Lemeillet Interior

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ZINDO&GAFURI

de traicin en traicin
claudio lemeillet

coleccin timoumi

Lemeillet, Claudio
De traicin en traicin. - 1a ed. - Ciudad Autnoma de Buenos
Aires : Zindo & Gafuri, 2014.
104 p. ; 20x14 cm.
ISBN 978-987-45079-8-3
1. Poesa Argentina. I. Ttulo
CDD A861

Fecha de catalogacin: ??????


Ilustracin de cubierta: graphicspunk
[email protected]

Diseo de portada e interior: Sebastin Bruzzese


[email protected]

Hecho el depsito que marca la ley 11.723.

Impreso en Argentina

Se puede ser fiel a uno mismo o a los dems, pero no al mismo


tiempo, al menos no de una manera feliz. Sera una inmoralidad pensar
que toda condicin humana se base en una traicin.

Arthur Miller

El viaje de odiseo

El viaje de Odiseo fue un regreso hacia el pasado. La escritura es el viaje de regreso, la vida fue el de ida Y de dnde se regresa? De la guerra.
Pero esta guerra no supone un matar o morir, sino una lucha cuerpo a
cuerpo contra el olvido, la prdida dolorosa de lo amado. Agnica tarea
en la que el escritor se juega el alma.
Odiseo va hacia taca para recuperar su vida y su amor.
El regreso, la escritura, es magnfico y cruel. Muchos deben sucumbir
para que algunos prevalezcan.
De traicin en traicin podra considerarse un libro de viaje, siempre
que entendamos que el viaje, a pesar de sus magnficas descripciones
de sitios y tiempos precisos, es interior.
Se trata de la reconstruccin de un yo que jams podr reunir todas sus
partes porque stas son cambiantes y van mutando a medida que la
misma vida y la narracin las transforma.
Por eso la traicin.
Pero, qu significa traicin. Significa que nunca podr ser fiel, igual al
m mismo que fui. Si recupero una cierta mirada estoy permitiendo el
olvido de otra. Nadie puede llegar a la mirada absoluta, salvo el dios. Y
el Aleph de Borges.
La limitacin es la sintaxis. Y nosotros somos nuestra sintaxis.
Cmo escapar al pensamiento rectilneo ya que el lenguaje materno
lo es. Pero no as la memoria, regreso de aquello que se hundi en el
no-tiempo: el inconsciente. La memoria fluye por rincones caprichosos
que la lgica rechaza. La memoria. Ella sabe dnde quiere ir, y el porqu.
El texto intenta armar un mundo que se presenta fraccionado y cuya
constitucin misma es ese fraccionamiento. Intenta salvar los instantes.

All es donde el mito, los mitos, vienen a ayudar al escritor dicindole


cmo era todo antes de que l naciera. Porque los mundos nacen junto
con las conciencias y son tan mltiples como ellas.
La belleza y la sensualidad de estos textos de Claudio, no est en la
palabra -slo en la palabra- sino en aquello hacia donde nos empuja
la palabra. Lo que seala. La innombrable y penosa maravilla de estar
vivo. Y de que todo y todos lo sigan estando, ya que el tiempo no es
ms que una ilusin necesaria.
Lo que hace Claudio, a partir de sus preciosos en toda la acepcin
de la palabra- textos, es asir el alma fugitiva del pez, de la piedra, del
paisaje, del padre. De esos seres que fueron cercanos y amados y que,
por lo tanto, lo siguen siendo.
l ha entendido que el hombre es ese extrao cuya sombra, segn
Jung, es la cola del saurio que se arrastra an detrs de l. Y no como
un lastre sino como una riqueza negada.
Elegir, escribir, es hacer uso de esa cierta libertad que no es ni ms
ni menos que un amor indebido agitando el fuego. Indebido ya que
parcial. Pero ese amor salva aquello que reconstruye con paciencia y
sabidura minuciosa.
Y as, la traicin se vuelve tradicin en el sentido profundo de un reencuentro con el origen.
Mara Rosa Maldonado

De traicin en traicin

a Toms y a Manuel Lemeillet

Advertencia del autor

Este libro no es ni ms ni menos que un error, un rastro no borrado


adrede por un ego que dice esto es lo que viv. Para quien quiera
aproximarse, a m, al asesino de m, que tan hbilmente ha desaparecido todas las otras huellas, las ha andado para atrs ajustndolas
con precisin hasta las rocas, las ha confundido con jauras de perros
hambrientos, con inesperadas estampidas de caballos inmvil tirado
con las manos en la cara. Al asesino de m que ha borrado el sendero
sobre la superficie del desierto con las marcas de los cuerpos entrelazados en la lucha eterna y desigual del amor, que ha utilizado las orillas
duras de los ros que callan lo que emerge y las tierras imantadas que
atraen los vientos del mar hasta sus vrtices y confunden en la arena de
la costa, los cuerpos de los barcos desembarcados en silencio con los
cuerpos moribundos de las ballenas. Al asesino de m, que ha juntado
las estelas de mi familia en una ola perdida en los ocanos, que tal vez
ya atraves.
Ocasos y amaneceres que me forman constantemente, lo hacen a
diario en un dinamismo que me deja perplejo una y otra vez, que me
asume y me despoja, que me alienta y me sucumbe de a pasos. Destino cuya modalidad puja en la expresin que hoy intenta manifestarse. Ver sus marcas es comprender y repreguntar. A veces desde los
evanescentes peldaos de la conquista y otras, desde los estratos
rtmicos y branquiales de nuestra respiracin. Hoy desde lo alto veo
las fricciones glaciarias modelando las laderas, y a tu cuerpo agachado a lo lejos con tu mano sobre el rastro, acercndote. Cada palabra
enaltecida es un universo de lenguas solares que enmudece. De esa
oscuridad soy.
Bien afuera he pisado las rocas talladas ms bellas y emocionantes
de la humanidad y te he tocado. Bien adentro he caminado paisajes
increbles, crujientes hojas entre los rboles, con el cuerpo cubierto de
barro y he visto a los ojos, en la ltima gota de la lluvia, en la inmovilidad
del silencio, a mi presa y a mi enemigo. Me he visto.

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Introduccin a los relatos

Pensaba en la novedad, en el impacto, en el asombro, en la creatividad de esa idea como un leo generoso y suficiente que lo acercaba
a la costa soada. A decir verdad, la idea era original. Pensar que una
gota saborizada, digamos dentro de los matices de las frutas del bosque, pueda ingresar al paladar desde el ojo y que como efecto secundario logre lubricarlo, era para dedicarle algn tiempo ms de anlisis.
Un colirio refrescante, diet, con un envase llamativo, uniformado en el
estante de las golosinas, a la altura de los hombros de los nios lo
tentaba como un milagro capitalista al alcance de los dedos. Su propia
experiencia con afecciones oculares haba iniciado una serie de divagues gustativos que lo llevaron de los caros oscuros de los remedios
a las mentas inolvidables de la infancia, como si el cerebro pudiera sin
intermediarios apoyarse sobre la hmeda lengua del desprevenido consumidor. Un inversor desquiciado como l que lo apoye podra salvarlo
de la bancarrota y colocarlo nuevamente en carrera.
El ritmo del subte comenzaba a mecerlo de pie. Ya no haba nada
interesante para ver dentro del vagn. Slo un perfume ctrico rociado
sobre la piel tibia de una mujer curvaba aun ms su nariz y mova en detalle la direccin de su rostro. En medio de ese hedor a stano chirriante
el suave aroma femenino lo sostena mejor que el ojal de cuero atornillado al techo. Entrevi en el reflejo del vidrio una silueta acorde. No poda
no ser ella. Olor y forma se quedaban mutuamente. Se inhalaban a la
perfeccin. Aunque algo lejana, la bella sombra se iluminaba los labios
y los pmulos en el discontinuo parpadear del foco ms cercano. Su
postura era grcil aun en el hacinamiento. Sobre la rigidez de la cartera
su cabellera en libertad. Poda adivinar aquellos ojos desde su ms profunda soledad. Ella levant el mentn y sus miradas se cruzaron antes
de ser absorbida por la multitud de almas que aspir la boca mltiple
de la estacin. Todo volvi a atiborrarse de todo otra vez. En el nuevo
murmullo que el movimiento repentino y los ruidos sabidos habran de
acallar en tantos pensamientos ntimos, imagin cuadros de historietas. Al rato entendi porqu. Los trayectos entre las estaciones invitan
tanto a la introspeccin que imagin una situacin con ribetes cinema13

togrficos que sedujera. Pens en usuarios cansados de sus propias


cavilaciones entregndose libremente a lo que un paisaje digitado por l
pudiera ofrecerles. De los anlidos tneles sacar una reflexin rumiante.
Una sonrisa inesperada. Una resolucin talentosa. Brindar un estmulo
extra sobre las desidias de la rutina. Tal vez otro inversionista alocado
pudiera inmiscuirlo en esa nueva idea. Se vio recurriendo a un dibujante
que pudiera plasmar sobre las grises y curvas paredes cuadros medidos a la velocidad del transporte, figuras que cobraran movimientos
con el solo hecho de andar. Como los libritos que suman dibujos estticos en las orillas de las hojas y cobran vida con el pulsar hacia abajo del
refrescante abanico de las hojas. Historias cortas sin dilogo, Chaplines
conmovedores, captulos estacionales que un lector pudiera entender
como perlas aisladas o engarzadas en la azarosa circunstancia de su
viaje. Incluso pensarlas de manera que cada lnea de vas tuviera su
personaje, que se cruzaran en puntos comunes y que el usuario lector cinfilo pudiera completar con sus propios argumentos y finales.
Proponerlos. Modificarlos cada tanto. Participarlos. Concursarlos. Idas
distintas de vueltas. Principios que son finales. Comienzo donde todo
termina. Aire sucio que se vuelve azul. Zapatos deshacindose en la
invitacin plida de la arena. Cuentas nacaradas en estos relatos.

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No puedo evitar ver en esas almejas abiertas amanecidas sobre la


playa, las mismas manchas que dejan los combustibles sobre el asfalto. A Osvaldo le decan mejilln por sus largos cachetes desbordados,
dijo y larg una carcajada desdentada y contagiosa. La boca, la barca,
la mano, el mate, la caja de pesca, la bolsa de bizcochitos, las valvas
vaciadas en carnada no eran otra cosa que amables formas que nos
reciban en las tempranas horas de las vacaciones. Amaba su oficio
de cerrajero. Deca que el tablero donde colgaba las llaves, a espaldas
del mostrador, sujetaba las escamas musicales de un Dorado liberado
cuando nio. Y para asombro del ocasional cliente, abra la ventana
y dejaba que el viento y la luz deslizaran sus ondas paranaenses sobre los destellos sonoros de los bronces. Si uno iba por un duplicado
saba que tena que disponer de mucho tiempo para enfrentar al viejo
Aleta. Pero sus historias no eran tan impresionantes como sus facultades adivinatorias o sus pericias psicolgicas. El poda diagnosticar
con slo observar el estado de la llave ofrecida el aura emocional del
cliente. Ciertos brillos, desgastes, tonalidades, marcas, rispideces en
ese esqueleto cartilaginoso y metlico en sus manos, le brindaban una
informacin confidencial que slo revelaba si su paciente estaba dispuesto. Dems est decir que todos accedamos a la certera ceremonia del orculo. Incrdulos amigos bromistas intentaban desbaratarlo
inventando muescas falsas, pero l sola salir airoso de tales pruebas y
descubra el engao al poco tiempo de estudiar la pieza. Crase o no,
me haba invitado a pescar esos das de Primavera. Lo hizo despus de
mirar la llave que le entregu. Sin mancia alguna me dijo, tengo estos
das entre Septiembre y Noviembre y quiero que vayamos donde el ro
se mezcla con el mar. No tenes que pagar nada, slo ayudarme con mi
cansado cuerpo. Y aqu estamos, listos para combinar con el encendido de la hlice, la paleta de tierras elegida hoy por los caprichos del
agua. Amelia y Pepe, dijo, utilizaron una caa convencional de mango de corcho y pasahilos desmontable para obtener aquella magnfica
corvina negra que viste en la foto, sus escamas eran del tamao de las
tapas de las cervezas. Por qu la plata ha sido relegada siempre por el
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oro dijo, cuando la rompiente nos dejaba pasar sobre una quieta brisa
recomponedora. Las lneas bajaban sus dos anzuelos. Record haber
ledo que las olas eran el resultado de los silbidos de los pescadores.
Hoy lo hacan bajito. Yo no oa ni silbaba. Apenas descenda lentamente
en las imgenes de esos das. El desfile de las carrozas, la bicicletas
destellando el sol, las vidrieras esplndidas, el concurso de poesas del
que no particip, la sonrisa dirigida de esa mujer que con slo subirla
a la pasarela la hubieran elegido Reina. Los planos de la mente se escabulleron junto al primer pique. Aleta estaba esperando que volviera
al presente. Un anzuelo volvi intacto del ms all girando en s mismo,
con su carga pesada y plida. El otro peda revancha indiferente garfio
vencido. Mientras calmaba su acero con carne muerta para tentar a la
viva, el viento present sus nubes de batalla. Mitad de cielo gris, mitad
de cielo celeste, desde la costa la lancha era una pequea puntada
amarilla sujetando el despliegue majestuoso de los colores. Pudo solo
un momento. La energa convertible de la tormenta cort la amarra,
tens todo su fuelle de horizonte a horizonte, y cerr sobre nosotros
su capota oscura. El agua tard en responder. Nosotros no. Ya regresbamos a la orilla cuando las olas comenzaban a crecer. Huamos del
hocico abierto del ocano sobre su mismo alarido, con los msculos
tensos de sobrevivir, en pleno fragor de azotes de agua, de gaviotas
maltratadas, de rayos derrumbados, de golpes sobre las cuadernas
escuch claramente la voz de Aleta como llegando desde el ms lmpido y silencioso de los desiertos: cuando te devolv la llave vi tu muerte
amigo, te ests muriendo, te estas muriendo.

Bernardo Santos decidi que ya era suficiente por hoy, dej el azcar
de su canasta de Magdalenas, las pocas que le quedaban, a la avidez
de las moscas y escribi: te ests muriendo, te ests muriendo. Sus
dedos se manejaban con la maestra que da la repeticin de un gesto.
Sin mirar dobl el papel, cerr el sobre persiguiendo el rastro hmedo
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de la lengua y nos invit a su mesa. La nostalgia por su Espaa natal


produjo un efecto de bsqueda que lo incentiv a recorrer cada extremo de su pas de residencia, la bella Costa Rica, ahora como vendedor
de masas dulces. Desde que estamos sentados junto a Uri, el Alemn
dueo del hotel Costa Linda, Mirella y Javier no han dejado de sonrer
las bondades de su tierra. En un breve perodo, entre mapas y ancdotas, ha parado y empezado a llover tres veces. Los pelcanos no dejan
de zambullirse sobre el Pacfico. Los lagartos contorsionan sus escamas en pequeos pasos indiferentes hacia esos grandes insectos alados. Familias de monos pequeos sobre el follaje de la selva continan
con sus desplazamientos el sonido del agua, como si en nuestros odos
persistiera una llovizna interminable. En estos das por las calles de San
Jos, aport Bernardo, marcha el Sindicato de Educadores festejando
su aniversario, con el desplegar de sus Escuelas, andando sus bandas
por centros y plazas, haciendo sonar sus repiques con un orden que se
pierde, vas a ver, llegando ya a los alrededores del mercado. Monteverde, coment Uri, se encuentra a unos 1500 mts de altura, la lluvia prefiere las tardes y yo las maanas para observar su fauna de perezosos y
pixotes, su criadero de mariposas, las variedades de colibres con sus
blasones de animal solar tan bien ganados. Tres horas de caminata por
el Parque te posibilitarn amar las bromelias y localizar en un descuido
de silbidos al recndito Quetzal. El contrapunto sonoro advirti Mirella,
estara dado si te atreves, por las enigmticas erupciones del Volcn
Arenal, abriendo la tormenta con sus brillos y relmpagos. El contrapunto visual te lo dar Cahuita en sus playas, en sus arrecifes, hasta en
el carnaval de Limn, exprimido con msica Reggae, dijo Javier en sus
grandes dientes blancos. El Tortuguero result ser una desavenencia
con las anheladas arribadas de estacin. Pero la estrella fugaz entre
Escorpio y Orin esplndidos recostados sobre la noche, justific la
bsqueda de las huellas madres por la arena. A esa altura, ya haba
vivido todos los datos brindados en aquella mesa de principio de mes.
Ahora, navegar por los canales con sus caimanes y plantas acuticas
en flor se haba convertido en un marco inolvidable para lo que sucedi. Te digo que una cosa es verlas pasar, un cruce de presencias. Un
instante de comunin. Pero otra distinta es volar su vuelo. Ocurri que
al costado de la lancha, a unos metros de nosotros y del agua, una
bandada de garzas blancas descendi y tomo nuestro paso y nuestro
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tiempo. Nos combinamos en una maravillosa paralela. La crebamos


observndonos mutuamente. Sin adelantarse sobre el aire ntimo, la
pausa milimtrica, no tuve ms que ajustar los auriculares con msica
de mi adolescencia y reacomodarme para extender el deleite, disfrutar,
estudiar el juego doble de la imagen, aire delicado corrigiendo las resistencias de las plumas, iris dilatados entre las sombras de las ramas,
presencias tolerando presencias, el as, conciente inconciente realidad
oscuridad msica de uno fundindose, el despojo, la propia fealdad
con la afectividad, la espiritualidad y la contemplacin, lo innombrable,
la salvacin con el vaco, la honda contradiccin en la cual siempre nos
debatimos, las aperturas hacia la totalidad alejando lo que ya no es til,
residuos de lo que cada uno ha dejado en su camino. En ese contexto,
la escena vive en un eterno presente, aunque algo de mi haya roto el
encanto, abierto la mano, hundido los dedos en la noche, virado levemente la incidencia de las alas sobre el viento.

Recuerdo esa noche de mis diez aos, practicar junto a mi madre la


esperada leccin sobre la Gran Muralla. La Escuela Repblica del Per
recibira mis nervios por la maana, que se continuaran por el aula de
quinto grado, hasta pasar al frente. El sabor de la buena nota recibida
an hoy se entremezcla con el aroma del mate cocido del primer recreo. A los veintinueve aos, este recuerdo estaba todava alojado en
la amnesia de mi cuerpo. Bajo algunas fibras musculares, oculto en
glndulas o en las articulaciones mas dormidas de mi espalda. Indiferente a aquella ancdota lejana, habiendo dejado atrs la apasionante
ciudad de Beijing, trepaba ya una de las torres no reconstruidas del
interminable muro. En el fro, las puntas de mis dedos buscaban quitar
la tierra que rellenaba los huecos utilizados para escalar. Se podan ver
algunos lagos verdes de Mongolia del otro lado. Me sent. Saqu del
morral una naranja. La espiral de su cscara se cort al llegar al suelo
y comenc a leer una nota de Borges sobre el Emperador Shih Huang
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Ti, aquel que ordenara su construccin y asimismo, la quema de todos


los libros que lo precedan. Borges entrevi en la edificacin descomunal y en el incendio del pasado las pautas mgicas de un hombre que
buscaba la inmortalidad, construyendo y destruyendo las seales del
espacio y del tiempo. Yo poda corroborarlo en ese mismo momento.
Un aliento reverencial de miles y miles de aos se filtraba por los restos
de las almenas. Con manos pegajosas cerr el libro. El sol resplandeca
la serpentina de la fruta. Levant plana la mirada. Todos mis compaeros rean, empujaban las puertas que conducan al patio y corran con
sus delantales desabrochados.

Dicen que el plano de Tiahuanaco fue trazado respetando la forma


de la Cruz Andina. Los niveles del Cosmos en sus tres escalones. El
mundo de arriba, con el sol, la luna, el rayo, las estrellas, el arco iris, el
Inca; el mundo de aqu, donde conviven el hombre, los animales, la tierra, el agua, las plantas, los espritus; y el mundo de adentro, habitado
por el origen, el germen, el cadver, las momias, los seres que estn
naciendo. Una pirmide de tres escalones, reflejada en la calma del
lago sagrado tal vez haya sido la imagen inspiradora de su surgimiento,
por la belleza, por la simetra, o simplemente por mandato divino de
Viracocha. Desde su centro, como rayos pasando por los vrtices hacia
el NO, se encuentran misteriosamente alineadas la Isla del Sol del lago
Titicaca, Cuzco fundada por el hundimiento de un bastn de oro, el yacimiento arqueolgico de Chavn, con sus clavas de piedra, su Lanzn,
sus acueductos, la capital Chim de Chan Chan, con el resistente adobe de su ciudadela. En otra diagonal las enigmticas Lneas de Nazca y
Paracas con sus exquisitos tejidos. En direccin al SE llegamos al Cerro
Rico de Potos.
Como astros unidos por lneas mortales, podra continuar uniendo
los hallazgos culturales de este hemisferio, hallando correspondencias
y sentidos a lo que ya lo tiene de por s, por su impronta sobre la faz de
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la tierra, por sus enseanzas y sugerencias, constelaciones al ras que


el cielo copia, con una forma que no puedo descubrir desde aqu. Yo
he visto en paralelos cercanos al Ecuador, en lneas que unen latitudes
similares, los mismos colores vistosos en las ropas, las preferencias
picantes del paladar, los mismos dioses de la foresta con sus rituales,
la medicina de las plantas, la sangre vivificante, inclusive similitudes en
las formas con que las mujeres llevan a sus hijos, los mismos juegos
que nos forman como hombres.
Djenme contarles ahora, tardamente, un trazado espiritual, una lnea
directa de interseccin, de localizacin, surgida desde Buenos Aires.
Vilcabamba, en Ecuador, atesora el secreto de la longevidad. Fue
precisamente en esa tierra donde un llamado telefnico nos comunica
a mi hermano Juan y a m, la muerte de mi Ta Abuela, haca unos cuantos das atrs. La mente es impredecible cuando se encuentra con la
muerte. Al dolor y al entristecimiento compartido en el abrazo le sigui
una cuenta rigurosa, descendente, buscando coincidir la fecha del fallecimiento con el lugar exacto donde nos hallbamos en ese momento.
Mi ta hizo del Corte y la Confeccin un arte. Como no poda ser de otra
manera, nosotros nos encontrbamos en una playa inmensa sobre el
Pacfico Peruano llamada Malabrigo. Fue en ese momento que entendimos la intensidad vivida en aquel atardecer. El ocano corra sus olas
en una cancha casi paralela a la costa. El horizonte resisti un poco
ms de lo habitual el hundimiento del sol, y lo oblig a enfurecerse de
naranjas, rosas, fucsias y amarillos, en los volmenes de las nubes. Nosotros de parabienes con el espectculo, llevndonos a la boca camarones recin sacados del mar, untados con salsa, viendo adems como
la arena seca, clara, liviana, se deslizaba sobre la arena hmeda, oscura, pesada, sobrevolndola con las infinitas manos alumnas del viento,
creando en los contrastes imgenes extensas y desaparecindolas una
y otra vez, finas telas ondeando desde las dunas hasta el mar, diseos
nicos e irrepetibles, efmeros como las formas inesperadas del fuego.
Cuando el sol, finalmente se hundi, fueron las fosforescencias espontneas sobre la arena las que continuaron la maravilla, destellos del
color verde refulgente de los ojos del puma bajo los pies de Esther que
nos dejaba su amor, en el mismo momento de su muerte.

