Directorio Franciscano
Directorio Franciscano
Directorio Franciscano
forma del siglo XII había tenido aspectos de movimiento laico y, hasta cierto punto, heterodoxo, sobre todo en el norte de Italia
e Francia. El carácter heterodoxo y antisocial se acentúa y llega al paroxismo durante los últimos años del siglo XII, en la Prove
mina por desencadenar la cruzada albigense ya en el siglo siguiente. Pero también fuera de la Provenza reinaba la inquietud, y a c
aparecían predicadores populares que criticaban las riquezas del clero y exhortaban a los fieles a la penitencia, cuando no a la re
ieles, a su vez, se reunían frecuentemente en asociaciones de penitentes, más o menos al margen de la Iglesia y más o menos en
de la Jerarquía.
este ambiente de inquietud y de revuelta es donde aparece un laico que pretende al mismo tiempo dar un testimonio de pobreza
encia, sin criticar al clero, antes al contrario, sometiéndosele. Este es San Francisco de Asís. Hijo de ricos burgueses, pero separa
adre, dotado de una extraordinaria sensibilidad humana, de una generosidad inagotable, de un sentido de la libertad cristiana que
mitía atreverse a todo, fascinó y arrastró detrás de sí las multitudes de Italia con su cautivadora presencia y su palabra sencilla. Pr
unió a su alrededor a un grupo de laicos, penitentes y predicadores como él, y, todos juntos o en grupo, recorrieron ciudades y ald
xhortando a los fieles a amar al Señor. Aprobada la regla por el Papa Inocencio III, el grupo comenzó a aumentar y revistió carác
cal: los compañeros reciben la tonsura, San Francisco es ordenado de diácono, y todos prometen obediencia al Sumo Pontífice. D
ntonces pasan a constituir una orden y entran al servicio de la Iglesia. ¿Cuáles son sus fines y qué lugar ocupan en la Cristiandad
n Francisco de Asís pretende, ante todo, convertir a los hombres por medio de su testimonio de pobreza. Sabe que el ejemplo es
elocuente que las palabras, y por tanto se hace pobre, abandona todo, hasta la propiedad colectiva, para enseñar a los hombres e
rendimiento de las cosas terrenas y la conversión a Dios. Pero para la nueva orden, eso debe ser eminentemente espontáneo, bro
un inmenso celo por la Iglesia y de un infinito amor a Cristo crucificado. Es lo que lleva a los primeros Franciscanos a buscar
frecuentemente el yermo para contemplar las cosas de Dios. Pero todo se debe subordinar a la pobreza.
i San Francisco ni sus compañeros se fijan mucho en su posición ante el clero y los monjes. Respetan y veneran a los sacerdotes
meten humildemente a la Jerarquía, y se lanzan, con una simplicidad total, a exhortar a los fieles, sin pensar si están o no haciend
io que, en último término, pertenece al clero. Sólo les importa responder al celo que les devora, sin que por eso se revuelvan con
ores", antes al contrario. Es esta actitud la que desarma la desconfianza de la jerarquía, que podía tomarlos como uno de tantos g
enitentes en ruptura con la Iglesia. Con los Dominicos ya no sucederá así. Desde el primer texto legislativo muestran tener conci
e obran paralelamente al clero, y pretenden definir su posición. De tal modo que pronto han de influir en los Franciscanos, como
fluirán en aquellos en cuanto a la pobreza, y unos y otros se defenderán con energía contra los ataques de los sacerdotes seculare
ediados del siglo XIII. Pero por ahora, durante la vida del fundador, los Franciscanos no piensan en eso. Sólo les importa llevar
bres a amar al Señor que los colma de beneficios espirituales. Y el celo de San Francisco es tan grande que no le basta la Cristian
se dirige a predicar a los turcos. Pero en esto no es imitado por sus discípulos, sino bastante más tarde.
CLARISAS Y TERCIARIOS
irigiéndose, por tanto, directamente a los laicos, pronto comienza a aparecer a su alrededor una clientela de hombres y mujeres q
enden vivir más perfectamente el Evangelio sin salir del mundo; o también mujeres que desean a su vez servir totalmente a la Se
reza, como el Poverello. Éstas se juntan con Santa Clara en la capilla de San Damián para practicar el desprendimiento absoluto
clusión perpetua. Los laicos reciben una regla que les enseña a practicar en el siglo la pobreza relativa y la penitencia. Reúnense
aciones que no son nuevas en la Iglesia, ni están sometidas por completo a las directrices de los Frailes Menores. Sólo más tarde
liadas y pasarán a constituir verdaderamente la "Orden Tercera de San Francisco". Es una iniciativa de la Santa Sede para evitar
cuencias del espíritu, a veces turbulento y heterodoxo, de los penitentes seculares. Así los terciarios franciscanos, dominicos y d
enes escaparán a los movimientos más o menos heréticos que continúan extendiéndose por la Iglesia hasta finales de la Edad Me
l principio los Frailes [Hermanos] Menores -así, por humildad, llamó San Francisco a sus compañeros- no estaban sometidos a u
nización común y sólidamente establecida. La regla era la inspiración carismática, que caracteriza a los primeros tiempos de tod
uciones señaladas con el dedo de Dios. Con el extraordinario éxito y el aumento numérico de los frailes, fue preciso establecer n
vida y someterlos a un marco con un mínimo de estructura jurídica. El propio Santo lo reconoció al regresar de su última predica
ntre musulmanes, confiando al cardenal Hugolino, designado por el Papa, la organización de los frailes. Su regla recibió una form
urídica, y los Franciscanos se reunieron en capítulos generales en Pentecostés o en San Miguel, dividieron la Orden en provincia
nadas por ministros provinciales, crearon misiones en varios países de la Cristiandad, aceptaron la regla definitiva (1223), eligie
nistro general al que el mismo Santo fundador prestó obediencia. Con estas medidas y la extensión de la Orden, los Frailes Meno
ndonaron el período carismático para entrar en la vida normal de la Iglesia. Era la señal de que estaban sólidamente establecidos
los hombres. La crisis que sigue, de la cual hablaremos más abajo, nunca los podrá hacer abandonar su puesto.
rden de San Francisco era, pues, una realidad manifiesta en el seno de la Iglesia. ¿De qué modo sus miembros van a encarnar y v
aje evangélico? En otras palabras, ¿cuáles van a ser las características de su espiritualidad, y hasta qué punto se distinguen de las
demás órdenes religiosas?
asta esta época hemos observado las características de la espiritualidad monástica según un esquema más o menos uniforme: la v
nterior tradicional se movía alrededor de elementos básicos, de problemas típicos, como el aprecio por la Sagrada Escritura y por
ión patrística, el sentido de los valores humanos, la orientación hacia las realidades escatológicas; o se movía entre dos polos op
es como el predominio de la especulación o de la práctica, de la moral o de la doctrina, del culto público o del privado, la prefere
edida a la libertad o al institucionalismo, la uniformidad o la diversidad de observancias. En torno a estos elementos, o entre dos
pudimos siempre agrupar los demás datos de la espiritualidad monástica de antes de finales del siglo XII.
hora, en el siglo XIII y siguientes, los problemas son otros, las preocupaciones diferentes y las actitudes poco parecidas. Porque
igiosos de la época que nos ocupa no tienen una tradición que guardar: para ellos es preciso partir de la nada y crear todo de nue
uso cuando echan mano de datos o elementos ya existentes. Así, por ejemplo, la centralización administrativa y la movilidad les
ismo tiempo, una tal uniformidad y una tal facultad de adaptación a las diversas circunstancias, que el problema de la diversidad
stumbres ni siquiera se plantea. La cuestión de la proporción relativa entre el culto público y la oración privada da lugar a un nu
blema, el de la subordinación de las tareas apostólicas al oficio divino y a las observancias comunitarias. La orientación escatoló
eda relegada a segundo plano, porque los religiosos no viven en función de las postrimerías del hombre, sino en función de la ob
izar en medio de la Iglesia de la tierra; no pretenden realizar una vocación profética, sino obrar en el presente. Y no hay lugar al
para la libertad institucional, porque la organización lo es todo en órdenes con fines apostólicos y dimensiones ultradiocesanas.
uedan, por fin, los demás elementos que entrarán a formar parte de la espiritualidad de los mendicantes, pero según nuevos aspec
ue los Dominicos son más especulativos y más dados a los estudios doctrinales, mientras que los Franciscanos son más prácticos
cupados por los problemas morales. Los segundos son más abiertos al sentimiento, los primeros, en cambio, tienen mayor aprec
los valores intelectuales del hombre.
stas consideraciones ya se desprenden algunas características de la espiritualidad franciscana: concepción práctica de la vida inte
vida moral, tendencia afectiva, subordinación de la oración litúrgica al ministerio apostólico. Pero la característica más importa
y original, pues estaba impresa por el mismo fundador de un modo particular; ésta es la pobreza. La cual, unida al sentido práct
sensibilidad afectiva, dará a los Frailes Menores una gran simplicidad de vida, que hará de ellos los predicadores por excelencia
pueblo humilde.
POBREZA
aracterística más importante de la espiritualidad franciscana es la pobreza. No sólo la pobreza simpliciter, sino un tipo especial d
ud. Porque los monjes antiguos del Oriente también la practicaban cono un aspecto del desprendimiento en general; fue por eso p
e suprimieron con gran cuidado todas las manifestaciones, aun las más insignificantes, de propiedad privada. Pero ni los monjes
erto ni los de la Alta Edad Media consideraban indispensable el privarse de los bienes necesarios para la subsistencia: la comunid
cargaba de proveerlos. Si los Cistercienses insistieron particularmente en este punto de la pobreza como valor ascético y debido
do sentido de la pureza y de la autenticidad, no por eso pensaron en abandonar la propiedad y en ir a practicar la mendicidad en m
de los hombres.
Fue eso precisamente lo que hizo San Francisco de Asís: suprimió la propiedad comunitaria -casas, tierras, rentas (hoy diríamos
piedad capitalista)- para que sus religiosos viviesen de limosna como los mendigos. Pero, cosa curiosa, al contrario de lo que ha
ho los Cistercienses, la pobreza no fue puesta necesariamente en relación con el trabajo manual. Si los primeros Franciscanos a v
rabajaban manualmente, para recibir un salario, como cualquier obrero, este modo de proceder fue excepcional y con el tiempo s
andonó por completo. Los Frailes Menores vivirían sólo para predicar, serían clérigos, y por tanto, no trabajarían como los secula
los religiosos de la Orden de San Francisco la pobreza no era practicada tanto por su valor ascético, cuanto por su poder apolog
pobre como Cristo, que no tenía dónde reclinar su cabeza, erigir a la Dama Pobreza en ideal casi abstracto, despojarse completam
e todo, hasta casi encontrar la simplicidad paradisíaca, tal fue el ideal del Poverello de Asís, no tanto por mortificación, cuanto p
encontrar un bien en sí. Bien en sí tanto más precioso cuanto que su búsqueda y posesión arrastraba a los hombres, mejor que la
dicaciones más elocuentes, a la práctica de los preceptos evangélicos y al amor a Cristo paciente. Ejemplo tanto más necesario cu
era cierto que los herejes pretendían también predicar la pobreza. No una pobreza simple y gratuita, como la de San Francisco, si
amiento social que redistribuiría las riquezas a todos por igual. Estas predicaciones perturbadoras causaban revuelo y descontent
ntrario, a la vista del desprendimiento auténtico, verdadero y humilde de los Frailes Menores, también los descontentos se conve
de que esas doctrinas antisociales eran perversas y perniciosas, y hasta los mismos herejes se convertían a la fe cristiana.
s Franciscanos no consiguieron mantener este ideal sublime a la misma altura prodigiosa que, en la práctica, había alcanzado co
ello. Esto lo veremos más adelante. Pero guardarían siempre la nostalgia de esos tiempos maravillosos, como de un ideal al que
nder cuanto les fuera posible en las nuevas condiciones en que les tocara vivir. Y darían siempre, de cualquier modo, un testimo
simplicidad real que los acercaría al pueblo humilde de los burgos y de los campos.
PREDICACIÓN Y ESTUDIO
a pobreza era abrazada por los Franciscanos y practicada, en gran parte, con fines apologéticos. Era la predicación del ejemplo. S
ancisco de Asís y sus compañeros darán un puesto de primera importancia al ministerio apostólico, hasta el punto de subordinarl
ación litúrgica, si fuese necesario, igual que otras muchas prácticas monásticas consagradas por la tradición: clausura, separación
do, observancias claustrales. También la contemplación, a la que los primeros Frailes Menores se entregaron muchas veces con
lizada en los montes, dentro de las cavernas o en medio de las selvas, es concebida no sólo como un valor en sí misma, sino tam
mo un medio de restaurar las fuerzas gastadas en el ministerio de las almas, y de tomar brío y aumentar el caudal de ideas para se
predicando.
Franciscanos pretenden exhortar a todos los hombres, ricos o pobres, clérigos o laicos, cristianos o infieles, hombres o mujeres, y
as las criaturas. Sin sistema, sin estudiar métodos ni técnicas oratorias, al menos al principio, durante la vida del Fundador. Más
ntacto con la escolástica de las universidades vendría a darles una base técnica. Pero al principio todo es espontáneo, simple y di
eso los oyentes que más aprecian los Franciscanos y aquellos a los que se acercan con más gusto los Frailes, son la gente pobre y
pequeños burgueses, oficiales y obreros de las ciudades, labradores, siervos y rústicos de los campos y aldeas.
e pueblo sencillo los predicadores franciscanos le enseñan sobre todo la moral -no es de extrañar-. Le hablan de los vicios que h
r, el orgullo, la concupiscencia, la avaricia; le indican cuáles son las virtudes que hay que poner en práctica, la contrición del cor
reza del alma, la obediencia. Sin embargo no siempre se limitan a la moral. San Antonio de Lisboa [o de Padua], por ejemplo, ha
eblo también de la vida espiritual y expone la naturaleza, los grados y las condiciones de la vida contemplativa. Todo a base de
ud afectiva y de una piedad fundamentada en los temas objetivos de Cristo y de los misterios de la fe. Este modo espontáneo y po
ue los Frailes Menores se adaptan a las masas les quedaría siempre, a través de los tiempos, a pesar del contacto con las universi
ue los Franciscanos también estudian. No es que se preocupasen demasiado de la ciencia durante la vida de San Francisco; pero
en obligados a prepararse doctrinalmente, para enfrentarse con los herejes y los enemigos de la Iglesia, para poder ejercer con fru
nisterio sacerdotal que todos comienzan a recibir. Organizan un studium generale en Bolonia, cuyo primer lector es San Antonio
oa, y pronto comienzan a enviar religiosos a estudiar en las principales universidades de la época, Bolonia, París, Oxford, Münst
rán mucho en ocupar, como los Dominicos, las principales cátedras de la enseñanza superior, lo cual les acarreará en parte la riv
ero diocesano, que los combate bajo el punto de vista doctrinal. Sin embargo, adoptando también los métodos y la ciencia un tan
os escolásticos -en lo cual toman una actitud opuesta a la de los monjes-, no dejan, la mayor parte de las veces, de comunicar un
r a su enseñanza, o al menos de cultivar la mística al mismo tiempo que la filosofía o la teología. San Buenaventura († 1274), Da
ugsburgo († 1272). Juan de la Rochelle († antes de 1245), Duns Escoto († 1308), son ejemplos típicos de maestros que se entreg
simultáneamente a los dos ramos de las ciencias sagradas.
ste punto los Franciscanos se distinguen de los Dominicos. No que éstos aíslen la teología de la vida espiritual, antes al contrario
porque tienen una orientación más intelectualista. Y también porque los Franciscanos, más dados a las aplicaciones prácticas, a l
spiritualidad afectiva y a los temas populares, tienen tendencia a establecer una dualidad entre la teología y la mística. Parecen m
nados a estudiar aquella como ciencia, y a vivir su espiritualidad independientemente de ella. Se dan, por un lado, a la dialéctica
ematización de la Escuela, y, por otro, cultivan con ardor una espiritualidad de raíces agustinianas y hasta neoplatónicas. Sus aut
eridos son, pues, y no es de extrañar, además de San Agustín, Hugo de San Víctor, Ricardo de San Víctor, San Bernardo y el Pse
Dionisio.
ue interesa a los Franciscanos, ante todo, es la vida práctica. Las especulaciones y las teorías, si exceptuamos a los grandes docto
niversidades, no les preocupan generalmente gran cosa. Así, cultivan con empeño la devoción a los misterios de la infancia de C
pasión, la piedad hacia Nuestra Señora y San José, introducen prácticas devotas o apoyan las ya existentes, crean ejercicios de p
que hacen entre sí, en sus conventos, o con los afiliados a las órdenes terceras.
or otro lado, para simplificar y hacer asequible a todas las capas de la sociedad cristiana la vida mística, distinguen en ella estadi
odos, fases; estudian métodos de oración y de meditación; en fin, procuran concretar las realidades difícilmente expresables de la
ior por medio de imágenes, conceptos lógicos y categorías humanas. Así, San Buenaventura aconseja los exámenes de concienci
esión frecuente, además de la recepción de los demás sacramentos, para "recrear" el alma en Cristo. Distingue en la vida espiritu
ios o "vías", la vía purgativa, la vía iluminativa y la vía unitiva; y la distinción quedará, para siempre, como una adquisición defi
os tratados de mística cristiana. Es también San Buenaventura el que divide la oración en tres actos, correspondiendo a cada una
vías: confesión de nuestra miseria, súplica de misericordia divina y homenaje de adoración. En fin, descubre en la contemplación
s sucesivos. Y, como en San Buenaventura, se encuentra también la misma tendencia a distinguir estados y grados en la vida esp
en otros místicos franciscanos, como Duns Escoto, Raimundo Lull, Santa Ángela de Foligno.
