«Tener una voz es producir una diferencia»
Por Augusto Munaro
Especial para El Desaguadero
Pablo Dema (Córdoba, 1979) publicó tres libros de cuentos: Fotos (2005), Sin nada permanece (2007), y Hoteles (2010), y la novela De piedra o de fuego (2009). En 2005 fundó con José Di Marco la Editorial Cartografías, que codirige hasta el presente.
El suyo es un libro agudo que indaga la realidad a través de una mirada que destila pensamiento. Así, Dema trabaja la voz de manera personal. Una poesía breve, de pocos versos, que petrifican instantes, pensamientos fugaces, cotidianos.
–Según tengo entendido, la publicación de Filos fue un hecho inesperado.
–En cierto modo sí, porque yo no quería publicar, no quería que me cayera encima la etiqueta de aspirante a poeta. Tengo una relación continua como lector con la poesía desde mis inicios y las primeras tentativas de publicaciones fueron poemas en revistas y periódicos. Paralelamente escribía cuentos. Todo esto en los años en que comencé la carrera de Letras en Río Cuarto y me transformé en un lector más ordenado. Ahí me di cuenta de que nadie leía poesía, ni siquiera los profesores, salvo excepciones. Entonces vi claramente también que los que leían poesía eran aspirantes a poetas y que no había una estética dominante, no había una preceptiva, no había principios claros. A eso había que añadirle que la poesía era un género que muchos practicaban sin ser buenos lectores y sin sostener una práctica. La idea era que un poema lo escribe cualquiera y de cualquier forma, con tal de publicar algo en alguna parte. Esos años, entre los 18 y los 22 años más o menos, fueron tiempos en los que me devanaba los sesos tratando de objetivar algún criterio de valor, de entender qué hacía que un texto (ante todo un poema o un cuento, que era lo que más me interesaba) fuera bueno. Sentía que con la narrativa sí se podía saber en qué terreno se pisaba pero que la poesía era un campo totalmente disperso. Así que avancé más con el cuento, comencé a enviar a concursos, a publicar en revistas, hasta que armé un primer conjunto de relatos y salió un libro, y después otro y otro. La poesía quedó más en un plano íntimo y de lecturas. Durante esos años y hasta hoy fui todo el tiempo a presentaciones de libros y encuentros de poesía y escuché leer a mucha gente. Paralelamente leía también a muchos poetas jóvenes (además de los autores que me gustaban), sobre todo de Río Cuarto, porque armamos con José Di Marco la editorial Cartografías. Di Marco era un poeta respetado para mí, alguien que ya tenía experiencia en armar publicaciones y en la visibilización de la literatura, además de ser un lector muy voraz y agudo. Así que se fue consolidando una imagen mía como un «narrador», como le gusta decir a la gente, mientras tanto siempre mantuve el vínculo con la poesía. Un modo público de hacerlo fue escribir siempre crítica y reseñas sobre poesía. Me marcó mucho ir a escucharlo a Silvio Mattoni en una feria del libro, más o menos por 2007. Ahí Silvio leyó completo Poemas sentimentales y yo lo grabé. Ese poemario de él me pareció bastante a contrapelo de lo que, según mi criterio, dominaba el escenario de la poesía, el noventismo, digamos, el objetivismo, con toda su carga de amargura, de desencanto y hasta de nihilismo. Ese libro de Silvio fue una señal clara. Dije: «lo que hace este poeta es sólido, parte de una visión personal auténtica, está hecho sin miedo y sin complacencia». Entonces pensé que yo también tenía que ser fiel a mis intereses poéticos, a mis lecturas, a un tono que podría llamar «conmovido» y del cual no podía ni quería desprenderme. Los encuentros con poetas me permitieron conocer a mucha gente. En un momento, por ahí por 2010, la conocía Griselda García, una persona que charló conmigo sin ningún prejuicio y a quien le mostré mis poemas. Cuando me sentí afianzado comencé a trabajar con ella en la idea de un libro a partir de todo el material que tenía y salió Filos. Conocí a la persona justa en el momento adecuado.
–Filos está compuesto por poemas que hablan sobre la amistad, pero que parten de ese sentimiento opaco y opuesto, llamado soledad. ¿Qué lugar ocupa ella en este libro?
