Los Tratados de Espinosa PDF
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Los Tratados de Espinosa PDF
LA IMPOSIBLE TEOLOGA
DEL BURGUS
LOS TRATADOS DE ESPINOSA.
LA IMPOSIBLE TEOLOGA
DEL BURGUS
UNIVERSIDAD DE MURCIA
2006
Los tratados de Espinosa : la imposible teologa del burgus / Vicente
Cervera Salinas, Mara Dolores Adsuar y Mara del Carmen Carrin (eds.).
Murcia : Universidad de Murcia, Servicio de Publicaciones, 2006
224 p. (Aula de Humanidades / director Vicente Cervera Salinas)
ISBN 84-8371-595-3
1. Espinosa, Miguel (1926-1982)-Crtica e interpretacin. 2. Espinosa,
Miguel (1926-1982)-Biografas. I. Cervera Salinas, Vicente (1961-). II.
Adsuar Fernndez, Mara Dolores. III. Carrin Pujante, Mara del Carmen.
IV. Universidad de Murcia. Servicio de Publicaciones. V. Ttulo. VI. Serie
1 EDICIN, 2006
Reservados todos los derechos. De acuerdo con la legislacin vigente, y bajo las sanciones en ella
previstas, queda totalmente prohibida la reproduccin y/o transmisin parcial o total de este libro,
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cualesquiera otros procedimientos que la tcnica permita o pueda permitir en el futuro, sin la expre-
sa autorizacin por escrito de los propietarios del copyright.
Miguel Espinosa
NDICE
LIMINAR
Vicente Cervera Salinas Mara Dolores Adsuar Fernndez ................................9
EL CRISTAL DE ESPINOSA
Vicente Cervera Salinas ...........................................................................................143
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TRANSCRIPCIN DE JUICIO Y EXPIACIN
DE NGELES HERNNDEZ DE MIGUEL ESPINOSA
.................................................................................................................................... 175
EL EREMITA
Eloy Snchez Rosillo................................................................................................ 221
LIMINAR
-9-
VICENTE CERVERA SALINAS
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PREFACIO.
LA ATEMPORALIDAD DE MIGUEL ESPINOSA
En estos das en los que vivimos resulta, cuanto menos, arriesgado organizar
un curso sobre la obra y la figura de Miguel Espinosa. Su estudio, an hoy, no se
ha normalizado. Nuestra sociedad se ha convertido en espa impudoroso y con-
feso de la vida ajena, juez implacable, sabio falso de la alteridad. Dnde queda
el tiempo necesario para la reflexin, para el desarrollo del sentido tico, para el
distanciamiento que objetiviza aquello que nos rodea y nos acontece a diario?
Dcadas despus de que fuese creada la obra del escritor Miguel Espinosa se
revela plena de significacin y verdad. El carcter hiperblico sealado aos
atrs por la crtica literaria se desvanece ante la sucesin de hechos que compo-
nen nuestro presente, los cuales superan lo imaginado.
Nos encontramos en un tiempo en el que el inmovilismo por una parte y el
olvido institucional por otra sacuden los aledaos de la obra del escritor mur-
ciano. An as la calidad de sus textos se revela incuestionable, incluso para
quien confiesa no ser uno de sus devotos.
Quienes nos hemos encargado de la organizacin del curso Los tratados de
Miguel Espinosa. La imposible teologa del burgus hemos pretendido con la misma
rendir nuestro particular homenaje al escritor e incentivar la lectura de sus obras
en los que actualmente pasan por las aulas de la Facultad de Letras, futuros do-
centes de literatura en muy diversos mbitos posibles. Pero, no slo a ellos iba
dirigido el curso, sino a todo aquel que sintiera inters en saber quin es Miguel
Espinosa, o bien, profundizar en su conocimiento. Qu mejor forma de hacerlo
que a travs de sus textos?
En nuestro recuerdo est presente el Congreso que en el ao 1991 organizase
el catedrtico don Victorino Polo, bajo el nombre de Miguel Espinosa: La Escri-
tura, el cual, sin duda, marc un punto de inflexin en el estudio del escritor,
dada la excelencia intelectual de quienes all fueron convocados. Particularmen-
te lo recuerdo de una manera muy peculiar. Era yo por entonces alumna de Juan
Espinosa Artero, hijo del escritor, en el Instituto Jos Planes de Espinardo.
Apenas tena yo diecisiete aos, mas ya intua la singularidad de aquel profesor
de filosofa cuyas apasionadas y rigurosas exposiciones mantenan absorta no
slo mi atencin, sino tambin la de mis compaeros. No era capaz de imaginar
yo quin era Miguel Espinosa; slo saba que era el padre de mi profesor de filo-
sofa, que haba escrito algunos libros extensos y complejos, cuyo ttulo descono-
ca. Aos despus me he visto defendiendo una tesis doctoral dedicada a La fea
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MARA DEL CARMEN CARRIN PUJANTE
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MIGUEL ESPINOSA
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LA LIBERACIN DEL EREMITA
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MIGUEL ESPINOSA
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LA LIBERACIN DEL EREMITA
MIGUEL ESPINOSA
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MIGUEL ESPINOSA, MI PADRE
1
El barbero de abajo y otro vecino fueron a buscarle al colegio. Ven con no-
sotros -dijeron.
Miguel entr y recorri las habitaciones como un iluminado. En el despacho
hall, prevenido por la vida, un cuadro impresionante. Y sin atender a su miedo
ni a sus lgrimas, los espritus que velan por la continuidad le entregaron, all
mismo, la jefatura de la casa.
Aquella mesa de trabajo, donde fue expuesto el atad de su padre, y en la
que l aprendi a escribir -si tal cosa se aprende-, tuvo luego un fin grandioso.
Le cay encima el techo, partindola en mil pedazos.
2
Dentro del programa de las fiestas universitarias, haba un partido de
hockey sobre patines, y el joven Miguel Espinosa se hallaba solo en la biblioteca.
Entonces presentse all otro estudiante, al frente de un pequeo grupo. Cono-
cido por haber dado varios bofetones en nombre del fascismo, vena levantando
gente -espectadores para el partido-, como oficial a cuyo cargo corriera una leva.
Nada ms descubrir a mi padre, dijo en voz alta: Me fastidian los muchachos
plidos y estudiosos!
Miguel dej la lectura y, entregndose a la fatalidad, repuso algo que fue te-
nido por casus belli. En realidad, cualquier cosa que hubiera dicho les habra so-
nado a declaracin de guerra; tal actitud traan.
Dos escolares, miembros de Accin Catlica, se ofrecieron enseguida como
padrinos del duelo, que tuvo lugar fuera de la Facultad, junto a una acequia.
As como los contendientes ruedan enzarzados hasta un ro -segn tantas
pelculas-, donde prosiguen la lucha, as quera el hijo de Maravillas precipitarse
con su adversario en las turbias aguas. A la desesperada; para horror y placer
del pblico.
No hubo claro vencedor. Por esta vez, la palidez y el estudio opusieron ms
resistencia de la prevista.
Aos despus, mi padre lleg a mantener una cierta amistad con aquel hom-
bre.
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JUAN ESPINOSA ARTERO
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La Ilada fue mi primer libro. l me lo regal, dando por sentado que me
pondra de parte de los griegos, suposicin temeraria.
Diomedes, matador de tantos troyanos, se me hizo odioso. Pero cuando vi
cmo atacaba, y hera con la ayuda de Atenea-, a los propios dioses, primero a
Afrodita, y luego al mismsimo Ares, seor de la guerra, tuve que rendirme a la
emocin.
Di ahora, oh musa, pues eres diosa y lo sabes todo, las veces que mi niez
so con aquella violencia!... Lanza en astillero, lanza en mano izquierda, lanza
en mano derecha, lanza que yerra el tiro, lanza que bota contra el escudo, lanza
que se quiebra, lanza que gua un dios, lanza que entra por la frente, por la boca,
por los ojos, por el pecho, por el vientre y por la espalda.
4
Es asombro del mundo -contaba- la educacin intelectual que recibi John
Stuart Mill, por empeo de su padre y mentor. A los tres aos comenz a apren-
der griego; a los ocho, latn. Antes de los catorce, o de los doce, ya estaba en
condiciones de disertar sobre lgica, sicologa, historia y economa poltica...
Aunque yo no posea el genio de Stuart Mill, me inquietaba, ante tales noti-
cias, la posibilidad de convertirme en objeto de algn experimento pedaggico.
Como si adivinara este recelo, l descubra la otra cara del prodigio: Creci sin
amigos; no tuvo compaeros, ni de juegos ni de estudios. Tampoco pudo alabar-
se de haber amado a su padre, del cual habla con respeto, pero alejado de toda
emocin.
La conclusin era clara. De hecho, una voz interior, por esta vez lisonjera,
me animaba as: Anda! Vete a correr y a saltar con otros nios.
5
En la cafetera del edificio Torre de Madrid se afanaban las camareras, detrs
de la barra, en atender a muchos clientes, todos con prisa. Entre los que pugna-
ban por recibir servicio, estaban Antonio Abelln y Miguel Espinosa. Desde su
ideario progresista, Abelln no quera acrecentar la ansiedad de ninguna traba-
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MIGUEL ESPINOSA, MI PADRE
jadora, contribuyendo a la explotacin del hombre por el hombre. Por eso, me-
dio encogido, peda el caf y las tostadas en voz baja. Y nadie le haca caso.
Mi padre se impacientaba entonces con el amigo. Antonio, no entiendo por
qu la tica revolucionaria ha de exigir estas inhibiciones... Me parece que apli-
cas mal el marxismo.
6
El saln de los Lpez Mart acoga a Miguel Espinosa y a Marta Fernndez
Crespo, profesora de lengua francesa.
- Marta, pronuncia otra vez, para Carmen y Pepe, el nombre del Presidente
de Francia -peda mi padre.
Entonces, con diccin ultraperfecta, propia de Tours, ella deca as:
- Valry Giscard dEstaing
- Ah! -exclamaba l.
- Oh! -aplaudan los Lpez Mart.
Pero, luego, a solas con el autor de Escuela de mandarines, protestaba Carmen:
- No te da vergenza, Miguel? Por obra de tu capricho, parecemos esas visi-
tas forzadas a escuchar, que fastidio!, cmo la nia de la casa toca el piano, o
recita poesas.
- Tienes razn... Es que ya no s lo que me hago -reconoca mi padre.
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A veces, si la distancia entre nosotros era propicia, Miguel Espinosa diriga
el puo lenta, suavemente, contra mi barbilla. Este simblico golpe al mentn,
choque de cuerpos segn la mecnica racional, juego de caballeros, reconoci-
miento de un carcter por otro, tena la virtud de afirmarme en el mundo.
8
Dud, en su momento, si estudiar medicina o filosofa. Le ped consejo a mi
padre; y el mdico que haba en m fue despachado, con cartas de recomenda-
cin, a otro mundo posible.
Miguel Espinosa siempre supo qu tomar y qu dejar.
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JUAN ESPINOSA ARTERO
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El 25 de julio de 1943, tuvo lugar una entrevista entre Benito Mussolini y el
rey Vctor Manuel III. No hubo testigos, y todos la cuentan.
Italia, cuya situacin se deterioraba por momentos, era otro nombre de los
desastres de la guerra. Horas antes, reunido hasta la madrugada en el Palacio de
Venecia, el Gran Consejo Fascista haba aprobado una mocin para privar al Du-
ce del mando supremo del ejrcito, poder que sera devuelto al monarca.
Fuera de la realidad, el Dictador todava confiaba en su buena estrella. Por
eso quedse de piedra ante estas palabras: Ya le advert muchas veces, seor
Presidente, de los peligros de su poltica; pero usted nunca quiso escucharme.
Enseguida fue detenido por gente leal a la Casa de Saboya.
Previsin y valenta regias!, aunque los quejosos dirn que el soberano de
Albania, y emperador de Etiopa, intervino un poco tarde.
En recuerdo de la escena, cuando algo sala mal, mi padre comenzaba as:
Ya le advert muchas veces, seor presidente...
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Le contaron a mi padre, como una gran cosa, que en la Unin Sovitica, des-
pus de trabajar de sol a sol, los obreros llenaban las bibliotecas pblicas, para
empaparse de poesa, incluso de filosofa. Era otro signo de salvacin, era el mi-
lagro del obrero intelectual, por cuyo advenimiento haban suspirado tantos.
No me lo creo dijo-; y si as fuera, estaramos ante el ms cruel de los des-
potismos.
11
Tras una visita de Lpez Mart, incansable sembrador de teoras, habl a mi
padre en estos trminos: Pepe acaba de revelarnos un posible sentido del mun-
do, y nosotros le dejamos marchar. Abrimos la puerta y decimos afectuosamen-
te: "Hasta maana, Pepe"... No te parece absurda la situacin? Se supone que
deberamos hacer algo, si la palabra no es un sueo.
l limitse a sonrer, porque saba cul es la condicin del pensamiento aqu
abajo: transformarlo todo, pero slo por dentro. Como la fe.
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Me compr mi primera maquinilla de afeitar, y, en la ocasin, quiso otra pa-
ra l, idntica a la ma. Quien las vendi dijo que nos duraran toda la vida. Pa-
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MIGUEL ESPINOSA, MI PADRE
labras de vendedor. Palabras ciertas, tambin. De hecho, tengo a la vista los dos
objetos, indiscernibles e indestructibles en apariencia, y ya no s cmo mirarlos:
si como cosas que sobreviven a la persona, o como una imagen misteriosa de
nosotros mismos.
13
Lo supo Cervantes; lo supo Lope; lo supieron Caldern, Tirso y mi padre.
Ninguna mujer puede sufrir que se alabe la belleza y el ingenio de otra.
Qu graciosa es Blancaflor! -exclamaba l, como quien no quiere la cosa; y
sus ojos al punto advertan la rabia de Flordels. Qu bien se explica Filis! -
deca otra vez, con aire inocente, ante los celos y el despecho de Amarilis.
14
Una hurfana de padre y madre organizaba amables veladas en su saln, en
torno a un piano. Concurran cierto caballero, viejo conocido de la familia y afi-
cionado al canto, una amiga de la anfitriona, y Miguel Espinosa, aqu bajo el dis-
fraz de espritu loco por la msica.
Una noche, cuando regresaba de entonar madrigales y barcarolas, el caballe-
ro fue abordado por alguien, mitad hombre, mitad sombra, la imagen misma del
desasosiego y la brusquedad.
- S de dnde viene, y le pido, le exijo que no vuelva ms a esa casa, pues all
vive el gran amor de mi vida -dijo la aparicin.
- Sepa, seor mo, que yo no albergo ningn propsito amoroso en relacin
con la seorita Mara Luisa. La fidelidad a sus padres y el inocente placer de
cantar guan mis pasos -contest el tenor, convertido en bartono por la grave-
dad de la circunstancia-. De todas formas, sera ella, slo ella, y no usted, quien
pudiera prohibirme a m tal cosa.
Como es natural, mi padre enseguida tuvo noticia del suceso. Entonces pro-
puso ir todos los das a la capilla, a la schola cantorum de la nia Mara Luisa, pa-
ra que el celoso se subiera por las paredes.
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En la confitera Maite, a pocos metros de nuestra casa, haba una joven de-
pendienta, graciosa y despierta; tena adems los ttulos de bachiller y de meca-
ngrafa.
Quiso la casualidad que unos abogados, conocidos de mi padre, necesitaran
personal para la oficina; y quiso el destino que l, lleno de buena voluntad, le
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JUAN ESPINOSA ARTERO
16
Ftima es el segundo nombre de mi hermana Maravillas, pues ella naci un
aniversario del da en que Nuestra Seora quiso mostrarse, sobre una encina, a
los tres pastorcillos portugueses. Miguel Espinosa era muy crtico con esta y
otras apariciones. Aqu hay gato encerrado -deca. Sin embargo, cada cum-
pleaos de su hija, venale un sbito fervor mariano. Entonces se pasaba la jor-
nada cantando este himno:
El 13 de mayo,
la Virgen Mara
baj de los Cielos
a Cova de Ira.
Ave, ave,
ave, Mara.
Ave, ave,
ave, Mara.
Aunque nadie le secundaba, la cosa resultaba lucida. Sin duda, el vala por
toda una procesin de peregrinos.
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Dios nada hace sin decirlo primero ... Quiz a este principio obedezca la re-
lacin alfabtica de nombres -los de Damiana y Luca- con que se abre Trbada.
Abstrados de los hechos que el texto narra, esos apelativos parecen las condi-
ciones de posibilidad, y de inteligencia, de los hechos mismos, como significados
que configuraran el libro antes de constituirse en tal. Verbo que regulara el cur-
so de las cosas, porque sera anterior al mundo.
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MIGUEL ESPINOSA, MI PADRE
O tal vez quiso parodiar mi padre, por considerarlo vano, el orden del Dic-
cionario, con sus alfas y omegas, desde la siguiente verdad: Si la vida aparece
como desorden ante el sistema, no falla la vida, sino el sistema.
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Mi padre tena un libro de cronologa espaola y universal; y su mirada res-
balaba por las tablas histricas, relaciones de nombres y fechas, apenas con sig-
nificado, sin ms funcin que cubrir la distancia entre el pretrito y la hora pre-
sente. Los faraones, desde las dinastas mticas, los arcontes de Atenas y los cn-
sules romanos, los virreyes de Nueva Espaa y los califas de Damasco, la mayo-
ra desconocidos, y todos puestos en orden, eran un monumento al olvido, a la
nulidad humana; una muestra melanclica, e inquietante, de cmo la nada llena
el vaco.
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Pocas semanas antes de desaparecer mi padre, su amigo Emilio Saura man-
tuvo esta conversacin con l.
-Miguel, tienes el Sol en Libra.
-Y eso, astrlogo, qu significa?
-Significa, te lo dir de esta manera, que ests sosteniendo el peso del mun-
do.
-S. As me siento... Y no ser mucha carga para m?
-Bueno... T puedes con todo, Miguel.
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Sueo con mi padre, y le pregunto -pongo el alma en ello- si hay ms mun-
do.
Obediente a las leyes de la vida y de la muerte, l guarda silencio. Y sonre.
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MIGUEL ESPINOSA:
EL HOMBRE, EL ESCRITOR, EL AMIGO1
*****
A las pocas semanas de conocemos ya ramos ntimos amigos...
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JOS LPEZ MART
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Lleg a ser tan amigo de Carmen, de Carmen Barber, mi mujer, como mo...
*****
Pasbamos la mayor parte del da juntos, hablando y hablando, reunidos en
bares y cafeteras o paseando.
Muchos me han preguntado de qu hablbamos en tan largos encuentros y
paseos.
Hablbamos de todo. Pero en verdad, el autntico protagonista de nuestro
hablar no era el tema tratado, sino el propio hablar, el hablar mismo. De l sur-
gan los temas o cuestiones.
Era, digamos, un hablar que yo calificara de intransitivo. Los temas, en efec-
to, surgan espontneamente, como surge el objeto en el verbo intransitivo: des-
de el interior mismo de la accin e inseparable de ella.
Hablbamos de tales o cuales cosas porque hablbamos, y no al revs.
Si tuviera que resumir de alguna manera nuestra forma de conversar dira
que hablbamos de lgica a risotadas.
As lo comenta su hijo Juan Espinosa:
A travs de esta frase -hablar de lgica a risotadas- advirtase de qu ma-
nera, tan singular, la severidad de la lgica y la vitalidad, casi desvergonzada,
de las risotadas se perfeccionan entre s, apuntando a algo que, por contenerlas,
parece ser algo ms que vida y ms que razn".
S, hablbamos de todo, pero era ms importante la forma de hacerlo que el
tema...
*****
Miguel Espinosa haca cotidianidad del gran pensamiento y elevaba a gran
pensamiento lo ms cotidiano...
*****
Haba en sus palabras autoridad, una autoridad que era la expresin de un
estilo, una manera sencilla, bella y rigurossima al mismo tiempo de saber y de
relatar las cosas. El que hablaba con l no cuestionaba lo que oa; todo lo contra-
rio: asenta. Sentase hasta tal punto complacido e identificado con lo que Miguel
expona que pensaba que las cosas estaban muy bien as, as como l las deca.
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MIGUEL ESPINOSA: EL HOMBRE, EL ESCRITOR, EL AMIGO
*****
Se irritaba y criticaba que alguien, al reunirse con l, en un bar o cafetera,
solicitase para beber whisky, ginebra, o cualquier otra bebida fuerte. Estos, de-
ca, quieren ser del gran mundo, y piensan que ello consiste en tomar estas co-
sas. Sus ansias de gran mundo les impide darse cuenta de que lo ms digno es
beber una taza de caf o algo parecido...
*****
No soportaba que alguien se quejara de que llegaba tarde cuando acuda a
una cita. Que no me esperen, deca, pero que no hagan gestos ni reproches.
A l no le importaba que alguien se retrasara...
*****
Con Miguel Espinosa desaparecan los problemas.
Dije esto a su hijo; al orlo, respondi de inmediato: es la total verdad.
Ciertamente esto era en l una gran virtud...
*****
Miguel Espinosa lo deca todo, todo de todo; y lo deca todo a todos. Y exi-
ga, igualmente de todos que lo dijsemos todo.
Miguel Espinosa y los secretos eran incompatibles.
Resultaba fascinante la interpretacin que Miguel haca de las cosas.
Pero cualquier cosa que se le dijera, por el hecho de saberla l, dejaba, si lo
era, de ser secreto.
Era muy difcil resistirse a no decir algo a Miguel, pero decrselo a l, supo-
na hacerla pblico. No obstante, todos se rendan y hablaban.
Las censuras desaparecan, se rendan ante l.
Como todo gran seductor, y no slo en el orden ertico o amoroso, sino en
todos los rdenes. Miguel haca que la persona que lo conoca no pudiese pasar
sin el mundo tal como apareca dicho y comentado por l. De ah que sucumbie-
ra siempre a la tentacin de hablar.
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JOS LPEZ MART
*****
Su amigo!, exclama un empleado de RENFE, refirindose a Miguel Espi-
nosa, cmo recuerdo aquellas noches, cuando venan los dos juntos al tren!.
Muchos otros hombres con los que tratamos en nuestra vida diaria: taxistas,
camareros, comerciantes, empleados de la banca..., lo recuerdan, y me lo recuer-
dan constantemente...
*****
En los ltimos aos, por la noche, ya muy tarde, en nuestra casa, cuando se
despeda de nosotros, de Carmen y de m, si no llevaba dinero, nos peda, y no
porque lo necesitara, sino por si lo asaltaban poder dar algo: No estara bien,
deca, que me mataran por una simple contingencia, por no llevar 500 ptas en el
bolsillo...
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Poda parecer teatral, pero esa teatralidad no era en l pose, sino naturalidad
y forma de ser, expresin, dira yo, de una radical sinceridad, por paradjico que
pueda resultar...
*****
Mi amigo se encontr un da a Muoz Alonso, que haba sido su profesor en
el colegio. Miguel llevaba ahora un libro sobre Herclito, de Spengler, por lo que
dijo: D. Adolfo, del presocrtico slo se conservan unos pocos fragmentos...
Spengler, pues, tiene que haberse inventado todo lo que dice... Majo -repuso
su interlocutor, con una sonrisa llena de malicia-, tambin se lo invent Hercli-
to.
Largamente comentamos Miguel y yo esta respuesta, muy especialmente en
lo que se refiere a esa condicin de inventada que en la frase de Muoz Alonso
se atribuye a la filosofa.
Muchos de nuestros argumentos iban dirigidos en contra de la ciencia, dis-
puesta siempre a negar capacidad de conocimiento a la filosofa, y no digamos si
sta se atreva a presentarse como invencin, cuando ella misma, la propia cien-
cia, fue invento de la filosofa...
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MIGUEL ESPINOSA: EL HOMBRE, EL ESCRITOR, EL AMIGO
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Era un hombre dedicado a mltiples oficios, pero, sobre todo, dedicado a es-
cribir. Escriba cuando conversaba, cuando paseaba, cuando viajaba... Luego,
puesto delante de la mquina, slo tecleaba, tecleaba aquello que ya estaba escri-
to, que anteriormente ya haba escrito en su cabeza.
Valga esto que acabo de decir como respuesta a la pregunta que muchos se
hacen: cundo escriba Miguel Espinosa? ...
*****
Nadie que valore la vida podr competir con los meritorios. Ellos pasan las
veinticuatro horas del da haciendo mritos me dijo en cierta ocasin.
Y no hay obra de Miguel Espinosa en la que los meritorios no representen
importante papel...
*****
Miguel Espinosa tiene adictos e incondicionales. Otros ni siquiera han podi-
do entrar en su obra: es tan crtico y, a la vez, hay tanta verdad en sus libros,
que, desde el comienzo, el lector se siente aludido...
*****
Para l la literatura era una actividad cotidiana. Le gustaba leer sus textos a
los amigos, y los comentaba como si no fuera l quien los hubiera escrito; pero
saba perfectamente la calidad de lo escrito...
*****
Sus libros nunca sern best-sellers, pero, y de esto me han informado sus
editores, no hay mes, desde que se publican, que no se soliciten sus obras.
Ninguna otra caracterizacin, pienso, resultara ms acertada para incluirlo
entre los clsicos...
*****
Aceptaba las crticas con humor. Recuerdo que cuando apareci Escuela de
Mandarines se asombraba de lo que se comentaba de esta obra en peridicos y
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JOS LPEZ MART
revistas: mira, me deca sonriendo: Dice aqu que yo hago esto y esto... Era
como si aquello no fuese con l, ya fuera positivo o negativo lo dicho por el crti-
co...
*****
En sus libros est todo, desde lo ms cotidiano hasta lo ms profundo del
pensamiento, pero nunca de forma abstracta. Sus reflexiones siempre alumbran
la vida. Sus obras ms intelectivas estn impregnadas de vida...
*****
Satrico o realista, Miguel Espinosa? Ni lo uno ni lo otro, y las dos cosas.
El no satirizaba, vea lo satrico de la sociedad, la sociedad como satirizante
ella misma, y en ese sentido era realista. Si decimos que era un satrico, acerta-
mos; si afirmamos que era un realista, tambin acertamos. Hiprbole y realismo
coincidan en l porque era capaz de percibir aquello que en la realidad misma
es exagerado. Miguel Espinosa no exageraba, patentizaba, iluminaba...
*****
Sus obras no representan la realidad: somos nosotros, nosotros mismos, los
habitantes del mundo, los que, mejor o peor, representamos lo que Miguel Espi-
nosa escribi...
*****
Escuela de Mandarines es comparable a clsicos como Garganta, La Divina
Comedia, Los Viajes de Gulliver o Don Quijote. Obras nicas, que nada tienen
en comn, salvo eso, no tener nada en comn...
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A la tradicin de los grandes escritores pertenece Miguel Espinosa, declar
Pedro Garca Montalvo...
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De palabra sustantiva calific su obra Gonzalo Sobejano...
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MIGUEL ESPINOSA: EL HOMBRE, EL ESCRITOR, EL AMIGO
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Como maestro heterodoxo lo defini Rafael Conte...
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Su hermana Mari Cruz le dijo un da a Juan, el hijo de Miguel: En vez d
perder el tiempo en el caf Mi Bar, hablando con Lpez Mart, tu padre tendra
que haberse buscado un manager que lo introdujera en los crculos madrileos
de gente importante.
Pocas cosas me hacen ms feliz que verme as contemplado.
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UN DA EN LA VIDA DE MIGUEL ESPINOSA
El mes de abril del 2.000, la revista Europe, dedic el n 852 a Espaa, lo titu-
l Voix dEspagne, romanciers et potes, dicho nmero inclua un ensayo titu-
lado la rencontre de Miguel Espinosa, ms la traduccin de el primer cap-
tulo y eplogo de Tribada. Sirva como un testimonio ms de su reconocimiento.