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Darjeeling dice ms que su danza y su msica, que el fulgor de sus


rayos, que la sonrisa de su gente, que el peso de sus noches, que sus
exquisitas plantaciones de t, que sus tigres apresados, que los perfiles
de sus montaas, que el musgo chorreante de las ramas. Aqu aprend
que la niebla es mucho ms que un fenmeno atmosfrico, es un inesperado espacio de transicin, un puente colgante de finsimas gotas
de tiempo, un tnel de luz difusa, de pasos lentos para descubrir, de
mirada profunda para desentraar.
Abrir la puerta y la ventana de mi habitacin era darle paso libre al
aliento bajo de los Himalaya. La visibilidad variaba de metros a decenas
de metros conforme las horas del da. De todos modos pude entrever
templos y banderas rectangulares, con sus flecos y colores, los rosarios tibetanos llamados Malas resbalando de los dedos de sus fieles,
los cubiletes de madera encabritados por el aire para echar su suerte
en extraos dados sobre almohadones circulares de cuero, hombres
contando con caracoles, cerveza de arroz.
Darjeeling tiene adems un mirador, a cuatro o cinco horas de caminata, llamado Tiger Hill, desde donde se puede observar la silueta del
Monte Everest. Todo el esfuerzo de mi visita a este paraje tena como
objetivo, poder verlo una vez. El clima estaba en mi contra. En vano
esper hasta el ltimo da de mi estada para probar ese trekking ascendente, pero el sol no quiso favorecerme. Con lluvia y todo inici la ascensin. Tal vez buda poda regalarme un minuto de claridad para lograr
mi meta. En el pueblo me haba provisto de agua y de dos fotos. Una
capturaba los picos ms importantes, con sus nombres. Quera estar
seguro de identificar perfectamente a la montaa ms alta del mundo,
ya que la distancia desde el mirador poda engaar con su perspectiva.
De hecho la cima del Makalu era la mas alta por su cercana a la India,
detrs y un poco mas a la izquierda se lo poda ver en la imagen, marcando sus 8.848 mts de altura. Pero yo quera sentirlo vivo. La otra foto
corresponda a la cara de una anciana tibetana, protegindose del sol,
me impresion tanto que termin por dibujarla como un acto instintivo y
sin ningn conocimiento tcnico, muchos meses despus.
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A dos horas de haber iniciado el sendero sin marcacin alguna, o


algunas al principio en Snscrito, que para el caso es lo mismo, de las
pequeas gotitas atrapadas de los brazos de la neblina, pasamos a
una lluvia monznica que bajaba a los costados de mis pies, arroyos
de lodo rojizo. Las botas fueron impermeables solo media hora ms.
Imagin una avalancha arrastrndome ladera abajo. El cansancio, el
fro, la falta de aire, y un repentino olor a humo, me hicieron detener y
descubrir a mi derecha, una picada horizontal, del ancho de los hombros. La tom. Saba que me desviaba de mi posibilidad de verlo, pero
ese olor se convirti instantneamente en una metfora del regreso. A
los pocos minutos recuper el paso y aceler el ritmo. Mas adelante, en
el medio del bosque, cuatro monjes practicaban el ritual de la oracin,
bajo el abrigo de un modesto techo sostenido por pilares. La necesidad
de resguardarme del agua acort los plazos de la cortesa. Ellos no
se inmutaron con mi presencia y continuaron con su lectura, con sus
ofrendas de granos al fuego, con los sonidos montonos de pequeas
campanas y centrfugos Damarus. Slo cuando recuper la temperatura y comenc a mirar en detalle advert con asombro, desde el mas
reverencial de los respetos, en ese espacio perdido entre bosques de
brumas, intemporal en voluntades y conciencias, que a un costado de
donde humeaba t con leche y manteca de yac, se hallaban cinco tazas listas, aguardando sobre una pequea repisa de madera. Todava
me pregunto, si es verdad que esa tarde el Everest me fue negado.

En una calle de Paran, prxima al Parque Urquiza, la ciudad festejaba el Da de la Integracin, haciendo sonar un semicrculo de vientos,
bronces y cuerdas muy bien trabajadas. Entre Ros se abra al festejo.
La solemnidad daba paso a la emocin y recoga los bravos de la
multitud, entre las que se encontraban identificadas, algunas Escuelas
Especiales. De espaldas, el impecable uniforme del Director se desarticulaba siguiendo la esgrima de la batuta. Una tras otra fueron pasando
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las obras, pero en medio de los delantales, un alumno gigante no paraba de balancearse, apretar sus manos, cerrar sus ojos sobre las notas
musicales, de sonrer. En un momento intransferible, cuando los chelos
rozaron el alma de Bach, nada lo detuvo, rompi fila, avanz hacia el
Director y se coloc por detrs con la mirada fija en la varita. Despus
todo fue regocijo. La mirada de los msicos reflej lo que suceda. El Director sali del trance, gir la cabeza, y con la batuta viva en las alturas
dio un paso al costado. De inmediato el gigante la alcanz, tom la escena y la potenci a niveles inimaginables. Los msicos continuaron imperturbables hasta terminar la partitura. El nuevo Director se reorden
ahora en otros movimientos, ms suaves, se relaj, y se dedic a dirigir
hasta capturar con una flexin de su tronco, la profundidad del silencio.

Abrazos inseparables tambin se pueden observar en los Saltos


del Mocon, aunque slo puedan ser vistos en un preciso momento
del ao, en que las lluvias dejan de insistir y el nivel del Ro Uruguay
desciende lo suficiente sobre los lmites Misioneros. Yo desconoca el
dato. Slo tena en mi memoria las palabras de mi padre nombrndolos alguna vez y una ntima vocacin de encontrarlos. Y as fue como
iniciamos el trayecto desde el Soberbio, en colectivo, por secaderos de
hojas de tabaco, de citronela, en camiones madereros, y nos internamos despus de una maana de marcha, en el ltimo tramo de selva,
con mi compaera, sin previsiones ni clculos de algn tipo, a pie, entre
coloridas mariposas saciando su dulzor sobre nuestra piel. Un caracol
blanco, con la textura de una cala, delicadamente retorcida, zurcida
por un fino labio rosa fue una secreta seal. Yo conoca la especie por
las incursiones de nio a la pieza de mi hermano Luis. Fue por l, con
sus enciclopedias, con sus objetos colgados en las paredes, con su
coleccin de piedras y caracoles que aprend a amar a la naturaleza.
Para mi ese primer hallazgo fue un augurio de xito. Ocho Km. pueden
ser desconcertantes cuando se bifurcan a cada rato, se sumen en la
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penumbra de los rboles, se abren en los primeros e inesperados rozados de cultivo, en el calor sofocante, en el aullido prensil de los monos. La estrella que nos guiaba, titilaba sobre un afluente que debamos
tener siempre sobre nuestro odo derecho. Ese consejo fue suficiente
para llegar al atardecer al puesto de Gendarmera. All dormimos. Nos
aseguraron de nuestra suerte por llegar en esta poca de bajante, por
llegar sin habernos cruzado con ningn yaguaret, ni ninguna serpiente
venenosa. Los Guarda Faunas estaban del otro lado del afluente mesas, ellos nos podran guiar a partir de ahora. Y as fue como al otro da
caminamos sobre las rocas emergidas de los saltos. Ellos corran sus 2
Km. a lo largo del ro, desnivelndolo de costado, volcando sus aguas
en forma paralela al curso, condimento esencial que los hace nicos,
tal vez en el mundo. Un fsil viviente incompleto, a medio desperezar,
elevando su lomo, esforzndose por desenterrarse definitivamente, con
el agua deslizndose por las espinas romas de sus vrtebras.

Lo que es tragado en un punto es emergido en otro. Cmo explicar


sino la inmensa extensin de lagunas de los Esteros Correntinos. Aisladas de afluentes. Bendecidas con la diversidad explosiva de sus especies. Curiyes que detienen transportes por ms de diez minutos hasta
cruzar el camino. Nubes de pjaros enjambres de insectos. Liblulas
predadoras en manos de roedores en el hocico del Aguara-Guaz. La
corzuela y el venado en la ausencia de los grandes felinos pero en la
siempre temida presencia de los hombres. Hombres del Ibera, calabaza y maicena para el Quibebe, embalsados a la deriva sobre sus islas
flotantes, componiendo los diferentes planos para cada atardecer. Aqu
el agua brilla an en las noches sin luna, a travs de los ojos noctmbulos que acechan, brasas pares, hipnticas, que slo apaga el xtasis
capturado en las presas. En los estertores de esas muertes siento los
aleteos mismos de la vida. Bigu desparecido en las fauces del yacar.
Todo lo que nos rodea, a m compaera y a m, es un ofrecimiento. No24

sotros tambin lo somos. El uno del otro. Lo vemos, nos tomamos. Yo a


ella. Ella a m. Pezuas empujando la tierra hacia atrs. Flores de irup
abriendo sus fragancias. Nos bebemos, nos brindamos, en la conciliacin tal vez ms egosta de los espritus, mientras el pecho de la niebla
se recuesta y acomoda sobre el pecho del agua dormida. Todo termina
siendo de alguna manera, una ofrenda de amor. Aqu en los Esteros del
Ibera, el amor ronda secretas recompensas.

Al Muro de los Lamentos lo une una argamasa de palabras dejadas


delicadamente en sus hendijas, mensajes fundindose en otros mensajes han suplantado el cemento original de sus bloques por letras de
todos los idiomas del mundo. Labios sobre el fro de la piedra bastarn para susurrarle al cielo en un lenguaje inmediatamente universal,
aunque algunos prefieran la insistencia de gestos desmedidos, badajos
de las almas sobre la roca custodiada y circulante. En la provincia de
Lampang, en el Norte de Tailandia, un mono, algn ave, tal vez algn
murcilago, ha depositado sobre una medianera de ladrillos rojos la
semilla del ficus sagrado. Hoy las races columnares de esta higuera,
que pueden extender el follaje por ms de 12.000 mts a la redonda,
se contentan con bajar como cabellera por la pared hasta alcanzar la
tierra. En su camino han capturado una cabeza en piedra de Buda.
La rodean delicadamente, sin asfixiarla, como acariciando sus mejillas,
resaltando su fisonoma, respetando inclusive esa sonrisa interna. Ya
no necesitan expandirse ms. Los elefantes gustan de sus hojas. Los
monjes le rinden ofrendas y reparan el techo del templo ms cercano
con tejas nuevas. Colaborar con una teja, por un precio donado, es
tan simblico como tan espiritual el mensaje que puedas escribirle a
tu Dios o a lo que creas, sobre el barro cocido. Un techo a dos aguas,
un techo de mensajes escritos en su interior, es como un libro abierto,
boca abajo, listo para continuar su lectura cuando el clima, el ocio, el
estudio, o el corazn lo amerite.
25

De todas las superficies sensibles a la escritura, el agua, el fuego y la


flor se combinan en los cuencos de las manos y recogen las plegarias.
Las graban en la fidelidad de saberse elementos vivos, capaces de
escuchar y llevar lo dicho para ser repetido en los odos que correspondan. Aqu la impronta es de la voz sobre las membranas de los ptalos
y del fuego, y es el agua quien transporta la mirada hasta que desaparece. Desde la orilla, es el Ganga quien surge.
A veces ni siquiera son palabras. Roces en la costumbre de los das,
de los aos, de los siglos. Fijar la atencin en un punto y deslizar los dedos o apoyar la textura hmeda de los labios indica devocin y presencia. Ejemplo de esta comunin tan increble lo es el pie izquierdo de San
Pedro bendiciendo, en la Baslica Romana. All, el contacto milenario de
la piel sobre el espritu del metal ha deformado el bronce, desapareciendo el empeine, contradiciendo a la fsica y a sus altas temperaturas
de fundicin. No menos conmovedor es hallar en las devoradoras selvas de Asia, la escultura de un magnfico elefante en bronce, percudido
por la tierra, erosionado por el agua y las plantas, oscurecido por los
vientos y los animales, pero que precisamente en su frente, entre sus
ojos, reluce de un pulido nico del tamao de la yema de un dedo, vital,
especular, profundo, iluminado, encendido por el contacto preciso y
continuo de sus fieles.
Si de pasos se trata, de pasos contemplativos, multitudinarios, suaves, en crculo, elegimos hacerlo alrededor de la Roca desde donde
Mohamed ascendi a los cielos y que los musulmanes protegen con
una bella Mesquita, con cpula de oro, con vitrales, con arcadas y columnas, con alfombras del pas rabe de ocasin. Pero es el Taj Mahal
quien se lleva toda la inspiracin, la esttica, la delicadeza, de una arquitectura destinada a superarse a si misma por la prohibicin de imgenes, slo formas, mrmol blanco, inscripciones negras y una apasionada historia de amor sostenindolo.

26

10

Ral siempre crey en el hombre y le dola cualquier abuso, sobre todo


hacia aquel que no poda defenderse. Yo lo he visto colocar sus billetes
en los bolsillos del saco colgado de su padre y pelearse con el ms guapo del colegio cuando humillaba a un compaero. Ral tiene adoracin
por los juegos con pelota, y gusta formar fila con los dbiles y amigos.
Estudi por que haba que hacerlo, tratando de combinar aquellas cosas.
Encontr en la discapacidad y en el movimiento un reto reconfortante,
y en el desamor y en la muerte de su padre el verdadero significado del
verbo viajar. Ahora se encuentra en Hong Kong. Hace fro. En el umbral
un viejo se apretuja a s mismo, acostado, sucio, en musculosa. Ral est
listo para su viaje a Bangkok, al calor, al olor de los collares de flores
blancas, pequeas, imperturbables sobre los cuellos hmedos. A la escultura de Buda que recordara toda su vida, meditando, aquella que el
agua maquilla en Ayutthaya, bellamente estilizada, con el rimel negro del
cielo cayendo simtrico bajo sus ojos. A las flores de Loto en los jarrones
anchos con peces pequeos. A las proas de los barcos con tiras de colores, las mismas que atan los troncos de los rboles sagrados. Al puente
sobre el Ro Kuait, en la frontera Norte y al silbido de esa cancin tan afn
a sus padres y a la pelcula. En el Distrito Federal de Mxico, un mes atrs,
haba conseguido a ltimo momento el abrigo que lo protegera de las
temperaturas heladas de China. Una campera militar de mujer que le quedaba chica. Ese fue el corolario de un reencuentro con Muriel, una amiga
de la infancia, de aquellos juegos, que le regal adems la oracin hebrea
Yehi-Ratson, grabada en una pequea placa de metal rectangular, que los
incultos dedos rozan y rezan la proteccin para el viajero. Su derrotero lo
llevo del calor centroamericano a los lagos congelados de oriente y ahora
lo entusiasmaba definitivamente el calor de Tailandia. Cheque su vuelo.
Confirm la hora. Cubri con su campera al viejo que intentaba dormirse
y se fue caminando hasta el aeropuerto. Los dos durmieron plcidamente
esa noche.

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11

En el siglo 18, Francisco Jimnez encontr el Popol-Vuh en el convento. Est hecho con la pulpa de un rbol de la selva Guatemalteca
y cubierto por un delicado bao de cal. Sus compaeros de armas y
fe (y tal vez el hallazgo y su traduccin logr redimir a aquel hombre)
supieron siempre que no slo deban romper los cuerpos de quienes
conquistaban, sino sobre todo, desmembrar a fuego sus creencias,
pero este cdice milagrosamente sobrevivi. El original se encuentra
en otro pas, como ya es costumbre de las potencias, y una de sus
cuatro copias aqu en su tierra de origen. De calendarios, cosmogona
y premoniciones cuentan sus escritos. Los glifos que haba visto en las
ruinas de Tikal, delicadamente esculpidos en piedra, se hallaban ah,
en el plano, conservando sus colores, diciendo en nmeros y poesa
su visin del mundo. Ya como objeto era bello, con una textura rstica,
escrito de ambos lados, plegado sobre s. Poda tocarlo detrs de la
vitrina del museo, ubicado en la Ciudad de Guatemala.
Chichicastenango, en cambio, es famoso por su esplndido mercado. Su iglesia, Santo Toms, cristiana en apariencia, rene hoy en da
a los hijos sobrevivientes de aquellos sobrevivientes. Resistieron por la
solidez de su cultura y porque su naturaleza les ofrece los resquicios
donde templar sus sueos y alimentar a sus dioses. En este particular
convento fue hallado y traducido el Popol-Vuh. El piso de la iglesia toda
se encuentra cubierto del verde perenne de las hojas de los pinos, Shek
Chej en idioma Quich. A mitad de la nave central, y remarco antes
del altar, una plataforma de madera ofrece sostn a las velas, cientos
de ellas se renuevan all y en los costados con la llegada de la gente.
Algunos susurran, se arrodillan, se desplazan golpendose la espalda
con una rama. El olor a incienso, el murmullo secular, el ruido particular
de las flamas dicen de a poco, que todo ir volviendo a su lugar. Los
objetos lo saben. Las ruinas del templo Maya desde donde se construy este edificio tambin. Hay alegra en las telas blancas colgadas en
los techos, en las serpentinas, en la campana de papel colgada en el
centro, en las flores amarillas ofrecidas. Sobre las paredes, los grandes
cuadros con motivos espaoles van desapareciendo por el incesante
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holln de las llamas. Silenciosa, sutil, inexorablemente se van tiznando


completamente de negro. Ahora es la Institucin Iglesia la que intenta
perdurar aceptando un sincretismo que la va diluyendo de a poco. Las
personas que se casaron ayer, lo hicieron despus de festejar su ritual
de Pascual Abaj en la foresta. Abaj, Dios Maya de la tierra, ni siquiera
escucha su nombre de pila, y acepta gustoso beber la sangre del pollo
sacrificado por los Chamanes.

12

En los pasos abisales de las Yungas Bolivianas, la slida cada del


agua mordiendo el borde externo del camino, desaparecindolo lentamente, forma un tnel transparente sobre el precipicio, un tnel equilibrista, por el que pasan o se desbarrancan los camiones elegidos. Para
el nuestro fue un derrumbe de piedras pesadas y blandas golpeando
contra el techo, dejndonos pasar. Tal vez estas selvas de altura, continuas en Per y Brasil, sean las ltimas vrgenes del planeta. Vivenciarlas
era el objetivo de un recorrido que se iniciaba en Sorata, en una gruta
llamada San Pedro, un socavn descendente, ancho, continuo de 200
mts, donde el techo se sumerge al final en una laguna. El guano de los
murcilagos sostiene a una fauna acostumbrada como ellos a no ver.
Exploradores han buceado esas aguas y dicen haber salido a otro tramo de la gruta, de similares dimensiones, que vuelve a cerrarse en otra
laguna. Y hasta descubrieron una tercera tambin. Una bella mano de
piedra fue hallada en el segundo lecho lodoso. Desde all, una camioneta nos condujo por altas horas de la noche, hasta que un derrumbe nos
impidi continuar. Unos Km. por la selva nos separaba de un pequeo
pueblo llamado Sorata Limitada. Elegimos la opcin de continuar a pie
por la picada. La lluvia hizo que nos cubriramos las mochilas con hojas
amplias y el cansancio y la poca luz de la linterna, que improvisramos
un campamento en la oscuridad. Llegamos a media maana, a salvo.
Un bar nos ofreci algo de comer y alguna que otra historia. Si ven
fuego en la foresta, nos deca un minero doblado en su vaso, claven
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rpido su cuchillo en el lugar y regresen al otro da a buscarlo, hallarn


un tesoro debajo. Luego avanz en nuestro silencio y explic: cuando
nos enteramos del requerimiento de Pizarro para salvar a Atahualpa,
de los confines del imperio partieron caravanas llevando el rescate. El
asesinato obligo a esconder las vasijas con oro donde la noticia nos
interceptara. En nuestra pobreza, continuamos e hicimos noche en
Mapiri, all debimos dormir con mosquitero y un repelente que aconsejaba evitar fumar cuando lo untaras en tu piel. La travesa en una canoa
alargada nos convid con grillos azules y mariposas fosforescentes.
Cerca, muy cerca, los delfines rosados desaparecan. En los afluentes
que bajaban de las laderas, buscadores de oro, moviendo sus cribas
circulares encantaban el lugar. Llegamos a Guanay, un puente de ms
de 10 mts, la cerveza y el calor motivaron una competencia de saltos.
Despus Caranavi nos puso a prueba con la confeccin de algunas
artesanas que jams venderamos y San Borja nos introdujo, no tanto
en su fantstica reserva de Beni como s en las ancdotas de Jos, un
chofer de camiones que construa caminos en parajes inexpugnables.
All las historias narradas de los encuentros con los tigres que robaban
personas de los campamentos, que quitaban seres de los vehculos
con las zarpas o de aquel capataz que qued al borde de la locura
cuando se cruz con uno en un abrevadero y alcanz a dispararle dejndolo ciego y mas enfurecido. Todava hoy, aseguran que el trueno es
producto de su pisada.

13

De la exhuberancia humana de Bombay, de su trnsito convulsionado, de sus cuervos de cuello gris, sus frutos y verduras fritas, de la
indescriptible mirada de su gente, de su ruido caluroso, del extremo
de la soga vivo para encender los cigarros que venden los quioscos
tomo el tren hacia la provincia de Rajasthan. Son las seis de la tarde.
Regresar a esta ciudad en cuarenta das. Dejo en mi memoria como
fondo, la Puerta de Bombay, al pie del mar Arbigo con los chicos
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zambullndose felices. La noche fue tranquila y fresca. Desde el estribo


del vagn, el paisaje es un monte llano, seco, con arbustos espinosos.
De repente un riacho con bfalos refrescndose. El aire es extremadamente seco. En las sombras las cabras y los pastores. En el sol los
camellos. Algunos tiran de carros y al correr, el labio inferior sube y baja
sin voluntad. Algunas mujeres tienen sus pestaas. El aire asfixia pjaros pequeos pero nutre el vuelo espiralado de los buitres. Cada tanto aparecen elevaciones con fortalezas construidas por los Rajputs, la
raza guerrera que pereci defendiendo su tierra del irremediable avance
Mogol. Jaipur, la Ciudad Rosa, fue mi segunda parada en esta tierra
India. En su mercado las cabras estaban adornadas con lazos y guirnaldas. Las trompas despintadas de los elefantes se ofrecan mansas al
pincel restaurador de su mahout. Los carteles en Snscrito. Las vacas,
inimputables, cruzndose por todos lados. La ciudad resplandece al
atardecer y oscurece el rosa. Existe un depsito de agua que con la
furia de un slo Monzn asegura agua para tres aos. La cultura musulmana potenci la regin con sus sistemas de riego, con la belleza de
su arquitectura, con sus observatorios y sus instrumentos de medicin
orientados con la Estrella Polar, pero es de los Rajputs la conquista del
cielo. En una habitacin del Fuerte mbar, han confeccionado el interior
del techo con pedacitos de vidrio ubicados de manera tal que al oscurecerla y encender una vela, pudieran controlar a voluntad, la presencia
de un cielo estrellado y titilante.

14

Saban en su piel Totonaca que el ritual haba servido para ayudar a


su gente. Alguna vez rompieron el maleficio en plena sequa y sintieron, cuando soltaban sus manos del bastidor giratorio y se dejaban
caer de espaldas al vaco, la bendicin de la lluvia en las caras. En
la precisin del gesto compartido con la naturaleza se adivinaron las
mutuas sonrisas. Cuatro hombres pjaros caan. El caporal haba andado mucho el monte para encontrar el rbol perfecto, recto, de ms
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de treinta metros de altura. En la base hizo las ofrendas y danz con


su flauta y su tamboril, que cuelga de la pulsera de su mueca. Ahora
se encuentra en lo alto, sobre una pequea plataforma que apenas los
sostiene. Reverencia los cuatro puntos cardinales, la comunin vertical
del inframundo con el cielo, ora secretamente de fertilidades con su
Dios y le agradece su disponibilidad casi inmediata. Se sienta. Retoma
la msica. Ya el olor caracterstico, ese que precede a la lluvia, se diluye
en gotas que recorren los botines de piel, los flecos dorados, los adornos de chaquira, los pantalones rojos, el revs del faldn, el amarre de
la soga a la cintura, las casacas blancas, las alas con adornos de flores
y plantas, los gorros con los penachos, los listones del arco iris libres
de los hombres que giran de cabeza hacia la tierra. Los crculos de la
espiral, trece en total, se abren conforme se desenrolla la cuerda desde
las alturas. A partir de la sexta vuelta, los brazos estn relajados y el aire
les trae el rumor y el aroma a vainilla que perfuma a su gente. Cincuenta
y dos aos completa el ciclo de su calendario. Nace un nuevo sol y la
vida contina. Los cuatro jvenes valientes representan el cosmos. Los
voladores de Papantla lo afirman. Cuatro veces trece. Lo aseguran y
testifican en la plaza.

