Destrucción y Conservación Del Patrimonio Urbano

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DESTRUCCIÓN Y CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO URBANO

Víctor Delgadillo

“Hay un doble sentimiento de fascinación y horror cuando algo tan aparentemente permanente como
un edificio se derriba.”
Robert Bevan

La destrucción y el deterioro son los principales enemigos de la conservación del patrimonio


cultural. Se trata de una situación que por ningún motivo debería permitirse, pues la
desaparición o ruina de los bienes patrimoniales y de los inmuebles y barrios históricos no sólo
implica la pérdida de un bien cultural irremplazable y la erosión de la memoria colectiva, sino
que pone entela de juicio los esfuerzos realizados durante las últimas décadas para la
salvaguarda del patrimonio cultural.

En el siglo XXI, a pesar de que la doctrina de la salvaguarda del patrimonio cultural se ha


consolidado en escala internacional, y de que en cada país y ciudad se han multiplicado los
instrumentos y las políticas para la defensa del patrimonio edificado, aún se demuelen edificios
y barrios patrimoniales a partir de causas culturales (especulación y negocios inmobiliarios,
modernización, conflictos bélicos, terrorismo, etcétera) y “naturales” (sismos, inundaciones,
etcétera)1. El deterioro y la destrucción de los inmuebles y las ciudades son procesos que podrían
calificarse como “naturales”, pues nada de lo que actualmente existe se mantendrá igual
eternamente, todo lo que nace muere y todo lo que se construye se deteriorará en el corto o el
largo plazo2.

El mantenimiento, la rehabilitación y la restauración de los bienes culturales son medidas que


ayudan a prolongar la vida de esos objetos materiales (archivos, bibliotecas, pinturas, esculturas,
artesanías, edificios antiguos, barrios, centros históricos, etcétera), pero de ninguna manera
garantizan su permanencia sempiterna. En efecto, el deterioro, la decadencia y el agotamiento,
en sus diferentes velocidades y distintas causas, son componentes de la vida y de todo tipo de
objeto material. Esto vale también para las ciudades y los edificios antiguos y recientes, como lo
demuestran las ruinas de ciudades milenarias y lo atestiguan nuestras ciudades históricas
integradas por edificios producidos en diversos momentos de la historia, a través de la
destrucción, la sustitución y la construcción de edificios nuevos; la renovación y la restauración
urbana.

La conservación crítica del patrimonio cultural reconoce la relativa perennidad del patrimonio
edificado, pero justamente por ello reivindica un conjunto de medidas que prolonguen digna y
adecuadamente su existencia material y su uso y aprovechamiento social, pues se trata de un

1
Ponemos “naturales” entre comillas porque los desastres, como sería la pérdida del patrimonio cultural y de vidas humanas, son una categoría social
que vincula la fuerza de un fenómeno natural con las condiciones sociales de vulnerabilidad: el primero no se puede impedir, pero se puede prever,
en cambio los seres humanos pueden disminuirlas condiciones de riesgo para evitar que el fenómeno natural tenga impactos sociales mayores

2
Todo se deteriora y cambia con el paso del tiempo: las cosas, los lugares, las tierras, el clima, las ciudades, la salud humana y la vida. Los recursos se
usan y así se desgatan. Los objetos pierden paulatinamente su utilidad por envejecimiento, obsolescencia funcional, uso o abuso y/o falta
de mantenimiento
bien material que por sus atributos y valores constituye un patrimonio colectivo. Este artículo
analiza las relaciones antagónicas y dialécticas entre la cultura de la conservación y la cultura de
la destrucción del patrimonio urbano, en una era neoliberal en la que prevalecen los valores de
cambio sobre los valores de uso. Aquí sostenemos que la comprensión de las causas del
deterioro y destrucción del patrimonio urbano son una tarea fundamental para definir mejores
estrategias y políticas para preservar por más tiempo nuestro patrimonio urbano.

1. PATRIMONIO URBANO: FUERZA SIMBÓLICA, MEMORIA E IDENTIDAD COLECTIVA

El Patrimonio Urbano3 es una categoría del Patrimonio Cultural integrada por conjuntos de
edificios, plazas, calles, centros históricos o ciudades enteras, producidos en el pasado remoto
o reciente, que han sido consideradas como tales por los gobiernos, las elites o los grupos
sociales, en función de diversos valores asignados a ellos: históricos, estéticos, simbólicos,
sociales, etcétera. El patrimonio urbano, como el cultural, no preexiste por sí mismo y no es un
acervo material, sino una construcción social en la que tradicionalmente los grupos en el poder,
desde el presente, seleccionan algunos de los múltiples inmuebles y barrios del pasado, a los
que se les asignan atributos históricos, artísticos y otros valores colectivos. Sin embargo, los
lugares y objetos patrimonializados también son social apropiados de diversas maneras.

