El Diario de Yves Congar
El Diario de Yves Congar
El Diario de Yves Congar
J. l. González Faus,
San Cuga' del Vallés, Barcelona
Centro de Reflexión Teológica,
San Salvador.
* Recientemente Edition Du Cerf. París, ha editado dos inéditos del dominico Yves
Congar. El primero, tiLulado lournal d'un 'hl%gien (/946-/956). Édilé el presenté
por Étienne Fouilloux, publicado en 2001. El segundo. lilulado Mon joumal du
Concile. publicado en dos volúmenes. en 2002.
Sobre ambos libros José Ignacio González Faus ha escrito dos largas recensiones
para Actualidad Bibliográfica, Barcelona. El au[or las ha reunido ahora en un solo
artículo. La primera pane abarca lo que Cangar escribió sobre el Concilio Vaticano 11
y la segunda abarca la época de su persecución por el SanLo Oficio y la crisis de Le
Saulchoir.
ese enfrentamiento es que la curia romana amparaba todas sus posiciones con la
figura del papa. Ese patrocinio no era válido (pues, de hecho, los juicios de
Congar sobre Juan XXIII y Pablo VI son muy positivos), pero estaba justificado
por la figura que se le hace encarnar al sucesor de Pedro. De ahí que buena parte
de las reflexiones que voy a citar pueden sistematizarse en estos tres capítulos.
La teología (sobre todo, naturalmente, la eclesiología), /a figura del papado y la
curia romana, por más que muchas veces los temas se entremezclen.
lio" (1, 74), o que "a estos romanos les importa un comino la tradición. No
miran más que a los dichos del papa. Aquí está la gran batalla" (1, 71 )', hacia el
final del concilio, seguirá escribiendo: "Estoy aplastado por esta vanidad que
tiene Roma de su autoridad. Ya sé. por la historia. que nunca ha pensado en otra
cosa" (11, 537).
Congar se da cuenta, además, de cómo los procedimientos y ambientes ro-
manos llegan a condicionarle a él mismo. Y el 23 de octubre de 1962, escribe:
"una vez más percibo cuánto tiene de maquiavélico y de deprimente la discipli-
na del secreto, obtenido y sancionado por un juramento. que impone Roma a
todos los que trabajan con ella" (1, 145). Y unos diez días después:
la curia no comprende nada. Y no comprende nada porque sus miembros
están mantenidos en la ignorancia de la realidad, y en la sujeción polflica, en
una eclesiología simplista y falsa en la que todo se deduce del papa, no
conciben a la Iglesia más que como una enorme administración centralista,
cuyo centro ocupan ellos (1, 180).
Esta distancia de la realidad se disimula a veces con el nombramiento de sus
miembros como obispos y pastores... de diócesis inexistentes. Lo que hace ex-
clamar a Cangar, comentando una intervención conciliar de Mons. Parente: "que
no habla como asesor del Santo Oficio sino como obispo de Tolemaida en la
Tebaida. ¡Pues que se vaya a residir en su diócesis!" (1, 227).
Ese sistema curial reclama una aprobación total e incondicional. El 9 de
diciembre de 1962, Congar resume una conversación suya con el cardenal
Ottaviani, en que éste le había reprochado que en el libro Verdadera y falsa
reforma en la Iglesia, hablaba de la Iglesia unas veces bien y otras mal. Y
comenta: "El no quema cosas complementarias, no piensa ni habla nunca
dialécticamente de la Iglesia. Todo es loable y todo debe ser alabado. Estos
hombres no conocen más que una dirección: la que es homogénea y favorable a
la afirmación de su autoridad" (1, 313). Por eso, "viven en la ficción" (1, 578,
comentando una intervención del cardenal Ruffini, en el sentido de que no se
podía imputar falta alguna a la Iglesia romana como tal).
