Neariza El-Obispo
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Véanse, por ejemplo, los trabajos de: Poole, Pedro Moya…; Miranda, “Vasco de Qui-
roga…”; Zavala, Personalidad de Vasco…; Bataillon, “Zumárraga…”; Chinchilla, Palafox…; por
citar sólo algunos. Una guía importante para la historiografía episcopal y la referida a la
historia de la Iglesia en general es el libro de Rubial y García Ayluardo, La vida religiosa…
Actualmente los mismos autores preparan un nuevo trabajo bibliográfico dentro de la Serie
Herramientas para la Historia que publica el Fondo de Cultura Económica.
nial. Ello, además, será una forma de rebasar los tópicos y llenar las
lagunas que se han creado por la atención, casi exclusiva, otorgada a
los grandes prelados.
En ese sentido es que, en las siguientes líneas, quisiera insistir en
la pertinencia de estudiar en un marco mayor a los individuos que
ocuparon las mitras americanas en momentos no coyunturales de la
historia colonial. Viéndolos como a agentes políticos, cuya actuación y
perfil respondió, en buena medida, a las particulares relaciones de po-
der que se establecieron en la etapa postridentina entre los poderes
temporal y eclesiástico.
El obispo tridentino
Al parecer, su designación como modelo de un obispo tridentino procede de Ludwig
von Pastor; véase Jedin, Manual…, p. 685. En ese sentido fue tratado por Rubial, “El epis-
copado…”
Fernández Terricabras ha ilustrado este debate con toda claridad. A propósito de él, re-
fiere cómo uno de los embajadores tridentinos, que pretendía defender que el papa podía os-
tentar el título de “pastor de la iglesia universal”, señaló que la Iglesia es una monarquía y no
una aristocracia eclesiástica o una república de optimates. Fernández Terricabras, Felipe II…,
p. 252.
Sacrosanto y ecuménico concilio de Trento…, cap. iv. De la jerarquía eclesiástica, y de la
ordenación (en adelante se citará Trento).
Siguiendo a Alberigo, Fernández Terricabras ha señalado cómo el concilio no podía
prever sobre todo lo que la Iglesia católica tendría que afrontar, ni decidir con el nivel de
detalle necesario sobre sus líneas de actuación. De allí la importancia de la etapa postconciliar.
Fernández Terricabras, Felipe II…, p. 249.
Durante esta etapa, la mística española alcanza su más alta expresión en Teresa y en
Juan de la Cruz. En Italia, Felipe Neri da vida a la nueva congregación de los oratorianos, que
armoniza la ascética con una viva sensibilidad humanística. La espiritualidad de Felipe di-
fundida en Francia vino a ser uno de los factores principales de la renovación de la Iglesia
francesa, junto con la piedad humanista de Francisco de Sales (escuela francesa). Algunos
decenios más tarde, Vicente de Paúl despierta a nueva vida el espíritu de los primeros orato-
rianos. Alberigo y Camaiani, “Riforma cattolica…”
Y continúa el concilio: “…que son superiores a los presbíteros; que confieren el sacra-
mento de la confirmación; que ordenan los ministros de la Iglesia, y pueden ejecutar otras
muchas cosas, en cuyas funciones no tienen potestad alguna los demás ministros de orden
inferior.” Así, en nada se alude al papado, como tampoco al origen de la jurisdicción.
10
Alberigo y Camaiani, “Riforma cattolica…”
11
Tellechea, “Clemente VIII y el episcopado…”
12
En opinión del papa, si bien muchos obispos eran buenos y eruditos, no parecían ser
conscientes de la tarea de su vocación y de la dignidad de su oficio pastoral, ya que no admi-
nistraban por sí mismos los sacramentos; no asistían a las funciones litúrgicas, ni convocaban
sínodos, ni visitaban sus diócesis, y quienes llegaban a hacerlo cumplían con ese deber “…tan
pobre e imperfectamente, que no se sigue de ella el conocimiento y apacentamiento de su
grey, el fruto que justamente exige de los obispos el Príncipe de los pastores, Cristo”, Telle-
chea, “Clemente VIII y el episcopado…”
13
Tellechea, “Clemente VIII y el episcopado…”, en apéndice 75.
