Frankenstein, Tercera Clase - El Monstruo
Frankenstein, Tercera Clase - El Monstruo
Frankenstein, Tercera Clase - El Monstruo
“Admiré el valle que se extendía a mis pies. Enormes jirones de niebla se elevaban
por sobre los riachuelos y serpenteaba en espesas columnas alrededor de los montes de la
otra vertiente, cuyas cumbres se ocultaban tras una densa capa de nubes. El cielo negruzco
dejaba escapar una lluvia torrencial que hacía todavía más melancólicos los sentimientos
que despertaba en mí aquella escena.
¡Ah! ¿Cómo puede el hombre alardear de una sensibilidad superior a la de las
bestias? Si nuestros impulsos fueran sólo los del hambre y la sed, los del deseo, estaríamos
muy cerca de la libertad. Pero, debido a nuestra naturaleza, el menor soplo basta para
conmovernos; sólo una palabra, incluso una mera imagen que esta palabra pudede
despertar en nuestra alma.”
“Estaba cercano el mediodía cuando llegué a la cima. Me senté unos momentos en
un roquedal que dominaba el glaciar. La niebla lo envolvía al igual que los montes que lo
rodeaban. Pero, de pronto, se levantó la brisa y disipó las nubes; descendí hasta el océano
helado. Su superficie, muy irregular, recordaba las olas de un mar tempestuoso, cruzado
por profundas grietas.”
“El mar, o mejor , el enorme río de hielo corría entre montañas cuyas cimas
gigantescas dominaban el grandioso abismo. Sus cumbres heladas, refulgentes, lucían al
sol más allá de las nubes. Mi corazón, repleto hasta entonces de tristeza, se colmó de una
sensación muy a la alegría. Grité:
-¡Espíritus errabundos, si en verdad existís, si no estáis prisioneros en vuestros
estrechos reductos, dadme un poco de felicidad o, en otro caso, llevadme con vosotros,
lejos de los goces de la vida!
No bien hube pronunciado aquella imprecación cuando descubrí, a cierta distancia,
la silueta de un hombre que avanzaba con una rapidez sobrehumana. Saltaba por sobre las
grietas que yo había atravesado con grandes dificultades y precauciones. Al tiempo que iba
avanzando, su estatura tomaba proporciones que parecían sobrepasar en mucho a las
normales. Temblé. Se me oscureció la vista y me sentí desfallecer. No obstante, la fría brisa
de las cumbres me reanimó en seguida. Cuando el hombre se halló cerca de mí, pude ver
-aborrecido, horrible espectáculo- que era el monstruo que yo había creado. Con
estremecimientos de ira y terror resolví aguardarle a pie firme e, incluso, trabar con él un
combate a muerte. Se aproximó, su rostro reflejaba una gran angustia, mezclada con odio y
desprecio, y su diabólica fealdad era en exceso horrenda como para que la contemplaran
ojos humanos. No dediqué, sin embargo, demasiada atención a sus facciones. La cólera y
la náusea me habían hecho enmudecer, pero, cuando recuperé el habla, arrojé sobre su
cabeza todo mi desprecio y mi horror.
-¡Demonio! -grité-. ¿Cómo osas acercarte? ?Acaso no temes que caiga sobre tí mi
terrible venganza? ¡Aléjate, monstruosa criatura! ¡Pero no, prefiero que permanezcas aquí
para poder aniquilarte! Si acabando con tu inmunda vida pudiera devolver (al menos) la
existencia a las víctimas de tus odiosos asesinatos.
