Duns ESCOTO Medieval
Duns ESCOTO Medieval
Duns ESCOTO Medieval
conozca muy bien la ciencia que quiere traducir y las dos lenguas, aquella
de la cual traduce y aquella a la que traduce. Unicamente Boecio, el
primer traductor, poseyó un .perfecto conocimiento y dominio de las len-
guas. Y únicamente Roberto Grosseteste conoce las ciencias». En opinión
de Bacon, los demás traductores han sido unos desdichados que no cono-
cían bien ni las ciencias ni las lenguas, «como lo demuestran sus traduc-
ciones».
La consecuencia de todo ello sería que «nadie puede entender las
obras de Aristóteles a través de las tradiicciones››: en éstas habría dema-
siadas tergiversaciones del significado y demasiadas falsedades.
Con Alberto Magno, Roberto Grosseteste, Rogerio Bacon -y asimis-
mo con Witelo, que vivió alrededor de 1270, autor de la Perspectiva, y con
Teodorico de Friburgo (aprox. 1250-1310)- vemos que nace y se desarro-
lla lentamente una tendencia matemática y experimentalista en el interior
de la filosofía escolástica. El hecho de que lo que hoy llamaríamos investi-
gación científico-tecnológica haya permanecido hasta entonces básica-
mente fuera del reino filosófico no quiere decir para nada que la vida
práctica no hubiese ofrecido ocasiones y problemas sobre los cuales po-
dían haberse ejercitado los hombres con un ingenio especial. Recuérdese,
por ejemplo, los diversos tipos de arneses; la almazara hidráulica; las
mazas movidas por agua, el reloj mecánico; la hilatura de la seda, el mayal
articulado; el molino de viento; la fabricación de lentes y del papel; la
obtención, a través de los minerales, de substancias como los metales, los
álcalis, el jabón, los ácidos, los alcoholes, la pólvora, y asimismo, muchas
otras soluciones técnicas muy ingeniosas, de problemas no siempre senci-
llos. Hay que agregar que «la pólvora y las armas de fuego fueron, desde
el punto de vista económico, la aportación medieval que dio a Europa una
supremacía definitiva sobre los demás continentes» (C. Singer). Pues
bien, todo este mundo tecnológico se hallaba fuera del saber, fuera de la
filosofía.
Grosseteste y Rogerio Bacon se colocan precisamente al comienzo de
aquel movimiento doctrinal que, uniendo teoría y práctica, llevará hasta la
ciencia moderna y al mismo tiempo a la desaparición de la concepción
tradicional del mundo.
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sobre las pretensiones falsas. Entre Sócrates y Platón existe- una distinción
real; entre la inteligencia y la voluntad sólo hay una distinción formal; en
cambio, entre la luminosidad y su grado específico de intensidad la distin-
ción es modal. Si esto es así, puede concebirse un concepto sin el otro, y
resulta equivocado considerarlos juntos, como si constituyesen una sola
noción. Además de estas distinciones que tienen su fundamento en la
realidad, existe la distinción de razón que tiene lugar cuando seguimos
descomponiendo un concepto, para comprender con más claridad su con-
tenido, sin que se dé ningún correlato en la realidad. Se trata de una
necesidad lógica y no ontológica.
Cuando en la filosofía de Escoto se habla de univocidad se está hacien-
do referencia a aquella simplicidad irreductible a la que hay que recondu-
cir todos los conceptos complejos. Se trata de lograr lo que Escoto deno-
mina conceptos simpliciter simplices, en el sentido de que cada uno de
ellos no es identificable con ningún otro. Son conceptos que es posible
negar o afirmar únicamente de un sujeto, pero no uno y otro a la vez,
como puede suceder en cambio con los conceptos analógicos. Estos, dada
su complejidad, pueden ser afirmados y negados al mismo tiempo, del
mismo sujeto, desde puntos de vista distintos. Escoto, a este respecto, se
muestra extraordinariamente lúcido: «Llamo unívoco --leemos en la
Ordinario- a aquel concepto que es uno, de modo tal que su unidad 'es
suficiente para provocar una contradicción, si se afirma o se niega de una
misma cosa.»