14
Adriano VI otorgó en 1523 al rey la presentación perpetua de todos los obispados de
las coronas de Castilla y Aragón, así como a todos los prioratos, abadías y beneficios consis-
toriales que tuviesen una renta superior a los doscientos ducados de oro de la Cámara Apos-
tólica. Esta concesión fue confirmada luego por Clemente VII en 1530 y 1531 y por Paulo III
en 1536. Azcona, La elección y reforma…
15
En sentido estricto se llamaba fundador al donante de un solar donde se edificaría la
iglesia.
16
Cualquiera de estos títulos (fundador, edificador o dotador) era por sí solo base para
la obtención del patronato. Hermann, L’Église d’Espagne…
17
Tales como —señala la bula Universalis Eclesiae regimini— “...cualesquiera metropolita-
nas, y catedrales, y monasterios, y dignidades, aun en las mismas catedrales, aunque sean
metropolitanas, después de las pontificales mayores y las principales iglesias colegiales y
cualesquiera otros beneficios eclesiásticos y píos lugares que vacaren en adelante en las di-
chas islas y lugares, y las catedrales aunque sean metropolitanas y aun iglesias regulares y
monasterios...”
18
Por ejemplo, señala Ribadeneyra: “La naturaleza de este patronato es su misma defi-
nición; y ésta según la común de los canonistas, es una potestad de normar, o presentar en el
beneficio bacante al clérigo que se quiere promover o instituir…“ Y es que, según señala De
la Hera, “el patronato consiste en puridad casi tan sólo en el ius presentationis”. Hera, “El
patronato indiano…” e Iglesia y Corona…
19
Las prerrogativas de la Corona reconocidas por el patronato indiano figuran en las
mismas bases legales de este derecho, las cuales fueron diversas. Por un lado están las dos
bulas “Inter caetera”, documentos por los cuales el papa Alejandro VI hizo donación de las
nuevas tierras a los Reyes Católicos, se les dio la concesión de la soberanía, y se demarcaron
las zonas de navegación entre Portugal y Castilla. En ambas cédulas se mandó, en virtud de
santa obediencia, la evangelización de los nuevos territorios. Junto a las anteriores, el breve
Eximiae devotionis dio a la Corona el derecho a percibir los diezmos de Indias para compensar
así los gastos de sostenimiento de la naciente iglesia. Posteriormente, Julio II otorgó en 1508
el patronato universal a través de la bula Universalis Eclesiae regimini, la cual concedía el pri-
vilegio de que ningún otro pudiera, sin el expreso consentimiento de la Corona, erigir, edifi-
car o fundar iglesia alguna, y los derechos de patronato, y de presentación en toda su ampli-
tud. Por último se concedió, en 1518, la bula Sacro Apostolatus ministerio, que amplió la
facultad suprapatronal de fijar los límites diocesanos en casos determinados. Ribadeneyra,
Manual compendio…; Teruel, Vocabulario básico…, p. 352-372.
20
Aunque los reyes no tuvieron conciencia de ser vicarios apostólicos para actuar en lo
estrictamente espiritual sacramental, al parecer llegaron a serlo. Ejemplo de ello pueden ser
las cartas de ruego y encargo que, a diferencia de las provisiones reales —cuyo acatamiento
era obligado—, eran súplicas que apelaban a la avenencia.
21
En el concilio se estableció que los obispos debían ser quienes con excelencia fueran
más dignos y aquellos de quienes constaren honoríficos testimonios de su primera vida,
desde la niñez hasta la edad perfecta, de legítimo matrimonio, de edad madura y de graves
costumbre. Trento, sesión vi, Decretos sobre la reforma, cap. i. Conviene que los prelados
residan en su iglesia…, y sesión vii, cap. i. Qué personas son aptas para el gobierno de las
iglesias catedrales.