Se trata de un patrimonio cultural donde se yuxtaponen identidades, memorias, atributos y


valores. A diferencia de otro tipo de bienes culturales muebles, el urbano es un patrimonio
inmueble. Generalmente se trata de territorios urbanos habitados y vivos, a veces abandonados
o deteriorados, que como el resto de la ciudad son objeto de disputa por parte de diversos
actores con diversos intereses económicos, sociales y políticos. Se trata de territorios urbanos
integrados por inmuebles con distinto tipo de uso, propiedad (pública, social o privada), régimen
de tenencia, edad (avanzada, reciente) y estado físico (bueno, deteriorado). Sin embargo, el
patrimonio urbano no es igual para todos los habitantes y visitantes de una ciudad. La
apropiación, la relación identitaria, el acceso y el disfrute de estos territorios urbanos es
diferente entre los diversos actores sociales, públicos y privados.

Aquí reconocemos que hay un patrimonio urbano jurídicamente reconocido por leyes y normas,
aunque tal vez socialmente desapropiado; pero también hay otros patrimonios urbanos
socialmente apropiados, aunque jurídicamente no estén reconocidos como tales. El enorme
simbolismo del Patrimonio Urbano radica en varios hechos:
1. Muchos edificios y espacios urbanos se han erigido con la idea de congregar y mantener
unidos a los colectivos sociales, otros edificios y barrios no fueron construidos así, pero
a posteriori han sido elegidos por éstas mismas razones. En sentido contrario, muchos
edificios también se demuelen con la intención de separar a la gente, de arrancarla de
su lugar.
2. La virtud del patrimonio urbano y en general de los inmuebles, para la producción
ideológica y la construcción de la memoria colectiva, radica en la aparente permanencia
eterna de la piedra, el ladrillo, el acero y el cemento. Las tradiciones se (re)inventan y el
pasado legitima y puede otorgar un glorioso fundamento a un presente que no lo tiene
por sí mismo (Hobsbawm, 2002). Entonces la idea de la permanencia histórica del

3
En México, el Patrimonio Urbano producido durante la colonia y los siglos XIX y XX oficialmente se llama Zonas de Monumentos Históricos o Artísticos
respectivamente, y en la Ciudad de México Sitios patrimoniales y Áreas de Conservación Patrimonial
edificio es muy fuerte, es un anclaje que trasciende la vida humana y hace que algunas
edificaciones se conviertan en un instrumento persuasivo, donde la selección de qué se
conserva y qué se destruye pretende reconfigurar la historia y el orden social y político.
3. La ciudad es ensimisma una memoria colectiva para sus residentes, pues la memoria
está asociada a los objetos y los lugares donde se habita (Rossi, 1981). En este sentido
Lefebvre (2013) reconoce que el espacio urbano y monumental ofrece a cada miembro
de una comunidad la imagen de su membresía y de su apariencia social, un espejo
colectivo más auténtico que el espejo personal. Por ello, sostenemos que conservar el
patrimonio urbano y cultural es afirmar la originalidad y las diferencias de las culturas y
los pueblos, es asegurar su memoria y su identidad para orientar el futuro.

2. DESTRUCCIÓN Y CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO URBANO ¿OPUESTOS O


COMPLEMENTARIOS?

El desarrollo de toda ciudad en el tiempo se ha realizado a través de la expansión urbana en


sentido horizontal y vertical, y de la demolición y el reemplazamiento de edificios existentes. En
algunos momentos históricos el desarrollo urbano tiene una lógica más expansiva y en otros
momentos más intensiva, destructiva y (re)creativa; en algunos momentos la lógica es
continuista y en otros rupturista. Pero a menudo no se trata de lógicas contradictorias sino
complementarias y simultáneas. Para Choay (2006) la destrucción es una necesidad humana
histórica: se destruye(in)voluntariamente el patrimonio edificado propio para (re)crear.

La modernización destruye lo que se considera vetusto, inútil, viejo, disfuncional, inadaptado,


no confortable, etcétera. En la historia de la humanidad hay miles de ejemplos, uno de ellos es
la conquista española del “nuevo mundo” que a nombre de dios y del rey arrasó con las ciudades
y culturas precolombinas. La consolidación del capitalismo y de la revolución industrial
aceleraron el proceso de la destrucción creativa: en el siglo XIX la modernización del París de
Haussmann es el mejor ejemplo de la destrucción urbana renovadora, mientras que en el
período de la II pos Guerra Mundial las ideas de la renovación urbana de Le Corbusier y los
Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna en varias ciudades europeas condujeron a
la consolidación de programas de reconstrucción sobre la base de la tabula rasa, es decir, el
arrasamiento de las (ruinas de las)ciudades existentes para construir todo totalmente nuevo,
pues la ciudad histórica y artesanal construida en la era del transporte a caballo era incompatible
con la era del transporte en automóvil y la (pre)fabricación en serie.