–Sí, es algo que me da vueltas y que abordo, creo yo, en todo lo que escribo. Un poco la pregunta es sobre la posibilidad de un encuentro, sobre la dinámica de las relaciones que se anhelan, que son imprescindibles para vivir pero no duran y acarrean dolor. Un amigo sería una talismán contra la sensación de vacío, una vía para superar la angustia de la separatidad. En cierto modo uso la palabra amigo como una sinécdoque de «vínculos», lo que pasa es que esa palabra está muy cargada de un discurso de la normalidad, de los aportes de la psicología... Es muy importante el epígrafe de Aristóteles sobre los amigos, que para mí muestra la gran ambivalencia de la palabra. ¿De verdad está allí el amigo, estará eventualmente en las horas difíciles, seré yo digno de ese nombre cuando me requieran, sabré responder?
–El poemario está articulado a través de dos partes. ¿Lo pensaste de forma orgánica, o se fue escribiendo de un tirón?
–Como te decía, había mucho material. Cuando comenzamos a trabajarlo con Griselda deseché cosas muy viejas y vi un núcleo en torno al tema del amor filial y otros poemas que se podían unificar en torno a la amistad. La palabra «filos» apuntaba al imaginario del amor a algo (según la consabida lección escolar sobre la etimología de «filosofía») sin dejar de evocar metonímicamente la cuestión del corte, de la posibilidad de la herida.
Pablo Dema en una lectura junto a Martín Cristal. |
–La amplitud de mi gusto como lector es inversamente proporcional a la limitación de mi escritura, que lo es en varios sentidos. No me siento atraído (ni dotado) para escribir textos extensos, no me interesa mucho el tema de las ficciones con gran despliegue imaginativo, no cultivo los géneros en el sentido más convencional del término. Además escribo poco o, en todo caso, sólo lo que siento necesario. No me interesa la idea del escritor que tiene el compromiso (personal o comercial) de levantarse cada mañana y escribir, ni la figura del escritor profesional ni el escritor compulsivo ganado por una supuesta vocación absoluta, tal vez ganado por algún cliché cinematográfico. Muchas veces me he sentido un irresponsable, alguien que permite que lo traten como un escritor cuando en realidad hago tantas otras cosas. Ante todo doy clases, y leo más que escribir. Sin embargo, los años pasan y siempre vuelvo a escribir o sostengo la escritura, y en general lo hago en los momentos menos pensados, por ejemplo cuando estoy con el discurso de que «no tengo tiempo». Pienso que una beca para escribir y nada más no me resultaría, aparte me da cierto pudor pedir tiempo y dinero para dedicarme a realizar unos tanteos que probablemente no conduzcan a nada, porque al fin y al cabo eso es sentarse a escribir. Entonces si hay algo así como un trabajo yo lo llamaría simplemente un oír lo que llama dentro de uno, atender a ello, buscar su forma, su peculiaridad y darle un cuerpo que sea asequible también a otros. Porque en esto no hay tanto secreto, sé muy bien lo que es y lo que hace la poesía porque he leído Trilce, entonces de lo que se trata es de perseguir una verso que se pueda leer, en un futuro, a continuación de uno de Vallejo o de Pessoa o de cualquier gran poeta. Esto no se hace, de ninguna manera, por ambición o por soberbia, sino por gratitud hacia la poesía. Se trata de querer devolver algo de lo tomado.
–En Un hilo, los últimos tres versos cierran el poema de la siguiente manera: «El recién nacido / inventa a la madre / y no sabe que es el mundo». ¿Qué lugar ocupa la reflexión en tu mirar poético?
