Pacientes Intratables PDF
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aperturas psicoanalíticas
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presentan síntomas que pueden ser tratados sin esfuerzo para modificar o resolver su
estructura de personalidad narcisista. Todos estos pacientes parecen funcionar muy
bien, en general, aunque presentan típicamente problemas significativos en relaciones
íntimas a largo plazo, y en interacciones profesionales o laborales a largo plazo. Un
segundo nivel de gravedad refleja el síndrome narcisista típico, con las diversas
manifestaciones clínicas que describiremos más abajo. Estos pacientes necesitan,
definitivamente, tratamiento para su trastorno de personalidad, y aquí la elección entre
tratamiento psicoanalítico estándar y psicoterapia psicoanalítica depende de las
indicaciones y contraindicaciones individualizadas. En un tercer nivel de gravedad, los
pacientes con trastorno narcisista de personalidad funcionan a un nivel abiertamente
borderline: además de todas las manifestaciones típicas del trastorno narcisista de
personalidad, estos pacientes también presentan una carencia general de tolerancia a
la ansiedad y control de los impulsos, así como una severa reducción en las funciones
sublimatorias (es decir, en la capacidad para la productividad o la creatividad más allá
de la gratificación o las necesidades de supervivencia). Estos pacientes normalmente
muestran un fallo grave y crónico en su trabajo y su profesión, y fracaso crónico en
sus intentos de establecer o mantener relaciones amorosas íntimas. En este mismo
nivel de gravedad, otro grupo de pacientes no muestra rasgos abiertamente
borderline, pero sí presentan una significativa actividad antisocial, que,
previsiblemente, los sitúa en la misma categoría que aquellos que funcionan a un nivel
borderline.
2. Patología de la relación con los otros: estos pacientes sufren una envidia desorbitada,
consciente e inconsciente. Muestran avaricia y conducta explotadora hacia los otros,
se sienten con derecho, devalúan a los otros, y son incapaces de depender realmente
de ellos (en contraste con necesitar su admiración). Muestran una falta llamativa de
empatía con los demás, superficialidad en su vida emocional, y carecen de capacidad
para comprometerse con las relaciones, objetivos o propósitos conjuntos con los otros.
cultura de la “culpa”; y sus valores tienen una calidad infantil. La patología más grave
del superyó, además del duelo defectuoso, supone conducta antisocial crónica y una
irresponsabilidad significativa en las relaciones. Una falta de consideración hacia los
otros descarta cualquier capacidad de culpa o remordimiento por dicha conducta
devaluadora. El narcisismo maligno, un síndrome específico mencionado previamente,
refleja una patología severa del superyó caracterizada por la combinación de trastorno
narcisista de personalidad, conducta antisocial, agresión egosintónica (dirigida contra
uno mismo y/o contra otros), y marcadas tendencias paranoicas.
Los pacientes narcisistas también pueden mostrar una idealización defensiva del
terapeuta, considerándolo “el mejor”, pero dicha idealización es frágil y puede hacerse
añicos rápidamente por la devaluación y el desprecio. También puede formar parte del
control omnipotente que conviene a su grandiosidad, en tanto que estos pacientes
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Las tendencias suicidas crónicas de los pacientes narcisistas tienen una cualidad
premeditada, calculada, fríamente sádica, que difiere de la cualidad suicida impulsiva,
“decidida sobre la marcha”, de los pacientes borderline normales (Kernberg, 2001). La
proyección de representaciones objetales persecutorias en el terapeuta en forma de
transferencias paranoides severas también puede llegar a ser predominante, así como
una forma de rabia narcisista que expresa el sentirse con derecho y el resentimiento
envidioso. “Robar” al terapeuta puede tomar la forma de aprender su idioma y aplicarlo
a los demás, o puede mostrarse en el síndrome de perversidad, en el que lo que se
recibe del terapeuta como una expresión de interés y compromiso se transforma
malignamente en una expresión de agresión hacia los demás. La corrupción de los
valores del superó puede ser actuada como conducta antisocial que el paciente
percibe inconscientemente como causada por la irresponsabilidad del terapeuta en
lugar de por él mismo.
