Fides Et Ratio
Fides Et Ratio
Fides Et Ratio
CARTA ENCÍCLICA
FIDES ET
RATIO
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS,
SOBRE LAS RELACIONES
ENTRE FE Y RAZÓN
FIDES ET RATIO - JUAN PABLO II 2
¿por qué existe el mal? ¿qué hay después de esta vida? Es-
tas mismas preguntas las encontramos en los escritos sagra-
dos de Israel, pero aparecen también en los Veda y en los
Avesta; las encontramos en los escritos de Confucio e Lao-
Tze y en la predicación de los Tirthankara y de Buda; asimis-
mo se encuentran en los poemas de Homero y en las trage-
dias de Eurípides y Sófocles, así como en los tratados filosófi-
cos de Platón y Aristóteles. Son preguntas que tienen su ori-
gen común en la necesidad de sentido que desde siempre
acucia el corazón del hombre: de la respuesta que se dé a
tales preguntas, en efecto, depende la orientación que se dé a
la existencia.
2. La Iglesia no es ajena, ni puede serlo, a este camino de
búsqueda. Desde que, en el Misterio Pascual, ha recibido co-
mo don la verdad última sobre la vida del hombre, se ha he-
cho peregrina por los caminos del mundo para anunciar que
Jesucristo es «el camino, la verdad y la vida» (Jn14, 6). Entre
los diversos servicios que la Iglesia ha de ofrecer a la humani-
dad, hay uno del cual es responsable de un modo muy parti-
cular: la diaconía de la verdad.1 Por una parte, esta misión ha-
ce a la comunidad creyente partícipe del esfuerzo común que
la humanidad lleva a cabo para alcanzar la verdad; 2 y por
otra, la obliga a responsabilizarse del anuncio de las certezas
adquiridas, incluso desde la conciencia de que toda verdad
alcanzada es sólo una etapa hacia aquella verdad total que se
manifestará en la revelación última de Dios: «Ahora vemos en
un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora
conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como
soy conocido» (1 Co 13, 12).
3. El hombre tiene muchos medios para progresar en el co-
nocimiento de la verdad, de modo que puede hacer cada vez
más humana la propia existencia. Entre estos destaca
la filosofía, que contribuye directamente a formular la pregunta
FIDES ET RATIO - JUAN PABLO II 4
del callejón ciego de los mitos, para abrirse de forma más ade-
cuada a la trascendencia. Así pues, una razón purificada y
recta era capaz de llegar a los niveles más altos de la refle-
xión, dando un fundamento sólido a la percepción del ser, de
lo trascendente y de lo absoluto. Justamente aquí está la no-
vedad alcanzada por los Padres. Ellos acogieron plenamente
la razón abierta a lo absoluto y en ella incorporaron la riqueza
de la Revelación. El encuentro no fue sólo entre culturas, don-
de tal vez una es seducida por el atractivo de otra, sino que
tuvo lugar en lo profundo de los espíritus, siendo un encuentro
entre la criatura y el Creador. Sobrepasando el fin mismo ha-
cia el que inconscientemente tendía por su naturaleza, la ra-
zón pudo alcanzar el bien sumo y la verdad suprema en la
persona del Verbo encarnado. Ante las filosofías, los Padres
no tuvieron miedo, sin embargo, de reconocer tanto los ele-
mentos comunes como las diferencias que presentaban con la
Revelación. Ser conscientes de las convergencias no ofusca-
ba en ellos el reconocimiento de las diferencias.