15

Los mercados callejeros siguen siendo unos de mis lugares preferidos. En el lugar del planeta donde se levanten sus aromas y especias,
ese culto de la saciedad, el recibir, el lugar de la ventaja ntima en el
corazn o en el bolsillo, los idiomas de las seas y los gestos, la gracia de la gente, la esencia del lugar, el asombro, la frescura, la trampa
en los labios, las curvaturas en los cuerpos, los colores, el humo, los
anhelos que se dejan para otra ocasin, reductos de la cultura visceral
y apasionada de los pueblos. A veces, la bsqueda de una resolucin
vital y primitiva, como el beber, como alcanzar una sombra, como encontrar una bocanada de aire fresco nos lleva a urdir en la urgencia y
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avanzar por los espacios delicados de los bordes y los lmites. En Delhi,
la gente mueve la cabeza hacia un costado para asentir o dulcificar la
conversacin. El t lo venden en pequeas vasijas de arcilla que luego
descartan. La cuenta, en los lugares de comida, la traen sobre un platito
con semillas. Naan es el nombre de un pan suave y delicioso. Tengo
dos en mi morral. El calor agobia. El trnsito, las bocinas, el descuido,
el humo agobia. La mezquita rodeada de sus cuatro minaretes promete
un respiro. Al entrar, me ofrecen una manta para cubrir mis piernas. Con
falda y descalzo, ingreso. El recinto mantena la belleza de la arquitectura Mogol que yo ya conoca, pero ahora me interesaba ms el silencioso
fulgor de sus vitrales. Record las cuatro torres e imagin el aire fresco
de sus alturas. Fui por ellas. Nadie me impidi empujar la puerta mal
cerrada. Ajust mi falda y d el primer paso en la espiral oscura de la
escalera. La construccin era densa, no como el interior transparente
de los faros que conoca. Unos pequeos cubos de luz, cada tanto, dejaban ver lo que pisaba. Cuando uno pisa descalzo en la oscuridad, los
ruidos se nutren de aguijones y de dientes. La mente comienza a jugar
con las propias flaquezas. Los rayos de luz, cada tanto, muy cada tanto,
se ofrecan a mis pies como las seguras arenas de una playa. En la baslica de San Marcos, el sol se llena del aroma del Adritico y al atravesar
las hendiduras de sus cpulas cambia direcciones y trayectorias, como
si estuvieran interrumpidas por espejos. Aqu pasaba lo mismo. Los rayos ingresaban geomtricos sobre los bloques, sorprendiendo con sus
ngulos. En un prolongado tramo de oscuridad, record aquel ser que
renace con cada visitante que encara una recndita escalera y se va
desarrollando desde la invisibilidad absoluta, y se va corporizando con
cada escaln ascendido. A centmetros de tu espalda intenta completar
su forma, la textura de su piel, la compasin de sus garras, la soledad
de su mirada. Su aliento y su voz se sienten al llegar a los ltimos escalones, y termina de completarse con la pureza del corazn humano.
Dicen que slo una vez logr hacerlo y grit su forma, y fueron llevados
por la luz. Me pregunto que clase de Dios pudo condenar a esa criatura
a un hallazgo tan inhumano. Das y noches, aos, siglos habr rodado
hacia abajo, malformado, ignorado, intentando comunicar antes que
matar y preguntarte cmo es o cmo va siendo. Lo que hubiera dado
por un bronce pulido u otro tipo de reflejo. Slo cuando aprendi lo
que necesitaba saber, el mismo Dios que lo conden se transform en
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hombre para liberarlo. Tal vez sta sea la temida y encantada escalera.
Pero nada toca mi mano girando de improvisto en el vaco, y adems,
ntimamente, de existir todava, s que nunca terminar de formarse.
El ltimo escaln me regala a Delhi desde las alturas. Las casas bajas
son amarillas y celestes. Los toldos cubren los puestos ramificados del
mercado. Parto el pan. Recibo el aire como una bendicin. Los aguiluchos planean cerca, pareciera no importarles nada.

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En Shimla, los monos andan los tejados como los gatos de mi infancia. Son ms atrevidos, pero prefieren la luna creciente de los Himalayas
para dormir. Hacia el fondo, las crestas de las montaas se van escalonando paralelas, perdiendo nitidez, hasta cerrar un horizonte desordenado. Doce horas en esa direccin, me alejaron de la influencia inglesa
en las casas y en la ropa de los escolares. Los chicos de este pueblo
ms pequeo visten la fuerte casaca tibetana y la larga tnica india.
Cascadas finas y largas se desploman de las laderas. Al ras del valle hay
pastizales altos y suaves. Suena el ruido del agua junto a los oficios de
la madera. Al atardecer hay malabares y contorsionistas. Unos caballos
pequeos de crines largas se paran de manos y se muerden los cuellos. Algunos ofrecen mbar en un susurro antes de desaparecer. Otros
veneran un rbol tachonado de tridentes, cuernos de cabras, cuchillos
y telas de colores. Ahora la luna amanece llena y anuncia celebracin.
Una ronda de viejos re mientras comparte una larga pipa de piedra. Fue
tan irresistible la alegra que me permitieron sentarme. El humo complet varias veces el crculo. Todos lucan aros en ambas orejas, de una
aleacin extraa, de una esttica diferente. Mi compaero de seas me
permiti acercarme para verlo y al instante me lo obsequi. Llevo su aro
desde entonces y su rostro en mi memoria, plagado de pliegues an
despus de su sonrisa. Las mujeres acarrean en sus espaldas lea de
pino. El arroz, la cebolla, la manteca de ghee, el ajo, las lentejas rojas,
el jengibre, la crcuma molida, la menta fresca picada, la pureza de las
34

especias en el garam masala preparan el sabor del Dhal, cocidos en una


cacerola apoyada sobre una columna hueca de tierra quemada. Picos
nevados. Puentes rotos por glaciares. Se encienden las velas. Suenan
las campanas en los templos. Se quema incienso. Se abanica a los Dioses. Los msicos soplan sus flautas en forma de ese de ms de metro
y medio. Mi corazn de a poco toma el ritmo de los tambores. Estamos
muy cerca del cielo.

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Los diminutos crustceos de la laguna colorada tonifican el agua y


encienden las plumas de los flamencos que se alimentan. Desde la aldea de San Juan, la noche se tolera en sus grados bajo cero. La estufa
temprana se reaviva con yareta y el desayuno caliente enfrenta la maana. Todava quedan flamencos atrapados por los grilletes del agua
congelada y esperan que el milagro del sol se adelante a los predadores. Fuerzas inimaginables han levantado el fondo del mar a estos 5000
metros de altura. As el salar extiende el filo de sus miles de kilmetros
blancos que cortan al ras las montaas del horizonte hacindolas levitar, y emergen islas de coral pobladas hoy de cactus gigantes. Madrigueras giser anticipan termas y sulfuran las lagunas. Existe una llamada Verde Esmeralda. Llegar antes de las 10 de la maana es verla con el
color azul del Egeo. Las suaves olas llevan la espuma en una direccin,
al pie del volcn que la sujeta. Pero algo extraordinario sucede minutos
despus. Un viento puntual aparece en escena, del otro lado. Huele a
chicha y detiene las olas con las amenazantes flechas de los Chullpas.
Ante su presencia se intimidan y retroceden. El acento ancestral recin
llegado trae el color de las piedras preciosas, pero aqu, en esta tierra
reseca, siempre se decide por la misma gema, y desde la orilla comienza a teir el agua con sus cristales. Mis propios ojos han sido testigos
del cambio de direccin de las olas, de como el verde brillante avanza
sobre la superficie azul hasta convertirla lentamente, en una esmeralda,

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una joya que el viento engarza con su presencia, a horario, da tras da,
en los confines de Uyuni.

18

Coincido plenamente con Eduardo Sacheri, el barrio comienza a


desaparecer con la partida de los amigos. Tal vez todo vaya desapareciendo para uno en esa ecuacin humana. Los objetos, los lugares,
los tiempos estn ntimamente ligados a un otro. Seguramente, cada
uno podra contarnos su vida con solo enunciar nombres propios. Eso
disparara una encadenacin de emociones que nos identificaran plenamente, pero resultara un tanto aburrida. Tal vez uno sea tambin un
pedacito de barrio para alguien, y nuestro alejamiento, produzca un
vaco irremediable en algunas veredas. Crecemos, pero cuantas pistas
de nosotros, de lo que bamos a terminar siendo empujaban autitos sobre cucharas, exploraban casas abandonadas, desafiaban a la pelota
en Canalejas. A limonada, a rejas, a tilo, a carreras de barquitos en el
agua rpida del cordn, a pisada de hojas secas, a techos de vecinos, a
bolitas, a langostas gladiadoras enfrentadas, a bsqueda de pichones
cados despus de la tormenta, a la montaa de la plaza bajo la rueda
de la bici, al rulero con globo y venenitos del Paraso, al brazo irrespetuoso de las bombitas del carnaval, a flores celestes de Jacaranda
saban esos tiempos. El amor, la amistad, el valor, la destreza, el coraje
se forjaba en esas calles. Cuarenta aos atrs, Floresta nos permita
jugar a las escondidas en piyamas. Los petardos triangulitos sonaban
ms fuertes si los lanzbamos en las bocas de tormenta. Era una forma
de vengar tantas pelotas de goma tragadas sin compasin y despabilar
al mismo tiempo a la bruja del vecindario. Robar naranjas y tocar timbres abran las puertas del aburrimiento y de l salamos corriendo a
carcajadas. Por lo general, algunos minutos de la tarde, terminbamos
siendo las orgullosas mascotas de la barra de los grandes de la esquina. Ellos saban cosas que nosotros no, y nos cargaban con las chicas,
pero haba algo de ternura y proteccin tambin que disfrutbamos. El
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tren siempre tuvo su magia. El sorpresivo pitar de la mquina venca al


equilibrista mas encumbrado, pero las vas bellamente pulidas, tambin
convertan en medallones desfigurados los perfiles de las monedas. Al
da de hoy, que la voz brote de un celular me resulta tan inexplicable
como en aquella poca, escuchar el nombre de la chica ms bonita
surgir de una lata unida a otra por la tensin del amor y de la cuerda.
Tenamos adems, un ro Biendonado que corra entubado y de mal
humor por atrs de mi casa. Algunos valientes conocan su entrada secreta fuera de los lmites del barrio y se haban animado a explorarlo con
linternas. Sus inundaciones eran un dolor de cabeza para los grandes
pero un recreo inagotable para nosotros. Toda la artillera nutica se
desplegaba en esa ocasin y afuera nos encontrbamos con Gaby, Andrs, Federico, Carlos, Alejandro, Javier, Rulo, Silvitadisfrazados con
capas y botas de goma, recibiendo aquellas naranjas que gustbamos
robar, ahora mansas viniendo a nosotros en la correntada, desoyendo
las maldiciones italianas del verdulero, sintiendo que la vida era maravillosa y que la muerte era una cosa que nunca nos alcanzara. As podra
empezar a contarles esa parte de mi historia. Antes que me empezara
a ir o que ellos empezaran a dejarme: Gaby, Andrs, Federico, Carlos,
Alejandro, Javier, Rulo, Silvita.

19

El Buzkashi es un juego tradicional en Afganistn. El rgimen talibn


lo prohibi. Se juega sobre caballos. Consiste en llevar el boz, una vaca
sin cabeza ni extremidades, a una marcacin en el terreno de juego. No
necesita otras reglas. Por lo que sospecho, nada impedir que lo sigan
jugando. Afganistn, cruce de caminos y culturas y dominaciones. El
Buzkashi contina. En una de sus ciudades, hallaron a una viuda con
un hombre. La noticia recorri los diarios. Yo la traduje as: Kandahar
arriba, en una tela atravesada por un tajo, los ojos de Nurbibi. Kandahar
arriba, en prpados amordazados por una venda, la erguida cabeza
de Turyalai. Convencido de la fertilidad del temor, el Mullah separ los
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cuerpos amantes veinte pies y los enterr hasta el cuello. Dispuso las
milicias de la tormenta y con palabras de la Sharia orden que la lluvia se vuelva piedra en las manos de sus fieles. El rostro del desierto
apenas gesticul al primer impacto. Los odos fueron hemorragia compartida del silencio. Kandahar abajo Nurbibi comprobaba que la tierra
era ms ntima, ms permisiva que el hejab, y que sus manos podan
ahora desmenuzar los dogmas, sin embargo las detuvo al hallar las de
Turyalai. Al rodar de las rocas, la vista, la de ella se escurri lquida y la
boca, la de l se inclin para beberla. Entre la ira desatada de las piedras nadie advirti la unin de los cuerpos. Nurbibi y Turyalai amndose
en plena ejecucin. El amor que tambin contina.

20

Paa-Zuma, el dios ms antiguo del lago, viva en una ciudad paradisaca, con rboles maravillosos en el fondo de un valle. Un da
las aguas subieron tanto que nadie sobrevivi. Slo un felino salt
hasta la cima del sol, que se convirti en la isla sagrada del lago
Titicaca. Cuando el sol se apag, slo se vean sus pupilas fosforescentes. Durante mucho tiempo fue la nica luz que existi y que
vieron los pueblos de la cordillera. Los Uros descubrieron adems
entre la neblina, las rayas silbantes de las totoras creciendo desde
el agua, donde los patos escondan sus ricos huevos y el Carachi
abundaba entre los largos tallos sumergidos. La tierra firme ya no
era un lugar seguro, hordas invasoras preparadas para la guerra
rondaban. Y fue un joven quien reuni los elementos y brind con
humildad la solucin a su pueblo. Dijo: las races de las totoras flotan. Si juntamos muchas y las cubrimos con capas de tallos secos
podremos vivir sobre ellas, comer aves y huevos, y pescar. El tiempo
les dio la habilidad para construir refugios y para maniobrar naves
de juncos, con mascarones felinos en sus proas. Adems el agua
recogi sus brazos para acunar por largos perodos a los hijos de
sus hijos. As abandonaron los peligros que acechaban e iniciaron
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la dinasta de los Hombres del Agua. Por la noche la caza y la pesca eran fructferas, por lo que veneraron especialmente la luna. El
lago tiene su isla del sol y su isla de la luna. Dicen que la cadena de
Huscar, confeccionada en oro, tena forma de serpiente y alcanzaba para unirlas. El cndor protega desde las alturas. Con ese
marco lograron sobrevivir hasta nuestros das. Hoy pescan adems,
truchas y pejerreyes. Su lengua Chipaya se ha abierto al Aymar y
al Castellano, muy til para negociar los productos de la Pacha y
recibir al turismo. Yo los visit de maana, pero hice noche en la isla
del Sol. Por la tarde pude recorrerla y buscar junto a un grupo de
aprendices, al misterioso San Pedro. La tradicin milenaria del uso
curativo y alucingeno del cactus San Pedro ha mantenido tambin,
una continuidad cultural. Evidencias arqueolgicas atestiguan los
propsitos mgico-religiosos de su uso. En estelas, clavas de piedra, esculturas, cermicas, las culturas Cupisnique, Chavn, Moche,
Lambayeque han traspasado, desde 1500 aos antes de Cristo, el
legado de su poder. En la ms absoluta ignorancia, en el heladsimo
fro de la noche lacustre, decido acompaarlos. Slo dir, que el
ritual de la coccin necesita al menos siete horas y que en la isla,
escasea la lea. Eso mantuvo activo al grupo en los minutos extremos del clima. A veces, sin que lo sepamos, una causa ajena nos
mantiene con vida. De madrugada repartimos y bebimos la infusin
y una piedra del fogn permiti calentar el inicio del sueo dentro de
la carpa. Slo dir que un calor abrazador nos despert al medioda. Sin pensar nos arrojamos al agua y comenzamos a nadar. Unos
barquitos pesqueros nos regresaron a la costa. Por ms que analizo
lo sucedido, no encuentro los efectos del San Pedro en nosotros.
Nada modific nuestra conducta o produjo revelaciones definitorias.
Pudo ser que nos hallamos equivocado de planta, o errado algn
paso en la preparacin, o no encontrar las palabras adecuadas. Tal
vez todos, en ese momento de nuestras vidas, estbamos bien encaminados. Tal vez todo fue una excusa para sobrevivir en aquella
noche. El sol abrasador nos oblig a refrescarnos. Los pescadores,
gentilmente, nos ofrecieron su mano.

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Como ya cont, curs la primaria en la Escuela Repblica del Per.


Desde el primer da, con la cabeza oculta entre los brazos y el pupitre
hasta el viaje de egresados, sus paredes han guardado recuerdos encantadores, ecos que llegan audibles slo para m desde esas aulas,
desde esas escaleras, desde esos inmensos patios que se iran achicando y achicando con el correr de los aos. La hora de Gimnasia
siempre me predispona ms que las temidas divisiones, pero recuerdo
placer tambin en las horas de Plstica y de cierta ensoacin en la sala
de Msica. Rosalba amaba el tango, y nos trasmiti esa pasin en sus
clases. Al da de hoy, mi sonrisa siempre super a mi voz, pero aquella
Profesora, de todos modos, me seleccion para integrar el coro. Era
enrgica, esbelta y exigente con su trabajo. Tena fama de dejar boquiabiertos a los padres en los actos, no slo por sus dotes artsticas. Yo no
estaba tan entusiasmado con la eleccin, pero reconozco que abandonar matemticas para los ensayos, era una condicin de privilegio que
nos dibujaba una sonrisa al cerrar la puerta del aula, acribillada por las
miradas furiosas de nuestros compaeros. De todos los grados salan
puados de amigos cmplices. Atravesbamos la galera del patio. Jugbamos rpido unos tiros de figuritas, una quema fugaz de bolitas.
Bajbamos las escaleras y nos internbamos en un pasillo extrao al
que llambamos las catacumbas. All los de sexto y sptimo tenan
sus guaridas, con ventanas al otro lado que daban a la pileta donde
aprend a nadar. Al fondo de aquel corredor nos esperaban las gradas.
Primera voz, segunda voz, solista, piano y a cantar. El nombre de la
escuela impona ciertas melodas, valsecitos entre Sosa y Goyeneche,
que tambin aprend a amar aroma de jazmines y rosas en la cara,
airosa caminaba, la flor de la canela, recoga la risa de la brisa del ro y
al viento la lanzaba, del puente a la alameda...o...Oh Arequipa, ciudad
de mis recuerdos, famoso Misti, guardin de mi ciudady uno de un
pajarito verde que no les puedo entonar.
Poner un pie en Per hacia Cuzco nos entretuvo ms de lo permitido
en el pas de aquel entonces. Las tejas de la ciudad, los sitios arqueo40

lgico, las toneladas de piedras talladas a milmetro con sus encastres angulares, su inclinacin antissmica, sus ventanas trapezoidales,
el templo del sol de Koricancha con su disco de oro desaparecido junto
a las cenizas de las dinastas que lo habitaron, el Halcn satisfecho de
Sacsaywaman, el mercado de Pisac, los baos de Tambo Machay, el
adoratorio de piedra de Kengo, el atardecer en Ollantaytambo, el Camino del Inca en cinco das para ver al amanecer cabalgar sobre Machu
Pichu, nos retardaron con su magia y nos obligaron a salir hacia Chile
para renovar el permiso de permanencia. Arica nos cobij con su morro
y su Pacfico exultante de lobos y aves marinas, su orquesta poderosa
y su poesa saborizada con el exquisito paladar de Ricardo Rojas. De
regreso a Per, Arequipa nos daba ahora la bienvenida, blanca y curva,
con su mtico volcn Misti protegindola. De sus canteras se extrae la
piedra llamada Sillar. La luz la traspasa en el Convento de Santa Catalina, se corta en vuelos de golondrinas y precipita la atmsfera en un
sopor que humedece las maderas del coro. A espaldas del silencio, los
brazos Milos de Venus se mueven grciles aqu, a contraluz de las aves.
Como si Rosalba los estuviera manejando. Sosteniendo las manos en
los agudos. En diagonales descendentes. En los cambios de direccin
de los planos donde se alimentan las notas. Indicndonos respirar con
el diafragma. Gesticulando la letra. Exagerando la apertura de la boca
para que la abriramos generosos y diramos todo lo que tenamos
para dar.

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Miguel ngel vive en Machala, Ecuador. Es maricultor. Su niez transcurri jugando entre los Manglares que avanzan sobre el ocano y lo vivifican. Ver las vainas reproductoras caer de las ramas hasta anclar raz
en el fango, y germinar con el tiempo, alzando hojas verdes sobre largos
zancos contra la marea, lo conmova hasta estos aos. Pensaba que
una forma de proteger esos ecosistemas del avance desprejuiciado,
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demoledor, inescrupuloso de las Factoras Camaroneras, era recuperar


para su pueblo una manera sustentable de produccin, como la que
utilizaban sus ancestros, una forma que les permitiera a la vez y en principio, slo en principio, saciar el hambre y cuidar su medio ambiente.
De all sus antepasados obtuvieron la sabidura de las plantas, una variedad inimaginable de aves, pequeos mamferos, moluscos y caracoles, madera y medicina. Yo lo conoc entre Vilcabamba y Cuenca, entre
las caminatas por el bosque nuboso del Parque Nacional Podocarpo
buscando al Oso Andino de Anteojos y el Castillo de Ingapirca, el mayor
complejo arqueolgico del pas. Me dijo, me gustara que conozcas
y me ayudaras a medir unas extraas semillas de Jacarand, como
las de tus plazas de Buenos Aires, que siembro en el lodo entre las
mismas races de mi gente. No andamos mucho para llegar a la costa
rota por la ltima embestida del Nio. Su fuerza haba despedazado
muelles y salpicado de pequeos naufragios la arena. Los manglares,
adems de purificar el agua, son una excelente barrera para los embates de la naturaleza, dijo mientras miraba a una persona perdida entre
los restos y a unos empecinados pescadores de larvas de camarn,
artesanos en su oficio, empujando sus embudos de red con el agua a
la cintura. Ellos las venden por centavos a las Camaroneras, continu.
Durante el camino, una extensa enredadera cubra sin interrupcin las
piedras, los arbustos, los rboles, como una gran manta viva que suma
en penumbras el paisaje y asfixiaba lentamente. Una canoa con motor
a dos tiempos nos aguardaba en lo que quedaba de la escollera. Su
timonel, a media hora de andar apag el motor, apoyo su oreja sobre la
pintura descascarada del casco y confirm: Cardumen de Lisas cerca, y comenz a lanzar su red satisfecho. Al tiempo llegamos a unas
pasarelas entre los Manglares. Las horas de bajamar permitan tomar
del lodo las conchas negras sin dificultad, para registrar su crecimiento.
Un muestreo al azar por los cuadros de cultivo para proyectar cantidades y calidades. Nmeros que avalan estadsticas, atraen recursos y
empujan la paricin de leyes protectoras. Miguel ngel tambin estaba
sonriente. Grandes araas anilladas decoraban las ramas. El camarn
brujo, fosforescente y venenoso, no necesitaba alejarse de las pisadas
de los maricultores. Arriba las aves fragatas, veloces y precisas, pescaban sin mojarse.

