Don Juan Tenorio en Escenas
Don Juan Tenorio en Escenas
Don Juan Tenorio en Escenas
Tenorio
AUTOR DE LA OBRA: JOSÉ ZORRILLA
PRIMERA PARTE
ESCENA I
Don Juan es un personaje extrovertido, seductor y mujeriego. Dotado de un gran
talento y simpatía, tiene un don especial para atraer la admiración de los demás, sobre
todo de las mujeres.
Es carnaval y la gente, disfrazada, celebra la fiesta con gran alboroto callejero.
Don Juan se hospeda en el hostal de Buttarelli; está dentro, lleva puesto un antifaz y
escribe una carta. Como le molestan los gritos de la muchedumbre, piensa salir a
poner orden cuando termine.
-¡Cuánto gritan esos hombres! ¡Ya me encargaré yo de hacer que se callen cuando
acabe esta carta! -se dice a sí mismo.
Mientras, Ciutti, su criado, permanece cerca, por si su señor necesita algo. El dueño
del hostal no reconoce a don Juan debido al antifaz y le pregunta a Ciutti si está al
servicio de tan noble señor, a lo que aquél responde:
-Sí, ya llevo un año a su servicio.
-¿Y estás contento? -añadió Buttarelli.
-Desde luego. Tengo más de lo que necesito: comida, dinero, tiempo libre y mujeres.
En ese instante, don Juan introduce la carta en un sobre y, después de cerrarlo, lo
pone entre las hojas de un libro. Entonces, le dice a su criado:
-He metido una carta dentro de este libro; le debe llegar a doña Inés.
-Sí, señor, al instante. ¿Y espero respuesta? -preguntó el sirviente.
-Su sirvienta, que conoce mis intenciones, te dará una llave, unas señas y la hora
concreta a la que debemos encontramos. ¡Ah!, y regresa enseguida -contestó don
Juan.
Ciutti sale entonces deprisa a cumplir el encargo de su señor.
ESCENA II
Don Juan llama a Buttarelli y le pregunta:
-¿Sabes, acaso, si ha venido hoy don Luis Mejía?
-No, señor. No está en Sevilla; pero esta noche hace un año de la apuesta entre don
Juan y él.
-¿Y sabes qué apostaron? -añadió don Juan-.
Quién de los dos haría más daño en el plazo de un año.
Sorprendido, Buttarelli pregunta:
-¿Conocéis acaso la historia?
Don Juan, sin inmutarse, contesta:
-Entera. Por eso te pregunto por Mejía. ¿Y no tienes confianza en que don Luis acuda
a esta cita?
Buttarelli responde:
-No, no creo. El fin del plazo se aproxima y estoy seguro que ninguno se acuerda ya
de la apuesta. Y vos, ¿de alguno de ellos sabéis algo?
Don Juan, que no quiere dar muchas explicaciones al hostelero, le dice:
-Quizás sepa algo. Al menos uno sí que vendrá; pero, por si acaso los dos finalmente
llegan, prepara una mesa para ellos y tus dos mejores botellas.
Aunque Buttarelli quería seguir interrogando al forastero, don Juan le interrumpe y,
sin más comentario, se despide y sale.
ESCENA III
Reflexionando sobre todo lo que le acaba de contar don Juan, Buttarelli comprende
que, efectivamente, los dos rivales están en Sevilla y que el forastero con el que acaba
de hablar, sin duda, está bien informado. En ese momento, oye un gran alboroto
fuera: el forastero está riñendo en la plaza con un gran número de personas, a las que
se enfrenta y hace huir. Entonces, llama a su sirviente:
-Miguel, ven aquí, rápido.
ESCENA IV
El joven criado de Buttarelli se presenta y pregunta a su señor qué desea. Éste le dice:
-Prepara una mesa y trae dos botellas de nuestro mejor vino, date prisa.
ESCENA V
Don Gonzalo, padre de doña Inés, entra en el hostal y pregunta al dueño si conoce a
don Juan Tenorio, a lo que éste responde afirmativamente. Luego trata de saber si ha
concertado allí una cita esa noche.
-Cierto -responde Buttarelli-. Preparé esta mesa para don Luis y para él. ¿Vais a
acompañarles?
-No compartiré la cena -dijo don Gonzalo-, pero quisiera presenciar el encuentro.
El hostelero, deseoso de satisfacer los deseos de tan noble cliente, le contesta:
-Como gustéis. Os puedo preparar esta mesa que está junto a la que les he reservado a
ellos. ¡Oh, qué escena nos espera!, escuchar la disputa entre los dos jóvenes más
gentiles de España.
-Sí -exclamó don Gonzalo-, y los más viles también. Por cierto, preferiría ocultarme y
poder verlos sin que la gente me pudiera reconocer.
