien
y se lo eché al hombro y se fue hacia el palacio del rey.
Al llegar a las puertas del palacio, un ceutiuel¡ de guardia le
g¡itó:
Alto ! ¿ Quién vive ?
- i vivo y quiero ver al rey!
-¡Yo loco? ¡Un gato que pretende ver al rey!
-¿Eetás
Y entoncee dijo el otro centinela 3

déjale paear; el pobre rey se aburre mucho, y Ie ilivertirá


ve¡ -Mira,
este geto con botas.
Así que el gato entró a ver al rey, le hizo u¡a revereuci¡ y üjo con
un vozarrón irnponente :
eeñor el conde me euvia a traer a Su Majeetad esta8 per.
-Mi
dices.
El rey,vio las perilices y se puso contertí8imo; y luego maniló que
le üeran al gato mucho diuero, y el gato lo metió eu el talego y el
rey dijo :

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el ünero ¡ tu amo, y dale las gracias do mi parto por su


-Lleva
regalo.
Mientrae tanto, el pobre molinerito estaba en 8u casa muy triste,
porque Be había gastado en lae botae del gato el dinero que le guedaba ;
y de pronto s€ abrió la puerta, y el gato enró y le dejó a su amo el
eaco a los piee, Io desató, le eneeñó todo aquel ünero y le dijo:
tienes, por lae botae que me Las comprado. Y de parte del
rey,-Aquí
que muchos recuerdos y que muchas gracias.
El molinero se quodó muy sorprendiilo: le encantaba tener tanto
dinero, pero no comprendía el recado del rey; el gato le explicó eu
aventur& mientras se quitaba las botas, y luego le dijo:
te he traído mucho ünero, pero maiana me volveré a poner
-Hoy
las botae y haré algo má8 por ti, AI, por cierto, que le he dicho al rey
(lue eree un conde.
Y a la mañana eiguiente eI gato ee volvió a potrer las botas y ealió
3t2
al campo; cazó otro talego de perdices, ee las llevó al rey y el rey le
dio otro moutón de dinero para su amo. Así e¡tuvo eI gato muchos días,
cazaudo perdices y üevándoselas al rey; y en el palacio real ya le cono-
cía todo el mundo y le queríau mucho, y él entraba allí como Pedro
por 8u ca6a.
Un día estaba el gato en la cocina ilel rey caleatándose junto al
fuego, cuando entró un cochero viejo, refunfuñando:
llfecachis en el rey y en la dichosa priacesa ! Ahora que üa a

beberme una6 copa6 en la taberna con mig amigos, me manda llamar
para que les lleve de paseo por las orillas del lago...
El gato no perdió el tiempo; ealió corriendo a caea de su amito, y
le llamó desde lejos, gritando:

-- -.t-
,1
-*

-r
Si quieres se¡ u¡ conde de verdad, vete en eeguida al lago y
-¡ en el agua !
métete
El molinerito no sabia qué hacer; pero como su gato era tan listo,
le obodeció: fue al lago, se quitó la ropa y se metió en el agua. Y el
gato cogió la ropa de su amo y la escondió entre lae matas de la orilla.
Y en aquel momento, Ilegó la carroza del rey, y el gato la paró y ee
pueo a gritar:
Majestad, Majestad ! ¡Qué diegusto ! Mi amo ee eetaba bañando

en el lago, y han venido unoe ladrones y le han robado la ropa. Y ahora
no puede salir del agua, y va a coger una pulmonía.
El rey mandó a uno ile ¡us criadoe a palacio, a buscar uno de eue
vestitloe reales para el amo del gato; y el molinerito se puso los vee.
tidos del rey.
Y como el rey creía que aquel muchacho era un conde, y eetaba
muy agradecido por todas laa perdices que le había mandado, le hüo

