El Barco de Vapor - Serie Blanca 9 - La Bruja Mon
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Primeros lectores
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Pilar Mateos
La bruja Mon
Serie blanca - 9 (El barco de vapor)
ePub r1.0
nalasss 23.07.13
ebookelo.com - Página 3
Título original: La bruja Mon
Pilar Mateos, enero de 1984.
Ilustraciones: Viví Escrivá
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La rana
LA bruja Mon entró en una tienda de vídeos.
Se quedó embobada contemplando en una pantalla un número musical.
Hasta que una niña le dio un pisotón sin querer.
—¡Huy, perdone! —murmuró la niña.
La bruja Mon se puso hecha una fiera.
—¡Ahora mismo te convierto en una rana!
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EL policía que estaba vigilando la tienda se acercó a ver lo que pasaba.
—Aquí no está permitida la presencia de ranas —le dijo a la bruja Mon—.
¡Tendrá que pagar una multa!
—¡Y un jamón! —dijo la bruja Mon.
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El policía se puso tan serio que la bruja Mon se asustó.
Sacó sus ahorros de trescientos años, contó las monedas, pagó la multa y salió de
la tienda a todo correr.
La rana la perseguía a grandes saltos.
La alcanzó enseguida y se montó sobre su zapato derecho.
—¡Os! ¡Os! —hacía la bruja para espantarla.
Y la rana que no se iba…
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CONQUE, en esto, llegó un guardia y le dijo:
—Esta rana no tiene collar. Está prohibido que los animales circulen sin collar.
¡Tendrá que pagar una multa!
—¡Y un jamón! —dijo la bruja Mon.
El guardia se puso muy serio y la bruja Mon se asustó.
Sacó sus ahorros de trescientos años, pagó la multa y salió corriendo.
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DE un brinco, se subió a un autobús en marcha.
Y la rana con ella.
El conductor dijo:
—Está prohibido llevar ranas en los transportes públicos. ¡Tendrá que pagar una
multa!
La bruja Mon se hizo la despistada.
—¿Qué rana? —preguntaba. Y murmuró a escondidas las palabras mágicas, y la
rana recuperó su forma de niña.
—¿Ve usted cómo no había ninguna rana? —le decía la bruja al conductor.
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—En ese caso tendrá usted que pagar el billete de la niña.
—¡Y un jamón! —dijo la bruja Mon. Y se tiró del autobús en marcha.
YA hace mucho tiempo que la bruja Mon no convierte a las niñas en ranas.
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La apuesta
LA bruja Mon hizo una apuesta con su amiga Pirula:
—Te apuesto a que hago cincuenta juegos de magia.
—Te apuesto a que no —dijo la bruja Pirula.
—Te apuesto a que sí —dijo la bruja Mon.
Pero no se apostaron ninguna cosa.
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Al primer árbol que se encontró lo convirtió en una piedra.
A la primera piedra que se encontró la convirtió en un árbol.
Enseguida descubrió una rosa y la convirtió en una margarita.
A continuación descubrió una margarita y la convirtió en una rosa.
Después vio a una niña que se estaba cayendo por un barranco, y la transformó en
un pájaro azul.
Eso salvó a la niña. En vez de estrellarse contra el suelo, la niña agitó sus alas
azules y levantó el vuelo, cantando.
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MÁS tarde la bruja Mon saludó a una viejecita que llevaba en una mano una
botella de vino, y en la otra, una botella de leche.
La bruja Mon, con una sonrisa malvada, convirtió el vino en leche, y la leche, en
vino; y la viejecita ni notó el cambio.
Por allí cerca había un burro. La bruja Mon lo transformó en un cordero.
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Y en un prado, más allá, había un cordero. La bruja Mon lo transformó en un
burro.
Al perro negro del cazador lo convirtió en un gato blanco.
Al gato blanco del cazador lo convirtió en un perro negro.
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Luego divisó un pájaro azul posado en una rama; parecía un poco asustado, como
si no le gustara ser pájaro. La bruja Mon lo convirtió en una niña.
Y así siguió hasta que hizo sus cincuenta juegos de magia.
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ENTONCES fue a avisar a su amiga Pirula.
—Ya están —le dijo.
—A verlos.
La bruja Pirula miró al camino, y vio que todas las cosas estaban igual que de
costumbre.
Había árboles y piedras, margaritas y rosas, corderos y burros.
Vio a la viejecita, que llevaba, como todos los días, su botella de leche y su
botella de vino.
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Vio a la niña, que volvía a su casa, tan contenta, como todos los días a la misma
hora.
Y vio al cazador, que se
marchaba de caza, como todos
los días, con su perro negro y su
gato blanco.
—Pues no lo entiendo —dijo
la bruja Mon—. ¡Si yo lo he
cambiado todo…!
—Has perdido la apuesta —
dijo la bruja Pirula.
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El reloj
LA bruja Mon necesitaba un
reloj.
«Lo quiero sumergible —
pensó—, con cronómetro y alarma; que dé las horas, los días, el mes y el año».
