Entrevista A Jenny Valencia Alzate (Gaceta)

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La Kali de Malicia

Jenny Valencia Alzate presenta su nuevo libro de cuentos, ‘Buzirako Fútbol Klub’, donde
retrata a Cali desde las expresiones de la cultura popular y el legado místico religioso
afrocolombiano.

Por L. C. Bermeo Gamboa

Bajo el nombre de Jenny Valencia Alzate llegó a Cali hace 30 años, y en los barrios
populares de esta ciudad descubrió su verdadera identidad, reconocida con otro nombre
nacido en las raíces del sincretismo cultural único de los caleños, un nombre que poco a
poco se ha ido apoderando de la obra literaria de esta escritora urbana.

Su alter ego se llama Malicia, el demonio narrador que la autora lleva dentro, una voz
endiablada que altera el ritmo correcto de la prosa y la ortografía de las palabras, para que
sus lectores rompamos el cristal creado en torno a esa Cali oficial de las postales y
descubramos el lado maldito de una ciudad reducida a unos pocos estereotipos
‘políticamente correctos’. Es Malicia la voz arrebatada, porque baila en su fraseo, la que se
apodera del más reciente libro de Jenny Valencia Alzate, ‘Buzirako Fútbol Klub’, una serie
de cuentos donde por fin la autora deja escapar a su daimón creativo —al duende como
decía Federico García Lorca sobre el espíritu creador que lo poseía—, para construir un
universo literario donde el diablo Buzirako-Changó es el protagonista.

De modo que en este diálogo, la autora entrará en un estado de trance, o como lo definió
Julián Alejandro Hernández en una reseña sobre ‘El diablo del barrio Obrero y otros
cuentos’, libro anterior de Jenny Valencia Alzate; a medida que avancen las preguntas,
presenciaremos un fenómeno de “posesión demonomántica” en el que Malicia nos hablará
de cómo es la vida violenta y fantástica de quienes habitan esa ciudad oscura que en su
lengua se conoce como: Kali.

—¿Cuándo nació su interés por la literatura?

Soy nieta de un narrador oral. Hija de una declamadora, sobrina de un poeta. Mi interés por
la literatura es un legado ancestral. A los cuatro años mi madre me enseñó el poema “La
Araña” de Julio Flórez, ahí descubrí el poder de la palabra, pues con solo declamar esas
imágenes siniestras, logré sentir miedo ante la inminencia de un animal literario que a mí
me parecía real. Después vino el embelesamiento con las fábulas de Rafael Pombo, ahí me
convertí en lectora. La pulsión de la escritura me llegó cuando empecé a tener el corazón
roto, como desde los 10 años, escribía unos poemas terribles, hojas y hojas de malos versos
que después rompí. Hasta que un día conocí el género del cuento, me leí de un tajo los
cuentos completos de Mario Benedetti, por entonces ya había vivido muchas historias en la
Cali de los barrios populares, había conocido seres que parecían ficcionales. También tenía
un novio que vivía en el barrio Obrero, que es bien popular y lleno de fantasmagorías, y
una tarde de visita salía de regreso a mi casa y vi a un hombre extraño de pie fuera de un
garaje: nariz ganchuda, piel color cobre, tabaco en mano. Me bastó que me dijeran que por
ese barrio lo apodaban “el diablo”. La pulsión creadora fue automática, escribí el primer
cuento de mi vida “El diablo del barrio Obrero”. Desde entonces, no he dejado de escribir.

—Nació en Pereira, pero gran parte de su obra está dedicada a Cali…

Llegué a Cali a los seis años y el mundo me cambió por completo. Pasé de vivir en una
ciudad campesina junto al río entre guaduales, espantos y cafetales con la música de
Leonardo Fabio, Rocío Dúrcal y Camilo Sesto de fondo, que escuchaban mis tías y mi
mamá, a habitar una urbe caliente, en un barrio sin árboles donde se escuchaban músicas
entamboradas, mataban gente en las esquinas y vivían afros y mestizos pobres que luchaban
por sobrevivir en medio del calor y la discriminación. Como mi madre trabajaba todo el
día, yo me le escapaba y me iba a jugar con los niños hijos de familias desplazadas del
Pacífico colombiano, y ellos me enseñaron a ser caleña, a bailar para resistir. Ahí, entre
otras cosas, supe que los llamados “hampones” de los barrios populares son muchachos con
hambre, falta de oportunidades y agobiados por los embates cotidianos. Ahí también conocí
el primer muerto abaleado en una esquina.