22
Por la constitución Inmensae, Sixto V ordenó que los decretos de los concilios provin-
ciales no podían ser publicados sin la aprobación de la Sagrada Congregación del Concilio a
la cual debían remitirse previamente. Por su parte, en la Recopilación de leyes de Indias se en-
cargó a los arzobispos no publicar las actas sin remitirlas previamente al Consejo de Indias
para proveer lo conveniente. Sólo luego de su revisión serían elevadas a la silla apostólica en
cumplimiento de la constitución papal. Recopilación…, libro i, título 8, leyes 6 y 7.
23
Véanse al respecto los debates entre De la Hera y Sánchez Bella. Hera, Iglesia y Coro-
na…; Sánchez Bella, Iglesia y Estado…; Farriss, La Corona…
24
En la política práctica, explica Jedin, a partir de la paz de Westfalia el papado no pudo
mantener su autoridad como garante de un orden supraestatal, ni siquiera frente a las poten-
cias que habían permanecido católicas. Jedin, Manual..., p. 874-877.
25
A más de ellas, se emprendió la creación de nuevas instituciones curiales, la organi-
zación de las ya existentes y el saneamiento de las finanzas de los Estados Pontificios. Jedin,
Manual..., p. 680-695.
26
Bartolomé, Jaque mate..., Apéndice iii. Primera carta a Inocencio X, octubre 15 de
1645.
El pastor político
27
Torre, Juan de Palafox..., p. 1-5.
28
Pérez Puente, “Entre el rey y el sumo pontífice…”
29
Archivo General de Indias, Patronato 184, R. 29 (en adelante el archivo se citará agi).
30
Refiriéndose a Trento y al sentido de su reforma, Alberigo señaló que en él “prevale-
ció el sentido de reforma del clero y del pueblo cristiano (in membris) más que del papado y
del colegio cardenalicio (in capite). En otras palabras: reforma sí, pero no doctrinal ni institu-
cional, tan sólo moral”. Alberigo, “Corruptio optimi...”
31
Insisto que ello sin poner en duda la intención de esos actores de fomento de la pas-
toral: combatir abusos sociales y personales, favorecer la vida cristiana personal y colectiva.
32
Basurto, El arzobispado…; Bravo, Diócesis y obispos… Dávila publicó diversas obras
referidas al episcopado del México independiente, además de la Serie cronológica de los prela-
dos… y las Adiciones al episcopologio neogallego… Los tres últimos tomos, que forman el apén-
dice del Diccionario universal de historia y geografía, fueron formados por Orozco y Berra, y en
él, además del gran número de biografías, se ofrecen los siguientes contenidos: tomo 1: Serie
cronológica de los arzobispos de México (p. 325); tomo 2: Obispos de Chiapas (p. 684); tomo
3: Obispos de Durango (p. 143); tomo 4: Serie de los ilustrísimos prelados de Guadalajara (p.
372); tomo 6: Obispos de Oaxaca (p. 113).
33
Lejos estoy de despreciar sin más esa historiografía rica en muchos sentidos; simple-
mente insisto en la necesidad de hacer una lectura distinta de ella.
34
Rubial, “El episcopado…”
35
Así se retomó la imagen del pastor que dibujó Trento y que reproduce el directorio
para confesores del tercer concilio provincial mexicano: “Su propio oficio es apacentar las
ovejas, como Jesucristo dijo a san Pedro: pasce oves meas, no dijo riégalas o gobiérnalas o
manda mis ovejas, sino apacentarlas proveyéndolas de todo lo necesario para el sustento de
la vida espiritual y aun del sustento corporal cuando lo hubieren menester…” Martínez,
García y García, “Directorio…”
36
“El obispo de Guatemala [Agustín de Ugarte] al virrey marqués de Cadereyta, solici-
tando su apoyo para ser nombrado arzobispo de México”, mayo 22 de 1636, Archivo Histó-
rico Nacional, Madrid, Diversas colecciones 31, n. 26.