Esta ficción y esta distancia de la vida hace que la curia sustituya la teología
por las ceremonias: "Esperaba una palabra sobre la teología y su lugar en el
momento presente. Pero nada. Espantosa cosa esta Roma. que lo reduce todo a
ceremonias" (1, 576). La sensibilidad de Congar (como la de tantos hombres de
hoy) se encuentra tan ajena a ese mundo de pompa y artificio que, en otro
momento, escribe: uno voy a la ceremonia de canonización de los mártires de
Uganda. Estoy contra tales ceremonias llenas de ostentación de la gloria HU-
MANA Y he rechazado siempre las entradas que se me ofrecían" (11, 208).
2. Lo cual parece una puesta en juego del dicho de Pío IX: "la tradición soy yo".
Otra vez, a propósito de esas artimañas tan naturales y lan poco sobrenatura-
les de dar la palabra a uno en lugar de a otro, Congar se preguntará: "¿es que el
Espíritu Santo se vale incluso de esos medios?" (11, 4(7).
1. 4, Papa y papolatrla
Como aclaración previa convendrá decir que la palabra "papolatría" constitu-
ye una acusación repetida varias veces en el concilio por el patriarca de
Antioquía Máximos IV, de la que Congar da cuenta, por ejemplo, en 1, 301.
Casi todas ¡as citas que siguen pueden ser un comentario de ella.
El 9 de marzo de 1963, en una reunión de la comisión teológica sobre la
Constitu-<:ión úunen Gen/ium, los curiales quieren eliminar de la eclesiologla el
texto del Apocalipsis 21, alegando que "concierne sólo a la Jerusalén celestial y
no a la Iglesia visible de la tierra". Y Cangar no puede menos de comentar:
"sólo piensan en UNA cosa: poner al papa por todas partes y encima de todo, no
verle más que a él y hacer que toda la Iglesia consista en él" (1, 345).
Digitalizado por Biblioteca "P. Florentino Idoate, S.J."
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas
REVISTA LATINOAMERICANA DE TEOLOGIA
En este contexto, consuela saber que el mismo Juan XXlII había confesado al
embajador francés, cuando su presentación en el Quirinal: "quiero sacudir todo
el polvo imperial que, desde Constantino, se ha pegado al trono de Pedro" (1,
357). Consolador, no porque lo consiguiera sino porque ayuda a todos los cris-
tianos que pretenden eso mismo a saber que no están tan solos.
Pero el problema es que ese polvo imperial se refleja hasta en el mismo culto
romano: al comenzar la segunda sesión, Congar escribe sobre la misa inaugural:
No puedo menos de interpretar eclesiológicamente la estructura misma de la
ceremonia: entre dos filas de obispos mudos y espectadores, pasa la corle
pontificia vestida como en el s. XVI, y precediendo a un papa que parece
así, a la vez, como soberano de orden temporal y como jerarca POR ENCI-
MA Y sólo por encima... ¿Conservará la Iglesia este rostro? Me parece evi-
dente que, en estos momentos, el evangelio está en ella, pero cautivo" (l,
402).
Y un año después:
Hoy he tenido ocasión de decir por dos veces (a Lercaro, mediante Dossetti,
y a Pablo VI, por medio de Colombo) que la próxima vez que el papa venga
al aula conciliar a una congregación general, entre llevando el evangelio.
Guardo una impresión dolorosa de la sesión del viernes pasado. ¿No podría
venir el papa como miembro del concilio y panicipar normalmente, en una
sesión de trabajo? Su calidad de cabeza ¿lo aísla tanto y lo pone tan por
encima que ha de quedarse fuera? De hecho, el papa no ha tomado parle en
la asamblea: simplemente ha hecho un gesto, como hace tantos otros (y
buenos), pero manteniendo una ideología contraria a ellos (y menos buena).
No se ha insenado y no parece que pueda hacerlo. Ha estado todo el tiempo
como un mariscal, que visita sus tropas y toma un plato de sopa con ellas.
Esa teología papal, elaborada SOLITARIAMENTE como "potestas supra"
arroja una sombra de muerte sobre la teología conciliar y la teología de
comunión... Pero la teología conciliar ha recobrado vida, la teología de co-
munión es imprescindible: por tanto, la teología de la potestas tendrá que
adaptarse a eso (11, 243).
