El Amigo Fiel
El Amigo Fiel
El Amigo Fiel
-¡Qué cosas dice usted! -respondió la Pata-. Nadie nace enseñado y a los
padres no nos queda más remedio que tener paciencia.
-¡Qué pregunta más tonta! -exclamó la Rata de Agua-. Qué duda cabe de
que, si un amigo mío es fiel, es porque me es fiel a mí.
-Deje que te cuente un cuento sobre eso -dijo el Pinzón-. Érase una vez un
honrado muchacho llamado Hans. Vivía solo, en una casa pequeñita y todo
el día lo pasaba cuidando del jardín, el más bonito en los alrededores. El
pequeño Hans tenía muchísimos amigos, pero el más fiel de todos era el
grandote Hugo el Molinero. Tan leal le era el ricachón Hugo al pequeño
Hans, que no pasaba nunca por su jardín sin inclinarse por encima de la
tapia para arrancar un ramillete de flores, o un puñado de hierbas
aromáticas, o sin llenarse los bolsillos de ciruelas y cerezas, si estaban
maduras.
“Los amigos verdaderos deberían compartir todas las cosas”, solía decir el
Molinero. Hans asentía y sonreía, muy orgulloso de tener un amigo con tan
nobles ideas. A los vecinos les extrañaba que el rico Molinero nunca diera al
pequeño Hans nada a cambio. Pero a Hans nunca se le pasaban por la
cabeza estos pensamientos y nada le daba tanta satisfacción como
escuchar las maravillosas cosas que el Molinero solía decir sobre la falta de
egoísmo y la verdadera amistad.
Hans le contó lo ocurrido: “No tuve más remedio que hacerlo. Pasé un
invierno muy malo, y no tenía dinero ni para comprar pan.. Ahora, con lo
que saque por todo esto, lo recuperaré todo.
Hans le dijo: “Es muy generoso por tu parte. La puedo arreglar fáciImente,
pues tengo un tablón en casa”
El Molinero exclamó: “¡Un tablón! Pues eso es lo que necesito para arreglar
el tejado del granero, que tiene un agujero muy grande. ¡Es una suerte que
me lo hayas dicho! Es sorprendente ver cómo una buena acción siempre
genera otra. Yo te he regalado mi carretilla y ahora tú me vas a dar una
tabla”.
Hans fue a por la tabla. Tras tenerla en su poder, dijo el Molinero: “No es
una tabla muy grande. Me temo que, después de que haya arreglado el
granero, no sobrará nada para que arregles la carretilla. Claro que eso no
es culpa mía. Bueno, y ahora que te he regalado la carretilla, estoy seguro
de que te gustaría darme a cambio algunas flores. Aquí tienes la cesta, y
procura llenarla hasta arriba”.
Hans dijo, muy afligido: “¿Hasta arriba?”. Hans sabía que si llenaba esa
enorme cesta no le quedarían flores para llevar al mercado y necesitaba el
dinero para recuperar sus pertenencias.
Hans, que prefería mantener su amistad que recuperar sus cosas, lleno de
flores la cesta del jardinero. El Molinero cogió la tabla y las flores y,
dándole las gracias a Hans, se fue.
Al día siguiente Hans oyó la voz del Molinero, que le llamaba desde el
camino, que llegaba con un gran saco de harina al hombro.
Hans estaba muy ocupado con sus quehaceres y no podía dejarlos. Pero el
Molinero le reclamó: “Teniendo en cuenta que voy a regalarte mi carretilla,
es bastante egoísta por tu parte negarte a hacerme este favor”.
Hans, que no quería ser egoísta, dejó lo que estaba haciendo para ir a
llevar el saco de harina al mercado, cargándolo en su espalda. Cuando lo
vendió regresó con el dinero pensando que, a pesar de que había sido un
día duro, al menos el Molinero le daría su vieja carretilla.
Al día siguiente el Molinero fue a por lo suyo, pero Hans aún no se había
levantado, de lo cansado que estaba. El Molinero le reclamó su pereza:
“Qué perezoso eres. La verdad es que, teniendo en cuenta que voy a darte
mi carretilla, podías trabajar con más ganas. No te parezca mal que te
hable tan claro. Por supuesto que no se me ocurriría hacerlo si no fuera tu
amigo. Pero eso es lo bueno de la amistad, que uno puede decir siempre lo
que piensa”.
Cuando Han acabó, el Molinero le dijo; “¡Ay! No hay trabajo más agradable
que el que se hace por los demás”.
Hans le dijo: “Faltaría más, pero préstame el farol, pues la noche está tan
oscura que tengo miedo de que pueda caerme al canal”.
Todo el mundo fue al funeral del pequeño Hans, porque era una persona
muy conocida. Y allí estaba el Molinero, presidiendo el duelo, pensando que
era su derecho, al ser su mejor amigo. Y se puso a la cabeza del cortejo
fúnebre envuelto en una capa negra muy larga y, de vez en cuando, se
limpiaba los ojos con un gran pañuelo.