-Haré lo que proceda para complacerle. Como estamos en carnaval, no es ningún
deshonor, ni siquiera para los nobles señores, ponerse un antifaz. Le traeré uno y, así,
nadie lo reconocerá.
ESCENA VI
Don Gonzalo, esperando su mesa, está pensando y se dice a sí mismo:
-No puedo imaginar que exista un hombre como éste y no quiero cometer una
injusticia. Yo mismo prefiero averiguar la verdad, pero, de ser cierta la apuesta, antes
prefiero muerta a mi hija que casada con Tenorio. Sería una boda muy beneficiosa,
pero no quiero que mi hija pueda sufrir por culpa de un hombre así.
ESCENA VII
Buttarelli le trae un antifaz a don Gonzalo, que le pregunta si falta mucho para la cita.
El hostelero responde:
-No estoy muy seguro de que acudan a la cita, pero, si tanto os importa, la hora
convenida está ya próxima.
Don Gonzalo, entonces, se puso el antifaz y se sentó en una mesa cercana. Dijo para
sí mismo:
-¡Qué un hombre como yo tenga que esperar aquí y hacer frente a una situación como
ésta! En fin, todo sea por la paz de mi casa y por la felicidad de una hija sencilla y
pura.
ESCENA VIII
Don Diego, padre de don Juan, entra, también enmascarado, en el hostal y pregunta a
Buttarelli si es cierto que Tenorio tiene allí una cita, a lo que éste contesta que sí. Don
Diego se sienta a una mesa, en el lado opuesto a don Gonzalo, y dice:
- Entonces esperaré. ¡Qué un hombre de mi linaje entre en tan ruin mansión! Pero por
mi hijo soporto cualquier humillación. Esta noche quiero ver si es verdad o mentira lo
que se dice de él.
Mientras, Buttarelli, desde el fondo del local, observa a los dos hombres, que
permanecen enmascarados y en silencio. Y se dice:
-¡Vaya un par de hombres silenciosos! Estos no necesitan mis servicios, pero pagan
bien el gasto que no hacen. Así se prospera en la vida.
ESCENA IX
Hacen acto de presencia en el hostal el capitán Centellas, dos caballeros y
Avellaneda, que vienen también para presenciar el encuentro entre don Juan y don
Luis Mejía.
Buttarelli saluda a los recién llegados:
-Señor capitán Centellas, ¿cómo es que estáis por aquí?
Éste responde:
-Las guerras del Emperador me llevaron a Túnez, pero gracias a mi riqueza he podido
volver a Sevilla y, según me cuentan, llego a tiempo para renovar viejas amistades.
¡Tráenos unas cuantas botellas de vino y cuéntanos cosas de la disputa sobre la cual
hay gran controversia!
El hostelero contesta:
-Sí, sí, pero, antes, dejadme ir a la bodega.
ESCENA X
Los anteriores, sentados a otra mesa, hacen apuestas acerca del triunfador. Y mientras
el capitán Centellas se inclina por don Juan, de quien dice que no hay otro como él
sobre la Tierra, su amigo, Avellaneda pronostica el éxito de Mejía, que es buen amigo
suyo.
ESCENA XI
Buttarelli entra con las bebidas y los citados anteriormente le piden información sobre
la apuesta y sobre el encuentro que debe tener lugar en breve. Aquél les relata todo lo
ocurrido hasta ese momento. Cuando están haciendo suposiciones sobre la identidad
del hombre enmascarado que había escrito la carta y encargado preparar la mesa para
los dos protagonistas de la apuesta, el reloj da las ocho, la hora convenida para la cita.
Varias personas entran y se sitúan por todo el local. Entonces, entra don Juan, con
antifaz, y se dirige a la mesa preparada para él y don Luis, dispuesto a ocupar una de
las sillas; a continuación, entra don Luis, también con antifaz, y hace lo mismo.
ESCENA XII
Al tratar de sentarse don Luis en una de las sillas de la mesa reservada, su
contrincante le dice:
-Esa silla está ocupada.
ESCENA I
Don Luis se encuentra en el exterior de la casa de su prometida, doña Ana de Pantoja.
Quiere avisarla de lo que está pasando en Sevilla y del peligro que corre, aunque no
sabe cómo. Está pensando cómo actuar, cuando oye que alguien llega.
ESCENA II
Quien llega es Pascual, sirviente de don Gil, padre de doña Ana. Don Luis le saluda y
le cuenta lo que pasa:
-Hace tiempo, dominados por una gran locura, don Juan y yo decidimos apostar cuál
de los dos sabría obrar peor; ambos nos hemos portado malvadamente y hemos
cometido infinitas fecharías. Pero él es un demonio y por fin me ha aventajado. Le
puse no sé qué objeción, nos dijimos no sé qué, y el hecho fue que él, altanero, me
dijo: "y si esto no es suficiente para vos, puesto que mañana os casáis con doña Ana,
os apuesto a que antes de que os caséis os la quito yo. Ahora, me tiene muy
preocupado, porque lo conozco bien y sospecho que esta noche va a intentar cumplir
su amenaza. Así que, la única solución que se me ocurre es que pase yo esta noche
dentro de la casa, para poder proteger a doña Ana».