Remito también a la larga página 290-291 del segundo tomo, cuya extensión
impide que la cite, a propósito de la declaración de María madre de la Iglesia
y sobre todo del modo como todo eso se consiguió: generando la desconfianza
de los observadores de otras iglesias y la irritación de varios obispos ce!'-
troeuropeos. Yeso que Cangar, aunque considera que todo lo ocurrido era
"grave" y un paso atrás en la marcha del concilio, lo acepta creyentemente
para que éste fuera de lodos y no una victoria de unos sobre otros. Y acaba
comentando: "el papa, que es de todos, ha querido dar satisfacción a todos. Pero, al
obrar así, se ha mostrado como alguien de quien no puede uno fiarse totalmen-
te").
Una última observación que tiene mucho más de fondo teológico que de
fonnas o cuestiones de funcionamiento: "Se ha leído una lista de facultades que
el papa concede a los obispos (concedimus, impenimur), cuando, en realidad, no
se hace más que restituir (y mal) una parte de lo que se les ha quitado, a lo largo
de los siglos" (1, 586)
1. S, El personaje
¿Quién era el hombre que vive este enfrentamiento? A lo largo del libro,
Cangar aparece como persona buena, moderada y posibilista. Se sabe, además,
que fue una de las lecturas preferidas de Pablo VI y que, a su muerte, Juan
Pablo II declaró que había sido "un regalo de Dios a su Iglesia". Vamos a
acercarnos a esta figura.
El se consideraba "demasiado tímido, demasiado pasivo y hasta pusilánime".
Vivió el concilio con una salud enonnemente precaria "la pierna y el brazo
derecho casi 00 me funcionan, duenno poco y maL.. (1, 319). Su nombramiento
como perito le sorprende, después de la persecución pasada. Y temiendo que
acabe siendo una manipulación, se plantea no aceplarlo. Pero prefiere hacerlo,
porque sabe que en la Iglesia casi siempre se ha progresado aprovechando las
pequeñas grietas del sistema, más que echando las cosas por la borda. El lunes
25 de septiembre de 1961, escribe: "Antes de venir he pensado seriamente en
presentar mi dimisión, para poner un gesto que alertara a la opinión y a los
obispos. Hablé de ello con De Lubac que me lo ha desaconsejado fonnalmente".
Hombre más bien depresivo, su verdad y su gran dosis de razón se abrieron
camino, a través de desautorizaciones, fracasos y sensaciones de derrota. Nunca
luvo una plena sensación de victoria:
Humanamente hablando, estoy, si no vencido, al menos traicionado por la
vida. Humanamente hablando, valOOa más desaparecer ahora que aún tengo
cierta apariencia. Pero sé muy bien que uno no puede escoger y que esos
sentimientos son estúpidos. No son blasfemos, porque quedan en la superfi-
cie de un alma que se ha entregado y que no se arrepiente. Pero Señor,
¿hasta cuando? (1, 516-17).
No sólo sufrió Cangar, por supuesto. Es conmovedora una conversación con
aquel gran hombre que fue el cardenal Léger, en la que éste le confesaba: "el
3. En mi opinión, el problema no es que el papa deba ser hombre de todos, sino que
sólo se acuerda de eso para conlcolar a los "lefebvres", mienuas que cuando se trata
de los "romeros", ya no parece ser de lodos... Es el problema de las enonnes dobles
medidas de Roma.
DE cambiar?" (11, 77; en mayo de 1964). Y como respuesta a ese consejo del
papa, nuestro autor anota el día de la inauguración de la tercera sesión conci-
liar: "la víspera, el papa había recibido una carta firmada por varios cardenales
(Ouaviani, Ruffini, etc.), que le decían: '¡atención! Estás llevando la iglesia a la
ruina'. Por eso el papa no había dormido aquel día y tenía la cabeza enorme-
mente cansada" (11,194-195).
Pablo VI. Tras una entrevista personal con él (31 de julio de 1964), en que el
papa le dio ánimos, le manifestó temores por las prisas en los Países Bajos y le
dijo que las cosas cambiarlan poco a poco. Congar comenta:
he sacado la impresión de que el Santo Padre es un hombre tenso, enorme-
mente atento, que sabe afirmar aquello que ha visto que debe soslener. Me
parece que, en eclesiología, no tiene la visión teológica que pedirla su aper-
tura. Esta demasiado ligado a un modo de ver romano (l/, 118).
