La Regla de Munio de Zamora

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Jubileo Dominicano 2006-2016 El Laicado Dominicano y la Predicación 23

La primera regla de los laicos dominicos.


La regla de Munio de Zamora de 12851
Fr. Óscar Jesús Fernández, O.P.

1.- Los movimientos laicales en el siglo XIII


La sociedad del siglo XIII, profundamente creyente, está marcada por un signo muy característico: el
pietismo laico. Al lado y al margen de la jerarquía eclesiástica se desarrolla un fervor evangélico, que se
extiende poco a poco y constituye entre los fieles unos estrechos lazos de parentesco espiritual. Se comparten
las mismas ideas, las mismas aspiraciones, se relacionan por algunas prácticas religiosas comunes y la
asociación se forma por sí misma, animada por sentimientos idénticos y siguiendo una misma meta.
En muchos casos las causas de este pietismo laico vienen provocadas por el desinterés, la falta de celo
apostólico y el mal ejemplo de vida del clero, especialmente del alto clero. El fastuosismo del culto oficial
crecía a la vez que languidecía la vida creyente.
El menosprecio de los laicos por el clero secular, la desafección progresiva, se convirtieron para la Iglesia en
un verdadero peligro.
Todas las herejías del siglo XIII tienen en ello sus raíces. Y junto a ellas, hay algunos movimientos que
pretenden y consiguen autorización de la Iglesia: Pobres Católicos de Lyon (Valdenses); los Pobres de
Lombardía (Humildes); los Hombres de la Penitencia de Asís.
Francisco de Asís es uno de estos penitentes (1207). El predicaba en el entorno de Asís, y poco a poco se le
van uniendo algunas gentes. Tal vez la diferencia con los movimientos anteriores es su aprecio por los clérigos
y la jerarquía de la Iglesia. El programa de Francisco era: “Vayamos por el mundo y prediquemos la penitencia
más por nuestros ejemplos que por nuestras palabras”.
[…] La regla primitiva de San Francisco permite que cada uno, después de la admisión en la Fraternidad,
permanezca en su estado y en su oficio. Esto explica su extraordinaria difusión; pudiendo hacer penitencia en
su casa, sin abandonar su trabajo, sus obligaciones familiares, obligados solamente a algunas prácticas de
austeridad, a un vestido común que servía de signo exterior de adhesión, se entregaban en masa a la santa
influencia de Francisco y sus discípulos.
[…] Mientras esto sucede en Italia, Santo Domingo funda en el Languedoc la Orden de los Frailes
Predicadores. Su método es totalmente diferente. No es una fraternidad laica de penitentes quien la
constituye. Injerta su Orden en el antiguo tronco canonical, es una Orden clerical. Con sabiduría
administrativa, organiza rápidamente la nueva Orden en torno a la regla de San Agustín y las constituciones
que elaboran día a día. La misma diferencia se verá en la creación de la Orden laical dominicana, pues será más
un pedazo de la nueva Orden que la evolución de las antiguas fraternidades de Penitencia.
La fundación de los Predicadores es una reacción al pietismo laico: presenta a las almas piadosas el
evangelio integral, el verdadero espíritu de la pobreza, y poniendo como garantía de la fe a la jerarquía de la
Iglesia.
Donde se establece un convento de Predicadores hay en torno a él amigos, fieles, dirigidos, que van
asumiendo sus principios espirituales, que participan en sus oficios… De aquí a imitar su forma de vestir y sus
costumbres hay un paso. En aquella época, el deseo de asociación, de hermandad, les llevaba a orar juntos,
hacer penitencia, servir a Dios (al modo de las asociaciones de artesanos).
De este modo es muy fácil ver una familia de hombres y mujeres en torno a los conventos viviendo como los
frailes. Aún no organizados como Orden, aunque sí naciendo, por asimilación del modo de vida de los frailes.
¿Tenía Santo Domingo en su cabeza el proyecto de crear la Orden de Penitencia? No, pues ya existía, ya
estaba creada.
2.- El nacimiento del laicado dominicano
Los orígenes del laicado dominicano presentan aún algunos puntos oscuros. Hoy conocemos que ni San
Francisco ni Santo Domingo fundaron la tercera Orden. Aunque sí sabemos que numerosos movimientos de
laicos, a menudo anteriores a la fundación de las órdenes mendicantes, son agregadas progresivamente a las
nuevas instituciones.
Respecto a la Orden de Predicadores, ¿de qué movimientos hablamos? Se ha especulado mucho sobre el
papel de las diversas “milicias”, incluso la aprobada por el obispo Fulco de Toulouse, y algunas está claro que
han tenido lazos con los dominicos: la milicia de Jesucristo (aprobada por Gregorio IX en 1227), la Orden de
Caballeros de la Virgen en Bolonia, la Sociedad de Capitanes de San Marcos, la Orden de San Pedro Mártir. Sin
embargo, por sus objetivos y su funcionamiento estas milicias no pueden constituir el origen de la Tercera
Orden Dominicana.
Las investigaciones más recientes invitan a buscar los orígenes en estos movimientos de penitentes,
florecientes en el siglo XIII. A diferencia de los pecadores reconciliados públicamente, estos laicos escogían
libre y voluntariamente una vida de penitencia, de retiro, de ascesis, renunciando a los honores, a los oficios
relativos al comercio y las finanzas, al uso de armas, a los espectáculos… Estos sacrificios no quedaban sin
compensación, pues los penitentes reconocidos escapaban a las prohibiciones de la autoridad eclesiástica.
