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FREIRE_ OCTAVA CARTA

Identidad cultural y educación


Preguntarnos sobre las relaciones entre la identidad cultural —que siempre tiene un elemento de clase
social— de los sujetos de la educación y la práctica educativa, es algo que se nos impone. Es que la
identidad de los sujetos tiene que ver con las cuestiones fundamentales del plan de estudios, tanto el
oculto como el explícito, y
obviamente con cuestiones de enseñanza y de aprendizaje. Sin embargo, me parece que analizar la
cuestión de la identidad de los sujetos de la educación, educadores y educandos, implica recalcar, desde
el comienzo de tal ejercicio que la identidad cultural, expresión cada vez más usada por nosotros, no
puede pretender agotar la totalidad del significado del fenómeno cuyo concepto es la identidad. El
atributo cultural acrecentado por el restrictivo de clase no agota la comprensión del término
"identidad". En el fondo, mujeres y hombres nos hacemos seres especiales y singulares. A lo largo de
una larga historia conseguimos desplazar de la especie el punto de decisión de mucho de lo que somos y
de lo que hacemos individualmente para nosotros mismos, si bien dentro del engranaje social sin el cual
tampoco seriamos lo que estamos siendo. En el fondo, no somos sólo lo que heredamos ni únicamente
lo que adquirimos, sino la relación dinámica y procesal de lo que heredamos y lo que adquirimos.
Hay algo en lo que heredamos que François Jacob destaca en una entrevista a El Correo de la UNESCO y
que es de la más alta importancia para la comprensión de nuestro tema. "Estamos programados, pero
para aprender", dice Jacob. Y es precisamente porque nos fue posible, gracias a la invención de la
existencia —algo más que la vida misma y que nosotros creamos con los materiales que la vida nos
ofreció—, desplazar de la especie para nosotros el punto de decisión de mucho de lo que estamos y
estaremos siendo. Y más aún, porque con la invención social del lenguaje, lado a lado con la operación
sobre el mundo, prolongamos el mundo natural, que no hicimos, en un
mundo cultural e histórico que es producto nuestro, que nos volvimos animales permanentemente
inscritos en un proceso de aprender y de buscar. Proceso que sólo se hace posible en la medida en que
"no podemos vivir a no ser en función del mañana" (Jacob, 1991).
Aprender y buscar, a los que necesariamente se juntan enseñar y conocer y que por su parte no pueden
prescindir de libertad, no sólo como donación sino como algo indispensable y necesario, como un sine
qua non por el que debemos luchar permanentemente, forman parte de nuestra manera de estar
siendo en el mundo. Y
es justamente porque estamos programados pero no determinados, estamos condicionados pero al
mismo tiempo conscientes del condicionamiento, por lo que nos hacemos aptos para luchar por la
libertad como proceso y no como meta. Es por eso también por lo que el hecho de que "cada ser —dice
Jacob— contiene en sus cromosomas todo su pro-pio futuro", no significa de ninguna manera que
nuestra libertad se ahogue o se sumerja en las estructuras hereditarias como si ellas fuesen el lugar
indicado para la desaparición de nuestra posibilidad de vivirla.
Condicionados, programados pero no determinados, nos movemos con un mínimo de libertad de que
disponemos en el marco cultural para ampliarlo. De esta manera, a través de la educación como
expresión también cultural podemos "explorar más o menos las posibilidades inscritas en los
cromosomas" (Jacob, 1991).
Queda clara la importancia de la identidad de cada uno de nosotros como sujeto, ya sea como educador
o educando, en la práctica educativa. Y de la identidad entendida en esta relación contradictoria que
somos nosotros mismos entre lo que heredamos y lo que adquirimos. Relación contradictoria en la que
a veces lo que adquirimos en nuestras experiencias sociales, culturales, de clase, ideológicas, interfiere
vigorosamente a través del poder de los intereses, de las emociones, de los sentimientos, de los deseos,
de lo que se viene llamando "la fuerza del corazón" en la estructura hereditaria. Por eso mismo es que
no somos ni una cosa ni la otra.
Repitamos, ni sólo lo innato ni tampoco únicamente lo adquirido.
La llamada "fuerza de la sangre", para utilizar una expresión popular, existe, pero no es determinante.
Con la presencia de lo cultural, ella sola no lo explica todo.
En el fondo, la libertad como hazaña creadora de los seres humanos, como aventura, como experiencia
de riesgo y de creación, tiene mucho que ver con la relación entre lo que heredamos y lo que
adquirimos.
Las interdicciones a nuestra libertad son resultado, mucho más de las estructuras sociales, políticas,
económicas, culturales, históricas, ideológicas, que de las estructuras hereditarias. No podemos tener
dudas sobre el poder de la herencia cultural, sobre cómo nos conforma y nos obstaculiza para ser. Pero
el hecho de ser programados, condicionados y conscientes del condicionamiento, y no determinados, es
lo que hace posible superar la fuerza de las herencias culturales. La transformación del mundo material,
de las estructuras materiales, a la que se
agregue simultáneamente un esfuerzo crítico educativo, es el camino para la superación, jamás
mecánica, de esta herencia.