Y hacia fines del concilio, cuando se preparaba la Gaudium el Spes:
Haubtmann ha tenido una audiencia con el papa y le ha preguntado si había
que decir que la Iglesia ha sido a veces demasiado amiga de los ricos (pues
muchos, entre ellos el cardenal Cento, se muestran reticentes). El papa ha
respondido: "es delicado de decir pero es necesario decirlo" (I1, 332).
Esta anécdota refleja, a la vez, la innegable honradez de Pablo VI y los
límites del gran Congar. Prácticamente, es la única vez que el tema, tan
absolutamente central, de los pobres aparece en este diario. Suum cuique...
y a propósito de su discurso en Naciones Unidas, en 1965 escribe: "texto
admirable de un lenguaje a lo Kennedy, muy puro, muy vigoroso,
sorprendentemente humano. ¿Será que la Iglesia ha encontrado ya el lenguaje
con que hablar al mundo?" (11, 422).
Sobre K. Wojlila. Comentando una reunión del 2 de febrero de 1965 sobre
los signos de los tiempos, escribe: "Wojtila produce una gran impresión. Su
personalidad se impone. Irradia un fluido, un atraclivo y una cierta fuerza
profética muy calmada, pero irrecusable" (11, 312). Y al día siguiente: "Wojtila
que obtuvo su pasaporte in eXlremis, considera que la Providencia ha permitido
(o mejor: querido) que él pudiera venir para hacemos pensar en todo eso y dar
por fin su oportunidad al punto de vista polaco" (313).
Hay otros juicios rápidos, a veces bastante incisivos, por ejemplo, "Danielou,
rápido y superficial" (Il, 312), "me ataca los nervios" (11, 441). Esto en contraste
con la enorme sintonía y simpatía con De Lubac, y sin perjuicio de que, en otro
momento, deba escribir (a propósito de las preparativos de Gaudium el Spes):
"el texto de Danielou y el mio han sido estimados como demasiado abstractos y
demasiado escolares. Hace falta, según Philips, partir de la actualidad" (11, 332).
2. 1. La mentalidad romana
"Estos días percibo con pena y angustia el abismo que existe entre el pueblo
cristiano y las instancias jerárquicas, sobre todo romanas. No es sólo una distan-
cia casi infinita en el modo de ver las cosas. Es una diferencia de planos. una
heterogeneidad de niveles de existencia espiritual. Roma es ajena a esas percep-
ciones evangélicas profundas, que son la gran preocupación de nuestros fieles y
de donde brotan sus protestas" (p. 251). Parece escrito en el 2001. pero es de
1953. "En algunos textos piadosos y meapilas (pisso/ants) de Ottaviani. .. no se
percibe la preocupación dominaRle de la palabra de Dios, sino la autojuslificación
de 'la Iglesia' (quieren decir: la jerarquía) rodeada de jugos píos, que rezuman
'buen espíritu'" (ibfd.).
"Roma vive en un mundo para ella. un mundo donde todo se reduce a la
obediencia. sazonada de piedad hiperrnariaJ. El mundo y la verdad de sus pre-
guntas. no existen para ella" (p. 293). Habla mucho del pecado original. pero
sólo cree en el pecado original "de los otros" (p. 292). "Una Iglesia entregada y
consagrada a la preocupación de su propia perduración, que se piensa sólo a
partir de ella misma, en ella misma y para ella misma como aparato; no se
piensa a panir de los hombres y para los hombres. Tiene misioneros y hasta una
congregación que se ocupa de ellos. Pero ella misma no es misionera" (p. 288).
"Me impresiona la falta de realismo de un sistema que tiene sus tesis y sus ritos
y sus servidores, y que canta su canción sin mirar las cosas y los problemac; tal y
como son" (p. 295).
