10º - El Pozo y El Agua

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 7

IV.

El pozo y el agua

59 El apañador
El pozo y el agua

E
ra un pueblo relativamente tranquilo del interior de la provin-
cia de Esmeraldas, donde la mayor parte de la gente se dedica-
ba todos los días a cultivar sus tierras, y en las calles los niños
correteaban y jugaban alegres en las mañanas. A veces, el cielo
estaba nublado pero casi siempre terminaba por abrirse unas horas más
tarde.

El agua para el riego de los cultivos no faltaba en la comunidad, pero no


era apropiada para beber, pues contenía un exceso de minerales que, a la
larga, no resultaban tan buenos para la salud humana. Para el consumo
diario de la pequeña población, las familias recogían el agua de un pozo
profundo situado en la mitad del pueblo.

Desde hacía muchos años, el pozo estaba protegido por una especie de
guardián que acostumbraba cuidar el agua, cuando por las noches el
pozo no se encontraba en uso. Toda la comunidad había visto siempre a
don Adalberto −un hombre anciano, flaco, de pelo blanco y que carecía
de varios dientes−, como el personaje del pueblo que cuidado el pozo, y
que diariamente proveía de agua a todas las familias. Se había converti-
do en el símbolo que representaba la protección del agua.

Por la buena ubicación y los recursos con los que contaban las tierras de
las familias de la comunidad, empezaron a aparecer personas externas

61 El pozo y el agua
interesadas en adquirirlas, para lo cual hacían a los propietarios pro-
puestas económicas muy atractivas. En otros casos, a través de la influen-
cia de ciertos políticos, se buscaba manipular legalmente los asuntos de
la propiedad de la tierra, para que las familias se vieran presionadas a
vender sus fincas. Fue así como, en poco tiempo, la comunidad se vio
despojada de su territorio.

Era notorio que la población negra de toda esa zona había disminuido,
pues la mayor parte de los pobladores estaba formada por mestizos pro-
venientes de otras provincias del país. Al finalizar ese año, ya casi todos
se habían ido y el pueblo se había transformado en un lugar donde todos
eran extraños, pero ya tenían el control de la autoridad. Entre las con-

62 El pozo y el agua
tadas personas que todavía quedaban de la antigua comunidad, estaba
don Adalberto, el guardián del pozo.

Aunque muchos no estuvieron de acuerdo con que el anciano se mantu-


viera cuidando el agua del pozo que consumían, algunos dijeron que lo
dejaran, que era un hombre inofensivo y que podía quedarse como un
recuerdo de los viejos pobladores negros de la zona.

Pero poco tiempo duró allí el viejo Adalberto, a pesar de las recomen-
daciones que hiciera una de las últimas mujeres negras el día en que
abandonó la comunidad: “Déjenlo cuidando el pozo. Si lo sacan de allí,
les va a faltar el agua”.

Cuando llegó el día en que le dijeron que ya no hacía más falta su pre-
sencia junto al pozo, don Adalberto trató de explicarles que él no solo
cuidaba el pozo, sino que echaba el agua para mantenerlo lleno; que si él
se iba, el pozo se secaría.

−No tiene ningún sentido lo que usted dice. El agua sale de las fuentes
subterráneas y nadie necesita hacer el trabajo de traerla de ningún lado
–le dijo uno de los que pidieron que se fuera ya del pueblo y que dejara
en paz al pozo.

Transcurridas algunas semanas de la salida del anciano, el agua del pozo


comenzó a secarse. La gente se dio cuenta de que sin ella era imposible
sobrevivir. El pozo se había transformado en un hueco de tierra seca,
profundo y pedregoso. Lo único que les quedaba a los pobladores era
buscar otro lugar para emigrar con todas sus familias. Poco tiempo pasó

63 El pozo y el agua
para que el pueblo empezara a verse desierto. Ya todos los pobladores
mestizos se habían ido en búsqueda de otro lugar para vivir, porque el
agua era la clave de todo.

La gente negra de la antigua comunidad se enteró de lo sucedido, e inició


el retorno a sus tierras para recuperarlas. Lo primero que tenían que ha-
cer era buscar al viejo e invitarlo a regresar al pueblo. Lo fueron a buscar
lejos y lo encontraron refugiado en una cueva solitaria.

−Queremos que regreses, guardián del pozo. El agua se ha secado y es


hora de que retornes con nosotros –le dijeron cuando el anciano apare-
ció todo empolvado en la boca de la caverna.

Una vez que don Adalberto regresó al pueblo, lo primero que hizo fue
acercarse al pozo, acariciar sus bordes y limpiarlos. Luego empezó a de-
cirle algunas cosas que la gente no comprendía su significado. Parecían
palabras de algún idioma antiguo que rebotaban en un gran eco desde el
fondo de la profunda oquedad.

A partir de la primera noche, el anciano empezó sus viajes llevando en


sus manos dos calabazos para dirigirse hacia algún lugar desconocido.
Se lo vio, en el transcurso de toda esa jornada nocturna hasta el amane-
cer, ir y venir echando el agua en el pozo y continuar su actividad por el
mismo camino y sin detenerse. Al otro día, el pozo estaba nuevamente
lleno, como en épocas pasadas.

Nadie podía comprender lo que estaba sucediendo con el agua del pozo.
La gente estaba sorprendida y necesitaba explicaciones del anciano. To-

64 El pozo y el agua
das las noches hacía el mismo trabajo para llenar ese estanque mientras
la comunidad dormía.

−Yo solo voy hacia la roca para llenar los dos calabazos y regreso al pozo
para que este pueblo tenga su agua, nada más.

Esa era la simple explicación que daba don Adalberto. ¿Pero quién era
este anciano que con la mayor sencillez daba una respuesta a la pregun-
ta que le hacían?

Un joven se le acercó y peguntó:

−Abuelo, pero danos una explicación de cómo puedes hacer lo que tú


haces. ¿Cuántos viajes haces cada noche para lograr llenar el pozo?

−Hago miles de viajes cada noche. Todas las noches viajo yo, mi espíritu
y los espíritus de todos nuestros ancestros que somos dueños de este
pueblo.

El joven puso a imaginarse que una gigantesca fila de hombres y mujeres


negras, venida del pasado, caminaba sobre las colinas acompañando al
viejo, como una inmensa serpiente que se abría paso entre la vegetación
y los barrancos circundantes.

−¿Pero a dónde vas para traer tanta agua, abuelo?

−A la tierra de nuestros ancestros, a los que tú estás ahora imaginando


–le contestó el anciano, mirándolo con sus ojos llenos de sabiduría.

65 El pozo y el agua

También podría gustarte