emos notar, todavía, que esta tendencia tan manifiesta de la espiritualidad franciscana no es absolutamente exclusiva. La época a
s distinciones numéricas. Más característico aún es el aspecto afectivo, piadoso, "devoto", que los Frailes Menores ponen en toda
obras místicas y en su manera de ser, oponiéndose de este modo y expresamente a los Dominicos, que no ocultan su preferencia
intelectualista. La oposición llegará incluso a degenerar en polémica, en tiempo del Maestro Eckart.
n efecto, desde la vida del Patriarca San Francisco, dotado de una sensibilidad aguda, de un espíritu poético en el más alto grado,
ciscanos consideran toda la vida cristiana y el camino hacia Dios como una obra del amor. La facultad humana que tiene la prima
luntad. El ejercicio de la contemplación es para ellos, sobre todo desde San Buenaventura, objeto del affectus. Es por esta razón
e la oratoria sagrada reviste para los Franciscanos un aspecto de exhortación más que de adoctrinamiento. Lo que ellos pretende
xcitar las potencias afectivas del hombre, para hacerle amar al Señor, y así entregársele a cumplir su ley. De ahí la insistencia en
meditación sobre la vida de Cristo, en sus aspectos históricos y concretos. Y cuando los Evangelios no bastan para alimentar los
timientos de devoción de los fieles y del clero, se recurre a los apócrifos, se interpretarán las alegorías del Antiguo Testamento c
eridas a Jesús, se pondrá la imaginación a trabajar para que el alma vibre y el sentimiento se mantenga vivo. La insistencia sobre
aspecto afectivo de la vida espiritual llega, a veces, hasta el punto de hacer olvidar la meditación objetiva y concreta sobre Dios,
ntísima Trinidad o los misterios de Nuestro Señor y de la Virgen, para quedarse en puro ejercicio "subjetivo", dominado todo po
tos psicológicos de la vida mística. La Devotio moderna, aunque surgida fuera del ambiente franciscano, será el resultado norma
evolución que ahora empieza entre los Menores.
de los temas que más tratan los Franciscanos es el del sufrimiento. San Francisco de Asís es un modelo vivo y palpable, que pa
una imagen más fiel del Crucificado, recibirá la gracia de los estigmas. Sus discípulos explanan con gusto este tema, que tiene la
ogativa de conmover a los fieles más que cualquier otro, de moverlos a generosidad, de hacerles aceptar por amor de Dios las pr
a vida. Los sufrimientos que más les impresionan son los físicos, reales y objetivos, de los cuales el Señor dará ejemplo en su Pa
muerte.
ndencia afectiva trae como resultado la creación de un nuevo concepto de "devoción", diferente del tradicional. Para los monjes
os anteriores, devotio significaba la entrega, la consagración a Dios y a su servicio. Desde la época franciscana, por influencia de
uenaventura, entre otros, la misma palabra pasa a expresar la entrega afectiva y, poco a poco, el "sentimiento de piedad". No tard
mucho en aparecer el adjetivo "devoto", con el cual se califican las prácticas de piedad que más excitan el sentimiento religioso, y
llamarse "devociones" a esas prácticas.
ste modo la espiritualidad franciscana establece el empalme entre la escuela de San Bernardo y nuestra piedad actual, tan depend
a Devotio moderna. Del abad de Claraval recibe los temas y los objetos de meditación, sobre todo los más simples y más accesi
ndo a un lado el poderoso contexto doctrinal. E insistiendo sobre el papel de la voluntad y del amor, se consigue hacer la vida m
sible al común de los fieles, vaciada, sin embargo, de gran parte de su riqueza esencial, como no podía ser menos. Gerardo de G
sus discípulos la adaptarán con mayor facilidad a la mentalidad del siglo XV.
aquí, en pocas palabras, las principales características de la espiritualidad franciscana: pobreza como bien en sí mismo y cono v
ogético; subordinación de la vida contemplativa al ministerio apostólico; predominio de la práctica y de la moral sobre la especu
y la doctrina; tendencia afectiva.
EVOLUCIÓN
as características no existieron siempre del mismo modo ni en la misma proporción en todos los medios franciscanos, ni en todo
mpos. Pero las distinciones de lugar, para las órdenes religiosas, a partir del siglo XIII, se acentúan menos que en los siglos anter
los monjes, que se hallaban confinados en sus monasterios jurídicamente independientes unos de otros. Porque los Franciscanos
minicos andan por todas partes, recorren la Cristiandad de nación en nación, estudian en universidades con alumnos y profesore
s los países, o en colegios para todas las provincias, se reúnen en capítulos generales comunes para toda la orden, siguen observa
uales a las de todos los demás frailes de la orden en cualquier parte del mundo. Además, viven sobre todo en las ciudades, donde
píritu de los burgueses es más o menos semejante en toda Europa. Las distinciones, por tanto, desde el punto de vista del lugar, s
uperfluas: por todas partes el espíritu y la formación se revelan sensiblemente los mismos, con las solas diferencias que resultan
carácter propio de cada raza.
o podemos decir lo mismo con relación a las distinciones introducidas por la evolución en el tiempo: si los Franciscanos fueron m
mejantes en todas partes, sin embargo también fueron una de las órdenes que evolucionaron más rápidamente en la Iglesia durant
os XIII y XIV. En efecto, surgidos de un grupo de laicos penitentes, y transformados en congregación clerical con una legislació
varió desde una regla completamente espiritual hasta un código sometido a los marcos jurídicos por la misma curia romana, los
anciscanos evolucionaron ya durante la vida de San Francisco de Asís. No sólo en el sentido de la institucionalización, fatal com
lquier otra obra humana, sino hasta en el propio espíritu. Porque en los primeros tiempos la pobreza era un imperativo categórico
dicionaba todo lo demás. Sin embargo, desde la muerte de San Francisco, Fr. Elías comenzará a construir una basílica de proporc
n grandes, y llamará, para honrar la memoria del fundador, a artistas tan célebres, que no puede menos de notarse un contraste co
espíritu simple y despegado del Poverello.
iscípulos también lo notaron. Fr. León fue el que capitaneaba a aquellos que no se conformaban con las adaptaciones a los tiemp
necesidades nuevamente creadas. El inconformismo fue llevado hasta la escisión, las riñas, las luchas partidistas. Si algunas de e
chas degeneraron en campañas contra la autoridad legítima y hasta contra la jerarquía, no por eso todos los partidarios de la pobr
uta cayeron en tales excesos. Ni todos se dejaron contaminar por las doctrinas apocalípticas de Joaquín de Fiore y de los "Espirit
o por los herederos de los movimientos heterodoxos y antisociales del siglo XIII.
cualquier manera la crisis que los Franciscanos tuvieron que superar desde mediados del siglo XIII hasta finales del siglo siguie
mostraba cuán difícil de conciliar con la práctica y la vida real, era el ideal del fundador, una vez que la Orden había pasado a se
sivamente clerical y responsable del adoctrinamiento del pueblo. En el fondo la pobreza absoluta estaba en conflicto con el carác
ongregación clerical: porque la organización tan grande, la constitución de comunidades mayores, la necesidad de estudios serio
undos, las misiones apostólicas de gran alcance, todo eso obligó a un mínimo de estabilización y de propiedad colectiva, sin los c
opia eficacia de la orden, en sus tareas apostólicas y de servicio de la Iglesia, quedaría comprometida. Para los religiosos que tien
ga en el valor de la obediencia, el problema no era grave: los superiores, con la aprobación del Papa, determinarían qué puntos d
reza se deberían mantener y qué dispensas se podrían tolerar; los superiores, como encargados oficialmente de la interpretación
a, podían hacerlo. Pero si, por el contrario, consideraban el testimonio de pobreza como algo absoluto, de modo que ni los super
egítimos, ni el mismo Santo Padre podían dispensar de él a religiosos que existían precisamente para dar ese testimonio, no habí
obediencia que pudiese justificar la tolerancia.
El conflicto, puesto en estos términos, era insoluble. Pero la historia, con la degeneración de los Observantes hacia el campo de l
odoxia, o hasta, más paradójicamente, con la aceptación por ellos mismos de ciertas formas, aunque mitigadas, de propiedad col
ncargaría de dar la razón, si no a la práctica, al menos a los principios de los Conventuales. Pero éstos, aun con la razón de su par
arían nunca de sentir, dentro de su propio seno, la tensión entre el ideal de pobreza tan insistentemente inculcado y tan heroicam
acticado por su fundador, y la realidad vivida. De ahí el nacimiento y la multiplicación de otras escisiones en la familia francisca
Capuchinos, Mínimos, Recoletos, Alcantarinos, etc.
ranciscanos no evolucionan sólo en cuanto a la pobreza. Evolucionan también en cuanto al estudio, en cuanto a su actitud ante e
anto a su proyección en la Iglesia: entran en las universidades, donde ocupan cátedras importantes y cultivan la escolástica, sin d
redicadores populares; pasan de aquella sumisión humilde de San Francisco a todos los sacerdotes, a la exención canónica, e incl
ados del siglo XIII, al conflicto doctrinal con el clero secular; dejan, en general, las obras de misericordia corporal, como el cuid
s leprosos, practicado por los primeros Menores, para dedicarse exclusivamente al ministerio sacerdotal y al estudio de las cienc
gradas; pasan a dirigir, como afiliados, por mandato de la Santa Sede, a los laicos que ahora son constituidos en "Orden Tercera"
lanzan, a ejemplo de su santo patriarca, a las misiones, para allí predicar y buscar el martirio en medio de los musulmanes.
evolución era la señal inequívoca de la extraordinaria vitalidad de la Orden de San Francisco, y que la hacía adaptarse constante
diversas épocas por las que iba atravesando. No cabe duda que los Franciscanos inculcaron a la Iglesia un fervor renovado, y cr
la valores de los que aún hoy vivimos. Su espiritualidad había de predominar en la Iglesia durante los siglos XIV y XV, porque h
nseguido influir en la masa del pueblo cristiano, llamando incluso a los más humildes a la práctica de la perfección evangélica y
templación de las verdades divinas. Otras órdenes e instituciones habría de tomar la espiritualidad franciscana como punto de pa
para los nuevos modos de vivir y de encarnar el mensaje evangélico.
istoria de la Espiritualidad. Volumen I. Barcelona, Juan Flors Ed., 1969, pp. 905-913. N. de la R: Aquí hemos suprimido las no
II.- Nuevas formas de vivir
el ideal religioso (siglos XV y XVI)
LOS FRANCISCANOS
por Ignacio Iparraguirre, SI
[...]
Europa medieval había nacido y vivido bajo la hegemonía de las grandes Órdenes religiosas. San Benito es el padre de Europa y
Orden que formó su personalidad católica. Los grandes forjadores de la estructura mental del medioevo pertenecen a las Órdene
mendicantes. Los santos más representativos vestían hábitos religiosos.
otros tenemos que comenzar nuestro estudio en el momento histórico en que se inicia el descenso de este espíritu, y la pérdida de
gemonía. El mundo comienza a sentirse molesto con el dominio de los religiosos. La evolución de la economía, la mayor libertad
umbres, el desarrollo del comercio, la participación creciente de los seglares en todos los órdenes, iban transformando insensible
structura del mundo e imponiendo nuevos modos de pensar y de obrar. Los religiosos cada vez se sentían más extraños en este n
undo. Palpaban cómo se les escapaba la nueva generación. Vivían demasiado fuera de los movimientos que estaban transforman
múltiples estructuras. Nacían ciudades cada vez mayores en las que no podían imponerse, como en las tierras semidesérticas de lo
mitivos monasterios, o en las zonas rurales antiguas. El deslizamiento de la sociedad del campo a la ciudad, o mejor la fundación
ciudades en antiguas campiñas transformaba no sólo el mundo económico, sino el espiritual.
[...]
la evolución de la sociedad y la relajación de costumbres, las Órdenes religiosas perdieron su hegemonía, pero no su influjo. Se
nventos abiertos, como centinelas de un ideal sublime. No faltaban varones insignes, o al menos observantes y fieles a su vocaci
e realidad dejaba intacta la grandeza del mensaje religioso. No hay que olvidar que sin cesar se daban intentos de reforma, much
ales cuajaron al menos por algún tiempo. Siempre había monasterios florecientes, como vigías en el agitado mundo en que se m
sociedad. Además casi todas las Órdenes acabaron por aceptar reformas que les devolvieron su primitivo fervor.
[...]
ausas que acabamos de enumerar hicieron que en todas partes brotara una ansia de vivir el ideal religioso de un modo más confo
nuevos tiempos. El clima de libertad y de revisión que culminó en el orden literario y artístico en el humanismo y en el renacimi
penetró en los monasterios y provocó la liberación de formas anquilosadas y la renovación profunda de la vida religiosa.
Pero toda esta transformación no se realizó de un modo sistemático y gradual, sino como sucede casi siempre, en un clima de luc
onada a través de una marcha irregular y al ritmo de mil imponderables históricos. Faltaba el equilibrio y la visión justa de la rea
Lo nuevo se imponía de un modo impetuoso y arrastraba muchas veces la sustancia de lo antiguo.
a lucha no fue sólo entre los religiosos y sacerdotes o seglares, entre los representantes del mundo antiguo o moderno, sino entre
mismos religiosos. Se entremezclaron pleitos, dificultades inmensas entre los amantes de una observancia más estricta, que pront
comenzaron a llamarse observantes o espirituales, que juzgaban necesaria una ruptura total, formar una institución nueva, y los
ventuales que querían encuadrar las nuevas reformas dentro de la organización vigente de las Órdenes. El movimiento se agudiz
modo más hondo entre los franciscanos. Por ello vamos a contemplarlo primero en ellos.
Un mismo ideal estimulaba a todos: Vivir más íntegramente el Evangelio y para ello vivir una observancia más estricta.
sta reacción hunde sus raíces en el siglo XIV, momento ya historiado en este libro, pero se desarrolla y toma gran incremento en
momento actual.
reforma de la Orden franciscana se desenvuelve dentro de los tristes acontecimientos del siglo XV. Angustia las almas y envuelv
ima espiritual el caos del cisma de Occidente. No se sabe muchas veces qué papa, obispo o superior tiene la verdadera jurisdicci
urcos avanzan impávidos sembrando la consternación. Encuentran a los príncipes cristianos, y lo que es peor, a la cristiandad div
paz de poner un dique eficaz. Invade los espíritus un sentimiento de desconfianza. Parece todo perdido. Se añora la santidad y pu
guas y los espíritus se lanzan a los extremos más peligrosos. Por un lado brotan los falsos espirituales y "fraticelli" y por otro la h
husita, primer brote del protestantismo.
este clima los franciscanos van a encontrar el espíritu animador de su padre. Vuelven a recorrer media Europa predicando penite
entando a Jesucristo e incitando a vivir el Evangelio con plena autenticidad. Las anécdotas y los episodios parciales no deben hac
vidar este espíritu que animaba aquella generación. No acertaron siempre en el modo concreto de llevar adelante sus propósitos,
ntremezclaron motivos demasiado egoístas en algunas ocasiones, pero continuó siempre vivo el espíritu que acabaría por triunfa
producir la deseada reforma.
mero, como sucede siempre, fue un estado latente, una ansia interna que se mostraba aquí y allá de modos diversos. Principalmen
lia, Francia y España cada vez son más numerosos los religiosos que simultanean la predicación pobre y evangélica, con una vid
eridad y pobreza. Se pueblan antiguas ermitas, el movimiento logra extenderse y organizarse pronto en Francia en torno al mona
Mirebeau, desde donde se organiza una acción más espiritual y conforme a las exigencias del nuevo tiempo. Se fomenta el aposto
ro también el estudio y el conocimiento de las nuevas ciencias. En Italia van pasando paulatinamente algunos de los más veneran
ventos, como los de la Porciúncula de Asís y el de La Verna, a la jurisdicción de los observantes. Poco a poco se va intensificand
vimiento y ganando más adeptos. Era una marea que avanzaba sin cesar. En el concilio de Constanza doscientos observantes pid
e aplicaran una serie de medidas que facilitara el paso de los conventuales a la estricta observancia. Entre otras, la constitución d
conventos reformados en cada provincia y la facultad de elegir un ministro provincial propio, aunque sujeto al ministro General
El Concilio concedió además la facultad de elegir un vicario propio en cada una de las tres provincias francesas. Pero los ministro
ovinciales se mostraron hostiles a este privilegio. Veían en esta concesión un germen de honda división interna y el comienzo de
ruptura de la unidad de la Orden.
Pero el movimiento se desarrollaba y la sed de evangelismo puro y de pobreza abrasaba a más y más franciscanos.
nos interesa ahora la historia de los vaivenes por que pasaron los múltiples intentos de reforma, sino la razón íntima que daba fue
este movimiento, la sed de Evangelio puro y de pobreza auténtica franciscana.
movimiento fue avanzando sin cesar y ganando más adeptos. Pronto encontró al hombre providencial que iba a conseguir polariz
energías y ansias que bullían en el ambiente y encauzar el poderoso movimiento, san Bernardino de Siena.