Aunque a Pascual no le gustaba la idea, al final, cedió y respondió:
-Está bien, escuchad, mi cuarto es suficientemente grande y cabremos los dos; podéis
permanecer dentro de él, pero debéis estar callado. Hasta mañana, los dos
permaneceremos en vela para proteger a doña Ana. Pero no podéis entrar todavía; no,
hasta que no se acueste mi señor, don Gil, y todo quede en silencio. En esa calleja
estrecha hay una ventana con una reja; llamad a las diez y os abriré.
Ambos se despiden y don Luis promete volver a la hora convenida.
ESCENA III
Don Luis Mejía, pese a la ayuda prometida de Pascual, sigue muy preocupado. Se
dice a sí mismo:
-Jamás tuve tal desasosiego, tengo un mal presentimiento... De don Juan temo, más
que su valor, su suerte; parece que le ayuda Satanás en todo cuanto intenta.
Es un hombre infernal y estoy seguro que, si me aparto de aquí, me acabará
burlando. Debo entrar ahora.
Llama a la ventana de la casa de doña Ana que le había indicado Pascual.
ESCENA IV
A las llamadas de don Luis responde, no Pascual como él esperaba, sino doña Ana.
Sorprendida de ver allí a su prometido, le pregunta a qué se debe la visita. Aquel
responde:
-Vengo a avisaros de un hombre al que temo.
Vos estáis tranquila, porque no conocéis ni su nombre ni su suerte. Pero yo lo
conozco bien... Dios es testigo que nada temo mientras tenga mi espada y ese
hombre venga de frente contra ti; pero es audaz como el león, y astuto como la
serpiente.
Ella, no obstante, lo tranquiliza y le dice:
- ¿Y qué temes de él si eres tú el dueño de mi corazón? No te preocupes y duerme en
paz, que nada conseguirá de mí.
Pese a ello, Mejía, conocedor del poder de seducción de don Juan, no está tranquilo y
pide a Ana que le haga un favor.
ESCENA V
Don Luis y su prometida, doña Ana, continúan hablando a través de una de las
ventanas de la casa de ésta. Lo hacen en voz muy baja, ya que es de noche y, además,
no quieren que nadie pueda oírles.
Don Juan y su criado también han llegado a casa de doña Ana; ven como habla con
don Luis y se ocultan tras una esquina para no ser vistos. Mientras, Tenorio explica a
su sirviente cuál es su plan:
-Mira Ciutti: tú te escondes en esa calle con algunos de mis hombres y capturáis por
sorpresa a Mejía.
Así, ella ignorante y con él preso, nada impedirá que realice mis planes.
ESCENA VI
Don Luis pide permiso a su prometida para entrar en su casa y así poder cuidarla y
protegerla mejor de don Juan. Queda con ella en volver más tarde:
-Volveré, pues, a eso de las diez; espérame, que seré puntual. Una vez dentro de tu
casa, ya puede venir Tenorio, que yo le haré frente.
Pero, cuando se estaban despidiendo, oyen ruidos en la calle.
ESCENA VII
Mejía pregunta quién anda por ahí y aparece don
Juan, que dice:
-Doña Ana está entre los dos, pero vos estáis
acorralado, así que me la quedo yo.
Don Luis se dispone a sacar su espada para
enfrentarse a su enemigo, cuando Ciutti y otros
hombres al servicio de Tenorio lo apresan a traición.
Don Juan les ordena:
-Encerradlo hasta mañana.
ESCENA VIII
Mientras, don Juan se regocija imaginando ya próximo su triunfo sobre don Luis. Se
dice a sí mismo:
-¡Qué bien ha salido todo! Estas son las aventuras que dan fama: mientras le quito a
su novia, él estará rabioso encerrado en mi bodega. ¿Y ella? Cuando crea estar con
él... Ja! Ja! Pero... por allí veo algo negro que se acerca, creo que es la sombra de una
mujer. ¿Otra aventura? Me alegro.
ESCENA IX
Se trataba de Brígida, la criada de doña Inés, que estaba de acuerdo con Tenorio para
facilitarle la conquista de su señora a cambio de dinero. Como éste parecía desconfiar
de que se hubieran cumplido sus órdenes, la mujer le dice:
-La bolsa y el papel que me entregó vuestra criada ya se lo di a doña Inés; en este
momento lo estará leyendo. Ella es muy joven e inexperta en las cuestiones del amor
y, como le he hablado muy bien de vos, os seguirá como una dócil cordera. Le dije
también que erais el hombre que su padre había elegido para casarse con ella y que
estabais muerto de amor y desesperado por ella. En fin, le he hablado de tal manera
que ahora también os ama y no piensa más que en vos.