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Cuando tiene lugar la mejoría, la envidia severa suele disminuir y comienza a emerger
la capacidad de gratitud en las relaciones transferenciales y extratransferenciales,
especialmente en la relación con compañeros íntimos sexuales. La envidia al otro
género es un conflicto inconsciente dominante en las personalidades narcisistas, y la
disminución de esta envidia permite una disminución de las actitudes devaluadoras
inconscientes hacia las parejas íntimas y, por tanto, una mayor capacidad de mantener
relaciones amorosas. Los pacientes narcisistas pueden volverse más tolerantes con
sus sentimientos de envidia sin tener que actuarlos, y el darse cada vez más cuenta
de los mismos permite que disminuyan gradualmente las tendencias a la devaluación
defensiva. El desarrollo de sentimientos más maduros de culpa y de preocupación por
las actitudes agresivas y explotadoras indica la consolidación del superyó y la
profundización de las relaciones objetales. A veces, sin embargo, el superyó, ahora
integrado, es tan sádico como para ocasionar depresión severa en estos pacientes
según empieza a mejorar su patología de carácter.
Hemos sido fuertemente influenciados por los insights clínicos de la escuela kleiniana,
pero nos preguntamos si sus fragmentos clínicos podrían no estar principalmente
extraídos de casos exitosos, con poca atención a los casos no aceptados, no exitosos
o interrumpidos. Por supuesto, la mayoría de los analistas, de cualquier orientación,
tienden a mencionar sólo en privado los casos que no han sido exitosos, o los casos
que han rechazado por demasiado problemáticos. En este artículo, por el contrario,
me centro específicamente en los casos más severos dentro del espectro narcisista,
en el contexto de una cuidadosa evaluación de los síntomas, la personalidad y los
desarrollos de largo alcance, y a la experiencia de éxito y de fracaso en ellos.
Son pacientes que durante muchos años han trabajado por debajo de su nivel de
formación y su capacidad, y a menudo son propensos a un estatus “discapacitado” de
modo que deben ser cuidados por sus familias (si éstas pueden ayudarlos) o por el
sistema público de ayudas sociales. Dicha dependencia crónica de la familia o de un
sistema de apoyo social representa un importante beneficio secundario de la
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enfermedad, una de las principales causa de fracaso del tratamiento. En los Estados
Unidos, al menos, estos pacientes son grandes consumidores de servicios sociales y
terapéuticos; sin embargo, si se pusieran bien, no estarían ya cualificados para
obtener los apoyos que mantienen su existencia. Estos pacientes acuden a
tratamiento, consciente o inconscientemente, no porque estén interesados en mejorar,
sino para demostrar al sistema social su incapacidad de mejorar y, por tanto, su
necesidad de seguir recibiendo apoyo. Puesto que normalmente se les requiere que
estén en algún tipo de tratamiento para obtener una vivienda social, SSI [N. de T.:
pago de subsidio social], SSD [N. de T.: seguridad social médica], y otros beneficios,
van de programa en programa, de terapeuta en terapeuta. Michael Stone, un miembro
senior de nuestro Instituto de Trastornos de la Personalidad en Cornell, ha concluido
que, a fines prácticos, si un paciente fuera capaz de ganar trabajando al menos 1,5
veces la cantidad que está recibiendo de los sistemas de asistencia social, podría ser
la oportunidad de que finalmente se viera motivado a volver a trabajar. De otro modo,
el beneficio secundario de la enfermedad puede pesar más (Stone, 1990).
Caso 2. Una mujer de veintipocos años, residente médica de segundo año, fue
referida a análisis debido a graves problemas en la relación con sus colegas,
supervisores y pacientes. El diagnóstico fue una personalidad narcisista, y comenzó el
psicoanálisis conmigo bajo un acuerdo que hizo con su padre, por el que él pagaría el
tratamiento hasta que ella terminara la residencia, momento en el que ella asumiría la
responsabilidad si el tratamiento no estaba completado en ese momento. Me dejó
claro desde el principio que pensaba que el tratamiento era inútil y pasado de moda, y
que estaba dispuesta a intentarlo sólo mientras no tuviera que pagar por ello.