La destrucción y reconstrucción de las ciudades es un viejo ciclo típicamente urbano, que en parte
ha sido detenido y modificado con el surgimiento y fortalecimiento de la ética de la conservación
del patrimonio edificado (Choay, 1995).

3. CONSERVACIÓN Y DESTRUCCIÓN DEL PATRIMONIO Y DE LA MEMORIA. UNA VISIÓN


FREUDIANA

Choay (2006) usa una metáfora psicoanalítica para reconocer dos cosas:
1. La relación dialéctica entre la conservación y la destrucción del patrimonio urbano,
2. La función que el patrimonio urbano desempeña en la memoria y la identidad de los
colectivos sociales:
 Para Freud, en la vida psíquica de los seres humanos nada de lo vivido puede
sepultarse, todo se conserva de algún modo en la mente de los individuos y todo
puede ser traído a la luz de nuevas circunstancias.
 En El malestar por la civilización, Freud (1976) utiliza de manera provocativa una
metáfora urbanística, la milenaria ciudad de Roma le sirve para ejemplificar que
todo el pasado se conserva en el presente, pues en esa ciudad coexisten
vestigios edificados de todas las épocas de la historia.

Sin embargo, en el caso urbano se trata de algo imposible. Augé (2008) lo reconoce: si Roma
fuera un ente psíquico, sería necesario imaginar que todos los monumentos construidos y
desaparecidos en la antigüedad aún existieran en esa ciudad, junto con los construidos en el
renacimiento y en otros períodos históricos. Se trata de una representación imposible: no hay
posibilidad de superponer en un mismo espacio una sucesión histórica de diferentes edificios.

En efecto, una ciudad no integra y conserva “todos” los edificios y barrios producidos en “todos”
los momentos de la historia; de la misma forma que la mente humana no guarda en el recuerdo
“todos” los momentos vividos (el olvido o la destrucción de recuerdos es también necesaria
parala identidad del ser humano). La demolición y conservación de los edificios del pasado son
partes integrantes del proceso de construcción de la memoria y la identidad colectiva en una
ciudad. Demolición y conservación edilicia son en este sentido una unidad indisociable (Choay,
2006).

La oposición entre la destrucción y la conservación del patrimonio edificado son propias de


nuestro tiempo de exclusiones: en el pasado la destrucción y conservación de la herencia
edificada eran dialécticamente contradictorias y complementarias. Sin embargo, en la
actualidad esos ciclos dialécticos han perdido su equilibrio en ambos sentidos: Una acelerada y
amplia destrucción del tejido urbano, sobre todo durante las guerras y los programas de
renovación urbana; y los intentos de conservar museísticamente las ciudades antiguas. En este
mismo sentido, Lynch (2005) reconoce que la vida se alimenta de la destrucción y del deterioro,
pero que el deterioro sólo se torna destructor cuando fracasa en mantener la vida y el equilibrio.

La pregunta de fondo es si sabemos reemplazar los edificios y barrios antiguos y si podemos


garantizar la continuidad cultural. Pues, no se pueden dejar caer los fundamentos
(institucionales y materiales) de nuestra cultura si no se sabe cómo refundarlos (Choay, 2006).

Cuando la conservación del pasado se realiza sólo a nombre del arte, la historia o la memoria, la
ciudad se confunde con un museo. En este sentido, la conservación a ultranza es una actitud
estéril y peligrosa que renuncia a la continuidad cultural y social expresada en las edificaciones
y en las ciudades. Aquí, el gran desafío es pasar de una conservación museística a una
conservación dinámica, la de una ciudad viva y habitada (Delgadillo et al, 2007), que se opone a
una visión de mercado que concibe ese tejido urbano histórico como objeto de consumo, museo
al aire libre, parque temático o industria cultural.

4. CULTURA (DESTRUCTIVA) UNIVERSAL DE LA HUMANIDAD

En otros trabajos (Delgadillo, 2011) hemos analizado la visión limitada de colegas locales que
consideran que la destrucción del patrimonio urbano es un asunto de los mexicanos y de los
“países subdesarrollados” (Del Moral, 1977; Gertz Manero, 1976; Tovar y de Teresa, 1991).
Mientras que otros colegas foráneos han demostrado que la cultura de la destrucción del
patrimonio cultural no es exclusiva de los mexicanos ni de las sociedades “subdesarrolladas”,
sino una costumbre compartida por la humanidad en el transcurso de su historia, es decir, un
“patrimonio de la humanidad”.

