Resumen Greenberg
Resumen Greenberg
Resumen Greenberg
Escuela de Psicología
El autor comienza haciendo un paralelo entre una etapa de su vida marcada por la “racionalidad” (por
su carrera de ingeniería, su forma de abordar la vida, etc.) y otra más “emocional”, llena de un
descubrimiento de la interioridad, las relaciones sociales, el encuentro, las ciencias sociales, etc.
En esa etapa “racional”, el autor creía que con la racionalidad podía controlar la realidad y dominar los
estados de ánimo. Pero no tenía una sensación de felicidad en su vida y se dio cuenta que la dimensión
emocional era imprescindible para ello. En palabras del autor, “era consciente que las emociones
coloreaban mi vida y la de los demás”.
Esa sensación de oposición lo lleva a un punto crítico: cree en el poder de la racionalidad pero siente
que las emociones mueven su vida (no sin dolor, pero con un resultado final más satisfactorio). Dos
experiencias son claves en este punto; el haber resuelto un problema lógico en un examen de
ingeniería basándose en una intuición de tipo más emocional, y la toma de una decisión importante,
como fue emigrar a Canadá a proseguir estudios, basándose más en lo que emocionalmente lo movía,
en vez de criterios meramente lógicos o racionales (que mostraban Estados Unidos como una
alternativa más conveniente). Estos dos momentos marcaron el inicio de su “camino de comprensión
de la inteligencia emocional”. Se dio cuenta que las emociones son uno de los movilizadores más
importantes de la vida.
El dilema de la emotividad
¿Cómo tratar con nuestras emociones? Un asunto de vital importancia que todas las personas
aprendemos a resolver, con más o menos éxito, pero con una escasa guía dentro de nuestras
experiencias de vida. Los adultos que acompañaron nuestra infancia suelen transmitir sus propias
experiencias al guiarnos en nuestra inteligencia emocional (principalmente los golpes de su vida).
“Nuestros tutores han moldeado nuestras respuestas emocionales y nos han enseñado cómo ser,
haciendo cuanto pueden, sin contar con un mapa del camino”. Y al crecer, esa enseñanza cesa.
1
La emoción moviliza y la razón guía
Expuestos a crisis de vida (verdaderas “tormentas emocionales”), las personas adultas –si no tienen un
adecuado apoyo de sus seres queridos, suelen creer que el mejor camino es “controlar las emociones”.
Y se presentan dos polos entre las personas. Por una parte aquellos que solucionan la situación
únicamente amparándose en la razón (“pensar, pensar y pensar”). Y por otra, quienes de alguna
manera se entregan a una emocionalidad pura (“espontaneidad, sentir, sentir y sentir”).
Esta oposición entre “pasión y razón” se ha registrado en el pensamiento occidental desde la época de
la filosofía griega. Platón decía que las emociones eran como caballos salvajes que debían ser domadas
por el jinete del intelecto.
Pero las personas hemos recibido muchos mensajes opuestos, tales como “confía en tus
sentimientos”, “eres demasiado emocional, sé razonable, contrólate”, “vive apasionadamente”.
Entonces, ¿le damos predominio a nuestra dimensión pasional o a la racional?
Y así como Descartes indica “pienso, luego existo” (dando preponderancia a la razón), por otro lado
Pascal dice “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. Y el autor de El Principito, Antoine de
Saint-Exupéry, dicen en ese libro: “…no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los
ojos”.
Ante estos mensajes opuestos, el autor ofrece un camino, en el que expondrá los frutos de su vasta
investigación. Sin pretender abordar la vida misma, por lo compleja que ésta es, su punto de partida es
la consideración que la inteligencia emocional implica que nuestras emociones nos movilizan y que
nuestra razón nos guíe. Que la acción incitada por la emoción sea razonada.
El sí-mismo dividido
En nuestra época actual, pareciera que fluyen dos torrentes en nuestro interior, no necesariamente
comunicados. Por una parte el torrente racional, que nos hace ser más pensativos, reflexivos y
planificadores frente a nuestra vida diaria. Y por el otro, el torrente emocional, un impulso más
apasionado y sensible, que muchas veces se desatiende, se descuida o simplemente no se escucha,
frente una sociedad o cultura que nos ha potenciado más bien el torrente racional.
El método del “control emocional” o la preponderancia del torrente racional por sobre el emocional
está más arraigado de lo que se tiene conciencia. Hay muchos mensajes no tan evidentes, que nos
hacen pensar que es mejor “ocultar los sentimientos”, “controlarse”, ser razonables y reprimir lo que
sentimos.