Tenorio responde:
-Lo que empezó como una apuesta y un pasatiempo se ha convertido en deseo y en
verdadero amor por doña Inés.
Entonces, como Brígida ve que don Juan está decidido y tiene intención de seguir
adelante con sus planes, le indica cómo llegar esa noche hasta su señora:
-Cuando las campanas toquen, saltad al huerto con cuidado; por allí entraréis al
convento con la llave que os he dado. Veréis un camino largo y estrecho; seguidlo y,
al final, llegaréis sin dificultad al cuarto de doña Inés.
Él responde:
-Muy bien; si consigo mi propósito, te recompensaré con una gran cantidad de oro.
Tras este breve diálogo se despiden y quedan en verse a la hora convenida.
ESCENA X
Tenorio sigue cerca de la casa de doña Ana. Está satisfecho de cómo le va saliendo
todo y se dice a sí mismo:
-Sí, señor, gran jugada. Muchas he hecho
hasta ahora, pero la de hoy es de las que te
dan fama universal.
Entonces, ve a su criado, lo llama y le
pregunta qué ha sido de don Luis. Ciutti
responde:
-Por hoy os habéis librado de él.
Ya sin nadie que pueda obstaculizar sus
planes, se dirige a casa de los Pantoja y le
dice a su sirviente que llame a la ventana con
la señal que tenía convenida con Lucía, una
de las criadas de doña Ana. Lucía se asoma.
ESCENA XI
Tenorio explica a la joven quién es y que desea que lo deje entrar para estar con su
señora, doña Ana.
Lucía, al principio, se niega; pero, cuando don Juan le ofrece a cambio de sus
servicios una gran cantidad de oro, accede a abrirle la puerta. Quedan a las diez de la
noche.
Lucía cierra la ventana y Ciutti se acerca a don Juan a una señal de éste.
ESCENA XII
Don Juan, riéndose, le dice a su criado:
-Con oro no hay nada que falle. Ya sabes mis planes: a las nueve en el convento y a
las diez en esta calle.
ACTO TERCERO: “PROFANACIÓN”
ESCENA I
Doña Inés tiene en las manos el libro y la carta que le ha enviado Tenorio, pero duda
si leerla. En esto, interviene Brígida, que para convencer a su señora le dice:
-Si no cogéis ese libro y leéis la carta, le vais a dar tal disgusto que seguro va a
enfermar; lo estoy viendo.
Doña Inés finalmente accede y comienza a leer la carta de don Juan. En ésta, le
confiesa que la ama con locura y le miente sobre el acuerdo de sus padres en su
matrimonio. Le dice:
"Doña Inés de mi alma, de donde el sol toma su luz, hermosísima paloma sin libertad,
nuestros padres han hablado y han planeado nuestra boda; desde entonces estoy
contento y sólo vivo con la esperanza de que nos encontremos. Recuerda que, al pie
de esos muros que te guardan, te esperan mis brazos para salvarte. Acuérdate de
quien llora bajo tu ventana, de quien vive sólo por ti, y de quien correría a ti si se lo
pidieras. Adiós, Inés de mi alma, y no dudes en llamarme si deseas salir de la tristeza
de ese convento, que a todo me atreveré por ti."
Doña Inés está todavía emocionada por lo que acaba de leer, cuando ambas mujeres
oyen ruidos; son pasos que se acercan. Don Juan se aproxima.
ESCENA II
Doña Inés no sale de su asombro e impresionada por ver a don Juan se desmaya. Para
Tenorio esto no supone un problema; por el contrario, dice:
-Mejor: gracias al desmayo me será más fácil sacarla del convento. Vamos, no
perdamos más tiempo en mirarla y contemplarla.
Brígida, sorprendida por las prisas de don Juan, pregunta:
-Pero, ¿vais a sacarla así?
Él responde:
-Tonta, ¿piensas que entré en el convento para dejármela aquí? Mi gente me espera
abajo: Sígueme.
ESCENA III
Don Gonzalo, padre de doña Inés, llega al convento donde se encuentra su hija y
solicita hablar con la abadesa. Cuando está ante ella, le dice:
-Perdonad, madre abadesa, que os moleste a estas horas, pero para mí este es un
asunto que afecta a mi honra y a mi vida. Acabo de ser informado que han visto hoy a
Brígida, la sirvienta de mi hija, hablar con el criado de don Juan Tenorio, hombre
audaz y malvado. Hace tiempo pensé casar a Inés con él, pero poco después, al
descubrir cómo era realmente y negársela, me juro robármela. Que se han puesto de
acuerdo con la sirvienta no puedo dudarlo ya y debo actuar deprisa si no quiero ver
manchado mi honor. Por tanto, os agradecería que hicierais venir a ambas a mi
presencia.