No diría que Cali es el centro de mi universo literario, considero más bien que es la primera
deuda literaria que yo tenía que saldar con la vida. Era inevitable escribir sobre la ciudad
donde crecí, dónde me formé como caminante y adquirí sensibilidad para escuchar voces
que no son hegemónicas. Las leyendas urbanas de esta ciudad son de las más valiosas
herencias culturales de los caleños, caminar las aceras y encontrarte con gente que te las
narra, es como leerla con los pies. Es por eso que los personajes de mis dos libros de
cuentos la habitan y son personajes del border line.

—En este libro utiliza palabras como Anrakofanzinero, Vaguemia o Kauka. ¿Por qué
le interesa alterar el lenguaje en su escritura? ¿Y qué importancia tiene el uso
constante de la K en su ortografía particular?

Quien escribe desobedece. No está contento con la realidad y la reinventa. Parte de esa
desobediencia es, para mí, una alteración del lenguaje hegemónico, pero eso tiene que ver
también con la naturaleza de los personajes, en este caso del Buzirako Fútbol Klub, que son
muy callejeros en algunos relatos, y ser callejero es tener una jerga propia. En este caso
particular, las palabras Vaguemia y Anarkofanzinero son etiquetas propias que pongo al
personaje a quien va dedicado el libro, pero que no es como tal un personaje del libro. La
“Vaguemia”, un término inventando por esta misma persona, se refiere a la combinación
entre la bohemia, la elegancia y la academia, término que define a varios de los habitantes
de la contracultura caleña. Respecto a la K, para mí utilizarla es una manera de realzar los
vocablos amerindios, pero también para decir que la Kali que narro es otra.

—¿Cómo se interesó por la cultura afrocolombiana y su imaginería ancestral?

Dije antes que los niños afros del barrio a donde llegué me enseñaron junto a sus familias a
resistir a través de la música, y como habitar Cali es estar cerca de las herencias africanas,
aunque la discriminación y el racismo caminan todo el tiempo al lado de toda esa riqueza,
fui dándome cuenta poco a poco que la música está también vinculada a la muerte, a los
nacimientos, a los rituales de paso. Después vinieron los orichas, el contacto con lo yoruba,
sentir que la africanía te sale al paso hasta cuando caminas por la calle y escuchas salsa.
Además, tuve la inmensa fortuna de recorrer algunos palenques en el Cauca, en el Chocó,
en el Caribe, y de acercarme a sus prácticas mágico-religiosas. Ahí descubrí que lo afro es
un universo, no una etiqueta. De la mano de todo eso empecé a leer autores
afrocolombianos como Arnoldo Palacios, Uriel Cassiani, que me abrieron hacia un nuevo
espectro de la literatura colombiana, porque fue aprender a narrar eso que tú llamas
“imaginerías” pero que son más bien realidades mágico-religiosas que coexisten en los
territorios. Y como yo crecí los primeros seis años prácticamente en el monte, y conviví
con espantos y creencias espirituales paralelas a las que narran estos autores en sus libros,
en un ritual al que asistí los espíritus me invitaron a escribir sobre mis intercambios con
esas herencias, reconociéndome siempre como una mujer mestiza y caminante que
escucha, aprende y registra para compartir sus experiencias con otros, pero sin imponer
puntos de vista ni dejarme imponer los estereotipos ajenos, que también existen.

—¿Qué obras y autores afrocolombianos han influenciado su obra?

Además de Arnoldo Palacios, a quién ya te mencioné, por sus obras “Las estrellas son
negras”, “Buscando mi madrededios” y “La selva y la lluvia” en las que los humanos
conviven con los espantos, también está Manuel Zapata Olivella con “Changó el Gran
Putas”, porque me recordó que los dioses africanos también tienen lugar e influencia en
este gran salpicón que es Latinoamérica, y que al igual que los dioses griegos en la épica de
Homero, también pueden interactuar con las personas e influenciar las pasiones humanas.
Uriel Cassiani Pérez con “Ceremonias para criaturas de agua dulce”, por reafirmarme algo
que yo ya me sospechaba, y es que al crear personajes mágicos hay que tener en cuenta la
oscuridad y su importancia en los acontecimientos que en la vida real son un tabú, sus
narraciones de sacerdotisas palenqueras me abrieron la perspectiva acerca de cómo narrar la
magia, sin pelos en la lengua. Y últimamente Achanti Dinha Orozco, poeta barranquillera
que escribe sobre el culto a los orichas en su poemario “Semillas del Muntú”, al leerla me
doy cuenta que escribir sobre los dioses es hacerlo con todo el cuerpo, con todos los
sentidos.

