Este documento trata sobre la vida contemplativa y la clausura de las monjas. Explica que la separación del mundo a través de la clausura permite vivir más intensamente el misterio pascual de Cristo y participar en su éxodo del pecado al Padre a través de la oración y contemplación. También destaca que el silencio y soledad de la clausura facilitan el encuentro con Dios y la escucha de su palabra, lo que nutre el amor y la contemplación.
Este documento trata sobre la vida contemplativa y la clausura de las monjas. Explica que la separación del mundo a través de la clausura permite vivir más intensamente el misterio pascual de Cristo y participar en su éxodo del pecado al Padre a través de la oración y contemplación. También destaca que el silencio y soledad de la clausura facilitan el encuentro con Dios y la escucha de su palabra, lo que nutre el amor y la contemplación.
Este documento trata sobre la vida contemplativa y la clausura de las monjas. Explica que la separación del mundo a través de la clausura permite vivir más intensamente el misterio pascual de Cristo y participar en su éxodo del pecado al Padre a través de la oración y contemplación. También destaca que el silencio y soledad de la clausura facilitan el encuentro con Dios y la escucha de su palabra, lo que nutre el amor y la contemplación.
Este documento trata sobre la vida contemplativa y la clausura de las monjas. Explica que la separación del mundo a través de la clausura permite vivir más intensamente el misterio pascual de Cristo y participar en su éxodo del pecado al Padre a través de la oración y contemplación. También destaca que el silencio y soledad de la clausura facilitan el encuentro con Dios y la escucha de su palabra, lo que nutre el amor y la contemplación.
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Congregaci n para l os I nsti tutos de Vi da Consagrada y l as S
oci edades de Vi da Apostl i ca
VENI TE SEORSUM - Sobre l a vi da contempl ati va y sobre l a cl ausura de l as mon j as - 15-8-1969
VENI TE SEORSUM - Sobre la vida contemplativa y sobre la clausura de las monjas - 15-8- 1969
INSTRUCCIN de la Sagrada Congregacin para los Religiosos y los Institutos Seculares
Venid aparte a un lugar solitario ( Mc. , 6, 31). Muchos han odo esta invitacin y han seguido a Cristo, retirndose a la soledad, para adorar en ella al Padre.
Movidos por este impulso del Espritu 1, fundaron institutos consagrados a la sola vida contemplativa, entre los cuales ocupan un lugar destacado los monasterios de monjas.
La Iglesia reserv siempre atenciones solcitas y maternas para sta que San Cipriano llam ilustre porcin del rebao de Cristo 2, especialmente tutelando su separacin de los asuntos del mundo con numerosas prescripciones relativas a la clausura 3. De ello se ocup tambin el Concilio Vaticano II 4, y la presente Instruccin se propone proseguir su obra, dictando las normas que regirn en lo sucesivo la clausura de las monjas enteramente dedicadas a la contemplacin, exponiendo previamente algunos de los aspectos ms importantes de la clausura misma.
I - MI STERI O PASCUAL Y NUEVO XODO
La separacin del mundo, para vivir en soledad una ms intensa vida de oracin, no es otra cosa que un modo peculiar de vivir y expresar el misterio pascual de Cristo, que muri para resucitar.
El xodo en l a hi stori a del puebl o de Di os
Ahora bien, este misterio se presenta en la Sagrada Escritura como un trnsito o xodo; es decir, el trnsito es el hecho principal de la historia de Israel, fundamento de su fe 5y de su vida de estrecha unin con Dios 6; y en l ve la Iglesia una prefiguracin del misterio cristiano de salvacin 7.
Efectivamente, todos saben hasta qu punto la Liturgia y la tradicin de los Padres han utilizado el tema bblico del xodo para enunciar y penetrar el misterio cristiano, como a su vez lo haban hecho los apstoles y evangelistas 8. Ya en los albores de la historia del Pueblo de Dios se nos presenta a Abrahn invitado a salir de su tierra y a dejar su parentela (cfr. Gn. , 12, 1), y el Apstol ensea cmo esa invitacin fue el comienzo de un largo camino mstico hacia la patria que no es terrena 9.