La abadesa, en principio, no puede creer que los argumentos y las prisas del
comendador sean justificados. Le responde:
-Sois padre, y vuestra preocupación es muy justa, comendador, pero ved que vuestras
sospechas me ofenden. Aunque pintéis tan malo a ese hombre, os puedo asegurar que,
mientras Inés esté aquí, estará segura.
No obstante, la abadesa ordena a otra religiosa que vaya a buscar a doña Inés y a su
sirvienta.
ESCENA IV
La religiosa que había sido enviada a buscar a doña Inés regresa sofocada e informa
que no están en sus habitaciones y que un hombre ha sido visto saltar por las tapias de
la huerta. En esto, encuentran también la carta de amor escrita por Tenorio y que se le
había caído a doña Inés. Su padre, muy alterado, dice a la abadesa:
-Lo veis, mientras que vos rogáis por ella a Dios, viene el diablo y os la quita. ¡Ay de
mí! Corramos tras ellos.
ACTO CUARTO: “EL DIABLO A LAS PUERTAS DEL CIELO”
ESCENA I
Doña Inés ha sido llevada, todavía inconsciente, al domicilio de don Juan, sobre el río
Guadalquivir, cerca de Sevilla. Él se ha quedado en la ciudad para arreglar unos
asuntos. Cuando doña Inés despierta, Brígida se queda a solas con su señora para
poder hablar con ella.
ESCENA II
Doña Inés recobra el conocimiento, pero no sabe
ni dónde está ni por qué o cómo ha llegado allí.
Pregunta a su sirvienta:
-Pero, ¿qué es esto? ¡Ay de mí! ¿Quién me trajo
hasta aquí?
Brígida le dice que está en casa de don Juan y le
miente acerca del modo y el motivo por el que
llegaron allí:
-Estabais en el convento, leyendo con mucho
interés la carta de don Juan, cuando, de repente,
estalló un gran incendio. Casi no podíamos
respirar y el fuego se extendía rápidamente; don
Juan pasaba por allí por casualidad y, como os ama, al ver el fuego, entró para
salvaros. Vos, al verle llegar, os desmayasteis. Como vos estabais desmayada y yo
casi ahogada, él decidió alojarnos en su casa hasta hoy.
Doña Inés, entonces, muestra su preocupación por estar en la casa de Tenorio, pues
una joven soltera y de buena familia como ella no podía estar en la casa de un hombre
mujeriego y de mala fama sin poner en riesgo su honor:
-Brígida, estoy confundida; soy noble y tengo honor, y sé muy bien que la casa de
don Juan no es sitio para una mujer honrada. Ven, salgamos.
Cuando oyen que alguien se acerca por el río, intentan huir, pero no lo consiguen y se
encuentran de frente con don Juan y su criado.
ESCENA III
Como doña Inés está decidida a irse, Brígida hace un comentario para que Tenorio
comprenda la mentira que le ha contado a su señora:
-Señor, el comendador seguro que está impaciente por su hija, puesto que, a estas
horas, ya sabrá lo del fuego. ¡Qué accidente!
Don Juan entiende la situación y, con el fin de tranquilizar a doña Inés y conseguir
que no se marche, también le miente:
- ¡El fuego! ¡Ah, es verdad! Pero no os preocupéis más, porque vuestro padre duerme
tranquilo. Le he enviado un mensaje, diciéndole que estabais en mi casa segura y muy
tranquila.
Entonces, don Juan aprovecha que la
joven se ha tranquilizado y, de
manera apasionada, comienza a
declararle su amor; ella, inocente e
inexperta, se deja llevar por la
pasión del momento y le confiesa
también que lo ama. Él, realmente enamorado y emocionado, le dice:
-Este amor que hoy siento en mi corazón no es amor carnal, como el que siempre he
sentido hasta ahora. Sí, iré a hablar con el comendador: o consiente en nuestra boda o
me tendrá que matar.
En esto oyen que se acerca una barca por el río y don Juan sale un momento para ver
de qué se trata.
ESCENA IV
Don Juan ve que quien se acerca en barca a su casa es un hombre enmascarado.
Entonces, pregunta:
-¿A qué venís a esta hora y con tanta prisa?
El desconocido responde:
-Soy don Luis y vengo a mataros: me habéis maniatado y habéis asaltado la casa de
doña Ana, usurpando mí puesto con ella. Yo la amaba, pero, puesto que la habéis
deshonrado, imposible la habéis dejado para vos y para mí.
Don Juan pregunta:
-Si tanto os importaba, ¿por qué hicisteis la apuesta conmigo?
-Porque nunca pensé que lo pudierais lograr -contesta don Luis-, y vamos a luchar ya,
que me impaciento.