-Esperaba ya que me recibierais así -dijo el monstruo-. Todos los humaos odian a
quienes son infelices. ¡Cuánto odio debo despertar yo que soy el más infeliz de los seres
vivientes! Incluso vos, que me disteis la vida, incluso vos me detestáis y me rechazáis, a mí,
a la criatura con la que os atan lazos que sólo la muerte podrá romper. Decís que queréis
matarme, ¿pero cómo podéis utilizar la vida como si fuera un juego? Cumplid antes los
deberes que tenéis conmigo y yo lo haré con los que me ligan a todo el género humano. Si
aceptáis mis condiciones, os dejaré tranquilo, tanto a vos como a vuestros semejantes. Pero
si rehusáis, me hundiré en el crimen hasta saciar mi sed de sangre en la de todos aquellos
que os aman y a los que amáis.
-¡Monstruo odiado! ¡Infame asesino! Los tormentos del infierno serán un castigo
demasiado benévolo para tus crímenes. ¡Demonio inmundo! ¿Me reprochas que te haya
creado? Pues, bien, acércate y extinguiré el brillo de la vida que, en mi locura, supe
alumbrar en tí!
Mi cólera había estallado. Me abalancé sobre él, impulsado por cuanto puede
empujar a un ser humano a matar a otro. me sujetó sin esfuerzo y dijo:
-¡Tranquilizaos! Os suplico que me escuchéis antes de liberar vuestro odio. ¿Acaso
no he sufrido ya demasiado para que vos queráis, ahora, aumentar mis desgracias? Amo la
vida, aunque, probablemente, no sea otra cosa que una sucesión de pesares, y estoy
dispuesto a defenderla. Recordad que me hicistéis más fuerte que vos. Os aventajo en
estatura y mis miembros son más vigorosos que los vuestros. Sin embargo, no quiero
dejarme arrastrar a una lucha. Soy obra vuestra y deseo demostraros afecto y sumisión,
pues, por ley natural, sois mi dueño y señor. Pero estas mismas razones os obligan a
asumir vuestros deberes y a concederme aquello que me debéis. ¡Oh, Frankenstein! No os
sintáis satisfecho de ser justo para con los otros si conmigo, con quien tiene más derecho
que nadie a vuestra justicia y, también, a vuestra clemencia y amor, os mostráis tan
implacable. Recordad que soy vuestra criatura. Debiera ser vuestro Adán y, sin embargo,
me tratáis como al ángel caído y me negáis, sin razón, toda la felicidad. Es por ello que
deseo contaros de qué forma me habéis privado irremediablemente de la alegría. Yo era
bueno y cariñoso. Los sufrimientos me han convertido en un malvado. Concededme la
felicidad y seré virtuoso.
-¡Aparta! ¡No quiero seguir escuchándote! No puede haber entendimiento entre tú y
yo: somos enemigos. Aparta te digo o, de lo contrario, combatamos hasta que uno de los
dos halle la muerte.
-¿Cómo podré conmoveros? ¿No conseguirán mis súplicas que miréis con piedad a
esta infeliz criatura que suplica vuestra benevolencia y vuestra compasión? ¡Creedme,
Frankenstein, soy bueno; mi espíritu está lleno de humanidad y amor, pero estoy solo,
horriblemente solo! ¡Incluso vos, que me creasteis, me odiáis! ¿Qué puedo esperar, pues,
de aquellos que no me deben nada? Me aborrecen y me acosan. Las desiertas cumbres y
los glaciares han de ser mis refugios. Vago sin cesar por esos lugares y habito en las
heladas cavernas; sólo allí me siento seguro. Son esos los únicos placeres que no me
niegan los humanos y bendigo los desolados parajes que son, para mí, más amables que
vuestros mismos semejantes. Si toda la humanidad conociera mi existencia correrían, lo
mismo que vos, a armarse para aniquilarme. ¿Acaso no es lógico que los odie, puesto que
ellos me aborrecen? ¿Cómo ser bondadoso con mis enemigos? Soy desgraciado y ellos
deben compartir mis sufrimientos. Sin embargo, tenéis en vuestras manos la posibilidad de
hacerme feliz y librar a los hombres de una horrenda venganza que no sólo sufriríais vos y
vuestra familia, sino también miles de seres que morirían en el torbellino de mi frenética
matanza. ¡Permitid que la compasión nazca en vos, no me rechacéis! Oíd mi historia y,
cuando lo hayáis hecho, abandonadme entonces a mi suerte o apiadaos de mí. Haced
entonces lo que creáis oportuno: ¡Pero escuchadme, por piedad! La justicia de los hombres,
por rígida que sea, permite a los culpables defenders antes de condenarles. ¡Oídme,
Frankenstein! Me habéis acusado de asesinato y por ello querríais, sin sentir
remordimientos, destruir a quien creasteis. ¡Ah, alabemos la eterna justicia de los hombres!