Arrogancia generalizada
Este síntoma puede dominar en pacientes que, si bien reconocen que tienen
problemas y síntomas significativos, obtienen un beneficio secundario inconsciente de
la enfermedad, demostrando la incompetencia de las profesiones de salud mental y su
incapacidad para aliviar dichos síntomas. Se vuelven súper expertos en el campo de
su sufrimiento, investigan diligentemente en Internet, revisan la trayectoria y la
orientación de los terapeutas, comparan sus defectos y sus virtudes, y se presentan al
tratamiento “para darle una oportunidad al terapeuta”, pero obtienen consistentemente
un grado inconsciente de satisfacción en derrotar a las profesiones de ayuda. Pueden
padecer síntomas tales como conflictos matrimoniales crónicos, ataques de intensa
depresión cuando se ven amenazados con fracasos laborales, angustia y
somatizaciones e, incluso, depresión crónica significativa. Esta última responde sólo
“parcialmente” a cualquier tratamiento psicofarmacológico que estos pacientes reciban
(e incluso al tratamiento electroconvulsivo, que a veces se recomienda
cuestionablemente). No es infrecuente que la combinación de tratamiento
psicoterapéutico y psicofarmacológico dé lugar temporalmente a una mejoría
sorprendente, que desde la perspectiva de estos pacientes se debe a la medicación
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Caso 3. Una mujer en mitad de los cuarenta vino a tratamiento a causa de sus ideas
suicidas crónicas, varios intentos frustrados de suicidio que tuvieron una calidad en
cierto modo histriónica, y una larga historia de depresión que no había respondido a la
medicación antidepresiva. Había sido directora de oficina con 20 ó 30 personas a su
cargo, y, en realidad, había ocupado diversos puestos similares, siguiendo su ejercicio,
en todos ellos, una trayectoria recurrente: al principio era muy exitosa y enérgica,
impresionando a la gente con su inteligencia y su actitud resolutiva, sin embargo,
desarrollaba conflictos con sus colaboradores, estallaba en rabietas, se ausentaba
injustificadamente, y, finalmente, dimitía o se le pedía que lo hiciera. En el momento en
que acudió a nuestra clínica había estado en paro durante casi un año, y le perturbaba
su dificultad para encontrar un puesto acorde a su nivel de experiencia. Estaba
casada, y mencionó con gran vacilación que debido a la impotencia de su marido
llevaban varios años sin tener sexo. En el momento de tomar la historia, mis intentos
por elucidar más aspectos de esta dificultad sexual provocaron una reacción irritada y
una afirmación enojada de que esto era problema de su esposo y era irrelevante para
el tratamiento. Dijo que estaba perfectamente satisfecha con la situación matrimonial,
y rechazó hablar más de ello.
Aunque desde el principio fue muy escéptica sobre nuestra psicoterapia de dos
sesiones semanales, acudía puntualmente a todas las sesiones, quejándose de que la
sesión anterior no la había ayudado en absoluto. De hecho, decía, sólo la había hecho
sentir peor. Dada la grave crisis en su capacidad para trabajar, la relación conflictiva
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Si bien acudía con regularidad a las sesiones, también es cierto que solicitaba
ansiosamente sesiones y conferencias telefónicas con el psicofarmacólogo. De hecho,
tras unas semanas, declaró que se sentía mejor, lo cual atribuyó a la medicación y a la
actitud comprensiva del psicofarmacólogo. En las sesiones conmigo, hablaba de un
modo desanimado sobre sus actividades diarias, mostrando una tendencia a trivializar
sus comunicaciones, y respondía a mis comentarios poniendo los ojos en blanco de
forma despectiva, o con preguntas desafiantes, intentando discutir conmigo. Había
buscado información en internet sobre mí, y mostraba un claro resentimiento por mis
numerosas publicaciones, acusándome de usarla para mis “experimentos” sin tener en
cuenta sus intereses.
Tras unos meses de tratamiento, me enteré de que había estado consultando a otros
terapeutas mientras estaba en tratamiento conmigo, y se había comprado un
programa de autoayuda que comparaba con mis afirmaciones en las sesiones,
concluyendo, como me confesó triunfalmente, que estaba aprendiendo mucho más de
las grabaciones que escuchaba que de las sesiones. Yo intentaba centrar su atención
en su actitud despectiva durante las sesiones, y en cómo esto reproducía los
problemas que había tenido en las situaciones de trabajo, al tiempo que perpetuaba
su sentimiento de estar sola y ser incomprendida, teniendo en cuenta el hecho de que
en su mente yo había dejado totalmente de valer la pena.
