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Quiero perderme en tu piel
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Libro electrónico440 páginas7 horas

Quiero perderme en tu piel

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Información de este libro electrónico

Si no puedes tocar a alguien es imposible desearlo… 
Si no te puede acariciar una persona, es imposible amarlo… 
Si no puedes besarle, es imposible ansiar su boca…
Si no puedes perderte en su piel, es imposible recordarlo…
Eso creía Cleissy hasta que Maddox apareció en su vida y puso su mundo, su vida y su deseo patas arriba.

Cleissy no tiene a nadie tras la muerte de su abuela, por eso acepta trabajar en una casa a las afueras de la ciudad para un misterioso jefe muy exigente y huraño.
Lo que ella no esperaba es conocer a una persona que le hiciera sentir tanto y que, tras ese simple trabajo, se abriera ante ella un mundo desconocido y placentero que la hará arder.
A partir de ese momento decide pensar en su propio placer… aunque eso le haga perderse para siempre entre los secretos y misterios de esa casa, a la vez que debe averiguar hasta dónde es capaz de llegar por el hombre que desea, hasta qué punto quiere implicarse y, de hacerlo, si está dispuesta a poner en riesgo su corazón y acabar por amar a alguien que no desea ser amado…
Un libro sorprendente y altamente adictivo que te hará arder y en el que nada es lo que parece.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jul 2022
ISBN9788408259923
Quiero perderme en tu piel
Autor

Moruena Estríngana

Moruena Estríngana nació el 5 de febrero de 1983. Desde pequeña ha contado con una gran imaginación, pero debido a su problema de dislexia no podía escribir bien a mano. Por eso solo escribía pequeñas poesías o frases en sus libretas mientras su mente no dejaba de viajar a otros mundos. Dio vida a esos mundos con dieciocho años, cuando su padre le dejó usar un ordenador por primera vez, y encontró en él un aliado para dar vida a todas esas novelas que estaban deseando ser tecleadas. Empezó a escribir su primera novela antes de haber acabado de leer un solo libro, ya que hasta los diecisiete años no supo que si antes le daba ansiedad leer era porque tenía un problema: la dislexia. De hecho, escribía porque cuando leía sus letras no sentía esa angustia y disfrutaba por primera vez de la lectura. Sus primeros libros salieron de su mente sin comprender siquiera cómo debían ser las novelas, ya que no fue hasta los veinte años cuando cogió un libro que deseaba leer y empezó a amar la lectura sin que su problema la apartara de ese mundo. Desde los dieciocho años no ha dejado de escribir. El 3 de abril de 2009 se publicó su primer libro en papel, El círculo perfecto, y desde entonces no ha dejado de luchar por sus sueños sin que sus inseguridades la detuvieran y demostrando que las personas imperfectas pueden llegar tan lejos como sueñen. Actualmente tiene más de cien textos publicados, ha sido número uno de iTunes, Amazon y Play Store en más de una ocasión y no deja de escribir libros que poco a poco verán la luz. Su libro Me enamoré mientras mentías fue nominado a Mejor Novela Romántica Juvenil en los premios DAMA 2014, y Por siempre tú a Mejor Novela Contemporánea en los premios DAMA 2015. Con esta obra obtuvo los premios Avenida 2015 a la Mejor Novela Romántica y a la Mejor Autora de Romántica. En web personal cuenta sus novedades y curiosidades, ya cuenta con más de un millón de visitas à http://www.moruenaestringana.com/ Sigue a la autora en redes: Facebook   https://www.facebook.com/MoruenaEstringana.Escritora X  https://X.com/moruenae?lang=es Instagram  https://www.instagram.com/moruenae/?hl=es

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  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Te lleva por medio de esas heridas reales, que a veces no notas, pero que te impiden amar plenamente en medio del caos de la vida misma ¿Te ha pasado?