Cuando se disponen a batirse, oyen un ruido y esperan a ver quién llega.
ESCENA V
Ciutti, el criado de don Juan, le advierte que llega el comendador, don Gonzalo Ulloa,
acompañado de gente armada, y le pide que huya para salvar la vida. En vez de eso,
Tenorio le ordena:
-Déjale libre la entrada, pero sólo a él.
ESCENA VI
Para poder hablar con el comendador, don Juan pide a don Luis, que había llegado
primero y con el que se disponía a enfrentarse, que le conceda unos minutos.
Como éste no se fía, Tenorio le dice:
-Entrad aquí, desde ahí ved y escuchad; libre tenéis esa puerta para salir y actuar si
veis que mi conducta no os gusta.
ESCENA VII
Entra don Gonzalo, indignado y furioso, dispuesto a vengar el honor de su hija.
Cuando ve a Tenorio le grita:
-Miserable, tú has robado a doña Inés. Y aquí estoy para matarte y recuperar mi
honor.
Don Juan, en vez de hacerle frente, lo recibe de rodillas y, con humildad, le suplica
perdón y el consentimiento para casarse con doña Inés:
-Jamás he suplicado, ni a mi padre ni a mi rey. Pero escuchadme, yo adoro a doña
Inés, su amor me transforma en otro hombre y ella puede hacer un ángel de quien fue
un demonio. Si me dejáis, yo seré el esclavo de vuestra hija, en vuestra casa viviré,
vos gobernaréis mi hacienda, pasaré en reclusión el tiempo que señaléis, os daré las
pruebas que exigieres de mi sumisión y respeto... Lo que sea hasta que vuestro juicio
estime que la puedo merecer, momento en que la haré mi esposa.
Pero don Gonzalo, encolerizado, le responde:
-¡Nunca, nunca! ¿Tú su esposo? Primero la mataré. Entrégame a mi hija o acabo
contigo ahora mismo.
Tenorio, viendo que don Gonzalo no va a ceder, le dice:
-Dese cuenta de que he querido satisfacerle por cuantos medios he podido, y he
tolerado sus insultos con paciencia, proponiéndole la paz de rodillas.
ESCENA VIII
Don Luis, que lo ha contemplado todo, aparece riéndose. Don Gonzalo, extrañado por
su presencia, pregunta:
-¿Quién es ese hombre?
Don Luis le responde:
-Un testigo de su miedo y un amigo para vos -y, dirigiéndose a Tenorio, añade:- La
ira soberana de Dios une, como ves, al padre de doña Inés y al vengador de doña Ana.
Mira el fin que aquí te espera.
Don Juan, viéndose ante dos personas resueltas a matarlo, decide no esperar más y se
enfrenta a sus enemigos. Primero, se dirige al comendador:
-Que triunfe el infierno, pues, Ulloa, dado que me niegas el amor de doña Inés y me
obligas a seguir con mi vida inmoral, cuando Dios me llame a juicio, tú responderás
por mí.
Entonces, le dispara y lo mata. Volviéndose hacia don Luis, le dice:
-y tú, insensato, di con razón que cara a cara te mató.
ESCENA I
En el palacio de la familia Tenorio en Sevilla se ha construido un gigantesco panteón,
donde están enterradas muchísimas personas, la mayoría asesinados por don Juan. El
escultor encargado de hacer las estatuas de los fallecidos acaba de finalizar su último
trabajo y se dispone a irse cuando oye el ruido de alguien que se acerca.
ESCENA II
Don Juan llega a la que fue su casa y, como no la encuentra, pregunta al escultor:
-Hace años que falto de España y, al llegar a estas verjas, me he encontrado este
recinto enteramente distinto a como lo dejé.
El escultor le responde:
-Lo creo; como que esto era entonces un palacio y hoy es un panteón. Tal fue la
voluntad de su dueño, y fue un empeño que dio admiración al mundo: dejó su
hacienda entera al que la empleara en un panteón que asombrara a las generaciones
futuras; pero con la condición de que se enterraran en él los que sucumbieron de
modo cruel a manos de su hijo.
Don Juan empieza a mirar alrededor y reconoce las estatuas de la gente que fue
matando a lo largo de su vida, entre ellas las del comendador y la de don Luis Mejía.
De repente, se fija en la estatua de doña Inés y le pregunta al escultor cómo murió.
Éste le dice:
-Dicen que murió de pena cuando volvió de nuevo al convento, abandonada por don
Juan.
Tenorio, entonces, quiere quedarse a solas y le pide al escultor que se vaya,
ofreciéndose él a cerrar el panteón. Éste, al principio no quiere, pero al saber que se
trataba de don Juan, conociendo su reputación y temiendo por su vida si le lleva la
contraria, decide dejarle solo.
