LOS CIEN AÑOS DE LENNI Y MARGOT
Me arrastré hasta su mesa.
—Me llamo Lenni —le dije tendiéndole la mano.
Ella dejó el carboncillo y me la estrechó.
—Un gusto conocerte, Lenni. Yo me llamo Margot. —Me dejó restos de carboncillo en el dorso de la mano-. Gracias. Me hiciste un gran favor.
—No hay de qué —respondí yo-. En realidad no fue nada.
—Sí fue algo —replicó ella-. Sí lo fue. Ojalá pudiera agradecértelo de verdad, pero lo único que tengo ahora a mi nombre son varias pijamas y un pastel de frutas a medio comer. —Me hizo un gesto para que me sentara-. ¿Qué estás haciendo aquí? —me preguntó, y supe que se refería a la Sala Rose, pero creo que es preferible ser honesta y le dije la verdad.
—Dicen que voy a morirme. —Nos quedamos calladas mientras Margot observaba mi cara. Me pareció que no se lo creía-. Esperanza de vida reducida —dije.
—Pero si eres muy...
—Joven, ya lo sé.
—No, eres muy...
—¿Desgraciada?
—No-contestó ella mirándome todavía como si no se lo creyera-. Eres muy alegre.
Pippa vino a nuestra mesa y nos dejó unos pinceles.
—Bueno, ¿de qué están cuchicheando aquí?
—De la muerte —respondí yo.
La arruga que esta palabra abrió en la frente de Pippa me convenció de que tiene que hacer unos cuantos cursillos fuera del hospital para aprender a relacionarse con los muertos y los moribundos.
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