Sacó su varita mágica y dijo las palabras secretas.
Entonces, delante de la cueva, apareció un reloj de sol.
Pero el día estaba nublado, y la bruja Mon no supo si era la hora del desayuno o la
de la comida; así que se preparó la merienda.
—Mi varita es tan vieja que sólo fabrica antigüedades —le contó a Grajano—. Yo
quiero un reloj moderno.
—Pues quítaselo a un niño —sugirió el cuervo Grajano.
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LA bruja Mon se sentó en el umbral, a esperar que pasara un niño.
El primero fue un hermano mayor, de ojos alegres.
Y su reloj era sumergible.
La bruja Mon lo vio.
—Dame tu reloj —le dijo.
El hermano mayor sonrió alegremente:
—Yo te lo daría —respondió—. Pero detrás viene mi hermano mediano, que tiene
un reloj mucho mejor que el mío.
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EL hermano mediano era de expresión bondadosa.
Y su reloj tenía cronómetro.
La bruja Mon se fijó muy bien.
—Dame tu reloj —le dijo.
El hermano mediano sonrió bondadosamente:
—Yo te lo daría —respondió—. Pero detrás viene mi hermano pequeño, que tiene
un reloj mucho mejor que el mío.
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EL hermano pequeño tenía una carita burlona.
Y su reloj emitía tres alarmas diferentes.
La bruja Mon las oyó.
—Dame tu reloj —le dijo.
El hermano pequeño sonrió burlonamente:
—Yo te lo daría —respondió—. Pero allí está la torre de la catedral, que tiene un
reloj mucho mejor que el mío.
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LA bruja Mon se empinó sobre el palo de su escoba y vio la torre de la catedral.
—Dame tu reloj —le dijo.
Y el reloj de la catedral llegó volando por los aires, con gran estrépito.
Rompió la puerta de la cueva aplastó la librería y derribó todos los muebles.
¡Era un reloj descomunal!
La bruja Mon se quedó mirándolo con cara de tonta.
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De pronto, un ruido atronador le puso los pelos de punta: el reloj iba a dar las tres,
y, a cada campanada, temblaba el suelo de la cueva, y las paredes parecían venirse
abajo.
La bruja Mon salió huyendo despavorida, tapándose las orejas con las manos.
Esa noche tuvo que dormir en la torre de la catedral.
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El eco
LA bruja Mon estaba rabiosa.
Llevaba toda la tarde portándose bien.
¡Ya no podía resistirlo más!
Necesitaba urgentemente molestar a alguien.
Pensó: «Si pasara una niña por aquí, la convertiría en una tortuga».
Y miró a lo lejos, por el camino del puente, a ver si venía alguna niña.
No venía ninguna.
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LA bruja Mon volvió a pensar: «Si pasara un niño por aquí, lo convertiría en un
elefante».
Y miró a lo lejos, por el camino de la montaña, a ver si venía algún niño.
No venía ninguno.
La bruja Mon exclamó:
—¡Qué rabia!
Y siguió andando a la pata coja.
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—¡QUÉ raro! —comentó la bruja—. En las cuevas siempre hay murciélagos.
—¡Murciélagos! —repitió una voz.
—Eso es lo que estoy buscando —contestó la bruja, distraída—, pero no hay ni
uno.
—¡Ni uno! —afirmó la voz.
—Es lo que acabo de decir —dijo la bruja, un poco molesta.
—¡Es lo que acabo de decir! —dijo la voz.
La bruja Mon se puso de mal humor:
—¡Yo lo he dicho primero! —voceó.
—¡Yo lo he dicho primero! —insistió la voz.
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LA bruja Mon miró al fondo de la cueva para ver quién hablaba; y, por más que
miró y remiró, no vio a nadie.
—¿Dónde te escondes? —preguntó.
—¿Dónde te escondes? —preguntó la voz.
—¡Yo no me escondo! —protestó la bruja.
—¡Yo no me escondo! —protestó la voz.
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ERA una voz antipática y chillona. Y a la bruja Mon le sonaba a conocida; como si
fuera de alguien de la familia.
¿De quién podría ser?
—Me da igual —gruñó la bruja—. Sea quien sea, lo voy a convertir en un pez.
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Y añadió en voz alta:
—¡Sal si te atreves!
—¡Sal si te atreves! —repitió la voz.
Y la bruja Mon tuvo la sensación de que se estaba riendo de ella.
—¡Me estás haciendo burla!
—¡Haciendo burla! —aseguró la voz.
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LA bruja Mon se puso tan furiosa que empezó a darse coscorrones contra las
peñas.
—¡Voy a convertirte en un pez tonto! —rugió.
Y la voz, sin acobardarse, le devolvió la amenaza:
—¡Voy a convertirte en un pez tonto!
—¿A mí? —dijo la bruja Mon—. ¡Y un jamón!
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Agitó su polvorienta varita y dijo, rápidamente, las palabras secretas:
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