    Una maestría en lo que respecta a plasmar una parte del deseo sexual que no muchos conocen, no muchos nos atrevemos a curiosear para saber que queremos realmente... Fluido, directo y sutil...
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Merece leerlo si te gusta estas historias de sufrimiento,dolor y nececitas un psicologo

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Quiero perderme en tu piel - Moruena Estríngana

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Índice

Portada

Portadilla

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Epílogo

Receta de galletas

Biografía

Notas

Créditos

Click Ediciones

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Quiero perderme en tu piel

Moruena Estríngana

Prólogo

La joven de veinticuatro años miraba a su abuela apagarse en su lecho de muerte. Intentaba no llorar por ella, pero por dentro estaba destrozada.

Su abuela alzó la mano y acarició la mejilla de la joven a la que sabía que nunca había dado el cariño que se merecía.

—Nunca dejes que nadie te quite lo más valioso que tienes —la mujer acarició sus labios rojos—: tu dulce sonrisa. Esa que yo nunca supe apreciar. —Cogió la mano de su nieta y no la soltó hasta que su reloj de vida se apagó por completo.

Era tarde para arrepentimientos, o tal vez no para encontrar un perdón antes de irse.

* * *

—Tienes una llamada —le indicó la casera del piso donde había vivido su abuela.

Cleissy dejó su maleta en el suelo y tomó el teléfono.

La casera solo les había permitido quedarse hasta que su abuela muriera, ya que tenía planes para esa vivienda. Ahora le tocaba empezar de cero y no sabía adónde iría. Había vivido por y para su abuela, y por cuidarla durante sus últimos días la habían despedido de su trabajo.

No le quedaba nada.

—¿Quién? —preguntó.

—Hola, Cleissy. Soy tu tía. La hermana de tu madre. No he podido viajar para despedirme de mi madre, pero quiero hacer algo por ella: cuidar de ti, o al menos ofrecerte un trabajo. ¿Estás preparada para trabajar en lo que sea?

—Cualquier cosa me vale.

—Bien, pero, para que no piensen que hay favoritismos, no quiero que nadie sepa que soy tu tía. —A Cleissy le pareció rara esa petición—. Es lo menos que te pido a cambio de que no te quedes en la calle —añadió la tía ante su silencio.

—Está bien.

—Perfecto. Dime tu número de móvil para que te pase todos los datos. —Cleissy se lo dio antes de colgar.

Su tía era una mujer fría y casi nunca llamaba para saber de ella o de su madre. Lo triste era que no tenía nada mejor y, mientras pensaba qué hacer con su vida, cualquier cosa le servía.

Su tía le mandó toda la información y llamó para dar sus datos a la persona que llevaba el tema de la contratación.

El señor Hugo se hizo cargo de todo y le mandó un billete de avión para que pudiera instalarse cuanto antes. Le dijo que no era fácil encontrar a alguien que hiciera su trabajo y que quisiera vivir tan lejos de todo. Por eso le daba las gracias por aceptar el puesto y alojarse en esa casa.

Era una mansión con más de doscientos años de antigüedad, a veinte minutos de la civilización. Tenía una cala privada y estaba cerca de un acantilado. En internet no había fotos del sitio, lo que le llamó la atención.

Se marchó hacia allí pensando en que lo primero que haría sería ver el mar. Nunca lo había visto de cerca y se moría por sentir sus frías aguas acariciando su cuerpo.

Al fin y al cabo, ya no tenía nada mejor que hacer. Su vida estaba rota y estaba sola. Tal vez como siempre, pero ahora la soledad era más palpable.

Empezaba un nuevo capítulo de su historia y esta vez sus pasos los decidiría ella.

Capítulo 1

Cleissy

Al aterrizar me esperaba un chófer para llevarme hasta la mansión.

Hemos tardado mucho en llegar.

Pasamos una verja protegida por imponentes árboles y ahora estamos llegando a otra valla. A lo lejos veo el mar. Me pierdo en su grandiosidad, más que en la mansión que tengo delante.

El coche sigue su camino y se detiene ante una gran escalinata de piedra.

El edificio tiene cinco plantas y se nota la majestuosidad del sitio.

Siento un pequeño escalofrío que reprimo y sigo al chófer.

Vamos hacia la parte trasera y veo que por detrás de la casa hay un gran jardín. La mansión tiene forma de U.