Entre todos los conceptos unívocos, el primero y más sencillo es el de
«ente-››, porque es predicable de todo lo que es, en el modo que sea. ¿Qué
es el ente unívoco, fundamento de la metafísica de Escoto? Se ha dicho
antes, a propósito de la distinción modal, que es posible concebir una
perfección --la racionalidad, la luminosidad, etc.-- sin su propio grado
específico de intensidad: la racionalidad de Dios no es la del hombre; la
luminosidad del sol es distinta a la del candelabro. Si se extiende esta
distinción modal a todos los entes, puede tomarse en consideración el
concepto de ente prescindiendo de los modos específicos en que se haya
concretado efectivamente. En ese caso, se posee el concepto simple y, por
lo tanto, unívoco de ente, que es universal porque se predica de manera
unívoca de todo lo que es. Se predica de Dios y se predica del hombre,
porque ambos son. La diferencia entre Dios y el hombre no reside en el
hecho de que el primero es y el segundo no, sino que en el primero es de
modo infinito, mientras que el segundo es de modo finito. Ahora bien, si
prescindimos de los modos de ser, el concepto de ente se predica del
mismo modo de ambos. Sin embargo, precisamente porque se prescinde
de los modos de ser, el conocimiento de dicho concepto no permite indivi-
dualizar los rasgos específicos de los seres de los cuales se predica. Escoto,
en su Ordinario, escribe: «El intelecto, en el estado del hombre en esta
tierra, puede tener la certidumbre de que Dios es ente, aunque dude sobre
los conceptos de ente finito o infinito, creado o increado; el concepto de
ente que aquí se aplica a Dios es distinto a este o a aquel concepto y, por
lo tanto, neutro en sí mismo; no obstante, se halla incluido en aquellos dos
conceptos y, así, es unívoco» Este texto nos permite comprender perfec-
tamente lo injusto de la acusación de panteísmo que se formuló contra
Escoto, tomando pie en la univocidad. La noción unívoca de ente es de
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sino que tiende hacia ellos como a sus configuraciones efectivas. Ahora
bien, los modos supremos de ser son la finitud y la infinitud, que represen-
tan el ente en su perfección efectiva. Tales modos determinan la noción
unívoca de ente, de la misma forma que la intensidad manifiesta la lumi-
nosidad de la luz o un grado particular de color especifica la blancura. En
resumen, se trata del paso desde lo abstracto a lo concreto, desde lo
universal hasta lo particular.
Es verdad que no se hace necesario demostrar la existencia del ente
finito, porque es objeto de nuestra inmediata y cotidiana experiencia. No
obstante, resulta obligada una demostración específica de la existencia del
ente infinito, porque no constituye un dato de evidencia inmediata. Si el
concepto de «ente infinito» no es contradictorio en sí mismo -por lo
contrario, parecería que la noción unívoca de ente encuentra en la infini-
tud su realización más plena-, ¿qué representa efectivamente dicho con-
cepto? En otras palabras, entre los entes existentes, ¿existe alguno que
pueda calificarse de infinito? Estos son los términos en que Duns Escoto
plantea el problema.
Al tratarse de una cuestión importantísima, quiere elaborar una de-
mostración de la existencia del ente infinito que resulte del todo indiscuti-
ble. Esto comporta que la argumentación se base en premisas ciertas y, al
mismo tiempo, necesarias. A este respecto, considera que las pruebas
basadas en datos empíricos son insuficientes, porque tales datos son cier-
tos, pero no necesarios. Por esta razón, Escoto no parte de la constatación
de la existencia efectiva y contingente de las cosas, sino de suposibilidad.
Que las cosas son, es un dato cierto, pero no necesario, porque también
podrían no ser. Pero que las cosas pueden ser, dado que son, es un hecho
necesario. En otras palabras, si el mundo existe, es absolutamente cierto y
necesario que puede existir: ab esse ad posse valer illatio. Aunque elmun-
do desapareciese, siempre sería verdad que podría existir, ya que en un
momento fue. Una vez establecida la necesidad de la posibilidad, Escoto
se pregunta cuál es su fundamento o su causa, que es algo distinto de las
cosas mismas, ya que es imposible que las cosas puedan darse una existen-
cia que aún no tienen. Es preciso, pues, situar la razón de dicha posibili-
dad en su ser distinto del ser producible. Ahora bien, este ser que trascien-
de la esfera de lo producible o de las cosas posibles, existe y actúa por sí
mismo, o bien existe y actúa en virtud de otro. En el segundo caso se
volverá a plantear idéntica pregunta, porque depende de otro, y a su vez,
es también producible. En el primer caso nos encontramos con un ser que
está en condiciones de- producir, pero que por ningún concepto es pro-
ducible.
Llegamos así al ente que se buscaba, porque explica la posibilidad o
producibilidad del mundo, sin que su existencia exija a su vez una ulterior
explicación. Por lo tanto, si las cosas son posibles, también es posible un
ente primero. Sin embargo, dicho ente, ¿sólo es posible o existe de hecho?
La respuesta es que tal ente existe en acto, porque si no existiese, tampoco
sería posible, dado que ningún otro estaría en condiciones de producirlo.
En consecuencia, el ente primero, si es posible, es real. Pero, ¿cuál es su
rasgo específico? La infinitud, porque es supremo e incircunscribible. Es-
coto, que ha atribuido el ente en cuanto ente al intelecto como su objeto
primario, descubre así que sólo el ser infinito es Ser en el sentido pleno del
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cuya teoría del intelecto único atacaba su rasgo más peculiar. Calificada
de manera sugerente como ultima solitudo, la persona es ab alio, puede
ser cum alio, pero non. in alio. Puede comunicar, condicionar y ser condi-
cionada, pero no perder su ser en sí. El ente personal es un universal
concreto, porque en su unicidad no forma parte de un todo, sino que es un
todo en el todo: imperium in imperio. Particular y universal coinciden en
el concepto, determinado en grado sumo, de persona. El hombre, cada
hombre, no es una determinación de lo universal. En la medida en que es
una realidad singular en el tiempo e irrepetible en la historia, es de hecho
supremo y originario, porque está destinado, gracias a la mediación de
Cristo, al diálogo con el Dios uno y trino de la escritura.
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