F.
Bubir a Bu carroza. La prin-
cesa ee alegró, porque aquel
joven era muy guapo, y con
el trajc del rey estaba más
guapo todavia.
Y mientras la carroza se-
guía por el camino, el gato
se adelantó y llegó a una pra-
dera donde había muchos
trabajadores segando heno.
El gato Ies preguntó:
De quién es este
-¿
prado?
brujo del pueblo
-Del
contestaron los campe-
-le
sinos.
Y el gato les dijo;
amigos; den-
tro -Mirad,
de unos momentos va g
llegar Ia carroza del rey, y
cuando pregunte quién €s el
amo de este campo, tenéis
que decir: <<Es del señor
conde». Si no lo hacéis tal como yo os ügo, os pasará una deg-
gracia.
El gato siguió corriendo y llegó a un trigal muy grande; y a loa
segadores que trabajaban en él lee preguntó:
quién es este trigal?
-¿Dedel brujo del pueblo.
-Es
El gato les dijo lo mismo que a los campesinoe ilel prado : que 8¡
el rey preguntaba quién era el amo del trigal, dijerau que era el
conde.
Siguió corriendo, y llegó a un hermoso bosque de robles, donde ha-
bía muchos leñadores cortando árboles; el gato les pregu¡tó:
De quién es este bosque?
-¿ del brujo del pueblo los leñatlores; y eI gato volvió a
-Es -dijeron
ordenarles que si el rey preguntaba quién era el amo del bosque, üje-
ran que era el conde.
Siguió luego corriendo por el camino; todos ¡e le quedaban miran-
do., porque resultaba muy raro ver un gato con botae y andando como

3r5
una perrot¡a; llegó al palacio del brujo, y etrré en eI e¡lón. El bruio
estaba allí eeutado, y el gato lo hizo una reverencia y le dijo:
Oh gran Lechieero, oh sabio ! Ee oído decir que puedes conver.

ti¡te en el animal que quieras, pero qu€ no te puedes convertir en ele-
fante. ¿Es eeo verdad?
-¿ Que no me puedo converti¡ en elefante ? ¡ Mira !
Y, en un momento, el brujo e€ convirtió en un elefante €norme.
Maravilloso !
-¡ es un juego -dijo el gato-. ¿Y puedea convertirte en león?
para mí --dijo el brujo, y se convirtió en león.
-Eso
Eres un verdadero artista !
-¡ -dijo el gato, un poquitín asus.
tado del león que tenía e¡frente-. Pero seguramente te resulta más
difícil co¡vertirte en un animal pegueño, por ejemploo er un raton.
cito...

¡ Qué bobada!
-¿Dificil?
El hechicero se conürtió en ratón, y entonces el gato se lanzó sobre
él y se Io comió.
Y Edentras tanto, el rey, su hija y el contle iban en Ia carroza y pa.
earon al lado clel prado donde eegaban Lono, y el rey preguntó a los
campesinoe :

316
quién es esta pradera tan hermosa?
-¿Dedel señor conde los campesinos.
-Es -dijeron
una buena fincs, eonde el rey al molinerito.
Y luego pasaron junlo al trigal,-dijo
-Tenéis y el rey preguntó a loe sega-
dores :
De quién 6on estas tierra6?
-¿

I .1. !
Ir
xB
&
señor conde, Majestad respetuosamente los
-Del
hombres,
-contestaron
amigo mío, gué buenas tierras tenéie con elogio
-Vaya,
el rey. -dijo
Y pasaron iunto al bosque de robles, y el rey preguntó a los leña-
dores :
quién es este boeque?
-jDe señor conde, Majestad.
-Del
El rey miró al molinero con admiración, y le dijo:
eer un hombre muy rico, conde. Ni yo mismo tengo un
-Debéis
boaque tan magnifico como éste.
Y por fin llegó la carroza al pie ile un palacio grande y lujoso, que
era el del brujo; y en Io alto de Ia eecalera estaba el gato, que salió a
recibir al rey, le abrió la puerta de la ca¡roza con una reverencia, y
dijo :
entrad en el palacio de mi g€ior el conde, que toda la
-Majestad,
vida rocordará este honor. I
El rey bajó de la carroza, se queiló admirando el palacio, y le €ntró
un poquito de envidia, porque su palacio real no era tan grande ni tan
bonito. Y etrtonces, el molinero dio el brazo a la princesa y la llevó aI
ealón principal, que estaba lleno de adornoe de oro y de perlas: el pobre
hijo del molinero se encontó convertitlo en un hombre rico y noble,
gracias a su gato. Y la princesa quiso casarse eon é1, y cuando se celebró
la boda, el gato iba delante de loe novios echanalo flores por el suelo
con mucha alegría.

# .,Tf,
:r=
-l ¡.
Y cuando el rey se hizo viejecito y murió, el marido ile eu hija se
quedó de rey de aquel país, y como todo ee lo debía a su gato, le nom-
bró Gran Chambelán de Ia corte, y el gato ee dio mucho postín.

fl

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