42. En la teología escolástica el papel de la razón educada
filosóficamente llega a ser aún más visible bajo el empuje de
la interpretación anselmiana del intellectus fidei. Para el santo
Arzobispo de Canterbury la prioridad de la fe no es incompati-
ble con la búsqueda propia de la razón. En efecto, ésta no es-
tá llamada a expresar un juicio sobre los contenidos de la fe,
siendo incapaz de hacerlo por no ser idónea para ello. Su ta-
rea, más bien, es saber encontrar un sentido y descubrir las
razones que permitan a todos entender los contenidos de la
fe. San Anselmo acentúa el hecho de que el intelecto debe ir
en búsqueda de lo que ama: cuanto más ama, más desea co-
nocer. Quien vive para la verdad tiende hacia una forma de
conocimiento que se inflama cada vez más de amor por lo que
conoce, aun debiendo admitir que no ha hecho todavía todo lo
que desearía: «Ad te videndum factus sum; et nondum feci
propter quod factus sum».42 El deseo de la verdad mueve,
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CAPÍTULO V
INTERVENCIONES DEL MAGISTERIO EN CUESTIONES
FILOSÓFICAS
El discernimiento del Magisterio como diaconía de la
verdad
49. La Iglesia no propone una filosofía propia ni canoniza
una filosofía en particular con menoscabo de otras.54 El motivo
profundo de esta cautela está en el hecho de que la filosofía,
incluso cuando se relaciona con la teología, debe proceder
según sus métodos y sus reglas; de otro modo, no habría ga-
rantías de que permanezca orientada hacia la verdad, tendien-
do a ella con un procedimiento racionalmente controlable. De
poca ayuda sería una filosofía que no procediese a la luz de la
razón según sus propios principios y metodologías específi-
cas. En el fondo, la raíz de la autonomía de la que goza la filo-
sofía radica en el hecho de que la razón está por naturaleza
orientada a la verdad y cuenta en sí misma con los medios ne-
cesarios para alcanzarla. Una filosofía consciente de este
«estatuto constitutivo» suyo respeta necesariamente también
las exigencias y las evidencias propias de la verdad revelada.
La historia ha mostrado, sin embargo, las desviaciones y los
errores en los que no pocas veces ha incurrido el pensamiento
filosófico, sobre todo moderno. No es tarea ni competencia del
Magisterio intervenir para colmar las lagunas de un razona-
miento filosófico incompleto. Por el contrario, es un deber suyo
reaccionar de forma clara y firme cuando tesis filosóficas dis-
cutibles amenazan la comprensión correcta del dato revelado
y cuando se difunden teorías falsas y parciales que siembran
graves errores, confundiendo la simplicidad y la pureza de la
fe del pueblo de Dios.
50. El Magisterio eclesiástico puede y debe, por tanto, ejer-
cer con autoridad, a la luz de la fe, su propio discernimiento
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CAPÍTULO VI
INTERACCIÓN ENTRE TEOLOGÍA Y FILOSOFÍA
La ciencia de la fe y las exigencias de la razón filosófica
64. La palabra de Dios se dirige a cada hombre, en todos
los tiempos y lugares de la tierra; y el hombre es naturalmente
filósofo. Por su parte, la teología, en cuanto elaboración refleja
y científica de la inteligencia de esta palabra a la luz de la fe,
no puede prescindir de relacionarse con las filosofías elabora-
das de hecho a lo largo de la historia, tanto para algunos de
sus procedimientos como también para lograr sus tareas es-
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CAPÍTULO VII
EXIGENCIAS Y COMETIDOS ACTUALES
Exigencias irrenunciables de la palabra de Dios
80. La Sagrada Escritura contiene, de manera explícita o
implícita, una serie de elementos que permiten obtener una
visión del hombre y del mundo de gran valor filosófico. Los
cristianos han tomado conciencia progresivamente de la rique-
za contenida en aquellas páginas sagradas. De ellas se dedu-
ce que la realidad que experimentamos no es el absoluto; no
es increada ni se ha autoengendrado. Sólo Dios es el Absolu-
to. De las páginas de la Biblia se desprende, además, una vi-
sión del hombre como imago Dei, que contiene indicaciones
precisas sobre su ser, su libertad y la inmortalidad de su espí-
ritu. Puesto que el mundo creado no es autosuficiente, toda
ilusión de autonomía que ignore la dependencia esencial de
Dios de toda criatura —incluido el hombre— lleva a situacio-
nes dramáticas que destruyen la búsqueda racional de la ar-
monía y del sentido de la existencia humana.