Mi steri o y real i dad del nuevo xodo
Lo que as fue figurado en el Antiguo Testamento, es realidad en el Nuevo. El Verbo de Dios, saliendo del Padre y viniendo a este mundo (cfr. Jn. , 16, 28) para elevar al pueblo que caminaba en las tinieblas ( Is. , 9, 2; cfr. Mt. , 4, 16), nos arranc a ese poder de las tinieblas (cfr. Col. , 1, 13), o sea, al pecado, y con su muerte (cfr. Jn. , 13, 1; 16, 28 y Hebr. , 9, 11-12; 10, 19-20), nos atrajo a un movimiento de retorno al Padre, el cual nos resucit en Cristo y nos hizo sentar con El en los cielos ( Ef. , 2, 6; cfr. Col. , 2, 12-13; 3, 1); en esto consiste real y propiamente el misterio pascual de Cristo y de la Iglesia.
Esta muerte de Cristo importa una verdadera soledad, como han afirmado algunos Padres y Doctores de la Iglesia 10 , de acuerdo con el Apstol 11 . Y ese mismo significado han atribuido a ciertos hechos de la vida de Cristo, al contemplarlo retirado en la soledad o en el desierto para luchar con el prncipe de este mundo (cfr. Mt. , 4, 1; Jn. , 12, 31; 14, 30) 12 , y sobre todo para orar al Padre, a cuya voluntad El se someta plenamente 13 . De este modo prefigur la soledad de su Pasin 14 , presentada por los Evangelistas como un nuevo Exodo 15 .
Por eso, para el cristiano retirarse al desierto equivale a unirse ms profundamente a la Pasin de Cristo y participar en manera especial del misterios pascual y del trnsito del Seor de este mundo a la patria celeste. Por esta razn fueron fundados los monasterios, radicados en el corazn mismo del misterio cristiano.
Reti ro y contempl aci n en el mi steri o de l a I gl esi a
Es cierto que el cristiano es llamado tambin a seguir a Cristo en la predicacin del Evangelio de salvacin, y que a la par tiene que colaborar en la edificacin de la ciudad terrena para ser en ella como el fermento que la transforme en familia de Dios 16 ; en ese sentido se dice que el cristiano permanece en el mundo (cfr. Jn. , 17, 15). Sin embargo, esta funcin no expresa ntegramente todo el misterio de la Iglesia, ya que la Iglesia, fundada para el servicio de Dios y de los hombres 17 , es a la vez y sobre todo, la comunidad de los redimidos, o sea, de quienes por el Bautismo y los otros Sacramentos, han sido ya trasladados de este mundo al Padre 18 . Entregada a la accin, vive a la vez dedicada a la contemplacin; pero esto de tal suerte que en ella lo humano est ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la accin a la contemplacin 19 . Por eso es justo y conveniente que algunos cristianos expresen con una tpica forma de vida esta nota contemplativa de la Iglesia, apartndose de hecho a la soledad, en cuanto ellos han sido incitados por esta gracia del Espritu Santo 20 a consagrarse a Dios solo, en asidua oracin y ferviente penitencia ( Perfectae Cari tati s , 7) 21 .
Por lo dems, tngase en cuenta que cierta separacin del mundo y asimismo cierta contemplacin tienen que existir necesariamente en cualquier forma de vida cristiana, como afirm el Concilio Vaticano II, hablando de los sacerdotes y religiosos dedicados a las actividades apostlicas 22 . De hecho, aun fuera de los monasterios no faltan quienes, movidos por la gracia del Espritu Santo, son elevados a la contemplacin; una cierta llamada en este sentido es dirigida a todo cristiano, as como a todos los fieles es necesaria una cierta separacin del mundo (cfr. Lc. , 14, 25-27 y 33), aun cuando no todos vayan al desierto de igual manera. Los monjes y las monjas, retirndose al claustro, no hacen otra cosa que realizar, de una manera ms absoluta y ejemplar, una dimensin esencial de toda vida cristiana: Por lo dems, que... los que usan de este mundo, se conduzcan como si no usasen; porque pasa la figura de este mundo ( 1 Cor. , 7, 29-31) 23 .
I I - ENCUENTRO CON DI OS EN LA SOLEDAD
A estas razones que se fundan en el misterio pascual de Cristo, en cuanto es participado por la Iglesia, hay que aadir la importancia que tienen el recogimiento y el silencio para tutelar y facilitar el encuentro con Dios en la oracin 24 .
Pureza de l a mente
El estilo de vida de quienes se dedican totalmente a la contemplacin, tendiendo a eliminar todo lo que de algn modo podra dividir el espritu, los hace ms aptos para conseguir la plenitud de la personalidad, cuya nota caracterstica es la unidad, y les hace posible el dedicarse totalmente a la bsqueda de Dios 25 y el consagrarse a El ms perfectamente.