En efecto, Tung (2002) demuestra que es universal la cultura de la destrucción del patrimonio
urbano que caracterizó el siglo XX, el de la dramática expansión y redefinición urbana; el de la
destrucción del patrimonio urbano arquitectónico en tasas desconocidas y sin paralelo en la
historia de la humanidad. No es sólo la destrucción producida por las dos guerras mundiales y
los conflictos bélicos, sino sobre todo por el arrasamiento y la reducción de la ciudad antigua y
la arquitectura histórica, causada por el desarrollo urbano extensivo e intensivo y los programas
de renovación urbana realizados en escala planetaria.

La destrucción del patrimonio urbano y arquitectónico por sus propios habitantes, demuestra
Tung, ocurrió por igual en países “desarrollados” y “subdesarrollados”, en países comunistas y
capitalistas, y en ciudades angloamericanas y latinoamericanas. Así, por ejemplo, en
Arquitecturas ausentes, Gutiérrez (2008) da cuenta de la demolición del patrimonio urbano de
Buenos Aires, ciudad en la que no queda ningún edificio de sus primeros 250 años de vida ni
quedan viviendas de patio colonial y los teatros de fines del siglo XIX “han sido particularmente
castigados”. Aquí, fueron los mismos argentinos de la capital federal, los porteños, quienes
destruyeron su propio patrimonio en aras del progreso y los negocios inmobiliarios.

Tung (2002) reconoce que el desarrollo de las ciudades en la historia a menudo requiere de la
remoción de estructuras urbanas y arquitecturas del pasado, y que las ciudades históricas
constantemente tienen que adaptarse a los cambios sociales, económicos, políticos y
tecnológicos. Así que la destrucción o conservación del patrimonio edificado es un problema de
decisión humana y debería implicar una profunda y madura reflexión sobre la destrucción, la
creación y la conservación del patrimonio urbano.

5. La destrucción del patrimonio urbano, causas naturales y culturales

En un esfuerzo de síntesis, la Comisión Internacional para la Historia de las Ciudades (agrupación


europea de historiadores que entre 1996 y 2000 realizó un conjunto de investigaciones sobre la
destrucción de las ciudades europeas) señala que las causas de la destrucción (parcial o
completa) de ciudades son diacrónicas y sincrónicas, y se pueden dividir en tres tipos (Körner,
1999 y 2000):
1. Causas naturales: inundaciones, tornados, ciclones, sismos, erupciones volcánicas,
tsunamis, hundimientos, incendios, etcétera.
2. Causas sociales: guerras externas o internas; revueltas y revoluciones; incendios y
vandalismo; modernización urbana; políticas, programas y proyectos de
embellecimiento urbano, en donde por voluntad política se destruyen edificios y barrios
existentes para ser sustituidos por inmuebles y conjuntos urbanos modernos.
3. Causas económicas: crisis que conducen al declive urbano y al deterioro físico de las
construcciones y la infraestructura, y a la caída de las rentas urbanas.

Las primeras dos causas pueden suponer la destrucción del patrimonio edificado de manera
rápida o instantánea, en cambo la tercera causa, económica, actúa en lapsos de tiempo largos y
de manera progresiva. Por su parte, Lynch (2005) reconoce sólo dos tipos de causas en la
destrucción de las ciudades, las naturales y las culturales. De estas últimas destaca: guerras,
procesos de modernización (sustitución de edificios y barrios antiguos por nuevos), abandono y
vandalismo. El abandono de edificios y zonas urbanas, como no se habitan, conduce a un
deterioro progresivo porque no se repara y mantiene el patrimonio edificado y entonces éste es
más fácil presa del vandalismo. El abandono también genera la contracción del mercado
inmobiliario, pues los propietarios y vecinos se niegan a invertir.

En cambio, el vandalismo es una actividad con mayor poder de destrucción que el


envejecimiento y la falta de mantenimiento, porque saquea materiales y elementos de los
inmuebles para su venta. Aquí también caben los típicos incendios provocados en las ciudades
de los Estados Unidos para cobrar los seguros. Para Lynch, la decadencia es la disminución
progresiva de valor o utilidad de una cosa; lo degradado es lo que no tiene valor o utilidad para
la humanidad, lo que ya no se usa. Mientras que lo deteriorado es lo usado, lo gastado y lo
devaluado, lo que se deja después de una acción de consumo o producción. Sin embargo, un
mismo objeto o lugar puede considerarse deteriorado para unos y no para otros. Entonces cabe
la pregunta ¿Deteriorado para quién? En efecto, una actitud tradicional de quienes más
capacidad adquisitiva tienen es que adquieren y desechan con mayor frecuencia un mayor
número de mercancías, en cambio las sociedades más pobres utilizan los objetos durante
mayores períodos de tiempo, reciclan más, consumen menos energía y producen menos basura.