La existencia de Miguel Espinosa transcurri en la cotidianidad de una pe-
quea capital de provincia; Murcia en aquellos aos asisti a una serie de trans-
formaciones que la alejaron del poblachn que haba sido. Miguel era hombre de
ciudad, amaba las calles y las plazas donde la gente habla, grita, o se sume en el
silencio; extraa de la vida que se repira en la calle argumentos y reflexiones.
No comparti la pequeez, la escala de valores que constituyen la vida pro-
vinciana. Esta automarginacin comprenda tambin el rechazo por los modos
convencionales de entender la narracin, adems de la renuncia a una vida
normalizada por un trabajo con horario, as como la impugnacin de lo acad-
mico, entendido como mimo, negando jerarquas, escalafones y recompensas de
mbito oficial.
Escriba para entender no slo las circunstancias que conforman los hechos,
sino la necesidad de que fueran comprendidos. Para ello evitaba denominacio-
nes temporales, describa los objetos, del bikini dir: palmo de tela sobre la vulva.
Consigue as devolverles su calidad de primeras materias.
Qu datos nos interesan de este escritor? Para un amante de la historia co-
mo fue Miguel Espinosa, quiz sera necesario saber que naci en Caravaca
(Murcia), 1926, lugar que fue frontera con los musulmanes granadinos, enco-
mendada primero a los templarios. Convendra tambin conocer que la ciudad
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JOS LUIS MARTNEZ VALERO
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UN DA EN LA VIDA DE MIGUEL ESPINOSA
Ahora me propongo acercar su figura, tratar de unas horas que sean el re-
sumen de tantos das. En este momento, cuando comienzo a escribir, s del ries-
go que supone recobrar el brillo, la gracia o la sonrisa con que transcurran; la
flexibilidad del pasado contrasta con la rigidez del presente que quiere recupe-
rarlo. Si la vida se viviera fuera del tiempo, sera una e inmutable, como no es
as, se trata de una posibilidad que se multiplica en posibilidades, sta, que pro-
pongo, podra ser una de ellas.
Hay muy pocas fotos de Miguel, en todas podemos descubrir su mirada pro-
funda y melanclica, sin embargo, en mi recuerdo, predomina una sonrisa com-
prensiva continua, no s bien si se entender lo que quiero decir, pero me pare-
ca que su sonrisa surga de dentro.
La primera vez que nos encontramos fue el da que mataron a Carrero Blan-
co, gracias a Jos Lpez Mart ya haba ledo en papel de calco unas pginas de
Escuela de Mandarines; aquella tarde an hubo en Murcia una primera sesin de
cine a la que asistimos mi mujer y yo, se proyectaba El espritu de la colmena, ex-
celente metfora que el da iba completando, poco despus, mientras paseba-
mos, encontramos a Miguel y a Lpez Mart, ambos vestan con abrigo azul ma-
rino, ambos representaban la misma edad, dijimos que Miguel nos pareca ms
joven, y le agrad.
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JOS LUIS MARTNEZ VALERO
En el bulevar Alfonso X, hay gentes que pasean, son pocas, mientras presu-
rosos, los ms, acuden a sus tareas. Los nios estn en los colegios. La serenidad
de las once ocupa las aceras.
A lo lejos veo la espalda de un hombre que camina lento, lo estoy contem-
plando entre los pltanos de la avenida. El da es luminoso, corresponde a un
oto que an no ha desprendido las hojas de los rboles. Esta espalda nada
dice, o lo dice todo, a medida que me aproximo, sin duda, es Miguel, ese hom-
bre que descubro.
Hace slo unos minutos que ha salido de su casa, Miguel que ha habitado
diferentes calles y barrios, vive ahora en un piso de la calle Muoz Grandes,
nmero 10, hoy avenida de la Constitucin. La calle es amplia y une dos plazas,
en la ms prxima hay una fuente. La casa es modesta.
Este es su despacho: una mesa, y sobre la mesa el telfono y tiles de escri-
bir, perfectamente alineados, En una pequea estantera hay libros de historia y
de filosofa, y entre textos clsicos aparecen una excelente edicin del Quijote y
Castilla de Azorn. Junto a la mesa, su mquina de escribir, una Olivetti-86. Jos
lpez Mart lo calific de celda.
Miguel acaba de leer este texto: Lo primero que se encuentra al entrar en la
casa lo ha contado el autor desconocido del Lazarillo- es un patizuelo empe-
drado de menudos y blancos guijos. Las paredes son blancas, encaladas. Al fon-
do hay una puertecilla. Franqueadla.
Nada hay de extraordinario en este cuento, el autor nos conduce, nos invita
a ver, asistimos al nacimiento de esta realidad que son las palabras: franquead-
las! Miguel gusta de Azorn ese nombrar las pequeas cosas, pero, y las gran-
des? La realidad para la escritura no entiende de tamaos, no es la extensin,
sino la intensidad, lo que se propone.
El que camina detrs no percibe ningn gesto de agitacin, ningn tic carac-
tertstico, toda su espalda, su cuerpo todo, estn ocupados en sostener la cabeza,
y se concentran en un cuello proporcionado. Se dira que es una cabeza normal,
de pelo oscuro y bien cortado, la cabeza de un hombre joven, entre treinta y
treinta y cinco aos.
He preferido no llamar su atencin, quiero recordar lo que veo e incluirme
yo mismo en el recuerdo.
Se encuentra ya a la altura de las Claras, a punto de alcanzar la acera del co-
legio. Miguel se ha detenido, extrae del bolsillo un papel, comprueba algo y, de
nuevo, contina su camino.
Una vez que est en la puerta de Santo Domingo, dirige sus pasos a Mi Bar,
que ms tarde sera Novecento, y lo digo de este modo para hacer visible su an-
dar lento. Mi Bar se halla en la Trapera, calle que semeja una plaza, donde siem-
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siempre que se pasa, se pasea; se dira que es posible escribir toda la historia de
Murcia a partir de esta calle.
Empuja la puerta y la algaraba del caf en la maana lo salpica, como si
traspasar el umbral equivaliera a pisar un charco. Toma asiento, pide un caf y
la prensa. Al poco lo sorprendemos abstrado, en alguna noticia?, pudiera ser, y
es que bastan una lneas para que su imaginacin comience a discurrir, basta
una fotografa para que el mundo se convierta en espectculo.
Sobre la mesa vemos la taza del caf, el diario, un paquete de tabaco, cerillas
y cenicero. Toma el paquete, es blanco y azul cubierto de celofan, extrae un ciga-
rrillo, lo golpea sobre el mrmol con objeto de que se aprieten las hebras, lo lleva
a los labios, lo deja sobre el cenicero, coge la taza, toma un sorbo, vuelve a colo-
car el cigarrillo en su boca, mira en torno, pasa presionando la cerilla sobre caja y
ahora, una vez encendido, con placer expele el humo. Asi lentamente pasan los
minutos.
Vuelve al peridico..., alza la mirada y descubre, en el que entra, al amigo. El
recin llegado se sienta frente a Miguel, apenas hablan, slo se miran, sonren
como si recordaran. Ambos parece que reflexionan.
El tema que en unos momentos van a tratar no ocurre por casualidad. Lle-
van aos hablando sobre unas pocas personas para las que diariamente confec-
cionan dilogos y de los que comentan cada palabra. Esta funcin, casi divina, la
desarrollan con tal minuciosidad que nada escapa a su mirada. Aunque los suje-
tos elegidos se mueven por las calles de Murcia, aunque poseen nombres y ape-
llidos, lo que dicen no corresponde a su realidad y, sin embargo, todo es real,
mucho ms real que la propia realidad desorientada que estos viven. Recuerdo
que algunos nombres no me eran familiares por lo llegu a sospechar que podr-
an ser mera invencin, as me ocurri con su hijo Juan, al que sola citar como
principio de autoridad, mi sorpresa fue cuando un da se me apareci en carne y
hueso quien siempre haba credo figura de ficcin.
Por qu lo que dice lo pone en boca de otros, y estos a su vez remiten a di-
chos de los que otros han sido testigos? Uno no sabe si estamos en presencia de
un solista que pronuncia toda la verdad, de ah esa polifona; o nos hallamos
ante un coro cuya salmodia es percibida como si de un solo intrprete se tratara.
Qu clase de simulacin es esta en la que hombres y mujeres son presenta-
dos con sus nombres, de modo que cuando aparece Jos Lpez Mart, se trata de
un Jos Lpez Mart real, amigo y contertulio de Miguel, la persona se trans-
forma en personaje?, la realidad deviene ficcin?, o bien, esta realidad remite a
otra realidad?
Por qu los nombres verdaderos? Puede que pretendiese otorgar verosimi-
litud, autenticidad; puede que rechazase esos disfraces, Vetusta, Hcula, Ycora,
y tantos otros que pueblan nuestra literatura del XIX y XX; quiz pensaba que,
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pasados unos aos, importara poco el lugar y, los personajes, no seran otra co-
sa que historia, en las viejas fotografas todos nuestros antepasados se parecen.
Persegua Miguel nombrar la realidad hasta que se convirtiera en smbolo.
Para que su palabra alcanzase esta tensin recorra un proceso que, podra tener
estos pasos: 1 calle, 2 caf, 3 amigos, 4 Mercedes Rodrguez o Jos Lpez Mar-
t. Esta gradacin implica un proceso de desasimiento, lo que se cuenta se va
desnudando de modo que cuando llega al cuarto nivel, la frase, ha sido ya acu-
ada de modo que posee un valor en s. La palabra ya est en boca de alguien,
sucede por necesidad, como comentara el mismo Jos Lpez Mart: El mundo es
lo que se dice, no lo que se habla.
Miguel sola preguntar, constantemente preguntaba y lo haca para confor-
mar el mundo como expectacin, no se conformaba con su mudez. Cuando pre-
guntamos ocurre que: o lo hacemos a nosotros mismos, o lo hacemos a otros y,
de algn modo, alcanzamos una respuesta; sin embargo, a veces, lo hacemos a
las montaas, a los valles, al cielo, pero no responden, responden con silencio,
slo el silencio es respuesta. Si Miguel pregunta, recordemos que tambin lo
hacen los nios y los periodistas, cul es la diferencia? El nio pregunta porque
desconoce, cada una de sus preguntas equivale a la llave que le permite el acceso
al mundo. El periodista pregunta como si fuera un nio, y el que responde le
muestra su mundillo, Miguel, por qu pregunta? Es probable que no le interese
ni este mundo, ni los mundillos, lo hace para tener en su mano la llave, para sen-
tir de nuevo que la respuesta es posible, para sentirse en el seno del silencio.
A veces llegan otros, la conversacin cambia de tono, se hace ms ligera. Los
amigos han dejado su cansada labor, por un momento apartan los pesados libros
de contabilidad y contemplan el otro mundo, se asoman al balcn y ven que el
da es azul y en los rboles comienza el vaho verde y tibio de las hojas o las ven
que lentamente comienzan a ser amarillas.
Pronto vuelven a lo mismo y, quienes han llegado, han de aportar al menos
sus ocurrencias, a fin de contribuir a perfilar el dibujo sobre el caamazo.
Entre tanto los elegidos, quiz puedan verse a travs del cristal, pero a nadie
se le ocurrir pensar que los que ven y, aquellos de quienes se est hablando,
sean los mismos.
Tiene Mi Bar dos grandes vanos, a modo de escaparates, o peceras, donde el
cliente, aun distrado, puede contemplar la calle. He dicho tiene porque aunque
la cafetera de que hablo ha desaparecido, la inmobiliaria que actualmente ocupa
su lugar, an permite recordarlos.
Mirar se convierte as en un ejercicio del que es muy difcil apartarse. La
trasparencia que resulta concuerda muy bien con la provincia e incluso con el
ejercicio novelesco.
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suficiente de los hombres que han sido en la ciudad. Miguel era intelectual de
intemperie, quiero decir expuesto, no protegido por su estatus social o por el
prestigio acadmico; cuando expona una idea, asistamos a su alumbramiento,
renunciaba a toda apoyatura ajena a ese momento.
A veces las calles conducen a una plaza, y el hombre descansa. En la plaza
hay banderolas y una banda de msica, estallan cohetes que ahuyentan a las
palomas, Los nios con globos de colores en la mano alzan su mirada al cielo,
los padres sonren. Desde el balcn tras las cortinas alguien acecha, es plido y
su mano amarilla nunca tiembla.
Miguel aspira a la frase acuada, aquella que como una moneda tendra va-
lor independiente, porque podra ocurrir, repeta, que se perdiera todo: libros,
historia, mundo y, que slo quedara una frase, como una calle, ese conjunto de
palabras debiera tener sentido, de modo que, desde esa frase fuese posible ini-
ciar la reconstruccin del mundo, de su historia y del libro donde habra ocurri-
do.
A menudo, hablbamos de la sentencia y el aforismo, ese equipo porttil que
permite viajar sin que cobren exceso de equipaje. A veces, Miguel, extrae un
cuaderno donde anota lo que alguien ha dicho, el interlocutor se esfuerza por
organizar su pensamiento que pasa literalmente a la pgina.
De la tertulia alguien se levanta y, mientras comienza la despedida, algn
otro se suma para continuar charlando hasta la calle o la casa. Miguel es el lti-
mo. Se dirigir con sus maneras lentas hasta la puerta, se despedir del camare-
ro, e iniciar el camino de su casa. An es posible que encuentre otro conocido,
trate con l una cuestin tambin repetida, que quedar suspendida cuando se
alejen, porque las historias no se terminan, slo se interrumpen.
Qu hace Miguel en su casa? Escribe y, lo que ha formulado, se convierte en
pgina. Ha tardado muchos aos en perfeccionar Escuela de Mandarines. Se
conservan dos versiones acabadas, que pueden constituirse como obras diferen-
tes. Ahora compone un libro nuevo, no dice novela, sino libro, en este trmino
encuentra ms libertad, un libro est formado por un haz de pginas que reco-
gen el trabajo de un tiempo. Cuando escribe a mano su grafa semeja una slida
edificacin, a menudo se parece a una torre que se hubiese levantado con ladri-
llos, cada letra mantiene su independencia, aparecen juntas, no ligadas; slo pa-
ra la letra E dispone de dos versiones, a veces la A se abre sin que llegue a per-
der su carcter. Cuando escribe a mquina, el trabajo que resulta es impecable,
basta un pequeo error para que rehaga la pgina, la primera edicin podra
presentarse mecanografiada por su mano. Redacta de modo que cada frase ten-
ga sentido, densa como un verso, frase isla.
A veces se detiene y toma un libro, lee despacio, como si cada palabra con-
tuviera su propio argumento, oye el ruido de la calle, contempla la luz del po-
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niente que tie de rojo la pared blanca. Suena el telfono y se oye una voz feme-
nina...
Esta tarde, Miguel, ir al Rincn de Pepe, se trata de un hotel cuya cocina es
famosa en Espaa, sin embargo no le atraen sus mens, ni sus exquisitos vinos,
ni esa literatura recetaria que suele acompaar la buena mesa. Suele Miguel
permanecer horas sentado en un rincn del recibidor del hotel, junto a una mesi-
ta donde puede verse un caf y el paquete de cigarrillos, a veces un vaso de li-
cor.
Por qu elige los hoteles? Quiz porque en ellos desaparece el tedio de lo
conocido. La provincia no es el pramo del saber, por el contrario en estas pe-
queas capitales hay eruditos que lo han dicho todo, y que es necesario repetir
para alcanzar la estimacin debida. Claro que, Miguel, busca otra cosa, quiere
dar respuesta a quien en solitario, ajeno a la tradicin local, contempla la vida
desde un rincn, y se dice: an el mundo no est hecho.
Un mundo que no est hecho, slo puede ocurrir en la mente y requiere una
nueva sintaxis. Habla de lo que ve: un mundo donde hombres y mujeres forman
una inmensa legin, desposeida de personalidad, camino de ninguna parte. El
viaje ha perdido el prestigio de la aventura, sustituido por carreteras de perfecto
trazado que facilitan el traslado sin interrupciones pintorescas. Prensa, radio,
televisin pregonan cualquier novedad y sus imgenes, mil veces repetidas, se
desvanecen o caen agrietadas, barridas por otras que, a su vez, desaparecan
presas del mismo vrtigo. Cmo lograr que perdure lo efmero, aunque slo sea
el tiempo justo para practicar su autopsia?
La solucin est en el lenguaje, hay que dar con el estilo adecuado, nada de-
be ser nombrado como un objeto nico, hay que buscar su especie, su gnero.
Conoci por experiencia que no existe relacin entre el objeto y su denomi-
nacin, las unidades significativas haban sido trucadas. Ocurri entonces que al
ver de nuevo, vio ms; aparecan otras cosas que nadie haba visto, porque nadie
conoca su nombre. As, a medida que hablaba se iban haciendo visibles zonas
que siempre haban estado en sombra, el iceberg mostraba su cara oculta. Eran
los mismos sucesos los que aparecan baados por otra luz, no se atenda a las
apariencias, sino que se trataba de ahondar en las causas mismas que producan
los sucesos. Su literatura, aun sin pretenderlo, vena a ser crtica, y lo era por el
componente tico de su estilo, enunciar la realidad comprenda el compromiso
de restaurar la semntica.
Desde su lugar en el hotel, Miguel oa a los viajeros conversar entre ellos, y
sus palabras producan una msica extraa. Haban llegado para hacer negocios
en la ciudad, por esta razn cualquier otra cosa les era indiferente, este agnosti-
cismo respecto a las tradiciones locales indignaba a los eruditos. Miguel crea,
como los viajeros, que slo hay una manera de ser local y esta consiste en hacer
negocios con el mundo.
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Si el jugador acepta las reglas, todo es limpio. Tiene el negocio la pureza del
pacto, esta asepsia es envidiable en un mundo de naturaleza impura.
La pgina se parece a este tipo de pacto, el escritor pone ah tanto como
puede decir, esto es, tanto como las reglas, que ha elegido, le permiten. Pero en
la escritura tambin hay misterio, y el misterio resulta de la misma aplicacin
rigurosa de las reglas. Consiste en esa puerta abierta por la que el lector puede
entrar, es imprescindible que exista alguna grieta, de no ser as rechazara la p-
gina que se le presenta como bloque. Podramos enunciar la siguiente ecuacin:
si la mujer es la encarnacin del misterio, la pgina es misterio. El texto debe ser
como una mujer que siempre atrae.
La seduccin posee un componente ertico, el secreto est en el desnudo; no
en el que se ofrece en la playa, culto al sol, sino el que se recata entre velos, ejer-
cicio para la inteligencia que recuerda.
Miguel beba pausadamente, paladeando, como si en cada trago tomase con-
tacto con la esencia, disfrutando ms por la idea misma, que con el encuentro
del sabor nuevo y repetido. Miraba en torno, descubria la provisionalidad de los
objetos que no convocan hogar estable, sino tienda del que viaja, y se reconoca
tambin en su interinidad, ermitao y viajero, clandestino entre los hombres.
Trasladar estas sensaciones a palabras, lograr que la seduccin se hiciese vi-
sible, ste era su propsito. Cmo conseguirlo? Y de nuevo compona otra figu-
ra, imaginemos una pared de mrmol que, en perfecto plano vertical, cae sobre
la acera, y frente a ella una de esos muros que an podemos contemplar en
nuestros campos, con la marca de las manos que lo han trabajado. La luz que se
refleja en el primero es un mero ejercicio geomtrico; en el segundo, su claroscu-
ro, insina un secreto, propone un misterio.
Cuando sale a la calle comprueba que sigue en Murcia, a las nueve el aire
an es tibio, una ligera brisa endulza la ciudad, Miguel quiz tome asiento en la
terraza de una cafetera, encontrar algn amigo, la charla proseguir donde
haba quedado suspendida. El paquete de cigarrillos, la taza de caf, pareceran
los mismos. Ahora entre los interlocutores es frecuente que haya alguna mujer.
Ms tarde, como testigos de la noche, por las calles desiertas, continuaban el
dilogo Miguel y Lpez Mart. La ciudad a esas horas tiene un tinte de irreali-
dad que hace ms verdadero aquello que se dice, la noche convierte a Murcia en
el mundo, slo algn barrendero, algn trasnochador suceden como aviso de la
maana que traer el da siguiente. Mientras la ciudad duerme, tambin los j-
venes duermen, los portalones de las iglesias, las estrechas calles, la pequeas
plazas parecen dialogar entre s. Miguel y Lpez Mart, con sus maneras lentas,
se convierten en los nicos habitantes de la noche.
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Esta relacin insatisfactoria del escritor con su patria, formulada con ambi-
gedad porque afecta tanto a la patria real como a la ideal, tanto a Espinosa co-
mo a su inventado Asklepios, quizs nos sirviera para encuadrarlo con ms ro-
tundidad entre otros autores que comenzaron a manifestarse en los aos cin-
cuenta del pasado siglo, uno de cuyos motivos recurrentes fue el replanteamien-
to de su condicin de espaoles. Hay un par de pasajes de Asklepios (XVIII, 153-
154; XXIV, 202) que resultan muy significativos de esta especie de ajuste de
cuentas de Espinosa con su patria hispana. Se refieren a El Greco y a su pintura,
situada en las antpodas de la valoracin que hizo de este pintor el simbolismo
modernista de fines del XIX (Rusiol, los Baroja, Azorn y compaeros). El na-
rrador, Asklepios, en el primero de estos pasajes, equipara su rechazo del tirano
con los personajes de Theotokpoulos, identificando mediante una parbola ar-
tstica al pintor mstico con los valores poltico-culturales sostenidos por la dic-
tadura franquista, como bien observ Alberto Rivas Yanes en 19975.
Para un escritor que propone la Hlade como modelo, no deja de resultar
paradjico que el nombre del Greco no concuerde con su origen. El Greco no es
un verdadero griego por su colaboracionismo con el mito hispano. Las dos
patrias de la ficcin alegrica se establecen con nitidez. El Greco traiciona a la
Hlade, porque en sus motivos pictricos invierte el orden de las cosas natura-
les, sustituyendo la espontaneidad del vivir por la regla y la premeditacin. La
pintura del Greco no es inocente, como no lo era el entorno religioso y social de
la posguerra del que Espinosa trataba de huir idealmente, no sin testimoniar
artsticamente su rechazo. Tal testimonio es una de las pginas antolgicas del
libro, etopeya negativa del modelo histrico pseudo-espiritualista vigente en la
pedagoga de la posguerra
Caras plidas e iluminadas por un estertor , sobre vigorosos escenarios de sombras;
ojos de hidalgos y de santos abiertos de par en par a la luz invisible de una coterr-
nea sabidura de la muerte; manos sobre el pecho, en ademn de cerrar el corazn a
la Naturaleza y a la vida; frentes rigurosas, elevadas hasta hacer la cabeza alargada y
ms digna que el resto de la figura; labios apretados para disciplinar cualquier fragi-
lidad candorosa del gesto; exceso de esqueleto y odio a la forma; constancia del sentir
de desarrollo y perecimiento de la criatura; desprecio del hombre y de toda aparien-
cia; agona perpetua sin compaa de paisaje; claroscuros y rayitos de luz hervida,
que proyectan el polvo de la miseria y la incapacidad sobre el terciopelo de un pecho
5 Alberto Rivas Yanes, Mito y modernidad: estrategias literarias de Asklepios (El ltimo
griego), de Miguel Espinosa. ACTAS DEL II SIMPOSIO SOBRE HUMANISMO Y
PERVIVENCIA DEL MUNDO CLSICO. ALCAIZ, 1995. Cdiz, 1997, II.1, pp.
357-362.
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todo aparente meditacin; paos negros y esttica del responso; abstraccin, eterna
abstraccin.
Engaosa austeridad, entendida como renuncia a lo que no se tiene ni se tendr nun-
ca: espontaneidad, alegra, ingenio, danza, chanza, instinto, teora, vivacidad y pro-
funda intencin.
Envaramiento y limitacin, odio a la rerum natura y a toda capacidad; soberbia de la
tristeza trascendida a Moral, venganza de la ineptitud para los goces, glorificacin de
la insuficiencia y xtasis de la nulidad.
Visin sucia y confusa del Espritu, definido como negacin constante, comparecen-
cia plmbea y piojosa, locura sin antdoto y pasin sarnosa, que desgrasa las entraas
y se experimenta y conlleva a la manera de joroba.
Ausencia de las virtudes y gracias de los animales, squito de insuficientes temblo-
nes, agitados por la envidia, aduladores, sopones, prebendados, aterrados intrigantes
y delatores, que tuercen el cuello y elevan los ojos para aparentar trascendencias.
Esto es lo que yo, Asklepios, he visto en El Entierro del Conde de Orgaz!
(XVIII, 153-154)
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Tamaa fabulacin como la que sustenta este libro, slo poda adquirir vero-
similitud potica mediante la alegora universalizadora, habitual en la obra de
Espinosa. Con ella trata de eludir los anclajes temporales y costumbristas del
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realismo, que con tanta frecuencia restan perennidad a la obra artstica. El escri-
tor reconoca (en carta a Toms Aguilera, 7-11-1978) su tendencia a escribir sub
especie aeternitatis, lo que en su caso vena a ser como tratar de elevar el arte
de representar situaciones concretas a la altura de las ideas matrices, con la
pretensin de que la obra conservara indefinidamente su carcter modlico, por
encima de las limitaciones genricas. Insistiendo en lo dicho, tan ambicioso plan-
teamiento se expona a sobrepasar lo literario para penetrar en lo potico filos-
fico, mediante una propuesta circular: la nostalgia de la inocencia helnica como
infancia de la Historia, vista desde un inverosmil exilio en un tiempo moder-
no cuya corrupcin justificara la evasin a travs de dicha nostalgia.
La disconformidad de Espinosa/Asklepios con el mundo circundante se
manifiesta a travs de un discurso extralimitado, donde se mezclan azarosamen-
te, en diversos planos temporales, las alusiones al mundo grecolatino con discre-
tas referencias ntimas que permiten adivinar rasgos de la infancia personal del
escritor; barajndose hechos histricos y mitos, personajes reales e inventados,
en situaciones sensoriales y reflexivas, con juegos constantes entre concreciones
y abstracciones. En el texto aparecen indicios de esta motivacin histrico-
biogrfica: el despertar sobresaltado del nio que se tranquiliza al descubrir
tras las ventanas los familiares muros de una iglesia (p.. 31); el contemplar la
paz de la tierra nevada contagiado de su inmensa dulzura (p. 94); el or, muy
de maana, bajo el cobertor, el fantstico estruendo de la lluvia como algo que
pareca ocurrir en todo el Universo (p. 94-95); sus juegos infantiles y sus iniciales
afectos (p. 32). Vivir en esta ciudad, entre mujeres blancas y quejosas, reple-
tas de gestos y suspiros (p. 32), mujeres de posguerra, dira yo; los olores de las
cosas ovillados en la conciencia: de las sbanas, de las frutas, de las habitacio-
nes abiertas y cerradas, de las mujeres, del ozono que trae la lluvia (p. 39); la
sombra de una Universidad ideologizada donde habitaba el inepto disfrazado
de profesor (p. 65) Son motivos, tal vez escasos, pero desvelan aspectos de la
interioridad del escritor. La misma interioridad donde radica el conocimiento
como emanacin del mundo helnico que estba dentro de l porque el Cos-
mos y la inteligencia son sistemas idnticos (p. 31) estableciendo una sintona
entre las dos patrias la originaria y la circunstancial del nio exiliado:
Las mnades, los campesinos, sus mujeres y yo vivamos sumergidos en idntico
proceso. Tal vez los momentos se ignoren entre s, y el segundo presente no sepa del
segundo futuro, porque todos se valoren principio y fin del acaecer. En la interiori-
dad del sujeto nacen misteriosamente las emociones deferidas (p. 56).