Si algún rasgo antisocial complica el cuadro, el paciente puede ser engañoso sobre
sus tendencias suicidas, y la falta crónica de honestidad y un tipo psicopático de
transferencia puede impedir cualquier posibilidad de construir una relación humana
con el terapeuta que sea de ayuda. Por ejemplo, una de nuestros pacientes ingirió
veneno para ratas con intenciones suicidas y parasuicidas. Fue capaz de meter a
escondidas el veneno en el hospital, y desarrolló hemorragias internas. Aunque
negaba firmemente ante el terapeuta su consumo continuado del veneno, sus análisis
de sangre mostraban un aumento continuo del tiempo de protombina. Finalmente,
este tratamiento psicoterapéutico tuvo que interrumpirse, puesto que era obvio que
ella no quería o no podía adherirse a un contrato de tratamiento que incluía como
precondición para seguir con la psicoterapia que dejara de ingerir el veneno. André
Green (1993) ha descrito, en conexión con el síndrome de la “madre muerta”, la
identificación inconsciente con un objeto parental psicológicamente muerto. La unión
inconscientemente fantaseada con este objeto justifica y racionaliza el total
desmantelamiento por parte del paciente de todas las relaciones con objetos
psicológicamente importantes. De hecho, el comienzo de la ingestión de veneno por
parte de esta paciente coincidió con una vista a la tumba de su madre.
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Inconscientemente, el paciente puede negar la existencia de los otros y del self como
entidades significativas, y este desmantelamiento radical de todas las relaciones
objetales puede constituir, a veces, un obstáculo insuperable para el tratamiento. En
otros casos, la autodestructividad es más limitada, siendo expresada no en una
conducta suicida como tal, sino en automutilación severa que pincha el tratamiento
reiteradamente y señala el triunfo inconsciente de las fuerzas en el paciente que
promueven la autodestructividad como un importante objetivo terapéutico. Dicha
automutilación puede dar lugar a la pérdida de algún miembro o a fracturas
gravemente incapacitantes, pero se detienen justo antes de constituir un riesgo de
muerte inmediata.
En uno de sus sueños, estaba a cargo de una guardia psiquiátrica y había tomado la
decisión de matar a todos los pacientes gaseándolos un día en que todos sus
familiares estuvieran invitados a una fiesta al aire libre. Mientras que ellos celebraban
en el jardín, ella habría matado a los pacientes dentro del edificio. Durante la primera
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parte del tratamiento se produjeron varios intentos de suicidio, y sólo cesaron cuando
el origen de su odio, sus deseos de venganza, y la esperanza desesperada de que el
terapeuta no la abandonara pudieron ser interpretados y reunidos. Esta paciente
mejoró drásticamente tras aproximadamente siete años de tratamiento, con la
completa resolución del síndrome de narcisismo maligno. La elaboración de la
transferencia incluyó periodos de juego sucio y mentiras, tanto en su trabajo como en
la transferencia, forzando al terapeuta a una posición “paranoide” que ella
“diagnosticaba” triunfalmente en las sesiones. La capacidad del terapeuta para tolerar
esta regresión, para permanecer firmemente moral e interpretar sistemáticamente las
defensas de la paciente contra los sentimientos de culpa en la transferencia,
finalmente ganó la batalla.
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Esta disposición puede emerger en el esfuerzo incesante del paciente por provocar al
terapeuta hacia una actitud o acción agresivas contra aquél, transformando así la
relación en sadomasoquista. Esta reacción se acompaña normalmente de esfuerzos
desesperados por transformar al terapeuta supuestamente “malo” en otro “bueno”, por
transformar al objeto perseguidor en otro ideal, un esfuerzo que fracasa a causa de la
incesante necesidad del paciente (una compulsión a la repetición, en realidad) de
volver a poner en acto esta transferencia sadomasoquista. Al contrario que los
pacientes cuya motivación primera es un desmantelamiento total de la relación de
objeto, aquí existe un reconocimiento implícito de que el terapeuta ha intentado ser de
ayuda: de hecho, esta experiencia es lo que desencadena esta reacción terapéutica
concreta. Si el terapeuta no es provocado hasta el punto que en realidad pueda dar
lugar a la interrupción del tratamiento, la interpretación consistente de esta fantasía y
la provocación inconsciente pueden resolver el impasse. Al tratar interpretativamente
con toda esta área de autodestructividad severa y dominante, debería hacerse el
esfuerzo de diferenciar este tipo de relación de otras más extremas discutidas
anteriormente.