Las sociedades ricas justamente se caracterizan por el derroche y el despilfarro de los recursos
materiales, lo que desde luego abarca las ciudades. El deterioro urbano progresivo, que conduce
a la destrucción, es un complejo proceso que puede deberse a muchas, diversas y complejas
causas. Así por ejemplo: El desplazamiento de las actividades económicas, de una región a otra,
generan auge o decadencia e implica deshacerse de lugares que aún son útiles; mientras que el
desplazamiento de población, por el incremento depresiones terciarias y rentas o por diversas
políticas públicas, implica el despoblamiento de áreas urbanas y de regiones, y puede conducir
al declive urbano. Rojas et al (2006) añadirían que hay tres tipos de obsolescencia de los
edificios, barrios y partes de ciudades, que conducen al deterioro y destrucción del patrimonio
edificado:
1. La obsolescencia física que se deriva de la falta de mantenimiento,
2. La obsolescencia funcional que se deriva de los cambios en las tecnologías y modos de habitar
y producir (lo que genera el abandono de fábricas, infraestructura de transporte, puertos,
casernas militares, fortificaciones, etcétera),
3. La obsolescencia económica, que se deriva de procesos que producen una alta rentabilidad
de lugares accesibles e implican altos costos del suelo que no son aprovechados por las vetustas
construcciones de uno o dos pisos. Aquí lo mejor es sustituir los edificios por rascacielos que
capturen las elevadas rentas urbanas.

Causas sociales y económicas


Al margen de las guerras, si hay alguna cultura en la que la demolición de arquitecturas y barrios
enteros destaque de manera importante esta es la de los Estados Unidos. En este país, el más
capitalista y neoliberal del mundo, la demolición edilicia se ha practicado con muy diferentes
motivos: la captura de la renta potencial del suelo, el combate al gueto, el declive urbano,
etcétera. El periodista Byles (2005) en su libro Ruina, la no escuchada historia de la demolición,
presenta la historia de la destrucción de y en las ciudades estadounidenses desde el siglo XIX.
Las demoliciones protagonistas son de cuatro tipos y del siglo XX:
Intereses económicos, donde la sustitución de edificios de bajas alturas por nuevos rascacielos
captura más y mayores rentas urbanas. Aquí desfila todo tipo de inmuebles destruidos:
estaciones de trenes, estadios, mansiones, y un largo etcétera. Un ejemplo de la “oximorónica
danza de la destrucción creativa” (Edward Soja dixit) es la ciudad de Los Ángeles, donde en 2001
se permitió la demolición de 1,211 edificios (3 por día), entre ellos algunos inmuebles simbólicos
como el Banco Gilmore (una joya de los años 1950) y el Pink Palace4.

Política social, donde las demoliciones de grandes conjuntos de vivienda social que se habían
convertido en guetos, operan como el instrumento quirúrgico más adecuado para combatir ese
“cáncer social”. Un ícono de los programas de renovación urbana de los EUA es la demolición
del gran conjunto de vivienda social Pruitt Igoe en San Luis Missouri5, con menos de 30 años de
vida, que fue producido bajo los preceptos del urbanismo funcionalista. La emblemática
demolición de este enorme conjunto habitacional aparece dramáticamente en la película
dirigida por Godfrey Reggio (1982) Koyaanisqatsi, Life out of Balance y sirvió a Charles Jenks
(1977) para marcar la fecha y hora (3:32 PM del 15 de Julio de 1972) de la “muerte del
movimiento moderno” en arquitectura y urbanismo. Se trata de un conjunto habitacional
realizado en 1951 como una “unidad modelo” que en 1965 ya era considerado una pesadilla
social habitada en un 99% por población negra, un 66% menor de edad, una mayoría de
inquilinos y mujeres jefas de hogar que vivían de la ayuda social.

El conjunto se caracterizaba por la delincuencia, la violencia, la carencia de equipamientos


sociales y el deterioro físico. Aunque se pensaron diversas alternativas (programas de seguridad
pública, sociales, destrucción quirúrgica de algunos edificios), al final la dinamita marcó la
política urbana y social de esa coyuntura frente a esa problemática. Curiosamente Jenks (1977)
propuso la patrimonialización de los escombros: la idea era mantener algunas ruinas de este
dinamitado conjunto como un monumento, una advertencia y un recuerdo de las fallas de la
planeación urbana y de la arquitectura moderna.

Esta misma operación destructiva se reprodujo después en Newark, Nueva Jersey, Chicago,
Baltimore y Kansas. Byles hace un recuento del período de la renovación urbana bulldozer: entre
1949 y1973 el gobierno federal destinó 12.7 billones de dólares para destruir 97 mil viviendas
sociales en 2,500 barrios y 992 ciudades estadounidenses. En este proceso, un millón de
personas fueron despojadas de sus viviendas como medida “curativa”.