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La resolucin diaria del dormir, comer, movilizarse, suele ser un recurrente obstculo en los viajeros de largo aliento. A un mes de viaje, la
ciudad de Formosa nos propona un despegue suave, continuo, descansado, del calor del Noreste Argentino. De la estacin de tren parta
en horas de la tarde un carguero que llevaba vagones tanques hacia
Embarcacin, en la provincia de Salta. Los cuatro maquinistas, Miguel
Orieta, Vctor Lazarte, Eduardo Aranda y Juan Carlos Cari Palomo dijeron que ellos no podan negarse a nuestro pedido de transporte gratis.
Setecientos Km. en lnea recta entre 5 a 15 km por hora nos dara un reposo de tres das, con techo, comida y movilidad asegurada. Un satlite
marcaba el paso del convoy de ms de 500 mts. de largo, asegurando
la velocidad correcta por el estado irregular de las vas. Partimos anocheciendo. La altura del furgn nos permita ver los patios interiores de
las casas formoseas, con sus fogones encendidos que se continuaban en un oscuro cielo de estrellas. El vagn tena las incomodidades
bsicas, un bao, una cocina, unas cuchetas para los ferroviarios, y un
espacio vaco para los paquetes o los polizones de ocasin. El lugar ya
estaba ocupado por una madre con su hija, por lo que la primer noche,
dormimos sentados en la cocina. A luz azul de hornalla, compartimos
exquisitos sanguches de carne cebollada y ancdotas tenebrosas de
estaciones fantasmas, detenciones inexplicables y luces de locomotoras que enfrentan y traspasan los cuerpos en algn tramo de la noche. Con el correr de las horas, entre esteros y baados, la timidez fue
migaja cayendo sobre los durmientes. Los maquinistas conducan en
parejas, Vctor y Miguel, el loco Aranda y Cari palomo, en turnos
de doce horas. Caminar en equilibrio saltando de vagn en vagn se
volva heroico en ojos de la noche, pero el descanso en el furgn vala
la pena y con un pie delante de otro, enfrentaban sus miedos y las alimaas que se descolgaban de la vegetacin. Los que no tenan apodo
eran los ms graciosos. Mascando coca, Vctor acomodaba su voz de
tenor cantando zambas apasionadas. Miguel ofreca la tranquilidad de
su experiencia y los quilates de su condicin humana en cada palabra
ofrecida. Los 70 desbastaron familias y esperanzas, desmantelaron
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sindicatos y obreros y trenes que los 90 terminaron de despilfarrar. Las


vas muertas volvieron inhspitas las estaciones y los pueblos. Por estos parajes, el petrleo salteo mantena peridicamente el brillo de
estas vas, aunque el monte reclamara lo suyo con malezas, ramas
atravesadas, lampalaguas al acecho, estrellas fugaces marcando el aire
con sus fibrones fosforescentes. Wichs, Pigals, Tobas, colocaron estos rieles que permitiran mejorar la vida de sus comunidades, cruzar en
la poca de lluvia, y acceder a servicios de salud. Piran, Palo Santo,
Ibarreta, Estanislao del Campo, Las Lomitas, Laguna Yema, fueron los
andenes saludados con el silbato del tren. En Estanislao qued varado
el corazn del Doctor Esteban Laureano Maradona, cuando aquellos
ranchitos sin luz, ni agua corriente, ni gas, tena por nombre Guaycurri.
La atencin de una parturienta lo detuvo unas horas, y el ruego de los
vecinos sin recursos 51 aos. Su lucha contra la lepra, la sfilis, el clera,
el Chagas, la tuberculosis le dio el nombre de Piognak, o Doctor Dios
en Pigal. Ense trabajos agrcolas, la confeccin de ladrillos para la
construccin de las viviendas, consigui herramientas y semillas, denunci las condiciones de vida de los originarios y su explotacin en los
ingenios azucareros, fund instituciones para contener a los marginados, proyect caminos, explor fuentes de agua potable, realiz mejoras en aquella Estacin que lo haba enamorado para siempre. Cuando
llegamos a Ingeniero Jurez estbamos absolutamente enriquecidos.
Matacos y Mocoves nos haban recibido ya en la hospitalidad de sus
casas. Ahora, slo la mquina continuara. La desengancharon y partimos al anochecer. La imagen era surrealista. A poco de retomar el viaje,
Miguel baj con una carabina y comenz a caminar delante. La locomotora lo segua fiel, en silencio, detenindose con las seas, como un
buen perro de caza, iluminando las liebres, los conejos, las vizcachas
con su ojo de cclope. Mi espritu ecologista quera que fallase todos los
disparos y lo logr. Ya en Embarcacin nos invitaron vivir en su casa. La
familia era viva, numerosa, humilde, agradecida. Sirvieron polenta. Apenas enunciaron un problema laboral que arrastr la mirada de todos,
pero enseguida la levantaron en una charla ms amena al corazn, y
mirndome a los ojos, Miguel me confes: Que lindo estofado nos hubiramos dado Claudio, con slo atrapar una de esas saltarinas, no?!
Ahora si me senta plenamente enriquecido.

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Mister Li (Li Xin Xude) se present con el respeto y la humildad que


caracteriza a su gente pero que hasta el momento slo haba sentido desde la amabilidad de los estudiantes. El sol resbalaba sobre los
lagos congelados del parque y dibujaba alargado, al ras, el contorno
en arco de los puentes, gatos inmensos desperezndose contra los
rayos. Bambes, pinos y cerezos se vigorizan en esta poca del ao
y enlazan fraternos los desniveles del atardecer. Pabellones, quioscos,
pagodas en las alturas embellecan la naturaleza del parque. Dijo ser
Profesor de Ingls, y que sera un honor practicarlo conmigo. Acept
pasear a mi lado de todas maneras, a pesar de la advertencia de mi
dominio rstico del idioma. Yo estaba feliz de estar comunicndome
apenas llegado a Beijing, con uno de sus habitantes. Dos das de viaje
en tren desde Cantn pusieron a prueba mi capacidad de adaptacin
y fui aceptado por mis compaeros que colmaban los espacios, que
tomaron con desconfianza primero y alegra despus mi extraa presencia. Com sus comidas, us sus frascos de vidrio para cargar agua
caliente para su riqusimo t de jazmn, copi sus horarios y juegos,
compart mis manzanas, sonre sus bromas. Las seas universales hicieron el resto. Pero ahora poda hablar con uno de sus habitantes y
confirmaba ntimamente, cierta capacidad de comunicacin sensibilizada, cierta qumica que sorprende, cierta inhallable disponibilidad sin
horario, cierta necesidad de aprendizajes que mana de los poros y hace
su trabajo de atraccin a la perfeccin. Caminamos por unos senderos y me present a sus amigos msicos. Bajo un techo arqueado por
demonios protectores, escuch una extraa meloda salir con voz de
mujer del cuerpo de un hombre, mientras su compaero corra su arco
por las dos cuerdas del Xi-Quin, un instrumento confeccionado con
caa de bamb y parche de cuero de vbora. Compartimos t y me
agradeci mi voluntad de dilogo. Cuando estbamos por despedirnos
me pregunt si haba conocido un parque chino. Le contest que s,
que era lo que habamos vivenciado esa tarde. Si quieres conocerlo de
verdad, me intercept sonriendo, te espero maana a las 6 en la puerta
de entrada. Me fui pensando en la fluidez de los acontecimientos, en la
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locura de madrugar a esa hora bajo cero, en su vestimenta de la poca


de la revolucin, con el cuello Mao y la gorra con visera. Pero al otro da
estaba ah. La neblina atravesaba las rejas a candado de la entrada del
parque. Cuando lleg, lo acompaaban una treintena de viejitos. Uno
abri el candado y desaparecieron. Mister Li me entretuvo un tiempo
con algunas ancdotas y luego me invit a caminar. Entonces sobraron
las palabras. En un recodo, despegando la niebla de los rboles, un
grupo de abuelos se entregaba a los movimientos del Tai Chi Chuang,
ms all del lago, el ruido y el destello del Kung Fu Shaolin y el budismo Zeng en los relmpagos secos de las espadas. Msica tradicional
danzaba a un grupo de abuelas como si fueran una sola. Un conjunto
mixto, en crculo, se lanzaba entre s un aro flexible, con la gracia y la
osada de quienes se animan a jugar otra vez. Una mujer nos alcanz en el sendero con un paso rpido y con unos gritos inimaginables
saliendo de su dedicado cuerpecito. Pero predominaba el silencio. La
paz asumida en la meditacin de algunos se extenda en todos quienes contemplbamos la maravilla del momento. Misteriosas curaciones
con las manos. Movimientos de cintura, rodillas, brazos, en el Qigong.
Todos estos aspectos de su cultura, enarbolados por estas personas,
se fueron desvaneciendo como la neblina en el sol y en los ruidos de la
ciudad que despierta. Dos horas despus no quedaba nada. bacos
en los negocios, batatas al horno en tanques callejeros, peluqueros
callejeros, el apretujamiento de los peatones, bicicletas, autos, buses,
troles, rickshaws motorizados en el desorden funcional del trnsito. El
alimento vivo frente a los restaurantes. La diversidad de olores. Las mujeres trabajadoras con barbijo. Las banderas rojas. El exotrico nmero
9. Los billetes y monedas en cabezas, bocas, cuerpos de animales
vivos o esculpidos. Las escupidas sin sexo. El cuidado primoroso de
la cama. La delicada forma de doblar las toallas. Los termos rojos. La
mirada asombrada. La cara maquillada en blanco de algunas de sus
mujeres.

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Salgueiro Rojas es un habitante de Cochabamba, Bolivia. Sus dotes


actorales lo han llevado a ganarse la vida con los visitantes de su ciudad, donde dicen, se produce la mejor chicha del pas. Las casas que
la preparan y la tienen a disposicin, colocan una bandera blanca para
identificarla. Beberla es una experiencia que intentbamos realizar con mi
hermano Juan. Ahora la ofrecen en unas bellas adaptaciones del Kero,
aquel vaso ceremonial utilizado para los rituales sagrados, como lo hacan los Tiahuanacos, que consiste en un recipiente de madera, con una
pequea escultura de un toro en el centro. Si te animas a beber la chicha de frente al animal, seguramente sentirs el topetazo de la bestia.
Originariamente era obtenida al masticar y escupir los granos de maz
en una vasija llamada mcura. La saliva ayudaba a la transformacin del
almidn en azcar en pos de la fermentacin producida despus de unas
semanas a la sombra. Ya en horas de la noche, buscbamos con ahnco
tanto las codiciadas banderas como un buen lugar para cenar. Un polica
nos intercept al cruzar una calle. Dijo educadamente estar buscando
a unos brasileos que haban provocado disturbios unas cuadras atrs.
Nos mostr su credencial y continu con las preguntas de rigor. Pareci
no estar convencido y nos aconsej que lo acompaemos a la comisara.
Par un taxi y subimos. En lo personal, estaba confiado y tranquilo que
las cosas se aclararan, por lo que no tuve demasiadas objeciones. Una
vez sentados, le indic la direccin al chofer y nos pidi los documentos. Mi hermano los tena en su rionera atada a la cintura. La abri y se
los entreg. Ahora s el agente qued satisfecho. Nos pidi disculpas por
las inconveniencias causadas y nos recomend una pizzera en la otra
esquina. All fuimos, cenamos y pasamos un buen momento. De todas
maneras, cuando repasbamos lo sucedido algo no nos terminaba de
cerrar. Al momento de pagar si nos cerr todo, nos haba robado. Qued
absolutamente desconcertado, no tanto por el robo en s, sino por como
haba permitido subirnos al taxi, habernos expuesto de esa manera tan infantil, algo del cuidado de hermano mayor se haba puesto en juego y me
senta derrotado. Tal vez fue la manera mas suave para cometer el atraco,
hasta artstica deca Juan, pero no haba consuelo que me serenara. Volvimos al hotel. La chicha qued ligada al mal recuerdo y jams recordar
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su sabor. Dems est decir que no dorm esa noche. Analizaba los pasos
y no poda creer mi actitud y mi ingenuidad. Y el viaje recin empezaba. Mi
hermano haba decidido acompaarme por 15 das y cuando descubri lo
que significaba viajar, renunci al trabajo a distancia y encaramos juntos
una travesa que nos llevara por los rincones ms bellos de Sudamrica
a lo largo de siete meses. Cuando nos levantamos al otro da, la ducha
apacigu un poco el malhumor. Viajar es tomar decisiones a cada rato.
Estar atentos al entorno se vuelve una costumbre con el correr de los
das. Tenamos cartas para despachar en el correo y ganas de dejar la
ciudad. El orden que tomramos en esa decisin definira nuestros pasos
hacia la izquierda o hacia la derecha de la puerta del hotel. Salimos hacia
la izquierda. Y fue en la esquina cuando la sinrazn se entrelaz en una
imagen clara, impresionante, conmovedora, capaz de explicar y acariciar
al mismo tiempo. Cuando el tiempo y el espacio se combinan solamente
para uno, porque nadie mas que yo poda entender el asombro al cruzarme con la persona que nos haba robado la noche anterior, que me
haba dejado colgando en un abismo del que nadie, a no ser por este
inesperado encuentro, poda rescatarme. La vida me ofreca una oportunidad de cura rpida a metros que se iban achicando a medida que se
acercaban nuestras miradas asombradas. Bast que Juan me confirmara
la identidad con un movimiento de cabeza para que toda esa adrenalina acumulada se desatara sobre el presunto polica descubierto. No s
exactamente como describir mi actuacin, pero a los pocos segundos
lo llevaba hacia un oficial parado en la puerta de un banco. En un punto,
esa tambin era una conducta ingenua. Estaba preparado para alguna
reaccin violenta pero solo intent sobornarme con un anillo de oro. El
escndalo atrajo a una patrulla que nos llev a la comisara. Un acontecimiento desafortunado, ocurrido un mes atrs, haba sensibilizado a las
fuerzas en su trato hacia los turistas. Con ese antecedente a nuestro favor, todo lo que ocurri despus fue anecdtico. Entindase bien, el ms
insignificante desfasaje en centmetros o segundos no hubiera permitido
el encuentro. Salgueiro Rojas es un extraordinario actor, prestidigitador,
talentoso mago que en las penumbras se vuelve mas alto y personifica lo
que la improvisacin le sugiere para saciar su hambre. La chicha qued
religada ahora a la inesperada resolucin del episodio, pero les aseguro
que por ms que insista, no podra al da de hoy, definirles las intangibles
aristas de su sabor.
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Apenas un troquelado de uno mismo esparcido en las huellas de memorias no tan ajenas. Slo tiempos de un autorretrato, el mo, que otros
llevan y que por alguna razn no terminan de olvidar. Soy la mentirosa
recopilacin de esos momentos. Somos apariciones y desvanecimientos y un cuerpo que refiere y una mano que busca bajo el agua porque
aspira recuperar algo de lo ofrecido. Los perfiles del deseo giran por el
aire y un destello curvo rompe el espacio fsico que me gest recuerdo. Ya no existen en m siquiera esos espacios de pertenencia. Slo
tiempos que pulen superficies y arrugan las caras que se asoman y se
arrojan en monedas a las fuentes.
En las fuentes no budistas de Oriente, el agua se congela y los deseos
necesitan de la primavera para volver a pedir en movimiento y ser odos
por los dioses que nunca se detienen. Los que tienen la suerte de quedar sobre los caparazones de las tortugas andan con su plus, otorgado
por la energa del animal. En Occidente, La fontana di Trevi romana
asegura el retorno si arrojas una moneda de espalda. El arte barroco
que la anima es espectacular, pero juro que al girar, despus de haber
arrojado la moneda con la mano derecha sobre el hombro izquierdo,
hubiese querido que la tarde se oscureciera, llenara de soledad y que
Anita Eckberg dentro de la fuente, con sus brazos extendidos, me invitara a entrar. Cuando la vida se torna dulce amigo mo, no empalaga, te
aseguro que no empalaga.

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Existe en Abra Pampa, a algo ms de 200 km de San Salvador de


Jujuy, un cerro de arena que su nombre refleja el sonido del viento. Los
lugareos lo llaman Huancar y los abuelos afirman que en su interior se
festeja Salamanca. La lluvia, el viento, el fro, las altas temperaturas dependen de su estado de nimo. A l se dirigen para challarlo ofrecin49

doles sus alimentos a la Pacha y pidindole por lluvias para las ovejas y
llamas. Abra Pampa, cruce hacia la selva, los valles, la puna, sufre hoy
la contaminacin de las escorias residuales de plomo que dej la explotacin inescrupulosa de su minera. El caminar es una necesidad imperiosa en el puneo campesino. El es un peregrino siempre en marcha.
Abra del Cndor es un paso a casi 4000 mts de altura. Vincula Iturbe
con Iruya. Antes de cruzar, la gente se dirige hacia una gran Apacheta,
y hace su ofrenda a los dioses de las montaas. Algunos suman una
piedra a las otras tantas, otros ofrecen alcohol, otros se sacan su acullico de coca y dejan la hierba sagrada. Bendecidos en su fe, continan
su marcha. Algunas mujeres no dejan de hilar lana haciendo bailar su
Puisca, un trompito estilizado con un contrapeso llamado Muyuna.
Humahuaca con sus adoquines, sus paredes blancas y sus faroles
amarillos se convirti en Humahugica en boca de Enzo, un artesano
o arte-enfermo cuando presentaba su profesin a los dems. Trabajaba bellamente las largas espinas del Cardn. Su madera es muy apreciada en estas geografas para la construccin de techos y muebles.
Tilcara significa flor de cuero. La garganta del Diablo tan ricamente
lubricada por el ro Iguaz en Misiones, se vuelve seca y carrasposa
aqu, sobre el lecho majestuoso del ro Huasamayo. Es la voz del mismo
ser que suena diferente en los ecos del los paisajes. Bajo tierra, Dios y
el To son buenos o malos de acuerdo a la manera con que te relacionas con ellos. En los socavones, los mineros al beber alcohol, primero
arrojan un poco para el To, otro poco para la Pacha y otro poquito por
algn deseo personal. Las lmparas de carburo suelen alumbrar en algn altar cncavo, la deidad rstica que lo representa, con sus cuernos
y sus billetes en el regazo. La muerte joven que reclama la tierra en esas
profundidades, por las mismas condiciones laborales o por accidentes
inexplicables, es entendida en definitiva como una ofrenda de sangre a
cambio de alguna veta interesante hallada o prxima a descubrir. Los
fetos de llama protegen bajo las casas las iras del inframundo, los crucifijos en los techos las del cielo. Marcar cruces con ceniza en los rincones del hogar protege contra las tormentas y alimentar a los nios con
carne de cuervo les asegura fuerza y vitalidad. Cuando cenamos esta
muy bien arrojar algo del alimento al fuego para recibir como corresponde, aquellas almas que nos visitan.

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El Mar Muerto se encuentra a 400 mts bajo el nivel del mar. La concentracin de sales de sus aguas es diez veces superior a las del Mediterrneo. Relaja los nervios con su alta concentracin de Bromuro. Su
rica dosis de Manganeso es buena para las alergias y los bronquios. Su
barro medicinal es esplndido para la piel. Se encuentra en la frontera
Este de Israel, frente a las tonalidades rojizas de Cisjordania al atardecer y Palestina. Puedes flotar en l sin esfuerzo alguno. La densidad
del agua modifica las lneas de flotacin y te permite recostarte sobre
la superficie y leer si lo prefieres con total comodidad. Los labios y los
ojos arden con las salpicaduras pero toda su naturaleza ya esta trabajando en tu ser, cicatrizando las heridas del cuerpo con una premura
que desgraciadamente no alcanzan las del alma. El peso de la atmsfera desparrama mayor oxigeno y cuestiona una y otra vez la supuesta
inhospitabilidad del desierto. Tal vez con una buena dotacin de agua
dulce, en este marco tan potenciador de vida, yo tambin hubiera merecido la lluvia de fuego y azufre con que Dios castig la perversidad
y degeneracin de los habitantes bblicos de Sodoma y Gomorra. Se
cree que sus restos ren aun en estas profundidades.

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En Junio del 1998, la ciudad se convirti en un cerrado listn negro.


La vida, inesperadamente sabia y conspiradora, llev a Mara Reiche de
su Alemania natal a Cuzco para tentarla con los Andes, con su cultura,
y para que tuvieran que amputarle un dedo despus de una infeccin.
La llamaban la Dama del Desierto, y mora en el preciso momento que
mis ojos comenzaban a conocer la tierra de Nazca. El clima desrtico
oblig a los antepasados a construir canales de riego que captaran
las pocas lluvias y mantuvieran en circulacin las napas subterrneas
hacia los cultivos, pero sobre todo, a atraer a Kon, su mxima divinidad,
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su Dios volador, su benefactor. Que no pasara de largo por las alturas


sin reconocerlos fue la obsesin de entonces. Cmo decirle que aqu
estaba su pueblo, esperndolo para ofrecerle sus ceremonias y sacrificios. A alguien se le ocurri que los animales y pjaros del mar y la
selva podan ser una bella ofrenda. Entonces la sensibilidad dio lugar
a la inteligencia, y la simpleza a la maravilla. El territorio se encuentra cubierto por una capa superficial de guijarros oxidados sobre un
sustrato blanquecino. Correrlos con cuidadosa intencin, supone ver
emerger un trazo claro sobre una pizarra roja. Esa sola lnea continua
bast para recrear animales y formas gigantescas, algunas de ms de
150 mts de largo. Ballena, colibr, araa, cndor, plantas, aves marinas,
personas llenaron de vida esta pgina reseca del desierto. Ahora s
Kon poda reconocerlos sin equivocacin desde las alturas. A pesar del
hombre, desde el 600 DC la magia las ha preservado hasta nuestros
das y permite que podamos disfrutarlas. Caminos sagrados, centros
de culto, marcaciones de depsitos de agua, pistas extraterrestres
son algunas de las explicaciones brindadas. Mara dedic su vida a
protegerlas y estudiarlas. Ello le vali el reconocimiento y le di sentido
a su vida hasta sus 95 aos. Ella, la Dama del Desierto, se inclinaba
por relacionarlas con un calendario astronmico. Quera ms tiempo
y les aseguro que Kon se lo brindar otra vez. Imagino pensaba, que
la libertad con que se manejaba llevara a su alma inevitablemente, a
una soledad para quien quisiera compartirla. Asumi el desafo y vivi
segn lo dictmenes de su corazn. En un momento de su vida supo
que estaba donde tena que estar. No tuvo dudas. Dentro de las maldiciones del amor, esa es una bendicin y supo lo que tena que hacer. Y
por supuesto no se sorprendi, cuando a veinte aos de llegar a Per,
se encontr con el inmenso dibujo del mono, con su cola espiralada y
prensil, esos que se escuchan en las distantes selvas del naciente, un
trazo llevado sin levantar por un poderoso pincel, que corre los guijarros
para entrever el lomo, la cabeza, las patas y los dedos, extraamente
incompletos apareciendo como una clave del tiempo, como una marca
que la seala ntimamente, que la confirma, un mono antiqusimo de
nueve dedos, no diez, nueve, como los que la vida les confi a ella, que
espontneamente abri frente a la sonrisa de sus ojos.

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30

La flor de amapola, de ptalos anaranjados que tengo frente a m,


tiene trazos negros de pincel en su centro. Me recuerdan a la caligrafa
china o a la pintura Sumi-E. Me recuerdan a mi madre. Resulta curioso
observar cmo la raz de esa imagen se nutre de todo el universo de
nuestra relacin. Pinceladas que comparten origen y trazo y tambin
vaco. En el Museo de Arte de Hong Kong hay un cartel que dice: In
poem, there is painting and in painting, there is poetry as well.
Pintura y poesa cargando delicadamente la tinta en el mismo pincel,
con zonas llenas y zonas vaca que se combinan sobre el papel para
desechar la apariencia e intentar captar la verdadera esencia de las
cosas. Ocho ptalos alrededor de un botn de trece rayos separados
por una cabellera de estambres oscuros, es la experiencia concentrada
de la realidad. Pero algo del orden de lo intuitivo, de lo calmo, de lo
sensible, de lo adivinatorio, convirti mi mirada en visin, invitndome
a penetrar en el corazn de la amapola. Y all encontr a mi madre,
nuevamente, incondicionalmente, como siempre. Recuerdos que fluyen
rodeados de plantas. Generaciones y generaciones de una especie de
azucenita de la costa del Delta, nos acompaa desde las ancestrales
salidas de mis abuelos en tren hacia el Ro de la Plata, para cocinar puchero en los picnic de verano, brindndonos todava sus flores blancas
de estambres amarillos. Plantas exuberantes y clidas en Corrientes
Capital y las playas del club a orillas del Paran, llenndome los ojos
de un marrn traslucido cuando me rescat de las aguas profundas
con la sabidura de su instinto. La higuera del Parque Mitre que incorpora ao a ao la reja que lo circunda tambin la nombra. Flores rojas
de granadas y estrellas federales giran alrededor de una pileta de lona
acompaando la manzana rallada en la boca deliciosa del medioda.
Su risa con flores del jazmn del cielo cayendo sobre su pelo. Alegras
del hogar floreciendo una y otra vez por los patios de Gaona. En el jardn cortado a tijera, las azaleas fucsias forman un escudo que protege
un tiempo de canteros y rosas chinas, cuando mi infancia andaba sus
escondites con el corazn en los odos para no ser descubierto, hasta
que su voz, llamndonos a comer, nos volva en tropel en una carrera
53

con mis hermanos que se iniciaba en el zagun y terminaba en su cintura. Los umbrales de mi adolescencia, tienen en su mrmol el olor y
el color del jazmn del cabo a luz de luna, y ella lo recuerda cada tanto,
llevando aquel perfume a un florero mbar que inunda las habitaciones
mas oscuras. Yo le llevo helechos y orqudeas del fondo del mar, y le
dedico silenciosamente cada una de mis victorias. En las fiebres de la
soledad, su mano en mi frente. Su mano en mi mano una y otra vez,
para soltarme en la vida.