—Este es nuestro lado de la casa. —Me señala la zona que está más cerca del mar—. El otro, como si no existiera.

—Perfecto —respondo cuando espera que diga algo.

—Si es lista hará caso a lo que se le dice y no se meterá en problemas. El dueño tiene muy mal genio y no soporta que se le desobedezca.

Enseguida pienso en un viejo amargado.

Asiento y lo sigo al interior de la casa.

Me presenta a varias personas al entrar por la cocina. Luego me enseña la sala común de descanso, una habitación con televisión y cómodos sofás.

Me guía hasta mi cuarto y, cuando entro, me quedo impactada por su tamaño. Es enorme. Tiene un aseo propio y una gran cama.

—Esta es su habitación.

—¿No es demasiado grande?

—El jefe es duro, pero cuida a sus trabajadores. Haga caso y no le faltará el trabajo.

Asiento y me deja a solas tras indicarme que en media hora Hugo, el mayordomo, me espera en la cocina para informarme sobre lo que se espera de mí.

Llevo la maleta al armario y voy hacia la ventana esperando que se vea el mar.

Sonrío feliz por tenerlo delante al fin.

No pinta mal este nuevo sitio. Ahora solo tengo que recordar cómo ser perfecta para este trabajo para conseguir ahorrar y cumplir mis sueños, los que he aparcado durante tantos años por cuidar de la mujer que se preocupó de mi bienestar cuando mi madre me rechazó.

Llaman a la puerta y me pasan un uniforme. Consta de un pantalón, una falda de tubo hasta las rodillas, una camisa blanca y una chaqueta azul marino.

Elijo el pantalón para ir más cómoda. Me gusta que me dejen elegir si quiero falda o pantalón, pero he llevado uniformes tan ridículos en mis trabajos, que tampoco me quejaría de tener que llevar siempre la falda.

Recojo mi pelo castaño en una coleta alta y me maquillo lo justo para que nadie aprecie mis ojeras por la falta de sueño.

Tomo aire y me marcho hacia la cocina esperando no perderme por esta gran casa, que parece más un mausoleo que un hogar.

En cuanto llego, Hugo López, o el señor López, me dice cuáles serán mis tareas.

Ya me había informado de ellas por teléfono, pero me las recuerda de todos modos.

Me toca hacer informes del estado de las salas. Si algo necesita ser mejorado o cambiado, debo hacer un informe de por qué y si es importante su remodelación o reparación.

Fui muy buena alumna y mi intención era estudiar Arquitectura, pero no pudo ser. Tengo mucha idea sobre reformas porque siempre me ha encantado leer sobre inmuebles antiguos y ver documentales sobre remodelación. Por eso me han dado el puesto: por mis conocimientos y mis notas. Ignoraba que mi tía supiera tanto de mí. Debió de contárselo mi abuela y ella lo comentó para que me dieran el puesto que dejaba libre.

—Vamos, aún queda trabajo —me dice el señor López tras firmar los contratos.

Se marcha tras tenderme una tableta y un bolígrafo digital. Por suerte, me manejo bien con todo esto.

Me marcho al salón y reviso todo.

Casi todos los muebles son viejos y hay mucho por cambiar o arreglar. La lista se me hace interminable y eso que solo llevo una habitación. Al acabar mi jornada sé que este trabajo, aparentemente sencillo, va a ser muy laborioso. Es como si el dueño de esta casa deseara que todo se caiga a pedazos, o como si mi tía no hubiera hecho bien su tarea. Hay cosas muy evidentes que no sé cómo no se han cambiado antes.

Pensaba que tenía algo en común con mi tía, pero ahora me pregunto qué narices ha hecho aquí.

Regreso a mi habitación tras coger un bocadillo de la cocina y agua para cenar.

No me pasa desapercibido que mi tía no ha hecho amago de venir a verme antes de dejar su puesto. Sé que debo hacer como que no la conozco, pero esperaba un saludo o algo de su parte. Soy toda la familia que le queda, pero me trata con la misma frialdad con la que se relacionaba con mi abuela.

