Cartografias Adalber Salas Hernandez PDF
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Brumario
Adalber Salas
Hernndez
ndice
De Salvoconducto
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De La arena, el vidrio 23
De Heredar la tierra 27
De Suturas 33
De Extranjero 39
De Salvoconducto*
De Salvoconducto
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De Salvoconducto
De Salvoconducto
la enfermedad de lo palpable.
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De Salvoconducto
De Salvoconducto
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De Salvoconducto
De Salvoconducto
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De Salvoconducto
De Salvoconducto
Mam, nunca
te olvidas de venir,
de estirar tu cuerpo
sobre el fro de la pgina, en esta
luz spera, de hospital,
siempre traes
los labios cosidos,
descosidos,
vueltos a coser a mi aliento,
a mis pulmones llenos de sal,
siempre con tus manos duras,
prematuramente viejas,
como piedras lanzadas contra la vida,
contra la muerte,
mam, no te molestes en consultar
el reloj, la hora no se queda quieta, salta,
el tiempo tambin tiene tos,
no te molestes, no tiene final,
esto de los minutos no tiene final,
el tiempo tiene un asma que nadie
se atreve a diagnosticar y
no hay orapronobis que valga,
no hay un venganosotrosturreino intravenoso,
no hay esteroides, no hay calmantes,
nebulizadores, nada, no hay, no hay,
y la respiracin sibilante no se calla,
y el doctor tampoco se calla, dice
que la habitacin tiene fiebre,
que la pgina tiene fiebre, que se est
secando, agrietando y no hay hilo
para suturarla, no hay,
mam, dnde est
el hilo de tu voz, el hilo
del que colgabas a tu hijo, dnde est
ahora,
qu cose.
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De Salvoconducto
De Salvoconducto
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De Salvoconducto
Entre t y yo duerme
el hijo que no tenemos.
Cada noche nos despierta su respiracin
agrietada, insistente, la misma
que heredamos de l. Sin encender la luz,
nos sentamos en la cama y limpiamos
sus huesos hasta dejarlos brillantes, tan annimos
como piedras. Tomamos la medida gris de su
crneo, calculamos el dimetro de sus cuencas
oculares, contamos uno por uno sus dientes
y los pulimos. No se queja mientras ordenamos
los materiales, la puntuacin de su ausencia.
Su piel se deja manipular por los dedos:
es dulce, maleable como una disculpa.
Constatamos la falta de los msculos que formarn
sus brazos y piernas, todava dispersos
los imaginamos con bordes implacables,
ejercitados en el arte de la huida.
Sus rganos permanecen ocultos, pidiendo
ser descubiertos poco a poco, colocados
donde pertenecen, en la sintaxis que luego llenar
la sangre, su ceguera.
Es imposible saber si logramos juntar la entraa
que algn da se pelearn los perros.
Por todas partes enhebramos venas
y arterias, para que tenga un lugar donde esconder
de s mismo el aguardiente
que deja a su paso el recuerdo.
Finalmente se calma. Su respiracin cesa.
El balbuceo que era su cuerpo se detiene y nos permite,
por esta vez, volver a conciliar el sueo.
De Salvoconducto
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De Salvoconducto
De La arena, el vidrio*
La arena, el vidrio, Editorial Equinoccio, Caracas, 2008; Ediciones del Movimiento, Maracaibo, 2015.
De La arena, el vidrio
Consejos literarios
El plan de Narciso:
escribir hasta ahogarse.
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26 De La arena, el vidrio
Insomnio
A Roberto Bolao,
in memoriam.
De Heredar la tierra*
Este poema ocurri entre dos hechos nada gratuitos: la lectura de Los perros romnticos de Roberto Bolao, y
un sueo en el cual Nicanor Parra (cuyo rostro nunca he visto) lea, a modo de prlogo a mis versos, una prosa
de Bolao muy lcida, incluso desmesurada en su exactitud. Dicho texto quizs exista perdido en alguna de sus
pginas, o existir en alguna de las mas; no lo s.
Poco despus despert, y Bolao, Parra y yo volvimos a una madrugada que se retorca como un largo y
convulso pie de pgina al fondo de la noche.
*
De Heredar la tierra
Tuyo es el reino,
el xido que se arrodilla y reza
en los terrenos baldos,
apoyado en los cercados,
colgando de los alambres de pas.
Tuya la fiebre que carcome
carros, autopistas,
calles, aceras, casas,
toda esta minscula
historia universal del fracaso.
Tuya la desaparicin
que murmura el agua sobre los techos,
la piedad terca de la lluvia
con sus menudas manos concentradas
en la erosin.
Tuyo el himno
de todo lo que decide quebrarse.
Tuyos los das
que fermentan su vino spero,
indeleble, en el pulso.
Tuyo el tiempo
que no testimonia por nadie.
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30 De Heredar la tierra
De Heredar la tierra
El futuro est
gastado por el uso.
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De Suturas*
De Suturas
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36 De Suturas
De Suturas
tu voz
tuve que despedazarla
por fidelidad a
por ver
los pjaros deslumbrados que te pueblan
deshilvano esta madrugada
como cada vocablo de esta hoja
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Lquido en los pulmones. Eso dice la doctora, sosteniendo unos papeles nerviosos y
cansados como ella. Habla, y mientras tanto busco un rincn que me refugie, la mancha
que fermenta de mudez sobre el techo, la fisura en la pared que da hacia una habitacin
que no existe.
Pero es intil: cada objeto se deja tallar por su aridez, erosionado
quedamente bajo el brillo sonmbulo de la lmpara.
Aqu todo es lmite exasperado, piel de desgaste: todo estira sus manos hacia
ningn despus.
Son ms de las 3 a.m. La doctora sigue ah, quiz todava se explica. No estoy seguro. El
tiempo es una frase escrita contra su propio reflejo, una y otra vez, hasta la cal de la asfixia.
Apoyo la cabeza sobre el respaldo de la silla, sobre la hora sedimentada
bajo las uas, sobre la mirada convexa de mi madre. Es ella quien me habla por momentos
en este salitre que me roe. Sus ojos agotando mis venas,
que copulan como serpientes bajo un miedo invertebrado.
Su memoria, su desvelo encanecido en este deshilacharse de mis manos.
De golpe me retomo, as, como quien recoge los pasos encandilados de su propia muerte.
Aunque tenga que irme quedamente, ahogado sin haber visto una gota de ese mar
secreto que llevo a cuestas.
Como si alguien me hubiera abierto murmullos en el pecho. Como
si un olvido echara races en la respiracin.
Miro a mi alrededor, de pronto: La doctora ya no est.
No la vi marcharse.
De Extranjero*
De Extranjero
Padre,
arden todava las piedras de tu nombre,
aqu,
sobre mis prpados cerrados.
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42 De Extranjero
Tu muerte,
esa tierra amarga
que hallaste un da aferrada a tus pies,
eso
callado
que hace lentamente su rostro
en el tuyo.
Carmina Estrada
Edicin
Jorge Posada
Seleccin
Luis Paniagua
Asistencia editorial
Cartografas
www.puntoenlinea.unam.mx