SENTIDO DE LA ACCIÓN
DE SAN BERNARDINO DE SIENA
Bernardino había entrado en 1402 en el pequeño convento mitigado de San Francisco en el mi
Siena, pero pronto, ansiando vivir el franciscanismo de modo más puro, pasó a la comunida
observante de Colombaio. Auténtico misionero, reformador de costumbres, organizador de la "q
de vanidades", arrastraba con su ejemplo y su palabra a propios y extraños. Era el hombre q
necesitaba aquella época confusa y abierta a toda novedad y también a todo extremismo. Con
suavidad y abertura de ánimo se captó la benevolencia de muchos conventuales; con su ardor y
se ganó a muchos observantes.
Nombrado Vicario general de la Orden se afanó por conservar las tradiciones más puras y por a
el espíritu franciscano a las necesidades de los nuevos tiempos. Promovió en particular la predic
por los campos amenazados de Europa, imprimió un dinamismo apostólico, e incluso espole
estudiar y conocer más a fondo la cultura humanista que comenzaba entonces a imponerse
medrosamente. Porque si mandaba quemar las vanidades en las hogueras públicas, no era pa
desprenderse de los medios necesarios para la vida o el apostolado, sino sólo para romper los la
apegos desordenados. Él aconseja que junto con san Jerónimo se estudie a Cicerón y quiere qu
pobreza se hermane con la belleza, el arte con la austeridad, el estudio con la oración.
Vale la pena copiar la semblanza que el P. Gemelli hace de este hombre providencial. Se reflej
esa estampa los rasgos característicos de su personalidad y se descubre la raíz de su eficiencia
reforma de la Orden:
«Durante cuarenta años este hombre, delicado de cuerpo y de ánimo, recorre la Italia centra
septentrional a pie, o, si está enfermo, en un asnillo; predica en las campiñas antes del alba, pred
las plazas abarrotadas de gente, predica hasta cuatro horas seguidas; dirige la Observancia en I
nda conventos o los reforma, aconseja a pontífices, príncipes, comunes, sugiriendo no pocas veces Reformas a leyes que atañen a
umbres. Con una riqueza y propiedad de lenguaje que nos dan la prosa más fresca del Renacimiento, fustiga la vanidad de la mu
cia del mercader y del usurero, el lujo de los grandes, las supersticiones y los vicios del pueblo, los abusos de los magistrados, lo
venganzas de facciones; predica la devoción al Santo Nombre de Jesús recogiéndola de san Pablo, san Bernardo y san Buenave
a con este Santo Nombre un escudo o banderín solar, que responde a su concepto gozoso de la Divinidad y a la necesidad de con
belleza de la religiosidad italiana en el siglo XV. Dentro del esquema homilético, como bajo las sutilezas populares de sus serm
la la doctrina franciscana en las imágenes más plásticas, en las expresiones más concisas: el conocimiento es amor (conoce más
que el que no ama); el deber es amor (todo se reduce a este felicísimo arte de amar); la beatitud es amor (si quieres el paraíso de
allá, ama a Dios). Su concepción de los estudios, de la educación, de la patria, del arte, de los deberes civiles y sociales, es moder
stupendamente italiana. Ella lleva la concretez franciscana a su perfección literaria y la alegría franciscana a su actuación real» (
Franciscanismo, 1940, 118-119).
es el santo que supo con su ejemplo y palabra encauzar el movimiento reformador entre el pueblo y entre los religiosos. No se li
eliminar abusos. Reemplazó las cartas de juego por tablillas del nombre de Jesús, los libros profanos por los útiles, el ansia de
ependencia y libertad por correrías apostólicas bien dirigidas y organizadas. Así consiguió fomentar las obras de caridad, lanzar
s a grandes empresas misioneras, restaurar la vida de comunidad, hacer, en una palabra, que se viviera el Evangelio de modo má
y auténtico.
Bernardino de Siena consiguió no sólo encauzar la reforma, sino encontrar los hombres aptos para que la difundieran y continu
Con suavidad, con su fuerza y sobre todo con su santidad consiguió atraer a la Orden franciscana a una pléyade de apóstoles que
onsolidaron definitivamente la reforma. Entre éstos descuellan tres que formarán con él, en frase del citado P. Gemelli, «el grand
uatriunvirato de la Observancia»: el humanista Alberto de Sarteano que deja la escuela de Guarino por la del Evangelio vivido en
observancia franciscana; el magistrado Giacomo de la Marca y sobre todo el plurifacético y universal san Juan Capistrano.
vez sin la acción de este último insigne discípulo de san Bernardino, la acción reformadora se hubiera diluido o al menos se hub
ucido a un movimiento de poca resonancia. San Juan Capistrano volvió a incorporar el franciscanismo vivo y floreciente en la n
sociedad que se estaba formando en Europa. Es el gran propagandista y difusor de la idea por los campos de Europa.
n Bernardino fue el cerebro y el corazón de la reforma, san Juan Capistrano fue la mano y los pies. La cogió con su fuerte person
y la llevó a los últimos confines de Europa.
sde joven se había formado para la misión pública y universalista. Nacido en Capistrano (Áquila), estudió jurisprudencia en Per
nces ciudad pontificia, llegó a ser gobernador de la ciudad de Ladislao de Duraza. Intervino en varias batallas. Hecho prisionero,
fuerte crisis religiosa y movido por san Bernardino vistió el hábito franciscano en 1416. Durante cuarenta años se movió sin cesa
ás diversas naciones. Se le ha llamado el hombre de Europa. Desde su ingreso en la Orden en 1416 hasta su muerte en 1456 tom
los sucesos más importantes de Europa. Primero la recorrió de punta a punta predicando como simple franciscano. Se fue primer
nda a España, pasó después a Europa central. Llegó hasta Rusia, amenazada de la invasión musulmana. Si san Benito había form
uropa con sus monasterios, el santo quería recristianizarla con sus sermones. Le acompañaban una pequeña escolta de franciscan
os de ellos intérpretes, otros ayudantes en las mil faenas, organizadores de los viajes. Era un pequeño convento franciscano amb
o mejor, una reproducción del grupo apostólico.
neralmente tenía que predicar en las calles y plazas, porque las iglesias eran insuficientes para contener la muchedumbre inmensa
a escucharle. Hablaba dos o tres horas, invitando a la penitencia y a la práctica del Evangelio. Visitaba los enfermos, se interesa
obres. En una palabra, procuraba imitar la vida de Jesucristo. Era la renovación y vivificación del más puro franciscanismo. La g
creía transportada al siglo XIII junto a san Francisco de Asís o alguno de sus discípulos.
Juan Capistrano fue sólo el más eminente de los grandes predicadores franciscanos del momento. Otros muchos surcaban Europ
as direcciones. No todos tenían sus dotes oratorias, ni atraían a las masas con fuerza semejante, pero todos iban diseminando la b
nueva y acercando al pueblo a Cristo.
o vamos a acumular nombres. Citemos sólo de entre la pléyade de predicadores que surcaron media Europa, otro santo canoniza
mbién, conquistado por san Bernardino: san Jacobo de la Marca, y cinco beatos: Alberto de Sarteano, Bernardino de Feltre, Mate
ente [o Agrigento], Miguel de Carcano y Ángelo Carletti, nombrado por Sixto IV comisario de la cruzada y por Inocencio VIII N
contra la invasión de los Valdenses.
san Juan Capistrano fue mucho más que un predicador: fue Nuncio apostólico, Inquisidor General en Alemania contra la herejía
anizador de cruzadas, consejero y sostén de príncipes y aun de papas. No dominaba con armas, sino con la oración y su personal
brado legado contra todas las herejías recorre a pie la parte centro y norte de Europa. No descansa un momento. Pero todo esto s
del marco de nuestro cuadro.
a acción plurifacética, pública, universal, entraba muy dentro de su plan reformador no sólo del pueblo, sino de los franciscanos
ntendía la reforma como un mero estrechar más la observancia, sino como un devolver el espíritu y sentido franciscano a su acció
ero quiso poner delante de todos un campo infinito de posibilidades apostólicas, despertar el celo, hacer ver la necesidad de la po
y autenticidad franciscanas para convertir y transformar las almas.
u gran misión, en la que triunfó plenamente. Repetidamente nombrado Vicario general de su Orden pudo desde su alto puesto en
s energías y ofrecer siempre más y más campos de acción y coordinar los esfuerzos de observancia dentro del cauce más purame
franciscano.
ue su gran victoria. En cambio no consiguió triunfar en la misma constitución jurídica de la reforma. Por de pronto no consiguió
la escisión de la Orden.
uso un estatuto, las llamadas constituciones martinianas, que sirviera de base de unión a todas las ramas franciscanas. Él, diplom
sionó con que iba a encontrar un terreno común a todos. Procuró evitar por un lado el laxismo y por otro el rigorismo, de modo q
representantes de todas las tendencias pudieran admitir su proyecto.
ro de hecho no consiguió complacer más que a un grupo reducido. En vez de servir de lazo de unión, fue ocasión de que brotara
nueva rama más, la llamada de los conventuales reformados.
ieron las propuestas y los intentos de unión. No vamos a hacer la historia externa de la reforma franciscana. Baste indicar que el
obtener de Eugenio IV la unión de todas las ramas por diversos medios que tampoco cuajaron. Para legalizar de algún modo el
nfuso que se sucedía de esta continuación de dos tendencias casi acéfalas e independientes en la realidad, sin serlo jurídicamente
nombraron sendos vicarios generales para cada una de las dos ramas, con lo que la escisión se hizo todavía más fuerte.
el espíritu inoculado por el santo quedaba en pie. Los observantes iban haciendo prosélitos en todas partes. Es verdad que la refo
adelante no pocas veces en un clima de pasión y lucha que provocó no pocos momentos de fuerte tensión y actitudes exageradas
el tiempo se posaron los ánimos, se evaporó el polvo de la pasión y se afirmó victorioso el espíritu lo mismo entre los observante
entre los conventuales.
movimiento comportó delicados problemas de jurisdicción y organización. La fuerza del fervor fue depurando el organismo religi
mando la escoria acumulada por años, suprimiendo los abusos en materia de pobreza y restaurando el primitivo espíritu francisc
REFORMA EN ESPAÑA
que no podemos hablar de todos los movimientos reformatorios, digamos al menos dos palabras sobre cómo fue desenvolviéndo
aña, aunque tenemos que confesar que conservamos muy pocos datos y muy poco precisos sobre los diversos grupos de reforma
que comenzaron a pulular en diversas partes de Galicia, Aragón y Castilla.
os reformadores iban a morar a parajes solitarios, muchas veces a ermitas. Vivían en la más absoluta pobreza. No se preocupaban
cribir la historia de sus fundaciones. Más tarde cuando fueron transformándose aquellas primitivas sencillas moradas en centros
irradiación reformadora, comenzó la leyenda a entremezclarse con la verdad y a dorar y exaltar los sencillos comienzos.
Como hemos visto en Italia, fue al principio un espíritu, un anhelo, que cuando encontraba algún hombre que supiera canalizarlo
cristalizaba en un monasterio o en un movimiento reformador.
de los que logró cuajar de modo más hondo fue el que llevó a cabo Pedro de Villacreces ayudado de Pedro de Santoyo († 1431)
de Salazar († 1463). [Archivo Ibero-Americano, vol. 17, 1957, está dedicado íntegramente a la reforma de los franciscanos en E
nte los siglos XIV y XV. Es lo más completo que poseemos. Estudia primero la reforma en las diversas partes de España y despu
especialmente en la reforma villacreciana. Publica muchos escritos villacrecianos inéditos. Sobre san Pedro Regalado véanse la
401-579].
o de Villacreces, que se había graduado en teología en la Universidad de Salamanca, llevado de un afán de mayor austeridad y po
bandonó sus monasterios, pero no pasó a ningún convento observante, sino que, previo el permiso de Benedicto XIII, se retiró a u
ria cueva de Arlanza. Allá simultaneaba la vida de oración y penitencia, como auténtico franciscano, con la de la caridad y apost
pués de pasar allí un número de años, que ignoramos, pasó a tierras de Guadalajara, a La Salceda, donde consiguió atraer discípu
tuir una comunidad de menores observantes que siguieran una vida la más parecida posible a la que san Francisco de Asís vivió
primitivos tiempos.
La fundación fue extendiéndose poco a poco. Pasó más tarde a La Aguilera (entre Aranda y Roa, en la provincia de Burgos), don
siguió consolidar más la obra. Se le fueron agregando los primeros discípulos ya nombrados, Pedro de Santoyo y Lope de Salaza
antenían sujetos a los provinciales de la Orden, no como los observantes que se sometían sólo a un Vicario General, pero separad
pre en sus casas lo mismo de los conventuales que de los observantes. Soñaban con una fundación que uniera las existentes, aunq
hecho su obra fuera más que un lazo de unión, una rama nueva.
observantes habían conseguido una bula de Benedicto XIII para que el eremitorio de La Aguilera pasase a depender del conven
anto Domingo de Silos a la muerte de Villacreces, o antes, si accedía éste a su agregación. El eremita manifestó entonces el temp
ciscano que le animaba. Acompañado de Lope de Salazar, se fue predicando y pidiendo limosna hasta Constanza donde el Papa
nido el concilio universal. Habló allí con el general de la Orden y consiguió del nuevo papa, Martín V, primero la confirmación d
ma y más tarde la facultad de elegir un vicario general para sus dos conventos de La Aguilera y El Abrojo. Murió Villacreces en
Había preferido mantenerse con unos pocos religiosos en los dos únicos conventos de La Aguilera y El Abrojo.
u muerte se dibujaron dos tendencias. Los que deseaban continuar con el número reducido de entonces y los que deseaban ampli
daciones. Las dos tendencias estaban capitaneadas por dos íntimos discípulos de Villacreces. La primera por san Pedro Regalad
unda por Lope de Salazar. Al primero le seguían los menos. El segundo, decidido a extender la obra, se separó con sus secuaces
amigo san Pedro Regalado y comenzó, con la autorización del ministro provincial de Castilla fray Juan de Santa Ana, a desarro
a. Poco a poco comenzaron a levantarse nuevos monasterios en los principales pueblos del Burgos de entonces: Briviesca, Belor
y otros similares. Amplió además su reforma extendiendo su regla a mujeres que quisieran servir a Dios en el rigor de la vida pri
nciscana. Establecía estas comunidades junto a la de varones para que pudieran gozar de su ayuda. Fundó los primeros en Brivies
Belorado.
undaciones iban abriéndose camino. Se interesaron por ellos reyes y la nobleza castellana. Lope fue consiguiendo breves pontifi
aprobaciones de sus superiores que gradualmente iban precisando los límites del instituto. Se entremezclaron también numerosa
contradicciones que no nos toca relatar.
Siguió así la reforma hasta 1463 en que los conventos tuvieron que pasar a la Observancia.
ntras fray Lope seguía extendiendo la reforma por Castilla, san Pedro Regalado continuaba su vida de increíble austeridad y peni
s eremitorios Domus Dei de La Aguilera y Scala Coeli del Abrojo. Designado por unanimidad para gobernarlos se afanó por tod
os por conservar el espíritu primitivo. La historia externa del santo es muy incierta. Íbamos a decir que no la tuvo. Su misión era
testimoniar con su santidad el valor de la reforma.
uál es su verdadera significación dentro de la reforma villacreciana? ¿Le corresponde en verdad al título de reformador? Mucho
diversa manera se ha dicho y escrito a este propósito... pero diremos, resumiendo, que san Pedro Regalado ni fue el primer discíp
lacreces ni tomó parte alguna en la fundación de La Salceda, de La Aguilera ni de Compasto por la sencilla razón de que todas e
ndaciones estaban hechas cuando se incorporó a La Aguilera muy niño todavía. A lo sumo, le acompañó en la fundación del Abr
fue fundador, ni reformador, porque no fundó ni reformó nada. Lo que hizo fue conservar la herencia que le dejara su maestro.
otros la gloria principal de Regalado y el título que en justicia se merece es que fue el santo de la reforma villacreciana, pues asce
a la cumbre de la santidad siguiendo la doctrina espiritual de su venerable maestro. Ante esto caen por su base las deleznables gl
anas, los panegíricos exaltados y desprovistos de base documental. Si san Pedro Regalado no fue uno de los grandes reformador
España, le cabe la gloria de ser el único santo de la reforma villacreciana» (AIA, 17,1957, 505-506).
el aspecto que aquí nos interesa. La savia interna reformadora que se iba perpetuando por debajo de las mil circunstancias histór
os, como san Pedro Regalado, iban transmitiendo ese jugo vital a través de todas las contingencias e hicieron que se mantuviera v
espíritu y prepararon el terreno a la reforma definitiva y universal de Jiménez de Cisneros.
eseamos añadir todavía dos palabras sobre otra figura simpática de este clima espiritual de la reforma franciscana española, el le
onverso san Diego de Alcalá († 1463). Nacido en un pequeño pueblo de Sevilla, pasó casi toda su vida peregrinando por Andaluc
Canarias y Castilla dejando siempre tras sí una estela de caridad y amor. Aprovechó la ida a Roma el año santo de 1450 para cuid
rosos enfermos. Permaneció tres meses en el convento de Aracoeli, estableciendo allí su cuartel general de caridad. Dios le conc
de milagros. Se convirtió en un taumaturgo popular del siglo de oro, desde su sepulcro de Alcalá. Le traemos aquí para iluminar c
punto luminoso más la línea de santidad que iba uniendo los diversos movimientos de reforma y manteniendo límpida la esencia
franciscana.