Sin embargo, todos somos seres altamente emocionales. El torrente emocional se abre paso igual, en
nuestro mundo interior, en nuestras fantasías, en nuestros sueños, generándonos esperanzas,
temores, deseos y miedos. Pero como está instalado en la cultura, muchas veces cuando se abre a
otros este mundo emocional, no se tienen buenas experiencias. O los otros se descolocan, o no nos
comprenden, o nos llenan de consejos que ni siquiera se han pedido; lo que nos desalienta a abrir este
mundo y a recluirnos en la soledad de nuestro interior. Por lo mismo, pensemos cuán grato se sienten
esas relaciones interpersonales con las cuales podemos abrir sin temor a la incomprensión o a la
insensibilidad. Esas relaciones especiales con las que nos podemos abrir sintiéndonos seguros, donde
nuestros sentimientos se escuchan y se validan.
Ser humano es vivir esta emocionalidad intensamente. Nuestro mundo emocional reacciona (con
mayor o menor intensidad), con muchos sentimientos y diversos estados de ánimo, a lo que nos ocurre
cotidianamente. Así como puede haber otros períodos de vida en los cuales se atraviese por
estabilidad emocional, un estado de alegría o serenidad, interés, curiosidad y ganas de vivir.
2
La separación
Diversas disciplinas humanistas han procurado integrar ámbitos que cultural o históricamente han
estado divididos: mente-cuerpo, lo público-lo privado, lo interno-lo externo, emoción-razón. Sin
embargo, la integración sigue siendo escasa. Culturalmente se ha instalado la separación.
Uno de los terribles frutos de este problema es que sentimientos no correspondidos, o la indefensión o
la vergüenza, conducen a la ira, que desencadena conductas agresivas y violentas.
Dentro de nosotros existe esa separación incluso de un modo inconsciente. Hay un diálogo interno
entre dos aspectos de nosotros mismos que se forman en etapas tempranas de nuestra vida. Una de
esos aspectos “representa todas las creencias racionales, críticas duras y los valores no asimilados del
exterior”, que nunca llegaron a incorporarse en nuestro aspecto emocional. Por tanto, este aspecto
contiene los “deberías…”, “tienes que…” y otros aspectos, que en una metáfora usada por el autor, es
como haberse tragado una golosina en su envoltorio. Está dentro nuestro, pero sin digerir…
Este aspecto “no digerido” se manifiesta a través de verdaderas “indigestiones emocionales”. Nos
indican cómo ser, manipulando nuestras emociones. Llegan a generar diálogos internos en los cuales la
razón se convierte en un juez cruel, que nos recrimina, no nos permite abrirnos a otras opciones, acalla
al sentimiento. Dicta frases como: “fuiste un idiota”, “no eres lo suficientemente bueno, o atlético, o
inteligente, o trabajador, o sensible, como deberías ser”. La lista de este tipo de diálogos es
interminable…
¿Qué ocurre en esta dinámica con la otra parte? Nuestro sí-mismo emocional reacciona. Al sentirse
frecuentemente acosado, perseguido, descalificado, avergonzado y derrotado, muchas veces como
autoprotección se vuelve desafiante, rebelde, discutidor. Respondiéndole al juez interior: “sí, pero
estoy cansado. Sí, pero es culpa de los demás. Sí, pero mañana cambiaré…” Y siente con intensidad el
peso de la crítica o el juicio, se siente avergonzado, atemorizado, indefenso, desesperanzado,
enfadado y triste. Si esto se mantiene en el tiempo, el resultado es un verdadero estrés y un gran dolor
emocional para la persona, en la tensión entre estas dos vertientes de la conciencia.
Las emociones son parte de nuestra naturaleza humana. Es preciso trabajar en la integración con la
dimensión más racional. Alcanzar una mayor armonía interna se traduce necesariamente en una
mayor armonía con los demás… Tratamos como hemos sido tratados. Pero podemos tratar a los
demás como nos tratamos a nosotros mismos.
Por el contrario, cuando el estrés emocional nos sobrepasa, una consecuencia natural es que se pierde
toda regulación emocional. Y una emoción no regulada se vuelve tortuosa y hasta peligrosa. Pensemos
por ejemplo en un enfado no contenido, que puede desembocar en deseos de venganza.
Uno no puede ver el mundo interior de las personas. Sino lo que muestran o quieren mostrar. Esto
puede llevar a la equívoca idea que los demás tienen un mundo emocional ordenado, previsible o
convencional. En contraposición al nuestro, que vemos confuso, complicado, complejo, imprevisible…
Pero esto no necesariamente es así. Posiblemente veamos en los demás su control racional en acción.
Pero no vemos el diálogo interno o la tensión entre razón y emoción que viven. Así como ellos
tampoco ven el nuestro.
Al vivir en comunidad, todos somos sumamente sensibles a las opiniones y reacciones de los demás
hacia nosotros mismos. Buscamos la aceptación y la aprobación y somos sensibles al rechazo y a la
crítica. Evitamos sentirnos avergonzados, humillados o insignificantes a los ojos de los demás. Asumir
esta sensibilidad nos abre grandes oportunidades de empatía y de un mayor contacto con nuestro
propio mundo emocional.