Los penitentes (hombres y mujeres) se multiplicaron, se asociaron y, lógicamente, buscaron dotarse de un
estatuto jurídico. En 1221, en la Romaña (Italia centro), apareció el texto fundador “Memoriale propositi
Fratrum et Sororum”, de origen sobre todo franciscano aunque experimenta influencia dominicana a partir de
1228. Este texto de inspiración muy secular es adoptado por todos los penitentes de Italia en 1228. Confiere a
los laicos la autoridad en el Movimiento: incluso el visitador, que tiene un papel de delegado de la Iglesia
diocesana, puede ser laico. El Memoriale llama a una conversión radical para toda la vida y enrola a los laicos
en la oración pública y litúrgica de la Iglesia. Los penitentes se distribuyeron entonces en penitentes grises, de
obediencia más bien franciscana, y penitentes negros, más bien dominicos.
En 1284, el hermano Caro, franciscano, visitador de los penitentes de Florencia, quiso imponer el hábito
gris a todos los penitentes, y modificar, en un sentido más monástico, el Memoriale. El descontento de los
penitentes negros provocó una reacción dominicana. Así, en el Capítulo de Bolonia de 1285, donde Munio de
Zamora, es elegido como Maestro de la Orden de Predicadores, motivado por la situación de enfrentamientos
en Italia, redactan una nueva regla para los y las penitentes que desean mantener los lazos con los
Predicadores, y que se llamarán hermanos y hermanas de la Orden de la Penitencia de Santo Domingo. La
nueva regla, firmada por el Maestro de la Orden, fr. Munio de Zamora, es aprobada por Honorio IV con la Bula
(45) del 28 de enero de 1286. Por ella, incorporó los laicos que la siguieran a la jurisdicción de la Orden,
dotándoles de exención de entredicho. Este es el primer documento conocido en el que aparece la expresión:
Orden de la Penitencia de Santo Domingo. En estos hechos se puede ver el nacimiento oficial del laicado
dominicano.
[…] Su regla no se dirige a todos y todas las penitentes indistintamente, sino únicamente a aquellos y
aquellas que quieren acogerse a la jurisdicción y dirección espiritual de los Predicadores. Sobre todo en
cuestiones relativas al gobierno de las fraternidades es donde se separan la regla de Munio y la de Caro. Este
había intentado ligar de alguna manera los penitentes a las Ordenes Mendicantes, de modo que los
Visitadores se nombren de esas órdenes. La regla de Munio simplemente introduce en la jurisdicción de los
Predicadores a quienes han querido pertenecer a ella, esto es, se someten en todos los puntos de la regla a los
superiores de la Orden de Predicadores. Prefiere situaciones más claras, dando continuidad al gobierno (evita
el que se pueda elegir un visitador Menor y luego un Predicador, rompiendo la continuidad en el gobierno, o
que los penitentes en sus propuestas puedan perpetuar las facciones y enfrentamientos existentes).
Sin embargo, a pesar de la aprobación de Honorio IV, hay que esperar, pues en 1289, Nicolás V (antiguo
franciscano) promulgó la regla de Caro como regla universal de los penitentes, todos ellos bajo el patronazgo
de San Francisco. Los dominicos resistieron y tuvieron que vivir muchas situaciones de conflicto, hasta que la
Regla de Munio de Zamora fue aprobada por Roma en los pontificados de Inocencio VII (1405) y de Eugenio IV
(1439).
[…] Con ello, y como conclusión: la Orden Tercera Dominicana ha sido constituida de un modo similar a las
Fraternidades de Penitencia salidas del movimiento franciscano, por el deseo espontáneo de almas que
querían hacer penitencia como se hacía en la Orden de predicadores, y esto con el consentimiento y bajo la
dirección de los hijos de Santo Domingo. La Milicia de Jesucristo enseguida acabó fusionándose con las
Fraternidades dominicanas, gobernadas oficialmente por la Regla del Maestro Munio.
3.- La Regla de Munio de Zamora (1285)
La regla de Munio de Zamora se dirige a los “Hermanos y hermanas de la Orden de Predicadores que son
llamados comúnmente Hermanos y Hermanas de la Penitencia de Santo Domingo”. De entrada sitúa a los
penitentes en el interior de la Orden de Predicadores y les coloca bajo el signo dominicano. Sin embargo,
luego, la regla no propone ninguna definición de la espiritualidad de la Orden ni de su misión (¿Por que es
evidente? ¿Por que ya se encuentra en las Constituciones de los frailes?...)
[…] No hay que olvidar que esta regla ha estado vigente durante 640 años. Mirarla de cerca nos instruirá
sobre lo que han podido ser los laicos dominicos hasta el siglo XX.
Los cinco primeros capítulos tratan de la entrada y perseverancia en la penitencia dominicana. Se exige a
los candidatos un certificado de honestidad de vida, de reputación sin tacha, de fe no sospechosa. Además,
puesto que se trata de formar parte de una Orden consagrada por su fundador a la defensa y propagación de la
fe, los candidatos deben poseer el celo ardiente que animaba a Santo Domingo a predicar. Esta es la
característica dominicana, el fin está totalmente precisado. Todas las observancias penitenciales serán
dirigidas hacia esta vertiente apostólica. La Fraternidad dominicana no es sólo una manera más fácil de
conseguir la propia salvación, sometiéndose a algunas obligaciones de oraciones y mortificaciones; es en
primer lugar un apostolado en el mundo, en el propio hogar.
Así, antes de entrar en la fraternidad, debe liberarse de todo lo que pueda ser un obstáculo a este camino
