El Curioso Origen de Vaina
El Curioso Origen de Vaina
El Curioso Origen de Vaina
Por: JUAN GOSSAÍN 13 de agosto 2015 Procedente del latín, es el vocablo al que más se recurre para
designar algo cuyo nombre se ignora. La vaina es que no sé por dónde empezar esta vaina. Creo que me
envainé. Eso es una mala vaina, pero estoy seguro de que podré salir del problema, y eso sí es mucha vaina
buena.
Muletilla verbal, recurso para los hablantes en apuros, sonsonete cotidiano, palabra que lo define
todo y no define nada, ‘vaina’ se ha convertido, con el paso del tiempo, en el vocablo favorito de
los colombianos, el más socorrido, el más usado, el que los saca de aprietos, al que hay que
recurrir cada vez que tropiezan con algo cuyo nombre ignoran o han olvidado: la vaina esa, la
vaina aquella, la vaina esta.
Sirve hasta para guardar secretos entre camaradas, cuando hay extraños en su presencia.
–¿Me trajiste la vaina que te dije? –le pregunta uno al otro, poniendo cara de cómplice.
–Sí –le contesta–. Esta misma tarde vamos a nuestra vaina. Y que no se te olvide la vaina que te
dije.
También es útil para regañar a un niño travieso o para echarle pullas e ironías a un adulto
díscolo. Todo eso, junto y revuelto, se conoce como ‘echar vaina’ o simplemente como
‘vainazo’.
‘Vaina’ puede significar cualquier cosa, pero también su contraria, buena o mala, sabrosa o
insípida, agradable o aburrida, el sol o la luna, la noche y el día, el verano o el invierno; una
mujer fea es una vaina pero una bonita también lo es. Los lugares, los hechos, las personas, los
animales o los sentimientos: todo eso es una vaina para el colombiano.
Ninguna otra palabra es más repetida ni más útil en el lenguaje nacional. La vaina es que
tampoco hay otra que lo empobrezca tanto porque, como facilita las cosas, lo que hace es
eliminar la necesidad de que la gente haga más rico su vocabulario.
Regaño y chiripazo
La vaina se ha vuelto tan popular, y se ha extendido de una manera tan apabullante, que es una
de las pocas palabras que se usan por igual en todas las regiones del país, desde la alta montaña
hasta la playa, pasando por campos y ciudades, aldeas o capitales.
El primero de nuestros diccionarios en que apareció registrada esa palabra fue Costeñismos
colombianos, del legendario presbítero Pedro María Revollo, publicado en 1918, que está a
punto ya de cumplir un siglo. El padre aprovechó para echar un vainazo: “En la Costa se
considera inculta y muy vulgar esta palabra, que no debe oírse entre gente decente”. Pensar que
hoy hasta las damas encopetadas se la pasan echando vaina.
Tiene, sin embargo, algunas connotaciones que son propias de ciertos territorios. ‘Vainazo’,
por ejemplo, es sinónimo de aquello que se consigue sin habérselo propuesto. Es decir, el
chiripazo. En el Valle del Cauca, hasta el siglo XIX, existía el verbo ‘vainear’ como definición
de chiripa, lo que se obtenía accidentalmente. Y en los antiguos pueblos de Bolívar llamaban
‘vainudo’ al que lo lograba.
La vaina de la vagina
Es un auténtico comodín del lenguaje. Pero su verdadero significado, y su historia, son más
nobles de lo que parece.
Es de rancia estirpe. Sus ancestros son de buena familia, ya que procede del latín, y se remonta a
los orígenes de la lengua castellana.
En los primeros tiempos se escribía ‘vayna’. Incluso algunos lingüistas sabios, como el gran
Covarrubias, lo hacen con ‘b’ larga: ‘bayna’.
La palabra procede directamente del latín ‘vagina’, que en los tiempos del Imperio romano era
la funda en que los combatientes guardaban la espada o el sable. (Noten ustedes la picaresca
similitud con el uso de la otra vagina).
Pasó el tiempo. Por extensión, la palabra fue aplicada al forro de cuchillos, machetes, navajas y
herramientas. Y llegó hasta la agricultura y la huerta casera.
Los botánicos españoles comenzaron a llamar ‘vaina’ al envoltorio de ciertas semillas y
legumbres, como el fríjol, los garbanzos o la arveja. ‘Vagina’ solo se emplea en la actualidad
para mencionar aquella parte íntima de la mujer.
Miren esta auténtica curiosidad. En los comienzos de nuestra lengua había un proverbio que
decía: “Le dieron con vaina y todo”. Significaba que a una persona la habían insultado de una
manera tan afrentosa, y con tantos improperios, que era como si la hubieran herido no solo con
la espada, sino hasta con el estuche.
La vaina llega a América
En tiempos de la colonia española, entre los siglos dieciséis y diecinueve, la palabrita se mudó a
América, y fue aquí, en estas tierras vigorosas, donde adquirió sus significados pintorescos,
variados, graciosos y novedosos.
Las demostraciones abundan. Cuentan los cronistas más respetables de Bogotá que, hacia 1740,
en la ciudad llamaban ‘Juan Vainas’ a un cualquiera que se las daba de importante, un don
Nadie lleno de ínfulas, un fulano pretencioso. “¿Qué se ha creído ese Juan Vainas?”, preguntaba
la gente.
El primer licor autóctono que se produjo en este continente fue un coctel de ron de piratas con
un batido de huevo de gallina. En Chile lo llamaban ‘vaina’ hace trescientos años. En Cuba, país
tan distinto y distante, hoy lo llaman ‘vainazo’.
Los indios peruanos, cuando aprendieron la lengua castellana, llamaban ‘vaina’ a una mujer
especialmente bajita y poco agraciada. El invento más reciente del habla popular venezolana es
el aumentativo ‘vainón’, que se refiere a un problema especialmente serio y delicado. “Por andar
de chismoso se metió en un vainón”.