Procesos de modernización urbana. Byles ejemplifica este tema con el papel desempeñado por
Robert Moses en Nueva York en las décadas de 1940 y 1950, en la construcción de las grandes
autopistas urbanas que destruyeron edificios históricos y viviendas y desplazaron a 250 mil
personas de sus viviendas en nombre del progreso. Berman (1993), oriundo del Bronx,
ejemplifica “la tragedia del desarrollo y la modernidad” en la construcción de la vía rápida
Cross Bronx que justamente dividió su barrio y destruyó las formas de vida locales, que a su
manera también eran modernas.

Este filósofo se lamenta:

4
En internet hay bastante información e imágenes de estos desaparecidos edificios.
5
Llamado así en honor a dos personajes locales, un negro y otro blanco. El proyecto se concibió para alojar la población negra en 20 edificios y
población blanca en 13 edificios
El dinamismo innato de la economía
capitalista, junto con las formas de cultura que ésta crea, aniquila todo lo que produce (estruct
uras físicas, instituciones sociales, expresiones artísticas, valores morales, etcétera) para volver
a construir y destruir incesantemente. El modernista destruye para crear, esta es la destrucción
creativa o la construcción destructiva, el orden entre destrucción y creación no importa cuando
se trata del “progreso” humano en la visión capitalista.

Procesos de desindustrialización. Byles relata lo que en los inicios del siglo XXI se puede
considerar el epicentro mundial del declive y destrucción del patrimonio urbano, la ciudad de
Detroit, que ya en 1998 destruyó uno de sus símbolos del progreso, la mega tienda Hudson
Company. Hacia la mitad del siglo XX Detroit fue una capital de la industria automovilística y era
la cuarta mayor ciudad de los EUA con 2 millones de habitantes. Actualmente esta ciudad se ha
declarado en bancarrota y sólo tiene 700 mil residentes, unas 78 mil viviendas deshabitadas y
una deuda de 19 mil millones de dólares. Entre 1978 y 1998 más de 161 mil viviendas fueron
demolidas (para evitar la inseguridad y los incendios) y sólo 9 mil nuevas fueron construidas.

Guerras, revoluciones, terrorismo e ideologías Bevan (2006), en su libro


La destrucción de la Memoria. Arquitectura en la guerra, señala que en las guerras se libra otra
guerra: la destrucción de los artefactos culturales de los enemigos con el propósito de dominar,
aterrorizar, dividir o erradicar los símbolos culturales de los otros. Aquí, el patrimonio edificado
toma una dimensión totémica y deja de ser lo que simplemente es para constituirse en un
símbolo marcado para ser destruido, porque corporiza la presencia del enemigo.

No se trata de daños colaterales, sino de una activa y sistemática destrucción de cierto tipo de
edificios que se hace para desaparecer el pasado, el futuro, la memoria, la historia y la identidad
adjudicada simbólicamente a determinadas construcciones. Esto ocurre en guerras,
revoluciones, conquistas y la instauración de nuevos regímenes políticos que pretenden
construir nuevos órdenes y nuevas historias sobre las ruinas del pasado, sobre las cenizas del
régimen derrocado. Hay muchísimos ejemplos de urbicidio en la historia pasada y reciente:

 Los conquistadores españoles destruyeron todas las grandes ciudades precolombinas y


casi arrasaron todas las culturas indígenas.
 Durante la revolución francesa por cuestiones ideológicas se demolieron algunos
monumentos y edificios de la aristocracia, símbolos de la opresión del régimen
derrocado que constituían un insulto a la pobreza y a la moral de la Revolución (La
bastilla en París, mansiones burguesas en la plaza Bellecour de Lyon, etcétera)
 Durante la II Guerra Mundial se pueden citar varios ejemplos: 1. Los nazis destruyeron
sistemáticamente con dinamita, manzana por manzana, la ciudad de Varsovia. 2. En la
Blitzkrieg, los monumentos de las ciudades inglesas se convirtieron en objetivos “tres
estrellas” para la aviación alemana, y viceversa, los ingleses bombardearon las ciudades
históricas y otros monumentos históricos alemanes. 3. Al finalizar este conflicto bélico,
los aliados arrasaron con las ciudades alemanas de una forma tan o más cruel que la
practicada por los nazis. Aquí se arrasaron monumentos y ciudades enteras, que los
alemanes por su complejo de culpa no se atreven a reclamar. Sebald (2003) construyó
sobre estos hechos y esa actitud teutona su Historia Natural de la Destrucción
Kundera (1978) en El libro de la risa y el olvido afirma que el primer paso para liquidar a la gente
es erosionar su memoria, destruir sus libros, su historia y su cultura, para después escribir
nuevos libros, producir una nueva cultura e inventar una nueva historia.
 El régimen de Stalin atacó la arquitectura ucraniana y la arquitectura religiosa: en
1931destruyó la iglesia cristiana redentora, en plena Plaza Roja, con el propósito de
construir un enorme mausoleo a Lenin que se quedó en alberca pública. La iglesia
completamente fue reconstruida entre 1994 y 2000.
 En la guerra de los Balcanes, el patrimonio urbano de Bosnia Herzegovina y Croacia fue
un blanco. Aquí perecieron mezquitas musulmanas, templos ortodoxos, católicos y
protestantes, bibliotecas y entre ellos el conocido puente de Mostar.