31

El buda esmeralda, tiene tres vestidos de oro, uno para cada estacin, invierno, verano y otoo. Es el Rama quien le cambia el vestido
a medida que transcurre el ao. Al hacerlo le pasa una toalla hmeda
que luego sumerge en un jarrn frente a las puertas del templo. Una
flor de loto flota en su superficie. El agua ha sido bendecida. Antes
de entrar puedes tomar la flor y mojarte la cabeza tres veces, pero si
debes descalzarte. Cuando te sientes frente a l, hazlo hincado o de
costado, pero nunca le ensees la planta de los pies. El Gran Palacio
en el corazn de Bangkok, despliega adems sus dorados y sus espejos de colores. Cada rey tiene su torre escalonada con su impronta
tailandesa, pero hay cpulas con forma de campana delgada terminando en circunvoluciones cada vez ms pequeas que pertenecen al
budismo de Nueva Zelanda. Las cpulas con mosaicos claros, rosas,
con flores, son obras chinas. Los leones de bronce fueron botines de
guerra camboyanos y existe una rplica de un templo de aquel pas. Figuras mitolgicas custodian o sostienen las cpulas escalonadas que
representan el universo. Hay campanas colgando de los aleros. Por
dentro, los techos son rojos y dorados. Lo que mas me llam la atencin, fueron las manos hipnticas de las mujeres en sus bailes tpicos.
Manos sensuales. Manos con implantes de largos tallos que prolongan
los dedos y terminan en flores rojas. En sus mercados callejeros la miel
la venden con panal incluido, peces transparentes, serpientes, races y
54

plantas, comida reseca de mariscos, muchas flores, aves asadas con la


piel crujiente y picante. Los tuk tuk alivianan el paseo con sus tres ruedas entre las miles de sus calles. En su mercado flotante, almacenes,
carniceras, comidas calientes, fruteras, ofrecen sus productos desde
sus botes a los compradores altos en las pasarelas construidas sobre
las mrgenes del ro. Utilizan largas caas de bamb para acercar sus
ventas y recibir el dinero. Los motores que impulsan las embarcaciones tienen un brazo largo hasta la hlice. Iuiu dicen para llamar a los
clientes. De las mltiples influencias en su cultura emerge el amor a los
elefantes. Cada Rama tuvo su elefante real. Su trompa en alto significando victoria. Ko-Samui tiene la paz, las palmeras, el agua cristalina,
las montaas y los atardeceres del paraso. El barco que me trajo fue
custodiado por delfines. Ko Pha Ngan es otra isla impactante. De lo
alto de la baha al anochecer, las barcazas parecan granos de arroz
iluminados en el rumor vivo del mar. Con esa tcnica de luz pescan toda
la noche. Por la maana la punta azul de las pinzas de los cangrejos.
Atardece en un desorden de golondrinas y en el canto que despide al
sol de las chicharras. La isla de Ko Tao marc un buceo fantstico en su
parque marino y anan en sus calles. Pero ya era hora de las montaas
y bosques de bamb de Chiang Mai, al norte, sobre una caravana de
elefantes, con cencerro de madera al cuello acompaando la cancin
thai del gua, y el rafting despus, sobre balsas planas de bamb. Una
bella mujer me propuso comprar alhajas de zafiros y rubes que poda
vender en Australia, mi prxima parada. Las enviaran al correo de Sydney a mi nombre. Yo acept. En realidad la acept a ella. Cuando me
quise arrepentir ya era tarde. En las joyeras australianas se rieron de mi
inocencia y de la calidad de las piedras. Lo que ignoraba la bella mujer
era mi retorno a Bangkok como escala en mi vuelo a Bombay dentro de
20 das, una chance tal vez de poner las cosas en su lugar. La joyera
thai se haba transformado repentinamente en una sastrera. Un hombre
lleno de anillos me record que no estaba en Argentina y que repensara mi actitud desafiante. Negociamos y cambiamos mi denuncia en la
polica y las alhajas, por el dinero invertido. A la bella mujer jams volv a
verla. Tailandia me pareci apasionante en todo sentido. Antes de partir
hacia India, volv a radicar mi denuncia. A ella jams la mencion. Busqu una y otra vez en la multitud, sus largos dedos terminados en flores.

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32

Oshovia, en lengua Ymana significa baha penetrando al poniente,


y su pronunciacin deriv con el tiempo en Ushuaia, la ciudad ms
austral del planeta y la nica trasandina de la Argentina. Ciento cuarenta y seis km al S, las olas pueden andar de oeste a este alrededor del
planeta, en un corredor sin interrupciones. Los vientos reciben el nombre de Los cuarenta bramadores, Los cincuenta furiosos y hasta Los
sesenta aulladores de acuerdo a su intensidad. Bajo el Cabo de Hornos
la profundidad disminuye y las naves deben adentrarse bajo los 56 de
latitud. Los Andes que desaparecen de la vista en la Isla de los Estados con su famoso faro del fin del mundo encajonan los vientos junto
a la Pennsula Antrtica desdel Sur, en un coctel que suele desplazar
empinadas olas de 30 mts. Los Williwas son rfagas sin aviso que se
entusiasman con las vueltas en campana de los veleros. Los icebergs
salpican las aguas de Agosto. No es extrao descubrir en los mapas de
la zona, las cruces de los palos mayores de tantos naufragios. Pero en
la isla de Tierra del Fuego, la cadena Martial y el Canal Beagle protegen
a los habitantes de Ushuaia. Glaciares, montaas, bosques, mar, ros
de deshielo, lagos la enmarcan como el prlogo o el eplogo de un libro
de aventuras. Su historia corri los albures de cualquier colonizacin.
Desembarco del blanco por las riquezas. Aniquilacin de los pueblos
originarios. Mercenarios pagados por los estancieros para asesinar a
balazos a los hombres al marisquear y aprovechar as la limpieza alta de
la marea. Muerte a cuchillo en cambio, ms barata, para sus mujeres y
sus nios. Cultura Salesiana por Cultura Selk`nan, ensendole oficios
que nunca necesitaron y cubriendo con ropa occidental su piel desnuda en pieles, que mantuvieron mojados sus cuerpos en los fros que enferman. Educando por as decirlo, y controlndolos en un sector, lejos
de los alambrados y las ovejas. Su particular geografa de la distancia
cre una Penitenciaria que desgast cuerpos en la primera mitad del
siglo 20. Una lnea de ferrocarril conduca las penas hasta los campos
de trabajo en lo que hoy es su bellsimo Parque Nacional. Las paredes
de las casas eran tapizadas por hojas de peridicos y encierran en su
aislamiento, el calor del pas de aquella poca. Avatares de progresos
56

y logros sumidos en oscuros perodos de decadencia lapidaria, noticias


que no aprenden y andan sus vanidades todava en las primeras planas.
Las personas que conoc, tienen en su espalda las caricias y palmadas del isleo. Cierta resignacin condimenta unos espritus fuertes,
sensibles, muy pero muy especiales. Como si una parte de sus almas
tuviera un lugar donde los abrazos pasaran de largo sobre una soledad
imposible de consolar. Tal vez todos la tengamos, pero aqu pareciera
potenciarse en las miradas al continente desde su poderoso muelle, en
las puertas mismas de la Antrtida.

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Toms y Manuel tienen 9 y 7 aos respectivamente y viven en Villa La


Angostura, en la provincia de Neuqun. Junto a su madre le propusimos este marco de lagos y montaas para crecer. Las imgenes y experiencias fundadoras que los construyen y van a orientar su bsqueda
adulta, se desarrollan entre los latidos mismos de la naturaleza.
El feriado invitaba a una escapada al cerro. El invierno pisa blando algunos meses al ao, y aprovecharlo con tablas permite ir descubriendo
de a poco, de bajada en bajada, las bondades de la nieve. Toms cursaba sus clases de esqu cuando yo las imparta, lo que no me permita
conocer sus adelantos. Aunque llova, ese da decidimos irnos solos a
esquiar. La montaa tiene sus humores y nos impona, de acuerdo a su
altitud, el agua filosa, el iris del sol, la nieve cayendo ms alto, el viento
suave del valle acelerndose vertiginoso en las alturas. Fuimos directo
a la pista 18 y observ como la descenda. No pude con mi genio y
comenc a corregirle la postura, hasta que advert en su cara de lo que
me estaba perdiendo. Entonces le dije, dale, ahora te sigo por donde quieras ir, bajemos juntos. Su mirada se ilumin con un resplandor
que perdura. Fui yo entonces el que aprendi. Jams hubiera podido
ver el cerro de esa manera, desde su mirada. En sus elecciones fuera
de pista, sus atajos, sus saltos, sus gritos, sus cortes por el bosque,
sus pasadizos secretos entre las Lengas. Verlo disfrutar me contagi
57

su alegra profundamente. La aerosilla nos permita descender en las


condiciones de la montaa que eligiramos, pero preferamos llegar
bien alto, donde el viento blanco arreciaba el ltimo tramo del cable de
acero y nos balanceaba, cuando mi cuerpo lo cubra cegado del hielo
violento en suspensin. Un abrazo protector, que ningn final de recorrido puede separar.
En estas tierras, los veranos nos sumergen algunos das en sus
aguas azules. Cuando las temperaturas se integran cmodas a nuestras sensaciones, las playas invitan, aparecen los protectores solares y
todos aceptamos agradecidos. El origen glaciar de los lagos, model
sus profundidades con la friccin de las toneladas y toneladas de sus
poderosas quillas, y su relieve asombra con sus cortes abruptos, sus
veriles oscuros, sus juncos costeros, sus bloques errticos, sus pncoras y langostas, sus caracoles, sus troncos fantasmales, sus almejas
negras verticales, las sorpresivas burbujas que emanan de su cieno.
Con meses de vida, Manuel ya andaba bajo el agua de mis manos a
las de su abuelo Oscar, y sala de su apnea natural con una sonrisa sin
dientes en los calores de Sunchales. Se maneja perfectamente en la
seguridad de lo playo y ha aprendido a utilizar la mscara y el snorkel,
lo que le permite observar con detenimiento el andar de los alevinos y
los cangrejos. Pero ahora mi invitacin lo haba puesto algo tenso. Con
mscaras y aletas dejamos la seguridad de lo bajo y la emprendimos
lago adentro, unos metros noms, para ver por primera vez el deslumbrante inicio del veril, su vrtigo, su cada fra y desconocida, negra
de azul, su fauna mental acechante, el esqueleto espectral de la toma
de agua decapitada hacia el vaco. Esta vez, la flotacin nos una en
un abrazo ms lateral, que nos permita avanzar sobre el abismo sin
perder pisada a la maravilla que se perda por debajo. Sin ese abrazo,
nadie hubiera avanzado. Una satisfaccin ntima volvi a invadirme. Una
conexin absolutamente profunda dej su huella entre nosotros. Una
ms. Otra ms.

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34

La isla de Paros, en el bellsimo azul del Egeo, la de tercer tamao del


archipilago de la Cicladas, concentra mis recuerdos por tierras griegas.
Atrs qued la Acrpolis con sus escalones gastados por las multitudes
y las columnas curvas que corrigen la perspectiva del Partenn. En una
hostera de Atenas, no fue difcil identificar a Luis Perroni, uruguayo de
ley, con su termo bajo el brazo. Ah iniciamos una amistad, con esa
modalidad propia que excede las voluntades y nos hace encontrarnos
mas all de nosotros, cruzando el Ro de la Plata de aqu para all o
para aqu en el tiempo. Decidimos recorrer aquellas islas y una huelga
de los trabajadores de los Ferrys nos detuvo en Paros, en esta cultura
de techos celestes y casas encaladas de blanco, de aceitunas y peces,
de callejuelas, con una historia rica en mitos, inspiradora de manifestaciones culturales en todo el mundo. Cuna de los hroes de mi infancia,
Hrcules en su nombre romano, Jasn, Aquiles, Ulises, con sus proezas de fuerzas e inteligencia, de secretos favores de sus dioses, con
salidas airosas de situaciones inexpugnables, viajes, pruebas, retornos,
de amores y de venganzas nos hablan. Esta tierra, tan estratgica a las
rutas comerciales, sufri el asedio del poderoso mundo mediterrneo
conforme caan o avanzaban los siglos de los hombres.
Desde Parikia, su bella capital portuaria, con las delgadas aspas de
sus molinos, recorrimos su geografa de playas y acantilados. ramos
dos hroes annimos a lomo de un Pegaso destartalado, atravesando
la escasa vegetacin con la mas exuberante y florida condicin de las almas en viaje, en esas charlas rioplatenses que utilizan cada recodo para
apoyarse en su carrera hacia la luz, esas que se comparten acodados
en una mesa circular de mrmol en los pocos cafs que nos quedan y
recomponen el universo. En semejante contexto de poesas picas, de
los nuevos pensamientos sobre la naturaleza y la esencia hombre, donde se volvieron a rozar las claves del universo, en las canteras mismas
de las obras de arte ms intangibles del mundo, en la memoria colectiva
de occidente, en los ecos de sus filsofos, historiadores, matemticos,
astrnomos, andbamos nuestras penas y nuestros sueos. En un
inmenso acantilado nos detuvimos. Las olas levantaban el mar y el vien59

to las estrellaba como si Poseidn arrojara su tridente una y otra vez


contra las rocas. Los estallidos llegaban primero que las erupciones
rtmicas de la espuma. Cada uno andaba en sus pensamientos. Yo
encontr en el borde del risco un lugar para sentarme. Tom una piedra
plana y comenc a golpearla con otra dura y pesada como un puo.
El viento suba las imgenes con furia. Una forma me sugiri otra y de
pronto me encontr esculpiendo en la armona de la naturaleza. Correr
los ojos entrecerrados de la piedra apenas al costado era ver abajo,
en el fondo, la sinfona del mar en su mximo esplendor. La camisa
flameaba. Cada golpe de mi brazo tallaba con la fuerza de la luna sobre
la marea, repela las olas, las quillas invasoras, abrazaba endemoniado el canto de las sirenas, cargaba a Ariadna al hombro en esa playa
roja donde fue abandonada. Ya no importa tanto la forma final que me
satisfizo. Me sugiri una rstica luna que encerraba la magnificencia del
momento. Creo que Luis todava la conserva.

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La ciudad de Eilat se encuentra sobre el Mar Rojo que es azul, aunque


su arena pedrosa adquiera un suave matiz rojizo. Se escuchan violines en
su costanera y desde el puente, un grupo de saltadores se divierte arrojndose al agua con un cigarrillo encendido en la boca, emergiendo con
una sonrisa y el cigarro todava vivo y humeante. En esas aguas libero las
imgenes de das atrs, mas al norte, en el desierto de Judea, sobre una
meseta aislada, los restos de Masala elevan su testimonio de palacios y
fortificaciones. Los rayos del amanecer la descubren primero para posarse
feroces luego sobre el mar muerto. Fue el ltimo reducto judo en caer bajo
poder de los romanos. El asedio, el sitio, la construccin de la explanada
signific el fin de la resistencia, y prefirieron morir a ser vendidos como esclavos. La historia cuenta que una vez tomada la decisin, empezaron por
matar a sus familias, luego eligieron a 10 hombres para que dieran muerte
al resto. De esos eligieron a uno que continu la matanza hasta quedarse
solo, prendi fuego a todo menos a la comida y se dio muerte. Quiso en
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esa accin, tal vez, inmortalizar sus convicciones y la resolucin de su pueblo por encima de la efmera saciedad de la comida, adems de ser el nico
en cargar en sus espaldas la accin del suicidio, un pecado intolerable en
su fe. Una mujer con sus hijos sobrevivi oculta en las galeras subterrneas
que conducan a las cisternas y fue quin rescat la historia. Ahora puedo
ver que el cigarro es pequeo, y que lo colocan invertido hacia dentro de la
boca segundos antes de contener la respiracin en el salto. Hace mucho
calor, el agua est fra y una brisa caliente enciende ms las montaas del
Este. Pienso en mi vuelo a Atenas en dos das desde Tel Aviv. Pienso en la
proximidad de las pirmides, a un puado de horas, cruzando el Sina. Tengo el tiempo para no quedar varado en la frontera. Pas. Hay alambres de
pas, ruedas de tanques, montaas escabrosas, algunas palmeras, huellas
olvidadas en la arena, familias de camellos, chozas bajas en el medio de la
nada. Las hojas radiantes del papiro representan los rayos de sol y su tallo
es piramidal. Si lo descortezas en fibras anchas y planas, las dejas remojar
por 6 das, las entrelazas, y las prensas entre planchas de algodn por 6
das ms, podrs obtener tal vez, el famoso papel egipcio. Ver las velas
triangulares surcar el agua del Nilo fue fantstico. Ya en Giza, recorrer las
pirmides supone un tiempo que te ofrecen recortar montando un hermoso
caballo rabe. Yo prefer un desdentado camello llamado Michael Jackson.
Cada vez que vea a un gato tomar sol de frente con sus patas extendidas
me recordaba la imagen de la Esfinge. Ahora poda verla en persona, no tal
alta como la imaginaba, con su cara rota embellecindola ms. En ese ao,
trabajadores reconstruan su lomo echado. Por detrs se alzaban las geometras del desierto, y hacia all le indiqu a Michael el rumbo, sentado con
mis piernas alrededor de la joroba, a una sola rienda gruesa y colorada. Lo
dej en la entrada de Kafra. En la cspide todava se podan ver los restos
planos de la piedra caliza que la cubra completamente. De all caan apilados inmensos bloques de dos toneladas cada uno. Un pasadizo angosto
me oblig a descender agachado un tramo, luego se nivelaba y al final
ascenda hacia una recmara vaca, a no ser por un sarcfago de granito
negro. Nada de pinturas en las paredes, ni trampas, ni estelas, ni jerogrifos,
ni resplandores. La magia radicaba precisamente en estar ah mismo, en el
hueco de su corazn, bajo el vrtice incalculable de su peso, conteniendo
la respiracin, con el mango del esternn apuntando al cielo, cumpliendo al
fin un anhelo que se haba iniciado en aquellas enciclopedias desgarradas
una y otra vez de la biblioteca de mi padre.
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Ayer al atardecer, grandes bandadas se alejaban del ro. Acto seguido,


un ruido a pisadas continuas sobre hojas secas, a millones de insectos
huyendo, a crepitar de burbujas, aumentaba en intensidad y cercana.
A veces la imagen es ms lenta que el sonido, y ah vena, mas atrs,
rodando y empujando su gran cilindro gris sobre la superficie del agua,
percudindola con sus millones de alfileres avanzaba hasta llegar a m,
sentado en la orilla, vindola llegar, recibindola como lluvia en la cara
adormecida de la siesta. Un camin frijolero me alej hasta Tikal. Estar
en los 58 mts del Templo IV a las 5.30 de la maana, permite disfrutar
en primera fila del corrimiento de la neblina, descubriendo la selva all
abajo, completando un poco mas los rascacielos Mayas de las otras
pirmides. Los monos aulladores saltan sobre las copas con sus gargantas de leones en celo. Es extrao ver volar a los loros all abajo con
sus dorsos rojos, o a los tucanes con el peso de sus picos subiendo
y bajando el oleaje de su vuelo. El camino hacia Mxico me dej en la
frontera Guatemalteca, sobre el ro Naranjo. No pude continuar porque
era el nico para pagar toda la lancha. A la espera infructuosa de ms
turistas, le continu la llegada de la noche. Alejandro y Edwin, concuados, empleados de inmigracin, me invitaron con tortillas, caf y huevo
duro, me prestaron una hamaca para la noche, y la emprendieron con
historias de espantos y leyendas bien cerquita del fuego. Apenas me
pas la hamaca, Edwin me habl de la Ciguanaba, una mujer vestida
de negro que se desprende de la copa de los rboles y se acerca a los
que les cuesta entrar en sueos. Su cabello no permite verle el rostro,
y en el mayor de los sigilos comienza a merecerte de un lado y al otro,
inducindote ah mismo a no despertar jams. Alejandro cont de un
amigo que se cruz con un Cadejo, animal nocturno, de ojos rojos,
que tiene la peor personalidad de los felinos aunque se asemeje mas a
un perro. Acompaa a los caminantes en la noche. Me aconsejaba no
hacer lo de su amigo, que tuvo la mala suerte de encontrarlo. Si se te
atraviesa no hay que espantarlo porque aumenta de tamao, usa sus
garras, golpea, y arroja a la vctima a los zarzales. Los hay blancos y
negros. Si te aparece, la muerte ronda. Y despus para amenizar, me
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largaron la de un hombrecito de 40 cm de alto, con cara de anciano,


enamoradizo, que toca el violn. Cuando se enamora de una mujer casada, la cela y molesta al marido. Le pone pelo de gato en la comida, le
tira sal cuando el hombre quiere besarla, pero ojo, si la mujer lo acepta
puede recibir riquezas. La forma de quitrselo de encima, es pedirle
algo que no pueda cumplir, como traer agua con una red. Le da tanta
vergenza no poder, que desaparece. Es l quien trenza la cola de los
caballos cuando la noche lo aburre. A la maana siguiente, ya entraba
en tierra del Subcomandante Marcos por el agua del ro San Pedro. En
las ruinas de Palenque me detuve para ingresar en la tumba del Templo
de las Inscripciones. Los bajorrelieves muestran la muerte del Rey Pacal
y su descenso para derrotar a los seores del inframundo y alcanzar
la inmortalidad. Se puede ver un esqueleto reconstruido con sus preciosos adornos, protegidos por un cristal que rodea el sarcfago. Dos
colibres danzaban el ritual del cortejo, tan cercanos a la velocidad de
la luz, que parecan detenidos entre los rayos del sol. Al otro da amaneca en Agua Azul continuando mi ascenso hacia San Cristbal de las
Casas. En realidad el agua del ro es turquesa y brinda 6 km de saltos.
Lleva es su cauce un mineral que tie las piedras de color canela y sumerge cualquier elemento en suspensin, precipitndolo hacia su fondo. As logra un agua traslcida, gema viva que serpentea en los verdes
fosforescentes de la selva. La espuma blanca. Mrgenes desnivelados
por el color canela anaranjado que aprend a ver en los Arrayanes. Ocho
controles militares me aguardaban todava.

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Celia Isabel es mi hermana, me lleva 8 aos. Ahora vive en Oregon,


Estados Unidos. Cuando era adolescente y empezaba a alejarse, recuerdo haberla visto ms de una vez, subirse el cierre del jeans con una
pinza de mi padre. Usaba soleros que resaltaban sus hombros y luca en
la frente, entre sus ojos, un lunar perfecto de princesa India. Dicen que
el bisabuelo Toms defina su carcter diciendo en espaol y pensando
63

en cataln: sangre de toro, esta nia tiene sangre de toro. De su viaje


a Europa trajo experiencia y un buzo azul oscuro, casi negro. Tena un
escudo blanco en el pecho, rodeado de letras blancas, transparentes,
que nombraban una universidad. Era suave al tacto y muy abrigado
por dentro, en comparacin con los buzos de gimnasia que sola usar.
De tanto usrselo termin quedndomelo. En un campamento con el
grupo Juvenil de la colonia, lo tuve puesto cuando pas todo un juego
nocturno sentado espalda con espalda, con una chica de ojos con forma de almendra, pelo lacio pesado, labios dulces a los que no me les
anim. Aquel buzo siempre estuvo asociado a momentos mgicos de
mi vida. Siete aos despus de esa ancdota, a los 22 ms o menos,
en Valle Grande provincia de Mendoza, a orillas del Atuel, alguien se
llev sin permiso la mochila que lo contena. Tuvieron que pasar otros
siete aos ms para que Jean Michel Jarr, a 10 segundos del inicio
de los festejos de Julio, hiciera contar a la multitud hasta zero, para
que de la nada aparecieran cinco aviones sobre la Torre Eiffel cortando
el cielo con humos de colores, iniciando de esa manera un concierto
espectacular en el aniversario de la Revolucin. Francia comenzaba a
desnudarse para m, hasta los hombros y hasta los muslos. Tomarla no
fue difcil, en su lluvia, en la inmensa luna de alabastro sobre el puente
del Sena. Sus fotos, postales, revistas, sus chimeneas, los libros en la
rivera montados sobre las barandas, la librera Shakespeare, el jazz,
Notre Dame, sus jardines geomtricos de verde incesante con sus sillas alrededor de las fuentes o bajo los rboles, las mesitas de mrmol
en las veredas, el dorado brillante junto al verde cobre de las estatuas.
Cuando dio comienzo el desfile militar por la maana del 14 y la gente
se agolp en las calles, hu en soledad al Louvre, a la complicidad de la
Gioconda y al cuerpo abrasivo de la Venus. Despus, los rboles podados, la mano de Dios en las manos de Rodin, el beso, los letreros que
anuncian exposiciones, el bao por 2 francos, el chorro de agua que
limpia los cordones, me llevaron al caf LEcritore, sobre la Universidad de la Sorbonne. A poco de bajar la taza y retomar las notas del viaje
record al buzo, a su azul lleno de historia, a la inscripcin y al escudo,
el mismo que tena la universidad a mis espaldas. Despus slo fue empujar la ficha de domino que me acerc la vida para desequilibrar otras,
secuencia que se trab con el tiempo en algn lugar del recorrido. En
el 208 de la Rue Vaugirard encontr el departamento vaco de Annick
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Lemeillet. Le dej un mensaje bajo la puerta, en el cual me presentaba


con la coincidencia de los apellidos, contndole que un bisabuelo dej
Bretaa, a principio de siglo, que tal vez nos uniera algn lazo familiar
desconocido hasta ahora. Una tacita de porcelana heredada tiene pintado el acueducto de Finisterre y tal vez pueda ser un buen elemento
para la pesquisa de los antepasados celtas. Me contest a los meses,
le contest, intercambiamos fotos, se mud sobre el mediterrneo y los
acontecimientos encadenndose uno tras otro terminaron detenidos en
algn lugar del trayecto, algo no movi la pieza que nos continuaba en
contacto y todo qued as, una rama detenindose lentamente de las
aves que la abandonan.