Para escuchar l a pal abra de Di os
Esa bsqueda de Dios, en virtud de la cual el hombre ha de renunciar a todo cuanto posee (cfr. Lc. , 14, 33), se efecta ante todo por la lectura y meditacin de las Sagradas Escrituras (cfr. Perfectae Cari tati s , 6). De ah que la lectura de los Libros Sagrados debe acompaar a la oracin para que se realice el coloquio entre Dios y el hombre, pues le hablamos cuando oramos, le omos cuando leemos los orculos divinos (cfr. Const. Dei Verbum , 25; Ambrosi o, De Offi ci i s mi ni strorum , I, 20, 88: ML 16, 50).
Con el estudio de la Sagrada Escritura, que es como un espejo... en el que la Iglesia, peregrina sobre la tierra, contempla a Dios de quien todo lo ha recibido (Const. Dei Verbum , 7), cada uno se enciende en amor de Dios y en el deseo de contemplar su belleza (II-II, q. 180, art. 1, in corpore).
Amor y contempl aci n
As el amor y la contemplacin se ayudan mutuamente: pues amar a Dios es realmente entender a Dios; ya que El slo siendo amado es entendido, y slo siendo entendido es amado, y tanto se le entender cuanto se le ame, y tanto se le amar cuanto se le entienda (Guillermo Abad de San Teodorico, Expositio in Cant. , c. 1; ML 180, 499, C).
De esta manera, en el silencio y la soledad los hombres valientes pueden dedicarse al recogimiento a medida de su deseo, establecer en s mismos su morada, cultivar asiduamente los grmenes de las virtudes, y nutrirse deleitosamente de los frutos del paraso. Aqu se consiguen los ojos aquellos cuya serena mirada vulnera de amor al Esposo y cuya pureza hace posible ver a Dios. Aqu se festeja el ocio hacendoso y se vive el sosiego de una inquieta actividad. Aqu recompensa Dios a sus atletas, en paga de los sudores de la lucha, con el premio deseado, a saber, con la paz que el mundo no conoce y el gozo en el Espritu Santo. Esta es la parte mejor elegida por Mara y que nadie podr arrebatarle 26 .
I I I - AL SERVI CI O DE LA I GLESI A Y DE LA HUMANI DAD
Sin embargo, no porque los monjes y las monjas estn separados de los dems hombres debern ser mirados como aislados y excluidos del mundo y de la Iglesia; antes al contrario, estn presentes a ellos de manera ms profunda en las entraas de Cristo 27 , ya que en El todos somos uno (cfr. 1 Cor. , 10, 17; Jn. , 17, 20-22) 28 .
Amor a l os hermanos
Aparte de la funcin desempeada por los monasterios desde la antigedad en el campo de la cultura civil y social, consta por testimonios certsimos con cunto amor estos hombres entregados a la contemplacin llevan en sus corazones las ansiedades y los dolores de toda la humanidad.
Por lo dems, el desierto y los montes retirados fueron los lugares escogidos por Dios para revelar a los hombres sus secretos (cfr. Gn. , 32, 25-31; Ex. , 3, 1; 24, 1-8; 34, 5-9; 1 Reg. , 19, 8-13; Lc. , 2, 7-9; Mt. , 17, 1-8). Son lugares donde el cielo y la tierra parecen casi encontrarse; donde, merced a la presencia de Cristo, el mundo cesa de ser rida tierra para volverse paraso (cfr. Mc. , 1, 13) 29 . Cmo, pues, podrn considerarse excluidos de la humanidad aquellos en quienes la humanidad alcanza su plenitud?
En el corazn de l a I gl esi a y del mundo
Pues bien, si los contemplativos estn en el corazn del mundo, con mayor razn estn en el corazn de la Iglesia 30 . Su oracin, en especial la participacin en el Sacrificio de Cristo en la Eucarista y la celebracin del Oficio divino, realiza la ms noble tarea de la comunidad de orantes que es la Iglesia, es decir, la glorificacin de Dios. Esta oracin es el culto con que se tributa al Padre por el Hijo en el Espritu Santo un eximio sacrificio de alabanza 31 ; culto que en verdad introduce, a los que a l se entregan, en el misterio del coloquio inefable que Cristo Seor continuamente mantiene con el Padre celestial, en cuyo seno le expresa su amor infinito. Esa plegaria es, en fin, el punto a que tiende como a su cima toda la accin de la Iglesia 32 . As, puesto que los contemplativos manifiestan la vida ms ntima de la Iglesia, son requeridos para que se realice plenamente su presencia 33 .