ESCENA III
Don Juan se encuentra solo entre todas las estatuas y dice:
-Mi buen padre empleó en esto toda nuestra fortuna; hizo bien, pues, de no haber sido
así, seguro que yo la habría malgastado en cualquier juego. -Dirigiéndose a las
esculturas:- No os podéis quejar de mí; os quité buena vida al mataros, pero también
os di buena sepultura. ¡Qué hermosa noche! ¡Y cuántas noches como ésta he perdido
en malas aventuras!
Mira, entonces, de manera especial, la estatua de doña Inés y exclama:
-Mármol que alojas el cuerpo sin vida de doña Inés,
deja que el alma de un triste llore un momento a tus
pies. Inocente doña Inés, cuya hermosa juventud
encerró en el ataúd quien llora ahora a tus pies, si a
través de esa piedra puedes mirar la amargura de
mi alma, prepárame un sitio a tu lado en tu misma
sepultura. ¡Oh, doña Inés de mi vida! Si es cierto
que hay un Dios en el cielo, dile que mire a don
Juan, llorando en tu sepultura.
ESCENA IV
Aparece la sombra de doña Inés y, dirigiéndose a Tenorio, le dice:
-Yo soy doña Inés, don Juan, que te oyó en su sepultura.
Don Juan, atónito, pregunta:
-Entonces... ¿Vives?
La sombra responde:
-Vivo para ti. Yo ofrecí mi alma a Dios a cambio de la tuya impura. Al ver cómo te
amaba, me concedió unir el destino de nuestras dos almas.
Tenorio, confuso, se pregunta en voz alta:
-¿Estoy despierto o tal vez sueño con las sombras de un paraíso?
La sombra responde:
-No, no estás soñando. Y piensa que, si te arrepientes y actúas bien, nos podremos
salvar; pero, si actúas mal, causarás nuestra eterna desgracia. Reflexiona, don Juan, y
no pierdas un instante, porque esta noche se acaba tu tiempo.
Y dicho esto, la sombra desaparece.
ESCENA V
Don Juan está sobrecogido por la sombra de doña Inés y por las palabras que le ha
dicho. Por eso, al ver a sus amigos Centellas y Avellaneda, piensa que son espectros.
Cuando oye que éstos lo llaman repetidamente por su nombre, responde:
-¡Apartaos de mí, irreales sombras!
Ellos se acercan y tratan de tranquilizarlo. Centellas le dice:
-Tranquilizaos, don Juan. No somos sombras, sino hombres que os conocen y os
aprecian. A la luz de las estrellas os hemos reconocido y hemos venido a daros un
abrazo.
Avellaneda, por su parte, le
pregunta:
-Pero, ¿qué hacéis aquí?
¿Conocéis este sitio?
Tenorio responde:
-Es el panteón familiar. Aquí sólo
veréis amigos de mi niñez o
testigos de mi audacia y valor. No
quiero seguir aquí, vámonos.
Los amigos lo siguen y Centellas añade:
-Vamos, y nos contaréis el motivo de que volváis a Sevilla por tercera vez.
Don Juan, entonces, les dice:
-Cenaremos los tres solos en mi casa, a no ser que también quiera asistir alguno de
éstos. Señala a la estatua del comendador-. Tú eres el más ofendido, pero, si lo
deseas, también te invito a cenar.
Centellas, sorprendido por lo que acababa de oír, dice a Tenorio:
-Don Juan, invitar a cenar a la estatua de un muerto... Eso no es valor, sino locura.
A lo que don Juan respondió:
-Llamadlo como queráis; yo soy así. Vámonos. Y lo dicho, comendador, queda
invitado.
ACTO SEGUNDO: “LA ESTATUA DE DON GONZALO”
ESCENA I
Están ya todos en casa de Tenorio dispuestos para cenar. En la mesa, ha hecho poner
cuatro sillas y cuatro cubiertos, reservando un sitio al comendador. Don Juan le dice a
su criado:
-Ciutti, pon vino al comendador. Así, aunque él no pueda venir, nadie podrá decir que
no lo honré en su ausencia.
Centellas, entonces, dice:
- Brindemos por su recuerdo
y no pensemos más en él.
Mientras brindan, llaman a la
puerta insistentemente. No
abren, no se ve a nadie,
aunque las llamadas suenan
cada vez más cerca. Por fin,
Tenorio, imaginándose quién
es, dice:
-¡Señores! ¿Para qué llamar?
Si los muertos pueden pasar por la pared. ¡Adelante!
La estatua del comendador pasa a través de la puerta cerrada; Centellas y Avellaneda
se desmayan.
ESCENA II
-¿Eres el comendador? -preguntó don Juan.
Éste respondió:
-¿Por qué te asustas de mí sí me has invitado?