ués de seis siglos y sobre todo después de la transformación operada en los gustos y aficiones de las personas, no nos poderlos d
que suponía para el pueblo del siglo XV esta serie casi ininterrumpida de tanteos, reformas, luchas. Cada una tenía un protagoni
lizaba en un sitio determinado. Los moradores de cada región se dividían, al igual que los propios religiosos, en bandos. Seguían
encias con creciente interés, esperando ver triunfar a su favorito. Era un campeonato de intereses trascendentales y serios. La so
repercutía en la marcha de la vida de muchas personas.
eces celebraban entusiasmados una victoria brillante, como la conquista de los observantes en 1445 del convento de Aracoeli, cu
eral romano del franciscanismo. Otras veces se sentían arrastrados por los grandes predicadores de la época ya mencionados, qu
hacían vibrar al unísono con sus ideales.
eblo seguía con pasión esta "cruzada espiritual", esta nueva conquista de la tierra santa de los monasterios profanados por la rela
ista de estos cruzados espirituales que recorrían los pueblos y campiñas vestidos como ellos, sin hábitos solemnes ni amplias cog
nacales, predicando el Evangelio, instigando a la reforma de costumbres y suscitando un amor tierno a la persona de Jesucristo y
en -san Buenaventura y san Bernardo eran los grandes inspiradores de estos itinerantes-, fue sacudiendo la conciencia popular de
de modo impresionante. Les encontraban en sus casas y plazas. No tenían que ir, como antes, a los monasterios o a las catedrales
z esta acción fue devolviendo paulatinamente a los mendicantes el prestigio perdido, creando en el pueblo un nuevo sentimiento
iración hacia aquellos "hermanos" que predicaban el mensaje de Cristo con un desprendimiento y abnegación poco comunes en
e de épocas en que el desarrollo y la abertura en todos los órdenes iba estimulando el goce y la posesión de los bienes de aquí ab
olvidando los de allá arriba.
tía otro factor importante que obligaba al fiel de entonces a considerar como propias estas contiendas, a no poder contemplarlas
íos e indiferentes espectadores. La mayoría de los verdaderamente devotos pertenecía a alguna de las grandes terceras órdenes.
spiritualidad de entonces, de carácter marcadamente religioso, tenía que polarizarse necesariamente en torno a las grandes Órden
giosas. Nacieron merced a este impulso las ramas femeninas y las órdenes terceras. No se concebía otra forma de ser seglares sa
como apenas se concebía otra forma de vivir otro estado de perfección que el de los religiosos.
mérito insigne de san Francisco y de los franciscanos el haber sabido dar cuerpo a esta ansia del alma, haber sabido extender al p
der santificador de la vida religiosa y hacer que mediante una adaptación de las prácticas de la vida religiosa pudieran muchos se
llegar a una alta santidad.
enómeno nació en el siglo XIII, y por ello no nos toca relatarlo aquí, pero en el siglo XV continúa de lleno la fuerza del movimie
ituía el cauce normal de la santificación del pueblo. En todas partes florecían confraternidades, cofradías que querían ser como c
irradiación religiosa. Construidas bajo el patrón de alguna Orden religiosa, sus cofrades vivían con intensidad prácticas y ejercic
propios característicos de la Orden de que dependían. Se dedicaban a prácticas de piedad, cuidado de los enfermos, asistencia de
menesterosos o moribundos, remedio de alguna plaga social. Muchas veces algún religioso dirigía su actividad. Participaban de l
ndulgencias de la Orden madre, miraban a sus santos como propios, vestían incluso a veces en sus reuniones escapularios o hábit
acomodados.
vidan demasiado los lazos íntimos que anidaba al pueblo de entonces con los religiosos y el reflejo popular que necesariamente
tener en ellos la contienda sobre el modo de vivir la vida religiosa. Los problemas de los religiosos eran sus problemas. También
querían vivir con más intensidad el Evangelio y seguían ansiosos las luchas de sus guías.
sta tensión e interés obraban favorablemente en sus ánimos y hacía que insensiblemente fueran penetrando en su ser los ideales q
aban en juego, los grandes principios de cada uno de los bandos. Este estado espiritual favoreció el acercamiento de religiosos y
pueblo y a la comprensión íntima y vital de las realidades sobrenaturales más que muchos sermones y lecturas.
o sencillo del pueblo religioso veía en las luchas más que las inevitables mezquindades y los egoísmos mundanos, el valor encerr
un régimen de vida atacado tan violentamente y por cuya consecución estaban librando batallas tan violentas.
[...]
[...]
RETORNO AL FRANCISCANISMO
A TRAVÉS DE LOS CAPUCHINOS
emos asociar a estas dos Órdenes, la de los capuchinos, más íntimamente unida que las dos anteriores con las antiguas Órdenes.
r la forma moderna, la vivificación de una de las Órdenes antiguas más beneméritas. Sus secuaces creían que el espíritu francisc
tivo, vivido en su pureza genuina sin mitigación ni privilegio alguno, seguía teniendo una gran actualidad y contenía un mensaje
sociedad del siglo XVI debía recoger.
a el ideal que movía a un grupo de franciscanos que no se sentían satisfechos con la solución dada al problema entre conventuale
ervantes. Creían que la vida que llevaban no respondía a la mente de san Francisco. Y ellos querían vivir el franciscanismo en to
ridad. Tres religiosos lograron dar cuerpo a estas ansias y atraer a un grupo de los descontentos. Eran los PP. Mateo Serafín de B
y Luis y Rafael de Fossombrone.
Previa autorización pontificia conseguida en mayo de 1526, abandonaron los conventos para implantar un régimen de vida en tod
orme con la regla y testamento primitivo de san Francisco, sin admitir glosa ni privilegio alguno. A los solos dos años, el 3 de ju
1528, Clemente VII aprobaba solemnemente la nueva familia religiosa.
Los nuevos religiosos, llamados primero popularmente y después oficialmente capuchinos, comenzaron a imitar a los primitivos
iscanos. Iban por todas partes predicando la penitencia y la renovación de costumbres. Se les reconocía por su capucha, el desal
erpo, la barba espesa que cubría su rostro. Se les presentó pronto una ocasión para mostrar la autenticidad del espíritu que les an
este que asoló a la región de Camerino. Ellos se dedicaron con caridad heroica a los apestados, dando ejemplo sublime de abneg
ue para muchos la prueba definitiva. Desde ese momento comenzaron personas influyentes, nobles de la alta sociedad a favorece
ertamente. La duquesa de Camerino se constituyó en su gran defensora. Establecieron muy pronto en Roma el cuartel general de
ctividades, tomaron el cuidado del hospital de san Jacomo, con lo que se ganaron al pueblo romano y a altos exponentes de la Cu
romana.
xpansión fue extraordinariamente rápida, prueba de que respondían a una exigencia del tiempo y del arraigo que tenía en el pueb
al franciscano. En 1536 eran 700 y en 1571 llegaban en sólo Italia a 3.300. La expansión fuera de Italia comenzó con Gregorio X
iguió también un ritmo vertiginoso y en pocos años se extendieron por España, Suiza, Bélgica y las principales naciones german
xterior austero, su abnegación y proselitismo impresionaban fuertemente al pueblo. Siguiendo el ejemplo de los antiguos francis
enzaron a ponerse en contacto con las zonas más necesitadas, a recorrer los pueblos y ciudades como mensajeros apostólicos. Di
concedió grandes predicadores, dignos sucesores de san Bernardino de Siena y de los insignes predicadores medievales.
Recordemos sólo dos santos. Uno de ellos demasiado olvidado, san José de Leonesa.
ando emular las hazañas de san Francisco, se dirigió en 1587 a predicar la fe a Constantinopla. Allá asistía a los prisioneros y ca
nsiguió reconducir a la fe a un obispo apóstata. Lleno de valentía apostólica predicó delante del mismo sultán, Murad III, quien,
sí, le castigó a uno de los suplicios más dolorosos: a morir suspendido del patíbulo con dos garfios, uno en la mano y otro en el
uvo así tres días, pero fue liberado milagrosamente. Siguió trabajando hasta que, expulsado, salió de Constantinopla en 1589. Si
cando el mensaje evangélico por toda Italia. Pero no se contentaba con una acción disgregada y de paso. Quiso remediar los prob
modo más eficaz posible y para ello fue promoviendo obras de asistencia social, cono Montes de piedad, hospitales, compra y ve
trigo.
otro santo es una figura mucho más conocida, recientemente proclamado doctor de la Iglesia, san Lorenzo de Brindisi. Una figur
l que la de san José de Leonesa, que nos muestran cómo los capuchinos no se reducían a copiar servilmente el paradigma francis
siglo XIII. Lo adaptaban a los nuevos tiempos. El santo de Leonesa se interesó con fórmulas nuevas por los problemas sociales,
Brindisi se afanó por responder adecuadamente a las dificultades teológicas de los protestantes y judíos.
stro santo recibió una formación excepcional, una prueba más de que para los capuchinos no estaba reñida la austeridad y pobrez
tura. Estudió en la universidad de Padua. Se familiarizó con los problemas escriturísticos del tiempo. Pudo discutir con judíos y
rectamente sobre el texto hebreo. Su conocimiento de lenguas fue extraordinario. Conoce, además del latín y su lengua materna,
alemán, francés, griego, hebreo, siríaco, arameo, caldeo.
San Lorenzo es el Canisio capuchino. Recorre toda Italia, pasa a Austria, Bohemia, Hungría, Suiza y más tarde a Francia, España
ugal. En todas partes lleva una campaña antiprotestante eficaz. No es el predicador medieval que arrastra con resortes oratorios,
olemista que pone delante con claridad y vehemencia el problema, muestra los puntos débiles, da la doctrina verdadera, expone
secuencias con fuerza y vigor, refuta brillantemente las dificultades. Su acción es eminentemente pastoral. Quiere poner al alcan
todos la doctrina de los Padres, las verdades fundamentales de la Iglesia.
e contenta con refutar oralmente los errores protestantes. Publica obras principalmente de índole escriturística y pretende organiz
liga de príncipes católicos alemanes que pusieran un dique de contención a la infiltración protestante.
ínea moderna de organización y de planes bien elaborados se entremezcla con los medios clásicos de apostolado. Sabe dar al esp
nciscano el cauce moderno que necesitaba. El santo se ocupó también de la conversión de los judíos y de la lucha antiturca. No t
o de dialogar con los judíos sobre la interpretación de la sagrada Escritura. Les conquistaba con sus mismas armas. Y fue un con
inado de los príncipes alemanes en sus luchas contra los turcos. A él se debe en gran parte la victoria que el príncipe Felipe Man
Lorena obtuvo en 1601 en Stuhiweissemburg contra un ejército de turcos calculado en 80.000 personas.
as dos figuras son dos puntos elevados de una línea constante de acción capuchina. Supieron dar a la espiritualidad y al apostolad
o ardor, introducir en la piedad una tensión espiritual, un clima impulsivo, diríamos, febril, gracias al cual se lanzaban a la lucha
momento en que los enemigos mostraban tanto ardimiento y valentía.
o nos toca a nosotros historiar las vicisitudes de la historia capuchina. No nos puede extrañar que un grupo de observantes iniciar
ncipio una campaña contra la nueva rama, y les acusaran de quebrantar la decisión pontificia de León X, y de anteponer sus escr
ersonales a la clara voluntad de los papas que habían suficientemente expresado el modo de vivir el espíritu franciscano en aquel
tiempos.
ógica esta actitud inicial, en momentos de tantos movimientos seudomísticos, y cuando se veían los menores observantes cogido
dos fuegos, desde dos extremos opuestos, el de los conventuales y el de los capuchinos.
e agudizó con la clamorosa defección y apostasía del tercer vicario general capuchino, Bernardino Occhino. Pero pasó el período
onfusión, y la Orden capuchina fue difundiéndose como pocas. En 1619, cuando los pontífices la consideraron ya como una Ord
enteramente independiente, contaba con cerca de 15.000 miembros.
abe duda de que consiguieron dar a la nueva generación, la esencia más pura del franciscanismo. La austeridad externa, el dinam
ólico, la valentía y eficiencia de su acción impresionó profundamente a un pueblo que vivía en un momento histórico en que las
externas, el heroísmo, la actitud conquistadora formaban los valores más estimados.
DIRECTORIO FRANCISCANO
San Francisco de Asís
HISTORIA DE LA ESPIRITUALIDAD.
SAN FRANCISCO Y LOS FRANCISCANOS
por J. Mattoso e I. Iparraguirre
I.- La espiritualidad monástica
durante la Edad Media
LOS FRANCISCANOS
por José Mattoso, OSB
a reforma del siglo XII había tenido aspectos de movimiento laico y, hasta cierto punto, heterodoxo, sobre
odo en el norte de Italia y en el sur de Francia. El carácter heterodoxo y antisocial se acentúa y llega al
aroxismo durante los últimos años del siglo XII, en la Provenza, y termina por desencadenar la cruzada
lbigense ya en el siglo siguiente. Pero también fuera de la Provenza reinaba la inquietud, y a cada paso
parecían predicadores populares que criticaban las riquezas del clero y exhortaban a los fieles a la penitencia,
uando no a la revuelta. Los fieles, a su vez, se reunían frecuentemente en asociaciones de penitentes, más o
menos al margen de la Iglesia y más o menos en contra de la Jerarquía.
AN FRANCISCO DE ASÍS
n este ambiente de inquietud y de revuelta es donde aparece un laico que pretende al mismo tiempo dar un
estimonio de pobreza y de penitencia, sin criticar al clero, antes al contrario, sometiéndosele. Este es San
rancisco de Asís. Hijo de ricos burgueses, pero separado del padre, dotado de una extraordinaria sensibilidad
umana, de una generosidad inagotable, de un sentido de la libertad cristiana que le permitía atreverse a todo,
ascinó y arrastró detrás de sí las multitudes de Italia con su cautivadora presencia y su palabra sencilla. Pronto
eunió a su alrededor a un grupo de laicos, penitentes y predicadores como él, y, todos juntos o en grupo,
ecorrieron ciudades y aldeas exhortando a los fieles a amar al Señor. Aprobada la regla por el Papa Inocencio
II, el grupo comenzó a aumentar y revistió carácter clerical: los compañeros reciben la tonsura, San Francisco
s ordenado de diácono, y todos prometen obediencia al Sumo Pontífice. Desde entonces pasan a constituir una
rden y entran al servicio de la Iglesia. ¿Cuáles son sus fines y qué lugar ocupan en la Cristiandad?
an Francisco de Asís pretende, ante todo, convertir a los hombres por medio de su testimonio de pobreza. Sabe
ue el ejemplo es más elocuente que las palabras, y por tanto se hace pobre, abandona todo, hasta la propiedad
olectiva, para enseñar a los hombres el desprendimiento de las cosas terrenas y la conversión a Dios. Pero para
a nueva orden, eso debe ser eminentemente espontáneo, brotar de un inmenso celo por la Iglesia y de un
nfinito amor a Cristo crucificado. Es lo que lleva a los primeros Franciscanos a buscar frecuentemente el yermo
ara contemplar las cosas de Dios. Pero todo se debe subordinar a la pobreza.
Ni San Francisco ni sus compañeros se fijan mucho en su posición ante el clero y los monjes. Respetan y
eneran a los sacerdotes, se someten humildemente a la Jerarquía, y se lanzan, con una simplicidad total, a
xhortar a los fieles, sin pensar si están o no haciendo un servicio que, en último término, pertenece al clero.
ólo les importa responder al celo que les devora, sin que por eso se revuelvan contra los "pastores", antes al
ontrario. Es esta actitud la que desarma la desconfianza de la jerarquía, que podía tomarlos como uno de tantos
rupos de penitentes en ruptura con la Iglesia. Con los Dominicos ya no sucederá así. Desde el primer texto
egislativo muestran tener conciencia de que obran paralelamente al clero, y pretenden definir su posición. De
al modo que pronto han de influir en los Franciscanos, como estos influirán en aquellos en cuanto a la pobreza,
unos y otros se defenderán con energía contra los ataques de los sacerdotes seculares, a mediados del siglo
XIII. Pero por ahora, durante la vida del fundador, los Franciscanos no piensan en eso. Sólo les importa llevar
os hombres a amar al Señor que los colma de beneficios espirituales. Y el celo de San Francisco es tan grande
ue no le basta la Cristiandad, y se dirige a predicar a los turcos. Pero en esto no es imitado por sus discípulos,
ino bastante más tarde.
CLARISAS Y TERCIARIOS
Dirigiéndose, por tanto, directamente a los laicos, pronto comienza a aparecer a su alrededor una clientela de
ombres y mujeres que pretenden vivir más perfectamente el Evangelio sin salir del mundo; o también mujeres
ue desean a su vez servir totalmente a la Señora Pobreza, como el Poverello. Éstas se juntan con Santa Clara
n la capilla de San Damián para practicar el desprendimiento absoluto en la reclusión perpetua. Los laicos
eciben una regla que les enseña a practicar en el siglo la pobreza relativa y la penitencia. Reúnense en
sociaciones que no son nuevas en la Iglesia, ni están sometidas por completo a las directrices de los Frailes
Menores. Sólo más tarde serán afiliadas y pasarán a constituir verdaderamente la "Orden Tercera de San
rancisco". Es una iniciativa de la Santa Sede para evitar las consecuencias del espíritu, a veces turbulento y
eterodoxo, de los penitentes seculares. Así los terciarios franciscanos, dominicos y de otras órdenes escaparán
los movimientos más o menos heréticos que continúan extendiéndose por la Iglesia hasta finales de la Edad
Media.