Adems, elevan el nivel espiritual de la Iglesia, al vivificar con el fervor de su caridad todo el Cuerpo Mstico, promoviendo toda clase de iniciativas apostlicas, que nada seran sin la caridad (cfr. 1 Cor. , 13, 1-3). En el corazn de mi Madre la Iglesia, yo ser el amor: as exclam aquella que sin haber salido jams de su monasterio, fue, sin embargo, proclamada por Po XI Patrona de todas las Misiones 34 . No es verdad que Dios libr a los hombres del pecado por su amor, manifestado en la entrega de su Hijo hasta la muerte en la cruz? Por eso, quien penetra en este misterio pascual del supremo amor de Dios y de los hombres (cfr. Jn. , 13, 1; 15, 13), necesariamente toma parte en la obra salvfica de la pasin de Cristo, principio de todo apostolado 35 .
Col aboraci n en l a obra mi si onera de l a I gl esi a
Finalmente, los religiosos dedicados a la contemplacin, ayudan con su oracin a la obra misional de la Iglesia porque es Dios quien, por la oracin, enva obreros a su mies, abre las almas de los no cristianos para que reciban el Evangelio y fecunda la palabra de salvacin en sus corazones 36 . En la soledad, donde se entregan a la oracin, en modo alguno se olvidan de sus hermanos. Si se alejan de un frecuente trato con ellos, no lo hacen para buscar el descanso por propia comodidad, sino con el fin de participar de un modo ms universal en sus trabajos, dolores y esperanzas 37 .
I V - LA MUJER EN EL MI STERI O DE LA VI DA CONTEMPLATI VA
Muy elevado es, pues, el misterio de la vida contemplativa. Si de todo lo expuesto resulta evidente el lugar preeminente que ocupa en la economa de la salvacin, este misterio brilla con especial esplendor en las monjas de clausura.
Ellas, por su condicin de mujeres, expresan ms eficazmente el misterio de la Iglesia, Esposa inmaculada del Cordero inmaculado 38 , y, sentadas a los pies del Seor para escuchar su palabra (cfr. Lc. , 10, 39) en silencio y soledad, gustan y buscan las cosas de arriba, donde est su vida escondida con Cristo en Dios, hasta que sean glorificadas junto con su Esposo 39 . Es propio de la mujer acoger la palabra, ms bien que llevarla a los remotos confines de la tierra, aunque pueda tambin ser llamada a esta funcin con feliz resultado; es propio de ella escrutar a fondo en su interior la palabra y hacerla fructfera de manera vital, clara y conforme a su propia ndole. Llegada a su plena madurez, la mujer percibe y siente ms finamente lo que a los otros hace falta, y experimenta sus necesidades; demuestra ms claramente la fidelidad de la Iglesia a su Esposo 40 , y a la vez posee un sentido ms hondo de la fecundidad de la vida contemplativa. Por esta razn, la Iglesia -como atestigua la Liturgia 41 - ha dado siempre a las vrgenes cristianas un rango singular. Refrendando el amor celoso de Dios por ellas 42 , la Iglesia ha protegido con gran solicitud su separacin del mundo y la clausura de sus monasterios 43 .
La Vi rgen Sant si ma, model o de contempl ati vas
No es posible omitir aqu el recuerdo de la Bienaventurada Virgen Mara, que acogi en s misma al Verbo de Dios llena de fe, concibiendo a Cristo antes en la mente que en las entraas 44 ; huerto cercado, fuente sellada, puerta cerrada (cfr. Cant. , 4, 12; Ez. , 44, 1-3), por su fe y caridad es prototipo y modelo destacadsimo de la Iglesia 45 . La Virgen Santsima es ejemplar preclaro de vida contemplativa; justamente se le aplican en la Sagrada Liturgia, segn una venerable tradicin, tanto en Oriente como en Occidente, aquellas palabras del Evangelio: Mara ha escogido la mejor parte ( Lc. , 10, 38-42) 46 .
V - VI DA DE SI GNO Y TESTI MONI O
En este misterio de la vida contemplativa, es preciso subrayar el valor de signo y testimonio, en virtud del cual los contemplativos llamados por Dios a una especial vida de oracin, no quedan excluidos de un cierto ministerio de la palabra 47 , aun cuando no sea el ministerio de la predicacin directa.