"Roma no está verdaderamente preocupada más que de su propia existencia
y de su propia autoridad. Persuadida. sin duda. de que así sirve a Dios. Pero
¡qué poco habla eUa de Dios' Y ¡qué poco habla a los hombres de creyente a
creyente y de servidor de Jesucristo a servidor de Jesucristo!" (334). Se me ha
vuelto evidente que Roma no ha buscado y no busca más que una cosa: la
afinnaci6n de su autoridad. El resto no le interesa, sino como campo de ejerci-
cio de esa autoridad. Salvo algunos casos. ligados a hombres con santidad e
iniciativa. toda la historia de Roma es reivindicación pétrea de su autoridad y
destrucci6n de todo lo que no se reduzca a ser más que sumisi6n" (p. 426. N.B.
lodas las palabras en cursiva que aparezcan en mis citas están así en el origi-
nal)'.
"Todo esto deriva. en primer lugar, de la eclesiología de la curia. dominada
por el carácter sagrado de la persona del papa. hasta no consistir más que en
esto. Deriva también (y mucho) de la antropología práctica que se vive aquí.
donde no hay confianza alguna. ni simpatía por el esfuerzo de los hombres. Y
todo esto va ligado al tipo de hombres que ocupa sus puestos. y en los que los
valores de carácter son tenidos bajo sospecha Y. prácticamente, eliminados. Lo
que lieneo son niños crecidos. en talla y en ciencia. pero no verdaderos hom-
bres... La exaltaci6n de Maria. reina del mundo, ¿no es en el fondo una exalta-
ción de Roma reina del mundo?" (pp. 295-296).
Su eclesiología es "absolutización. glorificaci6n, justificaci6n del aparato, y
reducci6n práctica (yen lo sucesivo también te6rica) de este aparato a la curia
romana. Ni siquiera a la funci6n apost6lica de la sede de Pedro, la cual implica-
ría a la Iglesia. sino al sistema romano, cuyo instrumento es la curia y cuyo
cenlro supremo es el Santo Oficio. Roma ha eliminado, prácticamente, la reali-
dad propia de la ecclesia para reducirla a una masa dependiente de ella. Curia
romana en todo..." (p. 303).
Añadamos como corolario que, si un sistema así tiene totalmente en sus
manos la designación de los obispos de toda la Iglesia. pueden esperarse juicios
como los que siguen sobre la jerarquía: "He visto una vez más que gran parte de
los miembros de la jerarquía carece totalmente de realismo, en su visión de las
cosas. Se contentan con celebrar los ritos externos del catolicismo, en cuanto
marco y fachada sociológica. Los verdaderos problemas no existen. El que hable
de eUos pasará por peligroso y se convenirá en sospechoso" (p. 219).
4. Naluralmenle, el presentador debe reproducir de fonna literal las citas sin querer
matizarlas o dulcificarlas. Pero cuesta poco percibir que esla afinnaci6n requeriría
una dislinción enlre el primer milenio y la Roma posterior a Carlomagno. que el
mismo Cangar puso de relieve en algunos de sus escrilos históricos.
2. 2. El Sanlo Oficio
El 13 de marzo de 1947, tras una conversación con el general de su orden, al
que el Santo Oficio quiere convertir en verdugo de sus decisiones, lavándose las
manos y atándole ante sus súbditos con el famoso mandato de "secreto del
Santo Oficio", Cangar escribía: "Me doy cuenta de todo lo que representa el
Santo Oficio en éste y otros temas que saldrán en la conversación. Desde el
momento en que algo ha llegado hasta él, ya nadie puede nada. El Santo Oficio
tiene la llave de todo, incluida la Secretaría de Estado y el mismo papa. Por eso,
desde el momento en que el Santo Oficio ha intervenido en algo, todo el mundo
en Roma tiene miedo, tanto si se trata del cardenal Tisserant como de Mons.
Montini. Poco importa" (p. 137). En esa dinámica de la curia, "todos los obispos
e incluso los cardenales, son tratados como si no fueran nada" (p. 201).