Al principio los Frailes [Hermanos] Menores -así, por humildad, llamó San Francisco a sus compañeros- no
staban sometidos a una organización común y sólidamente establecida. La regla era la inspiración carismática,
ue caracteriza a los primeros tiempos de todas las instituciones señaladas con el dedo de Dios. Con el
xtraordinario éxito y el aumento numérico de los frailes, fue preciso establecer normas de vida y someterlos a
n marco con un mínimo de estructura jurídica. El propio Santo lo reconoció al regresar de su última
redicación entre musulmanes, confiando al cardenal Hugolino, designado por el Papa, la organización de los
railes. Su regla recibió una forma jurídica, y los Franciscanos se reunieron en capítulos generales en
entecostés o en San Miguel, dividieron la Orden en provincias gobernadas por ministros provinciales, crearon
misiones en varios países de la Cristiandad, aceptaron la regla definitiva (1223), eligieron un ministro general al
ue el mismo Santo fundador prestó obediencia. Con estas medidas y la extensión de la Orden, los Frailes
Menores abandonaron el período carismático para entrar en la vida normal de la Iglesia. Era la señal de que
staban sólidamente establecidos entre los hombres. La crisis que sigue, de la cual hablaremos más abajo, nunca
os podrá hacer abandonar su puesto.
a orden de San Francisco era, pues, una realidad manifiesta en el seno de la Iglesia. ¿De qué modo sus
miembros van a encarnar y vivir el mensaje evangélico? En otras palabras, ¿cuáles van a ser las características
e su espiritualidad, y hasta qué punto se distinguen de las de las demás órdenes religiosas?
Hasta esta época hemos observado las características de la espiritualidad monástica según un esquema más o
menos uniforme: la vida interior tradicional se movía alrededor de elementos básicos, de problemas típicos,
omo el aprecio por la Sagrada Escritura y por la tradición patrística, el sentido de los valores humanos, la
rientación hacia las realidades escatológicas; o se movía entre dos polos opuestos, tales como el predominio de
a especulación o de la práctica, de la moral o de la doctrina, del culto público o del privado, la preferencia
oncedida a la libertad o al institucionalismo, la uniformidad o la diversidad de observancias. En torno a estos
lementos, o entre dos polos, pudimos siempre agrupar los demás datos de la espiritualidad monástica de antes
e finales del siglo XII.
Ahora, en el siglo XIII y siguientes, los problemas son otros, las preocupaciones diferentes y las actitudes poco
arecidas. Porque los religiosos de la época que nos ocupa no tienen una tradición que guardar: para ellos es
reciso partir de la nada y crear todo de nuevo, incluso cuando echan mano de datos o elementos ya existentes.
Así, por ejemplo, la centralización administrativa y la movilidad les da, al mismo tiempo, una tal uniformidad y
na tal facultad de adaptación a las diversas circunstancias, que el problema de la diversidad de costumbres ni
iquiera se plantea. La cuestión de la proporción relativa entre el culto público y la oración privada da lugar a
n nuevo problema, el de la subordinación de las tareas apostólicas al oficio divino y a las observancias
omunitarias. La orientación escatológica queda relegada a segundo plano, porque los religiosos no viven en
unción de las postrimerías del hombre, sino en función de la obra a realizar en medio de la Iglesia de la tierra;
o pretenden realizar una vocación profética, sino obrar en el presente. Y no hay lugar alguno para la libertad
nstitucional, porque la organización lo es todo en órdenes con fines apostólicos y dimensiones ultradiocesanas.
Quedan, por fin, los demás elementos que entrarán a formar parte de la espiritualidad de los mendicantes, pero
egún nuevos aspectos: porque los Dominicos son más especulativos y más dados a los estudios doctrinales,
mientras que los Franciscanos son más prácticos y más preocupados por los problemas morales. Los segundos
on más abiertos al sentimiento, los primeros, en cambio, tienen mayor aprecio por los valores intelectuales del
ombre.
OBREZA
ue eso precisamente lo que hizo San Francisco de Asís: suprimió la propiedad comunitaria -casas, tierras,
entas (hoy diríamos la propiedad capitalista)- para que sus religiosos viviesen de limosna como los mendigos.
ero, cosa curiosa, al contrario de lo que habían hecho los Cistercienses, la pobreza no fue puesta
ecesariamente en relación con el trabajo manual. Si los primeros Franciscanos a veces trabajaban
manualmente, para recibir un salario, como cualquier obrero, este modo de proceder fue excepcional y con el
empo se abandonó por completo. Los Frailes Menores vivirían sólo para predicar, serían clérigos, y por tanto,
o trabajarían como los seculares.
ara los religiosos de la Orden de San Francisco la pobreza no era practicada tanto por su valor ascético, cuanto
or su poder apologético. Ser pobre como Cristo, que no tenía dónde reclinar su cabeza, erigir a la Dama
obreza en ideal casi abstracto, despojarse completamente de todo, hasta casi encontrar la simplicidad
aradisíaca, tal fue el ideal del Poverello de Asís, no tanto por mortificación, cuanto para encontrar un bien en
í. Bien en sí tanto más precioso cuanto que su búsqueda y posesión arrastraba a los hombres, mejor que las
redicaciones más elocuentes, a la práctica de los preceptos evangélicos y al amor a Cristo paciente. Ejemplo
anto más necesario cuanto que era cierto que los herejes pretendían también predicar la pobreza. No una
obreza simple y gratuita, como la de San Francisco, sino un nivelamiento social que redistribuiría las riquezas
todos por igual. Estas predicaciones perturbadoras causaban revuelo y descontento. Por el contrario, a la vista
el desprendimiento auténtico, verdadero y humilde de los Frailes Menores, también los descontentos se
onvencían de que esas doctrinas antisociales eran perversas y perniciosas, y hasta los mismos herejes se
onvertían a la fe cristiana.
os Franciscanos no consiguieron mantener este ideal sublime a la misma altura prodigiosa que, en la práctica,
abía alcanzado con el Poverello. Esto lo veremos más adelante. Pero guardarían siempre la nostalgia de esos
empos maravillosos, como de un ideal al que habían de tender cuanto les fuera posible en las nuevas
ondiciones en que les tocara vivir. Y darían siempre, de cualquier modo, un testimonio de simplicidad real que
os acercaría al pueblo humilde de los burgos y de los campos.
REDICACIÓN Y ESTUDIO
a pobreza era abrazada por los Franciscanos y practicada, en gran parte, con fines apologéticos. Era la
redicación del ejemplo. San Francisco de Asís y sus compañeros darán un puesto de primera importancia al
ministerio apostólico, hasta el punto de subordinarle la oración litúrgica, si fuese necesario, igual que otras
muchas prácticas monásticas consagradas por la tradición: clausura, separación del mundo, observancias
laustrales. También la contemplación, a la que los primeros Frailes Menores se entregaron muchas veces con
rdor, realizada en los montes, dentro de las cavernas o en medio de las selvas, es concebida no sólo como un
alor en sí misma, sino también como un medio de restaurar las fuerzas gastadas en el ministerio de las almas, y
e tomar brío y aumentar el caudal de ideas para seguir predicando.
os Franciscanos pretenden exhortar a todos los hombres, ricos o pobres, clérigos o laicos, cristianos o infieles,
ombres o mujeres, y hasta a todas las criaturas. Sin sistema, sin estudiar métodos ni técnicas oratorias, al
menos al principio, durante la vida del Fundador. Más tarde, el contacto con la escolástica de las universidades
endría a darles una base técnica. Pero al principio todo es espontáneo, simple y directo. Por eso los oyentes
ue más aprecian los Franciscanos y aquellos a los que se acercan con más gusto los Frailes, son la gente pobre
ruda, pequeños burgueses, oficiales y obreros de las ciudades, labradores, siervos y rústicos de los campos y
ldeas.
A este pueblo sencillo los predicadores franciscanos le enseñan sobre todo la moral -no es de extrañar-. Le
ablan de los vicios que hay que evitar, el orgullo, la concupiscencia, la avaricia; le indican cuáles son las
irtudes que hay que poner en práctica, la contrición del corazón, la pureza del alma, la obediencia. Sin
mbargo no siempre se limitan a la moral. San Antonio de Lisboa [o de Padua], por ejemplo, habla al pueblo
ambién de la vida espiritual y expone la naturaleza, los grados y las condiciones de la vida contemplativa. Todo
base de una actitud afectiva y de una piedad fundamentada en los temas objetivos de Cristo y de los misterios
e la fe. Este modo espontáneo y popular con que los Frailes Menores se adaptan a las masas les quedaría
iempre, a través de los tiempos, a pesar del contacto con las universidades.
orque los Franciscanos también estudian. No es que se preocupasen demasiado de la ciencia durante la vida de
an Francisco; pero pronto se ven obligados a prepararse doctrinalmente, para enfrentarse con los herejes y los
nemigos de la Iglesia, para poder ejercer con fruto el ministerio sacerdotal que todos comienzan a recibir.
Organizan un studium generale en Bolonia, cuyo primer lector es San Antonio de Lisboa, y pronto comienzan a
nviar religiosos a estudiar en las principales universidades de la época, Bolonia, París, Oxford, Münster. No
ardarán mucho en ocupar, como los Dominicos, las principales cátedras de la enseñanza superior, lo cual les
carreará en parte la rivalidad del clero diocesano, que los combate bajo el punto de vista doctrinal. Sin
mbargo, adoptando también los métodos y la ciencia un tanto fría de los escolásticos -en lo cual toman una
ctitud opuesta a la de los monjes-, no dejan, la mayor parte de las veces, de comunicar un cierto fervor a su
nseñanza, o al menos de cultivar la mística al mismo tiempo que la filosofía o la teología. San Buenaventura (†
274), David de Augsburgo († 1272). Juan de la Rochelle († antes de 1245), Duns Escoto († 1308), son
jemplos típicos de maestros que se entregan simultáneamente a los dos ramos de las ciencias sagradas.
n este punto los Franciscanos se distinguen de los Dominicos. No que éstos aíslen la teología de la vida
spiritual, antes al contrario, sino porque tienen una orientación más intelectualista. Y también porque los
ranciscanos, más dados a las aplicaciones prácticas, a la espiritualidad afectiva y a los temas populares, tienen
endencia a establecer una dualidad entre la teología y la mística. Parecen más inclinados a estudiar aquella
omo ciencia, y a vivir su espiritualidad independientemente de ella. Se dan, por un lado, a la dialéctica y a la
istematización de la Escuela, y, por otro, cultivan con ardor una espiritualidad de raíces agustinianas y hasta
eoplatónicas. Sus autores preferidos son, pues, y no es de extrañar, además de San Agustín, Hugo de San
Víctor, Ricardo de San Víctor, San Bernardo y el Pseudo-Dionisio.
o que interesa a los Franciscanos, ante todo, es la vida práctica. Las especulaciones y las teorías, si
xceptuamos a los grandes doctores de las universidades, no les preocupan generalmente gran cosa. Así,
ultivan con empeño la devoción a los misterios de la infancia de Cristo o de su pasión, la piedad hacia Nuestra
eñora y San José, introducen prácticas devotas o apoyan las ya existentes, crean ejercicios de piedad que hacen
ntre sí, en sus conventos, o con los afiliados a las órdenes terceras.
or otro lado, para simplificar y hacer asequible a todas las capas de la sociedad cristiana la vida mística,
istinguen en ella estadios, períodos, fases; estudian métodos de oración y de meditación; en fin, procuran
oncretar las realidades difícilmente expresables de la vida interior por medio de imágenes, conceptos lógicos y
ategorías humanas. Así, San Buenaventura aconseja los exámenes de conciencia y la confesión frecuente,
demás de la recepción de los demás sacramentos, para "recrear" el alma en Cristo. Distingue en la vida
spiritual tres estadios o "vías", la vía purgativa, la vía iluminativa y la vía unitiva; y la distinción quedará, para
iempre, como una adquisición definitiva en los tratados de mística cristiana. Es también San Buenaventura el
ue divide la oración en tres actos, correspondiendo a cada una de las tres vías: confesión de nuestra miseria,
úplica de misericordia divina y homenaje de adoración. En fin, descubre en la contemplación siete grados
ucesivos. Y, como en San Buenaventura, se encuentra también la misma tendencia a distinguir estados y
rados en la vida espiritual en otros místicos franciscanos, como Duns Escoto, Raimundo Lull, Santa Ángela de
oligno.
Debemos notar, todavía, que esta tendencia tan manifiesta de la espiritualidad franciscana no es absolutamente
xclusiva. La época aprecia estas distinciones numéricas. Más característico aún es el aspecto afectivo, piadoso,
devoto", que los Frailes Menores ponen en todas sus obras místicas y en su manera de ser, oponiéndose de este
modo y expresamente a los Dominicos, que no ocultan su preferencia intelectualista. La oposición llegará
ncluso a degenerar en polémica, en tiempo del Maestro Eckart.
n efecto, desde la vida del Patriarca San Francisco, dotado de una sensibilidad aguda, de un espíritu poético en
l más alto grado, los Franciscanos consideran toda la vida cristiana y el camino hacia Dios como una obra del
mor. La facultad humana que tiene la primacía es la voluntad. El ejercicio de la contemplación es para ellos,
obre todo desde San Buenaventura, objeto del affectus. Es por esta razón por lo que la oratoria sagrada reviste
ara los Franciscanos un aspecto de exhortación más que de adoctrinamiento. Lo que ellos pretenden es excitar
as potencias afectivas del hombre, para hacerle amar al Señor, y así entregársele a cumplir su ley. De ahí la
nsistencia en la meditación sobre la vida de Cristo, en sus aspectos históricos y concretos. Y cuando los
vangelios no bastan para alimentar los sentimientos de devoción de los fieles y del clero, se recurre a los
pócrifos, se interpretarán las alegorías del Antiguo Testamento como referidas a Jesús, se pondrá la
maginación a trabajar para que el alma vibre y el sentimiento se mantenga vivo. La insistencia sobre este
specto afectivo de la vida espiritual llega, a veces, hasta el punto de hacer olvidar la meditación objetiva y
oncreta sobre Dios, la Santísima Trinidad o los misterios de Nuestro Señor y de la Virgen, para quedarse en
uro ejercicio "subjetivo", dominado todo por los aspectos psicológicos de la vida mística. La Devotio
moderna, aunque surgida fuera del ambiente franciscano, será el resultado normal de la evolución que ahora
mpieza entre los Menores.
Uno de los temas que más tratan los Franciscanos es el del sufrimiento. San Francisco de Asís es un modelo
ivo y palpable, que para ser una imagen más fiel del Crucificado, recibirá la gracia de los estigmas. Sus
iscípulos explanan con gusto este tema, que tiene la prerrogativa de conmover a los fieles más que cualquier
tro, de moverlos a generosidad, de hacerles aceptar por amor de Dios las pruebas de esta vida. Los
ufrimientos que más les impresionan son los físicos, reales y objetivos, de los cuales el Señor dará ejemplo en
u Pasión y muerte.
a tendencia afectiva trae como resultado la creación de un nuevo concepto de "devoción", diferente del
adicional. Para los monjes de los siglos anteriores, devotio significaba la entrega, la consagración a Dios y a su
ervicio. Desde la época franciscana, por influencia de San Buenaventura, entre otros, la misma palabra pasa a
xpresar la entrega afectiva y, poco a poco, el "sentimiento de piedad". No tardará mucho en aparecer el
djetivo "devoto", con el cual se califican las prácticas de piedad que más excitan el sentimiento religioso, y a
amarse "devociones" a esas prácticas.
De este modo la espiritualidad franciscana establece el empalme entre la escuela de San Bernardo y nuestra
iedad actual, tan dependiente de la Devotio moderna. Del abad de Claraval recibe los temas y los objetos de
meditación, sobre todo los más simples y más accesibles, dejando a un lado el poderoso contexto doctrinal. E
nsistiendo sobre el papel de la voluntad y del amor, se consigue hacer la vida mística accesible al común de los
eles, vaciada, sin embargo, de gran parte de su riqueza esencial, como no podía ser menos. Gerardo de Grote y
us discípulos la adaptarán con mayor facilidad a la mentalidad del siglo XV.
He aquí, en pocas palabras, las principales características de la espiritualidad franciscana: pobreza como bien en
í mismo y cono valor apologético; subordinación de la vida contemplativa al ministerio apostólico; predominio
e la práctica y de la moral sobre la especulación y la doctrina; tendencia afectiva.
EVOLUCIÓN
stas características no existieron siempre del mismo modo ni en la misma proporción en todos los medios
ranciscanos, ni en todos los tiempos. Pero las distinciones de lugar, para las órdenes religiosas, a partir del
iglo XIII, se acentúan menos que en los siglos anteriores para los monjes, que se hallaban confinados en sus
monasterios jurídicamente independientes unos de otros. Porque los Franciscanos y los Dominicos andan por
odas partes, recorren la Cristiandad de nación en nación, estudian en universidades con alumnos y profesores
e todos los países, o en colegios para todas las provincias, se reúnen en capítulos generales comunes para toda
a orden, siguen observancias iguales a las de todos los demás frailes de la orden en cualquier parte del mundo.
Además, viven sobre todo en las ciudades, donde el espíritu de los burgueses es más o menos semejante en toda
uropa. Las distinciones, por tanto, desde el punto de vista del lugar, son superfluas: por todas partes el espíritu
la formación se revelan sensiblemente los mismos, con las solas diferencias que resultan del carácter propio
e cada raza.