Una vez que se han acordado los parámetros del contrato como condición para el
tratamiento, la tentación del paciente de romperlo debe ser planteada por el terapeuta,
con un análisis de la motivación y gratificación inconscientes que supone esa ruptura
del contrato. La actitud triunfal del paciente al amenazar con interrumpir la terapia, al
desmantelar las intervenciones del terapeuta o en devaluar radicalmente la terapia,
debe interpretarse como un esfuerzo autodestructivo por destruir cualquier relación
que pudiera serle de ayuda. El terapeuta tiene que estar muy atento a cualquier
indicación de un enfoque más honesto hacia él, a alguna indicación de que se está
desarrollando dependencia o a cualquier “atisbo de humanidad” en el paciente que
aparezca en la relación terapéutica. Estos beneficios podrían ser resaltados con el
paciente, junto con el peligro de que pueda estar tentado de destruirlos.
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Esa disposición emocional óptima por parte del terapeuta puede perderse de forma
temporal, pero, con una exploración continua de la contratransferencia, puede
reinstaurarse mediante una integración exitosa de las implicaciones objeto-
relacionales de la contratransferencia en las interpretaciones transferenciales.
Además, puede ser útil compartir con el paciente la conciencia y aceptación del
terapeuta del hecho de que el tratamiento puede fracasar, y que el paciente puede
acabar destruyendo su vida; de que el terapeuta podría entristecerse si esto
sucediera, pero acepta la posibilidad de que pueda no ser capaz de ayudar al paciente
a superar este peligro dada las circunstancias del tratamiento. Dicha actitud puede
reducir el beneficio secundario del triunfo fantaseado sobre el terapeuta que,
frecuentemente, es uno de los componentes de las complejas disposiciones
transferenciales de los pacientes narcisistas.
Aquí estamos tratando con la infiltración agresiva del self grandioso patológico, tanto
en casos en los que esto se expresa mayormente en una tendencia pasiva-parasitaria,
y en casos donde toma una forma agresiva-paranoide (en el síndrome de narcisismo
maligno). Todos los casos de trastorno de personalidad narcisista con rasgos
antisociales significativos tienen un pronóstico relativamente reservado. Los pacientes
con el síndrome de narcisismo maligno están muy en el límite de lo que podemos
alcanzar con los enfoques psicoanalíticos dentro del campo de narcisismo patológico.
El siguiente grado de gravedad de la patología antisocial, la personalidad antisocial
propiamente dicha, tiene un pronóstico prácticamente de cero en cuanto al éxito del
tratamiento psicoterapéutico.
É
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Al mismo tiempo, mostraba una curiosidad anormal sobre todos los aspectos de mi
vida, incluyendo mi consultorio, y me espiaba fuera de las sesiones. Se las arreglaba
para conseguir información sobre mi vida privada y mis hijos, implicándose en
actividades que le otorgaban ese conocimiento, y luego me hacía saber triunfalmente
todo lo que sabía sobre mí. Parecía claro que era totalmente incapaz de tolerar
cualquier conciencia de que su intenso odio hacia mí era una proyección de lo que
había en ella, y debido a ese odio proyectado manejaba su temor mediante el control y
la vigilancia triunfantes sobre mí. Yo le señalaba consistentemente que creía que no
se daba cuenta de sus incesantes ataques hacia mí, porque se expresaban sólo en la
conducta y no se acompañaban de la conciencia de ningún sentimiento. Esto la
protegía, le decía, contra el sentimiento de placer en esos ataques, sentimiento que no
se atrevía a confesarse a sí misma. Esta línea de interpretación aumentó
gradualmente su tolerancia hacia su propio odio, es decir su venganza y, al mismo
tiempo, su identificación con la madrastra abusiva. Finalmente, tras nueve años de
tratamiento, logró una recuperación completa, embarcada en una exitosa carrera
profesional, y estableció un matrimonio satisfactorio.