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gresa, sino que transcurre sin retorno hacia la nada (p. 231). En su nostalgia del
mundo helnico no alienta como en Hiperin la pretensin revolucionaria de
restablecer en la realidad poltica del presente los valores del tiempo perdido.
Hiperin tiene un componente mesinico que el racionalismo de Asklepios no
comparte:
No obstante mi suerte, dice ste jams crimin a la Divinidad ni se me ocurri ne-
gar su existencia. La irreverencia, la impiedad y el atesmo son impropios de un
hombre sensato, mientras el mundo sea misterio. De la soledad de mi destierro nun-
ca brot palabra contra el Hado, la Naturaleza o cualquier deidad. Vale ms sufrir
con inmanencia que con vana trascendencia. (Intr. p. 19)
Obsrvese que Espinosa escribe protesta donde podra haber dicho rebelin
o revolucin. Autocensura, moderacin o rigor lingstico?
El alcance de este singular relato autobiogrfico es radicalmente esttico, en
la medida en que no declara voluntad de trascender, aunque en el fondo sosten-
ga un ideal educativo. Es el puro goce, la pura fruicin de interpretar la vida a
partir de una perspectiva ideal de raz romntica: la de huir del propio tiempo
para refugiarse en un paraso perdido de forma clsica, invirtiendo los trminos
de la utopa y situndola en tiempo pasado, expresada a travs de un anacro-
nismo irnico. El modelo utpico es toda la Hlade, incluyendo alguna referen-
cia romana, sin atender a lmites temporales. El ltimo griego resume todo lo
griego. Igual se apela a Anaximandro y a Platn, que a Epicuro y a Sneca. El
afortunado artificio de destemporalizar el relato sacando al protagonista de su
mundo originario, y presentndolo en una contemporaneidad hiperblica no
como un personaje griego concreto y verosmil, sino como el smbolo de diez
siglos de cultura grecolatina, presta licencia para argumentar y evocar situacio-
nes, en buena parte apcrifas como ha observado Jos Snchez Sanz9, desde
los ms dispares rincones del tiempo y del espacio helnicos. Pero tambin para
encubrir la huida del muy insatisfactorio presente de 1960 que se nos antoja el
motivo real determinante del conflictivo exilio del narrador-protagonista.
Desde la angustia de su juventud biogrfica muerte prematura del padre, des-
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11 ORTEGA Y GASSET, J.: Amrica, una Europa mejor. La Prensa (Buenos Aires), 19-9-
1911.
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de una utopa perdida mediante una sntesis entre el rigor de la psicologa evo-
lutiva, el intimismo emotivo y la fabulacin mitolgica.
El juego esttico-filosfico que nos propone Espinosa consiste en eludir, por
una parte, el discurso dogmtico propio de quien transmite una ciencia consoli-
dada; y por otra, el desplazamiento de lo anecdtico desde el presente a un
muestrario muy fragmentado de referencias accidentales a motivos antiguos o
mitolgicos, en su mayor parte imaginarios. Es evidente que Asklepios, el na-
rrador, a sus 34 aos (los mismos del autor en 1960), se supone llegado a un cier-
to grado de maduro conocimiento. Y lo ha hecho a travs de una experiencia
personal, insegura, cuyas sensaciones pretende transmitir a sus lectores. La ex-
periencia para Espinosa supone el fin de la expectacin y de la inocencia, la ne-
gativa demostracin emprica de que lo real no siempre es racional. Pero su na-
rrador no pretende adoctrinar prncipes ni facilitar didascalias para la prctica
docente. No pretende demostrar principios, ni proponer al Estado las bases para
una reforma educativa, como hicieron tantos, desde el Platn de La Repblica
hasta el Emilio de Rousseau. Si nuestro Asklepios tiene algo de pedagogo no
descarto la posibilidad, quizs lo sea al modo socrtico de quien no desea en-
trar en el sistema, ni colocarse en l como funcionario. Por tanto, su confesin no
responde a mviles curriculares sino biogrficos y existenciales. A mi modo de
ver, se nos manifiesta como proceso formal de autoaprendizaje.
Para que haya nostalgia es menester que haya memoria de los procesos pre-
vios al acto del recuerdo. La relacin entre el aprendizaje y la memoria, como
ustedes saben, procede del pensamiento platnico (Fedn, 91d). Aprender es ir
recordando las ideas olvidadas al encarnarse. Pero todo recuerdo puede generar
nostalgia. Asklepios padece nostalgias de ideas preexistentes, Verdad, Belleza y
Bondad, pero tambin nostalgias de sensaciones primigenias cuyo origen tam-
bin sita antes de la experiencia psicolgica individual. La nostalgia del apren-
dizaje es la nostalgia del origen. Nostalgia del origen, dice al referirse a los
miedos infantiles deferidos, que son comotrados al mundo sustancialmente
sin ninguna causa justificada (p. 60). Como queda dicho, el narrador hace expl-
cita esta nostalgia aoranza, tristeza o melancola en diversas ocasiones al fi-
nal de varios captulos, insinuando un subsistema de invocaciones y jaculatorias,
en parte elegiaco, que opera a modo de leitmotiv en la estructura del relato. En l,
la rememoracin del paraso perdido se manifiesta a travs de la nostalgia y la
aoranza, evidenciando la progenie platnica del texto, unas veces casi con frui-
cin:
Dulce miedo [infantil] y su amparo!, yo te amo con nostalgia de origen. (VI, 60).
Disposicin de mi adolescencia y de otras adolescencias, yo te amo y deseo, porque
albergas la constante voluntad, sin cuya presencia no hay ms que muerte y estulti-
cia, das al ser la conciencia de plenitud, le haces tranquilo y le llenas de alegra (XVI,
142).
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CECILIO ALONSO ALONSO
Atraccin del ser por el ser!, amor universal, ternura por todo lo inocente y vivo, en
m vives y fluyes desde que apareciste sin causa concreta. (XVIII, 155).
Emocin del desnudo habida en mi juventud!, rostro inmanente y temeroso de la
verdad, huida del ser hacia el origen, disposicin mstica, comparecencia del destino,
yo te amo. (XXIV, 208).
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ASKLEPIOS: APRENDIZAJE Y NOSTALGIA
13 SOBEJANO, Gonzalo: Razn y canto de las edades idas. nsula, 472, marzo 1986.
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las ddivas no van sino a donde hay ni se hacen los presentes a los ausentes. El oro
dora la plata, sta acude al reclamo de otra; los ricos son los que heredan, que los po-
bres no tienen parientes. El hambriento no halla un pedazo de pan y el ahto est ca-
da da convidado. El que una vez es pobre siempre es pobre y de esta suerte todo el
mundo le hallaris desigual (El Criticn, 1, VI).
14 En los ltimos meses he sentido intuicin de la muerte, hecho sordo, material e insen-
sible, que nos separa brutalmente de lo vivo, como el pozo de Anaxmenes. Entonces
me he preguntado para qu me servir todo cuanto he amado, reflexionado y desea-
do, las inclinaciones que he seguido y el afecto que he puesto en tantas cosas y seres.
Veo el morir como un acto cruel y estpido, carente de valor [] Espacios y tem-
plos donde un da mor lo vivo y lo profundo, lo inteligente, son hoy ruinas habita-
das por insectos. La Hlade y su jovialidad, la facultad de quimera, la capacidad de
candor y la alegra sin origen terminarn conmigo. No voy a buscar la muerte, como
he dicho antes; pero s a dejar transcurrir los aos que la Divinidad me conceda, sin
pretender, querer ni hacer nada; sin protestar, sin incordiar y sin tentar; sin desear ni
esperar. Me someter al Hado, y no har de ello un acaecimiento; ni le resistir ni le
seguir con entusiasmo; tampoco la maldecir (Eplogo, I, pp. 226-227)
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CECILIO ALONSO ALONSO
Cuestin de gneros
De Asklepios solo se puede decir sin temor a errar que tiene forma de ficcin
autobiogrfica. No creo que Miguel Espinosa se planteara la cuestin del gnero
literario como no fuera para dilatar y romper sus lmites. Por supuesto, hay mo-
tivos para hablar de novela lrica, de novela intelectual o filosfica, incluso de
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ASKLEPIOS: APRENDIZAJE Y NOSTALGIA
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CECILIO ALONSO ALONSO
Bien patente queda el lirismo potico con que el narrador se conmueve ante
la dureza del destino social de los humanos que, a la ilusin expectante del
aprendizaje o al maternalismo pedaggico, responde con la cruda absorcin por
el sistema los otros os mandarn a vuestros puestos. De ah que la memoria
de las edades del aprendizaje las edades felices se convierta en objeto prefe-
rente de la nostalgia.
Es de lamentar, una vez ms, que esta primera novela de Espinosa no se pu-
blicara a su debido tiempo, porque nos hemos quedado sin saber si hubiera sido
aceptada como una nueva va, como ocurri con la novela de Luis Martn Santos
antes del boom de la literatura latinoamericana de los aos sesenta. Pero es en ese
momento de la evolucin de la narrativa en lengua castellana del XX donde hay
que situar el estudio y las conexiones morales profundas de Asklepios. Su publi-
cacin pstuma, despus del laberinto experimental de los setenta, ha lastrado
su valoracin crtica, reducida para muchos a una obra juvenil menor.
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ASKLEPIOS: APRENDIZAJE Y NOSTALGIA
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CECILIO ALONSO ALONSO
tre el boscaje. Y esta visin continua ha sido como una especie de triaca de mis dolo-
res infantiles; y esta visin continua ha puesto en m el amor a la Naturaleza, el amor
a los rboles, a los prados mullidos, a las montaas silenciosas, al agua que salta por
las aceas y surte hilo a hilo en los hontanares20.
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ASKLEPIOS: APRENDIZAJE Y NOSTALGIA
47-49.
24 PREZ DE AYALA, Ramn: A.M.D.G. Ed. cit., pp. 215-216, y 311-317.
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CECILIO ALONSO ALONSO
Indicios vanguardistas
Es de suponer que el ingenio lingstico de Espinosa, su capacidad provoca-
dora, pudo beneficiarse de los hallazgos de la vanguardia de cuya herencia re-
coge fragmentos.
Veamos el caso de las metamorfosis e hibridaciones, races del mito clsico y
de la metfora antigua y moderna, materia del cap. VII de Asklepios que para
Espinosa tambin responden al impulso nostlgico, como intercambios de for-
mas aoradas en unos por los otros, a travs de las cuales vemos a unas pre-
sencias transmitir su nostalgia a otras. Son dislocaciones de la gran simpata
universal que se realiza mediante el Arte. A travs de ellas el espritu cumple su
vocacin de comunicarse y fundirse con la vida inferior. En este aspecto cabe
recordar las frmulas lorquianas contenidas en Poeta en Nueva York o en El Pbli-
co, del que Espinosa seguramente slo habra podido leer el fragmento incluido
en las Obras Completas de la editorial Aguilar. Recordemos el comienzo del poe-
ma Muerte:
Qu esfuerzo del caballo por ser perro! / Qu esfuerzo del perro por ser golondri-
na! / Qu esfuerzo de la abeja por ser caballo25
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ASKLEPIOS: APRENDIZAJE Y NOSTALGIA
26 Ibd id.,1145-1147
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CECILIO ALONSO ALONSO
Obsrvese que la primera de estas series metamrficas (en negritas) hace re-
ferencia a seres o fenmenos objetivados en la mitologa helnica. En cambio, la
segunda entra en los dominios de las sensaciones privadas del sujeto alcanzando
intensa calidad potica, y aproximndose de nuevo al Azorn de Las confesiones
igualmente emocionado ante el misterio de las cosas, de los viejos muebles, los
muros, los jardines, los arcanos que ventanas y puertas esconden tras sus lmi-
tes:
El misterio de estas ventanas est en algo vago, algo latente, algo como un presen-
timiento o como un recuerdo de no sabemos qu cosas []
Tienen alma las puertas? Un viento formidable haca estremecer la casa; todas las
puertas [] han lanzado sus voces en el misterio de la noche. Una puerta no es igual
a otra nunca: fijaos bien. Cada una tiene su propia vida. Hablan con sus chirridos
suaves o broncos; tienen sus cleras que estallan en recios golpes; gimen y se expre-
san en las largas noches del invierno, en las casas grandes y viejas, con sacudidas y
pequeas detonaciones, cuyo sentido no comprendemos27.
Definiciones y sensaciones
Vicente Cervera ha escrito que en Asklepios domina una acendrada volun-
tad definitoria del mundo y las ms resbaladizas sensaciones humanas28. Cier-
tamente se puede hablar de una vocacin definidora en el estilo literario de Es-
pinosa. Para l definir no es describir, ni siquiera delimitar sentidos, sino idear
nuevas formas, usar unas palabras como referencia de otras, de manera que por
las primeras llegamos a nombrar las segundas (I, 24). Su tcnica de definir, como
en general su estilo, tiende a la amplificacin, al asedio de lo definido desde va-
rias perspectivas, aunque no faltan las brillantes sntesis. La mayor parte de los
trminos definidos son abstractos, y si alguno no lo es confirma la regla porque
tienden a evidenciar el espritu. As desnudo es visin de la interioridad del ser;
o sexo, forma de comparecer la emocin y con ella el espritu en la tierra.
Como trabajo preparatorio de mi lectura de Asklepios me pareci til confec-
cionar un ensayo de glosario, que creo interesante incluir en apndice para que
el lector pueda observar in vitro el alcance de esta prctica espinosiana, as como
ampliar y verificar mi versin de la misma. Su cotejo con similares recursos en
otros libros del autor, en particular con Reflexiones sobre Norteamrica, quizs per-
mita aportar nuevos argumentos sobre la coherencia del pensamiento del joven
Espinosa. Vase, como muestra, la serie de voces Hecho, Suceso y Acontecimiento
que en dicho libro alcanza ya una compleja trama de implicaciones semnticas,
como puede advertirse en el siguiente esquema:
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ASKLEPIOS: APRENDIZAJE Y NOSTALGIA
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ASKLEPIOS: APRENDIZAJE Y NOSTALGIA
Cuando Teseo me cont las bodas entre Pirtoo y Deidamia, describi as el brutal
comportamiento de los centauros: Era de ver la inquietud de los cuadrpedos, el es-
tremecimiento constante de su piel, la impaciencia de sus modos y la mirada cente-
lleante y lbrica sobre las mujeres lapitas. Venan dispuestos a la tropela, como con-
jurados por su propia bestialidad y su falta de honra y de decencia. Desde que se sen-
taron a las mesas, comenzamos a escuchar los sordos golpes de sus cascos sobre el
suelo, lo cual como prueba de evidente desasosiego, empez a inquietarnos. Las mu-
jeres se mostraban refulgentes; sus graciosos senos aportaban al banquete la cortesa
de la forma. Yendo mi vista de unos a otras, comprend en seguida que la fiesta ter-
minara en guerra.
En IX, 85, Asklepios vuelve a ser instrumento amplificador del mismo asun-
to, pero esta vez en estilo indirecto y olvidando que la versin de Teseo sobre las
bodas ya haba sido incluida en el cap. VII:
Este Teseo me desvel otras muchas e importantes verdades, que alguna vez pienso
narrar, entre ellas la real versin de las bodas entre Piritoo y Deidamia, en cuyo
banquete se insolentaron los Centauros con las mujeres lapitas, ya a causa de la
embriaguez, o ya porque haban premeditado la tropela, como opina Teseo, y yo
apoyo.
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lacin del pecho derecho de las amazonas. Durante su expedicin con Herakles
al Asia Menor contra ellas, Teseo recurre a una observacin selectiva para verifi-
car la superchera del mito. Y su agresividad se trueca en admiracin carnal al
descubrir que las amazonas no eran fantsticas guerreras de remotas tribus, sino
mujeres asequibles y hermosas, con dos pechos como las mujeres griegas.
Que las amazonas fuesen rubias o castaas, de ojos oscuros o claros, de perfil heleno
o asitico, atezadas o nveas, es algo que nunca he podido testificar ni jurar; [] en
verdad, jams logr observar su rostro, y no porque lo llevasen velado, sino porque
el pecho entretena mi mirada. Por ello decide deponer las armas y caminar hacia
ellas en son de paz adentrndose entre la muchedumbre de muslos y senos segui-
do de Soolonte, Euneo y Toante, tres jvenes atenienses. Y por todos los dioses
juro que, pudiendo repasarlas como te contemplo ahora, no hall ninguna que ex-
hibiera un solo pecho, sino los dos!
En su caso, slo haba visto los pechos de las amazonas, pero su descubri-
miento basta para imponer una tregua en beneficio de la razn, la sensualidad y
el respeto a la vida. Se impone la valoracin moderna de las amazonas como
potencia fertilizante. Diversas circunstancias encadenadas permiten la expan-
sin del relato, siempre en boca de Teseo. Soolonte se suicida al ser rechazado
por Antope, la ms originaria de las amazonas, comparecencia cuyo andar
usufructuaba algo ms que la gracia griega: quiero decir, la soberana de cuanto
es puramemente natural. Por ello, muerto el joven pretendiente, Teseo la hace
objeto de su pasin, y se desposa con ella.
Y aunque no he de aadir nada sobre aquel desposorio se queja Teseo de los mixtifi-
cadores, al modo quijotesco, quiero expresar mi queja contra los poetas que, a mi juicio,
siempre albergaron cierto rencor contra esta esposa. (p. 89).
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Apndice
GLOSARIO
Las referencias corresponden a la 1 edicin (Murcia: Editora Regional, 1985).
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una visin de la interioridad del ser, cuya presencia nos conmueve, y, por
contagio o simpata, desvela, a su vez, nuestra alma. Desde este punto de
vista el desnudo sera como la verdad, figura originaria, y, por consiguiente,
siempre descarada (XXIV, 206).
Desterrado en el tiempo. 1. Irrealidad que no puede comparecer ante la Histo-
ria como tal ni como contemporneo de sus aparentes contemporneos. Por
necesidad soy griego, y por casualidad no lo soy. He aqu la tragedia. Mi
destino sobra en el mundo moderno, y cuanto sobra en una estructura, nada
significa []. El suceso trgico dio significancia; ellos devinieron modelos, y
yo, caricatura (intr., 18). // 2. El destierro en el tiempo es la ms grande so-
ledad que puede venirnos (II, 32).
Destino. Comparecencias de destino son las que jams premeditaron su mundo
ni conspiraron contra la Naturaleza, la alegra ni el dolor. Destino se opone
a porvenir (Amo lo que tiene destino, y odio lo que tiene porvenir) (XVIII,
154).
Dios. Dios y nuestros semejantes son, en cierta manera, formas del mundo (X,
99).
Disposicin. Actitud que quiere lo posible. La vida es una disposicin (I, 23).
Esperanza. Vivencia interior, consecuencia del alejamiento de la Naturaleza, que
sustituye la espera o expectacin en el momento mundano e indeterminado,
por la esperanza en acaecimientos ultraterrenos, concretos y reglados, parti-
cularmente la justicia final y la vida eterna. Sustancia del cristianismo (IX,
90-91). V. Esperanza referida.
Esperanza referida. Situar la esperanza en acaecimientos mundanos buscando
un inters. Es el ms triste de los sucedneos de la expectacin natural y de
la esperanza metafsica (IX, 92).
Espritu. Comparecencia continua y sin fin, situada ms all de la forma del
mundo: la razn, la materia y la vida (XIX, 162).
Estado. Organizacin metdica del Poder (prl, 12-13).
Estructura. Serie de elementos, siquiera ideales, relacionados entre s y con res-
pecto a un denominador comn. Las relaciones entre elementos se llaman
leyes (I, 23).
Existencia. La existencia es una constante mudanza [] Nada se repite, sino que
fluye hacia el vaco (epl., 225 y 230).
Expectacin sexual. Simpata dirigida hacia la emocin y el suceso sexuales
(XIX, 163).
Expectacin. 1. Particular situacin de creencia y espera en el suceso que se pro-
duce al ponerse el hombre en contacto vivo con las cosas o sumergirse en
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Resultado. 1. Lo no originario ni sustancial que, por ello, puede ser definido (I,
24). // 2. El hombre carente de inspiracin. El que no es poeta es resulta-
do (IX, 83).
Ser. Lo originario que no puede ser definido (I, 24).
Ser vivo. Estructura que acumula disposicin segn un sistema denominado
organismo (I, 23).
Sexualidad. Una forma de comparecer la emocin, y con ella el espritu, en la
tierra (XIX, 162).
Suceder. Suceder es acaecer. Acaece el ro, la planta, la hormiga, la nube, el sol,
las estrellas y el pensamiento (IX, 82).
Suceso (acaecimiento). Suceso es lo extraordinario que despierta expectacin y
sorpresa (IX, 82). En el mundo hay hechos, sucesos y acontecimientos (XIX,
161). Amar es un suceso (XXV, 111).
Supersticin. Es la valoracin del hecho como suceso, o acontecimiento, y vice-
versa. (XIX, 161). Se incurre en ella cuando los hombres colocan intereses
ticos, metafsicos o polticos en sus preguntas y respuestas interesadas (X,
100).
Tentador. Enemigo de la buena conciencia (XXII, 186).
Tentar. Es ofrecer a otro sus propios principios y creencias con diferentes con-
clusiones, siguiendo las reglas del proceso juicioso. Tentar equivale a sacar a
la luz las consecuencias implcitas en cualquier proposicin sostenida por
alguien como postulado de fe y comportamiento (XXII, 186).
Teorizar. Enjuiciar desde principios y concluir implacablemente (prl. 11 y XXII,
194).
Ternura. Manifestacin del amor deferido (XVIII, 158-159).
Tesoro. Objetivacin esttica de la tendencia a crear valores y amar lo que ms
vale. Creacin tpica de la edad infantil (XII, 114).
Tiempo. Conjunto de acontecimientos (IX, 82).
Tragedia. Resultado de la contradiccin entre la necesidad y la casualidad (intr.,
18).
v. Inocencia.
Valores. Cuando las energas alcanzan su propio modelo, se hacen objetivas;
dejan de ser sujeto, para configurarlo desde fuera; se convierten en valores
(XX, 169-170).
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SILENCIO Y SOCIEDAD EN EL EPLOGO DE TRBADA
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social de Damiana es ser una fea burguesa sumida en las silenciosas e indiscuti-
das leyes del Contraevangelio consumista: vacaciones, superficies (apariencia
hueca, signos sin espritu), aburrimiento de la superabundancia y carencia de
objetivos, religiones de la new age (Damiana cree en la quiromancia, cartoman-
cia pero no en Dios). Damiana es el existencialismo posmoderno: no hay sen-
tido ontolgico, solo una galaxia de intensidades en la que consumir el yo. El
Eplogo sita a Damiana en el inicio de las vacaciones estivales, caracterizadas
por el imperativo playero. En el comienzo de la posmodernidad, en una Espa-
a en transicin ideolgica, la sociedad consumista est produciendo compor-
tamientos de masas tales como las emigraciones estivales a la costa. El texto co-
mienza con la voz de la publicidad:
En los comienzos de un mes de agosto, la voz de su seora, el diputado, ha dicho a
travs de la emisora estatal de radiodifusin: Con el mayor respeto a cualesquier
doctrinas, he de afirmar que no existe ninguna vida, tras la muerte, como tampoco
pecado, Cielo ni Infierno. Por consiguiente, debemos gozar de las vacaciones estiva-
les.
Cierta empresa extranjera, promotora de viajes, ha vendido cuatrocientas mil vaca-
ciones en Espaa ha proseguido informando, con extraa semntica, la emisora. Y
ha aadido: Un milln de automviles, con sus ocupantes, ha abandonado las gran-
des ciudades espaolas, y corre hacia las costas, configurando hileras de hasta quince
kilmetros. Finalmente, ha recomendado: Dirijan sus mquinas con serenidad; evi-
ten morir o quedar tullidos. (Trbada 373)
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playa. La palabra de Dios ha sido negada y sustituida por el imperio del televi-
sor; pinsese lo que el televisor es, desde una perspectiva espinosiana: es lo nti-
co en s mismo, la manifestacin de la imagen hueca, la ausencia de interior, esto
es, el vaco. La sociedad descrita por Espinosa es la de un mundo sometido al
imperio del hablar sin decir nada, de la abulia, de la inautenticidad o impropie-
dad, y este uno amenaza la vida terica autntica. Los muchos (que Platn lla-
maba hoi polloi) se oponen al sophos. La hipstasis de la individualidad es des-
mentida por el comportamiento de masas: la individualidad de Damiana es falsa
individualidad, ya que es imitacin del comportamiento de otros e inmersin en
la masa y sus placeres institucionalizados.
Por qu esta idea? Porqu esta descripcin de lo que no debe ser, pero que,
sencillamente, es? El desenmascaramiento de los destinos sociales tambin lleva
su propia mscara. En el teatro griego, tambin los dioses son personajes. El tex-
to opone ante los ojos del lector los individuos de alto capital cultural (el perso-
naje Espinosa, Mart, Juana) y los que no lo tienen o, tenindolo, slo lo usan
para el consumo del yo (Damiana, los personajes del fign Alfonsina, los man-
darines). El eplogo es un escrito de Miguel Espinosa que Juana enva a Daniel:
sin decirlo, el texto nos est diciendo que ellos s saben escuchar, or las reverbe-
raciones del olvido del ser en el comportamiento de Damiana y de la masa. Si no
tuviramos esa oposicin entre diferentes subjetividades, en cierto sentido la
lgica de Trbada, finalizada de esta forma, parecera amputada. Trbada produce
continuamente la idea de la privacidad como lugar natural del sujeto y la sexua-
lidad como la fuente de su identidad, pero parece como si se empease en de-
mostrar que la literatura o el arte son el nico refugio posible del sujeto verda-
dero, frente al avance de la mercantilizacin de todas las esferas de la vida en el
capitalismo tardo. Si es cierta la tesis de la oposicin sujetos singulares o pro-
pios versus sujetos inautnticos, las implicaciones de esa dicotoma son radica-
les: la asercin de la subjetividad falsa de los sujetos inautnticos equivale a
una afirmacin de la muerte del sujeto: como si vivir en la sociedad del espect-
culo, sociedad de las superficies sin pensamiento, equivaliera a estar muerto.
Quizs eso explica por qu Espinosa se refugia en el mundo imaginario de los
griegos en Asklepios a la hora de hablar de s mismo, a la hora de escribir su au-
tobiografa, esto es, su vida: se puede vivir en un universo radicalmente esteti-
zado, pero no en la vida real.