Pero no, no os suplico que me perdonéis. ¡Escuchadme, escuchadme tan sólo y luego, si
podéis, aniquilad la obra de vuestras propias manos!
-¿Por qué -respondí-- me recuerdas cosas que me estremecen con sólo pensarlas y
de las que, ¡ay de mí!, soy el único culpable? ¡Maldito sea el día en que viste la luz, odioso
diablo! ¡Malditas -aunque me maldiga a mí mismo- las manos que te crearon! Me has hecho
más infeliz e lo que me es dado expresar. NI siquiera puedo detenerme a considerar si soy
justo o injusto contigo. ¡Aparta! ¡Libra de mis ojos tu inmunda vista!
-Así lo hago, creador mío -dijo mientras colocaba sobre mis ojos sus aborrecidas
manos, que aparté con violencia-. Quiero sólo -prosiguió- contaros la vida del ser a quien
tanto odiáis. Y, no obstante, os negáis a escucharme y a concederme vuestra compasión.
¡Os suplico, en nombre de las virtudes que poseía al principio, que escuchéis mi relato! Es
extraño y largo, la temperatura del exterior no es adecuada a vuestra constitución, más
delicada que la mía. Acompañadme, venid a la cabaña que poseo en la ladera de aquel
monte. El sol está en su cenit; ante de que se oculte tras las cimas nevadas para ir a
iluminar la otra parte del planeta, mi historia habrá terminado y podréis decidir. En vuestras
manos está el que yo abandone para siempre la vecindad de los humanos y deje transcurrir,
alejado de ellos, una vida inofensiva o que, por el contrario, sea el verdugo de vuestros
iguales y, por lo tanto, el artífice de vuestra desgracia.”
“Vagué durante varios días por los lugares que habían sido el teatro de los
acontecimientos, deseando, a veces, encontraros y anhelando, otras, abandonar este
mundo miserable. Por fin me dirigí a estas montañas, en las que he vivido consumido por
una pasión devoradora que sólo vos podéis satisfacer. Estoy terriblemente solo, nadie
quiere compartir mi vida; es imposible que nos separemos sin que prometáis concederme lo
que os pida. Sólo una mujer tan monstruosa y deforme como yo estaría dispuesta a
concederme su amor; una mujer que fuera en todo semejante a mí, que poseyera, incluso
mis defectos. ¡Y debéis crearla”
“-Me niego -le dije- y ningún tormento conseguirá que lo haga. Eres libre de
convertirme, si lo deseas, en el más desdichado de los hombres, pero jamás conseguirás
que me rebaje hasta este extremo a mis propios ojos. ¡Dios del cielo! ¿Crear un nuevo ser
como tú y permitir que ambos, con vuestra inaudita maldad, sembréis la desolación en toda
la tierra? ¡Vete! Ya conoces mi respuesta. Torturame si quieres, pero jamás lograrás nada
de mí.
-Estáis equivocado -respondió el infame monstruo-. Pero, a pesar de todo, estoy
dispuesto a discutir con vos en vez de proferir amenazas. Os he dicho ya que mi maldad
proviene, tan solo, de mi desdicha. ¿Acaso no me rechaza toda la humanidad?”