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Aquí, más que estar dirigida a individuos, la conducta antisocial puede tomar la forma
de un estilo de vida parasitario incluyendo el recurrir innecesariamente a la asistencia
pública o la ayuda familiar. En el tratamiento uno encuentra, con estos pacientes, un
rechazo crónico de la relación con el terapeuta, a menudo enmascarado por una
superficie de compromiso amistoso y afectuoso que se convierte en un tema
importante en la transferencia, y que con el tiempo puede convencer al terapeuta de
que no hay una relación humana real. La devaluación inconsciente del terapeuta tiene
una cualidad tan egosintónica que incluso su interpretación puede no conmover al
paciente, quien puede creer que el terapeuta tiene expectativas nada realistas acerca
de lo que son las relaciones humanas y, o bien es deshonesto, o es un loco a quien no
hay que tomar en serio. En contraste con los otros tipos de pacientes difíciles que he
discutido, aquí la manifestación superficial de la transferencia puede parecer
placentera y no agresiva; la profunda tragedia del rechazo o desmantelamiento de la
relación terapéutica potencialmente disponible para el paciente debe ser sutilmente
disfrazada. Aquí el foco terapéutico necesita estar en la contradicción entre una
superficie aparentemente amistosa, calma, y un absentismo frecuente, compromisos y
fechas límite olvidados, y la ausencia de impacto del trabajo terapéutico. Es
importante no confundir este grupo con pacientes en la siguiente categoría, quien, a
pesar de un funcionamiento social y una organización psicológica relativamente
mejores, tienen un pronóstico sorprendentemente reservado.
En contraste con los diversos síndromes y dinámicas discutidos hasta aquí, que
generalmente pueden diagnosticarse en una evaluación inicial cuidadosa, esta
siguiente condición es muy diferente, en tanto que inicialmente parece ser mucho
menos severa que todas las mencionadas hasta aquí y, al menos en mi experiencia,
es muy difícil diagnosticarla al principio del tratamiento. En cambio, emerge como una
complicación que finalmente puede dominar todo el tratamiento, volviéndolo casi
imposible.
Caso 7. Este paciente, un hombre de negocios a mitad de los treinta, consultó a causa
de su hastío crónico, el distanciamiento de su esposa, y la insatisfacción con su
trabajo, aunque se sentía perdido en cuanto a qué otra ocupación le gustaría
desempeñar. Su matrimonio, de 8 años, le ofrecía la satisfacción de que estaba
llevando una vida convencional dentro de su comunidad, pero la relación con su
esposa era distante hasta el punto de que a él le era indiferente –en realidad lo
ignoraba completamente- lo que pasara en la vida de ella. Había poca información
sobre su pasado. Describió a sus padres como responsables y dedicados, pero tan
ocupados en sacar adelante su situación laboral, siendo recién llegados al país, que
tenían poco tiempo para él.
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Su principal queja, de hecho, era que tenía pocos recuerdos del pasado, de su
infancia, del colegio, y que eso era muy desconcertante para él, dado que tenía una
memoria excelente para los temas y los “hechos” del trabajo. El único síntoma que
presentaba, que también lo desconcertaba, era el miedo a las inyecciones, a ver
sangre; se desmayaba si veía un accidente en el que hubiera cualquier indicativo de
daño físico.
He visto muy pocos pacientes de este tipo a lo largo de los años, y no podría decir qué
factores pueden predecir a quién podemos ayudar y a quién no. Una vez que estuvo
en terapia de apoyo conmigo, este paciente pudo aumentar en cierto modo su
disponibilidad hacia su mujer y sus hijos, y aceptar el “aburrimiento” de su trabajo con
más resignación. Tras un periodo de tiempo en el que no se produjeron más cambios,
estuvimos de acuerdo en terminar, aceptando ambos las limitaciones de la mejoría
lograda.
contratransferencia con los pacientes en los que nos estamos centrando aquí. De
hecho, estos pacientes pueden sentirse intensamente aburridos durante las sesiones,
dormirse durante largo rato, y luego tener una gran dificultad en cuanto a cualquier
reflexión sobre el significado de haberse quedado dormidos. Al mismo tiempo, las
descripciones de su situación vital están llenas de interacciones superficiales que
niegan implícitamente cualquier aspecto más profundo de las relaciones.