En el Eplogo, el primitivismo y la deshumanizacin son tan radicales, que
dudamos que pueda encontrarse, en ninguna parte del texto, el ms mnimo
atisbo de humanidad. Parece como si Espinosa, desde el malestar frente a la so-
ciedad de consumo, se refugiara en la autonoma del campo literario para crear
una visin del mundo anti-burguesa pero al mismo tiempo extraordinariamente
elitista, como si desde el campo literario intentara redefinir o representar lo ge-
nuinamente humano. Como si, en definitiva, la cuestin bsica de sus textos fue-
se una disputa sobre Nothing less than the monopoly of humanity (nada menos
que el monopolio de la humanidad) (Bourdieu 1984: 491). Y solo los comenta-
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Eplogo
Puede pensarse que de esta forma, indicando el elitismo o el inconsciente
androcntrico de los textos de Espinosa, lo sometemos a una crtica radical
desmitificadora con el nimo de destruir su potencia creadora, como si convir-
tiramos el anlisis en un ajuste de cuentas con el mandarinazgo del Canon o
como si nosotros mismos quisiramos reproducir el cinismo del fundamentalis-
mo posmoderno del todo es mentira y todo vale. No se trata (como propsito o
incluso efecto) de destruir una cultura relativizndola. Como deca Diderot, es
tan arriesgado creerlo todo como no creer nada. El anlisis descubre lgicas, el
destino inscrito en la educacin y la magia de los hbitos de reproduccin social,
la fuerza de la sociodicea de una sociedad determinada. Los escritos de Espinosa
tienen una ontologa histrica y el ser (mutacin o estatismo) es. De la misma
forma, y porque lo que pueda decirse en este ensayo pueda sonar a provincia-
lismo barato, es necesario tambin dejar algo claro: no se pretende aqu incluir a
Espinosa en ningn Canon filosfico o literario; al compararlo a Wittgenstein o
Heidegger no queremos reproducir un panten y colocar a un diosecillo nuevo
en su interior. El Canon es para los mandarines, los dioses para los mitlogos: se
canoniza porque se desea neutralizar, o acaso escribi Espinosa Escuela de man-
darines para acabar siendo un mandarn?
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EL MONOPOLIO DE LA HUMANIDAD
Daniel Csar con alma de Cristo (Trbada 279) , al igual que Godnez, La-
nosa, o el Eremita, Espinosa o Mart, viven en la conmocin frente al misterio de
las cosas, y no ignoran la pronunciacin de la slaba del no, como alude Mon-
taigne (Ensayos Lib. I, Cap. 25). El pasmo del victimado y neurtico Daniel
puede leerse como el radical astonishment (estupefaccin radical) heidegge-
riano como postura o disposicin metodolgica (Steiner 1978: 31): Daniel es el
que quiere saber, el que sabe (Trbada 396). Es esa fuerza creadora, esa bsque-
da de otro espacio desde la crtica radical, lo que hace que al leer los escritos de
Espinosa se experimente el asombro de estar en el mundo:
Podemos girar y doblar las cosas como queramos, pero en definitiva se mantiene la
repeticin de aquel pensamiento admirable de Schelling segn el cual en el hombre
la naturaleza abre de golpe los ojos y nota que ella est ah. El hombre es el lugar en
el que el ser se hace visible para s mismo. Sin el hombre el ser sera mudo: estara
ah, pero no sera lo verdadero (Kojve) (Safranski 426).
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FICCIN Y VERDAD EN MIGUEL ESPINOSA*
I
Debo comenzar agradeciendo a Mara del Carmen Carrin la invitacin que
me hizo, hace ya varios meses, para participar en este Curso de Promocin Edu-
cativa sobre Los tratados de Miguel Espinosa. La verdad es que tard unos
das en aceptar su invitacin, y aun hoy no s si hice bien al aceptarla, pues me
inquietaba entonces -y me sigue inquietando ahora- la duda de si ser capaz de
responder a ella adecuadamente.
No me refiero a las habituales dificultades prcticas con las que uno suele
encontrarse en mi caso, sobre todo, la falta de tiempo suficiente- para preparar
y redactar como corresponde una conferencia de este tipo. Me refiero a otra clase
de dificultades, mucho ms graves y que tienen que ver precisamente con la
persona y la obra de Miguel Espinosa. En primer lugar, qu clase de competen-
cia profesional o de autoridad moral tengo yo para hablarles a ustedes del au-
tor de la Escuela de Mandarines, como l mismo gustaba de nombrarse? No soy
historiador de la literatura, ni me dedico a la crtica literaria, ni he publicado
ningn estudio especializado sobre su obra; soy profesor de filosofa y mi nico
escrito sobre Miguel Espinosa es una resea de La fea burguesa que se public en
el ya desaparecido Diario16 de Murcia, el 29 de noviembre de 19901. Tampoco
pertenezco al crculo de allegados que convivieron con el escritor o le trataron en
algn perodo de su vida, y que luego han dado cuenta oral y escrita de su rela-
cin personal con l, como es el caso de su hijo Juan, de su amada Mercedes Ro-
drguez Garca, de su gran amigo Jos Lpez Mart y de algunos otros amigos y
escritores murcianos como Eloy Snchez Rosillo, Pedro Garca Montalvo, Jos
Luis Martnez Valero, etc.
Conoc a Miguel Espinosa solamente una tarde, tomando caf en la casa que
Remedios Maurandi y Patricio Pealver ocupaban por entonces en La Alberca.
Fue con ocasin de una de las visitas a Murcia de Agustn Garca Calvo, que
haba publicado en 1979 su dilogo Del lenguaje2, y a quien habamos invitado
algunos profesores de la Facultad de Filosofa interesados por su persona y por
* Una primera versin de este texto fue leda el 25 de octubre de 2004, dentro de un Curso
de Promocin Educativa sobre Miguel Espinosa, titulado Los Tratados de Espinosa.
La imposible teologa del burgus y celebrado en la Universidad de Murcia, del 25
de octubre al 5 de noviembre de 2004, bajo la direccin de Vicente Cervera Salinas,
Mara del Carmen Carrin Pujante y Mara Dolores Adsuar Fernndez.
1 La tirana de la Actualidad. Sobre La fea burguesa de Miguel Espinosa, en Diario16 de
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ANTONIO CAMPILLO MESEGUER
su pensamiento: el citado Patricio, Jos Lpez Mart y yo. En mis ltimos aos
de estudiante universitario, haba acudido regularmente a la tertulia que Agus-
tn celebraba todos los mircoles en el Caf Arranz de Madrid, y a la que asistan
tambin, entre otros, Rafael Snchez Ferlosio, Fernando Savater, Toms Polln e
Isabel Escudero. En aquellas tertulias, que Agustn diriga y grababa metdica-
mente, tuvieron su origen los nueve dilogos que Lina, Trino y Rueda mantie-
nen en Del lenguaje. Pues bien, la tarde de la que les hablo, en casa de Remedios
y Patricio, Miguel Espinosa se reuni con nosotros con el nico propsito de sa-
ludar a Agustn. Fue Jos Lpez Mart quien le anim a ello, no slo por amistar
a dos hombres que no se haban tratado hasta entonces, y a los que l apreciaba
y admiraba tanto, sino tambin por distraerle un poco de la escritura de La trba-
da confusa, que absorba y ensombreca su nimo en aquella poca. Pero el caso
es que Agustn estaba muy cansado y se pas casi todo el rato dormitando, pri-
mero en una butaca del saln y despus, tras la insistencia de Remedios, en uno
de los dormitorios anejos, mientras los dems charlbamos, o, mejor dicho,
mientras Miguel Espinosa hablaba y los dems escuchbamos. Me sorprendi su
sentido del humor y su facilidad para aduearse de la conversacin y convertir-
nos en oyentes cautivos de su palabra.
Recuerdo que nos habl de dos sucesos cotidianos que, sin embargo, lo
haban asombrado recientemente: primero, la dificultad de estar en silencio en
su propia casa situada en pleno centro de la ciudad de Murcia, en el nmero 10
de la avenida de la Constitucin, que durante el franquismo haba llevado el
nombre del general Muoz Grandes, jefe de la Divisin Azul-, dada la gran va-
riedad de ruidos exteriores que se colaban en el interior de su retiro domstico;
segundo, la curiosa costumbre que tenemos los humanos de utilizar palabras
tanto ms nobles y distinguidas cuanto ms vulgares y comunes son las activi-
dades a las que nos dedicamos, como esos rtulos que suelen colocarse en las
puertas de los aseos pblicos con la palabra Seoras y la palabra Caballeros.
Yo era entonces un joven de veinticuatro aos, llevaba poco tiempo viviendo
en la ciudad y no saba casi nada de Miguel Espinosa. Saba, eso s, que era un
conocido, premiado y polmico escritor murciano. Saba que era padre de Juan
Espinosa, un profesor de filosofa con el que mi compaera Alicia, tambin pro-
fesora de filosofa, sola coincidir y conversar cuando viajaban en autobs a
Cartagena, para acudir a sus respectivos centros de enseanza secundaria. Saba,
en fin, que era amigo ntimo de Jos Lpez Mart, colega mo en la Facultad de
Filosofa y con el que ya entonces haba comenzado a unirme una gran amistad -
de hecho, l fue uno de los pocos que ley el manuscrito de mi primer libro,
Dilogo de los mundos, y sus acertadas sugerencias me ayudaron a corregirlo y
mejorarlo. Pero, en aquella poca, yo no haba ledo todava al autor de Escuela
de Mandarines (1974) y La trbada falsaria (1980). Despus de cursar mis estudios
de Filosofa y Sociologa en la Universidad Complutense de Madrid, haba
regresado a Murcia en octubre de 1979 y apenas conoca la vida cultural
murciana. Ese mismo mes, me contrataron como profesor ayudante en la
Universidad de Murcia, e inmediatamente me vi absorbido por las mltiples
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FICCIN Y VERDAD EN MIGUEL ESPINOSA
3 DILOGO DE LOS MUNDOS. Murcia: Editora Regional de Murcia, 1986. Este dilogo
filosfico fue redactado entre el 22 de febrero y el 10 de junio de 1980, pero no se pu-
blic hasta seis aos ms tarde, cuando ya haba aparecido mi segundo libro, escrito
en 1984: Adis al progreso. Una meditacin sobre la historia (Finalista del XIII Premio
Anagrama de Ensayo, Anagrama, Barcelona, 1985). El 7 de septiembre de 1986, el
diario La Verdad de Murcia public una breve resea del Dilogo de los mundos, firma-
da por un crtico local de cuyo nombre no quiero acordarme, en la que el susodicho
negaba a la obra el ms mnimo valor literario y pona en duda que tuviera incluso
algn valor filosfico, hasta el punto de cuestionar los criterios seguidos por la edito-
rial para su publicacin. Pero, al mismo tiempo, este seversimo juez de las letras de-
ca lo siguiente: En algn momento por causa de algn que otro fugaz destello in-
voluntario- trae la obra a la memoria el Asklepios espinosiano, aunque todo queda en
pura coincidencia. Me sorprendi y me halag que aquel pedante gacetillero, a pe-
sar del empeo que haba puesto en mostrar su menosprecio hacia el frustrado in-
tento de un autor novel, no hubiese podido dejar de reconocer en mi primerizo libro
cierta afinidad involuntaria y debida a la pura coincidencia, por supuesto- con
el Asklepios de Miguel Espinosa, que tambin haba sido una obra primeriza y cuya
primera edicin pstuma haba aparecido, casualmente, el ao anterior y en la misma
editorial.
4 La defensa pblica de mi tesis de doctorado tuvo lugar en la Universidad de Murcia, el
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ANTONIO CAMPILLO MESEGUER
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FICCIN Y VERDAD EN MIGUEL ESPINOSA
II
La cuestin crucial del caso Espinosa tiene que ver, en una primera
aproximacin, con la relacin entre filosofa y literatura, o, ms exactamente,
entre dos tipos de escritura: la escritura que manifiesta una seria pretensin de
verdad y la que se presenta como un divertido juego de ficcin. Pero esta prime-
ra relacin entre dos tipos de escritura nos conduce a una segunda, mucho ms
decisiva: la que se establece entre la escritura y la existencia, entre la obra y la
vida, entre las palabras proferidas y las acciones realizadas, entre el nombre
propio impreso en la portada de un libro y el nombre propio inscrito en la carne
mortal de su autor.
Ya he dicho que no soy crtico literario ni allegado de Miguel Espinosa. En
general, los crticos literarios se han dedicado a ponderar el valor esttico de la
obra hasta ahora publicada, mientras que los allegados se han dedicado a enco-
miar el valor tico del hombre que la escribi. Pero a m me parece que la cues-
tin crucial, la espinosa cuestin que nos plantea el caso Espinosa, se en-
cuentra precisamente en el punto de cruce entre la obra y la vida, entre la escri-
tura y la existencia. Creo que es ah donde hay que buscar la clave para com-
prender la singularidad de Miguel Espinosa, tanto la singularidad de su modo
de escribir como la singularidad de su modo de vivir, y, por supuesto, la singu-
lar relacin que l mismo estableci entre sus palabras y sus acciones, entre la
esttica de su escritura y la tica de su existencia.
Para comprender adecuadamente la singularidad del caso Espinosa, pri-
mero conviene que recordemos cules son las diferentes convenciones sociales y
lingsticas que en la historia de Occidente han caracterizado a la filosofa y a la
literatura, y, de modo ms general, a los discursos de verdad y a los discursos de
ficcin. Sobre todo, conviene que prestemos atencin al diferente papel que ejer-
ce el autor en uno y otro tipo de discursos7.
Cuando abrimos un libro y comenzamos a leerlo, es como si tomramos
asiento en la oscuridad y el anonimato de un patio de butacas, dispuestos a con-
templar un espectculo desconocido para nosotros. El teln se levanta en el
momento en que abrimos la cubierta del volumen y nos asomamos, entre des-
confiados y curiosos, a los garabatos que hay escritos en su interior. Desde ese
mismo instante, nos convertimos en espectadores de la letra de los otros, es de-
cir, en lectores. Algo anlogo e inverso nos ocurre cuando somos nosotros los
que hacemos garabatos, sea en una hoja de papel o en la pantalla de un ordena-
dor: desde el momento en que escribimos la primera frase, renunciamos al ano-
nimato de nuestra butaca y pasamos a ocupar el centro del escenario, pasamos a
7 Para un anlisis ms amplio de esta cuestin, remito a mis artculos El autor, la ficcin,
la verdad y Ficcin, simulacin, metamorfosis, en CAMPILLO, Antonio: LA IN-
VENCIN DEL SUJETO. Madrid: Biblioteca Nueva, 2001, pp. 161-189 y 191-201.
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ANTONIO CAMPILLO MESEGUER
III
Es sabido que Miguel Espinosa comenz escribiendo y publicando ensayos
tericos, preferentemente sobre temas jurdicos, polticos e histricos, como "La
Filosofa Poltica Mandarinesca"8, La Reflexin Poltica Configuradora9, las
Reflexiones sobre Norteamrica10 y otros textos que han permanecido inditos,
aunque fragmentos de algunos de ellos fueron incorporados posteriormente en
su obra de ficcin Escuela de Mandarines11.
Es sabido tambin que el propio Espinosa describe en alguna entrevista su
trnsito de la filosofa a la literatura, o, por utilizar sus propias palabras, de la
teora al arte, como una evolucin de la adolescencia a la madurez:
En otros tiempos, cuando era joven, tena tentacin de escribir teorticamente, pero
ahora he descubierto que la ms bella forma y la forma ms profunda de decir las co-
sas, incluso de perdurar, es hacer una especie de arte que encierre teora o que encie-
rre pensamiento; pero no a la manera de Sartre, que coga el pensamiento y lo litera-
turizaba, as queda una cosa floja, porque no es desde el arte de donde surge. Mi dis-
edicin fue publicada en 1957 por la editorial madrilea Revista de Occidente, con un
ttulo impuesto por el editor: Las grandes etapas de la historia americana.
11 Una relacin completa de las obras publicadas e inditas de Miguel Espinosa, as como
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FICCIN Y VERDAD EN MIGUEL ESPINOSA
posicin futura es esa, porque yo creo que escribir teora es una cosa como muy ju-
venil. Cuando se ha vivido mucho, se tiene experiencia y se ha tocado la vida, se ha
abrazado la realidad dolorosamente, entonces llama ms el arte que la pura teora. Lo
que yo tenga de teortico o de pensador quiero encauzarlo a travs del arte; es como
un abrazo ms hondo con la realidad. A no ser que en teora llegara uno a ser como
Spinoza o como Descartes; ah el pensamiento equivale al arte. Pero el arte es un
abrazo mayor con la realidad. Hay ms salvacin. Yo me salvo ms a travs del arte
que de la pura teora12.
Por oposicin a la escritura teortica, que es una cosa como muy juvenil,
o a la teora literaturizada de Sartre, que es una cosa floja, porque no es desde
el arte de donde surge, o incluso a la gran teora de un Spinoza o un Descartes,
en donde el pensamiento equivale al arte, Miguel Espinosa confiesa su predi-
leccin por una especie de arte que encierre teora o que encierre pensamiento.
Esta predileccin aumenta cuando se ha vivido mucho, cuando se ha abraza-
do la realidad dolorosamente, porque entonces llama ms el arte que la pura
teora. Sin embargo, a Espinosa no le interesa cualquier arte, no aquel que se
limita a narrar lo pintoresco, es decir, lo que por definicin sucede a otro, y
que sirve para acompaar y asombrar al lector en sus horas de broma, sino
aquel que narra de forma verdadera lo que sucede precisamente al lector, y
que sirve para confortarle o angustiarle en sus horas serias13. Espinosa se re-
fiere a este segundo tipo de arte cuando dice que es la ms bella forma y la
forma ms profunda de decir las cosas, y esto por un doble motivo: porque
permite un abrazo ms hondo con la realidad y porque proporciona ms sal-
vacin que la pura teora.
Averigemos cmo concibe Miguel Espinosa este abrazo y esta salva-
cin. Dentro de la escritura de ficcin o del arte literario, Espinosa distingue
dos tipos de escritores. Uno es el escritor que se limita a representar la reali-
dad de una forma ingenua, quedndose en la superficie o en la mera apa-
riencia de las cosas, como ha ocurrido en la literatura occidental desde Homero
hasta los grandes novelistas del siglo XIX como Tolstoi, que sin embargo es un
verdadero genio en el arte de la representacin, o Balzac, que tambin es un
verdadero maestro y, claro, un gran novelista-; en esta categora de escritores
de la representacin entraran tambin los seoritos espaoles de la pluma,
como Valle-Incln o Cela, y los actuales escritores tecno-profesionales, que no
se comprometen existencialmente con aquello que escriben. Pero hay otro tipo
de escritor que es capaz de tener una visin profunda de la realidad, una vi-
sin que prescinde de lo superficial o lo aparente y se concentra en la esencia
real de los seres y sucesos que acontecen en el mundo, y esto es lo que han
12 "Miguel Espinosa, entre la lucidez y la hereja", entrevista con Juan Luis Precioso, en
Postdata, Murcia, n 4, mayo-junio 1987, p. 52. Publicada por primera vez en El Rotati-
vo Cultural, Murcia, Ao 1, n 1, febrero 1981, pp. 6-7.
13 De la novela a la teologa, entrevista con Miguel de Francisco, en Quimera, monogr-
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ANTONIO CAMPILLO MESEGUER
hecho, segn Espinosa, autores tan dispares como Virgilio, el Juan del Apoca-
lipsis, los msticos espaoles Teresa de vila y Juan de la Cruz, Kafka, Azorn y
Gabriel Mir. Miguel Espinosa se considera un escritor de este segundo tipo,
ms an, considera que la novela del siglo XXI debe ser as; primero, porque
hoy el lector es mucho ms culto y ya no quiere que le cuenten historias, sino
que le cuenten la ultimidad de la historia, lo que hay debajo14.
Ahora bien, para tener esa visin profunda de realidad, es preciso distan-
ciarse de las apariencias cotidianas, evitar el costumbrismo, practicar el ms ra-
dical extraamiento: Entonces yo digo que el extraamiento produce una
mxima visin. Yo creo que el novelista tiene que extraarse siempre, alejarse un
poco del mundo15. Slo el extraamiento metdico con respecto a la realidad,
por muy doloroso que sea, puede proporcionar al escritor, paradjicamente,
un abrazo ms profundo con ella, tanto ms profundo cuanto mayor sea el
grado de extraamiento alcanzado. Esta extrema lejana con respecto al mundo
convierte al escritor en testigo de Dios. Y es precisamente ah, en ese lugar a
medio camino entre la tierra y el cielo, entre lo humano y lo divino, en donde el
escritor encuentra su salvacin:
Lo de testigo de Dios lo digo entre comillas. Sus ojos sufren como los ojos de
Dios, est fuera Es una angustia, porque ni es hombre, ni es Dios tampoco. Est
ah, como en una tierra de nadie. Su nica satisfaccin es que da cuenta del mundo.
La literatura lo salva.
Luego, otra cosa: es que al extraarse del mundo, el mundo despus es muy hostil.
Entonces, el escritor (esto es muy bonito, una experiencia ma), el escritor se re-
fugia en su casa y entonces est manejando las palabras. Dante, por ejemplo, desde
su habitacin meti a todos sus enemigos en el Infierno, Bonifacio VIII y compa-
a Y el mundo, en tiempos de Dante, era muy hostil, estaban en lucha los gelfos
y los gibelinos l, desde su casa, los meti a todos en los Infiernos Es un mundo
que dominas, haces lo que quieres con las palabras. Luego sales a la calle y resulta
que no puedes pasar porque hay un semforo Entonces, en el mundo de la palabra,
el creador (pero no en un sentido venidero) hace lo que quiere, sin hostilidad de nin-
guna clase. Luego figuraos cmo es el mundo despus. Es lo que digo (Espinosa son-
re), no puedes pasar una calle hasta que no se abra una luz verde16.
El tipo de escritura elegido por Espinosa -un arte que encierre teora, o, di-
cho de otra manera, una ficcin con pretensin de verdad- le proporciona el ex-
traamiento necesario para conseguir una visin ms lcida de la realidad y
un abrazo ms profundo con ella, una visin y un abrazo tanto ms doloro-
14 "Miguel Espinosa, entre la lucidez y la hereja", o.c. Vase tambin: Entrevista con Mi-
guel Espinosa, realizada por Juan Luis Precioso y Antonio Parra, en El Urogallo,
monogrfico Miguel Espinosa: la escritura extraada, n 119, abril 1996, pp. 16-21.
Ambas entrevistas, al igual que la citada en la nota anterior, fueron realizadas al final
de la vida de Espinosa, tras la publicacin de LA TRBADA FALSARIA.
15 Entrevista con Miguel Espinosa, O.C.
16 Entrevista con Miguel Espinosa, O.C.
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FICCIN Y VERDAD EN MIGUEL ESPINOSA
sos cuanto mayor es el extraamiento, pues los ojos del escritor sufren como
los ojos Dios. Pero, de forma paradjica y complementaria, Espinosa encuentra
tambin, en este tipo de escritura visionaria, un modo de soportar la angus-
tia del extraamiento y la hostilidad de esa realidad de la que se ha enajena-
do deliberadamente. La literatura le permite trascender la realidad de la vida
cotidiana, esto es, redimirse o salvarse de ella, tras haberla abrazado doloro-
samente.
Ahora bien, cmo salva la literatura? El ejemplo de Dante es muy elo-
cuente: el escritor se refugia de la hostilidad del mundo real en el mundo imagi-
nario de la ficcin, en el mundo de la palabra, porque es un mundo que do-
minas, porque haces lo que quieres con las palabras, hasta el punto de que
uno puede meter a todos sus enemigos en el Infierno. Por supuesto, tambin
puede meter a todos sus amigos en el Cielo, como hizo el propio Dante. La
ficcin proporciona a Miguel Espinosa un poder inmenso, el divino poder de la
palabra, con el que puede erigirse en testigo de Dios, juzgar al mundo entero,
salvar a sus amigos y condenar a sus enemigos. As es como se redime de la
hostil realidad, y redime tambin a todos sus seres queridos. En principio, es
una salvacin imaginaria, que slo acontece en el mundo de palabras inventado
por el propio escritor, pero l pretende persuadir a los lectores de que ese mun-
do inventado es ms verdadero que el mundo de las apariencias cotidianas, y es
precisamente esta pretensin de verdad la que proporciona al escritor un efecto
consolador y catrtico17.
Conocemos de Miguel Espinosa cuatro obras de ficcin, aunque slo dos de
ellas fueron publicadas en vida del autor: Escuela de Mandarines (escrita durante
dieciocho aos, entre 1954 y 1972, y publicada en 1974) y la primera parte de
Trbada, titulada La trbada falsaria (escrita entre 1978 y 1979, y publicada en
1980). La segunda parte de Trbada, titulada La trbada confusa (1984), as como
Asklepios, el ltimo griego (1985) y La fea burguesa (1990), fueron publicadas ps-
tumamente, aunque Asklepios fue escrita entre 1960 y 1962, con un eplogo fe-
chado en 1970 y 1972, La fea burguesa fue compuesta entre 1971 y 1976, con el
ttulo inicial de Clase media, y revisada en 1980, y La trbada confusa fue redactada
entre 1978 y 1981, en los ltimos aos de vida del escritor. De modo que la se-
cuencia cronolgica de composicin de las obras es la siguiente: Asklepios, Escue-
la de Mandarines, La fea burguesa y Trbada. Estas cuatro obras son muy diferentes
entre s, pero todas ellas tienen dos rasgos en comn: por un lado, la verdad se
disfraza de ficcin y la ficcin tiene pretensiones de verdad; por otro lado, el
autor se oculta y se muestra a s mismo simultneamente.
17 Vase, sobre esta relacin entre la realidad de la vida cotidiana y el mundo inven-
tado por la palabra, el artculo de Jos Lpez Mart, El mundo como destruccin de
la realidad, en Postdata, monogrfico Palabra sustantiva: homenaje a Miguel Espi-
nosa, n 4, mayo/junio 1987, pp. 69-71.
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ANTONIO CAMPILLO MESEGUER
Miguel Espinosa es uno de los raros autores espaoles que ha sabido trazar
su propio camino a travs de esa tierra de nadie donde la lengua no parece
tener demarcacin alguna. Su obra literaria es ejemplo de escritura fronteriza,
pues consigue transitar a travs de los ms diversos gneros y las ms distantes
pocas con un estilo muy singular. Su capacidad para renovar y enriquecer el
antiguo legado de la lengua castellana destaca por encima de la mayor parte de
los escritores espaoles de su generacin. En mi opinin, hay otros dos escrito-
res espaoles contemporneos a los que Espinosa se asemeja en el dominio de la
lengua castellana y en el entrecruzado juego de ficcin y verdad: Rafael Snchez
Ferlosio y Agustn Garca Calvo. Por eso, no es extrao que estos tres autores
ocupen una posicin fronteriza respecto a su propia poca, esto es, que nos pa-
rezcan simultneamente muy modernos y muy antiguos, contemporneos nues-
tros y extraamente intempestivos.
Cuando uno lee por vez primera Escuela de Mandarines, le sorprende el pico
tejido de la obra, la sutil urdimbre de ficcin y verdad que hace de ella un gran
teatro del mundo, la puesta en escena y en cuestin de esa utopa negativa
que se llama a s misma la Feliz Gobernacin. Pero tambin sorprende al lector
el sinuoso juego por medio del cual el autor parece ocultarse y mostrarse a un
tiempo, fingiendo ser uno ms en el abigarrado tropel de personajes que desfilan
por el relato. Esta doble ambigedad vuelve a encontrarse en Asklepios, en La fea
burguesa y en Trbada, hasta el punto de constituir la marca ms peculiar de la
obra literaria de Miguel Espinosa.