La destrucción del patrimonio y las bombas se usan para aterrorizar a la población, bajar la moral
de los enemigos y para enviar mensajes. No es casual que en los ataques se tengan objetivos
militares, económicos y políticos. La administración Bush, decía que los ataques a las Torres
Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, fueron contra “la democracia, la libertad y la civilización”
de la que el gobierno estadounidense se siente el guardián del mundo. Aquí también puede
citarse la destrucción del patrimonio armenio en Turquía y la demolición de los Budas de
Bamiyan en Afganistán por parte del Talibán. Pero hay más ejemplos:

 En Italia la mafia ha desafiado al Estado amenazando con colocar bombas en


monumentos históricos en ciudades como Florencia (Galerías Uffizi), Roma, etcétera.
 La IRA, Irish Republic Army, atacaba edificios llamados de la “big house era” asociados
directamente con el poder invasor británico. Curiosamente aquí, después de la
pacificación, estos mismos edificios que antes eran objeto de ataques terroristas hoy se
han convertido en lugares turísticos fuertemente promovidos por la agencia turística del
gobierno irlandés.
 Un coche bomba destruyó el edificio sede de la Asociación Mutual Israelí Argentina,
AMIA, en 1994 en Buenos Aires. Las ruinas del inmueble han quedado como
monumento a las víctimas y para recordar el atentado.

Sin embargo, en tiempos de paz también se destruye el patrimonio incómodo. El Berlín


reunificado por un lado destruye el pasado socialista, a nombre de la fealdad de la arquitectura
y de que los edificios están construidos con asbesto (como el Palast der Republik), y por otro
lado, patrimonializa la Oficina de la Seguridad del Estado comunista (la STASI) y junto a la
simbólica garita de Checkpoint Charly se reconstruyó una sección del Muro de Berlín, que fue
derrumbado en 1989, lo que para algunos colegas alemanes constituye la disneyificación del
patrimonio.

También puede citarse, en las ciudades ex socialistas de Europa del Este, el derrumbe de los
monumentos conmemorativos y las estatuas de los héroes comunistas; así como el derribo de
la estatua de Hussein en Irak (promovida por parte del ejército invasor en una estrategia por
legitimar su invasión imperialista). En una era en donde todo se puede mercantilizar y turistificar
no resulta extraña la creación de un parque temático que aloja las estatuas derrumbadas de los
héroes comunistas en los países ex socialistas de Europa del Este. Memento Park, en Budapest,
Hungría, fue creado en 1991 para reunir en un parque temático las estatuas de los tiranos que
gobernaron esos países comunistas alrededor de 40 años. El parque reúne una colección de
estatuas de Marx, Lenin, Stalin y de gobernantes y héroes nacionales y locales; ofrece un
DiktaTour; y diversas exposiciones6

Paradójicamente en momentos de gran destrucción han surgido las iniciativas para la defensa
por la herencia construida. Durante la Revolución Francesa, al mismo tiempo que se derribaron
algunos edificios surgió una institución encargada de la salvaguarda del patrimonio edificado.
En la II Guerra Mundial también hay varios ejemplos:
1) En la retirada del ejército alemán de París, el mariscal nazi Dietrich von Choltliz no ejecutó
la orden del Führer y se negó a destruir sistemáticamente París, manzana por manzana,
como ocurrió en Varsovia.
2) El general Eisenhower ordenaba a sus soldados evitar la destrucción del patrimonio urbano
de las ciudades italianas, por asociarlo a la continuidad de la gran civilización occidental que
también era herencia de los soldados estadounidenses.
3) En sus memorias, Albert Speer (el arquitecto de Hitler) da cuenta de una serie de medidas
tomadas para la salvaguarda de los grandes monumentos alemanes durante la guerra y de
su negativa de realizar la autodestructiva política de tierra arrasada ordenada por el Führer:
destruir las ciudades alemanas para que quienes ganaban la guerra y ocuparían Alemania
no pudieran aprovechar absolutamente nada, lo que encontrarían sería tierra baldía. En
escala internacional se puede mencionar la Convención de La Haya de1954 que justamente
pretende la protección del patrimonio cultural en caso de conflicto armado.