"El P. General hace con nosotros todo lo que quiere. Es nuestro único lazo
de unión con la corte romana y con el Santo Oficio. Llega siempre anunciando
que estamos en peligro de muerte y que la amputación benigna que sugiere o
exige evitará la muerte... Y como invoca el secreto de la operación del Santo
Oficio y de la corte romana, nunca se sabe en qué es objetivo, ni qué es lo que
viene de él o de más arriba. Se parece a Pétain, que presentaba el sacrificio de
su persona para pedir una confianza total y, en definitiva, colaboradora de un
régimen abominable" (p. 270).
Estas críticas se ven, además, avaladas por las voces de otros, incluso de
miembros de la curia romana. Ya en 1946, anota en su diario estas palabras de
Mons. Arata: "Ha hecho espontáneamente una crítica muy viva del Santo Ofi-
cio, de su estrechez, de su severidad. Nos dice que el Santo O,ficio (del que
añade que todos [los dominicos] somos un poco responsables con la inquisición
y san Pío V), no ha cambiado sus métodos, ni sus puntos de visla desde Pío V.
Se cree con la misión de juzgarlo todo, desde el punto de vista más severo y
más estrecho" (p. 79).
Pero no creo que valga la pena seguir con esta letanía dolorosa. Será mejor
pasar ya al último de los puntos anunciados, que es más triste, pero al menos
más humano.
2. J. El drama personal
En los comienzos de la persecución, Cangar piensa COD serenidad en "traba-
jar sin producir nada. Redactar para tiempos mejores y para luego de mi muerte"
(p. 183). No debe ser una decisión fácil, pero un hombre aún entero se siente
con fuerzas para ella. Lo que duele en el libro es percibir cómo esas fuerzas irán
siendo. poco a poco, desgastadas. Dos años después escribe: "han roto algo en
mí y, en adelante, ya nunca seré el mismo" (p. 289).
Un año más tarde: "me han reducido casi a cero: a una impotencia total. Me
enfrento a un sistema sin piedad. que no puede ni corregir, ni siquiera reconocer
sus injusticias, y que está servido por hombres que desarman por su bondad y su
piedad. Pero lo que necesito yo no es bondad sino justicia" (p. 349).
Meses después: "el sábado por la tarde una gran crecida de desánimo, de
disgusto, de lasitud sin fondo. Veo que no habrá nada que hacer hasta mi muerte
(o mi liberación: porque, en seguida que respire, me volverán a pisotear), hasta
que no quede en mí ni un soplo mío. Repaso todo lo que me han ido cerrando.
Me niegan el acceso al 'grado' [de maestro en teología]; impiden la reedición de
mis libros, he tenido que renunciar prácticamente a toda actividad ecuménica y
no puedo ya servir al ecumenismo más que no haciendo nada por él; he sido
expulsado de la enseñanza, de todas mis actividades de conferencias, cursos, etc,
de las jornadas sacerdotales; he debido renunciar al Temoignage chréliell... ; he
debido renunciar, en el momento mismo de comenzarlas, a las prédicas en Saint
Séverin y al curso en los 'Autes Études' ... ; se rechaza el nihil obslal a tres
volúmenes que son mi trabajo de cuatro o cinco años, y todo por motivaciones
miserables, de modo que, prácticamente, se me impide publicar nada. He sido
reducido a 'un caso'" (pp. 364-365).
Como todo dolor agudo, tendrá, el que ahí se expresa, sus dosis de exagera-
ción o de pesimismo excesivo. viendo el giro posterior de los acontecimientos.
Pero lo valioso no es eso, sino la fonna cómo concluye esta reflexión: "Me
pongo ante Cristo en la agonla, sobre la cruz: El, el puro y el santo, ha sufrido el
asalto del desánimo y ha aceptado pasar por un blasfemo justamente castigado y
condenado. Me agarro a esta contemplación de Cristo, que supera su desgana
por un Amén de voluntad. Me uno a El, aunque mal. Pero una vez más, he
pasado horas extremadamente duras" (p. 365).