Ser testi gos de l a exi stenci a y de l a presenci a de Di os
En la actual sociedad humana, que tan fcilmente rechaza a Dios y lo niega, la vida de hombres y mujeres, dados a la contemplacin de las cosas divinas, proclama abiertamente la existencia de Dios y su presencia, ya que esa vida entraa un trato de amistad con Dios, que da testimonio a nuestro espritu de que somos hijos de Dios ( Rom. , 8, 16). Por eso, los que as viven pueden confirmar a quienes estn tentados en la fe y que, por error, llegan a negar la facultad dada a todo hombre de entablar coloquio con el Dios inefable 48 .
Para l os hombres y l a soci edad de hoy
Con ese maravilloso coloquio, en la soledad y el silencio, los hombres y mujeres consagrados a la contemplacin y a la prctica de la caridad y de las dems virtudes cristianas, anuncian la muerte del Seor hasta que El venga. Y, en verdad, tanto ms la anuncian, cuanto que su vida entera, vivida en la bsqueda de Dios solo, no es otra cosa que un viaje a la Jerusaln celestial y una anticipacin de la Iglesia escatolgica, abismada en la posesin y contemplacin de Dios. Los contemplativos no slo pregonan al mundo esa meta, o sea, la vida del cielo, sino que muestran el camino que a l conduce. Si el espritu de las bienaventuranzas que vivifica el seguimiento de Cristo, debe animar toda forma de vida cristiana 49 , la vida de los contemplativos testifica que esto puede realizarse ya en esta vida terrena. Y ese testimonio no puede dejar de afectar vivamente a los hombres de nuestra poca, dado que reviste forma colectiva o, mejor dicho, social. Los hombres de hoy, en efecto, no se sienten atrados tanto por el testimonio individual cuanto por el comunitario; y ms an los atraer el testimonio de una sociedad bien organizada, que con su continuidad y su vigor garantice la validez de los principios en que se basa. Tal es el testimonio de la comunidad contemplativa, como la bosquej Pablo VI en Montecassino , cuando habl de una pequea sociedad ideal, donde reina el amor, la obediencia, la inocencia, la libertad de la tirana de las cosas creadas, el arte de usarlas bien, el predominio del espritu, la paz, en una palabra, el Evangelio 50 .
VI - SELECCI N Y VARI EDAD DE LAS VOCACI ONES CONTEMPLATI VAS
Madurez humana y vocaci n
Sin embargo, se comprende fcilmente que la obligacin precisa y bien determinada de la vida claustral a que uno se somete, no puede nacer ni consistir en un fervor pasajero, sino que debe provenir de una slida y estable madurez, en virtud de la cual la persona sea capaz de renunciar a ciertos bienes sociales, aun tenindolos de hecho en grande estima, para elegir con plena libertad de espritu una forma de vida que le permita dedicarse nicamente a Cristo y a las cosas de arriba. Por este motivo las vocaciones que se presenten a los monasterios de monjas han de ser sometidas a prolongado y cuidadoso examen, con el fin de discernir los motivos que las impulsan y alejar oportunamente a las que, quizs sin advertirlo, estn movidas por razones no tan sobrenaturales y claras, que podran impedir el pleno desarrollo espiritual y humano 51 . Las precauciones tiles, establecidas por las leyes de cada Instituto, deben tenerse muy en cuenta, no slo antes del ingreso de las postulantes en el monasterio, sino tambin antes de la admisin a los votos perpetuos.
Uni dad y vari edad de l as fami l i as contempl ati vas
Lo expuesto en la presente Instruccin se refiere a todos los Institutos ntegramente consagrados a la contemplacin. Sin embargo, cada familia religiosa tiene ndole y fisonoma propias, a menudo precisadas por el Fundador, que debern conservarse fielmente. No se excluye que la inspiracin del Espritu Santo pueda suscitar en la Iglesia nuevas formas de vida contemplativa.
Con esto, se reconocen como legtimos los elementos que diferencian a los Institutos entre s, con admirable variedad: variedad que depende principalmente de la diversa importancia que se da a la oracin individual o a la oracin litrgica, a los factores de vida comn o de vida eremtica, en la configuracin de cada Instituto. Esto, indudablemente, tiene tambin valor en cuanto al modo en que cada Instituto entiende y realiza la separacin material del mundo por medio de la clausura.