–Obviamente, eso surgió de la mirada del padre primerizo que fui siendo bastante joven. Había leído sobre la fusión, sobre la falta de límites que hay entre la madre y su cría el primer tiempo, pero al verlo y vivirlo me conmovió particularmente, y el poema es el rescate de esa conmoción, no mucho más. Nunca había pensado en la reflexión como una instancia concreta del proceso creativo. Sí diría que me preocupa que haya cierta lógica en la totalidad de los poemas y de las series. Y pongo mucho cuidado en eso. Si trabajo con una serie de metáforas por ejemplo, busco que haya una correlación lógica en todo el texto. Por ejemplo ahora estoy tratando de hacer algo sobre el río, porque vivo en Río Cuarto y he notado que ese personaje (si se puede llamarlo así) está marginado del imaginario y de la historia de la ciudad. Más aun, me da la impresión de que una crítica política sobre Río Cuarto, sobre el conservadurismo que la sostiene, debería partir de hablar y de mirar el río. En estos poemas trabajo sobre la idea de la poesía leída durante años como un flujo que recorre el cuerpo (el río de la poesía) y, por otro lado, sobre lo poético del río. Entonces uso mucho la idea de lo fluido, de las corrientes internas (del cuerpo) y subterráneas, de la poesía sobre el río, del río de la poesía. En esos juegos trato de ser muy riguroso con la lógica. Ese rigor muchas veces está al servicio de la ambigüedad, de la anfibología, del excedente de sentido que proviene de las torsiones de la lengua.
–En Una duda aludís a Joaquín O. Giannuzzi. ¿Comulgás con su poética?, ¿por qué?
–Lleno, a veces en exceso, de alusiones lo que escribo. Desde siempre, es algo que me sale muy naturalmente y que a veces descarto porque se puede caer en la cita o la mención gratuita. A Giannuzzi lo leí tempranamente por un amigo y fue de esos poetas que dejan una impronta muy definida. Para esto mi prueba es la memoria. Pasan cinco o diez años y lo tengo fresco en la memoria y el corazón. Tonos, giros, poemas completos vueltos a leer todos los años. Cuando lo leí me gustó mucho el modo en que tomaba los objetos cotidianos, el tiempo demorado y la amplitud con que los miraba para desprender de allí alguna reflexión que viabilizaba la emoción que integraba todos los elementos del poema. Me identifiqué con cierto pesimismo, con cierta amargura, pero por suerte cambié de frecuencia a tiempo. Criar un gorrión en la garganta, como dice el poema que mencionás, implica que uno no puede apretar demasiado esa corbata hasta ahorcarse por más pálidas que se vean las cosas en un momento.
–La voz en Filos se construye desde la duda, ante el fantasma de la nada: «No perdí mis coordenadas, nunca las tuve», decís en un verso. ¿Notás un sesgo confesional en piezas como Una amiga y El visitante? ¿Por qué?
–En una mitología personal la poesía bien puede coincidir con un centro vital; la escritura como báculo, linterna, machete, como instrumento para llegar a lo más propio de uno. Por más que esté al tanto de la datación histórica y el carácter probablemente perimido de esta concepción de la escritura (vagamente asociada al romanticismo) no puedo alejarme mucho de allí sin sentir que caigo en el oportunismo, la impostura y el esnobismo. Estoy al tanto de que muchas otras ideas sobre el arte y la poesía repudian con mucho énfasis las concepciones más vitalistas, expresivas, existencialistas y confesionales de la poesía. El mote de sentimentalismo, por ejemplo, hizo fortuna en Argentina desde que Osvaldo Lamborghini se lo aplicara a Raúl González Tuñón. Las desventuras del yo, la elaboración poética de la vivencia, todo eso está muy mal visto, sin embargo estos repudios son muchas veces meras declaraciones. En la práctica no se ven tantas diferencias ¿Los mejores poemas «objetivistas» de Fabián Casas, no son pura emoción, puro lirismo? El tema no es abolir el yo. ¿Cuál sería la ventaja de hacer una poesía automática, objetiva? Por otra parte, esa poesía, ¿no es el resultado del acto volitivo de suprimir el yo durante la escritura? Ahora recuerdo un texto de Edgar Bayley sobre la «realidad interna y la función de la poesía». Lo que dice Bayley es que, de los poetas provenzales a Apollinaire, las formas poéticas varían pero la realidad interna y la función de la poesía es algo que reconocemos siempre. En Una amiga, El visitante y Donde yo estaba lo que hay, más que confesión, es una forma anclada a una vivencia no ordinaria que permite entender algo. Cuando digo vivencia no digo anécdota, sino instantes de cierta intensidad que uno quiere retener. Y, paradójicamente, en algunos casos necesito imaginar mucho, ficcionalizar mucho para generar un objeto dinámico del que surja la emoción que está en el origen del poema. Sabemos que Pound vio los rostros rosados salir de la estación del metro que originaron su poema. A mí a veces me pasa que no tengo esa materialidad. La anécdota de Una amiga es una invención completa, absoluta, puesta al servicio de algo que quería transmitir sobre el tema del agobio de la vida cotidiana.