Esta no era cariñosa, pero siempre cuidó de mí y solo por eso merece mi respeto. Un día me dijo que era tan diferente a ella y a sus hijas, que esa alegría que tenía debía de proceder de la familia de mi padre.

No sé quién es. Ni creo que lo sepa nunca, pero saber que tengo de él algo, aunque sea mi forma de ver la vida, me gusta.

Antes de cerrar los ojos, la inmensidad del cuarto hace que me sienta demasiado sola. Estoy acostumbrada a dormir en una pequeña cama, al lado de mi abuela, en un piso de cuarenta metros, y esto es demasiado.

Abrazo mis rodillas y ruego para que el sueño llegue pronto.

En mis sueños no siento el peso de la soledad.

* * *

Me levanto temprano tras una noche casi sin dormir.

Me visto con mimo y voy a la cocina.

Al entrar, el olor a café recién hecho me recibe y veo a Benilda, la cocinera, preparando tortitas.

—Buenos días, Benilda. Tiene todo una pinta deliciosa —le digo.

Me observa seria.

—Buenos días. Desayune y a trabajar, que el día de hoy será duro —me indica con una sonrisa bailando en sus labios pintados de rojo.

—No me asusta el trabajo duro.

Me sirvo el desayuno y al poco entra el mayordomo, al que le deseo los buenos días.

Me responde amable y se sienta frente a mí.

—Hoy tiene que ser más rápida.

—Lo sería si esta casa no tuviera tantas cosas que cambiar.

—Céntrese en las más importantes. Es lo mejor.

—Todo es importante por pequeño que sea. —Me observa—. Es mi trabajo y lo haré lo mejor que sé. No pienso dejarme nada por apuntar si merece un cambio.

—Como quiera, pero hágalo rápido. Necesito los informes de reparación cuanto antes para poder evaluar su forma de trabajar.

—Se los iré pasando por secciones. Haré un gran trabajo. Confíe en mí. —Le sonrío y asiente.

Termino de desayunar y me marcho para trabajar.

Pido una escalera y una caja de herramientas al mayordomo.

Me mira como si se me hubiera ido la pinza, pero me hace caso en todo.

Reviso el salón y hago un informe de reformas que envío a última hora al mayordomo.

Me pongo la televisión mientras me hago una lista de trabajo para mañana.

Estoy acabando cuando tocan con los nudillos a mi puerta.

Abro y me encuentro cara a cara con mi tía.

Se parece a mi abuela cuando era joven, y tenerla delante es como verla a ella.

Veo que lleva una maleta que deja en la puerta.

—Vengo a despedirme —me dice fría—. Aquí no te faltará comida y trabajo mientras obedezcas.

Ya sabía que se iba porque el señor Hugo me había informado de que la que se encargaba de mi trabajo había sido despedida. No me explicó la razón, pero, tras ver la cantidad de cosas a las que no había prestado atención, me pregunto cómo pudo aguantar tantos años sin que la echaran antes.

Por lo que me dijo mi abuela, llevaba trabajando aquí desde antes de que yo naciera.

—¿Se va lejos?

—Eso no te importa. Recuerda que no somos familia —me indica fría—. Si te necesito para algo, te lo haré saber.

Sus palabras me dan escalofríos. Hay algo en ella que no me gusta nada.

—Claro.

Me mira fijamente y sonríe de forma siniestra.

—Eres más bonita que tu madre. —No me gusta cómo me observa—. Te irá muy bien aquí.

Asiento, pero estoy deseando que se marche. No me gusta cómo me mira o que me obligue a no contar la verdad. Solo accedo a sus condiciones porque no tengo nada y no quiero quedarme en la calle muerta de hambre cuando puedo olvidar que somos familia con la misma facilidad con la que ella siempre ha pasado de mí.

La veo irse y cierro la puerta deseando no saber nada más de ella. Tengo un mal presentimiento con respecto a mi tía.

Mejor olvidarla.

Mi nueva vida empieza ahora y voy a ser la mejor.

Maddox

Me siento tras el ordenador a primera hora de la mañana.