VI I - CONFI RMACI N Y RENOVACI N DE LA CLAUSURA DE LAS MONJAS
Por tanto, a la vez que se confirman las prescripciones del Concilio Vaticano II, relativas al mantenimiento y renovacin de la clausura, por ser sta una ayuda segursima de la vida contemplativa, la Sagrada Congregacin de Religiosos e Institutos Seculares ha estimado oportuno publicar las siguientes normas, aprobadas por Su Santidad Pablo VI el 12 de julio de 1969, para los monasterios de monjas de vida puramente contemplativa.
Normas para l a cl ausura papal de l as monj as
La clausura papal de los monasterios ha de considerarse una institucin asctica particularmente conforme a la vocacin propia de las monjas, ya que ella es realmente signo, proteccin y expresin peculiar de su separacin del mundo (Motu proprio Eccl esi ae Sanctae , II, 30 ).
1. La clausura reservada a las monjas de sola vida contemplativa ( Perfectae caritatis , 16) se llama papal, porque las normas que la rigen deben estar sancionadas por la autoridad apostlica, aun cuando se trate de normas establecidas, en el pasado o en el porvenir, por el derecho particular, para determinar la ndole propia de cada Instituto.
2. A la ley de la clausura papal est sujeta toda la casa que habitan las monjas, con los huertos y jardines reservados al uso de stas.
3. El recinto del monasterio sujeto a la ley de la clausura debe fijarse de modo que constituya una separacin material (Motu proprio Eccl esi ae Sanctae , II, 31 ), esto es, que impida la entrada y la salida (v. gr., con un muro, o de otra forma efectiva, por ejemplo, con cercos de madera, redes metlicas o un cercado slido y consistente). Las entradas y salidas se harn pon puertas cerradas con llave.
4. El modo de establecer esta eficaz separacin, especialmente en cuanto al coro y al locutorio, ha de quedar precisado en las Constituciones y en los cdigos adicionales, teniendo en cuenta tanto la diversidad de tradiciones de cada Instituto, como las modalidades de tiempos y lugares (por ejemplo, con rejas, verjas, una mesa fija, etc.). A norma del artculo 1, esta forma de separacin propngase previamente a la aprobacin de la Sagrada Congregacin de Religiosos e Institutos seculares.
5. En fuerza de la ley de la clausura, las monjas, novicias y postulantes, debern vivir dentro del recinto monstico circunscripto por 1a clausura, y no podrn salir de l, exceptuados los casos fijados por el derecho (cfr. art. 7).
6. Asimismo, la ley de la clausura prohibe entrar en el recinto monstico sujeto a clausura, a toda persona de cualquier condicin, sexo y edad, exceptuados los casos sealados por el derecho (cfr. art. 8 y 9).
7. Salvo indultos particulares de la Santa Sede, se permite la salida de la clausura a las personas mencionadas en el artculo 5:
a) en caso de peligro gravsimo e inminente;
b) en los casos siguientes, con licencia de la Superiora y con el consentimiento -al menos habitual- del Ordinario del lugar y del Superior regular, si lo hubiere;
1) para consultar al mdico o para la cura de la propia salud, mientras sea en la misma ciudad o en las cercanas;
2) para acompaar a otra monja enferma, si lo exige una verdadera necesidad;
3) para ejecutar trabajos manuales o mantener la debida vigilancia en los lugares situados fuera de clausura pero dentro del monasterio;
4) para el ejercicio de los derechos civiles;
5) para ejercer las funciones administrativas que no puedan ser desempeadas de otra manera.
A excepcin de los motivos de salud, si la permanencia fuera de clausura ha de durar ms de una semana, la Superiora tendr que obtener previamente el consentimiento del Ordinario del lugar y del Superior regular, si lo hubiere.
c) Aparte de los casos indicados en la letra b), la Superiora deber pedir la licencia del Ordinario del lugar y la del Superior regular, si lo hubiere, quienes no podrn concederla sino por causa verdaderamente grave y por el tiempo realmente necesario.
d) Ninguna de las salidas concedidas a tenor de las clusulas a, b, c, de este artculo, podr prolongarse ms de tres meses, sin licencia de la Santa Sede.