deseado: es necesario pagar sus deudas y reconciliarse con sus enemigos.
El hábito de los hermanos y hermanas era una túnica blanca y una capa negra, con capucha para los
hermanos, todo ello en una tela modesta. Se permite un cinturón de cuero. Para ser admitido es necesario
obtener la mayoría de los votos de los hermanos y ser aceptado por el Director de la fraternidad. Una vez que
es profeso, estaba prohibido dejar la fraternidad, si no es para entrar en una Orden religiosa con votos
solemnes. Es necesario comprender que en la época ser un miembro de la fraternidad significa prácticamente
ser religioso. No se trata solo de una ceremonia piadosa o de una inscripción devota en un registro, sino que es
una entrada real, jurídica en la Orden de Predicadores. Se convierte en un religioso.
La prueba está en la obligación de recitar el oficio divino incluso durante la noche de los domingos y
festivos, desde Todos los Santos hasta Pascua, y durante el adviento y la cuaresma todas las noches.
La regla es severa para los ayunos y abstinencias: ayuno todos los viernes, y por supuesto, cada vez que la
iglesia lo mande. No se permite la carne más que el domingo, el martes y el jueves, a no ser por enfermedad o
debilidad, o que se esté de viaje o que se celebre alguna solemnidad. Como religiosos, los hermanos y
hermanas deben huir de toda mundanidad: banquetes, espectáculos, bodas, bailes. La obediencia les tiene
atados: no pueden salir de su ciudad, incluso para peregrinar, sin autorización de su director. Las armas les
están prohibidas, salvo con el permiso del Director, para defender la fe y en caso de necesidad.
[…] El director de la Fraternidad, después de consultar a los hermanos más antiguos, le corresponde
expulsar a aquellos que se encuentre culpables de faltas graves y escandalosas. El prior laico no debe castigar
más que las faltas a la regla.
[…] El director posee la responsabilidad doctrinal -comentar la regla y la formación- y comparte con el prior
la espiritual. Ambos practican la corrección fraterna (incluidas las penas: ayuno, exclusión temporal o
definitiva), y ambos tienen la capacidad de la dispensa. Llama la atención el modo en el que esta regla
medieval preserva la responsabilidad y la autonomía de los laicos, más abierta (en este sentido) que muchos
textos del siglo XIX y principios del XX. Por lo demás, la regla recuerda con todas las letras que los laicos
dominicos deben obediencia a las autoridades de la Orden, “pero sólo en lo que concierne a su género de vida y
a la regla que ellos observan” (Cap. 20).
El mismo equilibrio se señala en las relaciones con la Iglesia diocesana. Se invita a los laicos a respetar a los
sacerdotes diocesanos y a su obispo (Cap. 10).
Una cosa chocante y capital merece la atención: la ausencia casi total en la regla de distinción entre el
estatuto de los hombres y el de las mujeres. Todos los artículos, con sólo una excepción, se aplican
indiferentemente a los unos y a los otros, y las obligaciones de unos hacia los otros son absolutamente
recíprocas: si una mujer casada no puede ser admitida en una fraternidad sin el consentimiento de su marido,
la regla dice lo mismo para un hombre casado (Cap. 1).
Por último, muy dominicano, aparece el papel de la dispensa en el equilibrio de la vida de los laicos, igual
que el hecho de que la regla no obligue bajo pena de pecado. Esto está plenamente en fidelidad al espíritu de
Santo Domingo. […] Y finalmente otro punto clave: el compromiso al servicio de la Verdad. Una fórmula
fundamental de la regla define al laico dominico como “Principalmente propagador y defensor de la verdad de
la fe católica según su propia condición” (Cap. 1).
¿Puede entenderse que Munio de Zamora pretendía hacer del apostolado el corazón del compromiso de los
laicos vinculados a la Orden? O incluso ¿concluir con el padre Vicaire que la Iglesia, al aprobar la regla
aceptaba por vez primera confiar el ministerio de la Palabra a los laicos? La cuestión es discutida. Algunos
historiadores piensan por otra parte que Munio de Zamora ha utilizado esta fórmula para alejar a los laicos de
administrar costosas obras de misericordia que habrían podido ser una fuente de problemas para la Orden.
De hecho, la regla de Munio parece querer circunscribir la práctica de la caridad activa, al menos aquella
llevada en nombre de la Orden. De este modo, sólo algunos laicos especializados en el seno de una fraternidad
están autorizados para garantizar los cuidados espirituales y corporales a los enfermos (incluso puede
referirse solo a los hermanos y hermanas enfermos). También se puede hacer notar que la regla no contiene
ninguna indicación sobre el apostolado o la predicación. Poco importa. Ardid de la Providencia o intención del
Maestro de la Orden, esta fórmula introduce al laicado dominicano en la vía del apostolado y del servicio de la
Verdad.
Aún queda decir que la regla de Munio de Zamora insiste más en la penitencia y la perfección personal que
sobre el cuidado del prójimo, más sobre la ascesis que sobre el apostolado. No contiene ninguna indicación
sobre el estudio, este pilar de la espiritualidad dominicana, sino la alusión a las instrucciones del director. Y,
por estos aspectos casi monásticos, abría la vía más bien a la Tercera Orden secular que a las futuras terceras
Ordenes regulares.