37
Originario del Nuevo Reino de Granada, fue obispo de Chiapas en 1629, de Guate-
mala de 1630 a 1641, de Arequipa de 1641 a 1648 y, finalmente, fue promovido a Quito en
1648, donde murió dos años después.
38
Fernández Terricabras, Felipe II…, p. 212.
39
Sosa, El episcopado…, p. 45-46, 125, 182, 195 passim.
40
Al respecto pueden verse Feros, “Clientelismo y poder…; Herman, “The Language
of Fidelity…”, y Reinhard (coord.), Las élites del poder…
41
posesiones trasatlánticas de la Corona. Entre los asuntos entonces
determinados, se acordó formalizar en México y Lima los tribunales
inquisitoriales y, para llevar a cabo esa tarea en Nueva España, se
comisionó a Moya de Contreras, quien así partió a América, conser-
vando los beneficios económicos de su prebenda en Canarias. A más
de fungir como presiente de la Inquisición, se le comisionó para rea-
lizar una visita general a la real audiencia y a la real universidad —es-
tudiada esta última por Enrique González— y,42 finalmente, en 1574
fue designado arzobispo de México.
Así, la elección de ese prelado, quien además dirigiera el tercer
concilio provincial mexicano, se ubica, pues, al igual que las de casi
todo el episcopado, en unas relaciones de poder que, sin duda, deter-
minaron su ascenso a la mitra.
Otro obispo del México colonial, cuya designación bien puede ser-
43
vir de ejemplo, es el oaxaqueño Nicolás del Puerto. La historiografía
del siglo xix y principios del xx celebró su elección de forma señalada,
pues lo creyó un indio de raza pura zapoteca.44 Al narrar su vida,
aquella historiografía mostró la imagen de un joven indio, pobre y
huérfano, que dejó su pueblo natal en busca de educación, emulando
claramente la vida de Benito Juárez.45 Así, se tomó a Nicolás del Puer-
to para hacer con él un discurso cívico, una hagiografía republicana.
Posteriormente, queriendo corregir a sus apologistas, otros estudiaron
su figura e insistieron en la imposibilidad de la idea de un indio mi-
trado, por lo que lo convirtieron en criollo.46 Todo indica, sin embargo
que, en realidad, tenía sangre negra, y que, si por algo fue conocido,
fue por ser un docto letrado. Si bien corrían rumores sobre la sangre
de Nicolás del Puerto, este hombre portó los mismos símbolos que
otros prelados, compartió su lenguaje, realizó los mismos actos y ocu-
pó espacios públicos y honores similares. No destacó en su protección
a los pobres, ni en los sermones fue célebre por su piedad; nadie alabó
sus virtudes pastorales, antes bien pasó a consagrarse como “Cicerón
de los estrados jurídicos.” Su carrera hacia la prelatura habla, pues, del
41
Sobre la Junta Magna, véanse Leturia, Relaciones…; Ramos Pérez, “La crisis india-
na…”; Pérez-Prendes, La monarquía…, y González González, “Legislación y poderes…”
42
González González, “La ira y la sombra…”, “Dos reformadores antagónicos…”, “Pe-
dro Moya…” y “Un espía en la universidad…”
43
Sobre él me ocupé en Pérez Puente, “La sangre afrentada…”
44
Andrade, “Capitulares…”; Sosa, Efemérides…; Eutimio Pérez, Recuerdos históricos…;
Gillow, Apuntes históricos… (hace mención de Puerto en el apéndice 2°., Serie de los obispos
de Oaxaca); García Cubas, Diccionario…, p. 382; Portillo, Oaxaca en el Centenario…; Romero,
Iconografía colonial…
45
Carrión, “Indios célebres…”
46
Rubio, “El doctor don Nicolás del Puerto…”, p. 103-115.