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Guadalajara es preciosa como su gente. Tienen un amor y un respeto


a sus ancestros que conmueve, como sus cunas de Tequila. Detrs del
Congreso existe el bar La Fuente, donde diputados, artistas y celebridades no dejan de pasar. No se es abogado si uno no se tom una
cerveza en ese bar. Esa es la profesin de Oscar Ibarra y all nos reencontramos. Tiene muebles de principio de siglo, como el mostrador, los
baos, una bicicleta vieja que alguien olvid y nunca vino a recuperar,
colgada en la pared, esperndolo todava. Pero djenme detenerme en
el Instituto Cultural Cabaas, cuyas paredes internas contienen la magia, la irona, la filosofa y el inmenso talento de Jos Clemente Orosco,
pintor muralista maravilloso. En el interior de su cpula se encuentra el
Hombre de Fuego. La curvatura de la bveda no le impidi consagrar
su oficio de la perspectiva a 27 mts del suelo. Es un hombre desnudo,
de 11 mts, visto de abajo, en movimiento, dando un paso en el aire,
saliendo de las llamas o siendo capturado por ellas. Se encuentra por
sobre tres hombres grises, completos, en partes, escondidos, que lo
resaltan. Los crticos analizan y atan su arte a caballos de agua, viento,
aire y fuego, que terminan desmembrndolo. Homologan los rituales
sangrientos de los pueblos originarios con el genocidio espaol. El co65

nocimiento de uno en desmedro del conocimiento del otro. Las masas


presas de los dictadores con las causas revolucionarias. La tecnologa
tan alejada del hombre, la injusticia, la caridad de la iglesia que impone
en definitiva los beneficios de su fe para su fe. De corrupcin. De traicin. De esto hablan las paredes. Cada uno las lee desde su propia historia. Pero yo trato de escucharlo, y en mi incesante recorrer observado
por sus pinturas, vuelvo a encontrarlo ah arriba. Al hombre en carne
viva. Pasional. Meditativo. Resuelto. Andando ya su decisin. Capturado por Clemente en el momento exacto. A punto de entrar o salir del
cielo incendiado. Para m se termina definiendo por el ms terrenal de
los hombres, viene hacia aqu, regresa de las verdades universales,
est a punto de bajar su cabeza de las llamas slo para que nos reconozcamos nuevamente en su mirada.

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La devolucin de amor de las que les voy hablar, concentra en unos


minutos, sintetiza en un corto perodo de tiempo, una relacin nietoabuela o sobrino-ta o madre segunda-hijo, que anduvo por los dictamines de la familia llenando huecos, asistiendo, complementando los
lmites paternos esquivados en connivencia de adultos, comida llevada
clandestinamente a la penitencia. Espacio contenedor en las sbanas
del miedo. Corazn abierto para pasear en tren. Diarios ledos en conjunto. Merengues gigantes con crema y dulce de leche. El olor a salsa
y estofado invadiendo la casa temprana del domingo. Canchas de ping
pong juntando las mesas marcadas de la alta costura de su Academia.
Esfuerzos de todo un ao para vacacionar en Villa Gesell. De chiquita asumi como norma la ayuda al otro. As anduvo por la Boca, peleando junto a sus hermanas Tota y Tita las inundaciones del Riachuelo, empecinado cliente del restaurante de sus padres. Aprendiendo
confeccionar sombreros de fieltro, o recolectndolos de La Quema
para limpiarlos y arreglarlos con destreza de restauradora profesional.
Aprendi a teir con la habilidad de un qumico. Aprendi a coser y
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a confeccionar cualquier clase de diseo que le pusieran delante. El


mismo Delego asisti a un desfile que organiz en su casa. Pudo haber
alcanzado renombre en el mundo de la moda, pero no le interesaba ese
tipo de encumbramiento. Prefera seguir viviendo con humildad, con el
respeto y reconocimiento de los vecinos. Recuerdo los Sbados en el
cine Los ngeles y despus el tostado en la confitera. Recuerdo que
en un momento se nos haba hecho rutina ir al cementerio de la Chacarita. Era casi una salida social, con el ritual del bao, del colectivo,
del silencio y la compra de flores. Tengo esos olores y el eco de las
pisadas de los zapatos andando esas galeras interminables, hasta unir
la caricia de los dedos con los nombres hallados en los rectngulos de
los nichos. Chusmear en su ropero era viajar 50 aos atrs, con fotos
sepias, medallones pesados, rosarios, crucifijos, estampitas, carteras,
naftalina, relojes detenidos. Yo le regal un crucifijo curvo como el que
usaba Juan Pablo Segundo. Supe tambin de un amor que ella no correspondi. En un momento de intimidad, me confes que de no haberse dedicado a cuidarnos, le hubiese gustado ser Carmelita. Yo siempre
le agradec su decisin, y de la manera que la realiz, hasta llegar al
fondo, entregando sin miramientos, sin quedarse a mitad de camino de
nada. Incluso cuando decidi morir lo hizo de esa manera. Pero mucho
antes, en una tarde, cuando despidi a su ltima alumna, la llev hasta
el comedor y la sent para que escuchara algo. Haca tiempo, mi padre
haba comprado un Combinado Musical que traa pasa discos y pasa
casetes, con todas las ondas de radio en luz verde, y un dial a perilla
metlica, pesada y precisa. Sus parlantes eran otros muebles en si mismo. Desde entonces, la W roja del Winco y los botones de colores del
Geloso quedaron como una curiosidad. Deca entonces, la llev hasta
el comedor para que escuchara algo. Se sent. Arrastr cada parlante
a los costados de la silla. Se acomod y cerr los ojos. Seleccion
alto el volumen y presion play. Entonces vibr la vitrina en el arranque
pero despus todo entro en sintona. La mesa lustrada, los jarrones,
el mueble de la Ta Mara, las vigas, la araa de bronce, los caireles, la
vajilla de las fiestas, el loro azul de porcelana, los vidrios de las puertas,
las cortinas, todo en sintona repitiendo la aceleracin de las notas ms
pasionales con que Vivaldi describi el pedacito mas hermoso de su Invierno. El de ella, cerquita de los 80 aos, no poda entrar en su sonrisa.

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40

La compaa area Israel, sugiri llegar 4 hs antes de la partida del


vuelo Bombay-Tel Aviv. Cuarenta das por India me haban dejado el
alma tan satisfecha y la mente tan vaca que nada poda perturbarme.
Tres personas diferentes, amables, inquisidoras, estuvieron preguntndome y repreguntndome sobre m y mis ltimas horas de vida, motivos del viaje, estada en Israel, si haba perdido contacto con la mochila
en algn momentoPasada la prueba, cuando despachaba el equipaje conoc a Tomer, que volva a su pas despus de haber recorrido
la India por 6 meses, en moto, junto a Delfina, su novia francesa. Ellos
compraban mercanca para revender en Paris y se haban excedido en
los pesos, por lo que me pedan ayuda para pasar parte de su equipaje.
Despus del control al cual fuimos sometidos, desech la idea que me
estuviera endilgando una bomba, as que acept. El vuelo intensific la
charla y me invit a conocer a su familia y viajar juntos hasta Jerusaln.
Antes de tocar tierra, ya haba resuelto parte de la estada en manos de
gente del lugar. Desde el aire, Israel se ve color marrn oscuro, ordenada, abierta, silenciosa, cultivada. Tomer result ser un exconscripto con
alguna participacin armada, tena intensiones de radicarse en Francia.
Su familia me alberg los primeros das y fue por su padre que conoc
parte de la historia del pas y sent la vigilia de la muerte en las rutinas
de la vida. Jerusaln es clara, limpia, codiciosa, alerta, abierta en sus
mercados dentro de sus gruesos muros. Los idiomas se mezclan en lo
que sus fusiles separan. Tomer tambin tena el corazn lleno de India.
Vi devocin en el Muro de los Lamentos. Hacia la izquierda recuerdo,
el muro se contina por un lugar cerrado. En una de esas grietas, ms
a salvo de la intemperie y en la ms incmoda de alcanzar, introduje
profundo, unas lneas para mi padre. No lejos de ah, bajo la Cruz donde muri Cristo, pens en mi Madre, Porota y Tota mientras pegaba
derretidas las bases de las velas. No lejos de ah, protegiendo la piedra
oscura donde Mohamed ascendi a los cielos, la bella mezquita de la
Roca. Dios bendice a todo aquel que toca este sagrado lugar. La noche
llega rpido entre tanta emocin concentrada en tan poco espacio. Las
religiones monotestas ms populares de la tierra respiran sus lugares
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santos unos sobre otros. Delfina conoca un lugar donde pasar la noche.
Una posada en el barrio rabe. Econmica. Confortable. Nos registramos. Ellos tomaron su habitacin. Yo mi cama alta en un dormitorio
comn. No termin de acomodarme cuando Delfina irrumpi llorando.
Me dijo que esto era una locura, que tenamos que irnos cuanto antes,
que Tomer ya se haba ido, que era muy peligroso, que tambin nos
tenamos que ir. En la confusin, mi lado viajero sin recursos no pudo
con su esencia y trat de recuperar el dinero de esa noche. Le invent
al conserje una escusa desordenada por la cual nos tenamos que ir
enseguida, y el me acomod con la furia de sus palabras. Salimos a la
calle. Delfina empez a llamar a los gritos a Tomer quien ya dejaba atrs
los muros de la ciudad vieja. Nos hicimos a la carrera y lo alcanzamos
en un bar. Entramos para recuperarnos y poner palabras a lo sucedido.
No hizo falta. El dueo del bar nos aclar nuestra suerte. Alguien los
ilumin para salir de ese lugar, dijo, semanas atrs asesinaron a otros
judos, identifican las camas y avisan. India me haba hecho olvidar el
atentado en la AMIA para con mi pas como a Tomer, la latente realidad
de guerra que vive el suyo. Fanatismos y locuras se cometen de los dos
lados. La violencia termina siendo un hecho natural. La muerte en carne
y hueso, que no se cansa de convivir a tu lado.

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Desde cubierta, los relmpagos permitan vislumbrar en la noche,


mezquinamente, en el contraste de sus flashes, el perfil majestuoso de
la isla. Cuando yo suba desde Costa Rica y me hacia al agua de ese
gran lago, el cacique Nicarao bajaba desde el Norte, distancindose
cada vez ms del poder del imperio. Los sabios le haban vislumbrado
una tierra tan prometida como utpica: dos montaas, una de agua,
otra de fuego unidas por un istmo, rodeadas de un mar de agua dulce.
Apenas toqu tierra en Omepete, me hosped con hambre y ped lo
mismo que mi compaero de mesa. Terminamos compartiendo ensimismados un ajedrez que slo los movimientos de la reina daban lugar
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al respiro y a un sorbo de Cubalibre. Tim era viajero, ingls, carpintero


y buen tipo. El cacique Nicarao lleg al borde del cansancio y en esa
costa abierta de agua dulce acamp a su gente. Sus cazadores hallaron buenas presas pero sus pescadores el encantamiento de rayas y
peces sierras, y le contaron adems asombrados la presencia de tiburones. Entonces dio la orden y puso las proas de sus canoas exploradoras hacia la profeca. Al volcn Concepcin lo despiertan cada tanto
los enojos de su magma. Al volcn Maderas lo corona una pequea
laguna. Tim se enter que sobre las playas de Chacanaste, en el Pacfico, estaban llegando tortugas para desovar. Y all fuimos a conocerlas
y a ayudar a los guarda faunas a juntar las pequeas que emergen en
los peligros de la arena para soltarlas en las horas mas seguras del atardecer. Sobre el archipilago de Solentiname en cambio, que me saba
a Cortzar, descubr a una artista Naif Primitivista que juntaba agua de
lluvia y alimentaba a su guacamaya roja mientras pintaba sus soledades, y a un entomlogo italiano que atravesaba crudamente insectos
desconocidos con alfileres, sin la literatura, ni la belleza, ni la sensibilidad que Jean Henri Fabre exhibe en sus Recuerdos Entomolgicos. Y
a esos lugares bamos porque si. Vamos, que donde nos entersemos
que la vida expona su costado vulnerable y perdido bamos, tomando la isla como centro del universo, como atestiguan sus petroglifos
Chorotegas, los mismos que toc Nicarao al poner fin a su bsqueda.
Nosotros para ir de aqu para all, tal vez como una escusa para volver
muchas veces, sobre el techo de la barcaza, soltando una lnea con un
capuchn amarillo de plstico por carnada o por sentir el agua noms
sobre los dedos.

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A los 90 aos, Isabel Pujol miraba desde su departamento en el piso


14 los rboles de la plaza Vlez Sarsfield. De chicos, dormir con mis hermanos en esa torre, era una aventura de refugios hechos con sbanas y
broches, con cra de yacar embalsamado, haces de linternas y molino
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de porcelana musical con aspas giratorias incluido. De su vitrina salan


ratoncitos de caracoles y delicados pajaritos, con los colores vivos que
advierten del peligro en las selvas pero que no duraran una noche en
los tejados del barrio. Los lejanos ladridos se convertan en aullido en
las sombras chinas de las manos sobre la camisa encendida del farol.
Sus hijos grandes y su esposo muerto acentuaron cierta rigidez en su
rostro que atenuaban las visitas de sus nietos. Entr de la plaza con un
pensamiento para compartir. Todava se desenvolva con una independencia admirable y era capaz de esperarme todos los martes a las 7 de
la tarde, con una cerveza acompaada de buuelitos de acelga o tostadas de atn. Una hora mas tarde y a dos cuadras, cruzando Rivadavia,
empezaba el taller literario de Mara Rosa, donde despuntaba el oficio
de escribir. Isabel, Tota, mi madrina, levantaba los ojos de la espuma del
jarro y exiga la hora de su muerte golpeando con su dedo el vidrio del
reloj. En esa mesa, que el otoo oscureca por la ventana, desandaba
sus aos y sus recuerdos. A media botella debatamos acerca de los
destinos cumplidos antes de la muerte, ese resto de tiempo entre una
cosa y la otra, en apariencia obsoleto, que nos hace desear que todo
finalice de una vez, debera llevar en sus fueros, pensbamos, alguna
finalidad ajena, y que descubrirla sera una forma de llevar con algn
entusiasmo ese tramo yerto para uno, pero tal vez tan crucial para otro.
En eso andbamos, a mi particularmente me resonaban los ecos de esa
idea, cuando exigi llegado el momento su cremacin y me pidi que
eligiera un rbol de su amada plaza donde arrojar sus cenizas. Yo acept
por supuesto, pero como quien acuerda un tema cotidiano y simple. Tal
vez tantos martes nos hicieron tomar la muerte de esa manera, cotidiana y simple. Aos acompaando una despedida sin sobresaltos, con la
satisfaccin de haber dado todo lo que uno cree poder dar. Esperando
la visita de los martes para seguir liberando los restos posibles de soltar
y seguir sujetando lo que a uno de da identidad y lo atesora. Tota fue un
tesoro en mi vida. Bellos Jacarands y aejas Tipas engalanan el aire
de esa plaza. Pero siempre tuve mis preferidos. Uno es un omb fcil
de trepar mas asociado a mi infancia, cerca de las hamacas. El otro es
un Ginko, con un follaje espectacular en esta estacin. Tiene hojas con
forma de abanico que se iluminan en Abril con un amarillo que respira
como el fuego, antes de caer a su alrededor como todos los aos, a
partir de su muerte, junto a sus cenizas.
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Despus de la Antrtida y Groenlandia, la tercera extensin de hielos


ms grande del mundo se encuentra en Amrica. Lo llaman Campos
de Hielo del Sur o Campos de hielo Patagnico. Cincuenta km de fiordos separan la masa glaciaria en una norte y otra sur, cuatro veces
ms grande. Sus lenguas de hielo avanzan al este y oeste de las alturas
en un paisaje inigualable. Sus planicies plagadas de grietas, sus picos
vrgenes, su difcil accesibilidad, su clima endemoniado custodian dos
reservas vitales para el hombre, el agua y el misterio. Los glaciares
andan su corazn de ro y avanzan lentamente su sangre celeste hasta
donde los dejan. Cuando descubren la peor naturaleza del hombre,
despedazan su belleza y retroceden. Donde el continente apoya su pie,
su tobillo dislocado y magallnico para elevar su pierna con el filo de su
tibia sensible al atlntico y su bota desflecada incrustada de lapas y catedrales abisales al Pacfico, se levanta el equilibrio columnar de los Andes hacia sus curvaturas, para compensar sus silencios y sus excesos,
sus volmenes y sus secretos. En ese espoln mltiple y caprichoso,
en ese tendn invulnerable que contrae y relaja sus gemelos Chalten
y Paine, incrustado de canales labernticos y cisnes de cuello negro,
donde los kawskar guiaban sus canoas hacia lobos marinos o huemules antes que Xolas los castigara con la ambicin blanca. Por esas
regiones me encontraba navegando, desandando el ovillo en la cabina
del capitn de un buque carguero que llevaba ganado sobre cubierta
entre los Puertos Natales y Montt, con nieve cayendo sobre todo menos sobre el verde limpio del ocano. A las horas, despus de una maniobra angosta entre los mrgenes verticales de cormoranes, piedra y
lengas alineados a plomada, apareci la luz del faro montado sobre los
restos del barco de Leonidas, pronunciado as, sin acento alguno. Yace
encallado sobre la estocada de una piedra saliente que lo mantiene en
la flotacin artificial y fingida de la muerte. Su casco rgido sostiene todo
lo que a su alrededor se mueve, a pesar de haber recibido las cargas de
prctica de la artillera naval despus del accidente. Me gusta pensar
que Leonidas premedit la maniobra. No hubo vctimas ni prdidas de
cargamento, slo su barco detenido para siempre en ese lugar. Algo
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del orden de lo emocional defini el golpe de timn sobre esas aguas


tan conocidas, tan iguales a las corrientes de la vida. No dud, todos
terminamos matando lo que amamos se dijo, y cerr sus ojos sobre el
ruido espantoso de la quilla abrindose hasta detenerse. Ahora su luz
atraviesa los caracteres de los copos y se llena de textura y de relieves.

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El ltimo milln de aos model su forma actual. Las ltimas mediciones le dan una profundidad de 3.500 a 4.000 metros. Se cree que
en tiempos geolgicos, el levantamiento de los Andes y la actividad volcnica encajonaron al ro y lo atraparon en un poderoso dique formando un gran lago. Cuando su retencin colaps, las aguas iniciaron la
erosin vertiginosa y profunda que hoy lo caracteriza, con desfiladeros
angostos, pendientes de 60 de inclinacin, acantilados espectrales.
En algunos sectores la inteligencia de sus habitantes sumado al trabajo
comunitario han modificado las laderas en andenes de cultivo, terrazas colgadas de los siglos, bellamente integradas al paisaje, brindando
todava papas, maz, quinua para su gente. La espectacularidad del
Can del Colca, en el sur peruano, fue ingresando en mis poros desde
temprano. Las yemas de los dedos, sensibles atravesando los guantes,
terminaban de degustar las ltimas migajas del desayuno. Estbamos
listos para el mirador. Del otro lado, un caballo negro pisaba en crculos
el suelo dorado de las espigas, resaltando el grano de su funda como
cada rayo del sol la briosa silueta del animal. Las calles del pueblo nos
fueron alejando. A la izquierda caa el borde del precipicio. A la derecha,
en la ladera que continuaba, las tumbas Waris tal vez, colgando del
capricho de las grietas ms profundas. Los Apus no nos permitieron
alcanzarlas. Al tercer intento, antes de volver a desbarrancarnos, las
espinas enfatizaron con ardor el mensaje inequvoco de los espritus
de la montaa. Llegamos al lugar indicado antes del medioda. ramos
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cinco. Con mi hermano Juan buscamos en la espera unas rocas cmodas, abismo abajo. Los otros tres quedaron ms arriba y atrs en el
viento. Intercambiamos cmaras y es una foto, les anticipo, la que cierra
este relato. Tambin nosotros colgbamos del paisaje. Hacia el precipicio predominaban los grises celestes de las piedras en todos sus valores, sus aristas superpuestas, sus quiebres, sus ngulos, sus filos. Las
corrientes trmicas comenzaban a levitar sus columnas al sol. Nosotros
lo sentamos alto de frente y proyectbamos una sombra pequea. Al
momento del asombro mirbamos por alguna razn hacia el este, pero
giramos las cabezas al mismo tiempo, como si algo nos llamara. Tal
vez fue el avistaje anticipado de los amigos, algn aviso emocionado,
no lo recuerdo bien, pero de pronto nos encontramos con su figura,
viniendo de la nada, ah estaba, un cndor macho inmenso planeando
a pocos metros de nosotros. Cada vez que recuerdo su imagen aproximndose, no puedo dejar de escuchar el sonido del aire abrindose
sin esfuerzo en la extensin mxima de sus alas, deslizndose sobre
un silbido ntimo y primitivo, poderoso, solitario. Su cabeza fue girando
hacia nosotros con pequeas detenciones acompaadas por la gelatina de su cresta. Su pico prefiere la muerte aeja para hundir su poder y
no manchar de sangre el blanco de su cuello. De ah se desprende un
negro azulado nico, por momentos lleno de obsidianas, de estrellas
muriendo, de los surcos hmedos recin abiertos sobre la tierra. No
trasmita tensin alguna. Su garras colgando hacia abajo, sus plumas
falngicas colgando hacia arriba, separadas, cncavas, independientes, sensibles. Apenas un murmullo bajo el silbido dominante dialogaba
los movimientos y conversaba los secretos del vuelo en imperceptibles
rotaciones combinadas de su ala nica con el abanico sutil de su cola.
Debo decir que nunca dejamos de mirarnos a los ojos. Cuando su
avance irremediablemente lo propuso, Juan y yo, sin pensarlo lo acompaamos. Extendimos nuestros brazos para siempre.