En estos cuatro libros, que no consienten el nombre de novelas si no es pa-
ra trastocar su concepto -y que han sido calificados como tratados por los or-
ganizadores de este curso-, la ficcin funciona como un mtodo de extraamien-
to, como una estrategia de separacin y de distancia crtica. No encontramos en
ellos el ocioso y distrado revoloteo de la mariposa que va de flor en flor, sino el
decidido vuelo del guila que se eleva hacia lo alto para avizorar mejor su presa
y precipitarse luego sobre ella con la fulgurante precisin del rayo. En otras pa-
labras, el autor adopta la retrica de la ficcin para decir mejor la verdad del
mundo, y, sobre todo, para desvelar mejor los poderes que lo rigen. Miguel Es-
pinosa consigue este efecto de distanciamiento crtico tanto a travs de su pecu-
liar estilo -a un tiempo raro y preciso, innovador y arcaico, sobrio y reiterativo-,
como a travs de la composicin de las voces narrativas -ya que el protagonista
desde cuya mirada son valorados los hechos ocupa siempre una posicin excn-
trica con respecto a los mismos, sea porque se nos presenta como un ser social-
mente marginado (el "ltimo griego", en Asklepios, y el Eremita, en Escuela de
Mandarines), o porque se le convierte en destinatario pasivo de los relatos y co-
mentarios de los otros personajes (Daniel, en Trbada), o por ambos motivos a un
tiempo (Lanosa, en La fea burguesa). En todos estos casos, el estilo literario y el
juego de las voces narrativas se refuerzan mutuamente y provocan en el lector
un mismo efecto: la inquietante impresin de hallarse no ante un relato de fic-
cin sino ante un discurso de verdad; o, mejor, ante una escritura que desdibuja
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FICCIN Y VERDAD EN MIGUEL ESPINOSA
las fronteras entre lo uno y lo otro, hasta el punto de confundir las expectativas
que el lector haya podido formarse al respecto.
Esta indeterminacin, como ya he dicho, no afecta slo al valor de los textos,
a su estatuto de verdad o de ficcin, sino tambin al papel que la figura del autor
ejerce en relacin con ellos. Si el lector pone un poco de atencin y compara unos
textos con otros, descubre que la posicin de Miguel Espinosa respecto a su pro-
pio discurso es tan ambigua e inquietante como el carcter a un tiempo ficticio y
verdadero de sus enunciados. Una vez ms, la ocultacin del autor, su desapari-
cin tras el coro de voces de los narradores, comentadores y dems personajes
de sus obras, no es ms que una estrategia para la invencin y mostracin trans-
figurada de s mismo. No me refiero al hecho de que un escritorcillo llamado
Miguel Espinosa aparezca como un personaje ms en los relatos firmados por
Miguel Espinosa, sea para convertirlo en el narrador nico de todo el relato
(como ocurre en Escuela de Mandarines), sea para hacer de l a un tiempo el na-
rrador de la historia y uno de sus comentadores (como en el caso de Trbada), sea
para mencionarlo de pasada en el relato o comentario puesto en boca de algn
otro personaje (como en La fea burguesa). En realidad, ste no es ms que un
procedimiento irnico, por medio del cual el autor finge mostrarse con su pro-
pio nombre en el interior del relato, precisamente para poder ocultarse mejor. Su
homnimo no es ms que un disfraz para desviar o distraer la atencin del lec-
tor, para confundirlo, para jugar con l al escondite.
La invencin y mostracin transfigurada del autor hay que buscarla siempre
en otra parte, tras el nombre de otro personaje, bajo una identidad cuidadosa y
deliberadamente construida. Como ya he dicho anteriormente, las cuatro ficcio-
nes de Espinosa giran en torno a una figura central que ocupa, al mismo tiempo,
una posicin excntrica respecto al mundo descrito por el relato: es la figura de
ese hombre inocente que, al despertar a la vida, se siente hijo de la extinta patria
helena y vive como un desterrado en el tiempo presente (el "ltimo griego", en
Asklepios), o la de ese otro hijo de la Naturaleza que es llevado prisionero a la
capital de la Feliz Gobernacin y contempla con asombro los sucesos de la His-
toria y del Poder (el Eremita, en Escuela de Mandarines), o la del escritorzuelo
indito que sufre el repudio social y sentimental de la burguesa Clotilde (Lano-
sa, en La fea burguesa), o la del varn desengaado y despechado que cree des-
cubrir en la pasin lsbica de su amante la encarnacin del mal en el mundo
(Daniel, en Trbada).
Pero Miguel Espinosa no slo juega de este modo con su propio nombre, si-
no tambin con el nombre de muchas otras personas que formaron parte de su
vida cotidiana, fuesen apreciadas o despreciadas por l, y a las que como
Dante- salva o condena por medio de la escritura. Es de notar, no obstante, que
el escritor dej fuera de este juego a su familia ms prxima: su mujer y sus dos
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ANTONIO CAMPILLO MESEGUER
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FICCIN Y VERDAD EN MIGUEL ESPINOSA
Por otro lado, Espinosa insiste en que su obra debe ser leda como una com-
posicin artstica independiente de toda coyuntura histrica y biogrfica, porque
el misterioso poder de la palabra ha transfigurado estticamente la realidad
particular y contingente en un mundo universal y necesario, y porque el propio
autor se ha escondido detrs de sus personajes, se ha vuelto annimo y ha
sido superado por ese mundo inmanente a la obra de arte:
Si el arte es expresin esttica del mundo, y La trbada falsaria pretende ser arte, el in-
cidente que all se expone, ha de convertirse, a travs de una configuracin de pala-
bras, en un ser esttico, y, por consiguiente, esttico, en una esencia, algo universal y
atemporal. Conforme el lance pierde su carcter de accin, de contingencia, y se
transmuta necesidad, deja de ser noticia o informacin para encarnarse arte. Permta-
seme plasmar, al efecto, este apotegma: "No haba nada, y existe un episodio; luego
hay contingencia. No haba nada, y existe arte; luego hay necesidad". Lo que el arte
ha mostrado, es ()
En efecto: en esta obra no existe el narrador omnisciente, situado en un solo plano;
narro all por mediaciones de personajes () El escritor de novelas ha de manifestar-
se en ellas como autor escondido, o autor annimo, que se muestra, pero no
se dice a s mismo. Tal manera de novelar, que equivale a configurar teatro, en el
sentido ms puro y esttico del concepto, resulta, sin duda, difcil. Mas, si se alcanza,
la obra deviene complejsima y de innmeras lecturas, y, al fin, supera a su escritor.
A mi juicio, es misterio de la palabra el siguiente suceso: que las proposiciones cons-
truidas con esttica y pensamiento son ms extensas que la intencin del autor22.
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ANTONIO CAMPILLO MESEGUER
IV
En esta contradictoria explicacin de las relaciones entre la vida y la obra de
Miguel Espinosa, se estn conjugando y confundiendo, sin duda de forma
inadvertida, dos teoras estticas muy diferentes: por un lado, la teora romnti-
ca o historicista, que remite el sentido y el valor de una obra sea artstica, litera-
ria, filosfica o de cualquier otro tipo- a las intenciones conscientes o inconscien-
tes de su autor, a sus experiencias personales y a las circunstancias sociales y
culturales de su poca; por otro lado, la teora formalista o estructuralista, que
concede a la obra un sentido autnomo y un valor intemporal, completamente
ajenos a las intenciones estticas, las peripecias existenciales y los condiciona-
mientos histricos de su autor.
Cada una de estas dos teoras estticas ha puesto el nfasis en un aspecto di-
ferente de la figura del autor, olvidando o menospreciando otros aspectos igual-
mente relevantes. En primer lugar, el autor puede ser entendido como una
persona real que es anterior a la obra escrita e independiente de ella, es decir,
como el sujeto jurdico que mantiene con dicha obra una relacin externa de
propiedad y de responsabilidad moral e intelectual. Esta preexistencia jurdica
del autor hace posible que su obra literaria sea leda a la manera romntica, co-
mo la expresin material de un espritu creador, y que el sentido interno de un
determinado texto quede remitido a las peripecias externas o biogrficas de la
persona real que lo ha compuesto. Pero el autor puede ser entendido tambin
como una funcin interna al propio texto, ms an, como un principio unifica-
dor o totalizador que da coherencia a una heterognea serie de textos y que, por
tanto, no es anterior ni exterior a ellos. En este segundo caso, el conjunto de la
obra de un autor puede ser ledo a la manera formalista, como una construccin
que tiene su propia lgica interna, como un organismo que posee vida propia,
como un cosmos autnomo y eterno, cuyo movimiento no necesita ser remitido
a ningn demiurgo exterior.
El primer tipo de lectura olvida la lgica autnoma de la obra literaria y, en
general, de toda produccin lingstica, pero el segundo tipo de lectura olvida
que es precisamente la firma del autor la que nos permite hablar de la "obra"
como de un todo unitario, vinculado a una vida y a una poca determinadas.
Pero hay todava una tercera manera de entender la figura del autor: no ya como
el sujeto exterior a la escritura, ni como la funcin interior a ella, sino como el
efecto pragmtico que la escritura produce -no slo en el que la lee sino tambin
en el que la escribe-, esto es, la invencin tica de s mismo a travs del juego
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FICCIN Y VERDAD EN MIGUEL ESPINOSA
23 RICOEUR, Paul: TEMPS ET RCIT. 3 vols. Paris: Seuil, 1983-84-85 (hay traduccin
castellana de los dos primeros volmenes: TIEMPO Y NARRACIN. Madrid: Cris-
tiandad, 1987-90). Vase tambin, del mismo autor: S MISMO COMO OTRO. Ma-
drid: Siglo XXI, 1996; HISTORIA Y NARRATIVIDAD. Barcelona: Paids-ICE de la
Universidad Autnoma de Barcelona, 1999.
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FICCIN Y VERDAD EN MIGUEL ESPINOSA
grfico del autor, como han hecho muchos de sus comentadores -movidos tal
vez por una verdad a medias (los supuestos de la crtica literaria formalista), o
por su propia vinculacin existencial con la persona de Miguel Espinosa (que
adems convirti a muchos de sus allegados en personajes), o por ambas razo-
nes a un tiempo-, con ello no conseguiremos preservar sino ms bien mutilar el
significado de la obra y traicionar al hombre que la escribi. No puede alcanzar-
se la verdad, deca Platn, si no hay amistad entre aquellos que la buscan; pero
stos, a su vez, no pueden llegar a ser verdaderos amigos si no se hacen, al mis-
mo tiempo, amigos de la verdad.
Lo repetir una vez ms: la singularidad de la obra literaria de Miguel Espi-
nosa reside en su estatuto fronterizo, y no le hacen justicia alguna quienes pre-
tenden valorarla -sea para bien o para mal- con criterios exclusivamente estti-
cos o exclusivamente ticos, mediante lecturas meramente formalistas o mera-
mente romnticas. La obra literaria de Miguel Espinosa no puede valorarse co-
mo mera expresin o representacin de su vida real, ni tampoco como mera in-
vencin o representacin de una vida imaginaria, pues la complejidad y singula-
ridad de sus escritos consiste precisamente en el juego por medio del cual ambas
vidas parecen destinadas a entrecruzarse, no slo en la intencin del autor sino
tambin en la apreciacin del lector, y, sobre todo, en la propia construccin l-
gica y sucesin cronolgica de los textos.
V
Ahora bien, cul es la identidad que Miguel Espinosa ha querido darse a s
mismo a travs de sus escritos? Como ha querido presentarse ante los dems
mediante el juego literario de la ocultacin y del disfraz? Qu clase de verdad
ha querido defender por medio de la ficcin? No puedo responder a estas pre-
guntas con toda la extensin y todos los matices que sera menester, as que me
limitar a esbozar algunos breves y esquemticos apuntes.
Ante todo, me parece que Miguel Espinosa ha construido literariamente su
propia identidad en torno a dos grandes arquetipos: por un lado, el arquetipo
del extranjero exiliado de su patria de origen; por otro lado, el arquetipo del va-
rn seductor de fminas. Estos dos arquetipos recorren sus cuatro obras de fic-
cin, pero no permanecen invariables en las cuatro, sino que ms bien experi-
mentan una progresiva metamorfosis. Y no es ninguna casualidad que esta me-
tamorfosis se produzca tanto en la figura del extranjero como en la del seductor,
porque hay una relacin muy estrecha entre estos dos aspectos de la identidad
narrativa de Miguel Espinosa.
As, en las dos primeras obras, la figura del extranjero aparece encarnada
por sendos personajes: Asklepios, el ltimo griego, que vive exiliado en el
tiempo presente y experimenta el milagroso despertar de las edades de la vida; y
el Eremita, inocente hijo de la Naturaleza que recorre con asombro las tierras de
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la Feliz Gobernacin, pobladas por todo tipo de gentes, marcadas por todo tipo
de acontecimientos histricos y gobernadas por la casta de los mandarines. En
ambos casos, el extranjero sea con respecto al tiempo presente, sea con respecto
a la sociedad mandarinesca- se nos presenta como un ser inocente y bondado-
so, asombrado y agradecido ante el mundo que le rodea, por ms que ese mun-
do albergue no slo belleza, sabidura, amor y vida, sino tambin fealdad, estu-
pidez, violencia y muerte.
En cambio, la figura del extranjero adopta una nueva forma en sus dos lti-
mas obras: es el escritorcillo indito Salvador Lanosa, que sufre con dignidad
y tristeza el repudio social de la fea burguesa o clase gozante, y en especial
la deslealtad y el desprecio del matrimonio formado por su antigua amada Clo-
tilde y su antiguo amigo Camilo; y es tambin Daniel, el varn que, tras ser
abandonado por la trbada Damiana, sufre un violento arrebato de celos y de
resentimiento, hasta el punto de condenar la pasin lsbica de su antigua aman-
te como una encarnacin del mal en el mundo. En estas dos ltimas obras, y es-
pecialmente en Trbada, no en vano subtitulada Theologiae Tractatus, la actitud del
extranjero ante el mundo y ante los otros ha experimentado un notable cambio
de acento: el asombro sereno y la gozosa gratitud dejan paso a la condena amar-
ga y al desengao profundo. As, pues, la metamorfosis experimentada por la
figura del extranjero desde Asklepios hasta Trbada puede resumirse en una sola
frase: de la exaltacin pagana del mundo, cantada por una criatura natural, ino-
cente y alegre, se pasa a su denegacin cristiana, dictaminada por un espritu
desengaado, doliente y justiciero.
En efecto, a travs de los cuatro libros de ficcin firmados por Miguel Espi-
nosa, se nos muestran otros tantos protagonistas masculinos que ocupan siem-
pre una posicin marginal o excntrica. Todos ellos no son sino variaciones de
una misma figura: el extranjero, el desterrado, el humillado, en fin, el arrojado a
los extramuros del poder, del amor y de la historia. De manera directa o indire-
cta, a travs de su propio discurso o a travs del discurso que los otros profieren
acerca de l, ese personaje excntrico permite al autor extraarse del mundo y
contemplarlo a distancia, sea para admirarlo con el ingenuo asombro de un ni-
o, sea para condenarlo con la implacable severidad de un juez divino. Ahora
bien, si uno lee las cuatro ficciones de Espinosa siguiendo el orden cronolgico
de su composicin, salta a la vista que esa contemplacin excntrica del mundo
no ha permanecido invariable, sino que ha sufrido una notable y decisiva trans-
formacin. Entre las dos primeras (Asklepios y Escuela de Mandarines) y las dos
ltimas (La fea burguesa y Trbada), tiene lugar un desplazamiento de perspecti-
va, y este desplazamiento puede ayudarnos a entender el modo en que se anu-
dan, en la escritura de Espinosa, lo imaginario y lo real, la obra y la vida.
La contemplacin maravillada del misterio del mundo, la gratitud por todo
cuanto habita en la Naturaleza, en fin, el asombro sereno y afirmativo, que no
cede un pice ante la ostentosa comparecencia del Poder en la Historia, deja pa-
so a una negacin de la mundanidad, identificada ahora con el reino del mal,
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con la cinaga infernal donde borbotean todas las inmundicias. La piedad ini-
cial, de clara y confesada inspiracin helnica y pantesta, deja paso a una
igualmente declarada "teologa" de inequvoca orientacin gnstica y dualista. El
ltimo griego, que abraza todo cuanto es, todo cuanto comparece a la luz del
mundo, y se experimenta a s mismo gozosamente, como una ms de las humil-
des y afortunadas criaturas que lo habitan, deja paso al hombre interior, que
abomina del mundo exterior e infernal, y se duele amargamente de morar
en este valle de lgrimas, en el que se siente como un extranjero injustamente
condenado y victimado. Basta comparar las primeras palabras de Asklepios
con las ltimas de Trbada:
Me llamo Asklepios () Amo la comparecencia de todas las cosas, grandes y pe-
queas, en la Tierra, entre la Tierra y el Sol, y ms all del Sol, existentes () Me en-
ternecen los nios y las mujeres, cuya dcil presencia se revela compaa. El Poder
no tienta mi voluntad, pero siento inclinacin a teorizar sobre este suceso () Como
todo proscrito, padezco nostalgias, y stas son las nostalgias que yo, un griego, vivo:
nostalgia de la Verdad, de la Belleza y de la Bondad. Rehso la tristeza, pero valoro
la melancola () Amo a los dbiles () Entre tales, me siento como entre los mos
() Amo el Arte, la libertad, la justicia y el ser-bueno. Sin embargo, nada espero de
los dioses ni de los hombres. Por eso soy hombre () De la soledad de mi destierro
nunca brot palabra contra el Hado, la Naturaleza o cualquier deidad. Vale ms su-
frir con inmanencia que con vana trascendencia24.
Antes que otra cosa, Daniel es homo absconditus, hombre mstico oculto al mundo y
que odia a lo mundano, diaria vestidura de lo infernal. Siendo hombre interior, la ex-
terioridad el mundo- agita, confunde y lancina a Daniel. No sabra decir si son azar
o necesidad las heridas que el mundo le inflige; mas no dudo en pensar que la mun-
danidad, enemiga del alma, le acuit antes del Horrible Episodio, y despus de ocu-
rrido le seguir agraviando () Est ordenado que Daniel more en valle de lgrimas,
no siendo de este mundo su reino () Hombre interior, la tristeza de Daniel acrece a
la cada de la tarde; toma entonces la tinta verde y las hojas alargadas y escribe: El
ser no es bueno / ni bello ni verdadero / todo sobra. Quiz entonces el hombre in-
terior baja a su mayor desventura, y se sabe mundo; condenado, relata su pena, pues
est escrito que nadie narra del infierno sin ser tambin infierno () S: Daniel es el
hombre interior, es el hombre victimado, pero tambin el hombre que inquiere sin
cesar. Daniel es el que quiere saber, el que sabe. He aqu la ltima fuente de su desdi-
cha25.
Regional de Murcia, 1986, pp. 480-481. Vase tambin el poema dedicado por Daniel
a su difunta amiga Josefa, y al que pertenecen los versos del fragmento citado: El ser
no es bueno / ni bello ni verdadero / todo sobra (pp. 120-122).
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Aqu se observa con toda claridad la estrecha conexin entre el arquetipo del
seductor, devenido amante desengaado y vengativo, y el arquetipo del extran-
jero, devenido hombre interior que reniega del mundo exterior e infernal.
Esta doble metamorfosis del extranjero y del seductor encuentra su conjuncin y
consumacin extremas en Trbada. La maldad del mundo ya no se encarna, como
en Asklepios, en la fugacidad y mutabilidad de la vida, a la que los griegos lla-
maban Hado o destino; tampoco se encarna, como en Escuela de Mandarines, en el
poder ejercido por la casta mandarinesca, que es la utopa negativa contra la
que se han alzado todas las revoluciones modernas, incluida la oposicin demo-
crtica que en Espaa luch durante casi cuarenta aos contra el rgimen fran-
quista; ni se encarna, en fin, como en La fea burguesa, en la bolsa repleta de la
clase gozante, que es el nuevo becerro de oro del capitalismo globalizado. La
maldad del mundo se encarna ahora en una sola mujer, cuyo terrible pecado
consiste en haber abandonado a su amante varn, sencillamente porque se ha
enamorado de otra mujer.
As, pues, el tratado teolgico de Trbada, tambin llamado mito de Da-
miana por su autor, no hace sino reavivar los dos grandes mitos occidentales
de la misoginia masculina. Damiana es la nueva Eva y la nueva Pandora, las dos
mujeres primigenias a travs de cuya irreflexiva desobediencia comparece el mal
en el mundo: as como stas desobedecen caprichosamente a los dioses masculi-
nos que las han creado y desposado el dios judo Yahv, que crea a Eva de la
costilla de Adn para que ste tenga una esposa, y que prohbe a ambos comer el
fruto del rbol de la Ciencia del Bien y del Mal, y el titn griego Epimeteo, her-
mano de Prometeo, que recibe de ste la caja en la que ha encerrado todos los
males, con la orden de no abrirla, y que de mala gana acepta del dios Zeus el
regalo envenenado de la bella y tonta Pandora, con el mandato de que se case
con ella-, as tambin la atea Damiana y su marida Luca desobedecen sin ra-
zn alguna a ese otro hijo de Yahv que es Daniel, y esta insumisin no razo-
nada de las trbadas es la que introduce de nuevo el mal en el mundo. Por
eso, el varn abandonado y agraviado por estas dos hembras insumisas e irra-
cionales se considera posedo por el Arcngel San Miguel, o, lo que es lo mis-
mo, cargado de razn y de santa ira, justificado sin sombra de duda para desatar
toda su potencia verbal y dirigirla implacablemente contra ellas.
Los comentadores de la obra de Miguel Espinosa suelen insistir en su admi-
rable dominio de la lengua castellana. Adems, nos recuerdan que el propio au-
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Primero he sentido ese pasmo, esa angustia, como hombre y no como escritor; y
despus las he escrito porque ha dado la casualidad que coincidan el hombre y el es-
critor. En esta obra [La trbada falsaria] el escritor es casi una ancdota; en Los mandari-
nes era ms importante el escritor que en La trbada; aqu es especialmente el hom-
bre31.
VI
He tratado de esbozar una triple hiptesis: primero, que Miguel Espinosa
fue configurando su identidad tica a travs del juego esttico de la escritura, y
en particular a travs de sus escritos de ficcin, componiendo as lo que Paul
Ricoeur denomina una identidad narrativa; segundo, que esa identidad na-
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33 Todos los datos sobre la vida de Miguel Espinosa han sido tomados de la breve biogra-
fa compuesta por Eloy Snchez Rosillo: El Eremita en Murcia: los trabajos y los das
de Miguel Espinosa, en RUTAS LITERARIAS DE LA REGIN DE MURCIA. LI-
TERARY ROUTES AROUND MURCIA. Murcia: Comisin Autnoma V Centena-
rio, 1992. Reimpreso en MIGUEL ESPINOSA: CONGRESO. Murcia: Editora Regio-
nal de Murcia-Comisin Autnoma V Centenario, 1994.
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empleo fijo y bien remunerado. A esto hay que aadir que Espaa se encuentra
en aquellos aos bajo un rgimen de represin poltica, miseria cultural e intole-
rancia eclesistica. Sin embargo, en el nimo del joven Miguel predomina la
alegra de vivir, frente al rgido puritanismo catlico; el deseo de saber, frente
a la pedantera mandarinesca; y el amor a la libertad, frente a la opresiva dicta-
dura franquista. De hecho, su primera gran poca creadora tiene lugar durante
los aos cincuenta y sesenta, coincidiendo con los dos encuentros que l consi-
dera ms decisivos de su vida: el de su amada Mercedes Rodrguez Garca, en
1954, y el de su amigo Jos Lpez Mart, en 1964. En aquellos aos, publica Re-
flexiones sobre Norteamrica (1957) y escribe Asklepios (1960-1962) y Escuela de
Mandarines (1954-1972). Dos fechas marcan el final de este periodo: 1974, ao de
la primera edicin de Escuela de Mandarines y de su primer infarto de miocardio
que le recuerda la temprana muerte de su padre-, y 1975, ao de la obtencin
del Premio Nacional de la Crtica y de la muerte de Franco.
La muerte de Franco y la consiguiente llegada de la democracia, junto con el
creciente bienestar econmico y la liberalizacin de las costumbres, incluida la
emancipacin sexual e intelectual de las mujeres, lejos de contentar a Miguel
Espinosa, suscitan en l un completo desencanto de la poltica, un profundo des-
precio hacia la moral consumista y hedonista de la nueva clase media, y una
condena en clave gnstico-marxista de lo que l denomina nihilismo burgus
o mundanidad, puesto que hace equivaler el concepto de burguesa con lo
que el Evangelio de Juan llamaba el mundo, en cuanto negacin de Dios y
encarnacin del Maligno sobre la Tierra. Desde mediados de los setenta, su
nimo se ensombrece progresivamente, aunque sigue conservando el buen
humor en el trato con sus allegados. Es entonces cuando escribe La fea burguesa
(trabaja en ella entre 1971 y 1976, pero la revisa en 1980) y las dos partes de Tr-
bada (entre 1978 y 1981).
En una entrevista publicada el 30 de julio de 1978, pocos meses antes de que
los espaoles aprobasen en referndum la nueva Constitucin democrtica, Mi-
guel Espinosa explica esta doble transformacin de las condiciones polticas de
su pas y de sus propias convicciones personales, poniendo de manifiesto que
ambas caminan en sentidos contrapuestos. De hecho, confiesa sentirse tanto o
ms extrao en la Espaa democrtica y burguesa que en la Espaa franquista
y clerical:
Pues yo fui hasta hace poco racionalista y anticlerical, pero he redescubierto el
Evangelio y he vuelto a una religiosidad, que no es la religiosidad comn de la Igle-
sia, no es ir a misa He llegado a esto por una evolucin intelectual. Antes, cuando
era ms joven, admiraba el mundo griego, por lo que el Dios de Jehov me pareca
un Dios de gitanos, y los judos, una tribu de gitanos. Yo estaba en el mundo pagano.
El redescubrimiento de los Evangelios, sobre todo el de San Juan, ha sido algo extra-
ordinario para m. Es un libro de una actualidad fabulosa, con unas piezas literarias
increbles. Lo que ms me impresiona de San Juan es su concepto de la mundanidad.
San Juan dice que aquel que ama al mundo y est en el mundo, no tiene el amor del
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34 Quin es Miguel Espinosa?, entrevista con Jos Garca Martnez, en La Verdad, Mur-
cia, 30 julio 1978. Reimpresa en Barcarola, monogrfico Dossier Miguel Espinosa, n
26, julio 1986, pp. 190-196.
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una posicin o jerarqua superior, que hace posible, por as decirlo, la colabora-
cin con el Creador35.
Mercedes Rodrguez, la gran amada y musa de Miguel Espinosa, a la que
conoci en 1954 y a la que permaneci vinculado durante toda su vida, aunque
con algunos desencuentros y reencuentros -como revelan sus sucesivas encarna-
ciones literarias: Azenaia, Clotilde y Juana-, ratifica este tradicional modo en que
su cantor se relacionaba con ella y con el resto de las mujeres. El seor Espino-
sa, dice Mercedes, se serva de su gran dominio del lenguaje para tomar un
doble y perenne rumbo: catequizar hombres y seducir mujeres. Y aade:
Intento explicar cmo Miguel buscaba el reconocimiento de los hombres, pero la
sumisin de las mujeres. Ellos, entes de memoria, por as decir, realizan la Historia
que ellas, pura naturaleza (como los nios) gozan o padecen. La mejor muestra de es-
ta asercin se da en Escuela de Mandarines, por donde transitan incontables conjuntos
de mujeres, y alguna merece emociones concretas, pero todas parecen, ms que seres
diferenciados, siquiera mnimos y algeros individuos, extensiones matizadas de
una sustancia comn, lo femenino, que existe para el hombre y con un solo fin: la po-
sesin metafrica, por el lenguaje, donde no pueda llegar la posesin carnal36.
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que haba suscitado la primera, como haba hecho su tocayo Miguel de Cervan-
tes en El Quijote. As lo seala acertadamente Gonzalo Sobejano en su Introduc-
cin a Trbada, titulada Comento de comentos. De hecho, se nota un cierto
cambio de acento entre la primera y la segunda parte, perceptible ya en la pri-
mera carta de Juana, la nmero 28, en la que sta se queja de haber sido tergiver-
sada por el autor Miguel Espinosa y presentada como una boba y una some-
tida a Daniel, pero tambin en las cartas 58 y 59, en las que Juana y Alfredo
Montoya consideran ms despreciable la figura de la casada Mara que la fi-
gura de la trbada Damiana, y en el comento de Jos Lpez Mart, en donde
el mundo se hace poema para Damiana gracias a Luca. Pero el comento
final de la obra, atribuido igualmente a Alfredo Montoya, reitera y resume la
interpretacin teolgica de toda la obra.
