La Complejidad de Los Objetivos Educativos

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La complejidad de los objetivos educativos (antinomias)

Como en la mayoría de los periodos revolucionarios, también nuestro tiempo está atrapado en
contradicciones. Y lo que es más, explorándolas más de cerca, las contradicciones en tales
periodos a menudo resultan ser antinomias: pares de grandes verdades que, si bien parecen
ambas verdades, se contradicen. Las antinomias aportan bases fructíferas, no solo para la disputa,
sino también para la reflexión, ya que nos recuerdan que las verdades no existen
independientemente de las perspectivas de aquellos que las mantienen como tales.

También las verdades educativas sufren antinomias en periodos revolucionarios. Y


entonces no nos sorprende que haya contradicciones antinómicas incluso en nuestros objetivos
para la educación temprana; Antinomias genuinas. Son estas las que quiero explorar en este
capítulo. Estoy particularmente interesado en cómo nuestras ideas emergentes sobre la
educación temprana nos llevaron a tales antinomias y en cómo, a través una mayor
concienciación, podemos convertirlas en lecciones para los tiempos cambiantes que se avecinan.

Empezaré esta exploración exponiendo brevemente tres de las más engañosas de estas
antinomias. Nos aportan temas de los que más tarde podremos desarrollar (variaciones).
Recuérdese que las antinomias no admiten la resolución lógica, sino sólo pragmáticas. (Niels
Bohr) los opuestos de verdades pequeñas son falsos; los opuestos de grandes verdades pueden
ser también verdaderos. De manera que nuestro interés será sobre todo pragmático.

La primera antinomia es esta

Por una parte, es una función incuestionable de la educación permitir que la gente, los individuos
humanos operen al máximo sus capacidades, equiparlos con las herramientas y el sentido de la
oportunidad para usar sus ingenios, habilidades y pasiones al máximo.

La contraparte antinómica de esto es que la función de la educación es reproducir la cultura que


apoya: no solo reproducirla a ella, sino además sus fines económicos, políticos y culturales. Por
ejemplo, el sistema educativo de una sociedad industrial debería producir una fuerza de trabajo
afanosa y sumisa para mantener esa sociedad: trabajadoras no especializadas y
semiespecializadas, administrativas, cargos intermedios, empresarios sensibles al riesgo, todos los
cuales deben estar convencidos de que la sociedad industrial en cuestión constituye la única
forma correcta y válida de vivir.

Pero ¿se puede entender la escolarización como el instrumento para la realización


individual y a la vez como una técnica de reproducción para mantener o desarrollar una cultura?
Bueno, la respuesta es un inevitable imperfecto “no exactamente” pues el ideal libre de la
realización individual a través de la educación, inevitablemente, se expone a la impredecibilidad
cultural y social y, más aún, a la ruptura del orden legítimo. El segundo aspecto, la educación
como reproducción cultural, se expone al empantanamiento, la hegemonía y el convencionalismo,
incluso aunque ofrezca la promesa de reducir la inseguridad. Encontrar el camino a lo largo de
este par antinómico no es fácil, particularmente en periodo de rápido cambio. De hecho, esto no
habría podido hacerse en ningún periodo. Pero si no enfrentamos el par, nos arriesgamos a
perder los dos ideales.
La segunda antinomia refleja dos perspectivas contradictorias de la naturaleza y uso de la mente,
de nuevo ambas meritorias cuando se toman una a una. Un lado proclama que el aprendizaje,
dijéramos principalmente está dentro de la cabeza, es intrapsíquico. Al final los aprendices deben
apoyarse en su propia inteligencia y en su propia motivación para beneficiarse de lo que puede
ofrecer la escuela. La educación aporta los significados para reforzar y facilitar nuestras
capacidades mentales innatas. Si bien en esta perspectiva la educación desarrolla el nivel de
funcionamiento de todo el mundo, debería dedicarse particularmente a cultivar las mentes de
aquellos que tiene la “dotación innata” superior. Ya que los mejores dotados son los que mejor se
pueden beneficiar de la escolarización.

La perspectiva que contrasta con esta es que toda actividad mental está situada en y es apoyada
por un contexto más o menos facilitador. No somos solamente mentes aisladas con una
capacidad variada a la que después hay que añadirle habilidades. Lo bien que el estudiante
domine y use sus habilidades, el conocimiento y sus formas de pensar dependerán de cuan
favorable o facilitadora sea la caja de herramientas cultural que ofrezca el profesor al aprendiz. De
hecho la caja de herramientas simbólica de la cultura actualiza las propias capacidades del
aprendiz e incluso determinan si llegaran a existir o no en cualquier sentido práctico. Los
contextos culturales que favorecen el desarrollo mental son principal e inevitablemente,
interpersonales, pues suponen intercambios simbólicos e incluyen una variedad de proyectos
conjuntos con los compañeros, los padres y los profesores. A través de semejante colaboración, el
niño en desarrollo consigue acceder a los recursos, los sistemas de símbolos e incluso la
tecnología de la cultura. Y tener igual acceso a estos recursos es un derecho de todos los niños. Si
hay una diferencia en una dotación innata, el niño mejor dotado sacara más provecho de la
interacción con la cultura.