El señor López toca a la puerta con mi habitual café solo y unas pastas que nunca toco, pero que siempre me trae por si un día cayera en la tentación de darles un bocado.

Lo cojo y me tiende una carpeta.

—Lo siento, señor, pero la nueva chica que revisa las mejoras que necesita este sitio para estar en orden se ha excedido en las peticiones. Es nueva y…

—Me gustaría leer el informe primero antes de saber si se ha excedido o no. Los dos sabemos que la señora García no hacía bien su trabajo y que por eso ha sido despedida.

—Claro, señor. ¿Le dejo que siga haciéndolo como le parezca?

—Hasta que yo no diga lo contrario, sí. —Asiente—. ¿La señora García ya se ha ido?

—Sí, se fue anoche tras recibir su liquidación y firmar el contrato de confidencialidad para que no cuente nada de lo que ha visto.

Todos mis empleados firman ese contrato para trabajar aquí y, cuando rescinden sus servicios conmigo, otro que los obliga a guardar silencio.

La señora García nunca me ha gustado. Solo Dios sabe por qué seguía aquí trabajando cuando nunca hizo bien su única labor. Siempre he sentido que sabía algo de mi padre y que por eso este no la despedía. Algo que temía que fuera contado, pero que tras su muerte, poco importa si se sabe o no.

—Perfecto. No necesito nada más.

Asiente y se marcha.

Abro la carpeta y me sorprenden los colores, además de cómo está explicado todo. Puedo leer la razón por la que sugiere un cambio y lo que implicaría no hacerlo.

Por lo que me contó el señor Hugo, dejó los estudios a medias para cuidar de su abuela cuando se puso enferma, pero era la mejor de su promoción. Hemos pedido credenciales y sus profesores hablan muy bien de ella.

No meto en mi casa a trabajar a cualquier persona.

Su currículum nos llegó por casualidad y fue López quien se encargó de estudiar su caso. Poca gente quiere trabajar aquí, tan lejos de todo, y le gustó lo que descubrió de la joven; sobre todo porque está sola y no tiene responsabilidades, o una vida que la aparte de su trabajo.

Se nota en este informe que sus credenciales son ciertas. La señorita Turner sabe lo que hace y es muy inteligente.

Cierro el informe y llamo al señor López para decirle que proporcione a la señorita Turner todo lo que necesite y que la dejen hacer su trabajo.

—Como quiera, señor.

Cuelgo y miro los informes. Por un segundo, siento curiosidad por ver cómo es la joven que hay detrás de este trabajo, pero no lo hago porque hace tiempo que las personas dejaron de ser interesantes para mí y ella no tiene por qué ser diferente.

No soy como el resto ni puedo serlo.

Noto que la respiración se me agita y aprieto cansado los puños. Estoy harto de esta vida donde solo en la soledad de mis dependencias siento paz.

Capítulo 2

Cleissy

Me gusta mi trabajo y me hago pronto con el control de todo.

Estamos en abril y ya van saliendo días buenos de sol. Estoy deseando bañarme en el mar y dejarme acariciar por las olas mientras siento su fuerza golpearme.

Reviso la sala de fiestas.

No me cuesta imaginar una fiesta de época con sus vestidos elegantes danzando por aquí. Sobre todo porque hay un viejo piano al fondo.

Lo toco y me percato de que necesita ser afinado.

Este sitio tiene muchas cosas que mejorar.

Mi tía no hizo bien su trabajo. Duele, pero es así.

Por suerte, al dueño le gustan mis informes kilométricos y siempre le dice al señor López que me dé las gracias por el trabajo bien hecho.

No sé por qué tiene esa fama de hombre duro y serio de negocios.

Ya me han recomendado que lo mejor es no cruzarme con él. Algo que no parece probable, porque no sale de su cuarto o de su despacho. Es un hombre muy solitario.

Me lo imagino viejo y amargado.

Termino la jornada y escucho el movimiento que hay en la otra ala de la casa, a la que no tengo permitido ir.

De hecho, está separada por una gran puerta cerrada con llave.