Hombres en conflicto
Al igual que Moya y Nicolás del Puerto, los obispos del Estado moderno
eran los servidores de un rey católico con poder e influencia determinan-
47
tes. Las iglesias que ellos gobernaban eran uno de los ejes rectores de
la economía, la política y la sociedad. A través de los tribunales epis-
copales, los prelados ejercían sobre el clero, el pueblo y el territorio juris-
dicción de fuero externo, esto es, de carácter público y ordenadora de las
relaciones sociales, de tal manera que a ellos estaban vinculadas múltiples
actividades de la vida cotidiana.
48
Ante sus tribunales, estudiados por Jorge Traslosheros, quedaba
constancia del nacimiento, la muerte y los legados testamentarios, el
casarse o el optar por la vida religiosa. Más aún, la compraventa de
haciendas y el mejoramiento de propiedades también tenían que ver
con su jurisdicción, ya fuese por la obligación del pago del diezmo o
por el otorgamiento de préstamos que la Iglesia hacía. De igual forma,
los precios de los mercados, los niveles de producción y aun los tiem-
pos de colecta de las cosechas se discutían en las audiencias eclesiásti-
cas. A ello, por supuesto, habría que agregar, la influencia evidente
que detentaban en el plano religioso, así como las obras de asistencia
social y educativa que financiaban y la injerencia que siempre procu-
raron ejercer sobre las universidades.
Se trataba, pues, de hombres que guiaban los actos y moldeaban
las ideas; que representaban la autoridad espiritual y, a su vez, la po-
testad de la Corona española. Y es que, si bien el patronato justificó la
supremacía y el control real sobre las actividades eclesiásticas, la cana-
lización de ese control se efectuó en buena medida a través de los obispos.
Por ello, el discurso político que legitimó la actuación de los prelados
frente al resto de los poderes virreinales fue, en todo momento, el mis-
mo: el servicio al patronato real, por más que, en los hechos, muchos
47
Véase el trabajo de Rubial, “El episcopado novohispano…”
48
Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad… y “El pecado y el delito…”
49
Israel, Razas, clases sociales…; Brading, Church and state… y Una iglesia asediada…;
Cañeque, “Cultura vicerregia…”; Mazín, Entre dos majestades…, y Pérez Puente, Tiempos de
crisis…, entre otros.
50
Entre ellas se encuentra la bula Alias felicis de León X de 1521 por la cual se otorgaron
a todos los mendicantes facultades propias de los obispos como la administración de los sa-
cramentos y el orden, hasta las órdenes menores. Podían, además, usar óleo santo y crisma y
conocer de las causas matrimoniales. La bula Exponi Nobis, concedida por Adriano VI en 1522
y conocida como bula Omnímoda, encomendaba a los frailes en aquellos territorios donde
no hubiere obispos, y, donde los hubiere a dos dietas de distancia, la potestad del sumo
pontífice sobre todos los actos episcopales para los que no se requiere del orden episcopal.
Posteriormente, Paulo III dirigió un breve en 1535 por el que se ampliaron los privilegios de
la Omnímoda, pues se eliminaba la restricción que se imponía en favor de los territorios
dotados de jerarquía ordinaria. Véase De la Hera, Iglesia y Corona..., p. 112 y passim. Las bulas
se encuentran en Grijalva, Crónica de la orden..., p. 193-197.
51
“Los obispos de México, Antequera y de Guatemala contestando a una cédula para
que tratasen del bien espiritual de aquel reino”, diciembre 4 de 1537, agi, Patronato 184,
R. 29.
52
Esa competencia ha sido estudiada, entre otros, por Morales, “Secularización…”;
Mazín, Entre dos majestades…; Rubial, “La mitra y la cogulla…” y “Cartas amargas…”; Pérez
Puente, “Dos proyectos postergados...”