La febril escritura de Trbada absorbi a Miguel Espinosa durante los lti-
mos aos de su vida, aunque tambin se prodig concediendo entrevistas y es-
cribiendo a los estudiosos de su obra, para explicar cmo entenda l su propia
labor literaria. Hasta que el 1 de abril de 1982 sufri un nuevo infarto y falleci
en el acto.
El drama final del extranjero y seductor Miguel Espinosa es que una de sus
amadas se vuelve repentinamente insumisa, se desprende de l, deja de ser cau-
tivada por su palabra, adquiere vida propia y dirige su afecto nada menos que a
otra mujer. Esta crisis profunda de su identidad viril se aade al infarto sufrido
en 1974, a la cada del rgimen franquista, al triunfo del nihilismo burgus y a
una profunda mutacin interior en su manera de relacionarse con el mundo: la
pagana y alegre filosofa de su juventud deja paso a una gnstica y sombra de-
negacin de la vida. Todo parece confabularse para acentuar su conciencia de
completo extraamiento del mundo. En tales condiciones, no puede sorpren-
der que convierta su desengao amoroso en un tratado teolgico sobre la
maldad esencial del mundo, una maldad encarnada por esas pobres criaturas
que son Damiana, Luca y todos los burgueses que las frecuentan, pero de la
que no pueden escapar tampoco ni Daniel, ni Juana, ni ninguno de sus allega-
dos, por mucho que se esfuercen en apartarse de ella. En el adverso y aciago
mundo descrito por el ltimo Miguel Espinosa, se encuentran enfrentados y al
mismo tiempo entremezclados Dios y el Maligno, los justos y los pecadores, los
que estn dotados de vocablo y los que slo tienen mmica, en resumen, los
comentadores y los que se reducen a ser el hecho comentado.
Miguel Espinosa esperaba que el Comento final de Trbada continuase ms
all de su propia obra y de su propia vida, hasta el punto de eclipsar por
completo al autor del relato. En otras palabras, esperaba poder redimirse a s
mismo, liberarse de su propia identidad literaria, que tantas fatigas y tanto dolor
le haba causado, implicando para ello a sus amigos y lectores e incitndolos a
seguir comentando los sucesos de Trbada con el mismo extraamiento con
que l haba comentado siempre los asombrosos sucesos del mundo. La pesada
carga de la identidad -esa doble identidad de extranjero y seductor que haba
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LA MUJER SEGN LAS ESCRITURAS MANDARINESCAS
LA MUJER Y LA CORRUPCIN
En primer lugar quiero dejar claro que estamos ante un estudio de la mujer
como personaje, no como elemento biogrfico y morboso.
Uno de los textos a los que, a mi parecer, no se le ha prestado la necesaria
atencin por parte de los estudiosos de la obra espinosiana es el titulado La
filosofa poltica mandarinesca, publicado en el Boletn Informativo del Seminario
de Derecho Poltico1 en 1956 (publicacin dirigida en aquellos das por Enrique
Tierno Galvn). Estamos ante un extenso artculo dotado de gran inters por
diversos motivos. Destacaremos dos: en primer lugar, la ntima ligazn que
mantiene con la primera versin de la obra que llegara a ser titulada finalmente
como Escuela de mandarines, y que en principio fue designada bajo el nombre de
Historia del Eremita. Hemos de considerar que la elaboracin de ambos fue simul-
tnea entre los aos 1954 y 1956. En ambos textos presenta el autor, amparado
por el recurso de la utopa literaria, el Poder, la Sabidura y el Estado al tiempo
que su manifestacin como estructura y jerarqua en el mundo y del mundo. El
Poder seguir siendo motivo de anlisis en Reflexiones sobre el Poder, escrito
que naci, segn voluntad del autor, como futura tesis doctoral, pero que, por
impedimentos del estamento universitario, nunca lleg a realizarse como tal. De
forma que, Historia del Eremita, La filosofa poltica mandarinesca y Reflexiones
sobre el Poder, son textos que estn esencialmente vinculados entre s.
En segundo lugar, el artculo que analizamos suscita un gran inters porque
la perspectiva desde la que se singulariza a la mujer es ciertamente muy revela-
dora, al ser configurada a travs de la palabra de los mandarines y de sus escri-
tos.
Matizando lo que siempre la crtica literaria espinosiana ha considerado, de-
bemos decir que la visin que el escritor murciano nos ofrece de la mujer en sus
primeros textos es ya bastante desoladora y llena de desencanto. La concepcin
que se muestra de la naturaleza femenina no es en modo alguno alentadora o
reconfortante. Todo ello viene claramente condicionado por el punto de vista,
por la coartada narrativa de la que se sirve el escritor, que ha sido escogida con
toda intencionalidad por l con el fin de conseguir sus objetivos narrativos.
El autor se servir de un narrador omnisciente para reproducir fielmente di-
versos fragmentos de los textos creados por los sabios mandarines. Este narra-
dor se asemeja a un cronista que diera cuenta de los escritos propios de una civi-
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MARA DEL CARMEN CARRIN PUJANTE
Los mandarines no desean sino relegar al Pueblo tras los lmites de la Histo-
ria. Mas, no slo de la Historia, tambin de la sabidura y de la reflexin. sa es
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LA MUJER SEGN LAS ESCRITURAS MANDARINESCAS
la razn por la que presentan a la mujer como un ser instintivo. En dicha carac-
terizacin no hay bondad o generosidad por su parte; ms bien antigua y calcu-
lada premeditacin, al igual que soberbia. Desean ser los nicos depositarios del
conocimiento, sus exclusivos custodios y guardianes. Se apropian de la sabidu-
ra y la hacen suya desde los intereses que han creado en torno a ella; no ponen
amor o inocencia ni en su vigilancia, ni en su supuesta proteccin. Los filntro-
pos, heterodoxos que se oponen al pensamiento instituido en los textos sagrados
de los mandarines, no aceptan que las mujeres, como el resto del Pueblo, sean
consideradas como meras presencias, carentes de capacidad de reflexin o de
percepcin de las verdades de la vida. Esa mujer que lava, aparentemente des-
preocupada de todo, tambin es capaz de percibir el paso del tiempo, su fluir
constante y de experimentar melancola. Lo que sucede es que no lo reviste, al
igual que hacen los mandarines, de hipcrita e impdica gravedad.
Aun as, esta caracterizacin no es absoluta ni constante.
Segn la palabra sabia, pero premeditada de los mandarines, la mujer sufre
una irremediable evolucin, cumpliendo su natural inclinacin hacia la partici-
pacin en el banquete de los mandatarios, aunque ello implique la negacin de
sus orgenes. Para los ortodoxos pensadores, toda mujer quiere ser corrompida,
incluso lo necesita. Es ms, el ansia de ser corrompida parece darse con mayor
intensidad y fiereza en la mujer que en el hombre; ella figura entregarse al cum-
plimiento de sus deseos de forma total. Tal parece que su nico destino, destino
final, sea el de llegar a ser la querida de algn hombre de Poder, porque desde
esa posicin puede disfrutar de privilegios y comodidades. ste se habra con-
vertido en el deseo ltimo de toda mujer, segn los mandarines, pues ellas mis-
mas se presentan y definen con semejante denominacin. Los sabios autoriza-
dos, en sus escritos, como es el caso de los elaborados por el Mandarn Sonrien-
te, aluden con plena naturalidad a las queridas, cuya existencia como tales
resulta inherente a la de los mandatarios. De lo que se deduce que la idea de la
que desean dejar constancia para la eternidad es la de que la Corrupcin y la
Premeditacin son sustancia del mundo y no degeneracin impropia del mismo.
Luego no hay lugar para el escndalo al hablar de queridas, ya que el ser de
la mujer es se desde el principio de los tiempos. No obstante, no dejemos de
tener presente el cinismo y el inters desde el que se redactan los textos sagrados
de los mandarines. As dice uno de sus fragmentos:
Las queridas de los reyes aadieron: Tambin nosotras hemos nacido para esto,
pues no hay duda de que la Premeditacin de las cosas pens en el rey y en la queri-
da del rey. (p. 128)
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MARA DEL CARMEN CARRIN PUJANTE
dava. El Mandarn Sonriente, autor del texto en el que se inserta la cita anterior,
es muy hbil y emplea los recursos narrativos ms apropiados y eficaces para la
consecucin de sus fines. Palabras, perspectiva narrativa, criatura, no dejan de
ser sino una forma ms de mostrar y especialmente justificar el inters, la
impureza, la corrupcin, y la falsedad como condicin ineludible e invariable
del mundo, nico posible (si no, no existiran los textos escritos).
No hemos de olvidar, por otra parte, que el trmino querida en particular
alude a la mujer con la cual se mantienen relaciones ilcitas. La mentira y la au-
sencia de tica laten en el corazn de lo que est en el mundo, siendo consustan-
cial a su propia existencia. Es as como lo dictaminan los sabios del Poder, con-
virtiendo sus palabras en doctrina. Es ms, considero que querida es un tr-
mino que resultaba sugerente para Miguel Espinosa porque precisamente inci-
da en lo ilcito y escandaloso de ese tipo de relaciones instauradas y alentadas
por los mandatarios. Es, sin duda, un trmino dotado de una gran fuerza evoca-
dora y significativa, muy arraigado en las gentes ms comunes y sencillas, para
quienes parece estar cargado de un gran dramatismo. Cuanto menos es parad-
jico que sea empleado en sus textos por quien escribe rodeado por una sociedad
puritana e hipcrita en la que su sola mencin resulta censurable y avergonzante
(me refiero a Miguel Espinosa), ni que decir tiene de la feroz y severa crtica de
la que era objeto la mujer con l designada. Sin embargo, en el texto utpico es
empleado con total cinismo por los personajes. Consiguientemente, en la ficcin
literaria aparece revelada una realidad ocultada por la hipocresa de una socie-
dad que se defina como catlica, pero en cuyo seno, aunque veladas, las queri-
das complacan a los grandes hombres de Estado. El trmino querida es muy
propio de los aos 50 y 60 de la Espaa franquista, frente a otros como amante
o concubina, de connotacin menos acentuada y significativa para el autor, al
tener una funcin ms puramente designativa y referencial.
Asimismo, establecen los sabios autorizados una clara e insalvable oposicin
entre la mujer y el amor a ella y la filosofa, es decir, la mujer frente a la filosofa;
una pertenece a las Cosas Primeras, al instinto, y la otra, a las Cosas ltimas. La
nica manera de que se produzca un acercamiento entre la mujer y el sabio es
que este ltimo abandone la filosofa, el pensamiento, pues es el que le aleja
irremediablemente del instinto. El Mandarn Enamorado de la Diosa escribe:
Dijo mi gacela: Los sabios afirman que la filosofa carece de intimidad, porque no
atae a las cosas primeras. Mas yo no soy la filosofa
Queriendo poseer la carne recin hecha, olvid veinte mil aos de sabidura. Ahora
podr sonrer a mi gacela, la ms bella de las primeras y tranquilas cosas. (p. 126)
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MARA DEL CARMEN CARRIN PUJANTE
Mas las Cosas Contradictorias tambin aparecen bajo otro nombre, tras otra
apariencia, la de unas gatitas. Las tres metforas empleadas poseen una gran
coherencia en cuanto a la caracterizacin de las Cosas Contradictorias. El trmi-
no gatita est empleado de forma simblica y alude a la mujer bella y atracti-
va, cuya relacin con ella encierra cierto riesgo por lo que se necesita un conoci-
miento profundo de su naturaleza y sus deseos. La custodia de la sabidura es
atractiva, aunque hay que saber domesticarla y mantenerla serena, en su
hogar artificial, en un espacio reducido, sin libertad, presa, aunque sea en una
jaula de oro y cristal. En realidad podemos hablar en los dos casos anteriores de
una doble metfora:
LAS COSAS CONTRADICTORIAS O RAZN DIALCTICA
Ms all de las cosas primeras y ltimas, que resultan sustancias grvidas o defini-
das, se hallan las cosas contradictorias o juicio dialctico inmanente. Se trata de una
esencia mvil, un lugar fluido y cambiante de la sabidura, cuyo conocimiento est
reservado a un solo hombre: el Gran Padre Mandarn, supremo intrprete del Libro y
lo hechos.
El carcter esttico de la civilizacin mandarinesca se ala con la dinmica histrica a
travs de las cosas contradictorias, logrando con ello mayor flexibilidad para los tex-
tos del Libro. En la cita que sigue trataremos de averiguar, en lo posible, el sentido
que los mandarines dieron a esta soberana expresin del Mundo.
Estando as las cosas, el Gran Padre decidi esperar doce semanas, y luego envi
emisarios al Prncipe, para que se retractara. Pero el Prncipe no se retract, sino que
prosigui en sus deseos y aficiones, como un verdadero enamorado de las gacelas
contradictorias. Entonces, el Gran Padre dio sentencia definitiva, liberando los sbdi-
tos de la obligacin del pacto social, anulando los compromisos tributarios y orde-
nando a los buenos padres que dejaran de cumplir las pragmticas que llevasen el
lema infame.
La sentencia era muy extensa, y deca:
Oh ancianos. Qu sera del Mundo si los Prncipes reinaran en nombre de las cosas
contradictorias? Los gobernantes se haran como dioses, y el Principado se converti-
ra en opresin tirnica. Un Prncipe quitara a otro Prncipe; los hijos se alzaran co-
ntra los padres; los nietos, contra los abuelos; y la ignorancia contra la sabidura. Se
vulgarizaran mis bellas gacelas, jams manchadas por mano de patn, y toda gente,
por nfima que fuere, querra poseer verdades. La cabeza de la gentecilla tendra su
tesis y su antitesis; las manos sudorosas de los jayanes hurgaran la nobleza de la sa-
bidura; y los pies de la canalla pisotearan la virginidad de cuanto he criado con el
amor de los siglos. Los sabios contemplaran esto con dolor infinito, y sufriran cuan-
do un mostrenco les hablare de t a t, dicindoles: Yo pienso. Porque no hay cosa
ms dolorosa para un sabio que or a un cerncalo opinar. Las mujerzuelas, los mozos
de cuadra, los amanuenses, los escribanos y cualquier carne manosearan los libros
sagrados, y diran: Por qu ha de ir el Gran Padre con esas vestiduras? Por qu ha
de poseer tan gran mansin? Y los aficionados a becarios asentiran con sus cerebros
medio ilustrados, y la cabecita llena de ambiciones de mando y goce, aadiendo: Eso,
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LA MUJER SEGN LAS ESCRITURAS MANDARINESCAS
eso, eso. Pero ninguno comprendera que el Gran Padre es el perpetuo enamorado de
las bellas cosas, y que las bellas cosas son gacelas que ellos no pueden conocer ni so-
ar en ver. El mundo se conserva porque yo guardo, adulo, confo, halago y custodio
las muchachas tentadoras que son las cosas contradictorias. Pues si yo las soltara, se
perdera la Tierra. A qu, pues, ha de venir un Prncipe a declarar que reina en
nombre de las cosas contradictorias? Jams han besado su frente, ni han velado su
sueo, ni han consolado su melancola, ni han sosegado su nimo. Mas si el Prncipe
se empea en poseerlas contra nuestra voluntad, vendrn aos malos para su perso-
na.
Tal fue la sentencia del Gran Padre, llamada Sentencia Magna, o Sentencia sobre la
Conservacin del Mundo, que conquist el favor de los legos, los buenos padres, los
becarios y la gente de estaca.
El Prncipe conoci su texto; se irrit; llam al Mandarn Poltico, y dijo: Mira cmo
es de cruel y cnica esta sentencia tan extensa y aparatosa. Trata mal a la gentecilla y
a las costumbres y aficiones de la gentecilla, sin advertir que el pueblo est aqu en
nombre de las cosas primeras, que merecen respeto de los sabios.
El Mandarn Poltico cruz sus manos y contest: Oh, parvulito. Comprende que
esa sentencia ha sido producida desde el seno mismo de las cosas contradictorias, y
la sabidura de tales gacelas tiene que ser a veces cruel y descarnada. Pues las cosas
contradictorias no poseen el encanto inocente de las cosas primeras, porque no son
cosas de amor. Tampoco tienen la espiritualidad de las cosas ltimas, porque no son
objeto de fines y merecimientos. Las cosas contradictorias, oh Prncipe, son precisa-
mente la contradiccin de las cosas y de los principios, no existiendo nada ms deli-
cado, sutil ni problemtico. Pues no son como muchachas que estn preguntando
siempre, y como corzas que te muestran una vez los senos floridos, y otra vez el es-
queleto, con su calavera. Son un juicio que te confunden; el s y el no; la duda; la es-
peranza; la desesperanza; el recelo. Por eso la sabidura de los siglos ha colocado ta-
les gacelas en manos de un solo hombre, pues si andaran sueltas, ni tus bufones que-
rran ser menos que t.
El Prncipe replic: Oh, Padre. Perdona, pero, en oyndote, he sentido que mi cora-
zn pertenece por entero a tales gatitas, dignas gacelas de un prncipe. As quiero re-
inar en su nombre, para que digan las gentes del Orbe: Ms ac de las cosas prime-
ras, y ms all de las ltimas se halla el Prncipe, porque se encuentra aposentado en-
tre las cosas contradictorias.
Diciendo esto, se fue. Y el Mandarn Poltico se arrepinti por primera vez de haber
enseado filosofa a su Prncipe (Reinado del Segundo Aguilucho, VIII). (pp. 129-
130)
La imagen de la mujer virgen tambin ser muy del gusto del autor, razn
por la que ser citada en diversas ocasiones y con distinto referente. En el texto
titulado La corrupcin nos remitir al concepto de idea pura y a su vez apare-
cer bajo la denominacin de mujer nbil. El objetivo final de una idea pura,
segn los mandarines, es el de corromperse. Por lo tanto, si la mujer es, de
acuerdo a su criterio, un ser que busca y desea activamente (no ya de forma pa-
siva) corromperse, qu mejor y ms clarificadora relacin que la establecida
entre la idea y la mujer? Quien no se corrompe es porque no puede. Esta es la
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MARA DEL CARMEN CARRIN PUJANTE
El empleo reiterado por parte del autor de la mujer como metfora de otras
realidades ya sean materiales o conceptuales, nos lleva a la conclusin de que
resulta ser una criatura connotada con mltiples matices y significaciones.
Adems, nos revela la concepcin que del ser femenino albergan los mandari-
nes. En consecuencia y para ser rigurosos, tendremos que hablar ms bien de
una caracterizacin indirecta de la mujer que, no obstante, es trazada con preci-
sin, al menos desde el punto de vista de la Gobernacin; he ah una muestra
ms de la maestra del autor.
Otra cuestin que despierta el inters del lector y del estudioso de la obra de
Miguel Espinosa es la de la variedad de trminos con la que se hace referencia a
la mujer en los textos mandarinescos, de los que son seleccionadas unas breves
pero demoledoras citas, dado su contenido. Contamos pues con trminos como
mujer, gacela, carne recin hecha, queridas, mujerzuelas, mucha-
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EL CRISTAL DE ESPINOSA
Imagin hacia 1888 Rubn Daro un cuento "alegre", cuya irona no restaba
un pice de contundencia al excelente ttulo que para l escogi: "El rey bur-
gus". A su feudo, poblado de todos los objetos que la exquisitez modernista
incorpor al arte, y de una corte de personajes tan afectados y suntuosos como
huecos, arrib cierta jornada un ser desconocido, que terminara adornando los
jardines del palacio y haciendo sonar, volteando el manubrio con su mano, la
caja de msica que gorjeaba al comps de los paseos del rey por su heredad: era
un poeta, inspirado y feroz, pero sin alforjas y hambriento. Convertido en bufn,
en ornato, en bello artefacto desprovisto de "ideal", el vate sucumbir, de miedo,
olvido y fro, a pesar de haber cubierto el hueco de su miseria corporal.
El reino de la burguesa, con sus mltiples provincias, ha invadido as el
mundo, contaminando con su hegemona tambin la suerte de quienes no se
alojan en sus estadios o estamentos. Dos condiciones posee la burguesa deci-
monnica que, traspasando dcadas, terminarn siendo rasgos distintivos de la
misma, explcitos o denunciados por artistas y pensadores atentos a su disemi-
nacin. En el Manifiesto Comunista decreta Karl Marx: "Una revolucin continua
en la produccin, una incesante conmocin de todas las condiciones sociales,
una inquietud, un movimiento constantes distinguen la poca burguesa de todas
las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de
creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen
aejas antes de haber podido osificarse. Todo lo slido se desvanece en el aire;
todo lo sagrado es profanado, y los hombres al fin se ven forzados a considerar
serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recprocas". La re-
flexin alude al carcter de superficialidad, a la condicin y cualidad de lo eva-
nescente, que incorpora la revolucin burguesa, con su tabla de valores produc-
tiva. Un universo presidido por la secularizacin de los valores religiosos y me-
tafsicos ser el puente perfecto para la consolidacin de sociedades donde pre-
valezca la ley econmica y el dictado de lo laico.
Por su parte, el escritor alemn Ernst Jnger alude en un ensayo que revis
durante toda su vida, y que naci contemporneo a la irrupcin del nacionalso-
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EL CRISTAL DE ESPINOSA
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EL CRISTAL DE ESPINOSA
tambin es consciente de que slo pueden sustentarse desde una triste eviden-
cia: la evidencia de que esos personajes, en verdad, reciben el beneficio mximo
de la actualidad pudiente, producindose como triste resultado la unnime
aprobacin externa de su mundana superioridad. Frente a ellos, a los de triste
condicin y figura slo les cabe la minuciosa observacin y la incisiva reproduc-
cin verbal de lo que vieron y escucharon. El arte de la proposicin exacta y el
recreo en la gramtica rigurosa, una filosofa del lenguaje que se convierte en el
ms hermoso y real de los rudimentos que la persona dispone para subsistir
frente a lo arrogancia, y a su modo, tambin para vencer.
La literatura de Miguel Espinosa pacta, pues, con la rbrica de cuantos fue-
ron electos de dioses lcidos y clarividentes. Su realidad, sus filosficos parme-
tros de espacio y tiempo coordinaban su vida en otro siglo y en otro lugar: la
"provincia" del siglo XX, en un pequeo lugar de una manchada tierra, de cuyo
gobierno daba cuenta un eterno Mandarn. Intuye Miguel de Caravaca que slo
el bistur de la palabra precisa, rigurosa, exacta, "divina" en su concordancia con
su sustancia, puede abrirle brechas a esa compacta organizacin jerarquizada.
Pareci concluir el escritor: Dir con la mayor claridad y penetrando la materia
de mi pensamiento todo aquello que se me revela digno de retrato, de censura,
de sorpresa, de zozobra, de inquietud y de pasmo y con ello -sentenci para s
mismo Espinosa- construir la materia de mi obra y de mi verbo
En efecto, el "corpus" literario de Miguel Espinosa testifica, desde el asom-
bro, la iniquidad y la "maravilla" de cuanto se dibuj ante su persona, mediante
el sabio uso del idioma, con amor a la sabidura, lo que merece ser penetrado
por el vuelo de la meditacin. Indag en Platn, Aristteles, Santo Toms de
Aquino, Spinoza y Kant para corresponderse en sus espejos cristalinos de racio-
cinio nominal. Su voluntad de alcanzar la plenitud de los acontecimientos a tra-
vs del "logos" no le impidi ser, en ocasiones, como el cristal, que transparenta,
pero corta con sus filos y sangra con su lmina. Y es que la palabra no es inerme,
como mandarines, burgueses y frvolos creyeron, sino que puede flagelar con
sus significantes y clavarse como daga y, en su performativa morada, hundir-
se en lo "trascrito" y destrozar al enemigo. El amor a la palabra tambin compar-
timenta y saja, y traza lmites que en ocasiones no pueden salvarse, y se recrea
en sus dones, que son los ms fieros y los ms fuertes, pues del pensamiento
brotan y al pensamiento vuelven. Inmisericorde a veces, siempre sincero y vo-
raz, vido de una sabidura que lingsticamente abraza la materia de la teologa
que todava nos queda, Asklepios prosigui su tarea de ser para decir, de decir
para saber, de saber para perseverar en el dominio del ser. La provisoria inocen-
cia lcida del primer "Asklepios" pudo derivar en la contundencia afilada de las
"Trbadas". La construccin imaginaria de una Feliz Gobernacin -como el "ale-
gre" aplogo de Daro- conform la galera provinciana del desprecio y la indo-
lencia a todo "imperativo categrico" del bien o de lo bello, en los abigarrados
salones de la fea burguesa. El impresionante captulo de esta extraordinaria no-
vela-compartimentada, de la seccin "Clase Gozante", que fluye bajo el ttulo "La
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VICENTE CERVERA SALINAS
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EL CRISTAL DE ESPINOSA
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NOTAS INFORMALES SOBRE
EL USO DEL COMPLEMENTO PREDICATIVO EN
ESCUELA DE MANDARINES
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SANTIAGO DELGADO MARTNEZ
Los Predicativos que nos interesan son los dos primeros (al sujeto y al objeto
directo); al objeto indirecto no hemos encontrado.
Nuestro campo de accin es la prosa novelstica de Escuela de mandari-
nes, excluimos la prosa de notas que, como una addenda propia de ensayo, se
hallan al final de cada captulo. Se trata de una convencin como otra cualquie-
ra.
Antes de pasar al desglose estadstico, hemos de sealar que este Comple-
mento Predicativo se halla relacionado, en nuestra lectura, con el afn de sustan-
tivacin expresiva arriba adelantado. En este sentido, entendemos que el Predi-
cativo est relacionado con las junciones verbo transitivo + objeto directo, tan
utilizadas por Espinosa como expresiones unitarias, distintas de la suma de sus
componentes. Expresiones del tipo: glotonear merecimientos, gazmiar futuri-
dades, ingerir virtudes, comer ortodoxias... (Cap. 43). Tambin con el ablativo
absoluto.
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NOTAS INFORMALES SOBRE EL USO DEL COMPLEMENTO PREDICATIVO
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SANTIAGO DELGADO MARTNEZ
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COMENTARIOS A UNA PIEZA TEATRAL DE ESPINOSA
A MODO DE JUICIO
I. ANTECEDENTES
El texto escogido para reflexionar sobre la literatura de Miguel Espinosa no
es una novela, aunque sea ste el gnero predominante en su obra. Se trata, en
cambio, de una pequea pieza teatral escrita hacia finales de los aos setenta,
entre 1978 y 1979, titulada Juicio, tormento y sacrificio de ngeles Hernndez,
ms tarde reformulado en Juicio y expiacin de ngeles Hernndez, ttulo
final con el que aparece en la publicacin pstuma de 19911.
El tema del juicio, tantas veces elaborado por el autor, tiene aqu un desarro-
llo semejante a los autos sacramentales o autos de fe; luego es un drama teolgi-
co stricto sensu. La obra muestra el juicio por hereja, la tortura y la muerte de
una joven representada con distintos atributos como: dulce, inocente, elegida
por Dios y al tiempo enamorada de un hombre mortal, por lo que habla con el
Maligno. La accin se desarrolla en un espacio y tiempo indefinidos, podra
ambientarse en una ambigua Edad Media, o un tribunal de la Inquisicin al esti-
lo Barroco; una realidad aparentemente fantstica, en la cual los tres jueces cons-
tituyen las leyes del mundo y el verdugo ejecutivo un observador ignorante.