Me recuerda a La bella y la bestia, que era mi cuento preferido de niña.

El dueño también, ya que está encerrado en sus aposentos.

Tanto secretismo hace que sienta curiosidad por saberlo todo, pero no arriesgaré mi puesto de trabajo por ello.

Observo el mar a lo lejos cuando entro en la cocina y me marcho a mi habitación con una loca idea: ¿por qué esperar más para probarlo?

Me marcho a por una toalla y me pongo un vestido para poder mojarme mejor los pies.

Salgo de la casa con la toalla en la mano y voy hacia la cala privada, que es de piedras.

No veo peligro al entrar.

Voy hacia la orilla tras quitarme los zapatos. El mar me llama. Me atrae. Quiero sentirlo y no puedo esperar más.

Al caminar sobre los guijarros me hago daño, pero esto no me detiene, hasta que, al llegar a la orilla, el suelo de inestables piedras cede bajo mis pies y me hundo arrastrada por una fuerte ola que había subestimado.

Trato de salir, pero no soy capaz de escapar de esta agresiva ola y de las corrientes marinas.

Me asusto cuando trago agua y noto que el aire se me escapa.

Entonces, dentro de mi estupor, siento que alguien me coge con fuerza y me arranca de este infierno.

Me saca y me deja sobre el suelo, donde expulso toda el agua que he tragado.

Tira sobre mi cabeza la toalla mientras brama:

—¡Mujer estúpida! —Es alguien que no conozco ni puedo verlo por la toalla.

Me enfado, pero estoy demasiado agotada hasta para girarme. Sigo teniendo el miedo metido en el cuerpo mientras me seco.

Cuando vuelvo a mirar lo que me rodea, veo al señor Hugo correr hacia mí, seguido de Benilda. Ambos me ayudan a levantarme.

—Lo sentimos mucho, Cleissy —me dice Benilda—. A ninguno se nos ocurrió avisarla de que esta cala no está preparada para el baño. Es muy traicionera.

—Pues casi muero… —señalo alarmada, pero al instante recuerdo que no tienen la culpa de mi imprudencia—. No se preocupen. Gracias por estar aquí.

—El dueño nos ha informado de que la ha salvado de morir ahogada —me indica Benilda—. Nos ha pedido que vengamos para ver si necesitaba algo y para recordarle que el baño está prohibido aquí y que si es lista, no volverá a cometer una imprudencia así.

—Me odia —digo al pensar en sus palabras.

—Bueno…, suele odiar a todo el mundo —apunta Hugo—. Será mejor que no cometa más tonterías. Tiene muy poca paciencia.

—No lo haré.

Me llevan a mi habitación y me doy una larga ducha donde no puedo evitar temblar de miedo. Si no llega a verme ir a la cala, habría muerto. Debo hacer algo para agradecerle el detalle.

Maddox

Hugo entra como cada mañana con el café y veo un platito con unas pastas de mantequilla con trozos de chocolate, muy diferentes a las habituales; sobre ellas hay una nota.

—¿Qué narices es eso?

—La señorita Turner insistió mucho en que se las trajera. No lo hubiera hecho, pero la cocinera me dijo que llevaba despierta desde la madrugada preparándolas. No quise hacerle el feo. —Alzo la ceja al darme cuenta de que este hombre imperturbable ha caído bajo el embrujo de la joven; e incluso parece que a la cocinera también la tiene en el bote—. Usted haga lo que considere.

—Perfecto. Puede irse.

Me quedo solo y miro las galletas, que huelen a mantequilla derretida. Cojo la nota y una perfecta letra me recibe:

Le ruego me disculpe por mi imprudencia. Era la primera vez que me bañaba en el mar y no sabía lo traicionero que podía ser.

Siento mucho la molestia de salvarme.

Acepte estas galletas, que son mis preferidas, como disculpa y agradecimiento.

Cleissy Turner

P. D.: Si acepta un consejo: es una lástima que esta cala tan preciosa no sea aprovechada. Podría pasarle un informe de mejoras.

Sonrío sin poder contenerme por su posdata hasta que me doy cuenta y la reprimo.