“Se hallaba dominado por un terrible furor. Sus repulsivas facciones se contraían en
una mueca tan horrenda que ningún ser humano hubiera podido contemplarlas sin sentir
terror. Pero, al cabo de unos instantes, se tranquilizó y siguió diciendo:
-Estaba decidido a discutir calmosamente con vos. Enojándome no consigo más que
perjudicarme a mí mismo, puesto que os negáis a entender que sois vos, ¡vos!, el culpable
de todas mis acciones. Si el más sincero de los hombres consintiera en concederme alguna
muestra de benevolencia, yo se la devolvería centuplicada, sí, le daría cien veces lo recibido
y más todavía. ¡Para ser grato a este solo ser dejaría en paz al mundo entero! [...] Y, sin
embargo, no os pido más de lo que es justo: Reclamo una criatura femenina. un ser del otro
sexo que sea tan horrendo como yo mismo. Con ello no obtendré, es cierto, más que un
triste consuelo, pero es el único al que puedo aspirar y me contentaré con él. Juntos
formaremos una pareja de monstruos; seremos rechazados por los demás seres, pero esto
solo conseguirá unirnos más el uno al otro. Nuestra existencia, es indudable, no será
verdaderamente muy feliz, pero, al menos, no estará tan llena de maldad y, por fin, yo podré
librarme de los sufrimientos que soporto ahora.”
“-Si aceptáis otorgarme lo que os suplico, nunca, ni vos ni cualquier otro ser humano,
volveréis a verme. Me estableceré en las enormes tierras deshabitadas de América del Sur.
Yo no preciso, para alimentarme, la misma comida que el hombre; no devoro el cordero o el
cabritillo para nutrirme con su carne. Bayas, bellotas y raíces me son manjar suficiente. Mi
compañera será idéntica a mí y sabrá, también, contentarse con la misma comida. Nuestro
lecho será de hojas secas, pero el sol brillará para nosotros como brilla para los demás
seres y hará fructificar nuestros alimentos. La escena que os describo es agradable y feliz,
debierais comprender que poniendo trabas a su realización mostráis una cruel e inútil
tiranía. Es verdad que, hasta ahora, habéis demostrado ser muy injusto conmigo, pero creo
ya distinguir en vuestros ojos una mirada compasiva. Dejadme que aproveche este instante
que me es favorable para haceros prometer lo que con tanta impaciencia estoy esperando.”
“-Bien, de acuerdo; te concederé lo que pides, pero con una condición: has de
jurarme solemnemente que abandonarás para siempre el continente europeo y que evitarás
cualquier paraje en donde puedas encontrarte con seres humanos. Y lo harás en cuanto te
haya proporcionado la compañera de tu soledad.
-¡Lo juro -gritó- por el cielo y el sol, por el fuego del amor que devora mis entrañas!
¡Juro que, si escucháis mis súplicas, jamás volveréis a verme! ¡Regresad , regresad a
vuestra casa y poned en seguida manos a la obra! Esperaré el fin de vuestro trabajo con
una impaciencia infinita. No temáis, cuando llegue el momento yo estaré allí para hacerme
cargo de mi compañera.
Tras aquellas palabras me abandonó en seguida, sin duda con el temor de que yo
cambiara de parecer. Vi cómo descendía de la ladera del monte más raudo que el vuelo de
un águila y, pocos segundos después, se perdía entre los escarpados del mar de hielo”
“Pasaron muchos días y muchas semanas, tras mi retorno a Ginebra, sin que lograr
encontrar en mí el coraje suficiente para comenzar de nuevo mi obra de creación. Temía la
venganza del monstruo si le decepcionaba y, a pesar de ello, no lograba vencer la
repugnancia que sentía al recordar la repulsiva tarea que había tomado sobre mis espaldas.
Me di cuenta de que no podría crear una compañera femenina para aquel engendro sin
entregarme durante varios meses a laboriosos experimentos e investigaciones.”