Vocación e Itinerario Vocacional de Jeremías
Vocación e Itinerario Vocacional de Jeremías
Vocación e Itinerario Vocacional de Jeremías
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Seguimos caminando nuestro propio itinerario vocacional. Hoy intentaremos hacer eco de la invitación que
nos hacen los obispos latinoamericanos en el Documento de Aparecida:
“La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, lo que más
disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida
a los demás”. El evangelio nos ayuda a descubrir que un cuidado enfermizo de la propia vida atenta contra
la calidad humana y cristiana de esa misma vida. Se vive mucho mejor cuando tenemos libertad interior
para darlo todo: “quien aprecie su vida terrena, la perderá” (Jn. 12, 25). Aquí descubrimos otra ley profunda
de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es
en definitiva la misión” (Aparecida N° 360).
En el marco de la Espiritualidad Juvenil Salesiana, podemos pensar la vocación como el impulso que nos
lleva a asumir una determinada forma de acercarnos a Dios. Por eso vamos a adentrarnos dentro de la
palabra viva de Dios, para iluminar estas búsquedas.
El nombre Jeremías significa: "Dios me eleva". Vivía en Anatot un pueblo cercano de Jerusalén (a 5
kilómetros) en la finca de sus padres, cuando fue llamado por Dios a profetizar. Los primeros 17 años
profetizó solo por medio de la palabra hablada. Después empezó a dictar sus profecías a su secretario
Baruc, y lo que le dictó son los 52 capítulos del Libro de Jeremías en la Biblia.
Muchísimas veces fue amenazado de muerte si seguía profetizando en contra de la ciudad y los
gobernantes. Pero Dios le anunció: "Te haré fuerte como el diamante si no te acobardas. Pero si te dejas
llevar por el miedo, me apartaré de ti". Y Jeremías no se acobardó y siguió predicando. El oficio de este
profeta era anunciar al pueblo y a sus gobernantes que si no se convertían de sus maldades tendrían
espantosos castigos y la ciudad sería destruida y ellos muertos o llevados al destierro. Esto lo gritaba él
continuamente en el templo y en las calles y plazas. Pero la gente se burlaba y seguían portándose tan mal
como antes. Solamente después de su muerte reconoció el pueblo la gran santidad de este profeta. Y
cuando todas sus profecías se hubieron cumplido a la letra, se dieron cuenta de que sí había hablado en
nombre de Dios. Lástima que lo reconocieran cuando ya era demasiado tarde.
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