53
Pérez Puente, “Un informe del obispo…”
54
Entre ellas están los trabajos de Aguirre, “El ascenso de los clérigos…”, “El ingreso al
clero…” y “Los graduados…” Sobre todo la producción de González González, “Dos refor-
madores antagónicos…”, “Pedro Moya…” y “Un espía en la universidad…” Por mi parte me
he ocupado del tema en Tiempos de crisis..., “Los canónigos catedráticos…”, “¿Intereses estu-
diantiles o pugna de autoridades?...” y “Un informe del obispo…”
55
Ruiz, “Los negocios de un arzobispo…”; González González y Gutiérrez, “En tiempos
tan urgentes...”, ver nota 1.
56
Traslosheros, La reforma de la Iglesia… y “En derecho y en justicia...”; Pérez Puente,
Tiempos de crisis…; Rubial, “El episcopado…”, ver nota 1.
57
Mazín, Entre dos majestades…; Escamilla, “El arzobispo Lorenzana…”; Rubial, “¿El
final de una utopía?...”; Sierra, El cardenal Lorenzana…; Paniagua, “La actividad ilustrada…”;
Jaramillo, Hacia una iglesia beligerante…; Solís Robleda (ed.), Contra viento y marea…
58
Olmedo, “Jerónimo de Loaysa…”; Benito, “La nueva cristiandad…”, y los trabajos de
Samayoa sobre el obispo Francisco Marroquí.
59
Castañeda, “Don Bartolomé Lobo…”
60
Véase nota 57. Sobre Ortega Montañés puede verse: Aguirre, “El arzobispo de Méxi-
co…”
61
Castañeda y Marchena, La jerarquía de la iglesia de Indias…
62
Casado, Casado y Blanco, Diccionario de universitarios…
tudios, facultad y grados, su cursus honorum, esto es, los cargos ocu-
pados en la administración y la Iglesia antes de acceder a la prela-
tura, la edad al llegar a ésta, el número de años ocupados en cada sede,
los motivos de la vacante…
La laboriosa tarea de censar el colectivo, biografiar a sus integran-
tes y dar cuenta de la evolución de las variables a través de gráficos y
tablas ha reportado información sumamente interesante y valiosa. Sin
embargo, en el plano de las consideraciones cualitativas, aún hay mu-
cho por hacer.63 Otro ejemplo de ello es el trabajo de Comadrán, quien
estudió al colectivo criollo que ocupó mitras americanas y españolas
durante la época colonial, con el único objeto de demostrar su sola
presencia frente a una historiografía liberal, y ello en 1990. “Interesan-
te carrera eclesiástica, por cierto, la de estos criollos —escribe el au-
tor— que para la historiografía liberal no existieron, pues parte de la
base falsa de que estaba vedado a los españoles americanos ocupar
tales dignidades…”64 Lo que nos recuerda a Nicolás del Puerto, a quien
con iguales argumentos le quitaron la sangre india, que por demás no
poseía, para hacerlo criollo.
A manera de nota final cabe señalar algunas de las diversas fuentes
para acceder al estudio del episcopado; como es lógico, entre ellas
estarían primero los episcopologios, se trata en algunos casos de sim-
ples listas de los individuos que ocuparon la prelatura de una iglesia
particular, otros son relaciones con noticias biográficas y algunos más
se extienden para dar cuenta de la obra pastoral o política del biogra-
fiado. Las notas en ellos recopiladas son sin duda guías importantes
65
pero, salvo las contadas excepciones, la mayoría ha de verse como
66
valoraciones de sus autores y de una época histórica concreta. Al lado
de aquéllos, estarían las oraciones fúnebres o las elaboradas con moti-
vo de la traslación de huesos de una sede episcopal a otra, de las cua-
les, como se sabe, existe una valiosa colección en el Fondo Reservado
y la sección microfilmes de la Biblioteca Nacional, así como estudios
especializados que ilustran las formas de su lectura. Otra fuente más
serían los diarios coloniales, donde las noticias sobre la actuación de
los obispos año con año son frecuentes; de éstos se dispone de varios
ejemplares para el México colonial que han sido estudiados y trabaja
63
Para percatarse de la necesidad de unas reflexiones de otro orden basta ver las con-
clusiones del artículo de Castañeda y Marchena, “La jerarquía de la iglesia americana…”
64
Comadrán, “Los sacerdotes…”, p. 229.