8. Aparte de los casos de indulto particular de la Santa Sede, se permite el ingreso en la clausura:
a) a los Cardenales de la S. I. R., quienes podrn llevar consigo algunos acompaantes; a los Nuncios y Delegados Apostlicos en el territorio de su jurisdiccin;
b) a los que actualmente ocupan el puesto supremo en el gobierno de la nacin, a sus esposas y comitiva;
c) al Ordinario del lugar y al Superior regular, por justa causa;
d) a los Visitadores cannicos durante la visita, solamente para la inspeccin, quienes debern entrar acompaados por un socio;
e) al sacerdote, juntamente con los ministros, para administrar los sacramentos a las enfermas o para los funerales. Se permite tambin la entrada del sacerdote para prestar asistencia a las religiosas probadas por larga o grave enfermedad;
f) igualmente al sacerdote, juntamente con los ministros, para celebrar las procesiones litrgicas, a peticin de la Superiora;
g) a los mdicos y a todos aquellos cuya ayuda o competencia tcnica es necesaria para proveer a los menesteres del monasterio, con la licencia de la Superiora y bajo la vigilancia del Ordinario y del Superior regular, si hubiere;
h) a las hermanas asignadas al servicio externo del monasterio, a tenor de los propios estatutos.
9. El derecho particular, aprobado por la Santa Sede a tenor del artculo 1, de acuerdo con el espritu y la ndole de cada Instituto, puede establecer normas de clausura ms severas, o bien determinar otros casos legtimos de entrada y salida, con que proveer a las necesidades del monasterio o al bien de las monjas.
10. En los monasterios de monjas de vida exclusivamente contemplativa, el uso de 1a radio y del televisor slo podr permitirse en circunstancias especiales que revistan carcter religioso.
11. Es conveniente que los peridicos, revistas y dems medios de comunicacin no sean demasiado numerosos ni se los admita indistintamente (cfr. I nter mi ri fi ca , 4), ya que por medio de ellos puede infiltrarse el espritu mundano y turbar incluso las mejores comunidades.
12. Los congresos y reuniones de cualquier ndole, por ser difcilmente conciliables o francamente incompatibles con la vida claustral, han de ser prudentemente evitados. Con todo, si las circunstancias concretas lo aconsejan, despus de obtener los debidos permisos, podr autorizarse alguna vez a las monjas asistir a reuniones que realmente promuevan la vida claustral, a condicin de que las salidas de esta clase no se repitan con excesiva frecuencia. Tengan presente los Superiores que la pureza y el fervor de la vida claustral dependen grandemente de la estricta observancia de la clausura. Por eso, la salida del monasterio debe ser una excepcin.
13. La ley de la clausura impone obligacin grave en conciencia, tanto a las monjas como a los extraos.
14. En la Visita cannica, el Visitador debe inspeccionar la clausura material del monasterio; la Superiora, a su vez, le rendir cuenta de la observancia de las leyes de la clausura, y someter a su inspeccin el registro en que se hallarn cuidadosamente anotadas las entradas y salidas de la clausura.
15. La Iglesia, que tanto estima la vida contemplativa claustral, alaba grandemente a las monjas que, adaptando en el mejor modo posible la clausura a dicha vida contemplativa, mantienen fidelsimamente la separacin del mundo (cfr. Perfectae caritatis , 7), y a la vez exhorta encarecidamente a quienes tienen el derecho y la obligacin de vigilar la custodia de la clausura -a saber, al Ordinario del lugar y al Superior regular, si lo hubiere- a que la protejan con todo cuidado, y asimismo ayuden eficazmente, segn su cargo, a la Superiora, a la cual est confiada la custodia inmediata de la clausura.
16. Las penas establecidas contra los violadores de la clausura de las monjas quedan suspendidas hasta la promulgacin del nuevo Cdigo de derecho cannico.
17. En esta renovacin de la clausura, obsrvese fielmente el modo de proceder prescrito en los Nos. 9,10 y11 del Motu proprio Ecclesiae Sanctae, II . De acuerdo con el N 6 del mismo documento, sin previa licencia de la Santa Sede, no podrn hacerse experimentos contra lo establecido en las presentes normas, que constituyen en adelante el derecho comn.
Los monasterios que en la revisin de la clausura papal hayan introducido ya algunas innovaciones, quedan obligados a someterlas al juicio de la Sagrada Congregacin de Religiosos e Institutos seculares, dentro de seis meses a partir de la fecha de publicacin de la presente Instruccin.
Roma, 15 de agosto de 1969, fiesta de la Asuncin de la Santsima Virgen Mara.