Finalmente, quedó claro que el paciente estaba tratando al analista como si no tuviera
vida interna permanente, como si no tuviera una relación consistente, estable y
continua con el paciente. El analista, en resumen, era como un robot que tenía
sentimientos aislados, brillantez mental o deterioro mental, deshonestidad, ira o
indiferencia. Al mismo tiempo, el paciente se percibía a sí mismo como
constantemente cambiante, de modo que la corriente de sus comunicaciones verbales
en las sesiones le parecía también una conducta mecánica como de robot con escasa
relación con su vida. La interpretación consistente de la identificación proyectiva
implicada en este proceso permitió su resolución sólo tras muchos meses de trabajo
analítico. Finalmente, pudo elaborar esta fragmentación total de su experiencia de sí
mismo y del analista, logrando una capacidad para la auténtica dependencia que
permitió, poco a poco, que este análisis evolucionara hacia una terminación
satisfactoria. Esta situación puede formularse en términos de la descripción de
LaFarge del “imaginador” y lo “imaginado” (2004), representaciones mentales que
reflejan la visión que el paciente tiene del analista y su percepción de la visión que el
analista tiene del paciente. De hecho, un foco consistente en la incapacidad de este
paciente para concebir al analista como una persona con una vida interna arrojó una
angustia intensa que aumentaba gradualmente, llevando, en último lugar, a un
conjunto enteramente nuevo de complejas experiencias transferenciales. La caótica
descripción que el paciente hace de su relación con ambos padres, llamativamente
similar a los tipos alternativos de desarrollos transferenciales mencionados
anteriormente, podían verse ahora como una defensa intensa contra las capas más
profundas de las relaciones internas con ellos no disponibles conscientemente. Este
desarrollo transferencial relativamente infrecuente tiene que diferenciarse de las
defensas narcisistas ordinarias frente a la envidia, la alternancia entre la idealización y
la devaluación característica de las transferencias narcisistas, y las tormentas
transferenciales aisladas de las personalidades narcisistas que funcionan a un nivel
claramente borderline. La sutileza de los prolongados desarrollos transferenciales
claramente contradictorios, inmutables, mutuamente excluyentes, puede quedar clara
a lo largo un periodo de tiempo prolongado. Pueden ser la causa oculta de largos
impasses psicoanalíticos y, si no se resuelven, limitan gravemente los logros del
tratamiento psicoanalítico. La atención a ese desarrollo y que el analista se pregunte
en qué medida el paciente está interesado en construir en su mente una visión
consistente de la personalidad del analista, puede ayudar a resaltar este problema
antes y facilitar su elaboración.
Podemos resumir brevemente los rasgos pronósticos negativos más importantes que
emergen en esta categoría global de pacientes narcisistas “casi intratables”: beneficio
secundario de la enfermedad, incluyendo parasitismo social; conducta antisocial
severa; gravedad de la autoagresión primitiva; abuso de las drogas y el alcohol como
problemas de tratamiento crónico; arrogancia generalizada; intolerancia general a una
relación objetal dependiente; y el tipo más grave de reacción terapéutica negativa. La
evaluación inicial cuidadosa y detallada del paciente facilita la evaluación de estos
rasgos pronósticos. Por ejemplo, al considerar la naturaleza de la conducta antisocial,
es importante elucidar la medida en la que corresponde a conducta antisocial simple y
aislada en un trastorno de personalidad narcisista sin otras implicaciones pronósticas
negativas importantes, o a una conducta parasitaria y pasiva severa, crónica, que
aumente el beneficio secundario de la enfermedad; si lo que se presenta es un
síndrome de narcisismo maligno o, más importante aún, si nos enfrentamos a una
personalidad antisocial propiamente dicha, sea del tipo pasivo parasitario o del tipo
agresivo. En ocasiones, la conducta antisocial puede estar estrictamente limitada a las
relaciones íntimas, donde expresa agresión y vengatividad, especialmente cuando se
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Revista de Psicoanálisis aperturas psicoanalíticas ISSN 1699-4825 - Diego de León, 44, 3 izq - Madrid 28006-
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