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l no lo saba ni le importaba, pero ya estaba transitando el primer


siglo antes de Cristo. l perteneca a la cultura llamada en la actualidad
La Tolita, en lo que hoy es Ecuador, donde sus orfebres eran sumamente codiciados por su creatividad y vuelo artstico. l fue el autor de
una diadema antropomrfica de platino, de una inusitada belleza, que
le vali prestigio y reconocimiento en su pueblo. A su sensibilidad se
le sumaba otro don, era capaz de bucear ms de 20 mts, atributo que
le permita escoger los mejores especmenes de Mullo Rojo para sus
piezas de orfebrera. En estas pocas el trfico de spndilus movilizaba a mercaderes de toda la costa del Pacfico. Un pedido inesperado
y convincente desde la amistad, lleg desde lo que hoy llaman San
Agustn, en el sur de Colombia, y lo apresur a hacer los preparativos
del viaje que inclua a su mujer embarazada y a un desvo hacia el sur.
Ella tena familiares en el valle del Lambayeque, donde reinaba el Seor
de Sipn, en el norte Peruano, y le urga verlos. l tema adems por su
hijo ya de seis grandes lunas de gestacin y por los dioses castigadores
Mochicas, en especial por a Ai-Apaec, aunque tambin amaba aquella
cermica realista tan diferente a sus propias formas de expresin, esos
huacos retratos, sus colores rojos y cremas, las vasijas con motivos
ceremoniales, cotidianos, mitolgicos, la representacin de la muerte y
del sexo. Esta dualidad y otras, las arrastraban de las influencias Chavn
que tanto los haban inspirado. Tambin gustaba imaginarse con su
mujer y su hijo divirtindose en el mar con los caballitos de totora. Pero
ahora no tena tiempo y quera continuar cuanto antes al norte, lejos de
las deformaciones craneales que practicaban en los pequeos nacidos
y llevar el encargue hasta su amigo escultor, all donde el rio hoy llamado
Magdalena, se encajona y acelera de remolinos y truenos, para irse llano despus, en meandros hasta el mar clido. Les tom algunos meses
la travesa pero al fin llegaron. Su anfitrin preparaba el ajuar funerario
de su amada y esperaba la joya de su amigo para completarlo, lo que
iba a ser un obsequio en vida termin siendo una ofrenda en la muerte,
para que se presentara en el inframundo con las galas merecidas del
amor, y colocar al fin en la entrada de su tumba, la mas alejada de la
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necrpolis, una escultura monoltica de su autora. La escultura tiene


nueve pliegues abdominales, con un ombligo en el noveno, representando as a su hijo que mora con ella en las vsperas de su nacimiento.
Compartieron el dolor de la ceremonia, la similitud y las simetras de
las emociones. Y as como la vida quita da. En medio del ritual la mujer
del orfebre rompi bolsa. Fueron entonces donde el cauce natural del
arroyo se desva en un cauce artificial, abierto en ms canales, salpicados con relieves de animales frtiles, dibujando arterias de agua sonora
sobre la piedra clara, jugando con los las formas naturales de la roca.
Llegaron donde el agua volva a confluir en un caudal mayor que caa en
desnivel hacia un piletn del tamao de las piernas abiertas. Ella apoy
sus pies en dos soportes delicadamente esculpidos con rostros y la
curvatura cncava de su espalda sobre el frente convexo del torrente.
As puj, con la pelvis bajo el agua, y as el agua se tio tan rpido como
se aclar y emergi a un nio hacia su primera bocanada de aire. Sangre nacida por muerta, hacia el paladar spero y satisfecho de la tierra.

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Los chicos se despertaron temprano ese domingo de Pascua y fueron por la trampa primero y los escondites de los huevos despus. La
tarde del sbado nos quedamos pensando el porqu de una coneja benefactora que se vuelve ovpara y dulce en los chocolates. Pero
el aburrimiento sugiri preguntrselo personalmente y empezamos a
disear trampas ecolgicas que pudieran capturarla en las sombras
de la noche sin lastimarla. Descartamos el dispositivo de Manu que la
ametrallaba automticamente con burbujas al cruzar un lser porque
una vez capturada sera perdida para siempre hacia las estrellas, o la
de Toms de disfrazarme de apuesto conejo porque una vez apresada
en el amor, podamos romperle el corazn. Volvimos a hablar de cazadores, del valor de los pigmeos que cazaban elefantes para su tribu
con una lanza, tan diferentes a las vanidosas miras telescpicas de los
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actuales. Yo les record que de chiquito, capturaba y liberaba una y otra


vez las palomas de mi hermano Luis con una palangana, un palito y un
hilo. La carnada no fue difcil de conseguir aunque no saber el tamao
de la coneja present sus inconvenientes. Nos decidimos por un lazo
corredizo a medida. La mesa del jardn es una rodaja inmensa de Coihue y fue la base de la trampa. Ah escondimos la cuerda con harina.
Una caa curva columpiaba en la brisa una tentadora zanahoria que
intentaba quedarse en el centro de la tabla, en el primer anillo del rbol,
varios siglos atrs. Satisfechos nos fuimos a dormir. Las cabezas en las
almohadas se iniciaron con las imgenes comunes y expectantes de la
experiencia y luego tomaron sus propios caminos.
Muchas veces, cuando volva de la escuela, nuestra perra Toli sala
de la casa a recibirme y esquivaba violenta a mi abuelo Luis sentado en
el umbral. Entonces l se paraba como boxeador zurdo y empezaba a
lanzarme golpes mientras me deca eh mascarita! antes del beso en
la lija de su cara. Haba historias de su Italia, pocas, cuando cazaba pajaritos con el elstico viejo y metlico de una cama o colocando comida
y pegamento en las ramas, para sumarlos a la polenta. Viva temporariamente con nosotros y trabajaba de carpintero. Haba nacido cerca de
Venecia, tena ese tono en los ojos celestes que lo distanciaban a cada
rato de su alrededor. De grande pude recorrer las calles de agua de esa
ciudad, cruzar los arcos de sus puentes, tocar sus mscaras lejos del
carnaval y dormir en sus muelles. Sentarme en la mitad de la plaza de
San Marcos, escuchando las orquestas enfrentadas desde las galeras,
con algo de pan, queso, vaso de vino y recordarlo. No tena donde
parar y no importaba. Luis D`adam, brabucn y pintn, su imagen la
reconstruyo en el aire, en los escasos recuerdos, en el espordico oficio
de nieto, en las curaciones de su pierna cercanas a la muerte acompaando a mi madre. Pero algo de l se filtra en la intencin de este relato.
El esfuerzo de recibirme cuando regresaba de la escuela y algo ms.
Unas tontas trampas. Y las expectativas de una relacin ms profunda
de la que tuvimos, sobre todo en la infancia, cuando la realidad de la
relacin de mi abuelo con la familia se empecinaba en alejarnos todo
el tiempo, como si su inesperada presencia me invitara ahora en los
prembulos del sueo, a inmiscuirme en su recuerdo y reescribirlo. El
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y yo escondidos alguna vez cerca de una trampa, expectantes, felices


el uno en el otro.
Nos levantamos temprano ese domingo y salimos al jardn sin detenernos demasiado en los brillos metlicos de algunos huevos. La zanahoria estaba mordida, la harina estaba llena de huellas largas y saltadoras que se perdan entre las retamas. El lazo cerrado, insatisfecho,
sobre el mechn de algodn atrapado de la cola misma de la coneja.

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Casi en forma constante, cada 1.000 metros de extensin el convoy


sube 25. Una locomotora diesel lo empuja desde atrs para alcanzar el
viaducto a unos 4.220 metros sobre el nivel del mar. El diseo de las
vas en zigzag permite descartar las cremalleras. Existen retrocesos,
avances, rulos, puentes fantsticos, tneles, espirales que permiten
vencer los obstculos naturales y avanzar los vagones. Parte de Salta
capital. En estos tiempos existen tres servicios, uno turstico, uno que
funciona de correo y otro de mayor alcance y mas econmico para
los lugareos. Pagar menos y conocer mas es una alquimia irresistible.
Este ltimo tren llega hasta la ciudad fronteriza de Socompa y hacia all
sacamos los boletos. Nos aconsejaron los asientos centrales, bajo el
chorro caliente de la calefaccin, dato que agradecimos en las horas
de la noche. Un jardn de infantes subi por unas estaciones pero dej
flotando una ingenuidad que fue tomada por los adultos que nos acompaaban en la travesa. Salvo Yanik de Francia, el resto lo conformaba la rutina semanal de los pobladores, cargando sus productos, sus
mantas, sus aguayos, descendiendo en estaciones secas y coloridas,
tan habituados a la impresionante belleza del paisaje que sus miradas
tienen su silencio y su brillo, guardianes de la luz que reverbera en el
nix. Locomotoras a vapor trasladaron por este recorrido los primeros
cargamentos de Brax. En la dcada del 60 unos estudiantes filmaron
y pidieron al maquinista que al cruzar el viaducto de la Polvorilla soltara
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con furia, chorros laterales de vapor. Djenme decirles que ese puente
curvo, traslcido sobre el abismo de 70 metros, slo sostiene los destellos de los rieles. El efecto debi haber sido impresionante. El piso
del fro a la altura de las ruedas desliz los resoplidos de la mquina
sobre la cera de sus mosaicos, hacia atrs, sosteniendo la contorsin
de los vagones sobre una nube plana, rebautizndolo para siempre,
hacindolo flotar en una ceremonia que le confiri en forma inmediata
el alma que careca. Todo el que lo cruza siente la extraa presencia del
misterio en su piel. Las mismas almas de los pasajeros son tomadas y
trasladadas a salvo primero, del otro lado del puente. Ese vrtigo que
uno cree sentir, ese sentirse perdido en el asombro no es ms que el
rechinar lento del acero fundindose en nosotros, tomando nuestros
latidos por unos 200 metros, movindose con nuestros cuerpos que se
cruzan sin voluntad hacia las ventanillas y los escalones de las puertas,
que disparan cmaras fotogrficas, que multiplican miradas. Yo dej mi
alma de ida, en aquel lugar, en aquel atardecer. La nieve en la cordillera
nos detuvo 10 horas ms adelante, en Tolar Grande. Mi cuerpo anduvo
caminando sobre la sal de esos parajes slo por caminar y anduve
hablando con un eco extrao slo por hablar. Dej sobre el azcar de
mi suela todas las huellas de mi vida y atoradas en las hendijas rojas de
las piedras las palabras que nunca me atrev a pronunciar. De regreso,
con una luna lateral recuper el alma que me estaba esperando, viendo las falanges del acero del viaducto brillar sobre la panza del tren y
desaparecer, una mano que hace pasar sobre la punta de sus dedos
a un animal vivo y se va cerrando en el vaco. Recuperar el alma obliga
a quedarte quieto, en mi caso con la cabeza inmvil apoyada en la ventanilla, en silencio, en la ms absoluta de las respuestas de la mente sin
preguntas, cuando uno vuelve a ser uno sin saberlo y el tren animado,
se recompone en el descenso, se despoja de lo tomado y se comporta
entonces como un simple tren hacia destino.

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48

A veces, la lnea que pliega y repite imgenes se abre como en


el calor agudo y profundo los picos de las aves. Abro la ventana y un
taido secreto desencadena algo ms que el vuelo de las palomas.
Por sobre los marcos, todas las posibilidades de mi vida andan sus
vidas, tan inciertas como mi prxima eleccin. A veces soy yo quien
aguarda por sus gestos y resoluciones, pero hoy soy iniciativa. Estn
donde estn sienten que algo les fue arrebatado, y las obligo, sombras
entre bandadas de campanas, a mirar a su alrededor, a abrir postigos,
a mirarme, sin entender el llamado, ni el vaco repentino, ni la soledad...
Estoy trabajando una idea sobre el delgado marco de la ventana de mi
habitacin, en la pensin Otaviano, a tres cuadras de la Baslica de San
Pietro. Fue desde su cpula que descubr el color ladrillo de los techos
de Roma. Estoy escribiendo casi escindido de m, en una experiencia
incompleta y extraa. A esta altura, a unos pisos del pavimento, se
siente el bullicio de la ciudad, una de las ms hermosas que he recorrido. Sus calles, monumentos, fuentes, plazas, iglesias, pinturas, puentes
hacen del arte un hecho cotidiano, intercalado en la rutina diaria y montona. Caminar al atardecer por las afueras del Castello Santangello
con su atmsfera de libros y poesa. Roma impresiona con cada giro
de cabeza, la belleza impresiona, y a veces duele tanto que se vuelve
insoportable. Por eso ahora La Pieta se encuentra resguardada tras
un cristal, para que nadie ms vuelva a intentar destruirla a martillazos.
Reconstruyeron el rostro de la Virgen y su brazo izquierdo derrumbado.
En esa mano cada encontraron una firma secreta del autor. El mismo
Miguel ngel rompi la pierna de Jess en una de sus series. En Florencia vi al sol humanizar sus esculturas al atardecer. Contemplar sus
obras a esa hora es, ni ms ni menos, el respirar del mrmol. En el techo
de la Capilla Sixtina se lo ve a Dios de tnica, estirado al mximo en el
aire, sostenido con la ayuda de Eva y de Querubines, intentando llegar
al hombre con su dedo ndice derecho. Adn desnudo por el contrario,
se encuentra cmodamente recostado en la tierra, con su antebrazo
izquierdo apoyado en su rodilla, su mueca flexionada, su dedo ndice
relajado. Con slo extenderlo levemente lograra el contacto con Dios,
80

supuestamente recibiendo la vida, pero ah est, inmortalizado en su


indecisin, recibiendo qu clase de vida. Estn esplndidos. La idea
convertida en arte de los dedos a la espera del contacto conmueve.
Claramente se siente el deseo de Dios por sobre el del hombre. Pero
la vida no tiene propsito, es un juego. La vida en s es una expresin
de alegra. No tienes que tocarme porque yo ya estoy en ti y t en m.
No existe diferencia entre nosotros. Somos parte de todo y el todo est
en cada uno de tus seres. No vale la pena tomar todo tan en serio. Lo
que tiene que suceder suceder para nosotros. Reljate Dios, dile a Jeremas que tambin relaje la expresin de su rostro. Vengan a sentarse
conmigo.
El silencio que se impone ante esta imagen representa hoy en m la
expansin. La expansin del conocimiento es la presencia sin lmites
en el espacio. Frente a esta imagen me presento y vuelve la unidad, el
pincel o la gradina de Miguel ngel, los turistas absortos, las miradas
atravesando la bveda que desaparece en el universo, el nio corriendo, el poder desafiado, tu sombra, los zapatos detenidos, todas las
posibilidades de mi vida regresando a lo que soy.

49

Todos los jardines que alguna vez respir se concentran en ste a


mis pies, as como todas las playas en aquella, que recibe al csped
con arena invasora y contina el espacio hacia el horizonte indmito
del ocano. Habitacin, ventanales abiertos, flores, plantas cuidadas,
plantas salvajes, dunas bajas, mar, atardecer, es el camino por el que
van y vienen mis ojos. Lo interrumpo cada tanto para volcar el vino. As
las solventes ideas del jardn se curvan en el fondo de la copa. Vencidas
por la realidad no realidad regresan como sustancias aromticas despojadas del smbolo y la acstica. Aun mezcladas logran aislarse a mirar
lo que el azar yerra. Continan la sala hacia el infinito. Avivan los tarsos
aprisionados en las pipas. Identifican los desesperados encuentros de
las flores.
81

Bebo el vino.
Entre el jardn y la arena hay dos sillas. Una, la de playa, tiene en su
lona un peso abandonado que forma una comba de franjas anaranjadas sobre un gris de mar y cielo barajado. La silla del comedor por el
contrario, fuera de su lugar habitual, sienta a un hombre leyendo un
libro de hojas amarillas a sola mano, con su bastn recostado sobre la
pierna, de barba y canas traspasadas por dedos largos de uas cuadradas manchadas por la nicotina de las pginas. En la silla de playa, un
antebrazo seo apoyado sobre otro de madera mantiene a flote la costa y me vuelve irremediablemente nufrago. Una mueca apenas cada
y unos dedos apenas flexionados, sostienen un bculo invisible que
atraviesa toda la tierra y la afirma. Y aunque ahora el vendaval emerge
con su empuadura de ncar y concentra arena en las falanges que
asfixian, el tiempo se le escapa y el espacio se violenta. El hombre sentado tambin se reconoce fuera de lugar, cierra el libro, escribe algo,
se levanta y deja la hoja sobre el terciopelo rojo del tapizado, como
tentando al pasado. Ahora es el bastn el que sostiene a su pierna. Se
aleja. No puede escucharme.
Dejo la copa, cruzo el jardn, llego a la arena y le arrebato al aire lo
escrito: intentar aplicar en uno los aprendizajes hijo, es una promesa
ntima pero de por si, un hecho ya realizado y de futuro incierto
En el acto, un revs de viento desocupa la lona, que comienza a ondular como recin clavada, como recin conquistada, reclamndome
una posesin, una torpe cuestin de territorios, ordenndome que me
siente en una comodidad hecha a mi medida.

50

No estoy para nadie. Un brazo subterrneo del ro ha lavado la greda


y hundido la superficie hasta el cielo. Dos pozos inesperados son el
resultado de semejante erosin silenciosa, erosin de termita, dos conos invertidos, truncos, rematados al fondo por crculos de agua. Las
nimas tien all bajo con la claridad de sus ojos, el codiciado verde de
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los desiertos, y espan al mundo por estos embudos de tierra hallados


cerca de Las Leas, en la provincia de Mendoza. Su continuidad pronostica que terminarn siendo uno. Quien se asoma dice no estar para
nadie porque esta otra vez para todos. Cuando uno se asoma, mira y
busca en detalle. Las nimas que tienen alguna relacin con el observador empujan a las curiosas, las corren, las quintan de las mirillas y se
amontonan para verlo. Las que se me acercan hoy, adivino me sonren.
Yo tambin.
No estoy para nadie. Y slo esto les digo: existe una foto, tal vez del
65 o del 66, que detiene la costumbre del paseo por Plaza de Mayo.
Entre palomas un viejo que morir el mismo ao, empuja un carrito de
bebe de la poca, con ruedas grandes y capota oscura. En un instante que escapa a la fotografa Toms Pujol, mi bisabuelo, se asoma,
encuentra mis ojos y me habla con su corazn. Treinta y cuatro aos
despus es mi turno.

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Minucioso, ensimismado regazo de nodriza, vitral confeso. Boca que


sobre las migajas de tu falda iguala las fuerzas del espritu con las del
hambre, reconstruye muslos, ligas acomodadas en plidas penumbras,
y con susurros infames atrae ngeles de sus rebeliones, desampara
cinturas, distancia rodillas de consuelos, emprende huidas que nunca
son definitivas.
Luz de velas en tus ojos, el resplandor en la orilla y tu silueta recostada en la pared de algn templo. El agua que no oscurece el mrmol de
las estatuas oscurece tu piel y orienta mis labios. La respiracin filtrada
de la tierra se vuelve agona entre tus piernas y vuelvo a creer aunque
nos roce la muerte. Aunque nos ofrezcamos un secreto despido, tan
intenso y veraz como el que la naturaleza ofrece al sol en la madurez
de los das.

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52

El color tena en su esencia el turquesa celeste que habita los trpicos


pero sin su brillo, en una tonalidad opaca, latente, expectante, esperanzada, casi un foco rebelde y agnico de resistencia entre el gris unsono. Se lo poda entrever en las fisuras de la superficie del lago cercanas
a la costa que reciba los vientos, herida abierta del agua amontonada,
costra en suspensin intentando evitar el derrame de las olas, piedra
voltil y liviana en las manos del aire, piel abrasiva obligando al cristal
a perder su luz, puliendo y sometiendo al paisaje con el derrumbe invisible de esa columna gigantesca siempre en ascenso, de pariciones
mltiples y globulares, volutas sobre volutas en una contraccin ininterrumpida de fuelles, de pulmones ciegos por el vidrio en los ojos, de
rayos desordenados en los giros espiralados de su brjula, de relmpagos transportados sobre los poros mismos de las piedras, del lenguaje
explosivo y burbujeante intentando decir cosas de la vida y de la muerte
desde su traquea indescifrable, abierta por una hoja de fuego de 2 Km.
Sbado 4 de Junio del 2011 y Manuel de cumpleaos. Los festejos
comenzaron con el desayuno en la cama, la visita de la abuela Celia desde Buenos Aires, el partido prometido de futbol al medioda, el
corte de la torta marmolada con todos sus amigos despus de jugar
hasta el agotamiento en la pileta y un cierre con piyamada al anochecer.
El plan se desarrollaba segn lo esperado. Cerca de las 15 horas del
2003 Manu tomaba su primera bocanada de aire patagnico, su madre sonrea y yo cortaba emocionado el cordn umbilical. Ocho aos
despus, a la misma hora, la naturaleza liberaba sobre el crter repentinamente inquieto del volcn Puyehue, a 37 km de nuestro hogar en
Villa La Angostura, un yunque de ceniza de 10 km de altura. Una hora
y media ms tarde, en plena euforia de zambullidas y risas, lleg la orden de evacuar. Quiso el viento filtrar los acontecimientos y permiti a
los padres retirar a los chicos sin sobresaltos mientras caan copos de
pmez sobre la globa del natatorio y se soplaban las velitas. A partir de
ese momento, todo el colorido se guard cuidadosamente en bolsas y
bolsos para volver a abrirse mas tarde en los interiores vivos de las casas. Existen en el pueblo personas admirables que permiten que esos
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colores nunca desfallezcan. Su ejemplo fue el mejor de los regalos, que


ser abierto en el momento oportuno. Afuera, un manto de incertidumbre gris comenz a cubrirlo todo, la naturaleza tambin cubri los colores en sus fundas y espera en este invierno distinto. El lago se opone
todava a guardarse y sacude la ceniza de su lomo celeste sur y resopla
desde su azul profundo slo para acompaarnos con un color que en
algn punto nos sostenga y nos recuerde.

53

Para m, Tialcira siempre fue un nombre inseparable. Media hermana


de mi padre, de chico siempre la dej llegar a mi corazn. De adolescente, slo hasta la mitad del recorrido. Recuerdo la casa de Virasoro
donde viva con la Abuela Cata, los helechos exuberantes del patio, los
pisos de madera prolija, los muebles brillantes, las mesitas iluminadas
de vidrios de colores, los objetos de porcelana, los caireles, los jarrones
elegantes, los sillones henchidos, la luz que atravesaba las ventanas.
Vacaciones a San Bernardo con mis hermanos mayores, su llegada a la
playa con los sanguches de jamn y queso y arena, la sopa de arvejas
al anochecer esperando por las almejas recolectadas en la maana,
con sus tubos estirados hasta la superficie marina del balde para mantenerse vivas todava. Tambin aquel viaje a Bariloche en el tren Arrayanes, con su camarote fantstico de sof y cuadro que se hacan camas,
mesitas de luz que se transformaba en lavatorio, con grifo a pedal y
escalera mgica que se armaba al separar un segmento de aluminio.
Tena hasta un vagn cine y a un acomodador que nos reciba con caramelos, aunque Mastroianni y Sofa Loren no me hayan tenido en cuenta
en una escena subida de tono para mi edad, que yo me encargu de
espiar desconcertado con un ojo, mientras que con el otro simulaba
estar dormido y se mostraba cerrado hacia el asiento de mi Ta, indignada, que respiraba aliviada por mi cansancio. Recuerdo a la salida
como increp al acomodador mientras yo bostezaba, sobreactuando
torpemente, pero absolvindolo y absolvindome al mismo tiempo. Ella
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me brind mi primer contacto con la nieve. Yo aprovech un deforme


mueco de hielo sucio para estimular con fotos a los turistas, lo que
me permiti jugar con los esques famlicos del fotgrafo y su viejo
trineo, y hacer mis primeros descensos en pista. Los domingos sucesivos que unieron mi infancia con mi adolescencia tuvieron la impronta
desgastante de juntar a todos los familiares en comilonas alegres que
terminaron transformndose en cristalizadas rutinas, en roles fijos, en
tutes liberadores, en atardeceres abiertos de mates y soledades. Tialcira quedaba indefectiblemente en ese silencioso lugar. Su palabra fue
siendo de amable a fastidiosa y terminaba hablndole al familiar ms
sordo hasta que se iba vencida e ignorada. Su casa se fue deteriorando
paulatinamente en su soledad, primero dej de acomodar su living, luego el comedor. La luz, el brillo, el orden que acompaaban el pendular
bronce de las horas se fue deteniendo en un caos de mugre y silencio.
Al poco tiempo comenz a clausurar piezas, cerrndolas, como en la
casa tomada de Cortazar. Slo las pisadas memorizadas por la rutina
la conducan con xito aun en la oscuridad absoluta, del dormitorio al
bao y a la cocina, manteniendo abierto el nico camino transitable de
la casa, entre la maleza invasora que luca su gala vegetal en el patio
hmedo de penumbras y continuaba el esplendor de sus races por
una geografa urbana de diarios amontonados, carteras rastreras, hojas
rodas por la farndula, vistas y revistas de moda, zapatos descoloridos
por hongos y ciempis, novelas de amor deshojadas y las flores resueltas en lo alto de las torres apiladas de los ltimos cuentos policiales reledos. Las hormigas haban colonizado sectores en los roperos y en la
terraza, tan afn a las lluvias que la inundaban y bajaban sus lenguas por
las paredes. La ltima en abandonarse fue ella misma, sobre todo en su
aspecto, siempre tan cuidado de maquillaje y pieles que nuestras narices ecologistas cuestionaban. Pero ah llegaba, domingos por la maana, envuelta en perfume, portando algn regalito para sus sobrinos,
estirando los cachetes de los ms chicos, haciendo sonar sus tacos
secos por el zagun, con sus cejas pintadas, su piel y su pelo fantsticos, buscando cuchichear cosas a mi padre que la toleraba slo por
un momento. Despus todos desaparecamos. Ella tambin se ausent
por un tiempo y dej de usar el telfono. Fue mi hermano Luis quien la
encontr casi muerta, tirada tras la puerta de su casa. La internacin no
fue extensa. La limpiaron, pero la gangrena ignorada oblig a cortarle
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una pierna y en su desvaro, sus ojos nublados parecan reconocernos


al insinuar una sonrisa. Recuerdo haberle tapado su torso descuidado
por la sbana y la orfandad del hospital en una de mis visitas y dejarle
unas lneas tardas junto a sus manos, antes que cerraran el fretro. No
recuerdo exactamente lo que le puse, pero algo del orden del agradecimiento, del cario, de la disculpa, del amor, de los caminos que sembr
en m sin que me diera cuenta rondaban esos versos.