Tenorio intenta que sus amigos se recuperen y se levanten. Pero el espíritu del
comendador le dice:
-No esperes que se levanten, porque no despertarán hasta que yo me vaya. La justicia
divina del Señor para contigo no necesita más testigos que tu conciencia. Y yo vengo
en su nombre para enseñarte que detrás de esta vida hay otra eterna. Dios, en su santa
bondad, me envía para decirte que mañana has de morir y te da esta noche para
arrepentirte, a fin de que te salves. Espero que me devuelvas esta visita.
ESCENA III
Todavía impresionado por la visita del comendador, don Juan recibe de nuevo la
visita de la sombra de doña Inés. Ella le dice:
-Piensa en lo que te ha dicho mi padre y ten valor para acudir a su cita. Piénsalo bien,
porque sólo tienes esta noche para arrepentirte y mañana nuestros cuerpos dormirán
en la misma sepultura. Tras decir esto, desapareció.
ESCENA IV
Tenorio no entiende nada. Ve todo tan raro, que piensa que tal vez haya sido
preparado por sus amigos para gastarle una broma de mal gusto y les reprocha que
quieran reírse de él. Les dice:
-No finjáis ya más. Dadme una explicación de lo que ha pasado aquí o juro a Dios
que os haré ver a los dos que no hay quien me burle a mí.
Ellos, por su parte, creen que es don Juan quien ha representado una escena para
hacer alarde de su valor. Centellas le dice:
-Pues ya que habláis del tema, sabed que sospecho que sois vos el que habéis hecho
burla de nosotros. Yo he perdido aquí del todo los sentidos, sin haber hecho ningún
exceso, y esto lo entiendo yo de este modo:
para mostrar vuestro valor, invitasteis a cenar
al comendador; y, para poder decir que
asistió, con un narcótico puesto en el vino
nos habéis hecho dormir. Si es broma, puede
pasar, pero llevada a tal extremo ni puede
probarnos nada ni la vamos a tolerar.
Empiezan a discutir, se acusan mutuamente
de mentir y, cuando Centellas se dispone a
sacar su espada,
Tenorio le dice:
-Vamos fuera, no piense después cualquiera
que os maté en mi casa.
Salen de la casa con ánimo de luchar.
ACTO TERCERO: “MISERICORDIA DE DIOS Y APOTEOSIS DEL AMOR”
ESCENA I
Tenorio llega al panteón familiar para acudir a la cita con el comendador. Ante el
sepulcro le dice:
-Despierta, ya estoy aquí.
Entonces, la sepultura se transforma en una mesa, sobre la que hay un plato de ceniza,
una copa de fuego y un reloj de arena. Las sombras y espíritus de los muertos
observan la cena.
ESCENA II
La estatua del comendador le dice a don Juan:
-Aquí me tienes, don Juan, y vienen conmigo todos los que están reclamando a Dios
tu eterno castigo. Tú me has ofrecido antes una cena y ahora te he preparado yo la
mía.
-¿Y qué es esto que me das? -replicó don Juan.
La estatua responde:
-Fuego y ceniza; te doy lo que tú serás. Ceniza, porque eso es en lo que se convertirá
tu cuerpo; y Fuego es lo que hay en el infierno, a donde tú irás debido a tu vida
desenfrenada. El reloj mide el tiempo que te queda; en cada grano de arena se va un
momento de tu vida y ya te quedan muy pocos. Aprovecha el tiempo, arrepiéntete y
salva tu alma.
Pero don Juan, confuso y asustado, no cree posible arrepentirse y borrar en un
momento treinta años de mala vida. Entonces, ve pasar una comitiva que va a un
entierro. La estatua le dice que es el suyo, pues el capitán Centellas lo mató. Cuando
se le ha acabado el tiempo y el comendador le coge la mano para llevárselo al
infierno, Tenorio por fin se arrepiente de sus pecados y, de rodillas y mirando al
cielo, exclama:
-Santo Dios, yo creo en Ti; ten piedad de mí. De repente, cuando las sombras de los
muertos se dirigían hacia don Juan, se abre la tumba de doña Inés, que le coge la
mano.
ESCENA III
Doña Inés aparece y dice a todos los espíritus que querían llevarse a don Juan a los
infiernos:
-¡No! Yo estoy aquí y Dios perdona a don Juan al pie de mi sepultura. Y, dirigiéndose
a él a continuación, prosigue:- "Yo he dado mi alma por ti y Dios, gracias a mí, te
perdona. Todos sabrán que el amor te salvó en el último momento. Cesad, cantos
funerales; callad, fúnebres campanas; ocupad, sombras livianas, vuestros sepulcros.
Los esqueletos vuelven a sus tumbas, que se cierran; volved a los pedestales,
animadas esculturas; vuelven las estatuas a sus lugares". Dicho esto, varios ángeles
rodean a los dos amantes, que quedan juntos para siempre.