Las circunstancias curiosas con respecto a esta obra son variadas. Por una
parte, parece el nico texto dramtico autnomo de Espinosa publicado hasta el
momento, aunque dentro de Escuela de Mandarines2 -redactada mucho antes- se
pueden encontrar pequeos textos teatrales como parte de la narracin; por otro
lado, representa de forma sinttica gran parte de las preocupaciones estticas del
autor, al condensar muchas claves reiteradas en su escritura. Adems, quiz por
tratarse de un texto que an no consideraba acabado, se pueden distinguir en l
tcnicas y mtodos de creacin coherentes con la concepcin espinosiana de arte,
lenguaje y verdad filosfica.
El teatro est considerado aqu como el uso de la palabra en su estado ms
puro, despojado de la peripecia de un personaje determinado, como ha declara-
do Jos Lpez Mart a propsito de Escuela de Mandarines:
En el buen teatro, que vale como el ms alto modo de la literatura, nada hay que
describir ni narrar, porque todo se muestra y expresa en la palabra de cada cual. Es-
1 Cfr. Juicio y expiacin de ngeles Hernndez, Revista El Urogallo, Abril 1991, pgs.
58-66 .
2 Cfr. Captulos 24 y 53 de ESCUELA DE MANDARINES. Barcelona: Los libros de la
frontera, 1974.
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BELN HERNNDEZ GONZLEZ
cuela de Mandarines encarna la estructura formal del teatro, ya que sus personajes
se configuran por sus discursos, moldes de los hablantes.3
con Esther Bentez, para el programa de TVE Encuentros con las letras, 1981. Luis
Suen se ha referido a la vocacin de la obra nica (en Miguel Espinosa, una isla,
El Urogallo, o. c., pg.40). Vase tambin GARCA JAMBRINA, L: Ms all del ensa-
yo y la novela: Miguel Espinosa o la bsqueda del libro total, en POLO GARCA,
Victorino (ed.): MIGUEL ESPINOSA: CONGRESO. Editora Regional de Murcia-V
Centenario, 1994, pgs. 421-435.
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COMENTARIOS A UNA PIEZA TEATRAL DE ESPINOSA A MODO DE JUICIO
de manera clarsima. Es, pues, una obra paidtica, como dira Lamuro, un persona-
je de la misma, y muestra que el arte debe ser didctico, en cuanto es humanismo.
Lo vedado por la engaosa apariencia, como tambin dira Dionisio Kins, otro
personaje del libro.6
Miguel Espinosa estaba muy interesado en que esta obra teatral pudiera ser
representada o ms concretamente filmada. De hecho, el referido Dionisio Ki-
ns, personaje presentado como escritor de comedias en Escuela de Mandarines7,
corresponde al alter ego de Dionisio Sierra, amigo personal y realizador aficiona-
do de cine. En las noches que reunieron a los amigos comunes en torno a esta
obrita, se repartieron incluso los papeles, destinando el de joven sacrificada a la
propia ngeles Hernndez, que posee alguna experiencia teatral y extraordina-
rias dotes para cantar y recitar. Pero, la escritura cifrada haca muy difcil la
transposicin al lenguaje cinematogrfico, por lo que pronto hubieron de aban-
donar el proyecto. La idea de llevar la obra al cine podra relacionarse con la ne-
cesidad de fijar la actuacin para la posteridad, asunto que importaba asidua-
mente al autor. La colaboracin con personas de su entorno, una costumbre pa-
ralela a Plutarco, aade al ideal de ensear la condicin humana, una dimensin
familiar que consigue transmitir todava a los lectores que han tenido contacto
con los personajes de sus escritos. Por ello, Gonzalo Sobejano, al ser de Murcia y
conocer a algunas de las personas representadas con sus nombres propios o lite-
rarios, siente nostalgia de no haber hablado nunca con Miguel Espinosa8, es una
sensacin creo compartida por todos los lectores tardos, que han encontrado la
obra desligada del decir de su autor, a sabiendas de que el conocimiento del dis-
curso oral haba sido precioso e irrepetible. Por este motivo, en mi opinin, tam-
bin las conversaciones de Espinosa deberan ser estudiadas como parte esencial
del concepto de literatura, l mismo lo deja entender al subrayar la obra de la
escuela de Murcia, una escuela al estilo de Megara, peripattica y objetivista, cons-
tituida por l mismo y Jos Lpez Mart (ningn escritor de los muchos que co-
noca en la ciudad formaba parte de este dilogo ininterrumpido durante casi
veinte aos). A propsito de ello, Juan Espinosa recuerda un comentario de L-
pez Mart: No es que hablaran de temas, sino que para ellos el tema era
hablar9. Esta afirmacin, que podra parecer una ocurrencia humorstica, hace
patente una inclinacin esencial. Tambin el encuentro con Azenaia, la figura
del amor y la sabidura en Asklepios, se manifiesta en forma de dilogo:
En seguida comenzamos a dialogar, como si diramos en proseguir una conversa-
cin ha poco interrumpida. Fue milagro la acomodacin repentina de las ideas y el
6 Ibidem.
7 Vanse las notas 26 de Introduccin, y 2 del captulo 24, de ESCUELA DE MANDARI-
NES, pgs. 79 y 264, o.c.
8 Cfr. SOBEJANO, G., Palabras tardas a Miguel Espinosa, en El Urogallo, o. c., pgs. 50-
53.
9 ESPINOSA, Juan: Miguel Espinosa, mi padre, en MIGUEL ESPINOSA: CONGRE-
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BELN HERNNDEZ GONZLEZ
vocabulario comn; pareca que hubiramos establecido en otro mundo una conven-
cin sobre el significado de los signos10
La disposicin del ltimo griego causa maravilla entre los brbaros, puesto
que muestra una voluntariosa inclinacin hacia lo difcil, una predileccin por
pensar en cualquier hecho profundamente, lo cual cambia el significado de las
cosas y descubre su belleza y su misterio. El camino necesario que impone dicha
disposicin pasa por el mtodo de la razn o la necesidad del juicio:
Gusto de sacar la lengua a los fariseos, filisteos y dems etcteras, hacindoles com-
prender que nada saben, y esto juicio a juicio, sistemticamente, sin claudicaciones.
Al enfrentarme con ellos, confieso: nada conceder si no lo prueban signo a signo.
Y jams me he hallado en la necesidad de admitirles una verdad evidenciada segn
la razn por la que somos hombres.13
cin XXXII, Parte Primera: La voluntad no puede llamarse causa libre, sino slo causa nece-
saria. Para estudiar la importancia de Spinoza en el pensamiento de Miguel Espino-
sa vase: CERVERA SALINAS, Vicente: Espinosa y Spinoza: Asklepios desde el
prisma de la inmortalidad, en MIGUEL ESPINOSA: CONGRESO. O.C., pgs. 319-
332 .
12 O. c., pg. 146.
13 Ibidem, pg. 15.
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COMENTARIOS A UNA PIEZA TEATRAL DE ESPINOSA A MODO DE JUICIO
Sin embargo, esta voluntad racional, concebida cmo carcter, debe sufrir la
incomprensin y el descrdito por los prejuicios de la mayora, que ve en la au-
sencia de utilidad (pues conocer en s mismo no sirve a un fin mundano14) un
destino desgraciado. El Camilo de La fea burguesa, personaje interesado por de-
finicin, al comenzar el captulo 15, dice a bocajarro:
- Salvador Lanosa no me interesa; Jos Lpez Mart no me interesa; t, Godinillo, no
me interesas en absoluto. Qu podis ofrecer los tres, en efecto, sino pobreza y jui-
cios? Vuestra desgracia no estriba en comparecer indigentes y reflexivos, sino en el
hecho de que jams os librareis de semejante destino.15
Los tres personajes a los que se refiere este pasaje son caras de la misma en-
tidad, la voz del poeta, como la del filsofo, est obligada a emitir juicios sobre
la realidad, aunque stos no sean apreciados ni escuchados. El tema del destino
enjuiciador parece vertebrar toda la obra de Espinosa, puesto que la crtica hete-
rodoxa a la realidad es el verdadero compromiso del escritor, su tica.
En la pieza teatral que nos ocupa, el juicio tiene un valor ontolgico, cifrado
alrededor del nmero tres, como en la teologa cristiana. Lo teolgico para Espi-
nosa significa la visin de la ultimidad, por ello el plano teolgico, como dice en
una entrevista, contiene a todos los dems: el plano antropolgico, sociolgico,
el de la apariencia de la realidad16. La literatura aspira al principio metdico de
la Verdad17, separando la realidad de su copia sensible. En este sentido, la defi-
nicin de teologa se ampla a una metafsica, como declara con gran precisin
Espinosa, al comentar su segunda novela:
En este sentido uso la palabra teologa como la usaban los medievales, por ejem-
plo, en Ockam, al hacer una metafsica, una cosmologa, le llamaba tambin theologiae
tractatus, es decir, un procesamiento general del mundo, que es lo que es la Trbada
falsaria, partiendo de un hecho evidentemente trivial.18
14 Vase en Spinoza: Todos los prejuicios que intento indicar aqu dependen de uno solo,
a saber: el hecho de que los hombres supongan, comnmente, que todas las cosas de
la naturaleza actan, al igual que ellos mismos, por razn de un fin, e incluso tienen
por cierto que Dios mismo dirige todas las cosas hacia un cierto fin, pues dicen que
Dios ha hecho todas las cosas con vistas al hombre. tica, o.c., pg. 95-96.
15 Cfr. ESPINOSA, Miguel: LA FEA BURGUESA. Madrid: Alfaguara, pg. 164.
16 Entrevista publicada en la revista Postdata, o.c.
17 Sobre por qu Espinosa defenda una Verdad frente a verdades, vase: Sobre la pala-
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COMENTARIOS A UNA PIEZA TEATRAL DE ESPINOSA A MODO DE JUICIO
La cita se extiende alabando el arte puro, aquel que mantiene una relacin
humilde entre el hombre y los materiales que usa, puesto que la presencia de la
materia lo convertir en atemporal. Mientras que un arte subjetivo y espiritual se
desvanecer en el algo espirituoso y contingente. Para Espinosa las elucubracio-
nes de la imaginacin cuando no se sustentaban en una slida estructura y se
depuraban en el sincretismo expresivo, eludan la verdadera tarea del escritor y
en su opinin no alcanzaban el mrito del arte, sino ms bien eran un producto
de entretenimiento, un capricho burgus.22 No obstante, lo ms sorprendente de
esta perspectiva es que la bsqueda de la objetividad se realiza obstinadamente
y por ello es capaz de representar una enorme cantidad de sentimientos y una
multitud de deseos.
En efecto, la estructura ternaria que subraya las partes del juicio evanglico,
el misterio de la trinidad y las edades de la vida, se convierte aqu en un elemen-
to de medida tan reiterativo como un canon bachinano; a ello contribuye tam-
bin la intervencin a coro de los tres jueces y las repeticiones triples de la mu-
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COMENTARIOS A UNA PIEZA TEATRAL DE ESPINOSA A MODO DE JUICIO
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Segn los que lo conocieron, la alegra con que saba apreciar las flaquezas y
mezquindades del mundo era su particular modo de sumergirse en las cosas,
para despus enjuiciarlas obligatoriamente.
III. REFUTACIN
La estructura tenaz de las obras de Espinosa se ve apoyada por la argumen-
tacin lgica, que procede implacablemente a base de silogismos. El conflicto
planteado en el juicio es, como hemos dicho, de tipo religioso y a la vez est
emparentado con el arte, como muestran las reflexiones redactadas en 1962 a
propsito del sentir esttico. He aqu la demostracin de la existencia de Dios:
Si llamamos Expresin a la revelacin del espritu, en cuanto a comparecencia que
implica indeterminacin y discontinuidad, habremos de conceder que todo el
complicado proceso que va de la amiba al hombre no es ms que una gigantesca
puesta en marcha de la materia para traer la Expresin al mundo, y no ya el hecho de
que la materia se ponga en movimiento, ni tampoco la necesidad de un motor ante-
rior, sino precisamente el objeto del propio proceso, la Expresin, demuestra, a mi
entender , la existencia de un Ser Ms Alto que la materia y el mundo.28
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COMENTARIOS A UNA PIEZA TEATRAL DE ESPINOSA A MODO DE JUICIO
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COMENTARIOS A UNA PIEZA TEATRAL DE ESPINOSA A MODO DE JUICIO
Las ideas estticas de Espinosa han sido aplicadas a su quehacer literario ri-
gurosamente. La reelaboracin de los textos, revisados docenas de veces, se debe
precisamente a un concepto de escritura que, atenindonos a las distintas entre-
vistas con el autor, podra sintetizarse en tres aspectos fundamentales:
a) Bsqueda de un lenguaje apropiado a la idea, para lo cual se profun-
diza en la idea misma y en el ser de las cosas. La reflexin, es decir, la
aplicacin de juicio crtico, trabaja sobre la expresin hasta depurarla
y transformarla en un corolario. El mtodo de trabajo consiste pues en
mantener la dialctica entre significante y significado.
b) La contencin expresiva rechaza como superflua la narracin de epi-
sodios gratuitos o extravagantes. En el procedimiento por juicios, pa-
rece que no sea lcito dejarse llevar por sensaciones, por psicologismos
considerados inconsustanciales, sino que estar acorde con las circuns-
tancias incita a actuar por silogismos y definiciones. De ah la crtica a
cierto tipo de literatura de consumo o de entretenimiento.
c) Necesidad de ser ilustrado, como parte del oficio de escritor. En este
sentido cuando se habla de influencias en el estilo de Miguel Espinosa
debemos analizar el significado de cada referencia, puesto que en esto
consiste su biografa y su misin como autor.
Cuando Espinosa habla de esttica o arte, se demora siempre en la definicin
de trminos que el lector est acostumbrado a escuchar en boca de crticos y
escritores; y que, por su frecuencia de uso, deben ser precisadas o aclaradas en la
concepcin de nuestro autor. ste es el procedimiento crtico de su escritura,
como se ha visto, y se observa tambin en las propuestas para formular una po-
tica personal. As, en Asklepios, comienza con una definicin de arte que se debe
poner en relacin con lo ya citado a propsito del sentir esttico: Defino el Arte
como la objetivizacin del sentir esttico a travs de la materia37. Casi idntica formulacin
encontramos en las declaraciones recogidas por Miguel de Francisco al final de
su vida: entiendo por arte la expresin esttica del mundo a travs de la materia;
donde matiza por extenso el sentido de expresin y esttica:
En esta definicin, la palabra expresin equivale a revelacin o mostracin; la palabra
esttica, a emocin intuitiva y primera, comparecencia que se opone a lo eidtico o ra-
cional; la palabra mundo, a lo dado: y la palabra materia, a la cosa que modela y usa el
artista: la materia de la literatura es la palabra.38
- 169 -
BELN HERNNDEZ GONZLEZ
En la entrevista realizada por Esther Bentez explica con detalle cmo afron-
taba el trabajo con la materia, es decir, cmo acuaba expresiones:
Yo tiendo a escribir dando a la frase inters verbal. Llamo inters verbal a la frase
acuada. () El inters verbal es un misterio, y se logra haciendo esta dialctica de lo
semntico y lo dialctico. Las cosas ms elementales pueden tener inters verbal ()
Entonces yo quiero siempre acuar la frase y transformar la accin en sustancia, por
eso, tiendo a convertir los verbos intransitivos en transitivos, y los complementos cir-
cunstanciales los convierto tambin en acusativos, para que aparezca la estructura
verbal como verdaderos adoquines, puestos unos a continuacin de otros, como una
verdadera arquitectura, y as pueda perdurar.39
- 170 -
COMENTARIOS A UNA PIEZA TEATRAL DE ESPINOSA A MODO DE JUICIO
se da precisamente, para un individuo, como el hecho del otro, aqul vive a ste co-
mo unidad de lenguaje y mundo.41
Es natural que teniendo por modelos obras como la Biblia o los filsofos
griegos, la literatura espinosiana estuviese tan alejada de sus contemporneos. A
ellos se refiere describindolos en su mayora como escribanos de lo trivial, as
los llama en una temprana entrevista de 1975, realizada por Alfonso Martnez
Mena y aparecida en Pueblo. All destaca la novela en la que no es importante lo
que sucede, las aventuras o episodios, sino la tipificacin que universaliza carac-
teres; por esa razn las referencias a personas y lugares de la realidad son insig-
nificantes en el relato, constituyen quiz un primer estadio de anlisis, que es
superado en la obra con voluntad de perdurar.
En efecto: una obra de arte ha de ser moderna, en cuanto coactual a nosotros, y, a la
vez, antigua, en cuanto atemporal o fuera del instante. La modernidad, por as expre-
sarla, ha de encarnarse en lo que la obra contenga de suceso no ajeno a nosotros y
nuestras cuitas, y la antigedad, en lo que tenga de forma o estructura; tambin ca-
bra afirmar que la modernidad estriba en lo que la obra ofrece de seduccin, y la an-
tigedad, en lo que ofrece de configuracin formal; o en otras palabras: la moderni-
dad se muestra en el inters, y la antigedad, en la profundidad. 42
La relacin del relato con la actualidad del presente no consiste en dar inte-
rs a las tendencias de la moda, ni a la originalidad del tipo representado, artifi-
ciosamente desgajado de la realidad, sino que escoge la simplicidad y la profun-
diza, obteniendo la originalidad en la tensin de la escritura sobre la materia, no
en la ancdota narrativa. Dicha posicin tica frente a la escritura se opone a la
postura de la mayora de los autores del momento, y consciente de ello propone
un compromiso solitario, que cada artista deber imponerse ante la posteridad.
Esto se aplica especialmente a la presencia del escritor en su obra: para Espinosa
es necesario mantener a raya su propia subjetividad en la narracin, esforzarse
en no ser soberbio (otra cualidad moral), a fin de elucidar una reflexin objetiva
sobre los caracteres. Uno de los ejemplos modernos ms significativos de este
tipo de escritor que quiso ser43 es sin duda Tomas Mann, donde, a diferencia del
realismo de la novela de Balzac, la realidad interior fluye en un libro total. Si se
recuerda La Montaa Mgica, el personaje de Hans Castorp es citado una y otra
vez con nombre y apellidos, distanciando la personalidad del protagonista para
observar con detalle y manifestar ante nuestros ojos asombrados una profunda
transformacin espiritual. De esta novela podra decirse lo mismo que comenta-
ba Espinosa en su propia definicin de novela:
La novela es la exposicin de un conjunto de largas e interminables mediaciones so-
bre una ancdota; las mediaciones enriquecen y hacen inacabable el objeto mediado.
- 171 -
BELN HERNNDEZ GONZLEZ
Analizar una y otra vez el hecho, desde actitudes cada vez ms ltimas y alejadas de
cuanto el objeto tiene de raso, es convertir el hecho en suceso, y luego, en aconteci-
miento, trayendo al mundo lo que no haba.44
44 Ib. Quimera.
45 Ibdem.
46 Memorias vivas de la fea burguesa, en El Urogallo, o.c., pgs. 27-28.
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COMENTARIOS A UNA PIEZA TEATRAL DE ESPINOSA A MODO DE JUICIO
milia y los amigos en su ciudad natal; finalmente, Espinosa escribi Cartas Mora-
les, ttulo escogido quiz en recuerdo de Plutarco.
En cuanto a Platn, son frecuentes las alusiones a la fundacin de la escuela
de Murcia, en alusin a la famosa escuela de Megara, que se hace explcita en
Asklepios. La fascinacin por la filosofa griega ha inundado tanto el estilo como
la disposicin a enjuiciar del escritor.
Otro modelo esencial en su talante era el creador del empirismo radical. Juan
Espinosa da cuenta as de su forma de vivir el pensamiento de Ockam:
Para uso personal y de su crculo, Miguel Espinosa dispona, por cierto, de una
Edad Media en la que filsofos como Pedro Abelardo, Guillermo de Occam y Nicols
de Autrecourt ocupaban primeros planos. Haban sido espritus heterodoxos y muy
combativos; y mi padre les atribua extraas costumbres y aun capacidades fantsti-
cas, tal vez con el propsito de asociarse a ellos, en clave de humor. As, si alguien le
reprochaba su manera de comer, exenta de ceremonia y ciertamente voraz, l aclara-
ba con naturalidad: "Es que yo soy corno Occam, que, despus de refutar a Aristte-
les, sacaba del zurrn un mendrugo y lo devoraba en el suelo".47
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BELN HERNNDEZ GONZLEZ
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JUICIO Y EXPIACIN DE NGELES HERNNDEZ1
Juez Primero:
Pasa, muchacha, sintate, no receles; queremos iluminar tu nima. Dinos: es
verdad que hablas con el Eterno? (Se santigua).
Muchacha:
Tan cierto como que vosotros sois tres.
Juez Primero:
Ay de m!, que he visto a Dios; estoy perdido. Y qu dice El?
Muchacha:
ngeles, no temas. Advierte la extensin de la Historia, cuenta los innumera-
bles muertos que han sido y son, pon tus ojos sobre los pueblos y los individuos
que se sucedieron. Pues bien: Yo te he elegido entre las arenas de las conciencias,
y te he reservado un lugar en mi Reino, por lo cual sers bendita. Sin embargo,
tendrs que padecer, porque as es mi marca; slo el sufrimiento me conoce.
Juez Primero:
Y la mancha.
Juez Segundo:
Y la culpa.
Juez Tercero:
Y la desesperacin... Mas, qu respondes t?
Muchacha:
Llmame con mi nombre por los siglos de los siglos; ahora y cuando no haya
Creacin. Dime: ngeles, ngeles, ngeles!.
Juez Primero:
Y qu contesta l?
Muchacha:
ngeles, ngeles, ngeles!, qu obra tan perfecta eres!. Eso me anonada.
Juez Primero:
Qu razones puede tener el Bueno para preferirte entre las incontables existen-
cias?, qu razones para declararte diferente y bendita?, qu razones para no-
- 175 -
MIGUEL ESPINOSA
minarte con tu nombre por los eternos evos?, y qu razones para confesarte
obra perfecta?
Muchacha:
El es una Subjetividad.
Juez Segundo:
Una subjetividad?
Juez Tercero:
Una subjetividad?
Juez Primero:
Cmo aparece esa Subjetividad?, qu figura posee?, cmo se muestra?
Muchacha:
La clera es la cara de la Santidad; no otro rostro tiene el Bendito.
Juez Primero:
Lo has visto? Trzalo!
Muchacha:
Figuraos dolor y gozo, mansedumbre y superioridad, tristeza y complacencia,
amor y desprecio a un tiempo; existe como obligado.
Juez Segundo:
Como obligado?
Juez Tercero:
Como obligado?
Juez Primero:
No querrs decir que existe con necesidad?
Muchacha:
Como obligado!, como obligado!
Juez Primero:
Dios es el Sinsentido del sinsentido Bien y Mal, mundo y no mundo, pureza e
impureza, inocencia y culpa, espritu y vaco, y de todos los sinsentidos; no re-
sulta una existencia que hayamos que buscar, sino una Manifestacin: se mues-
tra como la no explicacin que explica lo que no tiene explicacin. Cmo te
atreves, pues, a describir su rostro y a decir que existe obligado?
- 176 -
TRANSCRIPCIN DE JUICIO Y EXPIACIN DE NGELES HERNNDEZ
Muchacha:
Lo he visto!, seor.
Juez Primero:
Mira, muchacha, que vas a perderte.
Muchacha:
Lo he visto!
Juez Segundo:
Palomita, es verdad que hablas tambin con el Maligno?
Muchacha (gozosa):
En efecto, seor.
Juez Segundo:
Y cmo es ese Maligno? Descrbelo!
Muchacha:
El mundo es la cara del Maligno; su semblante asoma en todas las cosas: en los
nios que duermen, en las mujeres que lavan, en los hombres que trajinan; en las
palabras, en los juicios, en las teoras, en los credos; en las piedras, en las plantas,
en los animales, en las esquinas de las ciudades, en los sillares de las murallas,
en las nubes, en la soledad de las aguas y de los planetas. Es densidad y opaci-
dad, pura Objetividad.
Juez Primero:
Pura Objetividad?
Juez Tercero:
Pura Objetividad?
Juez Segundo:
Qu quieres expresar con ello?
Muchacha:
Quiero decir que no es un sujeto, sino todo lo dado; tambin existe obligado.
Juez Primero:
Obligado?
Juez Tercero:
Obligado?
- 177 -
MIGUEL ESPINOSA
Juez Segundo:
Presentas al Maligno como un silogismo; entre los sabios, algunos afirmaron que
todas las cosas resultan silogismos. Cmo se te ocurri esa descripcin del Ma-
lo?
Muchacha:
Lo he visto, seor.
Juez Primero:
Sostienes, pues, que el Maligno se encuentra ahora entre nosotros, tus jueces,
que se muestra en nuestros rostros y que habla por nuestras bocas? Crees que
su viscosa compacidad ocupa este lugar, estos bancos y estas mesas, encarnada
forma y actualidad del momento? Mantienes que su crasitud penetra nuestras
insignias y su brillo? Afirmas, en resumen, que est aqu, llenando el tiempo y
el espacio?
Muchacha:
Lo veo, seor. No lo adverts tambin vosotros? Se halla en toda mmica, en
cualquier objeto y su resplandor; tambin, en la conciencia y su afn. Escuchad
los ruidos de la calle: son suyos. Miradlo como pensamiento, como implacable y
mudo deseo, como callado propsito, como interior proyecto, como acto y su
consecuencia; miradlo como Naturaleza, como valle y corno montaa, como llu-
via y como sol; miradlo, finalmente, como signo, como imagen y como metfora,
como identidad y como alegora.
Juez Primero:
Lo ves como tristeza?
Muchacha:
Como tristeza y como alegra.
Juez Primero:
Y como tedio y vaco?
Muchacha:
Tambin como tedio y vaco; a veces, como un vaco lleno.
Juez Segundo:
Lo consideras el Prncipe de este Mundo?
Muchacha (gozosa):
El Prncipe de este Mundo, el mundo!
- 178 -
TRANSCRIPCIN DE JUICIO Y EXPIACIN DE NGELES HERNNDEZ
Juez Primero:
Corcilla, cmo puede resultar que hables con el Eterno, la Santidad, y con el
Maligno, sin contradiccin en tu alma y en el orden? Cmo puede ocurrir que
el Bueno quiera escucharte tras saber que tratas con el Malo?
Muchacha:
Ellos, como espritus, y como contrarios, se tienen simpata.
Juez Segundo:
Simpata?
Juez Tercero:
Simpata?
Juez Primero:
Ya nos confesaste qu suplicas al Eterno: la repeticin de tu nombre por los si-
glos. Dinos ahora, hija, qu pides al Maligno.
Muchacha:
Devulveme al hombre que amo, el nico; ha entrado en mis venas y corre por
ellas como mi sangre; march con otra mujer y con ella vive.
Juez Primero:
Vaya! La ramera pretende ser la elegida del Creador, la bendita, la nominada
por la Palabra, y, al mismo tiempo, la amante de un hombre; el fin desmerece
del principio; en estas miserias concluyen las vulvas.
Juez Tercero:
Muchacha, por qu no hiciste ese ruego al Eterno?
Muchacha:
Porque hay que pedir las cosas de este mundo al Rey de este Mundo.
Juez Segundo:
Y qu respondi el Maligno a esa peticin, palomita? Entregte al hombre?
Muchacha:
Dijo: ngeles, no me ha sido dado aumentar ni disminuir el dolor; no puedo
agregar ni quitar un guijarro al camino angustioso.
Juez Segundo:
Cmo puede el Espritu Maligno confesar su impotencia para obrar el mal, si
resulta el mal mismo, accin y suceso, movimiento y resultado? Ay de m!, que
- 179 -
MIGUEL ESPINOSA
Muchacha:
Es la Objetividad sin mezcla de subjetividad (ya os lo dije); ni hace ni deshace:
representa el orden.