Incluso el problema del mal moral —la forma más trágica de
mal— es afrontado en la Biblia, la cual nos enseña que éste
no se puede reducir a una cierta deficiencia debida a la mate-
ria, sino que es una herida causada por una manifestación
desordenada de la libertad humana. En fin, la palabra de Dios
plantea el problema del sentido de la existencia y ofrece su
respuesta orientando al hombre hacia Jesucristo, el Verbo de
Dios, que realiza en plenitud la existencia humana. De la lec-
tura del texto sagrado se podrían explicitar también otros as-
pectos; de todos modos, lo que sobresale es el rechazo de
toda forma de relativismo, de materialismo y de panteísmo.
La convicción fundamental de esta «filosofía» contenida en
la Biblia es que la vida humana y el mundo tienen un sentido y
están orientados hacia su cumplimiento, que se realiza en Je-
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respuesta.
88. Otro peligro considerable es el cientificismo. Esta co-
rriente filosófica no admite como válidas otras formas de cono-
cimiento que no sean las propias de las ciencias positivas, re-
legando al ámbito de la mera imaginación tanto el conocimien-
to religioso y teológico, como el saber ético y estético. En el
pasado, esta misma idea se expresaba en el positivismo y en
el neopositivismo, que consideraban sin sentido las afirmacio-
nes de carácter metafísico. La crítica epistemológica ha des-
acreditado esta postura, que, no obstante, vuelve a surgir bajo
la nueva forma del cientificismo. En esta perspectiva, los valo-
res quedan relegados a meros productos de la emotividad y la
noción de ser es marginada para dar lugar a lo puro y simple-
mente fáctico. La ciencia se prepara a dominar todos los as-
pectos de la existencia humana a través del progreso tecnoló-
gico. Los éxitos innegables de la investigación científica y de
la tecnología contemporánea han contribuido a difundir la
mentalidad cientificista, que parece no encontrar límites, te-
niendo en cuenta como ha penetrado en las diversas culturas
y como ha aportado en ellas cambios radicales.
Se debe constatar lamentablemente que lo relativo a la
cuestión sobre el sentido de la vida es considerado por el
cientificismo como algo que pertenece al campo de lo irracio-
nal o de lo imaginario. No menos desalentador es el modo en
que esta corriente de pensamiento trata otros grandes proble-
mas de la filosofía que, o son ignorados o se afrontan con
análisis basados en analogías superficiales, sin fundamento
racional. Esto lleva al empobrecimiento de la reflexión huma-
na, que se ve privada de los problemas de fondo que el animal
rationale se ha planteado constantemente, desde el inicio de
su existencia terrena. En esta perspectiva, al marginar la críti-
ca proveniente de la valoración ética, la mentalidad cientificis-
ta ha conseguido que muchos acepten la idea según la cual lo
FIDES ET RATIO - JUAN PABLO II 89
CONCLUSIÓN
100. Pasados más cien años de la publicación de la Encícli-
ca Æterni Patris de León XIII, a la que me he referido varias
veces en estas páginas, me ha parecido necesario acometer
de nuevo y de modo más sistemático el argumento sobre la
relación entre fe y filosofía. Es evidente la importancia que el
pensamiento filosófico tiene en el desarrollo de las culturas y
en la orientación de los comportamientos personales y socia-
les. Dicho pensamiento ejerce una gran influencia, incluso so-
bre la teología y sobre sus diversas ramas, que no siempre se
percibe de manera explícita. Por esto, he considerado justo y
necesario subrayar el valor que la filosofía tiene para la com-
prensión de la fe y las limitaciones a las que se ve sometida
cuando olvida o rechaza las verdades de la Revelación. En
efecto, la Iglesia está profundamente convencida de que fe y
razón «se ayudan mutuamente», 122ejerciendo recíprocamente
una función tanto de examen crítico y purificador, como de es-
tímulo para progresar en la búsqueda y en la profundización.
101. Cuando nuestra consideración se centra en la historia
del pensamiento, sobre todo en Occidente, es fácil ver la ri-
queza que ha significado para el progreso de la humanidad el
encuentro entre filosofía y teología, y el intercambio de sus
respectivos resultados. La teología, que ha recibido como don
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