Lo que no es posible, sin embargo, en este esfuerzo por la superación de ciertas herencias culturales,
que repitiéndose de generación en generación a veces dan la impresión de petrificarse, es dejar de
considerar su existencia. Es muy cierto que los cambios infraestructurales a veces alteran rápidamente
las formas de ser y de
pensar que perduraban desde hace mucho tiempo. Por otro lado el reconocer la existencia de las
herencias culturales debe implicar el respeto hacia ellas. Respeto que de ninguna manera significa
nuestra adecuación a ellas. Nuestro reconocimiento y nuestro respeto hacia ellas son condiciones
fundamentales para el esfuerzo por elcambio. Por otro lado, es preciso que seamos bien claros con
relación a algo que es evidente: esas herencias culturales tienen un innegable corte de clase social. Es en
ellas donde se van constituyendo muchos aspectos de nuestra identidad, que por eso mismo está
marcada por la clase social a la que pertenecemos.
Pensemos un poco en la identidad cultural de los educandos y en el respeto necesario que le debemos
en nuestra práctica educativa.
Creo que el primer paso a dar en dirección a ese respeto es el reconocimiento de nuestra identidad, el
reconocimiento de lo que estamos siendo en la actividad práctica en la que nos experimentamos. Es en
la práctica de hacer las cosas de una cierta manera, de pensar, de hablar un cierto lenguaje (como por
ejemplo: "la canción
de que te hable" y no "la canción que te hable" sin la preposición de rigiendo al pronombre que), es en
la práctica de hacer, de hablar, de pensar, de tener ciertos gustos, ciertos hábitos, donde acabo por
reconocerme de cierta forma, coincidente con otras gentes como yo. Esas otras gentes tienen un corte
de clase idéntico o próximo al mío. Es en la práctica de experimentar las diferencias donde nos
descubrimos como yos y como tús. En rigor, siempre es el otro, en cuanto tú, el que me constituye como
yo en la medida en que yo, como tú de otro, lo constituyo como yo.
Es una fuerte tendencia nuestra la que nos empuja a afirmar que lo diferente de nosotros es inferior.
Partimos de la idea de que nuestra forma de estar siendo no sólo es buena sino que es mejor que la de
los otros, diferentes de nosotros. Esto es la intolerancia. Es el gusto irresistible de oponerse a las
diferencias.
Sin embargo la clase dominante, debido a su propio poder de perfilar a la clase dominada, en una
primera instancia rechaza la diferencia, en segundo lugar nopiensa quedar igual al diferente y en tercer
lugar tampoco tiene la intención de que el diferente quede igual a ella. Lo que ella pretende es admitir y
remarcar en la práctica la inferioridad de los dominados al mantener las diferencias y las distancias.
Uno de los desafíos para los educadores y las educadoras progresistas, en coherencia con su opción, es
no sentirse ni proceder como si fuesen seres inferiores a los educandos de las clases dominantes de la
red privada que, arrogantes, maltratan y menosprecian al maestro de clase media. Pero tampoco, por el
contrario, sentirse superiores, en la red pública, a los educandos de las favelas, a los niños y las niñas
populares; a los niños sin comodidades, que no comen bien, que no "visten bonito", que no "hablan
correctamente", que hablan con otra sintaxis, con otra semántica y con otra prosodia.
Lo que se le plantea en ambos casos a la educadora progresista y coherente es en primer término no
asumir una posición agresiva hacia quien simplemente responde, y en segundo lugar tampoco dejarse
tentar por la hipótesis de que los niños, pobrecitos, son naturalmente incapaces.
Ni una posición de revancha ni de sumisión en el primer caso, ni una actitud paternalista o de desprecio
hacia los niños de las clases populares en el segundo, sino la de quien asume su responsable autoridad
de educadora.
El punto inicial hacia esta práctica comprensiva es saber y estar convencida de que la educación es una
práctica política. Por eso es que repetimos: la educadora es política. En consecuencia, se hace imperioso
que la educadora sea coherente con su opción, que es política. Y a continuación, que la educadora sea
cada vez más competente desde el punto de vista científico, lo que la hace saber lo importante que es
conocer el mundo concreto en que viven sus alumnos. La cultura en que seencuentra en acción su
lenguaje, su sintaxis, su semántica, su prosodia, en la que se vienen formando ciertos hábitos, ciertos
gustos, ciertas creencias, ciertos miedos, ciertos deseos no necesariamente fáciles de aceptar por el
mundo concreto de la maestra.
El trabajo formativo, docente, es inviable en un contexto que se piense teórico pero que al mismo
tiempo haga cuestión de permanecer lejos de, e indiferente a, el contexto concreto del mundo
inmediato de la acción y de la sensibilidad de los educandos.
Creer posible la realización de un trabajo en el que el contexto teórico se separa de tal modo de la
experiencia de los educandos en su contexto concreto sólo es concebible para quien juzga que la
enseñanza de los contenidos se hace indiferentemente a e independientemente de lo que los
educandos ya saben a partir de sus experiencias anteriores a la escuela. Y no para quien rechaza con
razón esa dicotomía insustentable entre contexto concreto y contexto teórico.