–Pablo, ¿un verdadero poeta tiene una voz propia?, ¿por qué?
–Una amiga a quien respeto mucho dijo sobre Juan L. Ortiz que no le gustaba pero que sin duda tenía una voz. Pienso que es lo que hay que tener, un matiz propio, una perspectiva de las cosas irreductible, eso es lo que nos atrae de un poeta. El que se inicia imita y plagia, está preso de todos los convencionalismos y del sentido común. Tener una voz es producir una diferencia. Pero no como expresión de una biografía singular sino como el hallazgo de algo que se sustrae a lo esperado, a la uniformidad. Acabo de recibir esta tarde, prestado por un amigo, un libro de poemas de Carlos Schilling que se titula Ensayos de voz. Creo que Schiling sabe muy bien qué resonancias tiene un título así en un lector de poesía, si hay ensayos hay tentativas y búsqueda, hay un trabajo para llegar a tener y a colocar (siguiendo con la metáfora del canto que también evoca el título), la voz de manera personal.
–En 2005 fundaste con José Di Marco la Editorial Cartografías. Respecto al catálogo que venís desarrollando, ¿has editado a poetas?
–Eso comenzó con la inquietud de leer y dar a leer lo que se escribía en nuestro medio. Comenzamos publicando a autores jóvenes, casi todos primeros libros, y después el catálogo se fue abriendo. Tenemos una colección que se llama Archipiélago que alberga a autores locales (Pedro Centeno, Diego Formía, María Reineri, Elena Berruti, Marcelo Fagiano, entre otros) y también a algunos autores de la zona, de Villa María, por ejemplo, como Marcelo Dughetti, Gustavo Borga y Alejandro Schmidt. También tenemos un libro de un poeta importante de los 60, Osvaldo Guevara, que es una figura de peso en la cultura local. Ese catálogo implica una gran cantidad de actividades, presentaciones, ciclos, ferias, festivales, lo cual nos puso en contacto con muchos poetas de todo el país. Editando también se aprende a leer de otra manera y a pensar como un escritor. Como digo siempre, siento que soy un tanto irresponsable por dedicarme a editar, a escribir, dar clases, escribir reseñas en los periódicos. Todo indica que no es seria una persona que vive en semejante dispersión. Sin embargo, aunque me agobian las tareas y siempre desatiendo algo, todavía siento que aprendo sobre la literatura haciendo todas estas cosas a la vez y que se puede encontrar un punto de convergencia. A lo mejor a los 40 me doy cuenta de que el tiempo se me va, se me está yendo, y me pongo a escribir de modo más sistemático, la verdad que no puedo saberlo ahora.
Poemas de
Filos,
de Pablo Dema
Otra amiga
Tuve un sueño horrible, amiga.
Al despertarme esta mañana me di cuenta
de cuánto me has estado mintiendo
en todos estos meses de amistad.
En sueños entendí
que fingías saber cosas que ignorabas,
que me respondías con seguridad
sólo para que no te rechazara.
Acepto tu falsedad en aras del cariño,
tu pudor, tu debilidad, tu falta de grandeza,
tu miedo a perderme.
Toma mi mano,
tomemos otra vez la ruta
y hundámonos en la noche.
*
Amigo, amigo
Amigo, amigo…
ya ves que te negué
no una ni dos ni tres
sino cientos de veces.
Pero en la noche más oscura
Bajo la tenue ceniza tibia
Perduraba encendida
La brasa de tu corazón
*
Un hilo
Un hilo
de luz
fascinante
los une.
Como si sus auras nimbadas
no supieran todavía
la noticia que los cuerpos conocen.
¡Son dos!
El recién nacido
inventa a la madre
y no sabe que es el mundo
*
Una duda
Durante mucho tiempo
fue mío también
el dilema de J.O.G. frente al espejo.
Me engañaba doblemente:
jamás usé corbata,
crío un gorrión en la garganta
que no tiene a donde ir.