La Parábola de Los Creamios y Los Opajanos
La Parábola de Los Creamios y Los Opajanos
La Parábola de Los Creamios y Los Opajanos
Erase una vez un grupo de personas que habitaban una isla idílica. Conocianse como los
creamios que traducido libremente significa “los afortunados”. Los creamios prosperaban:
Los arboles de su isla eran fructíferos; en las aguas circundantes abundaban los peces. Les
era fácil alimentar a la población y también exportar sus productos a una isla vecina que era
menos fecunda. Los habitantes de la segunda isla se llamaban los opajanos, o los “los que
tienen que trabajar con mas inteligencia”. Cierto día cuando el jefe de los creamios fue a
negociar con el jefe de los opajanos, se dio cuenta de que este pueblo estaba reduciendo su
pedido de productos de creamia. Se preguntó por qué. El jefe opajano le dijo que su pueblo
estaba “trabajando con más inteligencia” y que pronto no necesitaría ninguna ayuda de los
creamios. El jefe creamio quedo impresionado y asombrado. Se preguntaba cómo podía ser
esto. Considerando que la isla de opajea carecía de los recursos naturales que abundaban en
creamia. Más aun, según recordaba. Opajea era un yermo cuando la colonizaron. El jefe
creamio no entendía aquello de “trabajar con más inteligencia”, y abandono la isla
suponiendo que la próxima vez el pedido de los opajanos tendría que ser más grande. El
jefe creamio reflexiono durante varios días sobre este concepto de “trabajar con más
inteligencia”, porque íntimamente siempre había sentido cierta inquietud por su isla y su
pueblo. Sabía que algún día la abundancia natural de la isla se agotaría, y ¿entonces qué?
Había hecho varios intentos de organizar a su gente para enseñarle a sembrar y navegar.
Cada vez, la respuesta era la misma: “no necesitamos aprender estas cosas; nosotros somos
afortunados y tenemos árboles y aguas y una tierra ubérrima”. Y cada vez, el jefe aceptaba
esta respuesta porque no sabía que más decir. Sin embargo, aquella idea de “trabajar con
más inteligencia” le volvía a la mente con insistencia. Por fin reunió a su pueblo y una vez
más le dijo que quería enseñarle a sembrar y a navegar. De nuevo sus súbditos
respondieron: “no necesitamos aprender estas cosas; nosotros somos afortunados”. Esta vez
el jefe les dijo: “los opajanos están trabajando con más inteligencia y ya no necesitan tantos
productos nuestros”. Hubo un silencio de varios minutos. Muchos de los creamios
intercambiaron miradas, pero no entendían lo que el jefe quería decir. Este explico: “creo
que necesitamos aprender a trabajar con más inteligencia por si acaso nuestros árboles y
nuestras aguas dejan de sustentarnos”. Los creamios se rieron a carcajadas. Incluso dijeron
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en son de chanza que tal vez el jefe había perdido el juicio o que estaba pasando demasiado
tiempo en compañía de aquellos opajanos locos. El jefe acabo por despedir al pueblo y trato
de olvidarse del asunto de “trabajar con más inteligencia”. La próxima vez que el jefe
creamio fue a opajea sus habitantes le dijeron que los opajanos ya no necesitaban nada. En
realidad, habían comenzado a exportar sus productos a los pueblos de otras islas vecinas. El
jefe opajano le informo que según había escuchado, otros habitantes de las islas
consideraban que opajea era ahora más prospera que creamia. El jefe de creamia se alegró
por los opajanos pero se desconsoló al pensar en su propia gente. Veía que el pueblo
opajano era feliz y que se enorgullecía enormemente de su trabajo. Era un pueblo que todo
lo compartía y que trabajaba unido para alcanzar sus metas. En cambio, los habitantes de
creamia parecían aburridos y hacían solo lo estrictamente necesario cada día. Reñían por
los recursos y no tenían un propósito común. Cuando el jefe creamio se disponía a partir, el
jefe opajano lo llamo y le dijo: “ah, debo decirle que escuche que se avecina una tormenta
espantosa”. De regreso, el jefe creamio noto que las aguas normalmente serenas estaban
muy agitadas y que el viento era fuerte. Pensó que el jefe opajano tenía razón y que le debía
advertir a su pueblo a fin de que se preparara para la tormenta. Cuando llego a creamia le
advirtió a su pueblo acerca de la tormenta que venía. Se prepararon lo mejor que pudieron,
pero cuando la tormenta paso, la isla había quedado asolada, las naves hundidas y varios
habitantes habían muerto. Cuando regreso la calma, los sobrevivientes buscaron pescado
para comer. Infortunadamente, las aguas que rodeaban su isla ya no ofrecían abundante
pesca. Los creamios le preguntaron al jefe que podían hacer; él respondió que no sabía que
iban a hacer, pero que él se iba para opajea donde esperaba que lo recibieran y donde
pensaba aprender a “trabajar con más inteligencia”. Los creamios se rieron y dijeron que
opajea probablemente estaba tan asolada como la isla suya. El jefe asintió, pero de todas
maneras se dio a la tarea de hacer una balsa con madera arrojada a la playa por el mar y
navegó hacia opajea.