Juez Primero:
El orden! Y qu es el orden? (A los otros jueces) Entendis algo? (A la mucha-
cha) Gacelilla, te particip el Bendito algunas otras nuevas?
Muchacha:
Murmur: ngeles, no me imputes la Creacin. Y habl as por ser la Subjeti-
vidad.
Juez Primero:
Y el Malo? Te confidenci el Malo algo ms?
Muchacha:
Susurr: ngeles, no me imputes la Creacin. Y habl as por ser la Objetivi-
dad.
Juez Primero:
Subjetividad, Objetividad! Dulce nia, sabes lo que ests afirmando? Haces
renegar al Eterno de su obra, y, por aadidura, pones en labios del Maligno que-
ja contra su propia manifestacin. Qu se concluye de todo esto? Aclara: Qu
se concluye?
Muchacha:
Qu queris concluir?
Juez Segundo:
Queremos saber quin es el autor de lo dado.
Juez Tercero:
En cuanto acaece como fatalidad y como contingencia.
Muchacha:
El autor es annimo.
Juez Segundo:
Annimo!
- 180 -
TRANSCRIPCIN DE JUICIO Y EXPIACIN DE NGELES HERNNDEZ
Juez Tercero:
Annimo!
Juez Primero:
Qu intentas decir con ello? Pretendes sostener que el Bendito no se muestra
en su obra? Quieres significar que no la protagoniza? Aspiras a manifestar que
se trata de un Dios escondido, o ms bien de un Dios que se evidencia escondi-
do?
Juez Segundo:
Es la Creacin la ocultacin de Dios? Es la Obra el escondite del Autor?
Juez Tercero:
Hay un Dios clandestino al mundo? Es el mundo necesidad para el cumpli-
miento de la secreteidad divina? Crea Dios para emboscarse? Revela su encu-
brimiento su encubrimiento?
Juez Primero:
He ah mil problemas. Aclralos!
Muchacha:
No tenis odos. Dejadme!
Juez Primero:
Hola! La coima se permite dictar como Jess (A la muchacha) Anda: Por qu no
afirmas: Me buscaris y no me encontraris... Donde Yo voy, vosotros no po-
dis venir?
Juez Tercero:
Soy viejo, nada me satisface, estoy en el zagun de la muerte. Dime: Qu debo
hacer? Aydame!
Muchacha:
Slo puedes rezar.
Juez Tercero:
Y si no hallo respuesta?
Muchacha:
El silencio es respuesta. No lo has comprendido?
Juez Tercero:
Ay!, no se os dar ninguna seal.
- 181 -
MIGUEL ESPINOSA
Juez Segundo:
Oyes t en el silencio?
Muchacha:
Oigo.
Juez Primero:
Oyes? Confiesa definitivamente quin eres. Guardas para nosotros algn
mensaje?
Muchacha:
Me llamo ngeles; soy la delicia de Dios; me ama el Hijo y me ama el Espritu
Santo; trato con el Maligno, a quien veo en las cosas.
Juez Primero:
Suavsima nia, realmente resultas una posesa; sufrirs el tormento.
Juez Segundo:
As ser, parvulita.
Juez Tercero:
El dolor te iluminar.
II
Juez Primero:
Qu puerta ves?
Muchacha:
Ay!, dolor, sufrimiento. Tened piedad.
- 182 -
TRANSCRIPCIN DE JUICIO Y EXPIACIN DE NGELES HERNNDEZ
Juez Primero:
Confiesa, pues.
Muchacha:
Ay!, angustia, cmo me encuentro tan sola?, dnde se hallan los espritus? Y
vosotros, padre y madre muertos, cmo callis?, cmo permits? Mis amigas,
mis caminos, luz de los das: todo se esfuma y me abandona. Adnde va mi
ser? Oh qu abismo deshabitado veo! No me dejis caer!
Juez Primero:
No en vano apetecemos y hacemos; el castigo es la otra cara de la culpa, y exige
su cumplimiento desde que comenzamos a obrar: los deseos nos conducen dul-
cemente a la pena. No resultan iguales los delirios que los hechos: la realidad es
concreta, nadie escapa a su orden, donde se invierten y frustran todos los an-
helos; la propia demencia se inclina ante ella.
Muchacha:
Ay!, ay!, despojadme de este padecimiento, estas angustias, este terrible des-
hacerse.
Juez Primero:
Reconoce tu pasin y tu cada.
Muchacha:
Ay!, deshacimiento, ay!, sima sin fondo.
Juez Primero:
Admite tu unin con el Maligno, habitante de tu interioridad, que habla con
aquella voz; acptate duea de la mentira y del vaco; confiesa tu tristeza, peca-
do y la necesidad de la sancin. Slo as quedars en paz. No ves que te quiero
ayudar? Confiesa!
Muchacha:
Ay!, confieso.
Juez Primero:
Sufres?
Muchacha:
Mucho, mucho, seor.
Juez Primero:
Ahora dices verdad: el dolor no habla mendaz ni banal.
- 183 -
MIGUEL ESPINOSA
Muchacha:
Ay!, quitdmelo.
Juez Primero:
La expiacin te purifica. Sufres?
Muchacha:
Mucho, mucho.
Juez Primero:
Tngote lstima, porque has sido hueco a llenar por el Mal, oquedad predesti-
nada, tabla para escribir con rasgos impuros, cubo para la suciedad, campo para
la confusin, nima para la angustia sin conclusin. Y por qu? No es lo mismo
parir que nacer: lo primero resulta ingenuo, y lo segundo, terrible. Oh si tus pa-
dres lo hubieran sabido! Mas cuando ellos sostienen al nio, deleitndose en su
sonrisa y en el movimiento de sus bracitos, no imaginan sus pecados ni su ago-
na. Sufres?
Muchacha:
Mucho, mucho.
Juez Primero:
Ratificas tu confesin? Te abrazas a la pena? El castigo te tiende su mano sal-
vadora. Lo aceptas?
Muchacha.
Ay!, s. Quitadme este dolor.
Juez Primero:
Ea! Te degollaremos, para que no padezcas el espanto de las llamas. Agradeces
nuestra benignidad?
Muchacha:
S. Ay!, quitadme este dolor.
Juez Primero:
Hemos querido que la carne que suspir, en deliquio, no profiera alaridos; la
sagrada corrupcin de la tumba purgar con suficiencia los empeos de tu con-
ciencia, pues el orden se restablece en la muerte. El agujero oscuro de tu boca,
abierta en el sepulcro, predicar la mofa de tus deseos y su delirio.
Muchacha:
Quitadme este dolor! Llevadme a la paz de la tumba!
- 184 -
TRANSCRIPCIN DE JUICIO Y EXPIACIN DE NGELES HERNNDEZ
Juez Primero:
Sea en parte! (Al verdugo) Aflojad los cordeles y dejadle descansar. Es una dulce
niita.
III
Verdugo:
Tal vez haya que dar el segundo.
Muchacha:
Y padecer mucho?
Verdugo:
No lo s; slo veo la exterioridad; algunos se agitan y mueven entre espumas.
Muchacha:
Tengo miedo.
Verdugo:
Comprende, palomita, que yo no he querido ejercer este oficio ni realizar estas
cosas.
Muchacha:
Por qu me matis?
Verdugo:
Hablaste y te comprometiste; no en vano se es sujeto.
Muchacha:
Dios, mi amante, promteme que me llevars de la mano por la planicie de los
cielos!; mira que muero nia y enamorada. Ay!, qu lstima de mi cuerpo!
Verdugo:
Vamos, hija! Agrrate al crucifijo, apritalo, fija all tus manos. En verdad que
me duele este sacrificio. Cierra los ojos, no ser largo. (Le da un corte. ella se agita;
le da otro corte; las manos se aferran al crucifijo).
Juez Primero:
Ha muerto?
- 185 -
MIGUEL ESPINOSA
Verdugo: (Distrado)
Mil veces que ejecuto, mil veces me maravillo. Qu misterio! En pocos instantes,
dej de manifestarse esta individualidad, que jams tornar al mundo. Dnde
estar ahora? A quin hablar?
Juez Primero:
Ha muerto?
Verdugo:
Ha muerto. Vedla apretando el crucifijo; ahora calla.
Juez Primero:
He aqu la pena cumplida y el orden restaurado. Slo la superficialidad podr
acusarnos de crueldad. Tenemos que prohibir, tenemos que prohibir, para que el
espritu reine en la Tierra, pues el sentimiento de pecado y culpa consciencia y
eleva al hombre. Dios significa prohibicin, y la prohibicin significa Dios. Si
todo resultara lcito, el vaco y la demencia devendran nuestros seores; as,
pues, prohibiendo, salvarnos. (Se va).
Verdugo:
Veo, oigo y hago sin entender. Qu difcil resulta saber! (Mirando a la muchacha)
Me limitar a enterrar el cadver, que no es poca cosa.
MIGUEL ESPINOSA
- 186 -
"TRBADA":
LA NOVELA DE NUNCA ACABAR
- 187 -
AGNES MONCY
guran con sus propios nombres y apellidos y estn hasta citados, con sus pro-
pias palabras (alguna vez, inventadas). Todos ellos han experimentado una
transformacin inslita: de co-narradores, actores o comentaristas, han pasado a
ser lectores del texto que pueden, si as lo desearan, perpetuarse dentro de la
realidad como comentaristas.
Al igual que Don Quijote de la Mancha, el texto espinosiano sali origina-
riamente en dos partes separadas temporalmente: La Trbada Falsaria (1980) y La
Trbada Confusa (1984). La segunda edicin, de 1987, incluye ambas partes en el
mismo tomo, y por la unificacin formal parece reducirse el tiempo transcurrido
desde el comienzo de la Primera Parte y el de la Segunda Parte: tres aos y cua-
tro meses. Tambin, se condensa el tiempo psicolgico de la lectura al existir
entre slo dos portadas, el mundo imaginario.
La prolongacin del texto, un aspecto de la postextualidad, es el elemento
que empieza, pues, con el final de la edicin de 1987. No se ha formalizado an
el material, ya que no se ha escrito (que sepa) una secuela, ni se ha hecho una
pelcula que cubriera ambos, texto y postexto, el conjunto fascinante si se atiende
al tipo de personaje que cre Espinosa para Trbada. Existe algo casi ms lgico,
dado el carcter dramtico de la novela: una obra de teatro intelectual. Con el
titulo de Trbada, espectculo basado en dos novelas de Miguel Espinosa, se estren en
la Sala Claramonte en Murcia, durante el excelente Congreso Internacional:
Miguel Espinosa y la escritura, organizado por el profesor Victorino Polo y
celebrado en la Universidad de Murcia en noviembre de 1991. La versin teatral,
experimental y con msica de Bach, fue dirigida por Jos A. Sanchez.
Analicemos ahora en qu consiste la inacababilidad de la novela, pues
hemos atendido a su definicin editorial y a la cuestin de la continuidad artsti-
ca; las obras inspiradas en la novela despus de 1987. Podemos examinar dos
reas, la teora novelstica y el cotejo entre el final de la fbula y los finales rela-
tivos de la historia real en que se bas.
I. Teora novelstica
Segn la teora novelstica de Miguel Espinosa, Toda historia es una des-
cripcin de lo consumado y no vivo; de lo vivo no podemos novelar con legiti-
midad, pues habita la indeterminacin (Trbada, IV, Carta 17, "De Juana a Da-
niel", p. 182). Despachado en 33 pginas "lo consumado", se narra a partir de ah
lo vivo, lo que "habita la indeterminacin": los comentarios sobre la infidelidad
de la amante Damiana, que le deja a Daniel por una mujer, Luca.
La preferencia esttica por lo indeterminado fomenta lo inacabado. En litera-
tura, significa que los lectores decidirn por cuenta propia "que pas despus", y
cada lector puede imaginarse su cierre postextual. Le guiar su gusto, su percep-
cin de las exigencias artsticas del texto, sus conocimientos literarios, etc. Entre
todos, y sin verlo nadie, se produce un final, o probablemente unos finales, ms
- 188 -
TRBADA: LA NOVELA DE NUNCA ACABAR
- 189 -
AGNES MONCY
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TRBADA: LA NOVELA DE NUNCA ACABAR
- 191 -
AGNES MONCY
3 Sobejano, p xvii.
- 192 -
TRBADA: LA NOVELA DE NUNCA ACABAR
AGNES MONCY
- 193 -
DESENCANTO Y DENUNCIA
EN LA FEA BURGUESA
El contenido de este artculo forma parte de uno de los apartados de mi tesis doctoral
sobre el escritor murciano El intelectual ante la sociedad: distanciamiento crtico y extra-
amiento literario en la narrativa de Miguel Espinosa, leda en la Universidad de Murcia
en 1996. Recoge, por tanto, las diversas aportaciones realizadas hasta aquel momento
sobre la obra literaria espinosiana, teniendo en cuenta que fue la primera tesis sobre
el escritor murciano presentada en la Universidad de Murcia.
- 195 -
LUCIANO PALAO RICO
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DESENCANTO Y DENUNCIA EN LA FEA BURGUESA
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LUCIANO PALAO RICO
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DESENCANTO Y DENUNCIA EN LA FEA BURGUESA
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LUCIANO PALAO RICO
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DESENCANTO Y DENUNCIA EN LA FEA BURGUESA
Estos personajes estn vistos desde la negatividad, ya que son ellos mismos
los que justifican sus actitudes desde esa misma negatividad, vanaglorindose
de ello. La racionalidad para ellos radica en la hiperbolizacin de la propia rea-
lidad (salarios, hogar, vacaciones, etc.). Los elementos de caracterizacin de es-
tos personajes manifiestan un grado notable de irona cercana al sarcasmo, la
dificultad de apreciacin de semejante efecto irnico se debe a la utilizacin in-
directa de los recursos retricos y ello nos obliga a diseccionar uno a uno los dis-
tintos segmentos del discurso verbal. La estructura sintctica de las proposicio-
nes de Camilo as lo demuestra, el esquema sintctico dominante est constitui-
do por un sintagma nominal, un verbo copulativo y un atributo: Yo (Camilo) soy
cuartos de bao. Se observa una trivialidad en el significado de dichas proposi-
ciones y una mmica constante; adems de ello, el proceso de denominacin se
lleva a cabo mediante una acumulacin de atributos (banquetes continuos, ma-
saje en la espalda, estancias espumosas, etc.) y mediante el recurso de la prefija-
cin negativa (in-misericordia, in-comprensin, anti-pata, etc.).
La estructura de la obra se desarrolla en forma de discurso oral, a modo de
un largo soliloquio constituido por historias que muestran sentencias y parbo-
las que ilustran los privilegios de las clases dominantes y gozantes. Hay un pro-
ceso de condensacin y de explicacin en la sntesis, tcnica de ampliacin-
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LUCIANO PALAO RICO
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DESENCANTO Y DENUNCIA EN LA FEA BURGUESA
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LUCIANO PALAO RICO
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DESENCANTO Y DENUNCIA EN LA FEA BURGUESA
En el paraso que habitamos, los pianos prenden de los rboles, y por ello basta
alzar la mano para cogerlos. Me imagino a Juan Eugenio susurrando:Toma un pia-
no, Lucrecia
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MIGUEL ESPINOSA: EL SER FRENTE A LA PRENSA
A finales de los aos setenta del pasado siglo, cuando conoc personalmente
a Espinosa e incluso llegu a tener alguna cercana personal con l, aunque su
muerte temprana frustrara una amistad entonces incipiente tuve un encuentro
con el genial escritor que marca, para m, la idea sobre la prensa que tena el au-
tor de 'Escuela de Mandarines', y en general su visin de la vida y del mundo. l
saba que yo era periodista entonces un joven y principiante periodista y como
tal me hablaba. Una tarde, en una conocida plaza de la ciudad de Murcia, lo vi
slo una de esas extraas y solitarias paradas que l haca, pendiente de alguna
cita o de alguna mujer con un peridico en la mano. Era El Pas, entonces toda-
va joven diario, pero ya prestigioso y muy ledo. Me llam desde lo lejos y, al
acudir a su lado, me dijo, blandiendo el peridico con su mano derecha: "Nunca
hay que leer este peridico, porque es un peridico bueno. La prensa, en gene-
ral, es muy mala, y no se corre el peligro de caer en la tentacin de leerla todos
los das, con lo que eso conllevara de perverso, pero este peridico, al ser bue-
no, puede tentarte y puedes acabar leyndolo todos los das. As, Parra, que no
debes leerlo nunca".
La obsesin de Espinosa por los peligros de la prensa. Estaba, sin duda, ante
la bsqueda del Ser que caracteriz la vida y la obra del escritor, aunque eso lo
entendera yo ms tarde, a medida que me iba introduciendo en sus escritos.
Pero no se trataba, en absoluto, de una bsqueda del ser a la manera platnica o
idealista, en todo caso, como despus veremos, era una bsqueda a la manera
fenomenolgica, con la divisa de Husserl por delante: "A las cosas mismas". To-
do lo que comparece, todo lo que viene o est en el mundo, contiene el Ser, que
es el todo, una mezcla de todo, incluido eso a lo que llamamos Espritu, para lo
que Espinosa, en uno de sus breves textos ensaysticos propone una definicin
muy clara.
Podemos hablar as, al enfocar la figura de Espinosa como pensador, como
verdadero filsofo que fue, del 'Ser frente a la prensa'.
Averigemos entonces algo acerca de la lgica de la informacin periodsti-
ca, por as decirlo, su estatuto epistemolgico y, por extensin, la manera de co-
nocer, de saber, de dar fe del mundo, que tiene la prensa o la informacin perio-
dstica en general.
El mirar levantado, dado por Dios al hombre, le lleva a contemplar el cie-
lo, que es decir lo que hay ms arriba, ms all de la contingencia cotidiana. As
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ANTONIO PARRA PUJANTE
1 Beneyto, J.: Teora y tcnica de la opinin pblica. Cinco estudios sobre opinin, tiempo y socie-
dad, Madrid, 1960.
2 Op. cit., p. 209.
3 Ibdem.
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MIGUEL ESPINOSA: EL SER FRENTE A LA PRENSA
una noticia falsa a sus lectores, oyentes o televidentes. El tercer par opone lo que
es verdad a lo que se presenta con apariencia de verdad sin serlo, aunque en este
caso el periodista, o cualquier persona, conoce de antemano que est ante una
ficcin. Ocurre cuando algo se presenta por otra cosa, o ste por aqul con
carcter mimtico o acentuando el parecido con lo que se intenta re-presentar a
travs de tcnicas o trucos. Nos encontramos ahora, por ejemplo, en el mbito de
lo teatral, del entretenimiento, del espectculo en general, donde el espectador
no es engaado, sino que voluntariamente est dispuesto a creer durante unas
horas que aquel actor que declama en el escenario es realmente Calgula.
Sin embargo este esquema se muestra inservible si intentamos aplicarlo al
mundo de la informacin periodstica. Para la lgica informativa la falsedad no
es ni ms ni menos tocable o intocable que la verdad. O no estn en ningn lu-
gar localizable del mundo o estn ambas de la misma manera y con el mismo
derecho a ser tenidas en cuenta por una teora del conocimiento aplicada al pe-
riodismo. La falsedad o recorriendo todo el esquema anterior: la mentira, lo
ficticio, lo representacional, el engao, lo no sincero forma parte del conoci-
miento, su percepcin por una mente o por unos sentidos humanos al menos
desde esta nueva lgica que pretendemos mostrar aqu son tambin puro cono-
cimiento. Lo opuesto a verdadero es slo lo no verdadero, dado en el mismo lugar
y al mismo tiempo; slo estos conceptos se contradicen y se excluyen, y para
darse uno de ellos ha de ser sacrificado el otro, pero no ocurre lo mismo con lo
verdadero respecto de la ficcin o del engao, la mentira o la falsedad, pues en
este caso no se trata de trminos que consientan emparejamiento o sinonimia. La
mentira, por ejemplo, puede ser, puede darse y existir independientemente de la
existencia de la verdad. Ambas a la vez: o no pertenecen al mundo o forman
parte del mundo con los mismos derechos epistemolgicos. Naturalmente, no
todo es veraz, pero para un periodista todo es verdad, porque con lo que el in-
formador se compromete en primera instancia es con todo lo que acontece y
comparece: el informador se asoma al mundo y encuentra en l, como hechos,
como realidad, la verdad y la falsedad, la mentira o la sinceridad, y automtica-
mente lleva lo que considera notable de entre todo eso a la categora de verdad
en sentido informativo.
Sin embargo, el ser de la prensa, su verdad, se presenta como un ser disemi-
nado que no slo renuncia a reclamar para s una posicin absoluta, sino que
tampoco pretende una teora del ente ni, empricamente, una correspondencia
entre intelecto, lenguaje y realidad. El ser del periodismo es, por varias razones,
un ser ilustrado como veremos despus y que surge, al menos en parte, como
la palabra del hombre frente al logos divino, pero tal vez por ello es tambin
palabra que renuncia a la verdad como inherente al ser, a una verdad ltima o al
menos absoluta. Por el contrario, el periodismo, bebe, en primer lugar, de un ser
empobrecido que se reparte en voces corales, o mejor, diversas y plurales. En
segundo lugar, los hechos del periodismo no se identifican con lo que es en sen-
tido de ser verdad, bello o justo, sino con lo que aparece como hecho sin ms,
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ANTONIO PARRA PUJANTE
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MIGUEL ESPINOSA: EL SER FRENTE A LA PRENSA
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ANTONIO PARRA PUJANTE
() Ciencia sin mtodo no puede existir, y la esencia del mtodo estriba en la modes-
tia.7
Cuatro son los sentires que, a juicio de Espinosa, configuran el espritu, a sa-
ber: sentir esttico, o intuicin emocional; sentir del tiempo, o intuicin del su-
ceder; sentir eidtico, o intuicin reflexiva que considera lo real como un todo
metdico y adecuado a la razn, y sentir tico, o intuicin del deber ser. Pode-
mos inferir entonces que el hombre no es slo mtodo cientfico o lgica, no se
agota en ello, y por tanto no es solo aquello que, cada uno a su manera, descri-
ben la ciencia o el periodismo.
En definitiva, estamos en el Ser frente a aquello que no tiene carne ni enjun-
dia ni sustancia, todo aquello que parecera ms propio de la lgica de la Prensa
que de la Filosofa.
"El cursi, el vulgar, el trivial, ponen realidad en cosas que son nada, como aquella bo-
tella lujosa que hemos mencionado; de ah la angustia que sus manifestaciones o ex-
hibiciones nos producen: viven, en efecto, un mundo de mentirijillas: lo que no es.
Nosotros sentimos santo temor del ser y de la realidad; por eso amamos la vida y el
arte, y pensamos, constante, en la muerte: son el misterio.9
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ASKLEPIOS E HIPERIN DESDE LA ELEGA
BREVES APUNTES SOBRE LA REFLEXIN ELEGACA
1 ASKLEPIOS, I, 24
2 Ver ALVAR EZQUERRA, Antonio: EXILIO Y ELEGA LATINA. Universidad de Huel-
va, 1997.
3 BOECIO: CONSOLACIN DE LA FILOSOFA (primer cuarto del s. VI). Edicin
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ALBERTO J. SNCHEZ GRIN
pectante7, la que despierta una semilla de verdad, que brota de nuevo al clido
soplo de la investigacin8.
Gonzalo Sobejano propone en Asklepios y la inocencia9 cuatro textos de poesa
en prosa como recuerdo sobre el que leer Tras la muerte de su madre, texto que
da cierre a Asklepios, y que el crtico analiza como verdadero poema en prosa,
desarrollando la tesis planteada al inicio del artculo consistente en la asociacin
de cada obra de Miguel Espinosa a un gnero literario predominante. As, Es-
cuela de mandarines es pica; [] Trbada es dramtica; Asklepios, lrica y La fea
burguesa, cuentstica10. Los textos son: Hiperin, un prrafo del Criticn (segun-
da parte, captulo primero) acerca de las edades del hombre, la estampa Mara
Rosario de Las confesiones de un pequeo filsofo, y La cancin de la noche, de
As hablaba Zaratustra. Textos de cuyos autores (Hlderlin, Gracin, Nietzsche y
Azorn) Miguel Espinosa senta predileccin.
Siendo evidente el carcter elegaco de estas obras, es obligada una compa-
racin que indague el parecido puntual del pensamiento desprendido de la ex-
presin potica con la peculiar actitud filosfica de Asklepios. Hago hincapi es-
pecialmente en la obra de Hlderlin, pues considero que sus aspectos en comn
y sus diferencias ayudan a entender mejor el propio carcter humanista de Mi-
guel Espinosa en Asklepios, del que la reflexin elegaca es prueba.
Dirase que Asklepios hubiera sabido de la vida de Hiperin, y, como lti-
mo griego, le mostrase otro camino expresivo, desde la asuncin que el persona-
je de Hlderlin se esfuerza en negar: la imposible vuelta de la infancia y la ju-
ventud. Sera Asklepios una versin de un personaje, del grupo de los amigos de
Alabanda, aqul que impresionara a Hiperin, y del que dijera:
La ira y el amor se haban desencadenado sobre aquel hombre y la razn brillaba sobre las rui-
nas del sentimiento como el ojo de un gaviln posado sobre palacios destruidos. [] Se notaba
que aquel hombre no poda ocuparse de nada de poca importancia11.
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ASKLEPIOS E HIPERIN DESDE LA ELEGA
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ALBERTO J. SNCHEZ GRIN
21 HIPERIN, pg. 30
22 HIPERIN, pg. 79
23 ASKLEPIOS, cap. XXV, pg. 212.
24 HIPERIN, pg. 156
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ASKLEPIOS E HIPERIN DESDE LA ELEGA
25 HIPERIN, pg. 97
26 HIPERIN, pg. 99
27 HIPERIN, pg. 99
28 ASKLEPIOS, prlogo, pg 12
29 HIPERIN, pg. 209
30 ASKLEPIOS, captulo 1, pg. 24
31 ASKLEPIOS, captulo 3, pg. 38
32 ASKLEPIOS, captulo 8, pg. 76
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ALBERTO J. SNCHEZ GRIN
No se trata de buscar una respuesta definitiva sobre el sentido del ser, del
origen y del futuro. Misterio-curiosidad-conocimiento en el orden lgico, racio-
nalista, y misterio-curiosidad-conocimiento en otro orden, sentimental, razones
lgicas y razones del corazn se funden en reflexin elegaca. Miguel Espinosa,
cuando relata la Novedad, Extensin y Misterio del mundo como sentido esen-
cial del ansia de descubrimiento en la infancia, habra hecho suyas las palabras
de Hlderlin: Gozamos lanzndonos a la noche de lo desconocido, a la fra
extraeza de algn otro mundo, y, si fuera posible, abandonaramos el territorio
del sol y nos abalanzaramos ms all de las fronteras de los cometas36.
El misterio apunta al concepto de Herclito de (lo uno dife-
rente en s mismo), que Hiperin seala como esencia de la belleza y anterior
a filosofa alguna37. Expone su argumentacin de la siguiente forma:
De la pura inteligencia no ha surgido ninguna filosofa, pues filosofa es ms que slo
el limitado conocimiento de lo existente.
De la pura razn no ha surgido ninguna filosofa, pues filosofa no es ms que ciega
exigencia de un progreso nunca demasiado resolutivo en el arte de unir y de diferen-
ciar una determinada sustancia.
Pero, en cambio, si la razn que aspira a elevarse es iluminada por el divino
ya no exige ciegamente y sabe por qu y para qu exige38.
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ASKLEPIOS E HIPERIN DESDE LA ELEGA
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EL EREMITA
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