La enseñanza de los contenidos no puede ser hecha de manera vanguardista como si fueran cosas,
saberes que se
pueden sobreponer o yuxtaponer al cuerpo consciente de los educandos —a no ser en forma
autoritaria. Enseñar, aprender y conocer no tienen nada que ver con esa práctica mecanicista.
Las educadoras precisan saber lo que sucede en el mundo de los niños con los que trabajan. El universo
de sus sueños, el lenguaje con que se defienden, con maña, de la agresividad de su mundo. Lo que
saben y cómo lo saben fuera de la escuela.
Hace dos o tres años, dos profesores de la Universidad de Campinas, el físico Carlos Arguelo y el
matemático Eduardo Sebastiani Ferreira, participaron en un encuentro universitario en Paraná en el que
se discutió la enseñanza de la matemática y de laciencia en, general. Al regresar al hotel luego de la
primera mañana de actividades encontraron a un grupo de niños remontando cometas en un campo
abandonado. Se aproximaron a los niños y comenzaron a conversar.
"¿Cuántos metros de cuerda acostumbras soltar para remontar tu cometa?", preguntó Sebastiani.
"Más o menos cincuenta metros", dijo un niño llamado Gelson.
"¿Y cómo calculas para saber que sueltas más o menos cincuenta metros de cuerda?", indaga Sebastiani.
"Cada tanto, más o menos cada dos metros, le hago un nudo a la cuerda. Cuando la cuerda está
corriendo en mi mano voy contando los nudos y entonces sé cuántos metros de cuerda suelta tengo."
"¿Y a qué altura crees que está la cometa ahora?", preguntó el matemático.
"Cuarenta metros", dijo el niño.
"¿Cómo los calculaste?"
"Por la cantidad de cuerda que he soltado y la barriga que ésta ha hecho."
"Podríamos calcular este problema basados en la trigonometría o por semejanza de triángulos", dijo
Sebastiani
Sin embargo el niño dijo:
"Si la cometa estuviese alta, bien arriba de mi cabeza, estaría a los mismos metros de altura que los que
yo solté de cuerda, pero como esta inclinada, lejos de mi cabeza, está a menos metros de altura que los
que yo solté de cuerda."
"Aquí hubo un razonamiento de grados", dijo Sebastiani.
A continuación Arguelo pregunta al niño sobre la construcción del molinete y Gelson le responde
haciendo uso de las cuatro operaciones fundamentales. Irónicamente,concluye el físico, Gelson (tan
gente como Gerson, digo yo) había sido reprobado en matemáticas en la escuela. Nada de lo que él
sabía tenía valor para la escuela porque lo que él sabía lo había aprendido con su experiencia, en lo
concreto de su contexto. Él no hablaba de su saber con el lenguaje formal y de buenos modales,
mecánicamente memorizado, que la escuela reconoce como el único legítimo.
Una situación peor se da en el dominio del lenguaje, en el que casi nunca se respetan la sintaxis, la
ortografía, la semántica y la prosodia de clase de los niños populares.
Jamás he dicho ni sugerido que los niños de las clases populares no deban aprender el llamado "modelo
culto" de la lengua portuguesa en el Brasil, como a veces se afirma. Lo que si he dicho es que los
problemas del lenguaje siempre abarcan cuestiones ideológicas y, con ellas, cuestiones de poder. Por
ejemplo, si hay un "modelo culto" es porque hay otro que es considerado inculto. ¿Y quién perfiló el
inculto como tal? En realidad lo que he dicho, y por lo que peleo, es que se les enseñe a los niños y las
niñas populares el modelo culto, pero que al hacerlo se
destaque:
a] que su lenguaje es tan rico y tan bonito como el de los que hablan el modelo culto, razón por la cual
no tienen por qué avergonzarse de cómo hablan.
b] que aun así es fundamental que aprendan la sintaxis y la prosodia dominante para que:
1] disminuyan sus desventajas en la lucha por la vida;
2] ganen un instrumento fundamental para la lucha necesaria contra las injusticias y las discriminaciones
de que son blanco.
Es pensando y actuando así como me siento coherente con mi opción progresista, antielitista. No soy de
los que estuvieron en contra de Lula para la presidencia de la república porque dice "menas verdad" y
votaron a Collor con tanta verdad de menos.
Concluyendo, la escuela democrática no debe tan sólo estar abierta permanentemente a la realidad
contextual de sus alumnos para comprenderlos mejor, para ejercer mejor su actividad docente, sino
también estar dispuesta a aprender de sus relaciones con el contexto concreto. De ahí viene la
necesidad de, profesándose democrática, ser realmente humilde para poder reconocerse aprendiendo
muchas veces con quien ni siquiera se ha escolarizado.
La escuela democrática que precisamos no es aquella en la que sólo el maestro enseña, en la que el
alumno sólo aprende y el director es el mandante todopoderoso.

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