No podemos decir lo mismo con relación a las distinciones introducidas por la evolución en el tiempo: si los
ranciscanos fueron muy semejantes en todas partes, sin embargo también fueron una de las órdenes que
volucionaron más rápidamente en la Iglesia durante los siglos XIII y XIV. En efecto, surgidos de un grupo de
aicos penitentes, y transformados en congregación clerical con una legislación que varió desde una regla
ompletamente espiritual hasta un código sometido a los marcos jurídicos por la misma curia romana, los
ranciscanos evolucionaron ya durante la vida de San Francisco de Asís. No sólo en el sentido de la
nstitucionalización, fatal como en cualquier otra obra humana, sino hasta en el propio espíritu. Porque en los
rimeros tiempos la pobreza era un imperativo categórico que condicionaba todo lo demás. Sin embargo, desde
a muerte de San Francisco, Fr. Elías comenzará a construir una basílica de proporciones tan grandes, y llamará,
ara honrar la memoria del fundador, a artistas tan célebres, que no puede menos de notarse un contraste con el
spíritu simple y despegado del Poverello.
os discípulos también lo notaron. Fr. León fue el que capitaneaba a aquellos que no se conformaban con las
daptaciones a los tiempos y a las necesidades nuevamente creadas. El inconformismo fue llevado hasta la
scisión, las riñas, las luchas partidistas. Si algunas de estas luchas degeneraron en campañas contra la
utoridad legítima y hasta contra la jerarquía, no por eso todos los partidarios de la pobreza absoluta cayeron en
ales excesos. Ni todos se dejaron contaminar por las doctrinas apocalípticas de Joaquín de Fiore y de los
Espirituales", o por los herederos de los movimientos heterodoxos y antisociales del siglo XIII.
De cualquier manera la crisis que los Franciscanos tuvieron que superar desde mediados del siglo XIII hasta
nales del siglo siguiente, mostraba cuán difícil de conciliar con la práctica y la vida real, era el ideal del
undador, una vez que la Orden había pasado a ser exclusivamente clerical y responsable del adoctrinamiento
el pueblo. En el fondo la pobreza absoluta estaba en conflicto con el carácter de congregación clerical: porque
a organización tan grande, la constitución de comunidades mayores, la necesidad de estudios serios y
rofundos, las misiones apostólicas de gran alcance, todo eso obligó a un mínimo de estabilización y de
ropiedad colectiva, sin los cuales la propia eficacia de la orden, en sus tareas apostólicas y de servicio de la
glesia, quedaría comprometida. Para los religiosos que tienen fe ciega en el valor de la obediencia, el problema
o era grave: los superiores, con la aprobación del Papa, determinarían qué puntos de la pobreza se deberían
mantener y qué dispensas se podrían tolerar; los superiores, como encargados oficialmente de la interpretación
e la regla, podían hacerlo. Pero si, por el contrario, consideraban el testimonio de pobreza como algo absoluto,
e modo que ni los superiores legítimos, ni el mismo Santo Padre podían dispensar de él a religiosos que
xistían precisamente para dar ese testimonio, no había obediencia que pudiese justificar la tolerancia.
l conflicto, puesto en estos términos, era insoluble. Pero la historia, con la degeneración de los Observantes
acia el campo de la heterodoxia, o hasta, más paradójicamente, con la aceptación por ellos mismos de ciertas
ormas, aunque mitigadas, de propiedad colectiva, se encargaría de dar la razón, si no a la práctica, al menos a
os principios de los Conventuales. Pero éstos, aun con la razón de su parte, no dejarían nunca de sentir, dentro
e su propio seno, la tensión entre el ideal de pobreza tan insistentemente inculcado y tan heroicamente
racticado por su fundador, y la realidad vivida. De ahí el nacimiento y la multiplicación de otras escisiones en
a familia franciscana: Capuchinos, Mínimos, Recoletos, Alcantarinos, etc.
sta evolución era la señal inequívoca de la extraordinaria vitalidad de la Orden de San Francisco, y que la
acía adaptarse constantemente a las diversas épocas por las que iba atravesando. No cabe duda que los
ranciscanos inculcaron a la Iglesia un fervor renovado, y crearon en ella valores de los que aún hoy vivimos.
u espiritualidad había de predominar en la Iglesia durante los siglos XIV y XV, porque habían conseguido
nfluir en la masa del pueblo cristiano, llamando incluso a los más humildes a la práctica de la perfección
vangélica y a la contemplación de las verdades divinas. Otras órdenes e instituciones habría de tomar la
spiritualidad franciscana como punto de partida para los nuevos modos de vivir y de encarnar el mensaje
vangélico.
[Historia de la Espiritualidad. Volumen I. Barcelona, Juan Flors Ed., 1969, pp. 905-913. N. de la R: Aquí
hemos suprimido las notas]
II.- Nuevas formas de vivir
el ideal religioso (siglos XV y XVI)
LOS FRANCISCANOS
por Ignacio Iparraguirre, SI
..]
a Europa medieval había nacido y vivido bajo la hegemonía de las grandes Órdenes religiosas. San Benito es
l padre de Europa y de la Orden que formó su personalidad católica. Los grandes forjadores de la estructura
mental del medioevo pertenecen a las Órdenes mendicantes. Los santos más representativos vestían hábitos
eligiosos.
Nosotros tenemos que comenzar nuestro estudio en el momento histórico en que se inicia el descenso de este
spíritu, y la pérdida de esta hegemonía. El mundo comienza a sentirse molesto con el dominio de los
eligiosos. La evolución de la economía, la mayor libertad de costumbres, el desarrollo del comercio, la
articipación creciente de los seglares en todos los órdenes, iban transformando insensiblemente la estructura
el mundo e imponiendo nuevos modos de pensar y de obrar. Los religiosos cada vez se sentían más extraños
n este nuevo mundo. Palpaban cómo se les escapaba la nueva generación. Vivían demasiado fuera de los
movimientos que estaban transformando múltiples estructuras. Nacían ciudades cada vez mayores en las que no
odían imponerse, como en las tierras semidesérticas de los primitivos monasterios, o en las zonas rurales
ntiguas. El deslizamiento de la sociedad del campo a la ciudad, o mejor la fundación de ciudades en antiguas
ampiñas transformaba no sólo el mundo económico, sino el espiritual.
..]
Con la evolución de la sociedad y la relajación de costumbres, las Órdenes religiosas perdieron su hegemonía,
ero no su influjo. Seguían los conventos abiertos, como centinelas de un ideal sublime. No faltaban varones
nsignes, o al menos observantes y fieles a su vocación. La triste realidad dejaba intacta la grandeza del mensaje
eligioso. No hay que olvidar que sin cesar se daban intentos de reforma, muchos de los cuales cuajaron al
menos por algún tiempo. Siempre había monasterios florecientes, como vigías en el agitado mundo en que se
movía la sociedad. Además casi todas las Órdenes acabaron por aceptar reformas que les devolvieron su
rimitivo fervor.
..]
as causas que acabamos de enumerar hicieron que en todas partes brotara una ansia de vivir el ideal religioso
e un modo más conforme a los nuevos tiempos. El clima de libertad y de revisión que culminó en el orden
terario y artístico en el humanismo y en el renacimiento, penetró en los monasterios y provocó la liberación de
ormas anquilosadas y la renovación profunda de la vida religiosa.
ero toda esta transformación no se realizó de un modo sistemático y gradual, sino como sucede casi siempre,
n un clima de lucha apasionada a través de una marcha irregular y al ritmo de mil imponderables históricos.
altaba el equilibrio y la visión justa de la realidad. Lo nuevo se imponía de un modo impetuoso y arrastraba
muchas veces la sustancia de lo antiguo.
a lucha no fue sólo entre los religiosos y sacerdotes o seglares, entre los representantes del mundo antiguo o
moderno, sino entre los mismos religiosos. Se entremezclaron pleitos, dificultades inmensas entre los amantes
e una observancia más estricta, que pronto comenzaron a llamarse observantes o espirituales, que juzgaban
ecesaria una ruptura total, formar una institución nueva, y los conventuales que querían encuadrar las nuevas
eformas dentro de la organización vigente de las Órdenes. El movimiento se agudizó de modo más hondo entre
os franciscanos. Por ello vamos a contemplarlo primero en ellos.
Un mismo ideal estimulaba a todos: Vivir más íntegramente el Evangelio y para ello vivir una observancia más
stricta.
sta reacción hunde sus raíces en el siglo XIV, momento ya historiado en este libro, pero se desarrolla y toma
ran incremento en el momento actual.
a reforma de la Orden franciscana se desenvuelve dentro de los tristes acontecimientos del siglo XV. Angustia
as almas y envuelve el clima espiritual el caos del cisma de Occidente. No se sabe muchas veces qué papa,
bispo o superior tiene la verdadera jurisdicción.
os turcos avanzan impávidos sembrando la consternación. Encuentran a los príncipes cristianos, y lo que es
eor, a la cristiandad dividida, incapaz de poner un dique eficaz. Invade los espíritus un sentimiento de
esconfianza. Parece todo perdido. Se añora la santidad y pureza antiguas y los espíritus se lanzan a los
xtremos más peligrosos. Por un lado brotan los falsos espirituales y "fraticelli" y por otro la herejía husita,
rimer brote del protestantismo.
n este clima los franciscanos van a encontrar el espíritu animador de su padre. Vuelven a recorrer media
uropa predicando penitencia, presentando a Jesucristo e incitando a vivir el Evangelio con plena autenticidad.
as anécdotas y los episodios parciales no deben hacernos olvidar este espíritu que animaba aquella generación.
No acertaron siempre en el modo concreto de llevar adelante sus propósitos, se entremezclaron motivos
emasiado egoístas en algunas ocasiones, pero continuó siempre vivo el espíritu que acabaría por triunfar y
roducir la deseada reforma.
rimero, como sucede siempre, fue un estado latente, una ansia interna que se mostraba aquí y allá de modos
iversos. Principalmente en Italia, Francia y España cada vez son más numerosos los religiosos que simultanean
a predicación pobre y evangélica, con una vida de austeridad y pobreza. Se pueblan antiguas ermitas, el
movimiento logra extenderse y organizarse pronto en Francia en torno al monasterio de Mirebeau, desde donde
e organiza una acción más espiritual y conforme a las exigencias del nuevo tiempo. Se fomenta el apostolado,
ero también el estudio y el conocimiento de las nuevas ciencias. En Italia van pasando paulatinamente algunos
e los más venerandos conventos, como los de la Porciúncula de Asís y el de La Verna, a la jurisdicción de los
bservantes. Poco a poco se va intensificando el movimiento y ganando más adeptos. Era una marea que
vanzaba sin cesar. En el concilio de Constanza doscientos observantes pidieron que se aplicaran una serie de
medidas que facilitara el paso de los conventuales a la estricta observancia. Entre otras, la constitución de doce
onventos reformados en cada provincia y la facultad de elegir un ministro provincial propio, aunque sujeto al
ministro General.
l Concilio concedió además la facultad de elegir un vicario propio en cada una de las tres provincias francesas.
ero los ministros provinciales se mostraron hostiles a este privilegio. Veían en esta concesión un germen de
onda división interna y el comienzo de la ruptura de la unidad de la Orden.
ero el movimiento se desarrollaba y la sed de evangelismo puro y de pobreza abrasaba a más y más
ranciscanos.
No nos interesa ahora la historia de los vaivenes por que pasaron los múltiples intentos de reforma, sino la razón
ntima que daba fuerza a este movimiento, la sed de Evangelio puro y de pobreza auténtica franciscana.
l movimiento fue avanzando sin cesar y ganando más adeptos. Pronto encontró al hombre providencial que iba
conseguir polarizar las energías y ansias que bullían en el ambiente y encauzar el poderoso movimiento, san
Bernardino de Siena.
ENTIDO DE LA ACCIÓN
DE SAN BERNARDINO DE SIENA
Durante cuarenta años este hombre, delicado de cuerpo y de ánimo, recorre la Italia central y septentrional a
ie, o, si está enfermo, en un asnillo; predica en las campiñas antes del alba, predica en las plazas abarrotadas de
ente, predica hasta cuatro horas seguidas; dirige la Observancia en Italia, funda conventos o los reforma,
conseja a pontífices, príncipes, comunes, sugiriendo no pocas veces Reformas a leyes que atañen a las
ostumbres. Con una riqueza y propiedad de lenguaje que nos dan la prosa más fresca del Renacimiento, fustiga
a vanidad de la mujer, la avaricia del mercader y del usurero, el lujo de los grandes, las supersticiones y los
icios del pueblo, los abusos de los magistrados, los odios y las venganzas de facciones; predica la devoción al
anto Nombre de Jesús recogiéndola de san Pablo, san Bernardo y san Buenaventura; forma con este Santo
Nombre un escudo o banderín solar, que responde a su concepto gozoso de la Divinidad y a la necesidad de
oncretez y de belleza de la religiosidad italiana en el siglo XV. Dentro del esquema homilético, como bajo las
utilezas populares de sus sermones, circula la doctrina franciscana en las imágenes más plásticas, en las
xpresiones más concisas: el conocimiento es amor (conoce más el que ama que el que no ama); el deber es
mor (todo se reduce a este felicísimo arte de amar); la beatitud es amor (si quieres el paraíso de aquí y de allá,
ma a Dios). Su concepción de los estudios, de la educación, de la patria, del arte, de los deberes civiles y
ociales, es moderna y estupendamente italiana. Ella lleva la concretez franciscana a su perfección literaria y la
legría franciscana a su actuación real» (El Franciscanismo, 1940, 118-119).
ste es el santo que supo con su ejemplo y palabra encauzar el movimiento reformador entre el pueblo y entre
os religiosos. No se limitó a eliminar abusos. Reemplazó las cartas de juego por tablillas del nombre de Jesús,
os libros profanos por los útiles, el ansia de independencia y libertad por correrías apostólicas bien dirigidas y
rganizadas. Así consiguió fomentar las obras de caridad, lanzar a los suyos a grandes empresas misioneras,
estaurar la vida de comunidad, hacer, en una palabra, que se viviera el Evangelio de modo más puro y
uténtico.
an Bernardino de Siena consiguió no sólo encauzar la reforma, sino encontrar los hombres aptos para que la
ifundieran y continuaran. Con suavidad, con su fuerza y sobre todo con su santidad consiguió atraer a la Orden
ranciscana a una pléyade de apóstoles que consolidaron definitivamente la reforma. Entre éstos descuellan tres
ue formarán con él, en frase del citado P. Gemelli, «el grande quatriunvirato de la Observancia»: el humanista
Alberto de Sarteano que deja la escuela de Guarino por la del Evangelio vivido en la observancia franciscana; el
magistrado Giacomo de la Marca y sobre todo el plurifacético y universal san Juan Capistrano.
al vez sin la acción de este último insigne discípulo de san Bernardino, la acción reformadora se hubiera
iluido o al menos se hubiera reducido a un movimiento de poca resonancia. San Juan Capistrano volvió a
ncorporar el franciscanismo vivo y floreciente en la nueva sociedad que se estaba formando en Europa. Es el
ran propagandista y difusor de la idea por los campos de Europa.
i san Bernardino fue el cerebro y el corazón de la reforma, san Juan Capistrano fue la mano y los pies. La
ogió con su fuerte personalidad y la llevó a los últimos confines de Europa.
Desde joven se había formado para la misión pública y universalista. Nacido en Capistrano (Áquila), estudió
urisprudencia en Perusa, entonces ciudad pontificia, llegó a ser gobernador de la ciudad de Ladislao de Duraza.
ntervino en varias batallas. Hecho prisionero, sufrió una fuerte crisis religiosa y movido por san Bernardino
istió el hábito franciscano en 1416. Durante cuarenta años se movió sin cesar por las más diversas naciones. Se
e ha llamado el hombre de Europa. Desde su ingreso en la Orden en 1416 hasta su muerte en 1456 toma parte
n los sucesos más importantes de Europa. Primero la recorrió de punta a punta predicando como simple
ranciscano. Se fue primero de Irlanda a España, pasó después a Europa central. Llegó hasta Rusia, amenazada
e la invasión musulmana. Si san Benito había formado Europa con sus monasterios, el santo quería
ecristianizarla con sus sermones. Le acompañaban una pequeña escolta de franciscanos, algunos de ellos
ntérpretes, otros ayudantes en las mil faenas, organizadores de los viajes. Era un pequeño convento franciscano
mbulante, o mejor, una reproducción del grupo apostólico.
Generalmente tenía que predicar en las calles y plazas, porque las iglesias eran insuficientes para contener la
muchedumbre inmensa que quería escucharle. Hablaba dos o tres horas, invitando a la penitencia y a la práctica
el Evangelio. Visitaba los enfermos, se interesaba por los pobres. En una palabra, procuraba imitar la vida de
esucristo. Era la renovación y vivificación del más puro franciscanismo. La gente se creía transportada al siglo
XIII junto a san Francisco de Asís o alguno de sus discípulos.
an Juan Capistrano fue sólo el más eminente de los grandes predicadores franciscanos del momento. Otros
muchos surcaban Europa en todas direcciones. No todos tenían sus dotes oratorias, ni atraían a las masas con
uerza semejante, pero todos iban diseminando la buena nueva y acercando al pueblo a Cristo.