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Bajando del Trpico de Cncer se encuentra el Lago de Atitln. Lo


rodean montaas y tres volcanes. Las doce aldeas que se asientan en
su orilla se enorgullecen de sus races y visten sus ropas tpicas. Cada
una caracterizada por un color. El Xocomil es un viento fuerte de medioda, temido por los pequeos cayucos. Algunos asocian la cantidad
y los nombres de las aldeas con el nmero de los apstoles. Insisten
en retener en comparaciones lo naturalmente incomparable. Pero aqu
las etnias son vigorosas y comprometidas. Las familias se turnan para
proteger a Machimn, un dolo de madera, con boca articulada, que
fuma, bebe alcohol en tu presencia y te concede los deseos si se los
compras. Si, tambin se han adaptado y reciben con beneplcito al
turismo. Pero en este lago sagrado, las voces de esa poca que fueron
las del esplendor, toman fuerza, humedecen sus lenguas y avanzan hacia los otros pueblos. Estoy bajo el trpico de Cncer pensando en vos
baja. Veo las mudas de las pieles emplumadas de los dioses atoradas
entre los estrechos pasos de las ramas. El Xocomil trae aire de caceras
humanas de otros tiempos y amarra ahora mismo los cayucos, aunque
me permiti sumergirme en el lago slo hasta la profundidad de la luz.
Despus tuve miedo y escap de las agujas negras del fro. Mientras lo
hacia llegaban a mi memoria imgenes inconexas. Una escalinata con
glifos esculpiendo parte de la historia Maya en las ruinas de Copn.
Un dragn apoyando sus garras entre nubes, bellamente tallado sobre
una escalinata protegida en una Ciudad Prohibida. Hasta la arena sea
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retenida en los escalones de los templos que sumergen sus pasos en


un ro que ofrenda la muerte. Imgenes que ya haban sido y otras que
seran enseadas me acompaaban en mi ascenso a la superficie del
lago. Un elemento en comn las una. Un instrumento creado por el
hombre para acercar las cimas a los abismos. Superando escalones
en el empuje lquido de brazos y piernas, en la escases del oxgeno,
animando mi vida con tan pocas posesiones y tantas pertenencias, que
senta como mi cuerpo se multiplicaba y conmova, burbujas partiendo
de mi nariz y mis bocas de otros tiempos, escabullndome hacia los
pabellones de las concubinas en Beijing, atando una piedra al tobillo
sagrado de un leproso muerto en la orilla del Ganges o conduciendo
prisioneros sin misericordia hacia el brillo del pual de jade en lo alto
de la pirmide. En una brazada ms mi cara irrumpir la superficie. Un
almuerzo tpico me espera.

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En el Noroeste Argentino, en el Nevado de Cachi, se encontr una


cabeza de felino que al hacerla girar se convierte en humana. Girar la
cabeza por estos valles que se inician en Salta, invita a transformarse
con la naturaleza. Salpicados de sitios arqueolgicos y pueblos coloniales andan sus ros y los colores de sus piedras. La Cultura Aguada
se ha destacado por la sutileza de sus diseos y sus suplicantes esculturas en piedra. Cortando de Norte a Sur su garganta hasta San Jos,
en Catamarca, la diversidad y grandeza de su geologa han deparado texturas y formas secretas, valles laterales y quebradas que Juan
Calchaqu utiliz para resistir 100 aos la ltima puntada atroz de los
espaoles en este territorio. Pucaras y fortalezas naturales aun nos
vigilan. La localidad de Molinos tiene en sus sembrados el colorido vivo
de los tapices y en los lamos de su plaza las corrientes clidas y fras
del aire conversan de historias y destinos. Un camin lleva los viernes a
los alumnos de Angastaco de regreso a su pueblo. Con ellos viajamos
para llegar a sus rocas hojaldradas, marrones, inclinadas, a sus cerros
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colorados. Cenamos con Don Gutirrez, un arquelogo vocacional que


conversaba vinos pateros y piezas de museo que en sus melanclicas
caminatas recoga. Una rueda pequea de piedra circular, bellamente
tallada, una muyuna oscura y enigmtica, sintetiza en su peso sobre
mi mano el recuerdo de su hospitalidad. Cafayate sensibiliza con sus
amarillos, sus inmensas tinajas, sus artesanas, sus sembrados rojos,
su clima, el matiz torronts de su palabra. Un camino de selva nubosa
nos condujo a Tafi, un valle de altura paisajstico y reparador, fresco,
de csped continuo, que drena hacia el Oeste en la sequedad ocre
y bella de lo desrtico. Esa cultura nos leg sus menhires, monolitos
con tallas de rostros y grabados diseminados por el lugar, que an nos
aguardan. Santa Mara es una comarca repleta de arqueologa. Cada
parcela sembrada es un cementerio de urnas funerarias que llenan rpido los depsitos del museo. Su Cultura agro-alfarera desborda la regin y la enriquece. Existe en la cima, cerca de Fuerte quemado, una
ventana trapezoidal con extrao sabor incaico. Dicen que aquel imperio
extendi sus dominios hasta estas tierras, pero no se han encontrado
testimonios contundentes que privilegien esta teora y de todos modos,
dudo que la idiosincrasia de estos pueblos lo hubiera permitido.

56

A pesar de la sangre reseca en los cabos de los tendones, del horror de esa muerte reciente, puse en las manos del aldeano las rupias
que peda y me las llev sin pensar al bolsillo de la mochila. Unos das
atrs, despus de girar una traslcida pared de bamb, me top cara a
cara con un descomunal tigre siberiano. Lo inesperado de la sorpresa
repar tarde en los hierros que apenas nos separaban. Qued inmvil,
capturado en el magnetismo sin asidero de su mirada. No haba nada
concreto donde apoyarme y despegar. Una sucesin de parntesis
ocres, de cuartos menguantes anaranjados, de eclipses, de sombras
lunares, de gritos derribados, de omoplatos desarticulados al acecho,
de tobillos que inician un barrido de empeines, un pendular de manos
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que no terminan de extenderse e impactar de una vez, hicieron retumbar violentamente todo el frente de la reja, garras que se fijan cuando
ya es tarde, cuando toda la musculatura detona su poder y derriba,
cuando la boca se abre en fauces rosas y las encas desbordan el
marfil curvo y amarillo del colmillo, y el derrumbe empuja el polvo y las
aves hacia el cielo, y las alarmas caen en hojas secas, y el sarro de la
muerte resbala su murmullo rojo y tropieza, y las mandbulas sujetan sin
tiempo, con vida aun pero sin posibilidad de defenderte, de moverte,
de despedirte, hemipljico, cayendo en brazos de tus hijos, yndote
en temblores desconectados, desconocindote, sin poder hablar, con
burbujas en tu garganta y tantas cosas todava por decir, buscando
con la mirada alguna otra conocida, que te acompae, que te contenga
ante la inevitable rigidez de tus pupilas. As mi hermano Fabin recibi a
mi padre en su aneurisma, horas antes de que yo llegara a abrazarlo en
el hospital, minutos antes que muriera. Puse en las manos del aldeano
las rupias que peda y envolv en un pauelo las cinco garras curvas y
aceradas del tigre. Una para cada uno de mis hermanos.

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Tuvo de chico un empuje de independencia y rebelda del que carecimos los hermanos. Se las rebuscaba como ayudante en un taller de
extraas pinzas o como repartidor de la tintorera. Yo recuerdo haber
entrado en esos mbitos, porque siempre rondaba alguna amistad de
su barra cerca y me le pegaba a su mundo siempre que pudiera. l
era quien desobedeca las penitencias y se escapaba con la bicicleta,
no sin antes invitarme a acompaarlo en un manubrio a cuatro manos
por las calles del barrio. Me lleva ese puado de aos que me haca
juguete y estorbo al mismo tiempo. Pero siempre se jug por mi sangre
relegando cualquier verdad a segundo plano. Verlo con sus amigos era
descubrirlo sin ataduras sobre el humo de los cigarrillos. En las rutinas
del hogar era parco y desconcertante. Su lengua filosa y cida tena
extraos resortes desconocidos. Recuerdo a mi padre ponderando su
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inteligencia e intuyo una admiracin mutua y profunda. Hubo un tiempo


de juegos, de cartas clandestinas, escalectrixs monumentales con sus
propias escuderas, carreras de caballos a manivela, fichas, bacars,
cartas de pker deslizndose sobre las mesa con las cortinas cerradas,
campeonatos de ping pong. Una vez lo levant un patrullero cuando
estbamos jugando a la pelota en la calle, no lleg a esconderse en los
jardines de la cuadra, pero alcanz a decirme que le avise a la vieja que
estaba detenido en la 43. En las calles eran partidos de paleta y picados. Yo fui pasando de mascota a jugador de rea y marcaba goles que
l festejaba desde la defensa con un bien enano que todava utiliza.
Despus empez a traer amigos y novias de distintos lugares y tuvimos
habitaciones separadas. Recuerdo una de Entre Ros que intent ensearme a bailar. Su pieza, como corresponde, tambin sufri mis saqueos. Me gustaba usarle la ropa y su perfume aunque se enojara. Y las
revistas prohibidas descubiertas de sus escondites me sorprendieron
tanto como sus poemas. Hallarlos fue una revelacin. Hallarlos fue mi
manera de conectarme con una forma nueva de expresin, impensada
de l como jams tenida en cuenta para m. Yo en parte lo copiaba, as
que empec a escribir desde l, mi hermano Gabriel, hasta ahora. Despus nuestra vida ntima se fue haciendo cada vez ms solitaria. Ahora
vive en Ro Cuarto, Crdoba. Sus hijos han crecido y ha encontrado en
el buceo una nueva manera libertad, de desafo, de descubrimiento,
una rebelda manejada con los pulmones que ya no fuman, casi ingrvida, con una mano sobre la otra, como las de nuestro padre, de las
calles de Floresta a los mares del mundo.

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Omar Balsebre era el Director. Siempre fue canoso, con buen tono en
su espalada, un Profesor que cantaba Nuestro sol.o Amayapetit, la sal superquiriqu, para izar la bandera o para energizar el hurra,
con la conviccin de que su trabajo permita formar hombres a travs de
los juegos y los deportes, en solidaridad con los compaeros, en las fi91

bras intimas que se descubren en los contactos con la naturaleza, en los


campamentos, en una mezcolanza de clases sociales desprejuiciadas a
edad temprana y que as deberan seguir creciendo para fortalecer lazos,
compartir identidad y una particular forma de ser. Pero fue Jorge Da Silva
quien me trasmiti su pasin por la profesin. Priorizaba lo humano sobre todo y tena la virtud de hacernos sentir nicos. Establecido el afecto,
los aprendizajes fluan a su alrededor porque aunque algunos planteos
no convencieran demasiado, si Jorge lo deca deba ser algo que vala la
pena experimentar. l se las arreglaba para seguir tenindonos la mayor
cantidad de temporadas y nos sembr una imagen de familia que an
conservo aunque ya no lo vea. En el 66, a mis 10 meses de vida, un golpe
de Estado derroc al presidente Arturo Illia y 18 aos despus vea a mi
padre emocionado escuchar el discurso de Alfonsn, en la democracia
restablecida. Ah en medio anduvo mi infancia y mi adolescencia temprana. Un pasacalle colgado desde esos pilares, agujereado para que el
viento no lo lastimase. Algo que filtraba el miedo y los ruidos de una generacin y un pas que se caan a pedazos. Mi familia. Sui Generis. Algo
que el amor protege y encierra inconscientemente para intentar que al
menos ese sufrimiento no nos alcance. El barrio tena la alternancia diaria con la Escuela y la Colonia nos trasportaba a veranos e inviernos de
ensueo. Mientras Estados Unidos instalaba dictaduras en Latinoamrica, nosotros crecamos viviendo nuestras etapas, las que tenamos que
vivir, las que todos merecan vivir y que muchos no pudieron, ni pueden.
Vivimos alejados de aquella tragedia aunque se desarrollara en nuestras
mismas narices. Fue de ms grandes el encuentro crudo con la verdad,
con el olor a muerte y con los ntimos cuestionamientos. En ese marco
de convulsiones polticas nos enamoramos y trabamos amistades que
perduran. Porque aun en las ms inhspitas condiciones, la vida puja y
se abre paso a los empujones aunque no la dejen. La noche de los bastones largos, La masacre de Trelew, El asesinato del Che, El Cordobazo,
La guerrilla, Ms asesinatos, Pern envejecido, formaban los marcos sucesivos que oa de costado, casi un rumor confuso, porque nuestra edad
estaba para ser nios todava, porque adems eran temas en los que al
menos yo, no era iniciado ni por familiares ni por maestros ni por profesores, y pensar en el viaje de egresados de 7 a Chapadmalal, escuchando
a Almendra, significaba un hito. Ser Giran. El Rock nacional deca lo que
la prensa callaba, aunque yo no terminaba de entender. El proceso de
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Reorganizacin Nacional. El examen de ingreso al Carlos Pellegrini. La


violacin sistemtica de los derechos humanos. Los derechos laborales
fuera de vigencia. Mi pap cambiando de trabajo a cada rato. El deterioro de la industria nacional. El vedetismo de los ministros de economa.
Los 30.000 desaparecidos en su mayora trabajadores y estudiantes. Las
Madres Abuelas incansables. La deuda externa. El fervor mundialista.
Mis 14, 15, 16 as y todo, continuaban ausentes de toda alfabetizacin
poltica. Algunos amigos se mudaban a otros pases porque beneficiaba
econmicamente a sus padres, no haba una lectura ms profunda de
ese tipo de ausencias repentinas. No tenamos odos enseados para
escuchar y ojos preparados para ver el verdadero trasfondo de lo que se
viva. Tampoco tena a esa edad una vocacin de bsqueda poltica que
raspara esas apariencias y hurgara hasta el fondo de las cosas. Mientras
tanto la colonia continuaba y tena el inmenso valor de contener y auspiciar nuestra adolescencia, creca con nosotros. Con Pablo Rivelli, Carlos
Marcucci y Gabriel Gabrenas andbamos los frontones, las canchas de
futbol, las milanesas completas, las chicas de la pileta, el voleibol de la
tarde. Llego la poesa de Silvio Rodrguez y llev mis materias previas
para cursar 5 en el Hiplito Vieytes de Caballito. El envo a la muerte
de ms argentinos, ahora hacia las Malvinas, inici por fin mi novel conciencia cvica. La excepcional participacin en las elecciones del 83. La
presin sobre la dbil democracia. Mis primeras marchas. Los juicios, las
amnistas, Pink Floyd The Wall. Desconozco si existe una forma en que
la niez y la adolescencia deban ser atravesadas, o si existe una forma
de aportar a la distancia lo que las circunstancias de esos momentos
no permitieron. Pero as viv aquella poca, en uno de los tramos ms
dolorosos del pas. Cuando en La noche de los lpices apareci la voz
de Nito Mestre de fondo, no pude dejar de llorar. Los chicos tenan 6 o 7
aos ms que yo cuando fueron secuestrados, torturados y desaparecidos. Adolescentes con una participacin y un compromiso social del
que yo careca absolutamente. Con el tiempo uno se reconoce un poco
ms a s mismo y entiende cual es su palo. Reconozco mi incredulidad
en la poltica experimentada, pero cada gesto de mi profesin y mis actividades estn alineadas con aquellas convicciones de profundo servicio,
esas que me fueron inculcadas en mi familia, en el barrio, en la colonia.
Existen lugares y personas que delimitan con su magia ciertos reductos
de felicidad compartida. La colonia y sus profesores fue uno de ellos.
93

Algunos continuamos trabajando como ayudantes primero, como profes


despus, y cambiamos el tamao de los bolsos aunque llevramos las
mismas cosas. Algunos continuamos una amistad que el tiempo no deja
de enriquecer, y en esa intencin el espritu de Balsebre se hace presente, con sus lentes gruesos, su mentn pronunciado y sus labios finitos,
apareciendo en los cierres festivos montado a caballo, disfrazado de cacique, remando en una canoa desplazada por el aire, asombrndonos,
creando, buscando emocionar, haciendo del esfuerzo una cualidad, una
satisfaccin en definitiva del presente, recompensada infinitamente en el
futuro.

59

Toma el libro con una mano, abierto en esta pgina. Fija ampliamente
el omplato contrario en la tierra y extiende el brazo hacia arriba. Rotado hacia fuera, el antebrazo hacia adentro. El dedo mayor apuntando
al cielo. Los restantes abiertos como las varillas de los abanicos. Siente
su fortaleza, su eje de ciprs inmortal y perfumado.
Ahora incorprate y ancla por igual los isquiones a la tierra, reparte el
peso y siente como vrtebra por vrtebra subes regulando el tono de tu
espalda hacia la coronilla, como si una hiedra buscara trepando liviana,
milmetro a milmetro, la luz de tu tronco. Relajando lumbares, llevando
la dulce ocarina del sacro hacia el pubis. Aproximando los omplatos.
Abriendo el pecho. Traccionando del mango del esternn hacia arriba.
Tirando con sus tallos flexibles de los hombros para abajo. Cuando
estas lneas de tensin marquen su postura, reljate y deja tu coronilla
libre hacia el cielo. Ahora las cervicales sin peso, extendidas, custodian
el transitar de la vida. Si te animas entonces, qutate ahora las zapatillas
y apoya generoso la planta del pie sobre la tierra. Toda su superficie
metatarsiana, con su arco transversal extendido primero y relajado despus. Presiona toda la almohadilla del taln hasta centrar el arco longitudinal y que el borde externo y el arco interno compensen sus llenos
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y vacos. De all una fuerza afirma su base y comienza a crecer hacia


arriba, busca inmediatamente la retroversin de la cadera. Intenciona
rotar sutilmente los muslos hacia dentro. Tobillo y rodilla acompaan
sin forzar. El tronco es el mismo que logr la hiedra. Ahora los brazos,
desde los hombros bajos se extienden al costado del cuerpo, en leve
tensin, manteniendo el pecho abierto y las palmas de las manos como
las palas de los remos. Fijadas estas lneas, ablndate y busca la profundidad de la respiracin. Es su pincelada la que corrige tensiones y
disipa los puntos concentrados de energa. En esta alineacin conseguida, el diafragma se suelta en la fuerza de gravedad y desciende,
masajeando los rganos y expandiendo ms y ms el espacio logrado
en la caja torcica, para que los pulmones se deleiten y se abastezcan
plenamente, para que el msculo del corazn se reacomode.
Te imagin de esta manera, recostada o recostado leyendo y te invit a un movimiento, sin saber la relacin que tienes con tu cuerpo, la
conciencia que tienes sobre l. Luego te propuse sentarte con algunas
caractersticas, algo confusas al principio, lo s. Y ahora has logrado
pararte siguiendo estas palabras que me fueron enseadas. Toma las
que puedas, sin sobresaltos. Logrars estar, aunque sea brevemente,
en sintona con la tierra, con el cielo, con las rbitas de los planetas.
La fuerza de gravedad te atraviesa sin dao y toda la sabidura de tu
cuerpo comienza a actuar en ti, nutrindote, oxigenndote, desechando lo que ya no sirve, lo que no necesitas, sanndote. Termina de soltar
entonces lo que est de ms, los excesos, y deja que el aire transite
por tu columna, que tu mente disipe su poder, se desborde y se vace
por tu piel, relajndose, como un manantial que surge de tu cabeza
hasta agotarse. Son los vaivenes de tus pensamientos los que juegan
con tu equilibrio. No importa la destreza. La alineacin lograda con las
condiciones presentes de tu cuerpo basta para iniciar la huella. El libro
est repleto de ellas, de palabras que intentan ir al asombro, a la emocin, lograr transportarte sobre alguna imagen, conmoverte, y adems
intentan liberarme. El cuerpo que ausentas en la lectura flucta con
esos estados y fija tambin sus tonos. Ahora te propongo justamente lo
inverso y tal vez ms verdadero. Un camino infalible. Comenzar desde
el cuerpo, como fuimos recomenzados. Recurrir a su sabidura para
encontrarte. Dije antes que esas palabras me fueron enseadas. Cecilia
Jorge lleva en su nombre la armona de los opuestos. Fue ella quien
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me regres a un uso ms pleno de m mismo. Me ofreci la llave para


avanzar en mi vida. No puedo ms que agradecerle, y tambin, aunque
sea de esta torpe manera, ofrecrtela.

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Las sombras desarrollan en el plano, los contornos vivos de los cuerpos interceptados por la luz. Para que existan, los elementos que las
generan deben reunir algunas caractersticas: no ser traslucidos, estar
presentes, un mnimo ngulo entre ellos, una superficie donde proyectarse. Pero he descubierto una sombra que rechaza cualquier intento de
definicin. Cuando el ocano disipa su energa efervescente en la arena
y su agua liviana desaparece ligera de espumas, la sombra de las olas,
que es acumulacin y superposicin de ritmos, aparece, se tonifica, se
da a conocer cuando la encuentras, pesada, profunda, lenta. Se maneja
con otros tiempos de retorno, pero termina volviendo a s, y vive su presente cuando aquello que la gener ha dejado de existir, como lo hacen
tantas otras cosas. Es plana pero abisal. Hipntica. Seductora. Capaz
de degustar la sustancia arenosa de los sueos, arrastra y explora con
su pie de molusco las texturas ciegas de los corazones que la habitan,
reconoce las formas calcreas y las slices percudidas, la blanda astucia
que sobrevive, el ardor transparente, los vulos fecundados, el camuflaje
arcaico, la espina urticante, las quillas hundidas, el sabor melanclico de
las huellas. Quedarte quieto en su boca produce un placer slo igualado
por el canto de las sirenas. Sientes y te hundes en el barniz de su lengua,
que va y viene para que no te muevas, en xtasis, y te envuelve de algas
y anmonas y posibilidades para que te retardes infinitamente, hasta
que algn otro ser con pies secos y esquivos chasquea sus dedos y te
convoca. Liberas una pierna, luego la otra, ingrvidas, y vuelves a ver las
palabras que la mar rechaza con la retrica de su saliva, las que hace
un momento estaban dentro de ti, desfigurndolas hasta desaparecer.

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A veces me imagino pintando con aerosoles conciencias que no conozco,


pigmentos escupidos sobre el dorso de la mano apoyada en la piedra que
el interior de la cueva no olvidar. Sello con cera el cuello de la botella y mi
mensaje es un haz de luna capturado y arrojado con furia sobre los renglones
abandonados de los ladrillos. Yo no puedo abrir la celda incorporada ya a la
memoria del hombre y a la gentica del animal. Yo slo atrap una metfora
que me conmovi y quise compartirla, pero la despedac contra las rocas
que empezaban a acorralarme.

Cuando tambin la tierra desaparezca, antes de que ello ocurra, s que


habr una ltima accin del hombre. Algo escapar. Algo se salvar. Algo
huir. Un grito en suspensin nombrndonos por los abismos del universo.

Claudio Lemeillet

ndice
El viaje de odiseo
Advertencia del autor

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otros ttulos de la editorial


carlos battilana
el lado ciego
john cage
indeterminacin
karmelo iribarren
no hay ms
mauro lo coco
nio cacharro
patricio grinberg
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18 xitos para el verano
anibal cristobo
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conspiracin de perlas que trasmigran
mercedes lvarez
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carolina massola
la mansedumbre del pez

impreso por
Tecno offset
Araujo 3293
Marzo de 2014

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