4.- 638 años de vigencia de la regla de Munio


La regla de Munio de Zamora no fue reformada hasta 1923. Sin embargo la evolución de las fraternidades
fue muy rápida. Algunos artículos de la regla cayeron rápidamente en desuso, como por ejemplo el hábito, que
fue reservado solamente a los terciarios enclaustrados. Las prescripciones de ayuno y abstinencia se
dulcificaron en la práctica, siguiendo el ejemplo de los religiosos. Aparecen algunos términos nuevos como el
de “Tercera Orden” que se utiliza a partir del siglo XV.
Nos podemos preguntar cómo ha podido subsistir esta regla durante tantos siglos, cuando presentaba
visibles insuficiencias, cuando la sociedad y la iglesia evolucionaron considerablemente y poco a poco
algunas de sus prescripciones se convirtieron en inaplicables. Hay dos explicaciones.
La primera es la maravillosa flexibilidad que aportó la posibilidad de la dispensa. Permitía, sin tocar el texto
legislativo, eliminar los aspectos caducos y adaptar la vida práctica de los laicos dominicos a las necesidades
de su tiempo.
La otra respuesta a la evolución histórica fue aportada por los “manuales”. Se trata de obras que comentan
la regla, proponen una práctica común, definen formas de vida y reglas de gobierno compatibles con el
espíritu dominicano, y el fundamento que se encuentra en la regla de Munio de Zamora, y con la realidad de
cada tiempo.
Fue la promulgación de un nuevo código de derecho canónico en 1918 lo que obliga finalmente a revisar la
Regla de Munio de Zamora. La regla, de Theissling, fue aprobada por el capítulo general de 1921 y promulgada
por Pío XI en 1923. Esta fue llamada “Regla de la tercera Orden secular de santo Domingo u Orden de la
Penitencia de santo Domingo, llamada también Milicia de Jesucristo”.

1.- Extracto de: Fr. Óscar Jesús Fernández, La primera regla del laicado dominicano. La regla de Munio de Zamora en 1285.
Conferencia pronunciada en la Fraternidad Laical de San Pablo, Palencia, noviembre de 2010.

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