RATZINGER, La Belleza
RATZINGER, La Belleza
RATZINGER, La Belleza
Contemplación de la belleza
Según Joseph Ratzinger
Está claro que la Iglesia lee este salmo como una representación poético-
profética de la relación esponsal entre Cristo y la Iglesia. Reconoce a Cristo
como el más bello de los hombres; la gracia derramada en sus labios
manifiesta la belleza interior de su palabra, la gloria de su anuncio. De este
modo, no sólo la belleza exterior con la que aparece el Redentor es digna de
ser glorificada, sino que en él, sobre todo, se encarna la belleza de la Verdad,
la belleza de Dios mismo, que nos atrae hacia sí y a la vez abre en nosotros la
herida del Amor, la santa pasión ("eros") que nos hace caminar, en la Iglesia
esposa y junto con ella, al encuentro del Amor que nos llama. Pero el miércoles
de la Semana santa, la Iglesia cambia la antífona y nos invita a leer el salmo a
la luz de Isaías: "Sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, con el
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rostro desfigurado por el dolor" (53, 2). ¿Cómo se concilian estas dos
afirmaciones? El "más bello de los hombres" es de aspecto tan miserable, que
ni se le quiere mirar. Pilatos lo muestra a la multitud diciendo: "Este es el
hombre", tratando de suscitar la piedad por el Hombre, despreciado y
maltratado, al que no le queda ninguna belleza exterior. San Agustín, que en
su juventud escribió un libro sobre lo bello y lo conveniente, y que apreciaba la
belleza en las palabras, en la música y en las artes figurativas, percibió con
mucha fuerza esta paradoja y se dio cuenta de que en este pasaje la gran
filosofía griega de la belleza no sólo se refundía, sino que se ponía
dramáticamente en discusión: habría que discutir y experimentar de nuevo lo
que era la belleza y su significado. Refiriéndose a la paradoja contenida en
estos textos, hablaba de "dos trompetas" que suenan contrapuestas, pero que
reciben su sonido del mismo soplo de aire, del mismo Espíritu. Él sabía que la
paradoja es una contraposición, pero no una contradicción. Las dos,
afirmaciones provienen del mismo Espíritu que inspira toda la Escritura, el
cual, sin embargo, suena en ella con notas diferentes y, precisamente así, nos
sitúa frente a la totalidad de la verdadera Belleza, de la Verdad misma.
Del texto de Isaías nace, ante todo, la cuestión de la que se han ocupado los
Padres de la Iglesia: si Cristo era o no bello. Aquí se oculta la cuestión más
radical: si la belleza es verdadera o si, por el contrario, la fealdad es lo que nos
conduce a la profunda verdad de la realidad. El que cree en Dios, en el Dios
que precisamente en las apariencias alteradas de Cristo crucificado se
manifestó como amor "hasta el final" (Jn 13, 1), sabe que la belleza es verdad
y que la verdad es belleza, pero en el Cristo sufriente comprende también que
la belleza de la verdad incluye la ofensa, el dolor e incluso el oscuro misterio
de la muerte, y que sólo se puede encontrar la belleza aceptando el dolor y no
ignorándolo.
Sin duda, un inicio de comprensión de que la belleza tiene que ver con el dolor
se encuentra también en el mundo griego. Pensemos por ejemplo en el Fedro
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En el siglo XIV, en el libro sobre la vida de Cristo del teólogo bizantino Nicolás
Kabasilas, volvemos a encontrar esta experiencia de Platón, en la cual el
objeto último de la nostalgia permanece sin nombre, aunque transformado por
la nueva experiencia cristiana. Kabasilas afirma: "Hombres que llevan en sí un
deseo tan poderoso que supera su naturaleza, y que desean y anhelan más de
aquello a lo que el hombre puede aspirar, estos hombres han sido traspasados
por el mismo Esposo; él misma ha enviado a sus ojos un rayo ardiente de su
belleza. La profundidad de la herida revela ya cuál es el dardo, y la intensidad
del deseo deja entrever Quién ha lanzado la flecha".
A partir de esta concepción, Hans Urs von Balthasar edificó su Opus magnum
de la Estética teológica, de la que muchos detalles se han acogido en el
trabajo teológico, mientras que su planteamiento de fondo, que constituye
verdaderamente el elemento esencial de todo, no se ha asumido en absoluto.
Nótese que esto no es un problema que afecta simplemente, o principalmente,
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Y ¿no resulta evidente lo mismo cuando nos dejamos conmover por el icono de
la Trinidad de Rublëv? En el arte de los iconos, al igual que en las obras de los
grandes pintores occidentales del románico y del gótico, la experiencia que
describe Kabasilas se hace visible partiendo de la interioridad, y se puede
participar en ella. Pavel Evdokimov ha descrito de manera significativa el
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Quien ha percibido esta belleza sabe que la verdad es la última palabra sobre
el mundo, y no la mentira. No es "verdad" la mentira, sino la Verdad.
Digámoslo así: un nuevo truco de la mentira es presentarse como "verdad" y
decirnos: "más allá de mí no hay nada, dejad de buscar la verdad o, peor aún,
de amarla, porque si obráis así vais por el camino equivocado". El icono de
Cristo crucificado nos libera del engaño hoy tan extendido. Sin embargo, pone
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como condición que nos dejemos herir junto con él y que creamos en el Amor,
que puede correr el riesgo de dejar la belleza exterior para anunciar de esta
manera la verdad de la Belleza.