—¿Cómo surgió el nombre de este libro ‘Buzirako Fútbol Klub’?

Cuenta la leyenda que cuando los barcos esclavistas llegaron a Cartagena, entre los
esclavizados venían yorubas, que traían sus propios dioses y prácticas mágico-religiosas.
En la heroica, empezó a suceder que cuando los africanos tocaban sus tambores, se divisaba
un ente que danzaba entre el fuego y al que le adjudicaron los incendios y las pestes en la
ciudad. La iglesia católica solucionó todo llamándoles a esos dioses desconocidos “El
diablo”, y bautizó a ese espíritu como Buzirako e hicieron un ritual en el cerro de la popa
para expulsarlo de la ciudad marítima. Al parecer, ese espíritu se vino para Cali, donde
también habían esclavizados y tambores. Dicen que aquí estuvo por 300 años libre,
trayendo pestes a la ciudad, hasta que dos frailes por allá en los años mil ochocientos,
intentaron expulsarlo poniendo las tres cruces pero lo que hicieron fue encerrarlo al punto
que no pudo irse de Cali. Hoy en día se conoce como el famoso “demonio” que habita el
cerro de las tres cruces. Dicen muchos habitantes que desde entonces se ha aparecido de
múltiples formas, como la vez cuando llegó a Juanchito a una discoteca y bailó con una
mujer que quedó loca. En el libro, se propone otra mirada de este personaje, planteando que
en realidad es Changó, oricha de la religión yoruba, que habita la ciudad confundido con el
diablo.

El nombre del libro surge porque en la investigación para escribir los relatos, empecé a
tratar de desentrañar en qué manifestaciones de la cultura caleña se evidenciaba la
presencia de Buzirako, y me topé de frente con el América de Cali y toda la ritualidad de su
hinchada en torno al diablo del escudo. Al ver los comportamientos de los fanáticos
futboleros de este equipo, entre otras cosas se me asemejaron a una especie de guerreros
puesto que suelen seguir a su equipo hasta el final y viven cientos de aventuras de camino a
otros países, ese tezón lo asocié con Changó en la medida en que es el oricha de la guerra, y
supe que si un oricha exiliado confundido con el diablo, iba a habitar una ciudad candente
como la Kali de mi literatura, lo primero que iba a hacer era tratar de fundar un “ejército”
de guerreros que lo veneraran como lo hacían en Benín, y que ese ejército iban a ser los
fanáticos de un equipo de fútbol que llevara su nombre, el Buzirako Fútbol Klub.

—¿Cuál es la importancia que usted atribuye a Buzirako para la identidad caleña?

Lo que se propone en el libro es que Buzirako es fundamental para prácticas culturales


populares como la salsa, el fútbol y la santería, porque al ser en realidad Changó, influencia
a las gentes para que las lleven a cabo como mecanismos de resistencia cultural.

—¿Cali debería ser considerada más la Caldera de Buzirako que la Sucursal del
Cielo?

Aquí se vive en realidad un cielo felizmente pagano, en el que la sensualidad, la noche y las
personalidades exorbitantes de muchos de sus habitantes forman una triada perfecta para
que Buzirako camine a sus anchas y haga de las suyas, aunque en el día todo ese influjo se
contenga.

—¿Cuál es esa otra ciudad que se revela en su obra, la denominada en su libro como
“Kali Ají”?

La de los desgraciados, los sucios, los malditos, los sin futuro, los feos, los marginados. La
Kali que difícilmente sale en los diarios sin ser estigmatizada, y que encuentra en la noche
el escenario perfecto para que los sueños irrealizables de esos personajes se dibujen bajo
una luna que guarda sus secretos. La Kali Ají es la ciudad atorrante, borracha, desmesurada
y mística que no conocen los ciudadanos que duermen y abren sus ojos con el sol.

—¿En estos cuentos busca también criticar la desigualdad social y el racismo?

Es una de las apuestas que se hace en este libro. Mostrar cómo nos llenamos la boca
diciendo que la africanía hace parte de Cali, pero cómo al mismo tiempo se desdeña,
discrimina y estigmatiza a los afros.
—En uno de sus libros anteriores, ‘El diablo del barrio Obrero’, y ahora en ‘Buzirako
Fútbol Klub’, el tema demoniaco se desarrolla con plenitud, ¿cuál es su interés
literario por el tema del diablo, relacionado con Cali y la cultura afro?