No vamos a acumular nombres. Citemos sólo de entre la pléyade de predicadores que surcaron media Europa,
tro santo canonizado también, conquistado por san Bernardino: san Jacobo de la Marca, y cinco beatos:
Alberto de Sarteano, Bernardino de Feltre, Mateo de Girgente [o Agrigento], Miguel de Carcano y Ángelo
Carletti, nombrado por Sixto IV comisario de la cruzada y por Inocencio VIII Nuncio contra la invasión de los
Valdenses.
ero san Juan Capistrano fue mucho más que un predicador: fue Nuncio apostólico, Inquisidor General en
Alemania contra la herejía husita, organizador de cruzadas, consejero y sostén de príncipes y aun de papas. No
ominaba con armas, sino con la oración y su personalidad. Nombrado legado contra todas las herejías recorre a
ie la parte centro y norte de Europa. No descansa un momento. Pero todo esto sale ya del marco de nuestro
uadro.
sta acción plurifacética, pública, universal, entraba muy dentro de su plan reformador no sólo del pueblo, sino
e los franciscanos. No entendía la reforma como un mero estrechar más la observancia, sino como un devolver
l espíritu y sentido franciscano a su acción. Primero quiso poner delante de todos un campo infinito de
osibilidades apostólicas, despertar el celo, hacer ver la necesidad de la pobreza y autenticidad franciscanas
ara convertir y transformar las almas.
ue su gran misión, en la que triunfó plenamente. Repetidamente nombrado Vicario general de su Orden pudo
esde su alto puesto encauzar las energías y ofrecer siempre más y más campos de acción y coordinar los
sfuerzos de observancia dentro del cauce más puramente franciscano.
sta fue su gran victoria. En cambio no consiguió triunfar en la misma constitución jurídica de la reforma. Por
e pronto no consiguió evitar la escisión de la Orden.
ropuso un estatuto, las llamadas constituciones martinianas, que sirviera de base de unión a todas las ramas
ranciscanas. Él, diplomático, se ilusionó con que iba a encontrar un terreno común a todos. Procuró evitar por
n lado el laxismo y por otro el rigorismo, de modo que los representantes de todas las tendencias pudieran
dmitir su proyecto.
ero de hecho no consiguió complacer más que a un grupo reducido. En vez de servir de lazo de unión, fue
casión de que brotara una nueva rama más, la llamada de los conventuales reformados.
iguieron las propuestas y los intentos de unión. No vamos a hacer la historia externa de la reforma franciscana.
Baste indicar que el santo quiso obtener de Eugenio IV la unión de todas las ramas por diversos medios que
ampoco cuajaron. Para legalizar de algún modo el estado confuso que se sucedía de esta continuación de dos
endencias casi acéfalas e independientes en la realidad, sin serlo jurídicamente, se nombraron sendos vicarios
enerales para cada una de las dos ramas, con lo que la escisión se hizo todavía más fuerte.
ero el espíritu inoculado por el santo quedaba en pie. Los observantes iban haciendo prosélitos en todas partes.
s verdad que la reforma se llevó adelante no pocas veces en un clima de pasión y lucha que provocó no pocos
momentos de fuerte tensión y actitudes exageradas. Pero con el tiempo se posaron los ánimos, se evaporó el
olvo de la pasión y se afirmó victorioso el espíritu lo mismo entre los observantes que entre los conventuales.
l movimiento comportó delicados problemas de jurisdicción y organización. La fuerza del fervor fue
epurando el organismo religioso y quemando la escoria acumulada por años, suprimiendo los abusos en
materia de pobreza y restaurando el primitivo espíritu franciscano.
REFORMA EN ESPAÑA
Ya que no podemos hablar de todos los movimientos reformatorios, digamos al menos dos palabras sobre cómo
ue desenvolviéndose en España, aunque tenemos que confesar que conservamos muy pocos datos y muy poco
recisos sobre los diversos grupos de reformadores que comenzaron a pulular en diversas partes de Galicia,
Aragón y Castilla.
os reformadores iban a morar a parajes solitarios, muchas veces a ermitas. Vivían en la más absoluta pobreza.
No se preocupaban de escribir la historia de sus fundaciones. Más tarde cuando fueron transformándose
quellas primitivas sencillas moradas en centros de irradiación reformadora, comenzó la leyenda a
ntremezclarse con la verdad y a dorar y exaltar los sencillos comienzos.
Como hemos visto en Italia, fue al principio un espíritu, un anhelo, que cuando encontraba algún hombre que
upiera canalizarlo, cristalizaba en un monasterio o en un movimiento reformador.
Uno de los que logró cuajar de modo más hondo fue el que llevó a cabo Pedro de Villacreces ayudado de Pedro
e Santoyo († 1431) y de Lope de Salazar († 1463). [Archivo Ibero-Americano, vol. 17, 1957, está dedicado
ntegramente a la reforma de los franciscanos en España durante los siglos XIV y XV. Es lo más completo que
oseemos. Estudia primero la reforma en las diversas partes de España y después se fija especialmente en la
eforma villacreciana. Publica muchos escritos villacrecianos inéditos. Sobre san Pedro Regalado véanse las pp.
01-579].
edro de Villacreces, que se había graduado en teología en la Universidad de Salamanca, llevado de un afán de
mayor austeridad y pobreza, abandonó sus monasterios, pero no pasó a ningún convento observante, sino que,
revio el permiso de Benedicto XIII, se retiró a una solitaria cueva de Arlanza. Allá simultaneaba la vida de
ración y penitencia, como auténtico franciscano, con la de la caridad y apostolado. Después de pasar allí un
úmero de años, que ignoramos, pasó a tierras de Guadalajara, a La Salceda, donde consiguió atraer discípulos
constituir una comunidad de menores observantes que siguieran una vida la más parecida posible a la que san
rancisco de Asís vivió en sus primitivos tiempos.
a fundación fue extendiéndose poco a poco. Pasó más tarde a La Aguilera (entre Aranda y Roa, en la
rovincia de Burgos), donde consiguió consolidar más la obra. Se le fueron agregando los primeros discípulos
a nombrados, Pedro de Santoyo y Lope de Salazar. Se mantenían sujetos a los provinciales de la Orden, no
omo los observantes que se sometían sólo a un Vicario General, pero separados siempre en sus casas lo mismo
e los conventuales que de los observantes. Soñaban con una fundación que uniera las existentes, aunque de
echo su obra fuera más que un lazo de unión, una rama nueva.
os observantes habían conseguido una bula de Benedicto XIII para que el eremitorio de La Aguilera pasase a
epender del convento de santo Domingo de Silos a la muerte de Villacreces, o antes, si accedía éste a su
gregación. El eremita manifestó entonces el temple franciscano que le animaba. Acompañado de Lope de
alazar, se fue predicando y pidiendo limosna hasta Constanza donde el Papa había reunido el concilio
niversal. Habló allí con el general de la Orden y consiguió del nuevo papa, Martín V, primero la confirmación
e su reforma y más tarde la facultad de elegir un vicario general para sus dos conventos de La Aguilera y El
Abrojo. Murió Villacreces en 1422. Había preferido mantenerse con unos pocos religiosos en los dos únicos
onventos de La Aguilera y El Abrojo.
A su muerte se dibujaron dos tendencias. Los que deseaban continuar con el número reducido de entonces y los
ue deseaban ampliar las fundaciones. Las dos tendencias estaban capitaneadas por dos íntimos discípulos de
Villacreces. La primera por san Pedro Regalado, la segunda por Lope de Salazar. Al primero le seguían los
menos. El segundo, decidido a extender la obra, se separó con sus secuaces de su gran amigo san Pedro
Regalado y comenzó, con la autorización del ministro provincial de Castilla fray Juan de Santa Ana, a
esarrollar la obra. Poco a poco comenzaron a levantarse nuevos monasterios en los principales pueblos del
Burgos de entonces: Briviesca, Belorado, Poza y otros similares. Amplió además su reforma extendiendo su
egla a mujeres que quisieran servir a Dios en el rigor de la vida primitiva franciscana. Establecía estas
omunidades junto a la de varones para que pudieran gozar de su ayuda. Fundó los primeros en Briviesca y
Belorado.
as fundaciones iban abriéndose camino. Se interesaron por ellos reyes y la nobleza castellana. Lope fue
onsiguiendo breves pontificios y aprobaciones de sus superiores que gradualmente iban precisando los límites
el instituto. Se entremezclaron también numerosas contradicciones que no nos toca relatar.
iguió así la reforma hasta 1463 en que los conventos tuvieron que pasar a la Observancia.
Mientras fray Lope seguía extendiendo la reforma por Castilla, san Pedro Regalado continuaba su vida de
ncreíble austeridad y penitencia en los eremitorios Domus Dei de La Aguilera y Scala Coeli del Abrojo.
Designado por unanimidad para gobernarlos se afanó por todos los medios por conservar el espíritu primitivo.
a historia externa del santo es muy incierta. Íbamos a decir que no la tuvo. Su misión era la de testimoniar con
u santidad el valor de la reforma.
¿Cuál es su verdadera significación dentro de la reforma villacreciana? ¿Le corresponde en verdad al título de
eformador? Mucho y de muy diversa manera se ha dicho y escrito a este propósito... pero diremos, resumiendo,
ue san Pedro Regalado ni fue el primer discípulo de Villacreces ni tomó parte alguna en la fundación de La
alceda, de La Aguilera ni de Compasto por la sencilla razón de que todas estas fundaciones estaban hechas
uando se incorporó a La Aguilera muy niño todavía. A lo sumo, le acompañó en la fundación del Abrojo.
No fue fundador, ni reformador, porque no fundó ni reformó nada. Lo que hizo fue conservar la herencia que le
ejara su maestro. Para nosotros la gloria principal de Regalado y el título que en justicia se merece es que fue
l santo de la reforma villacreciana, pues ascendió hasta la cumbre de la santidad siguiendo la doctrina
spiritual de su venerable maestro. Ante esto caen por su base las deleznables glorias humanas, los panegíricos
xaltados y desprovistos de base documental. Si san Pedro Regalado no fue uno de los grandes reformadores de
spaña, le cabe la gloria de ser el único santo de la reforma villacreciana» (AIA, 17,1957, 505-506).
s el aspecto que aquí nos interesa. La savia interna reformadora que se iba perpetuando por debajo de las mil
ircunstancias históricas. Santos, como san Pedro Regalado, iban transmitiendo ese jugo vital a través de todas
as contingencias e hicieron que se mantuviera vivo el espíritu y prepararon el terreno a la reforma definitiva y
niversal de Jiménez de Cisneros.
Deseamos añadir todavía dos palabras sobre otra figura simpática de este clima espiritual de la reforma
ranciscana española, el lego converso san Diego de Alcalá († 1463). Nacido en un pequeño pueblo de Sevilla,
asó casi toda su vida peregrinando por Andalucía, Canarias y Castilla dejando siempre tras sí una estela de
aridad y amor. Aprovechó la ida a Roma el año santo de 1450 para cuidar numerosos enfermos. Permaneció
es meses en el convento de Aracoeli, estableciendo allí su cuartel general de caridad. Dios le concedió el don
e milagros. Se convirtió en un taumaturgo popular del siglo de oro, desde su sepulcro de Alcalá. Le traemos
quí para iluminar con un punto luminoso más la línea de santidad que iba uniendo los diversos movimientos de
eforma y manteniendo límpida la esencia franciscana.
Después de seis siglos y sobre todo después de la transformación operada en los gustos y aficiones de las
ersonas, no nos poderlos dar idea de lo que suponía para el pueblo del siglo XV esta serie casi ininterrumpida
e tanteos, reformas, luchas. Cada una tenía un protagonista. Se realizaba en un sitio determinado. Los
moradores de cada región se dividían, al igual que los propios religiosos, en bandos. Seguían las incidencias con
reciente interés, esperando ver triunfar a su favorito. Era un campeonato de intereses trascendentales y serios.
a solución repercutía en la marcha de la vida de muchas personas.
A veces celebraban entusiasmados una victoria brillante, como la conquista de los observantes en 1445 del
onvento de Aracoeli, cuartel general romano del franciscanismo. Otras veces se sentían arrastrados por los
randes predicadores de la época ya mencionados, que les hacían vibrar al unísono con sus ideales.
l pueblo seguía con pasión esta "cruzada espiritual", esta nueva conquista de la tierra santa de los monasterios
rofanados por la relajación. La vista de estos cruzados espirituales que recorrían los pueblos y campiñas
estidos como ellos, sin hábitos solemnes ni amplias cogullas monacales, predicando el Evangelio, instigando a
a reforma de costumbres y suscitando un amor tierno a la persona de Jesucristo y de la Virgen -san
Buenaventura y san Bernardo eran los grandes inspiradores de estos itinerantes-, fue sacudiendo la conciencia
opular del siglo XV de modo impresionante. Les encontraban en sus casas y plazas. No tenían que ir, como
ntes, a los monasterios o a las catedrales. A la vez esta acción fue devolviendo paulatinamente a los
mendicantes el prestigio perdido, creando en el pueblo un nuevo sentimiento de admiración hacia aquellos
hermanos" que predicaban el mensaje de Cristo con un desprendimiento y abnegación poco comunes en aquel
ruce de épocas en que el desarrollo y la abertura en todos los órdenes iba estimulando el goce y la posesión de
os bienes de aquí abajo y olvidando los de allá arriba.
xistía otro factor importante que obligaba al fiel de entonces a considerar como propias estas contiendas, a no
oder contemplarlas como fríos e indiferentes espectadores. La mayoría de los verdaderamente devotos
ertenecía a alguna de las grandes terceras órdenes. La espiritualidad de entonces, de carácter marcadamente
eligioso, tenía que polarizarse necesariamente en torno a las grandes Órdenes religiosas. Nacieron merced a
ste impulso las ramas femeninas y las órdenes terceras. No se concebía otra forma de ser seglares santos, como
penas se concebía otra forma de vivir otro estado de perfección que el de los religiosos.
ue mérito insigne de san Francisco y de los franciscanos el haber sabido dar cuerpo a esta ansia del alma,
aber sabido extender al pueblo el poder santificador de la vida religiosa y hacer que mediante una adaptación
e las prácticas de la vida religiosa pudieran muchos seglares llegar a una alta santidad.
l fenómeno nació en el siglo XIII, y por ello no nos toca relatarlo aquí, pero en el siglo XV continúa de lleno
a fuerza del movimiento y constituía el cauce normal de la santificación del pueblo. En todas partes florecían
onfraternidades, cofradías que querían ser como centros de irradiación religiosa. Construidas bajo el patrón de
lguna Orden religiosa, sus cofrades vivían con intensidad prácticas y ejercicios propios característicos de la
Orden de que dependían. Se dedicaban a prácticas de piedad, cuidado de los enfermos, asistencia de
menesterosos o moribundos, remedio de alguna plaga social. Muchas veces algún religioso dirigía su actividad.
articipaban de las indulgencias de la Orden madre, miraban a sus santos como propios, vestían incluso a veces
n sus reuniones escapularios o hábitos acomodados.
e olvidan demasiado los lazos íntimos que anidaba al pueblo de entonces con los religiosos y el reflejo popular
ue necesariamente tenían que tener en ellos la contienda sobre el modo de vivir la vida religiosa. Los
roblemas de los religiosos eran sus problemas. También ellos querían vivir con más intensidad el Evangelio y
eguían ansiosos las luchas de sus guías.
sta tensión e interés obraban favorablemente en sus ánimos y hacía que insensiblemente fueran penetrando en
u ser los ideales que estaban en juego, los grandes principios de cada uno de los bandos. Este estado espiritual
avoreció el acercamiento de religiosos y del pueblo y a la comprensión íntima y vital de las realidades
obrenaturales más que muchos sermones y lecturas.
l ojo sencillo del pueblo religioso veía en las luchas más que las inevitables mezquindades y los egoísmos
mundanos, el valor encerrado en un régimen de vida atacado tan violentamente y por cuya consecución estaban
brando batallas tan violentas.
..]
..]
RETORNO AL FRANCISCANISMO
A TRAVÉS DE LOS CAPUCHINOS
Queremos asociar a estas dos Órdenes, la de los capuchinos, más íntimamente unida que las dos anteriores con
as antiguas Órdenes. Quería ser la forma moderna, la vivificación de una de las Órdenes antiguas más
eneméritas. Sus secuaces creían que el espíritu franciscano primitivo, vivido en su pureza genuina sin
mitigación ni privilegio alguno, seguía teniendo una gran actualidad y contenía un mensaje que la sociedad del
iglo XVI debía recoger.
ra el ideal que movía a un grupo de franciscanos que no se sentían satisfechos con la solución dada al
roblema entre conventuales y observantes. Creían que la vida que llevaban no respondía a la mente de san
rancisco. Y ellos querían vivir el franciscanismo en toda su integridad. Tres religiosos lograron dar cuerpo a
stas ansias y atraer a un grupo de los descontentos. Eran los PP. Mateo Serafín de Bascio, y Luis y Rafael de
ossombrone.
revia autorización pontificia conseguida en mayo de 1526, abandonaron los conventos para implantar un
égimen de vida en todo conforme con la regla y testamento primitivo de san Francisco, sin admitir glosa ni
rivilegio alguno. A los solos dos años, el 3 de julio de 1528, Clemente VII aprobaba solemnemente la nueva
amilia religiosa.
os nuevos religiosos, llamados primero popularmente y después oficialmente capuchinos, comenzaron a imitar
los primitivos franciscanos. Iban por todas partes predicando la penitencia y la renovación de costumbres. Se
es reconocía por su capucha, el desaliño de su cuerpo, la barba espesa que cubría su rostro. Se les presentó
ronto una ocasión para mostrar la autenticidad del espíritu que les animaba. La peste que asoló a la región de
Camerino. Ellos se dedicaron con caridad heroica a los apestados, dando ejemplo sublime de abnegación. Fue
ara muchos la prueba definitiva. Desde ese momento comenzaron personas influyentes, nobles de la alta
ociedad a favorecerles abiertamente. La duquesa de Camerino se constituyó en su gran defensora.
stablecieron muy pronto en Roma el cuartel general de sus actividades, tomaron el cuidado del hospital de san
acomo, con lo que se ganaron al pueblo romano y a altos exponentes de la Curia romana.
u expansión fue extraordinariamente rápida, prueba de que respondían a una exigencia del tiempo y del
rraigo que tenía en el pueblo el ideal franciscano. En 1536 eran 700 y en 1571 llegaban en sólo Italia a 3.300.
a expansión fuera de Italia comenzó con Gregorio XIII. Siguió también un ritmo vertiginoso y en pocos años
e extendieron por España, Suiza, Bélgica y las principales naciones germanas.