6. DE LA DESTRUCCIÓN CREATIVA A LA MERCANTILIZACIÓN DEL PATRIMONIO URBANO

Una de las facetas más conocidas del sistema capitalista es la destrucción creativa, en la que los
bienes consumibles deben sacrificarse para ser sustituidos por nuevas mercancías que se
vendan y con ello garanticen una circulación acrecentada del capital. Este principio alcanza todo
tipo de objetos suntuosos o de primera necesidad, concebidos como mercancías en el mundo
capitalista: productos alimenticios, ropa, electrodomésticos; automóviles, vivienda, diversas
construcciones, barrios e incluso grandes partes de las ciudades. Se trata de una visión del
progreso en la que el desarrollo se mide en función de las ganancias del capital y el bienestar en
función del consumo de productos siempre “nuevos”.

Las estrategias y mecanismos de esta destrucción creativa pueden ser materiales e inmateriales,
es decir, abarcan la destrucción ex profeso de los bienes consumibles con diversos métodos
(incluyendo el uso de dinamita), hasta la creación de nuevas necesidades y de la obsolescencia
artificial de los bienes materiales a través de la construcción de modas de consumo7. Destruir,
aquí, es un acto constructivo.

Schávelzon (1990: 9) reconocía en la década de 1980 que el capitalismo era quien destruía (o
fomentaba la destrucción de) el patrimonio cultural, por ser una condición necesaria para su
reproducción. Podemos ejemplificar esta afirmación en varias ciudades del mundo con
economías tan prósperas, donde los procesos de modernización urbana han sido tan frecuentes
y acelerados que en algunas áreas urbanas centrales las construcciones se sustituyen hasta dos
y tres veces en un período de tiempo relativamente corto: este es el caso de los llamados
distritos centrales de negocios de las ciudades estadounidenses y asiáticas, pero también ha sido

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Las computadoras, por ejemplo, cada vez más tienen un ciclo de obsolescencia más corto y rápido, debido a las incesantes innovaciones tecnológicas.
el caso de algunas ciudades latinoamericanas como Buenos Aires y Caracas. Por su propia
naturaleza los dueños del capital, tienen la necesidad de innovar, invertir y crear artificialmente
la obsolescencia de las mercancías, antes de la muerte o caducidad del objeto, para sustituirlos
por el consumo de nuevas mercancías. Esta también es la lógica de la renovación urbana y del
mercado inmobiliario. Sin embargo, la cultura de la protección del patrimonio cultural ha ganado
una gran presencia en escala nacional e internacional, y a diferencia del pasado, cuando el
patrimonio edificado se concebía como un obstáculo para el desarrollo urbano y el progreso,
hoy día se reconoce como un capital cultural y económico capaz de generar riqueza económica
y orgullo social.

En efecto, en la era capitalista neoliberal que vivimos, el patrimonio cultural en sus más diversos
tipos y expresiones tangibles e intangibles, se ha mercantilizado y es conservado para ser
explotado a través de las industrias turísticas y culturales. Los “viajes” y los lugares son
mercancías que se pueden comprar, mientras que la lista del Patrimonio de la Humanidad de la
UNESCO cada vez se convierte más en un objeto de consumo, desprovisto de su contexto, que
forma parte del mapa mundial del turismo (Askew, 2010). Actualmente las grandes ciudades y
los poblados más pequeños se esfuerzan por mostrar como destinos turísticos sus tesoros
culturales y sus encantos naturales, únicos o al menos diferentes en el mundo.

Sin embargo, la industria del turismo internacional a través de las grandes cadenas de hoteles y
empresas de servicios se esfuerza en homogeneizar ese paisaje turístico mundial. Así, por un
lado, se construyen parques temáticos de consumo y entretenimiento donde se simula la
diversidad cultural y la historia (los peores ejemplos son Las Vegas y Disneylandia), y por otro,
los centros y barrios históricos paradójicamente tienden a museificarse y parquetematizarse.

En esta lógica, lugares distantes y en ruinas, antes abandonados, han sido cerrados a los
visitantes esporádicos y han sido turistificados, el acceso a ellos sólo es posible a través de la
compra de una entrada. Tal es el caso, por ejemplo, de Xilitla, en la huasteca potosina, con las
esculturas surrealistas del poeta Edward James; Paricutín, la ciudad michoacana destruida por
una erupción volcánica en la década de 1950 en Michoacán; y Belchite, la ciudad española que
quedó en ruinas como monumento de la guerra civil.

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