Es por eso por lo que no me permito el lujo de probar una sola de sus tentadoras galletas.

Cleissy

Estoy en la cocina cuando Hugo regresa con la bandeja del desayuno con las galletas sin tocar.

—¿Ni una sola?

—Ya la avisé de que al señor no le gusta comer nada con el café.

—Pero todos los días le lleva galletas.

—Se las llevaba a mi antiguo jefe, su padre, y ya es una costumbre.

—O tal vez no le gusten las pastas de mantequilla… Para mañana le haré otras.

—¿Y si lo deja estar?

—No, quiero agradecerle lo que hizo por mí.

—Cualquiera que no sea un ser sin corazón la hubiera salvado. El jefe es huraño y malhumorado, pero no un insensible.

—Una última vez.

—Una y deja de usarme de mensajero.

—Puedo ir yo…

—No, al jefe no le gustan los cambios.

Asiento y sigo con mi trabajo.

Al acabar la jornada, ayudo a Benilda con la cena y, sin que se dé cuenta, hago una lista mental de las preferencias del dueño en cuanto a dulces y comida.

Me despierto temprano para preparar unas galletas de chocolate con naranja.

Cuando el señor López llega, tengo listo el café y las galletas.

Lo miro sonriente y duda antes de coger la bandeja.

—¿Eso es piel de naranja?

—Sí.

—¿Qué locura es esa?

—Sé que están buenas.

—Yo lo dudo. —Le tiendo una de las galletas que han sobrado y reticente la prueba. Por su mirada sé que le ha gustado—. Pasables.

—Con eso me conformo. —Dejo sobre la bandeja la nota y espero que se la lleve.

Tal vez debería dejar de insistir en que acepte las galletas, pero ya se ha convertido en un reto personal.

Ese hombre viejo y huraño no sabe con quién está tratando. He vivido casi veinticinco años con la mujer más malhumorada y cascarrabias de la historia y, cuando murió, me regaló una bella sonrisa, demostrando que todos escondemos luz en nuestro interior.

Siento pena por mi jefe. Siempre está tan solo. Tal vez consiga que no se encierre entre sus cuatro paredes.

Maddox

—¿Qué narices es esto, señor López?

—La señorita Turner insistió, pero será la última vez. Me lo ha prometido.

Cojo la nota y alzo las cejas al leerla:

Ya que no quiere mis galletas ni mi detalle de agradecimiento, tal vez acepte el consejo de su empleada: le sugiero que, si no quiere muertos en su casa, ponga un cartel avisando de que el baño en su cala no es aconsejable.

Atentamente, Cleissy Turner

P. D.: Desperdiciar comida no está bien, señor, y menos no tener la educación de probar algo que se ha hecho para usted.

—¡¿Pero quién narices se cree que es esta mujer?! —bramo mientras busco un bolígrafo y un papel—. Si lo llego a saber, dejo que sea pasto de los peces. —El señor López agranda los ojos mientras escribo una nota y se la tiendo—. Désela a la pequeña descarada y aconséjele que deje las cosas como están. Si no le gusta…, que se largue.

Se marcha y miro las galletas. Las pongo en otra mesa donde su olor no me tiente.

Cleissy

—Nota del señor y no, no se me paga lo suficiente para hacer además de mensajero. —Me tiende el papel—. Si acepta un consejo, detenga esto antes de que la despida.

Me invade el miedo de quedarme en la calle por culpa de un hombre huraño e insensible.

Abro la nota y la letra clara y varonil llama mi atención:

¿También debo poner un cartel cerca del acantilado para que ninguna mujer estúpida se tire por él o damos por hecho que la gente por norma general no es tan imprudente como usted?

El señor Bradley

Noto la rabia correr dentro de mí y no lo entiendo. Por norma general, soy pacífica. Pienso en responderle de mil formas distintas, pero es mi jefe y necesito el trabajo.

—Perfecto. —Me guardo la nota—. Voy a hacer un informe de lo que se necesita arreglar en la cala. Para eso se me paga, ¿no?

—¿Y no será mejor dejarlo estar?