Es inevitable pensar en las palabras que escribirá Leonardo Boff, casi cua-
renta años después, en su carta de "despedida": "la experiencia subjetiva del
poder doctrinal que yo he vivido durante veinte años, puedo resumirla en estas
palabras: es cruel y carece de piedad. No olvida nada. No perdona nada". Pero
sigamos con Congar:
La obediencia se encuentra con la pobreza y la hace poner en juego de
manera absoluta. Me han reducido a nada. No tengo nada más que mi alma.
y siento muy fuerte la dureza de este despojo por reducción a la nada. Me
lo han prohibido o retirado todo (p. 40 1).
Todo con la siguiente duda, por el otro lado, que unas veces podrá ser tenta-
ción, pero otras puede ser verdad: "obedecer es fácil... Pero ¿tengo yo derecho a
dejarlo caer todo? ¿No tengo ante los hombres un deber de palabra y de com-
promiso? ¿Tengo derecho a desocuparme de él por una obediencia pura y sim-
ple? No estoy seguro (p. 403).
"Sorprendido fuera por la lluvia, y esperando bajo un árbol que aclare algo,
me pongo a llorar amargamente. ¿Habré de ser siempre un pobre tipo aislado,
que va trasladando maletas sin parar? ¿Seré siempre como un huérfano sin nadie
y sin nada? .. Tengo una necesidad ontológica de amar y ser amado" (p. 419).
2. 4. ReOexión final
Cangar fue un hombre moderado. Los libros. que tanta pe",ecución desata-
ron antaño, resultan hoy superados en más de dos punlos, y él mismo se define
una vez, en el diario, como conservador. Lo que sí fue es un hombre intelectual-
mente honesto. y con antenas para el mundo en que vivía. Cuando la crisis de
los curas obreros, acuñó aquella frase tantas veces repetida, que tantísimo mo-
lestaba en Roma, y que es un excelente símbolo de todo esle confliclo: "se
puede condenar una solución si es equivocada; pero no se puede condenar un
problema". El magisterio ordinario de Roma se está caracterizando por condenar
problemas.
Es por ello incomprensible que un hombre así encontrara los malos tratos
que este libro refleja y que él supo callar, hasta que, varios años después de su
muene, alguien da con ellos y ios saca a la luz. Si como dijo el papa fue un
regalo de Dios a su Iglesia, es inevitable la pregunta: ¿qué pasa en esta Iglesia
que maltrata así los regalos que Dios le hace? ¿Qué pasa en una institución que
tiene tan poca sensibilidad de conciencia para lo inmoral de sus procedimientos.
mientras pretende dictar normas de moral a la conciencia del género humano?
¿Qué pasa en Roma para que, después de la clamorosa protesta que hubo en el
Vaticano n, las cosas hayan vuelto a empeorar? En el caso de Congar, resulta
hoy claro que él tenfa razón, en todas las posturas por las que el Santo Oficio lo
pe",iguió; pero aunque hubiese estado equivocado, ¿es posible defender ninguna
verdad, y menos la verdad de Dios, con procedimientos que menoscaban la
dignidad y el respeto debido al ser humano? ¿Tiene sentido andar pidiendo
perdón por pecados de hace cuatro siglos, mientras cerrarnos los ojos a nuestros
pecados actuales?
Este es el primer punto para una reflexión eclesiológica'. Y C. Duquoc acaba
de formularlo con claridad en un obra reciente, que también recensionamos
s. La Vanguardia del 10 de octubre de 2001 citaba esta frase del deán de un cabildo
catedralicio (prefiero no decir el nombre, ni la diócesis), a propósito de no sé qué
acusaciones contra el obispo: "aunque un obispo se vaya de putas. sigue siendo
infalible, porque su poder es divino". Tanto si la frase proviene del deán como del
periodisla. resume bien. con esa lógica imprudente y sincera de algunos hombres del
sistema, la eclesiologfa que Cangar quiso combatir y hoy se nos quiere volver a
imponer: el uso de Dios y de su promesa a la Iglesia como refuerzo del propio
aUloritarismo y del propio afán de poder. Ese ensueño de tener a mano la infalibilidad
de Dios, en beneficio propio y de la propia gestión. Ese ensueño que (¡contra todo