Poner en evidencia la gran mentira que hace más de quinientos años se perpetúa en nuestra
cultura, y es creer que tradiciones mágico religiosas como la santería se pueden reducir a
los términos “demoniaco” y “brujería”. Estamos acostumbrados a satanizar lo que no
conocemos, y peor aún, a poner la etiquetas del pensamiento occidental que nos enseñaron,
pero que jamás nos explicaron.

—Es frecuente su invocación de los Orichas africanos como propiciadores de su obra,


¿considera que de algún modo la creación literaria es una posesión espiritual similar a
la de las sacerdotisas santeras?

Considero que el oficio de la creación tiene siempre una carga de misticismo que ni los
mismos creadores podemos explicar racionalmente. En mi caso, para escribir este libro me
fueron otorgados permisos y mandatos espirituales. El Buzirako Fútbol Klub es sobre todo
una ofrenda que me fue posible hacer porque los orichas me abrieron los caminos y me
llevaron a lugares a los que debía ir para que pudiera escribir. Sé que mis manos fueron
sostenidas por las manos de muchos que estuvieron antes que yo.

—¿Ha sido gracias a esa posesión creativa que nació Malicia, ese demonio narrador
de sus cuentos?

Malicia Enjundia nació en las montañas del macizo colombiano, en un viaje iniciático que
me llevó al encuentro de la América indígena. Es quien me ha permitido abrazar sin
restringirme las raíces indígenas y afros que han sido fundamentales para mi formación
como ser humano. Malicia es un espíritu de las montañas que no teme caminar hasta fondos
insospechados y que enciende fuegos cuando narra. No sabría decirte si ella es producto de
una posesión creativa, o si es por ella que es una especie de médium, que la creatividad me
aflora. Solo recuerdo que un día me vi a unas treinta horas de mi casa, en un páramo a
donde solo se llegaba remontando la cordillera durante cinco horas seguidas, y que ella
emergió de mí para quedarse. Malicia es mi fortaleza, la que escribe con la sangre que le
sale de las rodillas cuando resbalo.

—¿Por qué considera que hay una imagen de Cali, la Kali demoniaca de Malicia que
no ha sido retratada por la literatura?

Porque pareciera que escribir las historias enterradas en los barrios sin pavimento y en las
aceras desoladas no ha sido del total interés de muchos escritores en esta urbe. Aunque hay
personas que han hecho el ejercicio de retratar esa Cali descentralizada desde la crónica. Y
tal vez la ausencia de textos que narren esa ciudad “demoniaca”, está relacionada con la
discriminación a las historias de los marginados, que no a muchos les interesa saber, pese a
que en ellas hay toda la poética que tiene resistir a la hostilidad con la que convivimos.
—De algún modo en los cuentos de ‘Buzirako Fútbol Klub’ se crea un nivel fantástico
para narrar la cultura de las barras bravas en Cali y también de la disputa entre los
dos equipos de fútbol icónicos de la ciudad…

Me interesó narrar esto exclusivamente por dos aspectos. El primero, como ya lo dije, la
relación del América de Cali con Buzirako, que es el personaje central del libro, y la
segunda, por toda la belleza que traen los mal llamados barras bravas, a quienes la gente les
cambia de acera, pero que guardan historias fascinantes que van de lo dramático a lo
jocoso.

—Se suele pensar que la narrativa urbana “caleña” está agotada, debido a ciertos
autores demasiado conocidos y reverenciados, no obstante en la actualidad hay toda
una generación de nuevos autores caleños con propuestas originales. ¿Por qué Cali o
Kali es un tema inagotable para usted?

Se sabe que en cada ciudad hay miles de ciudades al tiempo. Mi Cali no es la misma Cali
que han vivido esos escritores a los que nombras. De los personajes desclasados de Andrés
Caicedo a los personajes del vulgo de Jenny Valencia hay dos ciudades de diferencia,
concepciones distintas del mundo y una realidad, nada es estático, ni siquiera nuestra
percepción sobre la urbe que habitamos, por eso no temo escribir sobre Cali, y bebo de esos
escritores reverenciados pero doblo otras esquinas que quizá ellos no caminaron para darme
cuenta que una ciudad es un tema inagotable porque muchas de las historias que la habitan
aún están sepultadas o se transforman.

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