—No. Quiere que trabaje, pues lo haré.

—Esto no va a salir bien. Empiezo a echar de menos a la señora García. No trabajaba, pero sabía estar callada.

—Y yo también sé estarme callada, pero no pienso dejar que nadie me llame estúpida, sea mi jefe o no. Pienso hacerle un informe tan detallado que no le quedará más remedio que darme la razón.

Hugo me mira escéptico y se marcha.

Cuando acabo el trabajo, me preparo para saber todo acerca de cómo acondicionar una cala privada.

Tardo varios días en tenerlo todo listo. En saber qué es lo mejor y lo peor para este sitio. Y cuando lo tengo preparado, me pongo manos a la obra.

El dueño de esta casa no sabe a quién ha llamado estúpida. No fui la más lista de mi promoción por nada. Era la mejor y esta vez también lo seré, aunque solo sea para hacerle tragar sus palabras.

Capítulo 3

Maddox

El señor López entra con mi café. Lo deja sobre la mesa y una risa se cuela por mi ventana entreabierta.

Me levanto para ver de qué se trata y, como no podía ser de otra forma, ahí está de espaldas la señorita Turner recogiendo sus cosas cerca de la cala. Hay un perrito que se enreda entre sus piernas.

—¿Qué narices es eso?

El señor López se acerca y mira la escena.

—Del perro no tengo ni idea, pero sobre lo que hace la señorita Turner sí, señor.

—¿Y es? —pregunto al ver que no me informa.

—Va a hacer un informe de todo lo que necesita cambiarse y mejorarse en la cala.

—¿Que ella qué? —La veo alzar al perro y abrazarlo. Es de color canela y no parece ser muy mayor—. Ese dichoso animal debe de estar lleno de pulgas, si es abandonado.

—Le diré que no puede entrar en la casa cuando vaya a ayudarla.

—Perfecto.

Vemos que la señorita Turner deja el cachorro en el suelo y se marchan juntos hacia la cala.

Desde esta altura no puedo distinguir bien cómo es, igual que me pasó el otro día. Solo sé que tiene el pelo castaño, que es menuda y con atractivas curvas.

—¿Necesita algo más?

—Solo que evite que se mate.

—Claro, señor.

La pierdo de vista, ya que desde la casa no se ve la cala.

Regreso a mi trabajo y me fijo en que hoy el señor Hugo solo me ha traído el café.

«Mejor así. Yo no soy mi padre.»

Cerca de la hora de la comida escucho lloros de un animal.

Me asomo a la ventana y veo al cachorro en la puerta de la cocina con un plato de comida. Con seguridad, estará buscando a la señorita Turner.

Esta no tarda en salir y lo coge en brazos. El cachorro se calma en cuanto lo acaricia.

Tocan a la puerta y el señor Hugo entra con el carro de la comida.

—Haga el favor de llevar ese perro al veterinario a que lo examinen y vacunen.

—¿Y luego?

—Dudo que se marche de aquí. Ya piensa que la señorita Turner es su dueña.

—Eso parece. Estaba perdido y solo. Lo encontró cuando salió a dar un paseo esta mañana. Alguien lo abandonó lo más lejos posible de todo para que no sobreviviera.

—Avísela de que todo lo que destroce el animal lo descontaré de su sueldo.

La señorita Turner acaricia al perro, sentada en el suelo. No puedo ver bien sus rasgos, pero sí tengo claro que es una mujer preciosa.

El animal se queda dormido en su regazo, momento en el que lo deja tranquilo en el suelo y regresa dentro.

—¿Algo más, señor?

—No.

—Perfecto, y una cosa más antes de que me vaya. ¿Qué va a hacer con las fiestas que se daban en la otra ala de la casa? ¿Va a vender su parte?

Miro la carpeta donde hice números para dejar de ser el dueño de este sitio y donde las cuentas no salen. No, sin sacrificar mis negocios.

—Deben seguir. No puedo permitirme el lujo de perder esa fuente de ingresos.

—¿Lo seguirá dirigiendo Berta?

Pienso en Berta.

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