Recordemos sólo dos santos. Uno de ellos demasiado olvidado, san José de Leonesa.
Ansiando emular las hazañas de san Francisco, se dirigió en 1587 a predicar la fe a Constantinopla. Allá asistía
los prisioneros y cautivos y consiguió reconducir a la fe a un obispo apóstata. Lleno de valentía apostólica
redicó delante del mismo sultán, Murad III, quien, fuera de sí, le castigó a uno de los suplicios más dolorosos:
morir suspendido del patíbulo con dos garfios, uno en la mano y otro en el pie. Estuvo así tres días, pero fue
berado milagrosamente. Siguió trabajando hasta que, expulsado, salió de Constantinopla en 1589. Siguió
redicando el mensaje evangélico por toda Italia. Pero no se contentaba con una acción disgregada y de paso.
Quiso remediar los problemas del modo más eficaz posible y para ello fue promoviendo obras de asistencia
ocial, cono Montes de piedad, hospitales, compra y venta de trigo.
l otro santo es una figura mucho más conocida, recientemente proclamado doctor de la Iglesia, san Lorenzo de
Brindisi. Una figura al igual que la de san José de Leonesa, que nos muestran cómo los capuchinos no se
educían a copiar servilmente el paradigma franciscano del siglo XIII. Lo adaptaban a los nuevos tiempos. El
anto de Leonesa se interesó con fórmulas nuevas por los problemas sociales, el de Brindisi se afanó por
esponder adecuadamente a las dificultades teológicas de los protestantes y judíos.
Nuestro santo recibió una formación excepcional, una prueba más de que para los capuchinos no estaba reñida
a austeridad y pobreza con la cultura. Estudió en la universidad de Padua. Se familiarizó con los problemas
scriturísticos del tiempo. Pudo discutir con judíos y herejes directamente sobre el texto hebreo. Su
onocimiento de lenguas fue extraordinario. Conoce, además del latín y su lengua materna, el alemán, francés,
riego, hebreo, siríaco, arameo, caldeo.
an Lorenzo es el Canisio capuchino. Recorre toda Italia, pasa a Austria, Bohemia, Hungría, Suiza y más tarde
Francia, España y Portugal. En todas partes lleva una campaña antiprotestante eficaz. No es el predicador
medieval que arrastra con resortes oratorios, es el polemista que pone delante con claridad y vehemencia el
roblema, muestra los puntos débiles, da la doctrina verdadera, expone las consecuencias con fuerza y vigor,
efuta brillantemente las dificultades. Su acción es eminentemente pastoral. Quiere poner al alcance de todos la
octrina de los Padres, las verdades fundamentales de la Iglesia.
No se contenta con refutar oralmente los errores protestantes. Publica obras principalmente de índole
scriturística y pretende organizar una liga de príncipes católicos alemanes que pusieran un dique de contención
la infiltración protestante.
a línea moderna de organización y de planes bien elaborados se entremezcla con los medios clásicos de
postolado. Sabe dar al espíritu franciscano el cauce moderno que necesitaba. El santo se ocupó también de la
onversión de los judíos y de la lucha antiturca. No tenía miedo de dialogar con los judíos sobre la
nterpretación de la sagrada Escritura. Les conquistaba con sus mismas armas. Y fue un consejero iluminado de
os príncipes alemanes en sus luchas contra los turcos. A él se debe en gran parte la victoria que el príncipe
elipe Manuel de Lorena obtuvo en 1601 en Stuhiweissemburg contra un ejército de turcos calculado en 80.000
ersonas.
stas dos figuras son dos puntos elevados de una línea constante de acción capuchina. Supieron dar a la
spiritualidad y al apostolado un nuevo ardor, introducir en la piedad una tensión espiritual, un clima impulsivo,
iríamos, febril, gracias al cual se lanzaban a la lucha en un momento en que los enemigos mostraban tanto
rdimiento y valentía.
No nos toca a nosotros historiar las vicisitudes de la historia capuchina. No nos puede extrañar que un grupo de
bservantes iniciara al principio una campaña contra la nueva rama, y les acusaran de quebrantar la decisión
ontificia de León X, y de anteponer sus escritos personales a la clara voluntad de los papas que habían
uficientemente expresado el modo de vivir el espíritu franciscano en aquellos tiempos.
s lógica esta actitud inicial, en momentos de tantos movimientos seudomísticos, y cuando se veían los
menores observantes cogidos por dos fuegos, desde dos extremos opuestos, el de los conventuales y el de los
apuchinos.
e agudizó con la clamorosa defección y apostasía del tercer vicario general capuchino, Bernardino Occhino.
ero pasó el período de confusión, y la Orden capuchina fue difundiéndose como pocas. En 1619, cuando los
ontífices la consideraron ya como una Orden enteramente independiente, contaba con cerca de 15.000
miembros.
No cabe duda de que consiguieron dar a la nueva generación, la esencia más pura del franciscanismo. La
usteridad externa, el dinamismo apostólico, la valentía y eficiencia de su acción impresionó profundamente a
n pueblo que vivía en un momento histórico en que las formas externas, el heroísmo, la actitud conquistadora
ormaban los valores más estimados.
TORIA DEL PESEBRE
sebre lo inventó San Francisco de Asís, el santo de la humildad y de la pobreza, en la Navidad de 1223, hace mucho
n el pueblecito de Greccio, en Italia.
cisco estaba débil y enfermo, y pensando que tal vez aquella sería su última Navidad en la tierra, quiso celebrarla d
era distinta y muy especial.
migo de Francisco, el señor Juan Velita, era dueño de un pequeño bosque en las montañ
cio, y en el bosque había una gruta que a Francisco se le parecía mucho a la cuevita donde nació Jesús, en los camp
n, y que él había conocido hacía poco en su viaje a Tierra Santa.
cisco habló con su amigo, le contó su idea de hacer allí un “pesebre vivo”, y juntos lo prepararon todo, en secreto, pa
una sorpresa para los habitantes del pueblo, niños y grandes.
e la gente del pueblo, Francisco y Juan escogieron algunas personas para que representaran a María, a José, y a los pas
icieron prometer que no dirían nada a nadie antes de la Navidad, y, siguiendo el relato del Evangelio de San L
araron la escena del nacimiento. ¡Hasta consiguieron un hermoso bebé para que representara a Jesús!
oche de Navidad, cuando todas las familias estaban reunidas en sus casas, las campanas de la iglesia empezaron a
… ¡Tocaban y tocaban como si hubiera una celebración especial!… Pero nadie sabía qué estaba pasando… El Párro
lo no había dicho que fuera a celebrar la Misa del Gallo… la Misa de Medianoche….
rendidos y asustados a la vez, todos los habitantes de Greccio salieron de sus casas para ver qué estaba sucediendo… Ent
n a Francisco que desde la montaña los llamaba, y les indicaba que subieran donde él estaba.
Alumbrándose con antorchas, porque la noche estaba muy oscura y hacía mucho frío,
rigieron al lugar indicado, y cuando llegaron quedaron tan admirados, que cayeron de rodillas, porque estaban viend
nunca habían pensado poder ver. Era como si el tiempo hubiera retrocedido muchos, muchos años, y se encontrar
n, celebrando la primera Navidad de la historia: María tenía a Jesús en sus brazos, y José, muy entusiasmado, conve
n grupo de pastores y pastoras, que no se cansaban de admirar al niño que había acabado de nacer…
ués, cuando todos se calmaron, el sacerdote, que había sido cómplice de Francisco y de Juan Velita en aquel secreto, c
nta Misa, y Jesús se hizo presente en el Pan y el Vino consagrados, como pasa siempre que se celebra una Misa en cua
del mundo.
inada la Eucaristía, Francisco, lleno de amor y de alegría, les contó a todos los presentes, con lujo de detalles, la he
ria de la Navidad, y Jesús, “luz del mundo”, llenó sus corazones de paz y de amor.
años más tarde, Francisco de Asís murió, dejándonos esta hermosa costumbre de hacer el pesebre todos los años,
s nos gusta tanto.
ESPECIAL DE NAVIDAD
O : NAVIDAD : ORIGEN DEL PESEBRE
a costumbre de representar el nacimiento de Jesús con figuritas, se originó en la Edad Media, cuando en el siglo XIII, San
isco de Asis lo hizo por primera vez.
arentemente, el fraile se encontraba predicando en la capiña de Rieti, Italia. El crudo invierno se avecinó
ue vestía con harapos, buscó abrigo en la ermita de Greccio. En estas circunstancias, llegó la Navidad de
.
n Francisco estuvo en el bosque orando y meditando en el Evangelio según San Lucas, cuando tuvo la
ación de recordar ese gran momento del nacimiento del niño Jesús.
nstruyó entonces una chozita con paja, imitando el portal donde la Virgen había pasado la noche de su
bramiento. Llevo un pesebre al interior, trajo un burro y un buey, e invitó a todos los lugareños a
sentar la hermosa y emotiva escena.
poco tiempo, toda Italia estaba haciendo lo mismo. De ahí se difundió a España y luego a toda la Europa
ana.
costumbre fue tan bien recibida y tan promovida por la Iglesia, que Latinoamérica adoptó la tradición, incluyendo sus figu
anales que hoy son muy cotizadas cuando son antiguas.
a Corona de Adviento
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orona de Adviento tiene su origen en una tradición pagana europea que consistía en prender velas du
vierno para representar al fuego del dios sol, para que regresara con su luz y calor durante el invierno
eros misioneros aprovecharon esta tradición para evangelizar a las personas. Partían de sus costumbr
enseñarles la fe católica. La corona está formada por una gran variedad de símbolos:
orma circular
rculo no tiene principio ni fin. Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y tambié
tro amor a Dios y al prójimo que nunca debe de terminar.
ramas verdes
e es el color de esperanza y vida, y Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y
a eterna al final de nuestras vidas. El anhelo más importante en nuestras vidas debe ser llegar a una
n más estrecha con Dios, nuestro Padre.
cuatro velas
hace pensar en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Despué
imera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el
erso como las velas la corona. Así como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los sig
ueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo.
cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos
ento al hacer la oración en familia.
manzanas rojas que adornan la corona representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva que
ron el pecado al mundo pero recibieron también la promesa del Salvador Universal.
stón rojo representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve.
erencias
s preferible elaborar en familia la corona de Adviento aprovechando este momento para motivar a los
s platicándoles acerca de esta costumbre y su significado.
a corona deberá ser colocada en un sitio especial dentro del hogar, de preferencia en un lugar fijo don
dan ver los niños de manera que ellos recuerden constantemente la venida de Jesús y la importancia d
ararse para ese momento.
s conveniente fijar con anticipación el horario en el que se prenderán las velas. Toda esta planeación h
las cosas salgan mejor y que los niños vean y comprendan que es algo importante. Así como con
ipación preparamos la visita de un invitado importante, estamos haciendo esto con el invitado más
ortante que podemos tener en nuestra familia.
s conveniente también distribuir las funciones entre los miembros de la familia de modo que todos
cipen y se sientan involucrados en la ceremonia.
ejemplo:
encargado de tener arreglado y limpio el lugar donde irá la corona antes de comenzar con es
ición navideña.
versalCtg
VERSAL
ad es una de las fiestas más importantes del cristianismo, pues en ella se conmemora el nacimiento de Cristo, fruto de la concepción de la Virgen M
ra del Espíritu Santo. Esta celebración cuenta con un enorme arraigo en gran parte del mundo y, como cualquier festividad, lleva consigo una serie
os cuyos orígenes se remontan en el paso de los siglos. A continuación su origen y significado.
Magos
eyes Magos son sacerdotes pertenecientes a la religión de Zoroastro, profeta de la antigua Persia. Sus nombres son Melchor, Gaspar y Baltasar y la
ón cuenta que vinieron de Oriente en número de tres y que iban guiándose por una estrella, conocida como “la estrella de Belén”, que les condujo
el Niño Jesús recién nacido y lo adoraron, ofreciéndole oro, incienso y mirra.
la
ella, que se ubica en la parte superior del árbol de Navidad, representa el firmamento eterno donde reside la Divinidad y la Fe que debe guiar la vi
no, recordando así a la estrella de Belén que iluminó el camino de los Reyes Magos.
liza la esperanza y la luz para alcanzar una vida mejor.
de Navidad
ienzos del siglo VIII un monje benedictino llamado Winfrid, más conocido como San Bonifacio, sintió la llamada de evangelizar los pueblos paga
a Central, la predicación no fue tarea fácil, pero en una ocasión explicó a los oyentes que sus dioses, al igual que los árboles que morían cada año,
os, mientras que Cristo, como el abeto, vivía siempre, pues era eterno.
se fue creando la costumbre de tener en sus hogares por Navidad un pequeño abeto, con el significado simbólico que les daba la Fe que ya profesa
rde, ya arraigada y extendida fuera de Alemania esta costumbre, se vio enriquecida con otra tradición de los pueblos eslavos, que llenaban las ram
on manzanas, símbolo antiquísimo de la tentación y del pecado.
cicos
canciones se remontan a los poemas cortesanos de temática amorosa que a lo largo de los siglos XV y XVI se recreaban en los salones nobles y que
epetía el pueblo llano (canción de villanos). Durante el siglo XVII, los maestros de capilla musicalizaron miles de cancioncillas religiosas y sacrali
ara ser cantadas en los maitines de las festividades litúrgicas.
talia renacentista surgieron canciones que se acercaron mucho a lo que hoy conocemos como villancicos. El más famoso de todos, “Noche de Paz”
por el sacerdote Joseph Mohr y compuesto por el organista Franz Gruber en 1818.
Noel
Noel es un personaje legendario que, según la cultura occidental, trae regalos a los niños por Navidad. Está inspirado en un obispo cristiano de orig
llamado Nicolás que vivió en el siglo IV en Anatolia (Turquía). Cuenta la leyenda que este obispo alivió las necesidades de una familia depositand
a en los zapatos que se encontraban al lado de la chimenea. De ahí la tradición de los regalos.
anas
y utilización es antiquísimo. La ley mosaica (Éxodo, XXVIII) prescribía que en la parte inferior de la túnica del gran sacerdote del templo debería
campanas alternadas con dibujos de granadas. Ello tenía como finalidad el que se oyese venir a tal personaje.
mpanas que cuelgan de puertas, ventanas o ramas del árbol representan el aviso al pueblo del nacimiento del niño Jesús y la alegría por tal
cimiento. Antiguamente se decía que eran usadas para ahuyentar a los malos espíritus.
as
feras de colores, desarrolladas por los sopladores de vidrio de Bohemia del siglo XVIII, simbolizan la abundancia y los dones de Dios a los hombr
dición de encender velas en Navidad se remonta a cuando la Virgen María trajo al mundo al niño Jesús bajo la luz de una vela en el pesebre de Bel
lizan la purificación y sus llamas se entienden como la representación de Cristo, la luz del mundo. Es un elemento capaz de iluminar nuevas ilusio
nzas de paz.
e Pascua HISTORIA DE LA ESPIRITUALIDAD.
SAN
parte de la decoración de muchas casas en estas FRANCISCO
fiestas y el color rojoYdeLOS FRANCISCANOS
sus hojas garantiza suerte y fortuna a sus propietarios. Esta planta origina
o fue introducida en Estados Unidos en 1825 por Joel por J. Poinsett.
Robert MattosoFue e I.tanta
Iparraguirre
la aceptación que se declaró el 12 de diciembre como su día oficia
te la temporada navideña sus hojas cambian de color y es cuando se forman las vistosas flores. Sus hojas rojas perduran tres o cuatro meses más, ra
cual también se le denomina Flor de Pascua.
a de adviento
ona de adviento es una tradición cristiana que simboliza el transcurso de las cuatro semanas de adviento. Consiste en una corona de ramas de pino
atro velas. Comenzando el primer domingo de adviento, se enciende una de las velas. Durante las siguientes tres semanas se encienden el resto has
ana anterior a Navidad las cuatro velas están encendidas. Simbolizan la dignidad y el poder.
es
gel es un ser inmaterial presente en las creencias de algunas religiones cuyos deberes son asistir y servir a Dios. Según la Biblia, cada estrella tiene
que vela por ella, creencia que soporta la antigua idea de que cada una de las que puebla el firmamento es en sí misma un ángel. Son los encargado
de mensajeros entre el cielo y la Tierra. Simbolizan el amor y la bondad.
dago
nta silvestre más utilizada desde la antigüedad durante el solsticio de invierno es, sin duda, el muérdago. Ya era recogido por los antiguos druidas,
an con una hoz de oro. Actualmente, durante la Navidad se cuelga en las puertas como símbolo de suerte y fertilidad. La tradición dice que si un ho
ujer se encuentran en una puerta sobre la que hay ramas de muérdago deben besarse.