65
Un ejemplo de episcopologio moderno con importante aparato crítico es el de Baraut,
Castells, Marqués y Moliné, Episcopologi…
66
Ejemplo de éstas son Sosa, El episcopado…; González Dávila, Teatro eclesiástico…; Ba-
rrera, Galería de arzobispos…, ver nota 32.
67
dos por diversos autores. Ricas también son las series documentales
de correspondencia de virreyes y audiencias, conservadas en el Ar-
chivo General de Indias, donde casi siempre se incluye un apartado
sobre el estado eclesiástico y donde se da cuenta de las tareas reali-
zadas por los obispos y los conflictos de diverso orden que se susci-
taban. Finalmente, estarían los documentos generados por los gobier-
nos episcopal y catedralicio y sus distintas dependencias, entre los
cuales destacan la serie de correspondencia de los prelados con el
Consejo de Indias que se localiza en el Archivo General de Indias, las
actas capitulares que conservan los archivos de las catedrales y los do-
68
cumentos de gobierno que custodian los archivos episcopales, y, en
el caso de México, también el Archivo General de la Nación. De entre
los documentos propios del episcopado, sobresalen las relaciones de
las visitas pastorales, muchas de las cuales han sido utilizadas por una
69
amplia historiografía, en ocasiones como casos concretos, cuando la
información arrojada en los documentos ha sido considerada como
70
relevante, ya sea por su vastedad o su singularidad. Otros más han
editado visitas, abocándose al estudio de éstas como tipo documental
y, finalmente, vasta es la historiografía que se ha valido de la infor-
71
mación aportada en ellas para diversos tipos de análisis históricos.
Muchas otras fuentes más se pueden sumar a éstas, pues, como
he venido insistiendo, los obispos estuvieron profundamente involu-
crados en el desarrollo de la vida social, económica, política y cultural
de sus diócesis. Por ello, más que a partir de una lista de tipos docu-
mentales o repositorios particulares, la guía de las fuentes para su
análisis ha de buscarse en aquella historiografía que ha centrado sus
67
Véanse los trabajos de Mayer, “Sermón histórico…”, y Rubial y Bieñko, “Un dia-
rio…”
68
Pérez Puente, “Un paso de una larga historia…”
69
Sobre los análisis generales, monografías y tesis doctorales en torno al tema para la
época moderna y contemporánea en España debe verse el trabajo de Cárcel, “Hacia un in-
ventario de las visitas…” Numerosamente citado es también el trabajo de Colomina, “Las
visitas pastorales…” Pueden verse además Tellechea, La reforma tridentina…; García Hourca-
de y A. Irigoyen, “Las visitas pastorales…”, y Arranz, “Las visitas pastorales…”
70
Entre otros títulos pueden verse: García Pimentel, Descripción…; Benito, “La Iglesia de
Indias…”; García Martínez, Juan de Palafox…; Jiménez, Visita pastoral…; Pérez Puente, Salda-
ña y Oropeza, Autos de las visitas…; Ruz, Memoria eclesial… Mayor bibliografía puede verse
en Pérez Puente, “Sólo un rostro de la arquidiócesis…”
71
Véase Turchini, “Una fonte per la storia...” Una vasta historiografía se ha alimentado
de las visitas pastorales y las descripciones del obispado de Michoacán hechas por el obispo
Francisco de Ribera en Minuta y razón de las doctrinas (1631), por Francisco Arnaldo Isassy en
Demarcación y descripción del obispado de Michoacán (1649), por Aguiar y Seixas en 1660-1681 y
Sánchez de Tagle en 1765, así como por Antonio León y Gama a finales del xviii. Por otra
parte resulta también muy interesante el trabajo de Moreno Molina, “Delitos, matrimonio y
autoridad eclesiástica…”