Los riesgos y los beneficios inherentes a empujar por cualquiera de los dos lados de esta
antinomia, con la consiguiente exclusión del otro, son tan críticos que es mejor posponer su
discusión hasta que podamos considerar en su contexto, lo cual haremos dentro de un momento.
De otra forma podríamos quedar atrapados en la controversia naturaleza-educación, ya que esta
antinomia se convierte demasiado fácil en la retórica.

La tercera y última antinomia es la que se hace explícita en el debate educativo con demasiada y
poca frecuencia. Es sobre cómo deben juzgarse las formas de pensar, formas de construir el
significado y formas de experimentar el mundo, según que parámetros y por quien; por ejemplo,
como se refleja en la pregunta. “¿Quién posee la versión correcta de la historia?”. Especificare los
dos lados de esta antinomia claramente y con un poco de exageración. Una parte define que la
experiencia humana “el conocimiento local” digamos, es legítimo en su propio derecho, que no
puede reducirse a alguna construcción universalista “más alta” o con más autoridad. Cualquier
esfuerzo por imponer significados de más autoridad a la experiencia local es presuntamente
hegemónico, sirviendo a los fines de poder y dominación, lo pretenda o no. Por supuesto esto es
una caricatura del tipo anti-fundacionalismo al que a veces se refiere como “posmodernismo”.
No es solamente una posición Epistemológica, sino también política. La defensa de la no
reductividad y la intraducibilidad aparece a menudo en el feminismo radical, en los movimientos
étnicos y anti-imperialistas e incluso en los estudios jurídicos críticos. En la educación, no hay
duda de que impulso el movimiento de “desescolarización”. Pero, incluso en sus versiones
extremas, no se puede rechazar directamente. Expresa algo profundo sobre los dilemas de vivir
en la sociedad burocratizada contemporánea.

El lado que contrasta a esta tercera antinomia -la búsqueda de una voz autoritariamente
universal – también puede quedar hinchado por la autocomplaciencia. Pero ignoremos por un
momento la pomposidad de los auto-elegidos portavoces de las verdades universales
indiscutibles. Pues en este lado hay también una convención convincente. Tal integración está en
la profunda integridad, para bien o para mal, con la que la forma de vida de cualquier cultura
mayor expresa sus aspiraciones de gracia, orden, bien estar y justicia históricamente enraizadas.
Si bien las situaciones humanas se pueden expresar siempre localmente en el tiempo, no dejan de
ser una expresión de alguna historia más universal. Ignorar esa historia más universal es negar la
legitimidad de la cultura general. Sin ninguna referencia al contexto más amplio en el que
emergió, la cultura de la clase obrera es arbitraria y normalmente auto-engendradora. Insistir en
la auto-definición de nuestro propio grupo –ya sea étnico, de género, raza o clase –es reclamar el
parroquialismo y el segregacionismo. Por mucho que la experiencia y el conocimiento puedan
ser locales y particulares, siguen siendo de un continente mayor.

Entonces tenemos tres antinomias:

 La antinomia de la relación individual frente a la preservación de la cultura.


 La antinomia de centrarse en el talento frente a centrase en la herramienta
 La antinomia del particularismo frente al universalismo.

Sin tenerlas en cuenta, corremos el riesgo de perdernos en valorar lo que hemos aprendido sobre
la escolarización temprana y hacia dónde vamos, ya que ayudan a mantener las cuestiones
equilibradas. No hay manera de encajar la medida apropiada entre los dos lados de una
antinomia, incluyendo a estas tres. Necesitamos realizar el potencial humano, pero necesitamos
mantener la integridad y estabilidad de una cultura. Necesitamos reconocer el talento nativo
diferenciado, pero necesitamos equipar a todo el mundo con las herramientas de la cultura.
Necesitamos reparar el carácter único de las identidades y la experiencia local, pero no podemos
seguir juntos como un pueblo si el coste de la identidad es una Torre de Babel cultural.

Todas estas cuestiones no se solucionan con preceptos generales a gran escala. Hay que juzgar
caso por caso. Pero concentrase en escuelas concretas dedicadas a prácticas particulares para ver
lo que podemos aprender de ellas en general es una tarea demasiado ambiciosa. De manera que
me centrare en un tipo en particular de escolarización y en como crecieron sus prácticas de
investigación y de trabajo aplicada. Y después pasaré a cuestiones más generales.
La complejidad de lo educativo

Autor: Jerome Bruner (en: “la educación, puerta de la cultura” (capt. 3°)) 1997

Juan Corbalán

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